PROYECTO DE RECONSTRUCCIÓN DEL SOCIALISMO ESPAÑOL APORTACIÓN DE LA CORRIENTE DE OPINION DE IZQUIERDA SOCIALISTA AL XXXV CONGRESO FEDERAL DEL PSOE Enero 2001 SUMARIO 1. Diagnóstico de la situación interna ……………………………… 3 2. El socialismo en el siglo XXI …………………………………….. 7 3. Desafíos del socialismo español ………………………………… 15 3.1. El mito del centro: el viaje a ninguna parte ……………. 15 3.2. La convergencia estratégica de la izquierda plural ….. 17 3.3. Nuestro proyecto político ……………………………….. 19 3.4. Nuestro proyecto de Estado ……………………………. 24 4. Modelo de partido ………………………………………………… 27 2 1 1. Diagnóstico de la situación interna. Los casi ocho millones de votantes del PSOE deben percibir inequívocamente que estamos decididos a cambiar y a afrontar con valentía y rigor los errores del pasado. El respeto a las bases de apoyo social que han mantenido el voto en circunstancias tan adversas nos obliga a abordar modificaciones orgánicas, un debate ideológico que conjugue armónicamente las necesarias innovaciones y las señas de identidad que configuran la memoria histórica del socialismo español, y la superación de las rivalidades internas basadas en personalismos. En el anterior Congreso Federal, tras la primera derrota electoral que sufría el PSOE después de trece años y medio de haber ejercido la responsabilidad de gobernar, decíamos que si queríamos construir una alternativa de progreso que movilizase a la mayoría de la sociedad, debíamos realizar, en primer lugar, un balance certero sobre dicha gestión; en segundo lugar, hacer el partido más ágil y atractivo a la sociedad, especialmente a sus sectores más dinámicos; y, por último, recuperar la credibilidad ética y programática del proyecto socialista. Nada de eso, a nuestro juicio, se ha hecho bien. ¿Qué necesita entonces el PSOE?. ¿Cuáles son los errores que nos han conducido a la crisis que padecemos? ¿Qué le hace falta al socialismo español para recuperar la base social de izquierda? Estas son las cuestiones cruciales que debe afrontar el partido y no 3 1 vale ya, como sucedió anteriormente, insinuar aquello de «Aquí no ha pasado nada». Reducir la crisis del PSOE a una crisis de liderazgo no sólo significa falsear el problema, sino algo más grave: no querer asumir la realidad, negarla de plano. El peligro de este congreso es que salgamos diciendo «Seguimos igual». Ya no es hora de paños calientes, pues la herida es profunda y la enfermedad de difícil diagnóstico. Tenemos que asumir el riesgo de hacer propuestas audaces y de izquierda, pero sobre todo ser creíbles. La derrota electoral se produjo fundamentalmente porque nuestro candidato no transmitía credibilidad suficiente, es decir, no lograba unir el mensaje a su persona y el partido, además de dar la sensación de ser un órgano desmembrado, no fue capaz de salir de su larga etapa de resignación. El PSOE necesita una reconstrucción, una nueva planta. La vida interior del partido tiene que cambiar radicalmente, pero no sólo en su modo organizativo, en su estructura institucional, sino también, y principalmente, hay que darles a los nuevos militantes y afiliados la sensación de que han ingresado en una organización donde prima la solidaridad y la sociabilidad y no el egoísmo, la indiferencia, el seguidismo o el tribalismo. Es necesario, o mejor dicho, urgente un cambio de cultura interna: los problemas y las divergencias ya no se pueden resolver recurriendo a mecanismos disciplinarios, a la satanización de los discrepantes, a enmascaramientos de la exclusión mediante argucias políticamente «correctas». Intentar 4 1 volver al pasado, como si aquello hubiera sido mejor, aparte de ser aberrante, sería un desatino en las actuales circunstancias. No es menos cierto que desde 1986, en cada una de las confrontaciones electorales a nivel nacional, el PSOE ha ido paulatinamente perdiendo escaños. Tampoco ahora estamos en condiciones de asegurar que este sea nuestro suelo electoral. Ojalá fuera así, pero hemos de pensar que si no ponemos remedio aún puede irnos peor. Recordemos brevemente que cuando por última vez ganamos las elecciones, en 1993, triunfamos porque en la segunda fase de la campaña acertamos en cambiar el mensaje. Ya no nos valía para ganar presentarnos a los electores como continuadores del centrismo progresista, menos aún nos beneficiaba argüir que hacíamos la única política económica posible y de poco nos servía afirmar que éramos los únicos en garantizar la estabilidad política y territorial. In extremis Felipe Gonzáles tuvo que apelar a las bases, tuvo que recurrir a la «izquierda» y poner el acento en la política social. Es decir, en 1993 ganamos las elecciones porque prometimos un giro social, porque expresamos que habíamos «recibido el mensaje». Habíamos situado el debate entre izquierda y derecha, entre dos modelos de sociedad. Esto nos indicaba que los principios socialdemócratas