Inmigración, dominación y prácticas contestatarias: el caso de mujeres

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Inmigración, dominación y prácticas contestatarias: el caso de mujeres
bolivianas que trabajan en los talleres textiles de Buenos Aires.
Débora Betrisey Nadali
Universidad Complutense de Madrid
Introducción
Una de las características actuales del sector empresarial textil, en el contexto
internacional, es la reorganización social del proceso de trabajo producto de la
continua externalización de determinadas fases del sistema de producción. Esto se
lleva a cabo subcontratando otras empresas (talleres), que compiten entre sí para los
procedimientos de fabricación u otorgamiento de servicios, ofreciendo reducir los
costes salariales. Se construye así un creciente mercado de trabajo que ofrece empleos
en condiciones degradadas (falta de contrato, intensos ritmos de trabajo, jornadas
alargadas) y con bajos salarios ocupados, fundamentalmente, por mujeres. La
complejidad y heterogeneidad de estos talleres responden a las dinámicas propias del
sistema de acumulación capitalista, lo cual nos lleva a considerarlos como un producto
históricamente constituido (Narotzky, 2004).
En el contexto argentino, la heterogeneidad económica de los talleres textiles se
entremezcla con cuestiones étnicas, nacionales y familiares. En algunos casos, los
dueños son hombres de origen boliviano, chino o coreano, entre otros. Los mismos
han experimentado un ascenso social en la ciudad de Buenos Aires a través de la
incursión y el éxito en el sector textil, asociado a las nuevas formas de producción
capitalista flexibles (Harvey, 1998), las cuales, conjuntamente con el trabajo familiar y
el reclutamiento de pobladores desde su mismo lugar de origen, dan lugar a un amplio
proceso de acumulación, obteniendo grandes beneficios económicos. En términos
generales, resulta complicado calcular exactamente la magnitud que adquieren estos
talleres en Argentina, por formar parte de la llamada “economía sumergida”. Sin
embargo, las estimaciones que se vienen realizando desde hace algunos años, por parte
de los sindicatos del rubro textil y otras asociaciones, permiten calcular la existencia
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de aproximadamente 10.000 talleres en todo el territorio nacional, de los cuales 5.000
se encontrarían concentrados en el ámbito de la Ciudad de Buenos Aires, emplazados
en los barrios de Flores, Bajo Flores, Parque Avellaneda, La Paternal, Liniers, entre
otros (Adúriz, 2009).
En cuanto al reclutamiento de trabajadores, el empresario comienza a establecer
la gestión de los lazos sociales (familiares, amistad, vecindad, etc.) que posee a través
de múltiples y heterogéneas prácticas, que se convierten en un fondo de reserva
laboral. En este sentido, a cambio de desarrollar prestaciones laborales en el taller el
dueño paga el traslado de los trabajadores, hombres y mujeres reclutados desde el
lugar de origen, y les permite residir en casas alquiladas o en el propio lugar de
trabajo, sometiendo a una vigilancia extrema su vida diaria y las largas jornadas
laborales. En muchos casos, el empresario no se encuentra obligado a dar un sueldo a
su pariente o conocido, justificando la existencia de una deuda contraría por el traslado
y el pago de un lugar donde dormir y comer. En otras ocasiones se explicitan arreglos
contractuales de tipo económico (compra-venta de fuerza de trabajo), donde el pago de
los jornales puede ser estipulado mensualmente o a través de cierta dilación en el
tiempo.
En este sentido, estas prestaciones laborales entre familiares, amigos y personas
de la misma localidad de origen no reproducen relaciones solidarias entre iguales. Por
el contrario, tienen un importante papel en el afianzamiento y reproducción de las
relaciones de poder.
En este trabajo abordamos cómo esas dinámicas de poder son constitutivas de
las prácticas y subjetividades de mujeres de origen boliviano que han trabajado en
talleres textiles de la ciudad de Buenos Aires marcados por la dominación y la
explotación, y en la actualidad, forman parte de una de las asambleas barriales que
asume entre sus demandas la lucha contra la explotación laboral en dichos espacios.
Siguiendo a Ortner (2007), entendemos la subjetividad como estructuras
complejas de significados, reflexión, sentimiento y valores, moldeada social y
culturalmente, que los sujetos crean y movilizan en el marco de relaciones de poder
ampliamente desiguales. En este sentido, en una primera parte del trabajo, abordamos
cómo las subjetividades generadas por mujeres bolivianas en los espacios laborales
mencionados (talleres textiles), evocan una serie de acciones contestatarias sin oficiar,
necesariamente, como resistencias en espacios marginales alejados del control y la
dominación (Scott, 1990). Las mismas se componen de dispositivos heterogéneos y se
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basan principalmente en la habilidad para explotar coyunturas precisas que permitan
revertir la situación en la que viven y aliviar la opresión.
En segundo lugar, rescatamos de la experiencia de dichas mujeres la existencia de
nuevos horizontes reivindicativos que se generan a través de su participación en una
asamblea barrial, ubicada en el barrio de Parque Avellaneda (Buenos Aires). Hacemos
hincapié en cómo esta experiencia ha reconstituido su subjetividad política, bajo ciertas
contradicciones, cuestionamientos, obstáculos a ser salvados y negociaciones entabladas.
La perspectiva etnográfica que aquí se prioriza1, nos permite profundizar en las
condiciones de posibilidad y las limitaciones que tienen las mujeres inmigrantes de bajos
recursos para participar en dinámicas contestatarias que intentan socavar las relaciones de
dominación en la que se encuentran insertas (Ortner, 1995; Gledhill, 2000).
