Rosenstein, S.; Montico, S. y otros

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Consensos y resistencias: el proceso de intervención en las comunidades afectadas por
la cuenca La Picasa (pcia de Santa Fe)
Tipo de trabajo: Investigación
Eje temático: Experiencias de intervención y aportes metodológicos para el trabajo de
extensión
Autores:
ROSENSTEIN, Susana; Facultad de Cs Agrarias, UNR, [email protected]
MONTICO, Sergio; Facultad de Cs Agrarias, UNR
BONEL, Beatriz, Facultad de Cs Agrarias, UNR
ROSENSTEIN, Claudia. Facultad de Arquitectura y Urbanismo. UNR
GALLINO, Claudia. Psicóloga, Consultora FACTOR.
CHIPONI, María Silvia, Escuela de Comunicación Social, UNR
EUSEBI, Adriana. Facultad de Psicología, UNR
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Consensos y resistencias: el proceso de intervención en las comunidades afectadas por
la cuenca La Picasa (pcia de Santa Fe)
Introducción
Desde inicios de 1970 los sistemas hidrológicos de la llanura pampeana han entrado en crisis,
coincidiendo en algunas regiones con un cambio del régimen climático semiárido al subhúmedo
- húmedo. El relieve, sumado a otros factores condicionantes, es el que determina la
incapacidad de un área para evacuar grandes volúmenes de agua y los cambios en el uso del
territorio los que contribuyen a la manifestación de los procesos de anegamiento.
Las inundaciones generan alteraciones ambientales de difícil reversión: entre otras, localidades
anegadas con alta tasa de evacuados y grandes extensiones rurales inutilizadas, daños en la
infraestructura, interrupción de las vías de comunicación, canalizaciones anárquicas y
problemas sanitarios. Los trasvases de agua desde zonas con actividades agrícolas, a
humedales o a ríos y arroyos, pueden producir problemas de contaminación por fertilizantes u
otros agroquímicos, pueden afectar la estructura y funcionamiento de los sistemas naturales
superando los límites de asimilación de nutrientes y contaminantes.
En el sector rural el evento infringe severos perjuicios que se traducen en una fuerte
disminución de la productividad e, inclusive, en la imposibilidad de continuar con la actividad,
mayores costos, menor calidad del producto, degradación química, física y biológica de los
suelos, etc…A nivel social, uno de los efectos más graves es el aumento de la desocupación
rural y urbana y el incremento del éxodo rural.
Todos estos problemas se manifiestan en mayor o menor grado en la cuenca de La Picasa, de
allí la importancia que reviste como unidad de análisis del presente proyecto.
La laguna La Picasa está ubicada en la región sur de la provincia de Santa Fe y sudeste de
Córdoba, abarca 5300 km 2 y es hidrológicamente endorreica. El aumento de la superficie
anegada desde 6.000 ha a 130.000 ha en menos de 5 años (con el pico máximo de crecimiento
entre 1998 y el 2002) ha transformado a la región en un territorio altamente inestable y de
impredecible futuro. Las localidades de Rufino, Diego de Alvear y Aarón Castellanos (pcia de
Santa Fe) son las poblaciones más afectadas por las inundaciones, fundamentalmente estas
dos últimas que aún hoy tienen mucha superficie de campos productivos bajo agua.
En los últimos años se realizaron las obras denominadas “internas” en el marco del Plan
Nacional de Inundaciones. El Estudio de Diagnóstico elaborado por la Universidad Nacional del
Litoral en el año 1999 propuso vincular la cuenca de La Picasa con la cuenca del Río Salado
(Buenos Aires) para la evacuación de eventos de manejo ordinario o de baja recurrencia. Para
eventos extraordinarios o de alta recurrencia se previó construir una transfluencia hacia el
arroyo Pavón, en Santa Fe. Las obras proyectadas y a construir consisten en un conjunto de
canales de vinculación entre lagunas y bajos naturales.
Partimos del concepto que un desastre es aquella situación detonada por un evento (normal o
extraordinario) que afecta a la sociedad, superando su capacidad para hacerle frente. Está
inducido por un evento físico pero es un fenómeno construido socialmente y, como tal, es un
proceso continuo, en el que las propias prácticas sociales y económicas de un grupo situado
van generando su propio grado de vulnerabilidad frente a determinados eventos
desencadenantes. Se deduce, entonces, que el aprovechamiento racional de los recursos
hídricos no es una actividad simple sino que justifica una aproximación interdisciplinaria del
problema, que reconozca a la realidad como no obvia, no unívoca y siempre contradictoria.
Las prácticas de un grupo son el producto de un conjunto de normas o criterios de acción
construido en la interacción cotidiana, cambiante y múltiple. Pero las interfases entre los
distintos actores que conforman una comunidad, a partir de las cuales las nuevas variantes de
las normas se negocian e interpenetran generando nuevo conocimiento y nuevas prácticas, no
se producen sin conflicto. La idea central es que emergen como producto de interacciones
desiguales y conflictivas, inestables, sujetas a una permanente dinámica y, por lo tanto, están
imbrincadas en procesos sociales más generales que implican cuestiones de poder.
Todos los actores tienen capacidad de agencia pero no todos tienen las mismas posibilidades
de ejercer la influencia y presión necesarias para que una nueva variante sea considerada y
sometida a la reflexión. La capacidad de un actor para convencer a los otros de la validez de su
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propio punto de vista dependerá del lugar de mayor o menor poder que ocupe en el espacio
social, lugar definido por el volumen y la estructura de los capitales (económico, cultural, social
y simbólico) incorporados en su trayectoria histórica.
Bajo esta perspectiva, el concepto de interfases o encuentros cara a cara en las arenas 1
correspondientes da cuenta de cómo los actores movilizan estratégicamente una red de
relaciones sociales y despliegan una multiplicidad de elementos discursivos a fin de canalizar
órdenes, quejas, bienes, información, a través de ciertos puntos nodales de interacción (LONG,
N; 1992). Habrá algunos con mayor poder que otros para enrolar al resto en sus propios puntos
de vista. Los que lo logran pasan a “representarlos”. (MURDOCH Y CLARCK, 1993).
En toda comunidad conviven actores pertenecientes a distintos sectores, públicos y privados,
portadores de cuotas de poder diferenciales, lo que genera conflictos y luchas, primero para
seleccionar los problemas y luego para imponer una definición en función de los intereses y
metas de cada sector. El que logra “representar” a los demás es el de mayor habilidad social
para comprometer a otros en la acción colectiva. Esto es, dispone de instrumentos materiales y
cognitivos (y mayor capital social) 2 para obtener la cooperación ajena sobre la base de su
propia visión del mundo y de su propia definición de lo que son los problemas a ser
enfrentados. En este sentido, cooperación supone capacidad de persuasión, capacidad para
transformar el conjunto de significados que guían la acción de un grupo social.
En el caso que nos ocupa, y retomando el concepto de desastre como un proceso social e
históricamente construido, dijimos que la posibilidad de que este ocurra depende del grado de
vulnerabilidad de un grupo social. En este sentido, la identificación de las prácticas dominantes
de un grupo (que reflejan, a su vez, la estructura de jerarquías dentro de la comunidad),
orientadas por el significado atribuido a los problemas, constituye un camino para explicar el
grado de vulnerabilidad y su relación con la ocurrencia de un desastre.
Pero además, debemos considerar que el proceso de negociación para la búsqueda de
soluciones al problema del manejo de los recursos hídricos en la cuenca fue asumido por
actores externos a las comunidades, lo que implica interfases entre los actores locales y
técnicos y gestores, reconocidos como portadores del capital cultural y/o simbólico. El supuesto
es que el cambio debe venir desde afuera de las comunidades. Si el proyecto fue entonces
definido a priori puede esperarse que los actores locales se enrolen en el punto de vista de los
“que saben”, pero ello no implica que definan del mismo modo las soluciones posibles. Siempre
opondrán “resistencias” con el objetivo de sostener sus propios significados construidos
históricamente y plasmados en sus líneas de acción. Siempre habrá conflictos entre sectores
para imponer una definición en función de sus intereses y metas y, por lo tanto, los resultados
del proceso de intervención no serán generalmente los esperados.
