INTRODUCCIÓN La teoría sociológica de los últimos treinta años, junto con la investigación en neurociencia y biología, permiten afirmar que es posible y necesario abordar los fenómenos sociales otorgando un papel importante al estudio de las emociones. Pero esto no siempre ha sido así. El intento por construir una sociología positiva lo pone en evidencia. La propuesta de Augusto Comte por refrenar las inclinaciones de la infancia para regular el interior del ser humano y así lograr “que el hombre acceda a la humanidad” (Muglioni, 1996), la importancia que otorga al catecismo que propone, o la función que atribuye a las madres, podrían ser una muestra clara de la preocupación del autor por limitar, anular o excluir las emociones como parte importante del comportamiento humano. Los estudios de Max Weber sobre algunas religiones como el cristianismo protestante, el budismo, el confucionismo y el antiguo judaísmo sirven de marco para explicar cómo algunos valores y creencias constituyeron un sustrato ético-social (que no necesariamente religioso) que se imprimió de alguna manera en las sociedades, provocó una serie de comportamientos y facilitó el desarrollo de determinados modelos económicos. En este sentido, el trabajo más cercano, por ser el mejor conocido y estudiado por nosotros, es el relativo a la ética protestante y el espíritu del capitalismo (Weber, 1958/1985). En él se puede observar cómo valores tales como la austeridad o el sacrificio facilitaron el ahorro; también la profesión vista como vocación o llamada divina, o el éxito económico, como señal de aprobación y recompensa, sentaron los cimientos (en parte emocionales) para el desarrollo del capitalismo en los Estados Unidos. Cuando Eduardo Bericat escribe sobre el “enigma emocional del capitalismo” (Bericat, 2001), sostiene la importancia de un modelo que contemple valores, creencias y emociones. Analiza el estado emocional de los individuos a través de sentimientos como la angustia o la tristeza, que a su vez relaciona con la humillación y la vergüenza, introducidos en el seno de la cultura estadounidense a través del calvinismo puritano. Hagamos una revisión del concepto de “comprensión endopática” que Weber expone en la introducción de su obra Economía y Sociedad (Weber, 1922/1964), cuando desarrolla los conceptos sociológicos fundamentales y fundamentos metodológicos de su obra. 1 En primer lugar, otorga un lugar relevante a las emociones cuando propone la “evidencia afectiva” en plano de igualdad con la de carácter racional como evidencia científica de la comprensión. En segundo término, con relación a la construcción del concepto de acción social, plantea que el sujeto enlaza un sentido subjetivo a su acción (el “sentido mentado” de la acción, en ningún caso justo o verdadero), sentido siempre referido a la conducta de otros y acción orientada por las acciones de otros. Seguidamente, cuando profundiza en la explicación sobre la comprensión (Verstehen), Weber se plantea el desafío de interpretar intelectualmente a través de “conexiones de sentido” (evidencia racional) y “conexiones de sentimientos” (evidencia endopática de la acción) que, en este caso, el sociólogo realiza sin tener necesidad de haber vivido exactamente la misma experiencia que el individuo, de la manera más cercana posible. Cuando se refiere a los tipos ideales, plantea que éstos son propuestos como instrumento metodológico que permite comprender la acción real, influida de irracionalidades de toda especie (afectos y errores). Expresa que el esfuerzo racional en ningún caso debe ser tomado como un prejuicio racionalista de la sociología sino solo como un mero recurso metódico; aunque advierte del peligro de interpretaciones racionalistas en lugares inadecuados. Y lo lamenta cuando dice: “No puede negarse la existencia del peligro de interpretaciones racionalistas en lugares inadecuados. Toda la experiencia confirma, por desgracia, ese aserto” (Weber, 1922/1964: p. 7). Hacemos esta revisión con el propósito de aportar una nueva mirada el concepto de “comprensión endopática” de Weber y proponer otro (o más bien recuperar y actualizar la traducción del original), que desde nuestra perspectiva parece más ajustado y esclarecedor para la investigación sociológica actual. A la luz de la revisión de la traducción del término original que se desprende de recientes análisis filosóficos (Infante del Rosal, 2012), los estudios de la neurociencia (que analizaremos más adelante) y nuestra propia experiencia, proponemos incorporar el concepto de “comprensión empática” ya que, a nuestro modo de ver, reviste