Vivir en el lugar de trabajo: subordinación y prácticas contestatarias
Generalmente, los “inmigrantes bolivianos” son presentados en el contexto nacional
argentino como un bloque homogéneo igualado a través de su compartida condición de
vulnerabilidad y posición dentro de la estructura económica, sin distinguir que hay
sectores dentro de dicho colectivo que son tanto agentes partícipes de la producción de la
explotación laboral en los talleres, como cuestionadores de dicha situación a través de
diferentes prácticas contestatarias. Como hemos destacado, dichas prácticas no ofician
necesariamente como resistencia que socaven las estructuras de poder, sino más bien
como un intento de aliviar las condiciones de opresión.
A través de dos estudios de casos de mujeres bolivianas que han trabajado en
dichos talleres textiles emplazados en la ciudad de Buenos Aires podemos observar
diversos modos de actuar y librar la batalla de la supervivencia en dichos contextos de
subordinación.
Mónica llegó a Buenos Aires hace ocho años. Vivía en La Paz junto a su marido,
con quien trabajaba en un taller de costura ubicado en dicha ciudad, trabajando ocho
horas diarias. Con posterioridad deja el trabajo en el taller para dedicarse a la venta
ambulante de ropa. Una tía del marido, que vivía en Buenos Aires y tenía un taller textil
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El trabajo de campo fue desarrollado en el año 2009 en el marco del proyecto Migrantes y territorios
urbanos en la Argentina: entre la segregación y la integración, -CONICET, Argentina- durante mi estancia
como investigadora invitada. Nos hemos entrevistados con mujeres de origen boliviano, casadas y con
hijos, entre los 30 y los 45 años, cuyas trayectorias de vida se caracterizan por la pobreza, el sufrimiento, la
inestabilidad y la precariedad laboral en dichos talleres. También con miembros de la asamblea barrial
donde algunas de estas mujeres llevan a cabo una activa participación política y a su vez, trabajan en la
cooperativa textil que forma parte del proyecto asambleario.
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en dicha ciudad, les invita a trabajar con ella. En ese momento, Mónica había tenido a su
primer hijo y tomaron la decisión de trasladarse “sin pensarlo mucho”, ya que las deudas
y la falta de dinero hacían apremiantes el día a día.
En cuanto a las condiciones del traslado, la tía de su marido se había
comprometido a pagar el viaje hasta Buenos Aires y ellos debían devolver el dinero
una vez que comenzaran a trabajar en el taller. También fueron trasladados otros
parientes de Mónica y de su esposo que habían sido reclutados por el mismo
contratista. Mónica recuerda el cruce por la frontera boliviana-argentina como una
experiencia llena de incertidumbre y miedo:
“Primero entraban los hombres porque le dieron los documentos, pero llegaban y los
devolvían, porque les hacían preguntas y ellos no sabían qué responder… Como no
había forma de qué entraran un señor los llevó por el monte…y ahí estuve sin ver a mi
marido varios días, no sabía cómo estaba, si le había pasado algo… Las mujeres ya
habíamos pasado porque había documentos para nosotras, y sólo para niñas…Tuve que
rapar el pelo de mi bebé de meses y ponerle un vestido…después de cuatro día nos
juntamos con mi marido”.
Después de una larga espera en la ciudad fronteriza de Salvador Mazza, el grupo
reclutado fue embarcado en un autobús hacia la ciudad de Buenos Aires. Al llegar a la
terminal de ómnibus de Retiro, Buenos Aires, la tía los estaba esperando y los lleva a
una casa, habitada por otros trabajadores, en la que funcionaba el taller. Una vez
instalada, la tía de su marido le asigna a Mónica labores domésticas (cocinar para el
grupo de trabajadores y limpiar el taller) y de costura en una “recta” (una máquina de
coser industrial), junto a su marido. Después de un mes de trabajo ni Mónica ni su
esposo reciben el sueldo estipulado. Al reclamar el dinero ante su tía, ésta les asigna
unos “vales” por 10 o 20 pesos argentinos que rigurosamente anotaba en un cuaderno,
para luego ser descontados de un sueldo que nunca se haría efectivo. De esta forma,
Mónica se da cuenta de que nada de lo prometido llegaría. Además, aumenta su interés
por salir del lugar apelando a las consecuencias directas que dichas condiciones de
vida tenían sobre su hijo pequeño:
“Yo más me daba cuenta de que tenía que salir de ahí por mi hijo, él no tenía la culpa de
nuestros problemas. Yo veía a mi hijo chiquito que está ahí al lado de la máquina y
lloraba y no me dejaba atenderlo, ella me miraba así (hace un gesto de enfado) y me
decía tenés que terminar, porque cobrábamos por prenda.”
La imposibilidad de encontrar otro trabajo y la presión que ejercen los lazos
familiares con el “pariente” que ha otorgado “el favor de dar trabajo” no permiten
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reclamar mejores condiciones de trabajo, y menos aún conseguir la tarjeta de
residencia. En la mayoría de los casos, los trabajadores que no tienen papeles aprenden
rápidamente que sin ellos su “libertad” se ve restringida y se encuentran confinados a
una situación desventajosa y de extorsión por parte de los dueños de los talleres.