Hablar de negociación supone entenderla según tres dimensiones: como un espacio de
relacionamiento entre actores múltiples, como una disputa en el terreno discursivo por la
imposición de visiones y posiciones y como una transacción en términos de intercambio de
intereses, donde el consenso será provisorio y referido a los asuntos negociados.
(RODRIGUEZ, M. 2001).
En función de este planteo, surge este proyecto que se propone como objetivo general diseñar
una metodología que permita integrar la producción de conocimientos entre todos los actores
involucrados en un sistema de gestión de recursos hídricos a nivel de cuenca de modo de
alcanzar soluciones que respondan a las exigencias de un desarrollo endógeno y sostenible, y
susceptible de ser replicada en otros ambientes.
En esta etapa en particular, nos abocaremos a reconstruir las características que asumió el
proceso de negociación entre actores locales y externos y que culmina con el proyecto de
manejo hídrico en marcha. Dicha reconstrucción va a permitir identificar las relaciones de
“Arenas son encuentros sociales o una serie de situaciones en los que tienen lugar contiendas sobre
cuestiones, recursos, valores y representaciones. Son localizaciones sociales y espaciales dónde los
actores confrontan, movilizan relaciones sociales y despliegan medios discursivos y culturales para el
logro de fines específicos” (LONG; N., 1997)
2
BOURDIEU, P (1995:82) define este concepto como “la suma de los recursos, actuales y potenciales,
correspondientes a un individuo o grupo, en virtud de que éstos poseen una red duradera de relaciones,
conocimientos y reconocimientos mutuos más o menos institucionalizados…”
1
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poder, las interacciones y las luchas por enrolar a los otros en un determinado marco de
interpretación de la realidad.
De acuerdo a la información recabada en las etapas anteriores, podríamos afirmar que habría
consenso a nivel de las comunidades acerca de la definición de la inundación como problema y
conciencia del riesgo, aun cuando no todos vean los mismos síntomas del problema y le
atribuyan distinta significación a los efectos producidos por las inundaciones. Diferencias que
se explican en función de la experiencia previa y los intereses que moldean los puntos de vista
de los actores. A pesar de esto, no se verifica que esta conciencia de riesgo haya logrado
plasmarse en un cambio de prácticas, prevaleciendo el conflicto y las culpas mutuamente
atribuidas entre actores.
En este contexto, nos preguntamos, entonces ¿se habla del tema en las comunidades? ¿se ha
logrado consenso también en torno a las soluciones propuestas por el proyecto en marcha?
¿se incrementó el capital social al interior de las comunidades como para impulsar la idea de la
organización como práctica posible y lograr así incrementar su poder de negociación frente a
otras instancias de mayor poder?
Metodología
Nos abocaremos a un estudio de caso: el de las comunidades de Rufino, Diego de Alvear y
Aarón Castellanos que han sido las más afectadas por la laguna La Picasa (provincia de Santa
Fe). La elección de esta cuenca responde al criterio de que es un caso paradigmático en
relación a la gravedad que reviste el manejo de los recursos hídricos, a la notoriedad que han
adquirido los reclamos de sus habitantes en los últimos años y a las estrategias por las que se
han optado para intentar solucionar el problema.
El universo bajo estudio del presente proyecto serán las comunidades locales, definidas por el
sentido de pertenencia al espacio territorial dónde sus miembros residen, desarrollan el grueso
de sus actividades comerciales, utilizan los servicios y participan activamente en sus
instituciones. Esto es, el espacio en el que tienen lugar los encuentros cotidianos entre los
actores locales (ALBANESI, R; ROSENSTEIN, S., et al., 2001; ALBALADEJO, C., 2000).
Tomaremos como unidades de análisis, por un lado, al sector “externo”3 conformado por las
autoridades provinciales y los técnicos encargados de diseñar el proyecto en marcha y, por el
otro a los distintos sectores presentes en las comunidades y que se hallan involucrados en el
problema: autoridades comunales, referentes4 de organizaciones profesionales y vecinales,
productores agrícolas, comerciantes, industriales, comunidad educativa, medios de
comunicación, servicios, religiosos, asalariados. A su vez, los actores pertenecientes a cada
uno de estos sectores representan las subunidades de análisis.
El diseño contempla un trabajo en etapas sucesivas, con metas y productos determinados a
alcanzar en cada una de ellas, siguiendo los lineamientos de un proceso de investigación –
acción participativa (FALS BORDA, O, 1991).
En esta etapa las variables a relevar son las prácticas y significados que los actores pusieron
en juego a lo largo del proceso de negociación y que resultaron en interfases más o menos
conflictivas en función del lugar que cada uno de ellos ocupaba en el espacio social. Para ello,
recurrimos a dimensiones tales como: los reclamos efectuados, el surgimiento de nuevas
formas de organización, el grado de participación en la toma de decisiones, la elaboración de
proyectos alternativos, la evaluación de los resultados de la puesta en marcha del proyecto.
Esperamos sacar a la luz tanto las diferencias como las similitudes presentes según el sector
de pertenencia e, incluso, entre actores dentro de un mismo sector.
3
Entendemos por actores externos, aquellos que tienen capacidad para determinar los procesos locales,
sin tener presencia material local (PIREZ, P.)
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Con el término “referente”, nos referimos a los miembros más “mirados”, “escuchados” y respetados
desde el punto de vista de sus estrategias productivas o por su acción comunitaria. Por ello, son los más
capaces de impulsar cambios en la manera de ver las cosas y en las formas de organización. Entrevistarlos
en calidad de informantes nos permitió comenzar a construir un mapa de los distintos grupos y sectores
presentes, de sus interacciones (redes), de las relaciones de poder existentes y de los conflictos implícitos
o explícitos que se plantean entre ellos
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Para reconstruir la historia de la puesta en marcha del proceso, utilizamos fuentes de
información secundaria tales como actas de reuniones, documentos emitidos por autoridades y
técnicos, Asimismo, realizamos entrevistas en profundidad a referentes de los distintos
sectores involucrados en el proceso.
Una breve reconstrucción histórica del proceso de las inundaciones en la cuenca y las
interfases conflictivas de las negociaciones: “En la búsqueda de una solución definitiva
al problema de La Picasa”
Para ubicar al lector, vamos a describir brevemente cómo se produjeron las inundaciones en la
cuenca. Durante gran parte de la última década, las precipitaciones en algunos lugares de la
cuenca superaron los 1200 mm, en una zona con un régimen que oscilaba entre los 600 y 700
mm anuales. Ello produjo la colmatación de los reservorios, un ascenso de los niveles freáticos
a alturas muy próximas a la superficie, una saturación de los perfiles edáficos y un volumen de
escurrimiento superficial totalmente anómalo para un sistema caracterizado por predominancia
de movimientos hídricos verticales. Es así que la altura de la laguna La Picasa que, a inicios de
1997 no llegaba a una cota de 100 m, comenzó a ascender hasta llegar a los 108,80 m en el
2002 y ocupando una superficie de 35.834. (MONTICO; S, 2001). Entre febrero y marzo del
2007 llovieron entre 500 y 600 mm, o sea la mitad del promedio anual concentrado en dos
meses y la laguna volvió a elevar su cota, casi a los niveles del 2002.
Por otra parte, el modelo productivo de explotación mixta, característico hasta fines de los 70,
se transformó a partir del proceso de agriculturización que predominó en toda la región
pampeana argentina, provocando profundos cambios en el modelo tecnológico dominante.
Entre ellos, el abandono de la ganadería que quedó relegada a los sectores bajos y de cañada,
dónde la aptitud del suelo no era viable para la agricultura.
Sin duda, el paquete tecnológico de los 90 (siembra directa más variedades transgénicas), más
los altos precios internacionales, profundizaron la tendencia a la disminución de la superficie
ganadera y de la destinada a otros cultivos y al incremento de la ocupada por soja.
Los cambios en el uso del suelo han contribuido a agravar el problema de las inundaciones en
tanto el reemplazo de pasturas permanentes por cultivos anuales disminuye el grado de
infiltración de agua en el perfil y acelera el escurrimiento natural.
