Las decisiones de la Corte Interamericana y la administración de justicia Oswaldo r. Ruiz Chiriboga* INTRODUCCIÓN El presente trabajo tiene como objeto presentar un panorama general sobre el desarrollo de la noción de “debido proceso” en la jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (en adelante “la Corte Interamericana” o “Corte IDH”), en tanto que sus fallos han realizado una importante tarea respecto al desarrollo de los alcances y contenido de este derecho humano. Asimismo, se hará referencia a ciertas decisiones del Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas (en adelante “el Comité DH”), de la Corte Europea de Derechos Humanos (en adelante “el Tribunal Europeo”), de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (en adelante “la CIDH”), y del Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer (en adelante “CEDAW”), que por su relevancia resultan pertinentes citarlas. LA NOCIÓN DE “DEBIDO PROCESO”. Es útil recordar que el proceso es un medio para asegurar, en la mayor medida posible, la solución justa de una controversia. A ese fin atiende el conjunto de actos de diversas características generalmente reunidos bajo el concepto de debido proceso legal. En la Convención Americana sobre Derechos Humanos (en adelante “la Convención” o “la Convención Americana”) las garantías mínimas del debido proceso están consagradas en el artículo 8. Al denominarlas mínimas la Convención presume que, en circunstancias específicas, otras garantías adicionales pueden ser necesarias (Corte IDH. Caso Lori Berenson Mejía, párr. 176, y O.C. Excepciones al Agotamiento de los Recursos Internos, párr. 24). Este artículo se aplica al conjunto de requisitos que deben observarse en las instancias procesales, cualesquiera que ellas sean, a efecto de que las personas puedan defenderse adecuadamente ante cualquier acto emanado del Estado que pueda afectar sus derechos (Corte IDH. Caso Yatama, párr. 147). Es decir, cualquier actuación u omisión de los órganos estatales dentro de un proceso, sea administrativo sancionatorio o jurisdiccional, debe respetar el debido proceso legal (Corte IDH. O.C. Condición Jurídica y Derechos de los Migrantes Indocumentados, párr. 123; Caso Baena Ricardo y otros, párr. 124, y Caso Ivcher Bronstein, párr. 102). Consecuentemente, las reglas del debido proceso y las garantías judiciales deben aplicarse no sólo a los procesos judiciales, sino a cualesquiera otros procesos que siga el Estado (Corte IDH. Caso Baena Ricardo y otros, párrs. 124-126), o bien, que estén bajo la supervisión del mismo (Corte IDH. O.C. Condición Jurídica y Derechos Humanos del Niño, párr. 117). En los casos en que la Corte Interamericana ha analizado las alegadas violaciones al debido proceso, ha sostenido que el esclarecimiento de si el Estado ha violado o no sus obligaciones * Abogado de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad del autor y no reflejan necesariamente el parecer de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. internacionales por virtud de las actuaciones de sus órganos judiciales, puede conducir a que la Corte deba ocuparse de examinar los respectivos procesos internos (Corte IDH. Caso Comunidad indígena Yakye Axa, párr. 109), para establecer su compatibilidad con la Convención Americana. A la luz de lo anterior, se deben considerar los procedimientos internos como un todo, incluyendo las decisiones de los tribunales de apelación. La función del tribunal internacional es determinar si la integralidad del procedimiento, inclusive la incorporación de prueba, se ajustó a la Convención (Corte IDH. Caso Juan Humberto Sanchez, párr. 120). El respeto a los derechos humanos constituye un límite a la actividad estatal, lo cual vale para todo órgano o funcionario que se encuentre en una situación de poder, en razón de su carácter oficial, respecto de las demás personas. Es, así, ilícita, toda forma de ejercicio del poder público que viole los derechos reconocidos por la Convención Americana sobre Derechos Humanos. Esto es aún más importante cuando el Estado ejerce su poder sancionatorio, pues éste no sólo presupone la actuación de las autoridades con un total apego al orden jurídico, sino implica además la concesión de las garantías mínimas del debido proceso a todas las personas que se encuentran sujetas a su jurisdicción, bajo las exigencias establecidas en la Convención (Corte IDH. Caso del Tribunal Constitucional, párr. 68). El desarrollo histórico del proceso, consecuente con la protección del individuo y la realización de la justicia, ha traído consigo la incorporación de nuevos derechos procesales. Son ejemplo de este carácter evolutivo del proceso los derechos a no autoincriminarse y a declarar en presencia de abogado, que hoy día figuran en la legislación y en la jurisprudencia de los sistemas jurídicos más avanzados. Es así como se ha establecido, en forma progresiva, el aparato de las garantías judiciales que recoge el artículo 14 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, al que pueden y deben agregarse, bajo el mismo concepto, otras garantías aportadas por diversos instrumentos del Derecho Internacional. Todo proceso está integrado por actos jurídicos que guardan entre sí relación cronológica, lógica y teleológica. Unos son soporte o supuesto de los otros y todos se ordenan a un fin supremo y común: la solución de la controversia por medio de una sentencia. Los actos procesales corresponden al género de los actos jurídicos, y por ello se encuentran sujetos a las reglas que determinan la aparición y los efectos de aquéllos. Por ende, cada acto debe ajustarse a las normas que presiden su creación y le confieren valor