“Ella (la tía de su esposo) nos decía que si nos íbamos nos iba a agarrar la policía y nos
iba a deportar, y si eso pasaba que dijera que éramos de la villa ahí de la Matanza, que
ella no nos conocía…y no dijéramos nada dónde estábamos.”
Mónica aprovechará los domingos, único día libre de trabajo en la semana, para
ir organizando su salida del lugar apelando a la ayuda de otros familiares. Un domingo
Mónica salió con su hijo pequeño a dar una vuelta por el barrio. Llegaron hasta una
amplia plaza donde se sentaron a descansar y encontraron a un primo que tiempo atrás
había trabajado con la tía del esposo de Mónica. Al comentarle sobre la situación que
estaba pasando junto a su “parienta”, el primo le propone ayudarla a buscar otro
trabajo y “una pieza” donde vivir junto a su esposo e hijo. Mónica no quiere dejar de
aprovechar esta oportunidad y decide convencer a su esposo para dejar de trabajar en
el taller de su tía. Utiliza todo tipo de argumentos en que pone de manifiesto el engaño
sufrido y las condiciones de trabajo, pero destaca el hecho de que ese no era lugar para
criar al hijo, y que deberían buscar algo mejor. Dolorosamente consciente de la lasitud
de su posición social, va a considerar la salida del taller del marido de su tía como todo
un gran “triunfo”, a pesar de que las condiciones laborales en el nuevo taller
continuaron siendo parecidas.
“Ahí no había tanto maltrato (haciendo referencia al nuevo taller) pero no podía atender
bien al hijo. Trabajaba de las seis a las una, luego comida, luego trabajo hasta la noche,
luego cena, luego hasta la una o tres. Trabajaban para marcas como Montagne que son
muy complicadas y cobraban dos pesos por prenda…no podía hacer nada. Si mi hijo se
enfermaba me decía: “no lo lleves a la salita, mejor comprarle un remedio ahí en la
farmacia”…No podíamos salir a ningún sitio.”
En general, el funcionamiento de estos talleres se basa en la aplicación de un
conjunto de estrategias de control que recaen tanto en las mujeres como en los
hombres. El tiempo, los gestos, la producción y los movimientos son controlados hasta
el más mínimo detalle. En el caso de Mónica, el control se extiende más allá de la
jornada laboral y afecta a la vida doméstica. A pesar de que existe por su parte, cierta
aceptación formal de dichas normas, se establecen momentos en que sabrá aprovechar
las ocasiones que se le presentan para cambiar de situación:
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“Yo aguantaba y hacía lo que me mandaban, pero apenas pude me fui también de
ahí…conocía a la gente de acá (la asamblea), vine al comedor y así empezaron las
cosas.”
Una situación similar, marcada por la precarización, el sufrimiento y el control,
es la relatada por Ana, quien llega a Buenos Aires hace 12 años desde Bolivia para
trabajar en los talleres de costura reclutada por un contratista, el cual con anterioridad
había trasladado a su hija de 17 años.
“Uno del pueblo llevaba gente a Buenos Aires a trabajar en los talleres y nos preguntó a
mi marido y a mí, nos dijo íbamos a tener mucha plata en poco tiempo, unos 3000
dólares…pero yo no quería, tenía mis hijos pequeños… Yo trabajaba en la costura, en la
recta, estábamos pasando muchas necesidades, mi marido no trabajaba, mis hijos me
pedían cosas para la escuela y yo no sé las podía comprar… entonces mi hija me dice:…
mamá porque no voy yo, voy a probar. Yo no estaba segura, lo estuvimos hablando y yo
se lo dije al padre y bueno se vino para acá.”
Ana no supo de la existencia de su hija durante varios meses. Al regresar el
reclutador por más gente del pueblo, Ana va verlo y le increpa y le pregunta por su
hija. El reclutador para calmarla le dice que su hija está bien y le pregunta si no quiere
ir a trabajar a Buenas Aires junto a ella.
“Yo le dije que no podía, que tenía que atender a mis hijos chicos. Me pregunta cuántos
años tenía mis hijos y le digo que uno 14 y otro tres, entonces me dice que bueno que se
vengan también…pero yo le digo que no tenía plata para los pasajes y él me pagó todo.
También llevaron a más gente de ahí, todos familias…yo tenía deudas estaba muy mal,
además no me llevaba bien con mi marido, discutíamos mucho.”
Cuando llega a Buenos Aires, le dan una “pieza” (lugar donde dormir) para ella
y sus hijos y se reencuentra con su hija. Las condiciones de vida en el taller y las
nuevas dinámicas de control en la que participan el encargado, el dueño del taller y la
esposa de este, la llevan a reflexionar sobre su situación laboral que define desde el
presente como de “esclavitud”.