una mayor claridad, cercanía y actualidad que el de comprensión endopática, además de absoluta vigencia para los estudios sociológicos desde la perspectiva de las emociones y los afectos. En palabras de Weber: “Muchos afectos reales (miedo, cólera, ambición, envidia, celos, amor, entusiasmo, orgullo, venganza, piedad, devoción y apetencias de toda suerte) y las 2 reacciones irracionales (desde el punto de vista de la acción racional con arreglo a fines) derivadas de ellos, podemos “revivirlos” afectivamente de modo tanto más evidente cuanto más susceptibles seamos de esos mismos afectos; y en todo caso, aunque excedan en absoluto por su intensidad a nuestras posibilidades, podemos comprenderlos endopáticamente en su sentido, y calcular intelectualmente sus efectos sobre la dirección y los medios de la acción.” (op.cit.). Resulta interesante profundizar en la lectura de otros clásicos de la sociología y preguntarse qué lugar ocupaban las emociones en el desarrollo de sus aportaciones y la construcción de sus teorías. Durkheim y las formas elementales de la vida religiosa, o sus estudios sobre el suicidio. Marx y la construcción de lo concreto inteligible como síntesis de múltiples determinaciones; el lugar que ocupan las intuiciones y representaciones en la elaboración de conceptos, cuando explica en detalle el método de la economía política en un texto quizás poco conocido, aunque central en su obra, y muy esclarecedor como son los Grundisse (Marx, 1953/1973: pp. 20-30). También Engels (Marx, K. y Engels, F., 1890/1980: pp. 717-719) reflexiona acerca del juego de acciones y reacciones que, de manera dinámica, ejercen mutua influencia entre la base (producción y reproducción de la vida real, o situación económica) y la superestructura. Cuando se refiere a ésta, incluye las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, las formas jurídicas, y también el “reflejo de todas esas luchas reales en el cerebro de los participantes”; las “teorías” políticas, jurídicas y filosóficas; las “ideas religiosas” y el desarrollo ulterior de éstas. Incluso hace referencia a la tradición “que merodea como un duende en las cabezas de los hombres”. No pretendemos afirmar que en la sociología clásica exista una oculta teoría de las emociones. Sin embargo, podría resultar interesante para el desarrollo actual de la disciplina, preguntarse por el papel que ocupan emociones, afectos, creencias y valores en los planteamientos de estos autores, y hacer una nueva lectura desde esta perspectiva. Como dice Eduardo Bericat: “Los estudios sobre la estructura teórica de cualquier teoría sociológica resultan a la postre ininteligibles si no se consideran las emociones implicadas en los fenómenos sociales que tales teorías tratan de explicar o comprender” (Bericat, 2001). 3 LA HERENCIA DE LA FILOSOFÍA. PLATÓN Y DESCARTES Es posible ir más atrás y preguntarse por la base filosófica de algunas religiones, del racionalismo o el positivismo, para intentar comprender la influencia que éstos han tenido en el tratamiento de las emociones y su exclusión de la vida social. Afirmaciones que sostienen que “somos seres racionales”, que hay que ocultar o reprimir las emociones negativas, que el ser humano posee un cuerpo, al que es necesario doblegar, y un alma eterna que se encontrará con dios, en la actualidad siguen vigentes y arraigadas en algunos ámbitos del conocimiento, la ciencia y la cultura. Es por este motivo que se considera necesario hacer un recorrido que, aunque no sea exhaustivo, permita localizar e identificar algunos antecedentes de dichos conceptos y creencias para poder reflexionar acerca de ellos. Platón sostiene que el alma es inmortal debido a que se encuentra en movimiento eterno, al igual que el universo. A través de este movimiento el alma puede acceder a la sabiduría y la inteligencia, y ésta constituye la única forma de inmortalidad. Solo cuando no logra controlar a la voluntad y los deseos sensibles -cuando fracasa-, se encarna en un cuerpo mortal. En el diálogo con Filebo (Platón, 1992), se presenta el alma a través de la metáfora del auriga. Se contrapone el placer, el disfrute y el gozo, a la prudencia y el intelecto. En este diálogo, Sócrates hace una alegoría sobre la naturaleza del alma en movimiento, asemejándola a un par de caballos alados que son guiados por un auriga, también alado. Diferencia el caso de los dioses del de los humanos. En este último, los caballos y el auriga son de distinta naturaleza. El auriga representa al alma racional, inmaterial e inmortal y debe dominar a los caballos, que representan el “alma irascible” (llena de voluntad y valor) y el “alma concupiscible” (en la que se alojan los deseos sensibles). El desafío del auriga consiste en controlar a los caballos cuando oponen resistencia. Si lo consigue, logrará llegar al lugar donde el alma puede encontrar las ideas que constituyen su único alimento y que solo pueden ser contempladas por la inteligencia: justicia, prudencia y conocimiento. Los aurigas (las almas racionales de los hombres) que no logran dominar a sus caballos (voluntad y pasiones), pierden sus alas. Es entonces cuando el alma se desploma y se encarna en un cuerpo mortal (Lisi Bereterbide, 2005). 