estaban vigentes en la sociedad, que un Estado de bienestar fuerte, una amplia red de protección social y los ideales de igualdad son altamente valorados por la población, esto es, que la base social es mayoritariamente de izquierda. Sin 5 1 embargo, aunque el pueblo nos dictaba que había llegado la hora de rectificar, pactamos la legislatura con CiU, la derecha nacionalista catalana. Evidentemente, no se puede prometer un giro a la izquierda para luego pactar con la derecha, una fuerza conservadora cuyo programa electoral incluía un modelo de sanidad privado, el abaratamiento del despido, la creación de Empresas de Trabajo Temporal «sin ánimo de lucro», posiciones contrarias a la Ley de Huelga, etc. ¿Cómo podría ser creíble el proyecto socialista cuando pactamos la política económica con quienes sostenían que «hay que meter en cintura a los sindicatos»?. No deberíamos pasar por alto que nuestro ministro de Economía mantenía por entonces que los sindicatos debían tener la misma importancia que cualquier organización corporativa, como por ejemplo, el colegio de abogados. La confrontación con los sindicatos, nos decían, debíamos asumirla como «una crisis inevitable de maduración». Madurar, modernizarse equivalía a renovarse para dejar ser de izquierda y sucumbir a la fascinación de los valores de la derecha así como aceptar la hegemonía del pensamiento único. No obstante, y a pesar de semejante extravío ideológico, el PSOE perdió el gobierno de la nación en 1996 no por pactar con los nacionalistas o por su política económica, sino que lo que provocó la derrota fue la corrupción y el incumplimiento por parte del Estado de los valores superiores de su ordenamiento jurídico. A la larga noche neoliberal lamentablemente tuvimos que sumarle la negra noche de Interior. Se producía, por 6 1 consiguiente, una cuádruple ruptura: con la ética cívica, por confundir el ejercicio del cargo público con lo privado; con los sindicatos, por subsumir el trabajo exclusivamente dentro del factor coste; con el modelo económico socialdemócrata clásico, por activar políticas monetaristas frente a medidas keynesianas; y con el Estado de derecho en la cuestión de los GAL y de los fondos reservados. Todo esto hizo que el socialismo democrático perdiera legitimidad y la pregunta que le sobrevino a la gente de izquierdas fue «El poder, ¿para qué?». Si el PSOE renunciaba ser un instrumento de transformación de la realidad, si se limitaba a gestionar lo que otros decidían sin democracia alguna, entonces ¿no cabe hablar de triunfo del pragmatismo? En última instancia, se trataba de gestionar lo que hay. Pero cuando se abandonan los principios, el poder se torna en único proyecto. En conclusión, los socialistas fuimos perdiendo credibilidad, entre otras cosas, porque nos dejamos seducir por la ideología neoliberal, porque soslayamos la responsabilidad política en cuestiones tan esenciales como la del Estado de derecho disociando ética y política, y porque en cuanto a la organización interna no fuimos capaces de trascender la oligarquización y al sectarismo. 2. El socialismo en el siglo XXI. Estamos orgullosos de haber contribuido a consolidar la democracia, integrar a España en Europa, impulsar el Estado de las 7 1 Autonomías y sentar las bases del Estado de bienestar. Pero somos conscientes de que en estos tiempos la derecha está ganando la batalla cultural: el neoliberalismo es hoy la cultura hegemónica. El pensamiento único se impone en casi todos los ámbitos de la vida. Se ha conseguido que la mayoría de la gente piense que el mercado, la competencia, el individualismo posesivo, la mercantilización de las relaciones humanas y la mesocracia son las «bases naturales» del ser humano, es decir, que la desigualdad y lo que ella acarrea pertenece a la naturaleza intrínseca de las cosas. En consecuencia, sólo nos cabría adaptarnos a las leyes del mercado, a las exigencias de la flexibilización, a la desreglamentación, a la privatización de los servicios públicos, etc. Se ha instalado en la conciencia ciudadana que pensar en otra situación es una utopía negativa y que el político, si realmente quiere obtener la mayoría de los votos, tiene que ser «realista» y asumir, por tanto, los postulados del neoliberalismo económico: lo privado, la empresa, la estabilidad monetaria, reducción de gastos y de costes de producción. Si la izquierda se sitúa a la par de este discurso monocorde y reduccionista, no es de extrañar que los ciudadanos y las ciudadanas asuman que la diferencia entre la derecha y la izquierda ha caducado. ¿Es realmente la izquierda distinta de la derecha a la hora de gobernar o el pensamiento único impone una línea inexorable que no se puede trascender? Si esta pregunta tiene en la actualidad sentido es porque el pensamiento liberal le ha comido terreno al socialismo 8 1 democrático: la derecha avanza en su defensa del