“El trabajo era como esclavo. ¿Qué era como esclavo? -se pregunta-. Bueno trabajar de
sol a sol, comías, cerrabas los ojos y volvías a trabajar. Empezabas a las siete de la
mañana y no parabas hasta el amanecer…Entonces yo hablé con el dueño, el que había
traído a mi hija, y yo le dije que está bien, que yo había venido a trabajar, y que iba a
trabajar pero no a esto, que ya me había engañado con lo de mi hija. Mi hija me había
contado lo que pasaba, no la dejaban salir, hasta las toallitas higiénicas se la compraban
ellos porque no la dejaban salir a ningún lado, eso no es posible…no teníamos sueldo
por mes, nos dijo que nos iban a pagar anual .Yo le pregunté y le dije, perdone mi
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ignorancia, pero esto no puede ser así, se lo dije… él quería que yo firmara un papel con
todo lo nuevo y yo le dije que no, que no firmaba nada, que me había mentido, primero
que me decía que mi hija me iba a llamar y no me llamaba porque no la dejaban,
después que me iban a pagar…Le dije que allá me había dicho una cosa y acá otra
distinta, entonces me dijo: “una cosa es en Bolivia y otra acá en Argentina…”(
Reflexiona) Cuando uno llega acá ( Buenos Aires) los hermanos ya no son hermanos,
los padres, ya no son padres cuando se llega a acá. (El dueño del taller) Se enojó y me
dijo que hablara con su mujer, entonces yo hablé con ella le explique lo que pasaba y
ella me dice: “no tienes que ser así, ahora Fredy está muy enojado y no le digas nada…”
El enfrentamiento directo que relata Ana con su patrón por no cumplir con su
parte del contrato refleja una protesta contra la opresión de las relaciones laborales,
pero al mismo tiempo también le permite protestar contra la desarticulación moral y la
ausencia de “compromiso” que se reproduce entre familiares y conocidos (“los
hermanos ya no son los hermanos”) en el nuevo contexto de destino en base a una
idea enraizada del deber y el sentimiento familiar. Como sugiere Narotzky (2002), las
obligaciones morales que sustentan las relaciones en estos contextos laborales estarán
sujetas al conflicto, la negociación o la imposición, ya que no son parte de moralidades
compartidas homogéneamente, sino de moralidades que se construyen desde y para la
diferenciación social.
La protesta de Ana por el incumplimiento de ciertas obligaciones morales que
sustentan sus relaciones cercanas, aparecerá también a lo largo de otro episodio similar
sufrido en el taller de su yerno algunos años después.
Después de su primera experiencia laboral en estos talleres, Ana regresa a Bolivia
y decide no volver más a Buenos Aires. Al año su hija vuelve a Bolivia a visitarla con el
objeto de presentarle a su marido, el cual posee un taller textil en Buenos Aires. En esos
momentos, Ana se encontraba como dice con “problemas económicos”. Su marido no
trabajaba y ella limpiaba casas de forma esporádica cuando el reuma en las piernas se lo
permitía. Se sentía muy presionada por la situación económica que estaba padeciendo y
su yerno intentó persuadirla para que volviese a Buenos Aires a trabajar en su taller.
“Me decía (su yerno): “mamá, usted puede venir a trabajar con nosotros, le damos una
pieza”. Yo no estaba segura, y él me decía varias veces que vaya, pero yo antes hablé con
mi hija porque yerno y suegra no se llevan bien…y le dije: “hija decime la verdad como es
el carácter de tu marido”, y ella me decía: “ es bueno”, pero yo sé porque yo a mi madre no
le decía como era mi marido y era terrible…Entonces le preguntaba a mi hija porque viste
que a veces discuten entre las parejas, y ella me decía no mamá no es malo…porque yo no
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quería tener problemas…Entonces le digo a mi yerno bueno vamos me convenciste, el me
pagó los pasajes, y llevó a más gente otros parientes que tenía por ahí.”
Al llegar a Buenos Aires su yerno la lleva a una casa en un barrio del conurbano
bonaerense donde funcionaba el taller y había una serie de habitaciones que compartían
entre varios trabajadores. Ana se había traslado con dos hijos pequeños y una sobrina
adolescente llamada Carola. Al tiempo de comenzar su trabajo con “la recta” (máquina
de coser), se da cuenta que su yerno coqueteaba con su sobrina. Pensó que esto podía
traer problemas con su hija y recomienda a su sobrina no atender a sus requerimientos,
no sonreírle y limitarse a saludar respetuosamente. Ana es consciente que seguir estas
recomendaciones se tornan casi imposibles para su sobrina, ya que su yerno controlaba
cada vez más sus movimientos a través de las actividades laborales:
“Si por ejemplo, había ropa tirada al lado donde esta él le decía a mi sobrina: “vení a
ordenar acá” y si tenía que ordenar la ropa de uno de los muchachos le decía: “trae eso y
vení acá afuera”.
Un día su sobrina le comenta que su yerno le había prometido dejar a su esposa
(la hija de Ana) para irse a vivir con ella. Ana, ante tal situación decide no contarle
nada a su hija hasta estar completamente segura. Ese momento llega cuando su yerno
la manda a llamar a su habitación y le pide explicaciones por la salida de Carola con
un trabajador del taller.
“Él me dijo: “¿Por qué se fue la Carola con ese que en su pueblo dejó mujer…?”Tiene
que tener cuidado con lo que hace. Yo le dije que le había dado permiso para ir a cenar
y también me había invitado a mí, pero ese día había preferido quedarme a descansar.
Me dice: “ah bueno entonces vos sabías”. Claro que sabía le dije, pero lo que no
entiendo es porque me preguntas, yo creo que vos estás celoso…Por eso lo di el permiso
para ver esto…Entonces él dice que no y llama y grita a mi hija y le dice que yo estaba
diciendo pavadas, y le digo: ¿qué debo pensar entonces?… Ahí nomás le conté todo a
mi hija.”
El yerno castiga a Ana por su indiscreción enviándola a trabajar a la cocina,
donde tenía que preparar la comida para todos los trabajadores. Se siente
completamente sola y abatida. Además sabía que no podría estar mucho tiempo
realizando esa tarea por su dolencia reumática. A pesar de ello, aguantó todo lo que
pudo hasta que se produce un nuevo enfrentamiento con su yerno. Esta vez, por
recriminarle las condiciones en las que trasladaba a familiares y conocidos desde
Bolivia y la falta de pago a los trabajadores:
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“…Entonces él me dice que a la gente que no le gusta, él las manda otra vez a Bolivia.