4 La claridad con la que René Descartes expresa que no hace falta recurrir a ninguna observación sofisticada para conocer la naturaleza de las pasiones ya que los seres humanos “las sienten en su cuerpo”; la importancia que otorga a la necesidad de controlarlas para diferenciarse y elevarse por encima de los animales; o la explicación que da del movimiento de los músculos y los sentidos, que dependen de los nervios, cuando dice que son “como unas cuerdecitas o tubitos que salen del cerebro” y contienen, al igual que éste, “cierto aire o viento muy sutil que se llama los espíritus animales” (Descartes, 1649: Art. 7), son elementos suficientes para animar a quien tenga inquietud por ahondar en la filosofía de las emociones, a que lea con detenimiento su Tratado de las pasiones del alma. Solo haremos dos apuntes sobre Descartes. El primero refiere a una de las mayores contribuciones a la Historia de la Filosofía occidental basada en su afirmación: “Pienso, luego existo” (Je pense, donc je suis, de 1637 o Cogito ergo sum, de 1644) que, tomada en sentido literal, sugiere que el pensar y la conciencia del pensar son los sustratos reales del ser (Damasio, 1994/2008), acentuando la separación y ruptura entre el pensar y el sentir. El segundo, tiene relación con la división, la contraposición y oposición entre el cuerpo perecible y la mente (o el espíritu) inmortal. Afirmaciones del tipo: “El cuerpo humano puede fácilmente perecer, pero el espíritu o alma del hombre (no distingo entre ambos) es por naturaleza inmortal” (Descartes, 1641). O como afirma en su Tratado: “Ningún sujeto obra más inmediatamente contra nuestra alma que el cuerpo al que está unida”, han contribuido a fijar en la Filosofía y en las Ciencias creencias que han alimentado una visión fragmentada del individuo, quizás porque no han sido lo suficientemente reflexionadas un par de siglos atrás, o porque no había evidencia suficiente para rebatirlas más allá de la retórica. Aunque son términos que en teología están ampliamente discutidos y revisados (no así en la religiosidad popular), el “espíritu de concupiscencia”, expuesto por San Pablo (Rm.7, 7-10), o el “hermano cuerpo”, que debía ser castigado como “bestia mala y perezosa que se niega a llevar la carga”, si se comportaba de manera somnolienta y negligente ante “la oración, las vigilias y otras buenas obras del alma”, al que hace referencia Francisco de Asís en la Leyenda de Perugia (de Asís, 1978: LP, 120), son solo dos ejemplos de esta arraigada noción que establece al cuerpo como centro de una sensibilidad limitante, distinto del alma, que está destinada a alcanzar fines superiores. 5 SOCIOLOGÍA Y EMOCIONES Como punto de partida para un estudio profundo, referencia en España en la elaboración de un panorama de la sociología de las emociones, el trabajo de Eduardo Bericat resulta una lectura imprescindible. Tanto la síntesis que realiza de los planteamientos de Scheff, Hochschild y Kemper, como la propuesta de tres líneas de trabajo en el ámbito de la sociología “cuyo objeto consiste en estudiar la realidad emocional de los seres y las estructuras sociales”; a saber: La sociología “de” la emoción, la sociología “con” emociones y la emoción “en” la sociología (Bericat, 2000), o su trabajo empírico sobre la comunicación en la sociedad del riesgo (Bericat, 1999), constituyen una referencia a ser tomada en cuenta en el momento de avanzar en el campo de la “sociología de las emociones”. Bericat define su finalidad como “el estudio de las emociones haciendo uso del aparato conceptual y teórico de la sociología (...) aplicada a la amplísima variedad de afectos, emociones, sentimientos o pasiones presentes en la realidad social”. También analiza algunas cadenas emocionales en el comportamiento humano como: miedo-ansiedad, orgullo-vergüenza-ira; y desarrolla el concepto de “familia emocional”, básico para analizar emociones primarias y secundarias. Para comprender cómo operan las emociones en el comportamiento