sistema capitalista y la izquierda retrocede hasta un punto en que la ciudadanía se cuestiona su razón de ser. Este es el verdadero peligro de la izquierda y para salir de esta encrucijada tenemos que iniciar una nueva época tanto en lo referente a las propuestas que le hagamos a la ciudadanía como en lo relativo a la vida orgánica. Es tiempo de iniciar una nueva etapa. Muchas veces hemos oído que la nuestra es una época de incertidumbres, también de escepticismo. Ya no habría colisiones entre clases, ni tampoco lucha política en sentido propio, es decir, no tendría sentido hablar de alternativas políticas y menos aún de la realización de la esencia humana. De modo que únicamente cabría perpetuar las condiciones de vida de la sociedad moderna sin grandes confrontaciones, como si hubiéramos alcanzado el mejor de los mundos. Tras la caída del muro de Berlín se ha extendido la idea de que la democracia liberal y el mercado capitalista son los únicos sistemas posibles y que el ideal de igualdad no se compadece con el de libertad, esto es, quien postula la igualdad como meta ha de renunciar a la libertad. ¿Estamos entonces en un tiempo de grandes incertidumbres? De lo dicho se sigue, por el contrario, que hay una gran certeza: que el igualitarismo es inviable porque impide el libre ejercicio de la espontaneidad individual -la libertad- y, por tanto, la desigualdad es el único hecho o realidad indubitable. En definitiva, nos dicen que el orden capitalista es incuestionable. Si en la 9 1 antigüedad el hombre era súbdito porque estaba sujeto a una autoridad política superior con obligación de obedecerla, ahora se ha convertido en subordinado de la autoridad económica: el hombre está sujeto a la orden de una única autoridad, el capitalismo. Y el valor básico de éste, nos dicen, es la libertad. De manera que se ha producido un desplazamiento de la igualdad hacia la libertad y, por tanto, queda en último lugar la cuestión de la cohesión social. ¿Podemos aceptar nosotros, socialistas, esta formulación de la realidad? No es tarea fácil combinar cohesión social, bienestar económico y libertad política. La democracia liberal garantiza la libertad política a costa de la cohesión social. Pero en una sociedad no cohesionada no hay comunidad y, desde luego, la ciudadanía es incompatible con el privilegio, pues por definición el privilegio es la negación de la ciudadanía de los otros. La Tercera vía de Blair y el Nuevo centro de Schröder pretenden aunar el rigor económico y la justicia social, sanear las cuentas del Estado y erradicar la pobreza, impulsar la competitividad y garantizar la cohesión social, desregular el mercado laboral y defender el empleo. ¿No es todo esto un círculo cuadrado? ¿No es la cuadratura del círculo desmantelar el Estado de bienestar para consolidarlo? No se nos oculta que esto supone el abandono de los principios básicos del socialismo democrático. Es más, las propuestas del Nuevo centro y de la Tercera vía nos vienen a confirmar que el poder económico se ha convertido en poder político. 10 1 Ambas posiciones se decantan por someter la política al mercado y se escudan en la globalización para reducir el papel del Estado y erosionar los logros de la economía social de mercado. La socialdemocracia se diluye así en una suerte de liberalismo social y compasivo. La propuesta es abandonar el ideario identitario socialista para asumir el liberalismo responsable. Ahora se será socialista en valores como los de solidaridad, comunidad y compasión, es decir, el socialismo quedaría condensado en el ámbito de los sentimientos humanos, nada podría hacer con respecto a la organización económica. No habría economía de derechas ni de izquierdas, sólo habría economía. Sin reforzar los sentimientos morales es imposible mantener el Estado de bienestar, pues éste exige una solidaridad entre clases, de las clases medias con las infraclases, exige una contribución fiscal que permita mantener la redistribución de la riqueza. Pero esto no es suficiente, además hay que intervenir en la economía, hay que regular el mercado. Sólo apelando a los valores morales no se hace socialismo, es necesario también fomentar el gobierno político de la economía. La política no debe ser sierva de la economía, ni el hombre siervo del mercado. Ya Fernando de los Ríos nos anunció que para que el hombre sea libre la economía debe ser esclava y que si dejamos la economía a su libre juego, conduce al hombre a la esclavitud. Hoy más que nunca el capitalismo está incrustado en determinado orden social: perpetúa la división de la sociedad entre 11 1 una clase dominante -minoría- y unas clases subordinadas que constituyen la mayoría de la población. Y aunque el capitalismo ha creado, por primera vez en la historia, la posibilidad de asegurar materialmente la vida humana, es incapaz de hacer realidad su promesa: el bienestar para todos. Por