Entonces le digo, que él a mi no me manda a ningún lado. Le dije: “yo vine acá metida
en tu bolsillo y qué clase de gente es la que se deja que vos los traigas y los lleves
cuando quieres”. Yo no esperé que me echara yo me fui sola y se lo dije. Además le dije
qué no tengo solo una hija, qué también tengo un hijo. Él (yerno) a mi no me iba tratar
así y me iba llevar como un palo. Yo no le tenía miedo, estaba acostumbrada a pelear
con mi marido.”
El nivel de tensión entre Ana y su yerno torna imposible su permanencia en el
lugar. Esta disputa afecta la relación personal con su hija, a quién le recuerda que
pesará sobre su consciencia lo que hizo su marido con ella y sobre la forma en que
gana dinero “a costa de los compatriotas”. Ana vuelve a apoyar sus reclamaciones
apelando a recursos morales pero también sociales, hecho que le permite generalizar
su protesta y pasar de un trauma emocional individual a una reivindicación que
pretende tener validez para otros.
En la trayectoria de Ana y Mónica, los actos contestatarios no se limitan a las
formas individuales o privadas de enfrentamiento dentro de los talleres. Existen casos
en los que se establece una activa participación en actividades asamblearias que les
permite transformar su situación a través de la acción social y adquirir cierta capacidad
de expresión. Estas experiencia de lucha, como establece Thompson (1977), no remite
a subjetividades pre-existentes sino al conjunto de creencias, habilidades y repertorios
que disponen de forma desigual hombres y mujeres y van a dar sentido a las acciones
en permanente confrontación, transformación y negociación, en el contexto social e
histórico donde se producen.
Nuevos horizontes de lucha: la participación en un movimiento popular
En el contexto nacional argentino, marcado por una grave crisis económica a
principios del año 2001, se desarrollan espacios políticos donde hombres y mujeres de
diversos orígenes nacionales (argentinos, bolivianos, peruanos, paraguayos, etc.) y clase
social establecen un acercamiento, hasta entonces difícil y poco probable 2, para realizar
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Durante la década de los noventa, los grupos hegemónicos y varios sectores de la sociedad han
sustentado la puesta en escena de los inmigrantes limítrofes- bolivianos, chilenos, paraguayos- y del
Perú, en términos de “gran cantidad", “peligrosidad", “invasión", “diferencias culturales", “raza
inferior". Los “males del país" cobraban forma a través de la figura de estos “inmigrantes". Reducir su
presencia resultaba necesario para “preservar lo nuestro"; es decir, para proteger toda una serie de
derechos sociales y políticos que tiene todo ciudadano nacido en el país y que de cierta manera
presupone una identidad nacional. En este sentido, una buena parte del debate cotidiano y de las
prácticas políticas (leyes, decretos, reglamentos) se organizó en torno a la inmigración limítrofe como
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un trabajo de reivindicación conjunto y también conformar modalidades de vida
alternativas en términos económicos, sociales, culturales (Grimberg y et al., 2004).
Algunas de estas organizaciones asamblearias se verán comprometidas en captar las
demandas de pobladores de origen bolivianos y paraguayos referidas a las duras
condiciones laborales a las que se ven sometidos en los entornos laborales de los talleres
textiles emplazados en la ciudad de Buenos Aires, con el objeto de incidir en los espacios
institucionales de la justicia argentina.
Entre dichas organizaciones asamblearias se encuentra la llamada Asamblea de
Hércules (seudónimo), la cual se inició el 20 de diciembre de 2001 como consecuencia
directa de la grave crisis económica acaecida en Argentina. Los integrantes de dicha
asamblea, además de llevar a cabo múltiples protestas y reivindicaciones contra la
situación social y política del país, se centraron en crear una serie de emprendimientos
relacionados con la formación (cursos, talleres, biblioteca pública) y el trabajo
(organización de una cooperativa textil en la que trabajan, fundamentalmente, mujeres
bolivianas). Además, se instituyeron acciones vinculadas “a la gente del barrio” para
paliar los efectos de la desocupación y la crisis económica. En este sentido, una de las
primeras actividades estuvo focalizada en la conformación de un comedor popular que se
emplazó primero en la plaza pública del barrio, y con posterioridad en un antiguo bar
abandonado, que se convirtió en espacio “ocupado” por la asamblea.
Las “mujeres bolivianas” que se acercaron a la asamblea no poseían un
conocimiento previo sobre las actividades políticas que se desarrollaban en el lugar,
pero, ante la proximidad del edificio a sus residencias y la falta de recursos, se
sintieron atraídas por la presencia del comedor. Mónica, a quién mencionábamos
anteriormente, relata así su inicio en la Asamblea:
“Empecé a venir al comedor, porque me lo dijo una amiga, acá se veía mucha gente de
la colectividad y me dijo:- vamos que dan buena comida, son muy buena gente…Luego me fui enterando de las reuniones, luego empezó la cooperativa.”