En este contexto, y ya a partir del año 1998, comienzan los reclamos del sector agropecuario,
directamente afectado, encabezados por la Sociedad Rural de Rufino. Se solicita a las
autoridades provinciales la declaración de la Emergencia Agropecuaria y la construcción de
una red vial de emergencia dado que, tanto los caminos rurales como la ruta 7, se encuentran
intransitables. También que “sería fundamental que las provincias de Santa Fe, Buenos Aires y
Córdoba trabajen en conjunto a través de sus organismos técnicos”, a fin de buscar una
solución integral al problema “pues la falta de una planificación de la cuenca ha permitido la
realización de obras particulares que han agravado la situación”. (SOCIEDAD RURAL DE
RUFINO, 1998). Propone reuniones conjuntas de las Direcciones de Hidráulica provinciales y
de la Nación. Con ello, la Sociedad Rural está denunciando la construcción de canales
clandestinos, fuente de conflictos permanentes entre productores puesto que cuando uno saca
el agua de su campo, la recibe el vecino que está cuenca abajo.
La provincia de Santa Fé reconoce que la Dirección de Hidráulica no tiene un plan previo y va
detrás de la emergencia. Propone pedir un estudio a la Facultad de Ciencias Hídricas de la
Universidad Nacional del Litoral.
Varios meses después, se realiza la primera reunión del Comité Interprovincial de Cuenca de la
que participan las Direcciones de Hidráulica de las tres provincias junto al representante de la
Secretaría de Recursos Hídricos de la Nación y en la que se propone conformar un Comité de
Apoyo. Surge así la Comisión de Seguimiento de la Comisión Interjuridiccional, conformada por
las autoridades de las comunas afectadas, representantes de las asociaciones de productores
y de la Federación Agraria Argentina, definiendo como su objetivo principal “la solución
definitiva de la cuenca La Picasa”.
Los conflictos al interior de la Comisión de Seguimiento se van a evidenciar inmediatamente
después de su conformación, fundamentalmente por las denuncias de productores de Diego de
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Alvear y Aarón Castellanos acerca de la construcción de canales, tanto clandestinos como
públicos, que vuelcan los excedentes de agua de otras zonas en La Picasa.
Al finalizar el año 1998, y luego de numerosos reclamos, la provincia de Santa Fé comunica a
la Comisión de Seguimiento que, luego de dos meses de iniciados los estudios, los técnicos de
la FICH (UNL) informarán a la comunidad sobre los avances en el conocimiento e
interpretación del sistema de la cuenca.
Sin haberse firmado aún el proyecto de estatutos, la Comisión Interjuridiccional de Manejo de
Excedentes Hídricos de las Áreas bajas del Río V, Subcuenca La Picasa (CIAB-Río V) se
reúne en Rufino y suscribe un Acta Acuerdo, en el que se compromete a instrumentar un
mecanismo de evaluación y seguimiento técnicos de la problemática hídrica de la cuenca La
Picasa, comprometer la participación activa de un representante por jurisdicción; priorizar el
salvaguardo de los cascos urbanos y la participación de la Comisión de Seguimiento en la
detección y denuncia de toda actividad que involucre el manejo de las aguas superficiales. A la
vez que queda claro el respaldo político a la Comisión de Seguimiento, también queda claro
que son los propios productores los que deben ejercer el control de sus pares y, eventualmente
denunciarlos en caso de la realización de canales clandestinos.
El año 1999 se va a iniciar con una grave situación de emergencia en toda la cuenca debido a
las intensas precipitaciones pero también arrecian los conflictos entre provincias: Santa Fe
denuncia que Córdoba y Buenos Aires están realizando obras inconsultas. Esta última no
rectifica su acción argumentando que están en juego los cascos urbanos de las localidades
afectadas.
El peligro inminente de la entrada de agua al casco urbano de Rufino, dispara el surgimiento de
nuevas formas de organización: el Comité de Defensa Civil, un grupo denominado Apoyo
Ciudadano y luego, la Fundación para el Desarrollo Regional.
En abril de 1999, comienza a funcionar formalmente la Comisión Interjuridiccional, una vez que
las provincias firman el acuerdo, tras numerosos reclamos de la Comisión de Seguimiento por
la demora. Entre otras cuestiones, la Comisión decide tomar como base el estudio de
Diagnóstico elaborado por la FICH el cual será compatibilizado con el proyecto que viene
desarrollando la provincia de Buenos Aires en la cuenca del Salado y Córdoba en los sistemas
del Sudeste provincial”.(COMISIÓN INTERJURIDICCIONAL, 1999).
La Comisión de Seguimiento reclama la incorporación de un representante a dicha Comisión.
El diagnóstico elaborado por la FICH contempla la traza de dos alternativas: la Norte que
desagüa hacia la cuenca del Salado en la provincia de Buenos Aires y la Sur que, a través del
Arroyo Pavón, conduce el agua al río Paraná. La Comisión Interjuridiccional considera más
conveniente ésta última. Sin embargo, Santa Fe, ante la emergencia hídrica, inicia las obras
para derivar agua por la alternativa Norte, licitando en el mes de octubre la construcción de la
estación de bombeo de La Picasa. Buenos Aires objeta la decisión unilateral de realizar la traza
Norte.
Hacia fines de año, la Comisión de Seguimiento denuncia ante el gobierno provincial las obras
sin ejecutar, responsabilizando a la DPOH de Santa Fe, a Hidráulica de Buenos Aires y a
Recursos Hídricos de la Nación por la posibilidad de rebalse incontrolable de La Picasa.
(DOCUMENTOS SOCIEDAD RURAL, 1999)
A comienzos del 2000, el Presidente de la Nación visita Rufino “para tomar contacto con la
realidad de la región”.
Las provincias se comprometen a concretar las obras y a realizar los trámites tendientes a la
liberación de la traza y las expropiaciones de las áreas reservorio.
Sin embargo, los conflictos se acentúan: ante la continuación de las obras ejecutadas por la
provincia de Santa Fe tendientes a incorporar estaciones de bombeo para derivar las aguas a
la provincia de Buenos Aires (no respetando las pautas originarias del acuerdo establecido en
cuanto a no tomar acciones unilaterales), varios intendentes de esa provincia elevan un
petitorio a la Fiscalía de Estado a fin de que interponga los recursos o inicie las acciones
legales tendientes a paralizar en forma inmediata las obras de bombeo y canalizaciones en
ejecución.
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En la audiencia de Conciliación, ambas provincias ratifican su postura pero Santa Fe debe
desactivar el canal en forma provisoria mediante la construcción de tapones. La Comisión de
Seguimiento protesta fuertemente ante las autoridades provinciales por la interrupción de los
trabajos comenzados en la Alternativa Norte, dado que la construcción de la Alternativa Sur
demandará entre 3 y 5 años.
Lógicamente, el conflicto se traslada al interior de la Comisión de Seguimiento. Así, el
Intendente de Junín y de otras localidades bonaerenses afectadas dejan de asistir a las
reuniones a pesar de haber sido invitados en reiteradas oportunidades.
El año 2000 finaliza con las obras de la Alternativa Norte aún “taponadas”. El propio Presidente
de la Nación informa a la Comisión de Seguimiento que dado que el proyecto Alternativa Norte
se encuentra en una situación conflictiva, la Comisión Interjuridiccional resolvió avanzar en los
términos de la Alternativa Sur y que, en ese sentido, el gobierno nacional decidió incorporar en
el Plan Nacional de Infraestructura cuatro obras de canalización para ser licitadas en los
próximos meses.
A mediados del año 2001, la Comisión de Seguimiento sigue sin representación en la
Interjuridiccional y reclamando por ello.
Algunos propietarios se niegan a ser expropiados para permitir el paso de los canales. También
es cierto que el gobierno provincial sigue sin definir la superficie y el monto que recibirán los
afectados por las expropiaciones.