sus mismos propósitos, el capitalismo persigue el beneficio privado por encima de todo. Esto, sin duda, no es compatible con una buena vida para todos. La izquierda se debilita si acepta acríticamente la privatización de la economía, la desregulación del mercado laboral, el recorte de los derechos sociales, el dumping laboral y social. Pensar que el sistema capitalista anglosajón terminará por resolver la exclusión social, los privilegios y las relaciones sociales asimétricas constituye el vaciamiento ideológico de la izquierda. La izquierda no está para gestionar lo que hay, ni para radicalizar el discurso liberal; su tarea es otra y sus señas de identidad también. Y si no lo hace, asume un papel subsidiario y de coartada. Aquí y ahora declaramos la vigencia del socialismo democrático como corpus ideológico y como estrategia política que se plasma en postulados como los siguientes: - El hombre no debe ser reducido a mercancía. - Quien elige los fines elige también los medios, es necesario que haya correspondencia entre ellos y no debe ser lícito disociarlos. - La profundización democrática es una tarea insoslayable incorporando a la misma la democracia económica y social. Los 12 1 privilegios que se enmascaran bajo el principio de la igualdad de oportunidades se oponen conceptualmente al desarrollo del socialismo. - El trabajo y el salario deben ser contemplados en toda su complejidad, rehuyendo la concepción simplista de valorarlos exclusivamente en su vertiente competitiva. - La desregulación de los mercados financieros internacionales ha producido una nueva economía en la que prevalecen los aspectos especulativos sobre los productivos, provocando grandes crisis y desigualdades sociales. Asumimos la necesidad inaplazable de regular impositivamente los mercados financieros a corto plazo y, por tanto, reconocemos que el criterio político de la izquierda no es garantizar la estabilidad de los precios sobre la creación de empleo. - Hemos de combatir las consecuencias más negativas de la globalización como el dumping social que en lugar de fomentar el progreso en las zonas más desfavorecidas socializa la pobreza en el seno mismo de las sociedades industrializadas. - Apostamos por un nuevo orden internacional que respete la declaración internacional de los Derechos Humanos, que se base en criterios de solidaridad y en el desarrollo de los pueblos con el fin de evitar que EE.UU siga ejerciendo el papel de gendarme e imponiendo su fuerza incluso al margen de las decisiones de los organismos internacionales. 13 1 - Aspiramos a que Europa juegue un papel destacado en la construcción de ese nuevo orden internacional, superar el marco actual en el que EE.UU es el principal país europeo, acelerar la unidad política y la aprobación de una Constitución Europea, desarrollar la Carta Social Europea y regular, desde criterios de multiculturalidad e integración, los flujos migratorios para fortalecer el futuro de la sociedad del bienestar. - La causa de la emancipación no es nacional. El socialismo democrático es un objetivo común de y para toda la humanidad. Hemos de activar el principio del internacionalismo mediante la potenciación de la Internacional Socialista y establecer una estrategia definida para que en ese nuevo orden los valores de justicia y solidaridad actúen como ejes vertebradores frente a la voracidad de un modelo de concentración de capital que banaliza sin rubor los altísimos costes sociales que genera. El futuro del socialismo democrático depende en no poca medida de la capacidad de rechazar el modelo que nos presentan como ineluctable y de atreverse a plantear opciones y líneas alternativas. Esta tarea ha de realizarse desde una perspectiva mundial, pero a ella tenemos que contribuir todos los socialistas desarrollando el principio de pensar globalmente y actuar localmente. 14 1 3. Desafíos del socialismo español. 3.1. El mito del centro: el viaje a ninguna parte. François Mitterrand solía repetir que el centro es el plus que se da por añadido cuando has obtenido el pleno de los tuyos. Por su parte, Oskar Lafontaine nos dice que el centro siempre está a la derecha. ¿Qué es el centro? ¿Existe el centro político y social? El centro no puede definirse en sí mismo sino como una relación con respecto a otras posiciones. Lo que sucede es que algunos politólogos y comentaristas, de forma interesada y representando a los intereses de los truts mediáticos, pretenden vincular el espacio de centro con el fin de las ideologías. En este sentido, el centro sería la superación de las ideologías y, por tanto, marcaría el inicio del post-socialismo, al quedar vacíos de contenido los conceptos de derecha e izquierda. Es decir, se pretende hacer creer que efectivamente existe un centro político y social cimentado por la carencia de ideología. Por consiguiente, la ideología del centro nos vendría a decir que el centro es el espacio donde no hay ideologías y donde ya no cabe más imperio que el de la economía. Si todos concurrieramos en el centro, si las grandes decisiones macroeconómicas se tomasen sin tener en cuenta las ideologías, entonces la democracia perdería su sentido y su razón de ser. La democracia se sustenta en la confrontación de ideas y de proyectos. 