Una experiencia similar es la que narra Ana, quien lleva los mismos años que
Mónica en la asamblea:
“Estaba caminando con mis hijos por el barrio, sin saber qué hacer y estaba aquella
puerta abierta (señala una de las puertas laterales), y yo vi que había un comedor y mis
chicos me decían mamá tenemos hambre, pero yo no podía pagar un plato de comida,
un “problema" político y social en el que se remarcaba, fundamentalmente, la definición de quiénes
tienen derecho y quiénes no a reivindicar las “ventajas" asociadas a la condición de ciudadano.
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me quedo mirando y le pregunto a una señora que estaba acá, señora cuánto cuesta el
plato de comida y me dice:- nada, somos un comedor comunitario-. Entonces me senté
acá con mis hijos y me pusieron pollo, mucha cantidad, no podía creer… Estaba Marcos
(uno de los dirigentes) que me dijo: -pase, pase,- y me empezó a preguntar si había
estado trabajando en los talleres, le dije que sí y que además me habían sacado de mi
casa…entonces me ayudaron, y así empecé aquí.”
A medida que algunas mujeres bolivianas comienzan a formar parte de las
relaciones de dar, tomar y devolver que se establecen en la asamblea, van adquiriendo
legitimidad y mérito para participar en la lucha política. Uno de los actos con una fuerte
carga significativa que generó el reconocimiento de algunas de estas mujeres en la lucha
política, por parte de los dirigentes y demás miembros de la asamblea, fue su
participación en la “ocupación” del lugar donde actualmente funciona la asamblea y su
actuación durante el primer desalojo policial. El desalojo de las fuerzas policiales se
convirtió en un punto de referencia importante para repensar la participación de las
mujeres bolivianas en el entorno de la asamblea. En este sentido, ya no se trataba sólo de
madres bolivianas que iban a darle de comer a sus hijos, sino de madres que con sus hijos
estaban dispuestas a dar protección y cuidado al “lugar”, demostrando coraje y “un
comportamiento ejemplar” resistiendo los embates policiales con sus hijos a cuesta.
En cuanto al interés de los miembros de la asamblea de Hércules por la llamada
lucha contra la explotación laboral en los talleres textiles no corresponde a un cuadro
preexistente de conflictos públicos entre patrones y empleados. Surge de la creación de
lazos sociales entre inmigrantes bolivianos y representantes de la asamblea que acudían a
comer al comedor popular y a solicitar la ayuda para solucionar sus trámites de residencia
o problemas de desalojo. La ayuda prestada en la asamblea fue generando un sentimiento
de confianza entre los pobladores de origen boliviano que permitió que muchos de ellos
testimoniaran sobre las precarias condiciones laborales en las que estaban insertos.
La falta de denuncia por parte de los trabajadores ante la justicia genera en los
miembros de la asamblea la necesidad de buscar “pruebas” de las condiciones
laborales en las empresas textiles, las cuales funcionan como un factor de convicción
para futuros reclamos judiciales. Entre los múltiples métodos de obtención de pruebas
que utilizan, destacan la realización de “cámaras ocultas” o la participación de mujeres
bolivianas de la asamblea como “testigos ocultos” de las condiciones laborales en
grandes empresas de ropa, con las cuales media una gran distancia y no existe ninguna
identificación personal. Así lo relata Ana, quien participó de estas acciones:
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“Cuando salieron algunas marcas a decir que tenían a todos en blanco, yo me metí a
trabajar en Kosioku ( nombre de una de las empresas denunciadas)… fui un día a una de
las fábricas y les dije que necesitaba trabajo pero que no tenía documento, me dicen:
“no importa” y me pusieron hacer unas medias y el horario era de las siete de la mañana
a las siete de la tarde, no me dijeron nada del sueldo… fue un día de prueba y otro más,
después ya no fui más, porque se veía lo que pasaba.”
Por otra parte, también realizan los llamados “rescates” de trabajadores en
determinados talleres textiles. Se trata de una acción que expresa el deseo por parte de los
miembros de la asamblea de lograr la “salvación” del trabajador de las consecuencias de
un sistema capitalista opresor que se desea subvertir, utilizando algunos de los
procedimientos legales vigentes. En este sentido, primero obtienen el consentimiento del
trabajador que será “rescatado”. Generalmente se trata de un conocido del lugar que
frecuenta el comedor y forma parte de las actividades de la asamblea. Luego, además de
contar con el asesoramiento legal de los abogados, los “dirigentes” establecen
negociaciones con algunos agentes institucionales (inspectores de trabajo), y recurren a
los medios de comunicación nacional. En varios de los “rescates”, dichos dirigentes
llaman a los inspectores de trabajo y les comentan la acción que están por realizar.
Haciendo uso de la ironía y la mofa les preguntan si quieren verlo desde su casa por
televisión, a riesgo de perder su puesto de trabajo, o estar en el lugar y establecer
constancia de las condicione laborales, para que ellos puedan denunciar ante la justicia y
así otorgarle legalidad a sus acciones.
En otras circunstancias la mediación jurídica y burocrática queda fuera de la acción
reivindicativa, y los miembros de la asamblea participan en la regulación de algunos
conflictos entre empresarios y trabajadores, por falta de pago o despidos improcedentes,
mediante las denuncias anónimas, con el objeto de provocar miedo y recordarles a los
empresarios cuáles son sus obligaciones. La justicia no se busca sólo en los tribunales
sino a través de los denominados “escraches”, basados en la idea de una sanción moral,
proveniente de los castigos a nivel de escándalo, la vergüenza, la humillación de quien
cometió la infracción (Foucault, 1986). La práctica del “escrache” está centrada en hacer
pública la identidad de una persona que ha cometido algún tipo de delito sin la
intervención de la justicia penal, mediante diversas escenificaciones públicas (pancartas,
bombos, gritos, en la puerta de su casa). Este tipo de manifestación pública ha sido
ampliamente utilizada en Argentina con el objeto de identificar a los responsables de la
dictadura argentina (Mir, 2008). Los miembros de la asamblea utilizan el “escrache” para
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identificar a empresarios y talleres en los que previamente pueden comprobar la
existencia de “trabajo esclavo”, y que no han sido sancionados por la justicia o las
administraciones locales, “marcándolos” ante a la sociedad.