El presidente Comunal de Aarón Castellanos denuncia que la traza de los canales tuvo que
sortear una estancia, lo que pone en serio riesgo de inundación a todo el distrito. Solicita a la
provincia que se suspendan todas las obras proyectadas y en ejecución, aguas arriba de la
laguna La Picasa, puesto que su comuna no fue consultada y ni siquiera informada por la
Dirección de Hidráulica. También acusa a la Comisión de Seguimiento y a la Intendencia de
Rufino de “complicidad” con la provincia en relación con las obras inconsultas que envían o
desvían agua hacia su distrito. (DOCUMENTOS SOCIEDAD RURAL, 2002)
El presidente comunal de Aarón Castellanos fue el responsable del único proyecto alternativo
frente al oficial que proponía un canal navegable que desembocara en el Paraná.
En este punto ya han transcurrido varios años desde el comienzo de las negociaciones para la
solución del problema de la cuenca y aún no hay decisión a la vista: la Comisión de
Seguimiento reclama por el cierre de los canales clandestinos, la decisión enunciada a fines del
año 2000 por parte del gobierno nacional de comenzar las obras aún no se ha traducido en
hechos concretos, Santa Fe sigue litigando con Buenos Aires por los tapones de la Alternativa
Norte. La Comisión de Seguimiento es elocuente cuando dice, dirigiéndose al gobierno
provincial “Han transcurrido 4 años y lamentablemente lo que se planteaba como un tema
estrictamente técnico se ha visto tergiversado y muchas de las soluciones necesarias para
resolver la situación han sido interferidas por decisiones estrictamente políticas…entre los
productores afectados reina un ánimo belicoso por la falta de respuesta y el permanente estado
de deliberación…la Comisión de Seguimiento ha tenido que soportar las críticas y reclamos no
pudiendo dar ninguna contestación técnica ni política…”(DOCUMENTOS SOCIEDAD RURAL,
2002). Arrecian los conflictos también entre los propios afectados que responsabilizan a sus
pares de la Comisión por la falta de respuestas.
En la actualidad, las obras están de lejos de haberse concluido: las turbinas de la estación de
bombeo no funcionan, faltan muchos puentes por construir, los canales no están
interconectados entre sí y no se hicieron los canales secundarios. A tal punto que las obras
inconclusas son las que hoy generan anegamiento.
Las prácticas de la comunidad frente al “desastre ambiental”
La mayoría de los entrevistados (58%) enuncia que en el momento de la inundación, la
comunidad llevó adelante prácticas solidarias. En Rufino, y casi independientemente del sector
de pertenencia, todos los vecinos trabajaron día y noche llenando bolsas con tierra o arena,
haciendo canales y terraplenes, para impedir que el agua entrara al casco urbano y en las
zonas más bajas, a las casas. Incluso, se hacían guardias porque las bolsas cedían y había
que ir tapando los agujeros. Los barrios más afectados fueron los más carenciados, de allí que
otra práctica común fuera la donación de ropa, alimentos, colchones, tanto para los evacuados
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(escasos) como para aquellos que permanecieron en sus casas. Otras prácticas mencionadas
en menor proporción fueron el aporte de personal y vehículos que hicieron algunas empresas
privadas e instituciones y el rol cumplido por los bomberos en las evacuaciones.
Muchos ponen el énfasis en que se trató de un “brote solidario”, una “convocatoria
espontánea”, que unió sin distinciones a todos los sectores y a todas las instituciones, incluida
la municipalidad. Pero si “estaban unidos por el espanto”, es de esperar que al desaparecer el
riesgo inminente también desaparezcan las redes de solidaridad y, por lo tanto, la posibilidad
de diseñar estrategias conjuntas.
Los referentes de Diego de Alvear y Aarón Castellanos, en cambio, hablan de movilizaciones,
cortes de ruta, levantamiento de firmas y notas enviadas a diferentes niveles del poder político,
organizadas fundamentalmente desde el sector agropecuario.
Esta diferencia entre localidades se explica por el hecho de que estas últimas fueron las más
afectadas desde el punto de vista productivo, con gran cantidad de has bajo agua pero sus
cascos urbanos, más altos, no corrieron tanto riesgo como el de Rufino. Diferencias en las
acciones pero también en los sectores que participan: mientras en Rufino participan todos a
partir de una convocatoria espontánea, en Aarón Castellanos y Diego de Alvear convoca y
participa casi un único sector.
Contrariamente, el 47,7% percibe que las prácticas no fueron solidarias, sino “individualistas” y
se refieren a la realización por parte de los productores de canales clandestinos: “cada uno
quería salvarse mandando el agua a los de abajo”. No se trata meramente de un conflicto entre
pares: son docentes, empresarios, políticos, dirigentes comunitarios, los que también atribuyen
a esta práctica el rasgo de individualista. A su vez, el sector político local, responsable de las
decisiones en la emergencia y los técnicos externos comparten este punto de vista: mientras
que para el primero “la falta de apoyo de la población” actuó como un obstáculo para actuar,
para los segundos, los canales clandestinos son un obstáculo para el funcionamiento del
proyecto. Es decir, la culpa es de las acciones de los otros.
Llama la atención que para un porcentaje importante (29%) dominaron ambos tipos de
acciones simultáneamente, lo que significa que, frente al evento, se plasma tanto la solidaridad
como los intereses individuales.
Un porcentaje menor (12,2%) enuncia que “no hubo prácticas”, nada se hizo en la emergencia,
y lo atribuyen a que predominó el “desconcierto”, al individualismo de la mayoría que siente que
“no les va a pasar nada” y a que las autoridades locales no actuaron porque no tenían ningún
plan de prevención.
Los reclamos
Es indudable que cuando hablamos de reclamos, nos referimos también a una práctica. Lo
único que intentamos es diferenciarlas temporalmente dado que los reclamos se van perfilando
luego del evento, lo que supondría mayores posibilidades de construcción de significados
comunes acerca del problema y sus soluciones en el devenir del tiempo
Para el 61,1%, la comunidad se unió en la coyuntura para reclamar obras tales como que la
Municipalidad limpiara los canales ya existentes alrededor de la ciudad y construyera nuevos,
mejorara el estado de las calles, pusiera bombas para sacar el agua del casco urbano. En
definitiva, para “que no les llegara el agua a las casas”. Incluso se llegó a solicitar al Intendente
de Rufino que dinamitara una ruta nacional que actuaba como dique impidiendo el drenaje del
agua.
Las acciones se orientaban también a presionar al poder político provincial y nacional,
directamente o a través de los legisladores, para la realización de obras de infraestructura que
controlaran el problema en el futuro y para que se acordara con las otras provincias
involucradas dentro de la cuenca “un manejo serio del agua”. Reclamo que era compartido por
todos los sectores e incluso por todas las comunidades.
Casi en la misma proporción (53,3%), los actores locales y los técnicos externos ponen el
énfasis en que los reclamos fueron sectoriales y que los más afectados lideraron las acciones.
Son los referentes del sector agropecuario los que coinciden en que las que más presionaron
para que se elaborara un proyecto y después para que se realizaran las obras fueron las
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Asociaciones de productores (Sociedad Rural de Rufino, Asociación de Productores del Sur de
Santa Fe), actuando como un nexo entre las demandas de sus asociados y las autoridades
provinciales y nacionales. Pero los productores no sólo reclamaban obras sino también
cuestiones relacionadas directamente con sus intereses, tales como la recuperación de los
caminos rurales y el pago de subsidios para compensar las pérdidas sufridas y poder
recomenzar el ciclo productivo. En definitiva, demandaban “que les sacaran el agua como sea”.
No llama la atención que este reclamo aparezca con mayor fuerza en Aarón Castellanos y
Diego de Alvear, dado el grado de perjuicio que sufrieran.
También es razonable que, en algunos sectores, fundamentalmente en el político, los reclamos
sectoriales generen fuertes críticas porque “la gente reclama sin comprender los tiempos de la
administración pública”, “se aprovecha” o bien pide cosas imposibles de llevar a cabo como
“romper una ruta”.