15 1 La democracia es mucho más profunda que las cuestiones de talante o el carisma de los líderes. No es cierto que las victorias electorales se den exclusivamente en el ámbito del centro; es más, segmentos y grupos sociales del electorado se ven empujados a la abstención cuando no existen posibilidades de decidir con su voto entre opciones políticas diferenciadas. La ampliación de nuestras bases de apoyo social pasa por no defraudar la confianza de los ocho millones de votantes, recuperar el voto de los tres millones de abstencionistas mediante la apuesta nítida por diferenciar entre izquierda y derecha: la defensa de los derechos frente a las mercancías, la solidaridad frente a la competitividad, la democracia frente al capitalismo, la protección social contra el desmantelamiento del Estado de bienestar y las políticas de igualdad y justicia contra la ciega lógica del beneficio. El centro no existe; lo que sí existe son votantes de centro estimulados desde diversos grupos mediáticos y económicos que identifican acríticamente centro con democracia falseando conscientemente las propias reglas de juego. Estar en centro consistiría en ajustarse a lo que los mass media consideran políticamente correcto. Tal vez por eso el viaje al centro del PP, partiendo de los supuestos de la derecha, es un viaje interminable a ninguna parte. Por otra parte, es cierto que se ha producido una transformación social que afecta al mismo proyecto socialista, han 16 1 aparecido unas extensas capas medias urbanas, vinculadas a la producción y al procesamiento de la información, al sector de servicios, que no aparecían definidas en las relaciones de clase tradicionales. Pero el surgimiento de esta clase media urbana no nos debe llevar a pensar en que ya no existen conflictos de clase. Muy al contrario, nosotros mantenemos que sigue vigente un conflicto de clases, si bien es cierto que la clase trabajadora se ha ampliado sustancialmente. Por esta razón el socialismo deberá combinar en su proyecto y sus propuestas la tarea de representación política de sus bases tradicionales con una atención creciente a las demandas de esas nuevas capas urbanas, siempre teniendo presente que donde existe relación salarial hay explotación y plusvalía y, por consiguiente, conflicto de clases. 3.2. La convergencia estratégica de la izquierda plural. La pluralidad en el seno de la izquierda es consecuencia del carácter plural de la sociedad y no obedece, por tanto, a razones personalistas, esotéricas o caprichosas. Además de ser un activo, la izquierda plural está llamada a entenderse y a protagonizar actuaciones conjuntas que permitan una mejor defensa de sus valores y la conquista de parcelas de poder. Sólo con el entendimiento entre las fuerzas de izquierda es posible evitar la consolidación de políticas de derechas. El primer 17 1 escalón de la democracia es el local y la izquierda plural ha venido gobernando desde 1979 numerosas corporaciones locales. El entendimiento entre estas fuerzas de progreso posibilita asimismo el gobierno de diversas comunidades autónomas. Por ello es imprescindible continuar el esfuerzo de alcanzar acuerdos estables en torno a los siguientes temas: - Mantenimiento de las conquistas del Estado de bienestar. - Regulación fiscal con el fin de reequilibrar la riqueza. - Reducción de la jornada laboral a 35 horas por ley. - Impulso a las políticas activas de empleo y lucha contra la precarización y contra la siniestralidad laboral. - Reforma de la ley electoral, ley de partidos políticos y su financiación, y reforma del Reglamento de las Cortes. - Articulación territorial del Estado, con una profundización del Estado de las Autonomías de corte federal y la reforma del Senado para convertirlo en una cámara territorial. - Respuesta política a los brotes de racismo y xenofobia defendiendo los derechos, libertades e integración de la población inmigrante. - Construcción de una Europa política y social. La convergencia estratégica de la izquierda plural requiere una voluntad política de superar por parte del PSOE el denominado «proyecto autónomo» y por parte de I.U. el discurso de las «dos orillas». Es evidente que desde la confrontación o el distanciamiento 18 1 la izquierda plural no podrá iniciar su proceso de recuperación. Ambas fuerzas son complementarias. Los intentos de fagocitación arrojarían a la abstención a ciento de miles de votantes y sólo favorecería a la derecha. La unidad de la izquierda es más que una suma ya que abre perspectivas para recuperar importantes franjas del electorado abstencionista. 