social, resulta interesante el análisis que realiza sobre la teoría sociológica de la vergüenza de Scheff, especialmente reprimida por la sociedad contemporánea, más aceptada en la niñez que en la edad adulta. Describe la cadena que se da en relación con esta emoción, concretamente la relación vergüenza-ira-aumento de la vergüenza. En este mismo sentido, es relevante la explicación que da acerca de los conflictos interminables, que suceden cuando la vergüenza es reprimida y negada, y entonces se genera un círculo vicioso en la discusión que hace imposible resolver el conflicto, tanto en el seno de la familia como de la sociedad, o entre naciones (Bericat, 2000: p.172). Otro concepto que merece ser destacado es el de “gestión emocional” de Hochschild, a través de la cual los individuos intentan modificar sus estados emocionales, no por la mera represión sino por el conocimiento, incluso la evocación, de sentimientos deseables que inicialmente estaban ausentes (Bericat, op.cit.: p. 161). Un último elemento a tener en cuenta, y que para nosotros merece especial atención, es la contribución de Enrique Gastón (Gastón, 1997: p.132) relativa a la confusión y dificultad que se ha 6 tenido para lograr consensos referidos a la definición del término emociones. En la revisión que realiza acerca de este tema en los campos de la sociología y psicología resalta la “ambigüedad al abordar las emociones” y atribuye dicha falta de claridad al “escaso avance de la ciencia” en este campo. Esta toma de conciencia de la importancia del sustrato científico del abordaje sociológico de las emociones que pone de manifiesto Gastón, constituye un punto clave para el desarrollo del presente trabajo. Vincular con seriedad y rigurosidad el quehacer sociológico a los avances de la biología y la neurociencia, libera, desde nuestro punto de vista, a las ciencias sociales de la mera elucubración o la simple –aunque estimulante- especulación intelectual. Hurgar y buscar en la neurociencia y la biología evidencias acerca de la química y la física del cerebro, las conexiones neurales y los neurotransmisores a través de la investigación de los últimos treinta años, constituye un desafío y una fuente de claridad para toda disciplina que intente estudiar el comportamiento humano incorporando el factor emocional. NEUROCIENCIA, BIOLOGÍA Y SOCIOLOGÍA El vertiginoso avance tecnológico ha permitido desarrollar instrumentos cada vez más sofisticados a través de los cuales es posible observar y conocer el cerebro en seres humanos que están vivos y no exclusivamente a partir de realizar autopsias, como en el pasado. Es así como a lo largo de las últimas décadas, se ha podido estudiar el cerebro en movimiento, con individuos respondiendo a conversaciones y estímulos diversos. Fue a partir de estos estudios que la neurociencia y la biología pudieron avanzar y comenzar a responder algunas de las preguntas que filósofos y sociólogos se habían hecho a lo largo de la Historia, tímidamente quizás, debido a su preocupación por no alejarse demasiado de la ciencia positiva. Como dice Antonio Damasio: “Los sentimientos son la base de lo que los humanos han descrito durante milenios como el alma, o espíritu humano” (Damasio, 1994/2008). Los trabajos de Antonio Damasio, Humberto Maturana y Candace Pert, son algunos de los que aquí se proponen como relevantes para profundizar en el campo del conocimiento de las emociones y los sentimientos. 7 Qué son las emociones ¿Quién no se ha ruborizado alguna vez o ha sentido cómo corría un escalofrío por su espalda? ¿Quién no ha experimentado palpitaciones en la garganta o sudoración en las palmas de las manos? Ese nudo en la garganta o en la boca del estómago, la presión en el pecho, la sensación que se siente como un puñal clavado en la espalda, o el dolor punzante en un ojo. Infinidad de sensaciones que carecen de trascendencia médica, que ocurren de manera involuntaria y que algunas veces resultan tan molestas que se hace imprescindible intentar “eliminar, apaciguar o calmar” a través de las más diversas técnicas. Ésas, son emociones. Según Damasio, las emociones son el conjunto de cambios que tienen lugar a la vez en el cerebro y en el cuerpo, y habitualmente son producidos por un determinado contenido mental. Son viscerales, espontáneas y muchas veces visibles ya que alteran el ritmo cardíaco o los valores de hormonas en sangre. En algunos casos se perciben como calor, palpitaciones o temblores. Son inconscientes e involuntarias y pertenecen al ámbito del “mundo interior”. Pueden ser desencadenadas tanto por el entorno como por