Otro reclamo sectorial, enunciado por dirigentes comunitarios, asalariados e inundados, fue el
de los sectores carenciados, sin duda, los más vulnerables frente al desastre ambiental. Las
demandas eran por “comida, chapas, colchones” y dirigidas a las autoridades municipales. Se
observa que el conjunto de la comunidad percibió menos este tipo de reclamo, dado el lugar de
subordinación que este sector ocupa en el espacio social. Sólo los directamente involucrados o
los que ocupan los lugares más cercanos a ellos dentro del espacio del territorio le atribuyen
una mayor significación.
De la misma manera que en el punto anterior, el 29% de los entrevistados afirma que los
reclamos fueron tanto conjuntos como sectoriales, significando con ello que los momentos
fuertes de acción colectiva no excluyen las acciones guiadas por intereses más particulares.
Los actores que enuncian que no hubo reclamos (24,4%) asocian el hecho con “la falta de
conciencia colectiva”. En este sentido, afirman que si hubiera habido suficiente presión de la
comunidad, las obras se hubieran terminado. Y ello ocurre porque “la gente se queda en la
queja”, “se siente incapaz de incidir en las decisiones de los políticos”, “deja que los demás
resuelvan”. También porque el individualismo se traduce en prácticas tales como no
acompañar el reclamo de los sectores más afectados porque a ellos no les toca: “para la gente
del pueblo la inundación era ir a ver la laguna y pescar”.
¿Qué lograron los reclamos? La percepción general en Aarón Castellanos y Diego de Alvear es
que los logros fueron escasos o nulos y culpan al sector político de “no haberlos escuchado”.
La indiferencia de las autoridades produce desgaste, la falta de respuestas se plasma en que la
gente “baja los brazos”. Para los técnicos, la razón reside en la falta de acuerdo como
consecuencia de los conflictos entre productores de aguas arriba y aguas abajo que priorizaron
los intereses individuales por sobre los colectivos. El Estado provincial, por su parte, no percibe
que haya habido conflictos en tanto actuó “en función de los reclamos” de la gente.
Los referentes de Rufino no contestan en relación con los logros. Si el problema ya pasó, no es
necesario reflexionar acerca del éxito obtenido con las líneas de acción implementadas. La
diferencia entre convivir con el problema y “haberlo olvidado” se traduce en las prácticas
diferenciales de ambas comunidades que responden, sin duda, a la mayor o menor conciencia
de riesgo, a la mayor o menor seguridad que cada una siente frente a la posibilidad de que el
evento pueda repetirse.
Lo que comienza a ponerse en evidencia es el grado de conflictividad que caracterizó el
proceso: las culpas mutuamente atribuidas entre pares, entre sectores, entre localidades, entre
instituciones, hacia el Estado y desde el Estado hacia los actores locales fueron y siguen
siendo una constante en la búsqueda de soluciones.
Las nuevas formas de organización
Analizar el surgimiento de estas nuevas formas nos ayuda a comprender si las prácticas frente
al evento y los reclamos lograron construir suficiente capital social como para impulsar la idea
de una organización capaz de dar mayor grado de institucionalidad a las demandas y, por lo
tanto, mayor grado de poder a las instancias locales.
En este sentido, sólo el 43% de los entrevistados enuncia el surgimiento de alguna forma de
organización local, fundamentalmente en Rufino. La mayoría rescata el accionar de Apoyo
Ciudadano, convocada por productores agropecuarios, empresarios, industriales,
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profesionales, para trabajar sobre los problemas de la ciudad “ante la inacción del Municipio”.
Según sus miembros, fue una buena experiencia de participación y “la única oposición al
discurso oficial”. Pero no perdura en el tiempo, “al final sentían que perdían el tiempo”.
Parecería que al atenuarse el riesgo inminente, resulta difícil encontrar otros intereses
comunes y reaparecen las diferencias políticas, institucionales, ideológicas que históricamente
impidieron el trabajo conjunto en la comunidad.
Un grupo que se separa de Apoyo Ciudadano conforma la Fundación para el Desarrollo
Regional, “era la gente más fuerte que podía bancar una fundación”. Efectivamente, sus
miembros ocupan posiciones destacadas en el espacio local, sobre todo por el volumen de
capital económico y simbólico, razón por la cual el resto de la comunidad siente que sus líneas
de acción no son posibles para todos.
Otra forma de organización fue la Junta de Defensa Civil. Según los referentes locales, se
formó espontáneamente para afrontar el desastre a partir de la convocatoria de las
instituciones y el Intendente. Sin embargo, el sector político tiene un punto de vista diferente:
fue él quién la convocó y no tuvo necesidad de recurrir a otras instituciones para actuar. La
Junta tuvo “cortocircuitos” después de la inundación, está desorganizada y no tiene un proyecto
de trabajo comunitario “preparado y ensayado” en caso de que volviera a producirse un nuevo
evento.
El sector agropecuario hace referencia a la Comisión de Seguimiento en la que, como dijimos,
participan las autoridades de las comunas afectadas, representantes de las Asociaciones de
productores y de la Federación Agraria Argentina. Su accionar “se apagó como una vela” en la
medida en que las instituciones se fueron retirando tanto por los conflictos internos como por el
cansancio que produce la falta de respuestas por parte del Estado.
En menor proporción, los referentes mencionan otras formas de organización tales como
comedores escolares, comisiones de apoyo por el tema de la seguridad y los caminos rurales,
productores autoconvocados del Sur de Córdoba (PRASCOR), etc..
En Aarón Castellanos y Diego de Alvear las acciones se canalizaron a través de
organizaciones preexistentes, fundamentalmente la Asociación de Productores del Sur de
Santa Fe. La intención de conformar una cooperativa de pescadores no prosperó por
problemas gremiales entre los locales y la gente que venía de afuera y además porque no
lograron que la provincia construyera la planta procesadora.
En síntesis, ninguna de las organizaciones emergentes del desastre ambiental tuvo continuidad
en el tiempo con lo que no logran un grado de institucionalización suficiente como para incidir
en las decisiones del poder político. En ese sentido, no es casual que el 48% de los
entrevistados, independientemente del sector de pertenencia, no conteste la pregunta:
parecería que su accionar no fue suficientemente relevante como para ser percibido por la
gente.
Desde el punto de vista de los técnicos, la iniciativa de la organización debió ser propuesta
desde el sector externo, a modo de una “entidad de actores sociales de la cuenca”, dotada de
una oficina técnica y de un funcionario que monitoree la situación de la cuenca. No pudieron
llevarla a cabo por “anteojeras de las autoridades”. La diferencia entre los técnicos y las
autoridades provinciales es que éstas creen que sería suficiente con la figura del Comité de
Cuenca formado por representantes de la provincia, las comunas y los productores. La razón
es que las “asociaciones civiles se adormilan” y lo que se requiere es “armar un tejido de
respuestas rápidas”. Sin embargo, tampoco hubo iniciativas en este sentido por parte de la
provincia.
Los proyectos alternativos
La posibilidad de las comunidades de generar proyectos alternativos para solucionar el manejo
del agua dentro de la cuenca es también una medida de su grado de organización. Significa
que no sólo hay un espacio para compartir los problemas sino también para llevar adelante
nuevas variantes a las líneas de acción implementadas hasta el momento. La cuestión pasaría
por la validez que los otros les otorgan como para escucharlas y enrolarse o no en ellas.
Como es de esperar, la tendencia observada en el punto anterior se repite: sólo el 40% sabe
que hubo proyectos alternativos, aunque no necesariamente los asocien con una institución en
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particular. El más nombrado es el proyecto del canal navegable elaborado por el Presidente
Comunal de Aarón Castellanos, tanto por sus atributos positivos como negativos. Entre los
primeros, se menciona que el proyecto “generaba oportunidades de la crisis”, en tanto ofrecía
posibilidades turísticas, energéticas y de transporte, y, a la vez, independizaba a Santa Fe de
las decisiones de las otras provincias de la cuenca. Para sus detractores era inviable, “pura
charlatanería” y lo único que logró fue que se perdiera tiempo para decidir acerca del proyecto
definitivo. Todos coinciden, sin embargo, en que, desde el poder político, “nunca se lo
escuchó”, “se lo consideró un tirabombas”.