3.3. Nuestro proyecto político. Dentro de las coordenadas de la unidad de acción con la izquierda plural, los socialistas debemos remozar un proyecto político de contenido transformador que supere inercias del pasado y que incorpore a aquellos agentes emergentes más activos. El proyecto tradicional del socialismo democrático se ha venido construyendo sobre tres pilares: un partido socialista de amplio espectro, sindicatos de clase y los llamados movimientos sociales alternativos (ecologistas, pacifistas, feministas, de voluntariado y cooperación al desarrollo, etc.). La sociedad española presenta un perfil de bajo tono en cuanto a índices de participación ciudadana. El nuevo proyecto socialista, desde un carácter globalizador y emancipatorio, deberá llevar a cabo acciones conjuntas y cooperar estrechamente con las organizaciones del tejido social. Es preciso contribuir a dotar de mayor espesor el espacio democrático de participación. Nos comprometemos a 19 1 modificar la Ley de Participación Ciudadana para impulsar una mayor presencia de los colectivos y organizaciones en todos los ámbitos comenzando por el local. En la actualidad el capitalismo pone el acento en la flexibilidad, se atacan las formas rígidas de relaciones laborales y la implantación de los sindicatos en las empresas. Se trata de deslegitimar todo aquello que suene a sindical afirmando que los sindicatos son organizaciones burocratizadas y corporativas y, a su vez, a los trabajadores se les pide un comportamiento «ágil», se les pide que «estén abiertos al cambio», que asuman un riesgo tras otro. Esta puesta a punto de la flexibilidad cambia el significado mismo del trabajo. Ya el trabajo no puede significar el canal por donde se encauzan las actividades profesionales de toda una vida. El capitalismo flexible desvía al trabajador de un empleo a otro e incluso hace que el trabajador tenga que renunciar a su profesión. La gente tiene que asumir el cambio de empleo, la rotatividad en el trabajo, la fragmentación de la propia profesión, la movilidad absoluta, pero no sabe qué beneficios le reportarán estos riesgos asumidos ni qué camino seguir. De este modo, el término flexibilidad se utiliza para suavizar la opresión que ejerce el capitalismo. En la actualidad imperan los proyectos a corto plazo, con la exigencia de movilidad absoluta. Todo esto afecta profundamente a las personas: ataca la confianza que debemos tener en nosotros mismos, mina la autoestima personal y la confianza en los otros. Esta creciente 20 1 inseguridad en el empleo experimentada a partir del capitalismo flexible hace que sea prácticamente imposible que los trabajadores logren una identidad moral. Pues nuestro carácter se centra en el aspecto «a largo plazo» de nuestra experiencia emocional y se relaciona con los rasgos personales que valoramos en nosotros mismos y por los que queremos ser valorados. Entonces, ¿cómo perseguir metas a largo plazo cuando la economía está entregada a corto plazo y el trabajo se encamina a su desintegración en su sentido tradicional? El desmantelamiento de la seguridad social, de la protección contra el despido, la flexibilización a la baja y el crecimiento de las Empresas de Trabajo Temporal, si no hay ninguna otra compensación, llevan a la destrucción del carácter de las personas y a la pérdida de la autoestima. Todo ello crea miedo en la gente, que pierde así el control de su vida. La flexibilidad y la movilidad permanente exigen que uno esté siempre dispuesto a desplazarse y de esta manera no cree lazos afectivos con los otros ni compromiso alguno. Pero una sociedad de «saltadores de empleo» (job hoppers) no es una sociedad humana. Quien tiene un trabajo limitado temporalmente debe tener en cuenta, en todo momento, qué pensarán los que deciden sobre la continuidad de su empleo. Estas personas subordinan su vida a las decisiones de otros, no pueden hacer proyectos a largo plazo y, por tanto, no pueden constituirse como sujetos autónomos. Ejemplo de ello es lo que ocurre con la juventud española, la cual siendo la más preparada de la historia de 21 1 España es, paradójicamente, la menos utilizada y a la que menos oportunidades se les ofrece, tanto desde el punto de vista laboral como de la emancipación familiar. Cuando una persona no puede acceder a la construcción de sí misma como sujeto autónomo, sólo le queda edificar una «personalidad» sin sujeto, es decir, un ser que es en la medida que consume. Existir es consumir, el consumo ensancha la personalidad puesto que elegir una marca es dotarse de identidad. La vida, el ser y el pensamiento se unen al consumo: lo que queremos nos dota de identidad. Así pues, se pretende que el consumo, en vez del trabajo, constituya el factor que configure nuestro carácter. Pero esto es hacer la vida humana absolutamente