Las estructuras de opresión: desafíos y limitaciones en la lucha colectiva
En el caso de las mujeres bolivianas que participan en la asamblea combinan, en
un primer momento, un interés por la supervivencia de sus hijos y sus familias junto
con un cuestionamiento de las explicaciones comunes sobre sus motivaciones para
sumarse a la lucha de la asamblea y el desarrollo de una perspectiva crítica del mundo
en el que viven (Sthepen, 1997; Lind, 1992). Aunque el punto de partida fuese el dar
de comer a sus hijos, las mismas se convierten en una amenaza para muchos
compatriotas “talleristas” y para las “grandes marcas” de ropa. Las denuncias contra la
explotación laboral en los talleres han derivado en otras acciones reivindicativas en las
que también muchas de estas mujeres participan vivamente (protestas o “tomas” contra
la explotación laboral infantil, el trabajo en las granjas, la “trata de mujeres”, etc.).
En este contexto, dichas mujeres han podido conectar su experiencia personal
con otras experiencias, ver similitudes y organizarlas en las categorías significantes de
carácter colectivo, como por ejemplo “inmigrantes ilegales” o “trabajadores
explotados”. Dichas categorías les permiten expresar diversos aspectos de la vida
cotidiana que se perciben como injustos. Por ejemplo, esto puede observarse cuando
Marta intenta explicarme el proceso de desalojo de sus casas que sufrieron ella y otras
compañeras bolivianas de la asamblea:
“Nosotros venimos como ilegales, venimos engañados y entonces nos pasan estas cosas,
tenemos que vivir así.”
En este caso, al utilizar la primera persona del plural, ella liga su situación
personal y la de sus compañeras a una causa reconocida y constituida oficialmente, la
de los “inmigrantes ilegales y engañados”, que le otorga cierto valor.
También han adquirido un “conocimiento práctico” en el que aprendieron a
enfrentarse con la autoridad, el cual les permite orientar sus intervenciones. Este
conocimiento las colma de orgullo, ya que es una forma de mostrar su coraje y ser
reconocidas como “mujeres luchadoras” y “comprometidas” ante el resto de los
miembros de la asamblea.
Ahora bien, los nuevos saberes que permiten darle sentido a la luchas colectivas
contra “la esclavitud en los talleres” se construyen a diferencia de otros integrantes de
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la asamblea, sobre la represión de una serie de lazos familiares de proximidad, apego y
de carga afectiva que en más de una ocasión resulta difícil renunciar y siempre pueden
regresar (Boltanski, 2000). Las mujeres que han trabajado en los talleres de familiares
o conocidos del lugar de origen relatan cómo su participación en las reivindicaciones
colectivas suele estar asociada a la no denuncia de su antigua situación de “explotación
laboral” ante las instituciones judiciales. Así lo pone de manifiesto Mónica:
“Mi marido me dice vos andá a todo eso (el trabajo en la asamblea), pero no denunciés
nada, no te metas en problemas…Mis padres entienden pero… cuando estaba decidida a
denunciar mis padres me dijeron que no denuncie, que piense que es la tía de tu marido,
me decían…Ellos sabían lo que estaba pasando por televisión. Yo hablé con mi papá
luego y le expliqué lo que pasaba….Ellos me decían que entienden, que progrese pero
que piense lo que hacía y que no descuide a los chicos.”
Con respecto a este tema, Ana, quien como hemos destacado estuvo mucho
tiempo trabajando para el marido de su hija bajo precarias condiciones laborales,
comenta:
“Yo no voy a denunciar, por mis nietos y mi hija, pero decidí que iba a luchar para
denunciar lo que estaba pasando, como dijo el otro día el cardenal Bergoglio (actual
Papa Francisco I), no tenemos que tener odio, solo pedimos justicia y como lo hacemos
está bien, eso es lo que yo quiero.”
Una forma de escapar al desgaste y a los efectos emocionales de una posible
denuncia ante las instancias judiciales es recurrir a los actos basados en la justicia
popular y pública que se desarrolla en la asamblea, en los se hace referencia a causas
colectivas (“trabajadores esclavos”, “empresarios explotadores”), en cuyo nombre
están autorizadas a expresarse. Esto permite dignificar el esfuerzo que han realizado
en los talleres textiles en unas condiciones de maltrato y de humillación social, pero a
la vez mostrar cierta dependencia hacia las obligaciones familiares, expresadas bajo la
lógica del sentimiento y el deber, que permiten asegurar la ausencia de denuncias
individuales.