Otros referentes mencionan como alternativos a las dos variantes formuladas en el proyecto
oficial (Alternativa Norte y Alternativa Sur), lo que demuestra la escasez de información al
interior de la comunidad acerca de las soluciones propuestas para el manejo de los recursos
hídricos.
El 34,4% enuncia que no hubo proyectos alternativos y no los hubo por dos razones diferentes.
Por un lado, porque las comunidades dejaron la solución en manos de los técnicos de la
Dirección de Hidráulica. Como “la gente habla pero no hace” y además cada uno destruye lo
que dice el otro, son los políticos los que terminan definiendo las soluciones. La segunda razón
es que las comunidades no están preparadas, “no saben cómo se soluciona un problema así”,
por lo tanto, deben ocuparse “los que saben”. De lo contrario, los actores se oponen a los
proyectos presentados por los técnicos sin demasiados fundamentos y lo único que se logra es
retrasar la definición de las soluciones. En síntesis, dominan las críticas: sean porque los
conflictos impidieron la construcción de un cierto consenso como para plantear proyectos
alternativos, sean porque plantearlos resultaba más perjudicial que beneficioso.
Tanto el sector político provincial como los técnicos coinciden en que no hubo proyectos
alternativos y “si los hubo no aparecieron”. Tal como afirman los actores locales, el proyecto del
canal navegable no mereció ni la más mínima atención por parte del sector externo.
Finalmente, el 24,4% no sabe si hubo o no proyectos alternativos, lo que corrobora lo dicho
anteriormente acerca de la escasez de información que circula en la comunidad.
La acción del Estado desde el punto de vista de los actores
Si el 81% de los referentes percibe que la acción del Estado nacional y provincial fue negativa,
significa que es el actor al que se le atribuye la mayor parte de la responsabilidad del desastre
pasado y también la posibilidad de que pueda repetirse.
Para la mayoría (66,7% ) el principal aspecto negativo reside en la demora en la ejecución de
las obras: faltan puentes por construir, faltan canales que deriven el agua antes de llegar a la
laguna y los que están no están interconectados entre sí, faltan reservorios, la Alternativa Sur
está inconclusa. Atribuyen la demora a la “falta de voluntad política”: se esperó hasta último
momento para tomar las decisiones cuando tuvieron el problema del agua otra vez encima (se
refieren a las lluvias de principios del año 2007), “se hicieron los tontos sabiendo lo que iba a
pasar”. “Lo que más duele no es el agua sino el olvido” tanto desde la Nación como desde la
provincia, pone en evidencia que la percepción dominante es la falta de respuestas por parte
del poder político y también la falta de planificación y la “negligencia”. Asociado con la falta de
voluntad política, los actores enuncian que la provincia no le pagó a la empresa constructora,
no quiso actualizar los valores demandados por ésta y las obras se pararon. Por otra parte,
tampoco autorizó ni autoriza a los productores que así lo desean a construir los canales que
faltan o interconectar los existentes. O sea, el Estado provincial no se hace cargo pero tampoco
permite que lo hagan los otros. Lógicamente, éste se defiende argumentando que es la Nación
la que debe dar la orden.
El segundo aspecto negativo tiene que ver con el propio proyecto diseñado para el manejo del
agua (17,8 % de los entrevistados). Al partir de un diagnóstico equivocado, se cometió el error
de construir la estación de bombeo “que no es una respuesta técnica adecuada” porque, dado
el conflicto con Buenos Aires, están apagadas o bien funcionan alternativamente. Ello, sumado
a que los canales se empezaron a construir desde aguas abajo hacia arriba, hace que el agua
canalizada entre a la laguna más rápido de lo que sale y vuelvan a inundarse los campos de
Aarón Castellanos y Diego de Alvear.
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El proyecto no contempló tampoco la mejora de las defensas periféricas de la ciudad de Rufino
ni las obras de desagüe interno una vez superada la emergencia y, además, falta la planta de
bombeo.
El tercer aspecto fuertemente criticado (25,6%), sobre todo por los miembros del sector
agropecuario, es que la provincia no resolvió el tema de las expropiaciones de los campos
afectados por la traza de los canales y reservorios ni pagó los subsidios que había prometido
para recomenzar el ciclo productivo. Por el contrario, reclama el pago del impuesto inmobiliario
de los campos que aún permanecen bajo agua. Además no ejerció poder de policía sobre los
productores que se negaron a dejar pasar los canales por sus predios y no controla la
ejecución de canales clandestinos.
Precisamente, la ejecución de las obras, el pago de expropiaciones y de subsidios
constituyeron el núcleo de los reclamos locales tanto conjuntos como sectoriales. La
persistencia del Estado en líneas de acción que la sociedad percibe como negativas muestra la
poca incidencia que dichos reclamos tuvieron y tienen a la hora de tomar decisiones políticas.
El cuarto aspecto negativo que recae directamente sobre el Estado nacional es su falta de
intervención para dirimir los conflictos interprovinciales, fundamentalmente entre Santa Fe y
Buenos Aires.
Los técnicos comparten con los actores locales la valoración negativa en relación con la
demora en las obras y la falta de pago del monto de las expropiaciones: “el monto fijado por la
Nación no alcanzaba para nada”. Son inclusive más críticos que los actores locales al evaluar
que el Estado provincial no respetó el proyecto originalmente diseñado y que el nivel de detalle
fue resuelto por las propias empresas constructoras sin consultarlos. Es más, la Alternativa
Norte no estaba propuesta en el proyecto, fue una decisión exclusiva del poder político para
enfrentar la emergencia.
Las autoridades provinciales enuncian que la Nación “hizo una gran inversión”. Aún así,
reconocen la demora en las obras pero esto tiene más que ver con las prácticas de los otros
que con las suyas propias. Así, “lo que falta no llevaría más de un año pero no se puede decir
cuando van a terminar por el problema de las expropiaciones, por los problemas contractuales
con las empresas, porque hubo modificaciones en las obras”. Aclaran que la provincia no tiene
poder de policía, por lo tanto, no puede actuar sobre la construcción de canales clandestinos
en campos de particulares, además “nadie nos informa que se están haciendo en tal lugar”.
En relación con el desempeño del Estado municipal, los atributos positivos (35,5% de los
entrevistados) predominan sobre los negativos (17,8%). Los referentes locales enuncian que,
en la emergencia, se mejoraron los sistemas de defensa (canales y bombeo) de los cascos
urbanos con ayuda de la provincia y que se profundizaron y limpiaron los existentes: las
autoridades “actuaron bien”. Quizás en este caso, como respuesta a los reclamos del conjunto
de la sociedad local.
El sector político pone de relieve además que el Municipio trabajó con planes sociales, hizo
campañas sanitarias e inyectó recursos a la comunidad a través de la contratación de personal
desocupado para hacer las defensas. En síntesis, su accionar “tranquilizó a la gente”
Paradójicamente, los atributos negativos también se asocian con las obras pero en este caso,
se atribuyen a que, luego de la emergencia, el Municipio no ejerció suficiente presión sobre el
nivel nacional y provincial para que se concluyan, ni tampoco mantiene adecuadamente los
canales existentes.
Un segundo atributo que no hace más que reflejar los conflictos políticos que caracterizan al
espacio local se refiere a que las autoridades locales no escuchan las propuestas de otros
sectores, no convocan y, por lo tanto “la gente no se siente estimulada a participar”.
Lo cierto es que también en este punto, la percepción positiva o negativa acerca de la acción
del Estado no es excluyente: puede ser positiva o negativa según sea el nivel del que se habla
o según el momento del que se trate. Así, para casi el 25%, mientras el accionar de los
gobiernos nacional y provincial fue negativo, el de los gobiernos municipales o comunales fue
positivo.
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La percepción de la comunidad sobre su grado de vulnerabilidad
La mayoría (76,7%) tiene la convicción de que en las condiciones actuales, el evento ambiental
puede repetirse. Se ven a sí mismos como muy vulnerables y ello representa un claro indicador
de la evaluación que las comunidades hacen de los resultados del proceso de intervención.