evanescente, prisionera en esta vasta pedagogía de la sumisión. Los valores del humanismo deben volver a encajar en el mundo del trabajo y, en consecuencia, el trabajo no debe convertir a la persona en un ser insignificante y sujeto a los designios que exclusivamente demanda el mercado. Nuestro compromiso con el empleo pasa por aunar la profesión con la vocación con el fin de recuperar el valor de la identidad personal y profesional y los lazos de necesidad mutua. Pues un sistema que no proporciona a las personas ninguna razón profunda para cuidarse entre sí no puede preservar por mucho tiempo su legitimidad. Estamos, por otra parte, en un momento en que el crecimiento económico es posible sin aumento de empleo. Los tiempos de 22 1 crecimiento económico sostenido que conllevaron prácticamente al pleno empleo es difícil que puedan volver. Habrá, por tanto, un paro estructural debido a la incorporación de las tecnologías como factor generador de plusvalía. Así pues, dado que en las actuales condiciones capitalistas no es posible asegurar trabajo asalariado para todos los individuos que lo quieran, habrá al menos que asegurar a los mismos una renta básica suficiente. Por esta razón consideramos que en este XXXV Congreso Federal debe someterse a debate el proyecto de Salario Universal Garantizado o Ingreso de Ciudadanía. Este Salario Universal Garantizado será un derecho de todos y obligaría a redefinir el mercado de trabajo y el concepto liberal de libertad. El Ingreso de Ciudadanía permitiría efectivamente el ejercicio y la profundización de la libertad real para todos. Dicho proyecto se asienta en la convicción de que las necesidades básicas de los individuos en una sociedad dada deben ser satisfechas. En el proyecto socialista ha ocupado, ocupa y ocupará un lugar preeminente la reflexión sobre el trabajo, las condiciones del trabajo, los cambios y transformaciones laborales y la universalización del derecho al trabajo; pero no es menos importante la defensa de la dignidad humana. Por tanto, nos negaremos a admitir cualquier planteamiento que desvincule las relaciones laborales de la dignidad persona. La cohesión social se logra principalmente favoreciendo el desarrollo de una escuela pública de calidad, una red de servicios de 23 1 salud pública y garantizando la estabilidad del sistema de pensiones. En definitiva, el socialismo democrático se construye en la medida que propiciemos la universalización de los derechos económicos y sociales, aunemos lo público a la calidad y la eficiencia frente a los criterios mercantiles de lo privado. Desde esta perspectiva, el PSOE no tiene más que poner el acento en el Artículo 1 de la Constitución, donde se afirma que España es un Estado social y democrático de Derecho. Un Estado social y democrático de Derecho tiene como cimiento de su política económica a la economía social de mercado y no puede ni debe dejar a las personas al socaire de la mano invisible mercado. No podemos tolerar que la democracia permanezca por debajo de sus promesas, sino que debemos permanentemente recordar que en democracia es posible la realización más amplia de las potencialidades humanas, de todos los ciudadanos. 3.4. Nuestro proyecto de Estado. La Constitución Española de 1978 marca la ruptura con el franquismo en dos aspectos fundamentales: a) la descentralización del Estado, reconociendo explícitamente el carácter plural de España como Estado-nación, y b) abre las vías para la integración de España en Europa. Los socialistas hemos de rechazar el planteamiento simplista y torticero de que a cada Estado le corresponde una y sólo una nación 24 1 y su reverso de que a cada nación tiene que corresponderle un Estado. Ambas formas de nacionalismo rechazan la realidad de España como nación de naciones. El nacionalismo centralista históricamente no ha comprendido el concepto de nacionalidad; de ahí su pretensión de reducir las distintas nacionalidades que conforman España a regiones en un intento de identificar ambas. Nosotros, en cambio, decimos que los términos nación y nacionalidad están estrechamente vinculados y por esta razón hablamos de España como nación de naciones. El nacionalismo identitario no quiere asumir que una nación pueda constituirse como tal sin la personalización del Estado. Una comunidad no tiene necesariamente que tener una organización política como el Estado, aunque sí puede dotarse de entes o centros de influencia política. Por tanto, no es necesario vincular la nación con el Estado sino que existen otras posibles formas de articulación. Además, desde las concepciones antropológicas del socialismo, rechazamos que se anteponga el concepto de territorio al de persona y menos aún podemos aceptar que prevalezca el concepto de etnia sobre el de ciudadanía a la hora de conformar una nación. El nacionalismo étnico e identitario se caracteriza por un odio común a sus vecinos