pensamientos o recuerdos. Preceden a la razón y ocurren en el cuerpo. Forman parte indispensable del funcionamiento del cerebro y son indisociables de la racionalidad. Ante un peligro, por ejemplo, el miedo primero se percibe como calor, palpitaciones o temblores. Después se afirma la conciencia real del miedo y es ahí cuando es posible indagar su causa. Las investigaciones de Candace Pert (Pert, 1997) han contribuido al cambio de paradigma en la integración mente-cuerpo, y aquí las emociones juegan un papel muy importante. En sus investigaciones iniciales, Pert descubrió receptores de endorfinas y opiáceos localizados en las membranas de las células. Éstas son receptoras, a través de un sistema de ligazón, de unas moléculas complejas que denomina “neuropéptidos” (neurotransmisores, péptidos y hormonas), estrechamente vinculadas a las emociones. Inicialmente sostuvo que estas “moléculas de emoción” eran generadas por el cerebro. Investigaciones posteriores (Pert, 2012) demostraron que existen otros puntos nodales, además del cerebro, que se localizan en otras partes del cuerpo y que también generan péptidos que circulan a través del torrente sanguíneo. Por lo que el cerebro es solo un punto de entrada más de la red psicosomática a través de la cual se controla la comunicación intercelular en el cerebro y 8 en el cuerpo, sin jerarquía de nivel de uno sobre otros. Los estudios que se citan han demostrado que los neuropéptidos tienen muy estrecha relación con las emociones. En los trabajos más recientes presentados en el 23º Congreso de Psicosomática de 2012, Pert vuelve a nombrar las “moléculas de emoción” y las denomina “moléculas de conciencia”. Y explica el porqué: Los últimos estudios indican que estas moléculas poseen una función doble, física y psicológica, y conectan al cuerpo y el cerebro en una vasta red de comunicación que coordina el interior del sistema cuerpo-mente. Entre la infinidad de neuropéptidos analizados en sus estudios, destaca las quimioquinas que, además de los hallazgos realizados en 1980 acerca de la incidencia en la inmunidad (op.cit., 2012), crean estados alterados de conciencia, con diversas emociones, recuerdos y psicologías, para dar vida a los estados psicológicos (Pert y Ruff, 2012). Asistimos a un periodo de gran desarrollo de la investigación en este campo y será menester que sigamos con mucha atención los hallazgos que ésta aporte. Resulta apasionante profundizar en este tema y, como muestra de ello, queremos divulgar el último acuerdo que comunicó la Dra. Pert en mayo de 2012 acerca de la importancia de los pensamientos con relación a la inmunidad y la producción de nuevas neuronas: “Apenas en los últimos meses, los científicos se han puesto de acuerdo en este punto. Al contrario de la creencia popular, no dejamos de producir neuronas cuando somos adultos. ¡Esto es absurdo! Cada día creas nuevas neuronas, y a menudo llegan directamente desde tu médula espinal! Por lo tanto, estate atento a lo que dices y piensas. Los pensamientos son muy, muy potentes! Pienso que lo que los Budistas comprendieron hace 2000 años, nosotros estamos llegando a comprenderlo ahora (Pert, 2012).” Qué son los sentimientos Con relación a este tema, resulta esclarecedor el planteamiento de Damasio. Él define los sentimientos como la percepción consciente, articulada de acuerdo a los parámetros culturales locales de representación y expresividad, de los cambios que ocurren en el cuerpo (es decir, de las emociones). Y en la línea de intentar dar un sustrato neurocientífico a las reflexiones acerca de las creencias, los valores y la capacidad de trascendencia, explica que sería la conciencia la que permitiría el acceso a la verdadera felicidad, incluso a la posibilidad de trascender del ser humano. 9 Hagamos una última referencia a la biología. Un apunte sobre la investigación del biólogo chileno Humberto Maturana. La investigación por él realizada concluye que los humanos “somos seres emocionales” que, además, tenemos capacidad de reflexionar y tomar decisiones, de razonar y generar argumentos. Las emociones son la base del dominio en donde se producen las acciones sociales, la aceptación del otro, la convivencia y la colaboración (Maturana, 1990: pp.26 y ss.). Y dado que toda acción humana se fundamenta en una emoción y todo sistema social tiene un fundamento emocional, entonces, no somos seres racionales sino emocionales (Maturana, 1997). Lo hasta aquí expuesto pretende dejar en evidencia la importancia que revisten las emociones en el estudio y la comprensión del comportamiento humano, y aportar elementos que justifiquen