¿A que atribuyen tal grado de inseguridad? En primer lugar, la asocian con “el miedo”, “la
angustia”, “la impotencia”, “la sensación de desprotección que reaparece cuando llueve”,
“quedó el síndrome de la inundación”. En segundo lugar, con la profundización del
descreimiento hacia el sector político que “no se ha ocupado del tema y está latente”, que “no
ha generado planes de contingencia”, que “no han construido una agenda con lo que hay que
hacer”. La falta de confianza llega a tal punto que la gente “no tiene esperanzas de que se vaya
a solucionar”. En tercer lugar y muy relacionado con las prácticas políticas, atribuyen la
inseguridad a las obras inconclusas que, como ya dijimos, “es peor que antes porque La Picasa
no tiene salida”.
La gente no está preparada para un nuevo evento: “la comunidad está resignada, no
preparada”, “no se podría soportar otra crisis”.
Precisamente, ese malestar es el que impacta fuertemente sobre las relaciones sociales, al
punto que el conflicto se vuelve parte de la interacción cotidiana. Además, “esa persona que
participaba en instituciones ya no va, no comparte porque no tiene más nada porqué luchar”,
con lo que el descreimiento reduce aún más la participación, deja de tener sentido ante la
pérdida de credibilidad en sus representantes. Se refuerza la norma “para que participar si
nada se logra”. Simultáneamente, se van perdiendo las redes de solidaridad construidas en el
momento de las inundaciones. En síntesis, prácticas todas que no hacen más que reproducir
las normas de acción tendientes a la desorganización social y, por ende, las condiciones de
vulnerabilidad de las comunidades.
Nuevamente, es notable la multiplicidad de marcos de interpretación que prevalece frente al
problema: el 53,3 % de los referentes no cree sentirse inseguro. Y ello muestra que para un
porcentaje importante de la población se dan ambas situaciones a la vez, es decir, siente
seguridad en algunos aspectos e inseguridad en otros.
La percepción de una mayor seguridad se asocia fundamentalmente con la protección de los
cascos urbanos: así la comunidad de Rufino se siente más preparada porque los canales se
mantienen limpios y se construyeron terraplenes más sólidos que no permiten que el agua
filtre. En segundo lugar, porque de la experiencia “algo se aprende”, la gente sabe como actuar
frente a la emergencia y eso implica que está más preparada para afrontarla.
Finalmente, la gente no se siente insegura porque ignora u olvida el problema, está
“inmunizada”, “se acostumbró a convivir con el agua”. Y olvidar implica precisamente reproducir
la sensación subjetiva de mayor seguridad.
Sin duda, una condición asociada con la mayor o menor sensación de seguridad es la
información que se difunde y la capacidad de la gente para incorporarla. En este sentido, la
mayoría afirma que la comunidad no está informada sobre el estado de las obras, no sabe que
están sin terminar, no sabe si está funcionando o no la estación de bombeo, no sabe cuales
son los beneficios o perjuicios que las obras traerán aparejados. En parte porque la información
está “teñida de intereses y el poder político informa sobre lo que le conviene” y en parte porque
las propias comunidades no quieren informarse, ya sea para poder seguir creyendo que “no
pasa nada”, ya sea porque el problema “no les importa mientras no se les inunde la casa”.
Los que sí creen que las comunidades están informadas apelan a la publicidad sobre la
realización de las obras a través de los diarios, de las radios y de las reuniones que se hicieron
en las localidades con los técnicos de la Dirección de Hidráulica de la provincia y de la SSRH
de la Nación.
Negociación y Conflictos
A la hora de identificar aquellos rasgos que caracterizaron el proceso de negociación entre
actores locales y externos, queda claro que, desde el discurso de los actores locales, el rasgo
dominante es el conflicto, como una cuestión que atraviesa todo el proceso y que se da en
todos los niveles.
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El poder político (provincial y nacional) tomó las decisiones y no generó instancias de
negociación para la definición de una solución común del problema con las comunidades
afectadas. Tanto es así, que la mayoría de los actores locales representa la relación con el
Estado como muy conflictiva. De allí que dominen expresiones tales como “no se consensuó
nada”, “no se escucha a la gente”, “decidieron los políticos”. Fue en suma un proyecto impuesto
desde afuera. Un proyecto del que las comunidades no se han sentido partícipes. Y el sector
político provincial corrobora la validez del punto de vista de los actores locales: “se trató de
consensuar con la gente el recorrido del canal pero hay que darse cuenta que cuanto antes
empezara a funcionar, mejor”.
“El acuerdo fue sólo entre los deptos de hidráulica de las jurisdicciones. Las reuniones con la
comunidad fueron sólo informativas, no se convocó para debatir” (técnico externo)
Tal como sostienen CARDARELLI Y ROSENFELD (2000), se podría afirmar que el Estado es
quien sigue sosteniendo el poder político y el capital simbólico para imponer visiones (y
divisiones) sociales, en términos de capacidad de influencia para determinar la ubicación de las
personas y los grupos dentro del espacio social y para negociar e imponer criterios de apoyo
técnico y económico, reservándose el espacio de las “necesidades sentidas”, los
macroproyectos, el capital social y el armado de grupos solidarios y democráticos en la
sociedad civil.
Al mismo tiempo, los actores locales no constituyen un grupo homogéneo: ocupan posiciones
diferentes en el espacio social y, por lo tanto, disponen de mayores o menores recursos dentro
de las restricciones que la estructura impone. De allí, que no todos sientan como posible actuar
en la interfase con el Estado, explicitando sus “resistencias”. Parecería que los que plantearon
su “resistencia” con mayor fuerza fueron los productores agropecuarios, a través de sus
organizaciones preexistentes y de la Comisión de Seguimiento y con ello pasaron a
“representar” a los demás en las luchas. Podríamos pensar que es una estrategia razonable en
tanto constituyen uno de los sectores más afectados productiva y económicamente. Sin
embargo, no son los únicos: la gente coincide en que la inundación perjudicó a toda la región.
Ello significa entonces, que la mayoría no siente que disponga de recursos suficientes como
para actuar y ese es el obstáculo para hablar, intercambiar información y diseñar estrategias
conjuntas.
Una segunda interfase muy conflictiva y que genera, a su vez, más conflictos entre los actores
locales y el Estado provincial, fue entre Santa Fe y Buenos Aires a partir de la decisión de la
primera de ejecutar la Alternativa Norte. En este sentido, los actores locales reafirman que se
debió consensuar previamente: “Buenos Aires tiene razón en oponerse a recibir el agua”,
“Cada provincia contempla sus intereses y va a ser difícil ahora llegar a un acuerdo”. Los
referentes de Aarón Castellanos y Diego de Alvear perciben además que su propia provincia no
los defendió suficientemente: si Córdoba manda el agua a Santa Fe y ésta no la puede derivar
hacia Buenos Aires, entonces Santa Fe debería haber interpuesto también un recurso de
amparo contra Córdoba. Lo cierto es que los conflictos interprovinciales son significados como
muy graves por el 35% de los referentes y también por los técnicos externos que estiman que
el recurso interpuesto por Buenos Aires impidió la posibilidad de evacuar el agua durante 3
años. Agregan además: “ También hay canales clandestinos en Buenos Aires que vuelcan a La
Picasa.. Los canales no tienen mantenimiento, al no haber una autoridad de cuenca, cada
provincia hace lo que quiere, mantiene o no mantiene. Buenos Aires era la que menos
controlaba”.
Por su parte, el sector político provincial no cree que haya habido conflictos. Simplemente
“Santa Fe hizo lo que tenía que hacer (la Alternativa Norte) para resolver el problema” ante la
falta de una decisión conjunta de las tres provincias afectadas.
Evidentemente, el Estado tampoco constituye una unidad, sino que existen diferentes niveles
de organización de la vida política y social (local, provincial y nacional), a la que le
corresponden instancias diferentes de organización gubernamental (municipio, gobiernos
provinciales y gobierno central). Es por ello que los actores locales no representan de la misma
manera lo actuado por los distintos niveles del Estado. Así como el discurso expresa
descontento frente a la actuación del gobierno provincial, llegando incluso a sentirse “no
defendidos” por su propia provincia, las acciones del gobierno local son representadas como
positivas.