Cabe tener en cuenta que la manifestación de estas conductas basadas en la
dependencia emocional no es producto de la falta de conciencia en lo referente a la
opresión. Tampoco de determinadas características psíquicas comúnmente asignadas a
los sectores subalternos, especialmente a las mujeres que configuran dicho sector
(Juliano, 2000), sino a la incorporación de esquemas de percepción y disposiciones a
respetar, admirar y querer que adiestran su cuerpo y ser social (Bourdieu, 1999). En
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este sentido, cualquier tentativa de transformar dichas creencias y disposiciones
mediante la conciencia choca con la resistencia de los afectos y las tenaces llamadas al
orden del “espíritu familiar”. Unas “llamadas al orden” que, si dichas mujeres no
cumplen, puede implicar ser sancionadas con el desprecio (no volver a ver a los hijos o
nietos, tener un conflicto con el esposo y los hijos, el abandono, etc.).
En su lucha política diaria no pueden evitar el hostigamiento y el insulto que
sufren en los espacios públicos (autobuses, aceras, colegios donde asisten sus hijos) de
los denominados “compatriotas bolivianos” o propietarios de talleres textiles
cuestionados o acusados de “explotación”, que las consideran “traidoras” ante la
“comunidad de bolivianos” y “vendidas a los argentinos”. De este modo, son
increpadas y amenazadas por no comportarse como “auténticas mujeres bolivianas”, lo
cual pone en duda su pertenencia nacional. Algunos de estos empresarios creen que las
mujeres bolivianas de la asamblea han sido utilizadas y manipuladas por los
“argentinos” y “no saben lo que hacen”. Se establecen así una serie de estereotipos
con el objeto de desprestigiar su lucha cotidiana y lograr la vuelta al hogar,
considerado su lugar “natural”, el cual las convierte en mujeres dependientes, noracionales y fácilmente manipulables. Esta situación de desprestigio también recae
sobre los maridos de dichas mujeres, poniendo en cuestión los significados atribuidos
a lo “masculino”, sus códigos de honor y virilidad, especialmente en los lugares de
encuentro de los miembros de “la comunidad boliviana”, como son los campos de
futbol del barrio durante los fines de semana. De esta forma, los “compatriotas
talleristas” increpan a los esposos de estas mujeres por la falta de “control” que tienen
sobre ellas al permitir su participación en la asamblea con el objetivo final de “poder
engañarlos con otros hombres”. En este caso, los “chismes” sobre el engaño forman
parte de una de las estrategias más comunes para denostar la participación política de
las mujeres bolivianas frente a sus maridos.
Por otra parte, las mujeres bolivianas que llevaban a sus hijos al colegio hacían
referencia a los insultos que recibían por su lucha contra la “explotación laboral en los
talleres” de parte de otros padres de origen boliviano relacionados con los “talleristas”,
o a través de sus hijos e hijas que le trasmitían las críticas de sus compañeros. En una
ocasión una de las ellas, me contó que su hijo había sido agredido e insultado durante
el recreo por sus actividades en la asamblea. Preocupada por su reacción, le preguntó
cuál había sido su actitud y se encontró con una respuesta sorprendente por parte de
su hijo:
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“No te preocupes mamá, yo me puse a jugar, no les dije nada, ellos son muchos y los
hijos de costureros somos pocos.”
En términos generales, la participación de las mujeres bolivianas de sectores
populares en la asamblea es importante, en la medida en que representan los intereses
de un colectivo y son reconocidas por su capacidad de acción, pero no suficiente para
superar la subordinación dentro del campo político, ya que, en la mayoría de los casos,
es precisamente la especial articulación entre las actividades domésticas (cuidado de
los hijos, alimentación diaria) y el trabajo en la cooperativa textil llevado cabo en el
interior de la asamblea lo que les permite realizar las actividades “políticas", muchas
veces bajo un desgaste individual que las conduce al agotamiento.
Algunas estas mujeres representan y legitiman sus prácticas cotidianas dentro de
la asamblea asumiendo ciertos valores hegemónicos del campo político, los cuales
reproducen una definición particular del género en política, donde son los hombres
“expertos” en hacer política los que hablan y proponen en los momentos del
enfrentamiento, durante las protestas, los conflictos, etc. y las mujeres las que hacen,
ofrecen, entregan y se vuelven imprescindibles ( “si no la hacemos nosotras quién lo
hace”)3. De este modo, ellas encarnan el “comportamiento ejemplar” exigido para
permanecer en el lugar ocupado, basado en el sacrificio, la responsabilidad y la
abnegación, atributos asociados culturalmente a los roles de mujer-madre, que propicia
una subjetividad femenina en política basada en la idea de “mujer omnipotente”. Una
subjetividad que las convierte en vulnerables ya que en muchos casos implica asumir
una sobrecarga de exigencias que no todas pueden sobrellevar no sólo por el deterioro
personal sino también de los lazos sociales, que se vuelven fundamentales para
enfrentar las situaciones de precariedad en la que se encuentran insertan.
En el caso de estas mujeres, al igual que se ha destacado en otros trabajos
etnográficos sobre género y política en los sectores populares (Sthepen, 1997;
Narotzky, 2006; Moore, 2004), es posible observar cómo, si bien obtienen nuevos
espacios de autonomía y lucha, no dejan de hacer frente a los problemas creados por
las estructuras de la desigualad de género, de clase y étnicas, reproducidas en las
prácticas cotidianas y políticas.
Exceptuando la presencia cotidiana de la esposa de uno de los principales “dirigentes”, que también
trabaja en la cooperativa textil y es considerada una “militante” de referencia para los integrantes de la
asamblea, el resto de hombres y mujeres “vecinos” del lugar o simpatizantes de otros barrios efectúan
una aparición esporádica a las reuniones de la asamblea, marchas y acciones de protestas organizadas.
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