la fuerte conexión que existe entre los fenómenos neurocientíficos y biológicos con los fenómenos sociales, como sugería Enrique Gastón. En ningún caso se pretende reducir éstos a aquellos. En todo caso, es en este punto, cuando el rol de la sociología se torna decisivo para la reflexión y comprensión de los fenómenos sociales. Cuando las emociones dejan de ser elementos peligrosos que deben ser controlados, negados, reprimidos o adormecidos, para ocupar un lugar central en la comprensión del comportamiento humano. Ramón Ramos, realiza un recorrido a través de la tragedia griega que resulta un verdadero disfrute para toda persona que tenga interés en este género literario. En su trabajo propone una nueva categoría, “homo tragicus”, y subraya que las características que ésta reviste podrían servir como soporte para nuevos desarrollos en la teoría de la acción (Ramos, 1999: p. 235). Tomamos su trabajo como fuente de inspiración para proponer e introducir la categoría “homo emotionalis”, a nuestro modo de ver, imprescindible en el desarrollo de una sociología comprensiva, que tome en cuenta las emociones como sustrato en el que se producen las acciones sociales. UNA SOCIOLOGÍA COMPRENSIVA DE LAS EMOCIONES Al analizar el pensamiento de Weber en sus fundamentos metodológicos, ha quedado expuesta la necesidad de una sociología abocada a la comprensión empática del individuo. A lo largo de este trabajo se han presentado evidencias surgidas de la investigación en neurociencia, de la íntima 10 relación que existe entre emociones, acciones y decisiones humanas, entre cuerpo y mente, y entre pensar, actuar y sentir. En alguno de los trabajos citados se hace alusión a la necesidad de centrar la atención en el individuo como “actor sintiente” (Bericat, 2000) por parte del observador. Ahora bien, es momento de hacerse nuevas preguntas. ¿Cómo dar el paso hacia la comprensión empática? ¿Dispone la sociología de recursos suficientes para avanzar en este sentido? Si bien es cierto que, como dice Weber, “no es necesario ser César para comprender al César”, es decir que para comprender los sentimientos del actor sintiente, no es necesario que el investigador tenga que haber vivido o experimentado lo mismo que aquél, ni del mismo modo. Sin embargo, sería interesante plantearse si para comprender empáticamente es necesario conocer, comprender y poder conectar con los propios sentimientos y emociones. En este punto cabe proponer una sociología que también tome en cuenta y asuma los afectos del investigador, como “investigador sintiente”, para poder comprender empáticamente al sujeto-objeto de investigación. Es entonces cuando planteamos si incorporar la subjetividad y la afectividad (entendida como emociones y sentimientos) del investigador aumenta la reflexividad, la intuición y la creatividad (Brezinski, 1993), así como la calidad de la observación. Contribuye a hacer consciente lo inconsciente, que existe a pesar de que se intente negar o controlar, además de ejercer mayor presión sobre el punto de vista del observador cuanto menos conciencia éste tiene acerca de su existencia. “He advertido hace ya algún tiempo que, desde mi más temprana edad, había admitido como verdaderas muchas opiniones falsas, y que lo edificado después sobre cimientos tan poco sólidos tenía que ser por fuerza muy dudoso e incierto; de suerte que me era preciso emprender seriamente, una vez en la vida, la tarea de deshacerme de todas las opiniones a las que hasta entonces había dado crédito, y empezar todo de nuevo desde los fundamentos, si quería establecer algo firme y constante en las ciencias. Mas pareciéndome ardua dicha empresa, he aguardado hasta alcanzar una edad lo bastante madura como para no poder esperar que haya otra, tras ella, más apta para la ejecución de mi propósito; y por ello lo he diferido tanto, que a partir de ahora me sentiría culpable si gastase en deliberaciones el tiempo que me queda para obrar. Así pues, ahora que mi espíritu está libre de todo cuidado, habiéndome procurado reposo seguro en una apacible soledad, me aplicaré seriamente y con libertad a destruir en general todas mis antiguas opiniones.” Descartes, 1641 11 BIBLIOGRAFÍA Bericat Alastuey, Eduardo (1999). “El contenido emocional de la comunicación en la sociedad de riesgo. Microanálisis del discurso”, en Reis: Revista Española de Investigaciones Sociológicas nº 87, pp. 221-253. Bericat Alastuey, Eduardo (2000). “La sociología de la emoción y la emoción en la sociología”, en Papers: revista de sociología, nº 62, pp. 145-176. 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