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Esto confirmaría que el gobierno municipal es el que puede acercarse más a una
representación real de la población local, es el que esta más cerca de los ciudadanos y sus
necesidades. Sin duda en este caso, el municipio pudo dar respuestas ante la emergencia
aunque luego no haya presionado lo suficiente sobre el nivel nacional y provincial para que se
concluyan las obras y para la manutención de los canales existentes.
Los conflictos se plantearon también entre comunidades: los referentes de Aarón Castellanos y
Diego de Alvear, acusan a Rufino de “mandarles” el agua a través de la construcción de
canales, tanto públicos como clandestinos, que vuelcan los excedentes de agua en La Picasa.
Además, “lo poco que mandan de subsidio va a Rufino”, cuando los que lo necesitan son los
más afectados.
Al interior de la comunidad también surgieron los conflictos: la lucha de intereses entre las
instituciones de Rufino -ya histórica- se profundiza con la inundación. Muchos referentes
acuerdan en que cada una intentó sacar partido de la crisis, imponer su propio proyecto y que
fue esta lucha la que impidió alcanzar un cierto consenso para plantear soluciones conjuntas.
No es casual entonces que no hayan podido generar proyectos alternativos al oficial. Es más,
si los hubiera habido, lo más probable es que no hubieran logrado imponerse a éste último,
dada la dificultad de la comunidad de reconocer en alguno de sus miembros la habilidad social
para “representarlos” y comprometerlos en la acción colectiva.
Finalmente, los conflictos entre productores arreciaron tanto por la construcción de canales
clandestinos como por la negación de algunos a dejar pasar los canales y reservorios por sus
predios. Según sus pares, no sólo demoraron las obras sino que además provocaron una
“anarquía hídrica” al impedir el drenaje desde aguas arriba. Desde el discurso de los técnicos,
el conflicto es incluso más profundo puesto que algunos de los que encabezaban los reclamos
fueron precisamente los que no permitieron el paso de la traza.
El sector político provincial no puede resolverlo puesto que “no está formalmente legalizado
que debe hacer la provincia si el propietario no está de acuerdo con el precio que se le va a
pagar por la superficie expropiada y va a un juicio” Pero además, al no tener poder de policía
para controlar los canales clandestinos, delega la tarea de relevamiento dentro de los predios
particulares en los presidentes comunales o en las asociaciones de productores y con ello
potencia el conflicto entre pares.
Aún en este contexto, un porcentaje de la comunidad afirma que no hubo conflictos. Dentro de
este grupo, podemos diferenciar entre los que enuncian que no existieron razones para el
conflicto y los que creen que la imposición del proyecto no permitió que salieran a la luz. Para
los primeros hubo consenso en torno al proyecto oficial, la comunidad adhirió porque está bien
diseñado dado que “lo hizo gente que sabe del tema”. Para los segundos, la ausencia de voces
de disenso se debió a que la comunidad no se involucró, entonces, es lógico que “ante una
emergencia se apoye cualquier proyecto que aparezca”, “si estás inundado vas a decir que sí”.
Lo que interesa analizar es si, con el tiempo, los conflictos se fueron resolviendo o, por el
contrario, profundizando. En este sentido, el 41 % acuerda en que hubo algunos cambios tanto
positivos como negativos pero nadie percibe que se hayan resuelto. Los cambios positivos se
refieren a la construcción de un mayor grado de consenso acerca de que el proyecto puede
resolver el problema pero depende “del excedente que acepte Buenos Aires” y “de que las
obras no se demoren mucho tiempo”. En definitiva, los conflictos siguen vigentes en tanto estas
cuestiones aún no se han resuelto. Los cambios negativos, en cambio, son atribuidos a que
“las obras empeoraron la situación” y lógicamente son los productores de Aarón Castellanos y
Diego de Alvear los que los sufren.
Para los técnicos, aún cuando la situación ha mejorado “por el buen diseño del proyecto, los
conflictos van a persistir en tanto no haya un cambio en la conciencia de la comunidad que
tienda a tomar el problema integradamente”.Con ello quieren decir que el problema de las
condiciones de vulnerabilidad de la población no se resuelve sólo con infraestructura, es
necesario considerar la conflictividad de las relaciones sociales que impiden la construcción de
un proyecto colectivo.
En síntesis, los conflictos se profundizaron durante el proceso de intervención aún cuando
hubo intentos por parte de algunos sectores (sobre todo, del agropecuario) de negociar un
sentido común acerca del problema y sus soluciones. Parecería que la única modalidad de
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resolución de los conflictos que pudo implementarse es la vía legal tanto para resolver las
diferencias entre provincias como entre la sociedad civil y el poder político.
Tampoco se modificaron las posiciones relativas de los actores en el espacio. Quizás, si las
nuevas formas de organización hubieran continuado en el tiempo, si hubiera habido un mayor
grado de institucionalización de las demandas, eso hubiera contribuido a incrementar el
volumen de capital social y simbólico de aquellos capaces de enrolar a los demás en la acción
colectiva y, por ende, no sólo a transformar las relaciones de poder dentro sino a incrementar la
capacidad de agencia de toda la comunidad.
Precisamente, el Estado pudo imponer su proyecto por la desorganización social, por el
individualismo, porque la gente lo dejó en manos de lo que saben. Estas características de las
relaciones sociales se traducen en el grado de organización que parece haber sido capaz de
poner en marcha el proyecto pero no logra que las obras se concluyan y no lo logra en parte
porque la mayoría de las nuevas formas sociales desaparece con el tiempo. En este sentido, la
suerte de la organización de la comunidad parece depender de sus demandas: en este caso, la
dureza de la confrontación con el Estado y la falta de respuestas por parte de éste
transformaron la participación en una acción sin sentido para los actores locales y ello incidió
fuertemente en el fin de las nuevas organizaciones gestadas a partir del evento.
¿Qué podríamos esperar de una propuesta participativa?
Finalmente, se deduce que no hay una construcción común en las comunidades acerca de la
definición de las soluciones, sino más bien una multiplicidad de marcos de interpretación que
no alcanzan a plasmarse en un cambio de prácticas. No puede ser de otra manera en tanto del
tema de la inundación no se ha hablado, por lo menos en Rufino, en los últimos años, como si
se tratara de toda una estrategia de negación del riesgo para poder seguir actuando como
hasta ahora.
La preeminencia del conflicto refuerza las normas tendientes a la desorganización social. Y sin
organización, no hay posibilidad de espacios dónde intercambiar información y reflexionar con
los otros acerca del éxito o fracaso de las estrategias implementadas hasta ahora para
solucionar los problemas.
Nos preguntamos, entonces, ¿Cómo generar mayor capital social, esto es, mayor densidad de
vínculos en una comunidad muy individualista? ¿Cómo incrementar la posibilidad del encuentro
para compartir los problemas con los otros? ¿Cómo impulsar la idea de la organización como
práctica posible?. Precisamente, esta propuesta metodológica consiste en la construcción de
un autodiagnóstico junto con la comunidad acerca del sentido atribuido y las prácticas ligadas
al manejo de los recursos hídricos. La fortaleza de esta metodología radica en el
involucramiento de los miembros de la sociedad en toda la cadena de cogestión de los
recursos hídricos dado que, históricamente, los problemas relacionados con la gestión del agua
se han definido y “resuelto” sin la participación de las comunidades involucradas en ellos.
Además, la propuesta posee un diseño flexible. En tanto las etapas se retroalimentan en un
proceso continuo, la evaluación debe permitirnos ir redefiniendo los problemas metodológicos y
modificando las técnicas utilizadas.
Precisamente, la metodología se consolida en la contribución a un trabajo conjunto con las
comunidades que sirva, en primer lugar, para que sus miembros tomen conciencia de que
comparten más consensos que disensos a la hora de priorizar los problemas que los aquejan.
Y en segundo lugar, para generar un espacio que facilite la interacción discursiva, la reflexión y
la negociación acerca de nuevas variantes a las líneas de acción implementadas hasta ahora,
entre ellas, la posibilidad de generar nuevas formas organizativas que incrementen la
capacidad de negociación de los actores frente a instancias de mayor poder político y/o
económico.
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