y un error común en cuanto a sus orígenes: el mito, o lo que es lo mismo, la referencia constante a un pasado idílico que no ha existido nunca. No podemos tolerar que el derecho de autodeterminación sirva de vehículo para la exclusión del otro. 25 1 Autodeterminación y libertad sólo son viables cuando van ligadas al humanismo y a la solidaridad. Es un error, desde el socialismo democrático, dar el reconocimiento al particularismo étnico. Los socialistas debemos pensar España como una nación fundada en el hecho no sólo del nacimiento y de la herencia sino también en el de la voluntad política y moral. España es para nosotros una permanente construcción política y ética. Debemos aspirar a cimentar España desde el concepto de ciudadanía como ámbito plural que exige la inclusión del otro. Defendemos la pluralidad y los hechos diferenciales como una fuente de enriquecimiento social y cultural colectivo. Pero ello no debe conllevar a interpretaciones sesgadas. La defensa de la homogeneidad no debe significar la menor tentación de caer en el monolitismo. Los socialistas asumimos el compromiso de profundizar el Título VIII de la Constitución para configurar un modelo de Estado de corte federal, abierto a Europa y que contemple el papel emergente de las regiones en el ámbito de la ciudadanía europea. El reconocimiento de la diversidad de España tiene complementarse con el principio de la solidaridad interterritorial. 26 1 que 4. Modelo de partido. La severa derrota electoral en los comicios del 12 de marzo, el distanciamiento del partido de nuestras bases de apoyo social y la atonía interna, nos obligan a criticar las inercias que nos han conducido a esta situación, así como a establecer una serie de modificaciones que permitan potenciar y robustecer la vida orgánica y la democracia interna en el seno del partido. Apostamos por un cambio significativo en la cultura política del partido. Es necesario sustituir la regla «quien pasa primero la meta se lo lleva todo» por criterios de pluralidad, proporcionalidad e integración. Defendemos una democracia de partidos que necesariamente debe implicar una democracia en los partidos. Los militantes deben sentirse corresponsables en la toma de decisiones puesto que el partido es el patrimonio común de todos. Hemos apoyado y seguimos apoyando la universalización del voto individual y secreto. Tenemos que evitar el peligro de que el partido se articule por su estructura territorial. Pluralismo no significa pluralismo de las baronías territoriales. Significa, por el contrario, distintas opciones y planteamientos políticos. Por esta razón aspiramos a un partido socialista de amplio espectro configurado en alas y donde las adhesiones no se produzcan en función ni de personalismos ni de 27 1 fidelidades territoriales sino en función de coincidencias ideológicas y de compartir los mismos enfoques y opciones a los problemas objeto de debate. El pluralismo ha de reflejarse en todos los órganos ejecutivos, deliberantes y de control mediante una fórmula de mayoría corregida con el fin de incorporar la diversidad en su seno. Las elecciones primarias son un activo que debemos mantener para elegir a los candidatos y candidatas a la presidencia del gobierno, comunidades autónomas y corporaciones locales de más de 50.000 habitantes. Para que el partido cobre mayor agilidad tanto en su organización interna como en su proyección renovada a la sociedad, proponemos que los congresos federales se celebren con una periodicidad bianual. España es el país de la Unión Europea en el que existe una mayor desproporción entre el número de votantes del partido y el de militantes. Ello debe llevarnos a poner en marcha mecanismos para la atracción y la incorporación al proyecto de los simpatizantes con derecho a voz en las Asambleas locales y a voto en las elecciones primarias. Esto exige la elaboración de un censo de simpatizantes y a su actualización periódica con carácter anual. Asimismo debemos actualizar todos los censos de militantes para evitar prácticas muy extendidas como el inflamiento con la finalidad de incrementar la representación. 28 1 Todas estas medidas tienen una doble finalidad: incrementar la democracia interna y favorecer la proyección social del partido. Debemos establecer foros y mecanismos periódicos de comunicación con todas las organizaciones sociales afines. Debemos promover una mayor afiliación de los socialistas en los sindicatos de clase y una mayor presencia en las ONG y movimientos sociales. Al mismo tiempo debemos poner a disposición de las distintas asociaciones del movimiento ciudadano nuestros locales. No podremos recuperar nuestro impulso transformador si no somos capaces de poner en marcha un partido transparente, participativo, disciplinado, abierto al entorno y con un discurso político que conecte con las aspiraciones de cambio social. Enero 2001 29 1