jurídico, presupuesto para que produzca efectos de este carácter. Si ello no ocurre, el acto carecerá de esa validez y no producirá tales efectos. La validez de cada uno de los actos jurídicos influye sobre la validez del conjunto, puesto que en éste cada uno se halla sustentado en otro precedente y es, a su turno, sustento de otros más. La culminación de esa secuencia de actos es la sentencia, que dirime la controversia y establece la verdad legal, con autoridad de cosa juzgada. Para la Corte Interamericana si los actos en que se sostiene la sentencia están afectados por vicios graves, que los privan de la eficacia que debieran tener en condiciones normales, la sentencia no subsistirá. Carecerá de su soporte necesario: un proceso realizado conforme a Derecho. Es bien conocida la figura de la reposición del procedimiento, que acarrea la invalidación de diversos actos y la repetición de las actuaciones a partir de aquélla en que se cometió la violación que determina dicha invalidación. Esto implica, en su caso, que se dicte nueva sentencia. La validez del proceso es condición de la validez de la sentencia. Es importante distinguir la hipótesis cuando el tribunal aplica inexactamente la ley en su sentencia, o aprecia erróneamente las pruebas. En estos casos la sentencia es válida y puede adquirir firmeza, aunque pudiera ser injusta o incorrecta. Tiene sustento procesal en actos válidos, realizados conforme a Derecho. Por ello, subsiste a pesar de que contenga errores de apreciación o aplicación de normas. No es el caso de una sentencia que carece de soporte procesal, por estar erigida sobre bases insubsistentes. En tal sentido, la Corte Interamericana conoció un caso en el que el proceso penal tuvo severas deficiencias y violaciones procesales: se siguió ante un órgano jurisdiccional que no fue considerado ‘juez natural’ para hechos e inculpados; en ese procesamiento actuaron jueces y fiscales ‘sin rostro’; los inculpados no dispusieron de un defensor de su elección desde el momento mismo de la detención, y los defensores que finalmente les asistieron no contaron con la posibilidad de entrevistarse a solas con sus clientes, conocer oportunamente el expediente, aportar pruebas de descargo, contradecir las de cargo y preparar adecuadamente los alegatos. Tales circunstancias motivó que Tribunal americano considerara la invalidez del proceso y, por ende de la sentencia, “que no reúne las condiciones para que subsista y produzca los efectos que regularmente trae consigo un acto de esta naturaleza.” Por estas razones la Corte señaló que correspondía al Estado llevar a cabo -en un plazo razonable- un nuevo enjuiciamiento que satisfaga ab initio las exigencias del debido proceso legal, realizado ante el juez natural (jurisdicción ordinaria) y con plenas garantías de audiencia y defensa para los inculpados (Corte IDH. Caso Castillo Petruzzi y otros, párrs. 218-221). Pasemos entonces a analizar los distintos componentes del artículo 8 de la Convención Americana. IGUALDAD ENTRE JUSTICIABLES Para que exista un debido proceso legal es preciso que un justiciable pueda hacer valer sus derechos y defender sus intereses en forma efectiva y en condiciones de igualdad procesal con otros justiciables. Para alcanzar sus objetivos, el proceso debe reconocer y resolver los factores de desigualdad real de quienes son llevados ante la justicia. Es así como se atiende el principio de igualdad ante la ley y los tribunales y a la correlativa prohibición de discriminación. La presencia de condiciones de desigualdad real obliga a adoptar medidas de compensación que contribuyan a reducir o eliminar los obstáculos y deficiencias que impidan o reduzcan la defensa eficaz de los propios intereses. Si no existieran esos medios de compensación, ampliamente reconocidos en diversas vertientes del procedimiento, difícilmente se podría decir que quienes se encuentran en condiciones de desventaja disfrutan de un verdadero acceso a la justicia y se benefician de un debido proceso legal en condiciones de igualdad con quienes no afrontan esas desventajas (Corte IDH. O.C. Condición Jurídica y Derechos de los Migrantes Indocumentados, párr. 121). Asimismo, toda persona tiene igual derecho de acceso a los tribunales. El CEDAW vio con preocupación que “[e]n algunos países el derecho de la mujer a litigar está limitado por la ley, o por su acceso al asesoramiento jurídico y su capacidad de obtener una reparación en los tribunales. En otros países, a las mujeres en calidad de testigos o las pruebas que presenten se les otorga menos respeto o importancia que a los testigos varones. Tales leyes o costumbres coartan efectivamente el derecho de la mujer a tratar de obtener o conservar una parte igual del patrimonio” (CEDAW, Recomendación General No. 21). En el mismo sentido, la Corte Interamericana señaló que si no se otorga asistencia legal gratuita a un indigente, éste se vería discriminado por razón de su situación económica (Corte IDH. O.C. Excepciones al Agotamiento de los Recursos Internos, párr. 25), y concluyó que cuando un acusado se ve obligado a defenderse a sí mismo porque no puede pagar asistencia legal, podría presentarse una violación del artículo 8 de la Convención si se puede probar que esa circunstancia afectó el debido proceso a que tiene derecho bajo dicho artículo (Ibíd. párr. 27) Por otro lado, debe garantizarse un trato igual por parte de los tribunales. Es un principio fundamental que la defensa y la acusación sean tratadas de tal manera que se garantice que ambas tendrán una oportunidad igual para preparar y exponer sus argumentos en el transcurso del proceso. Asimismo, todo acusado tiene derecho a recibir un trato igual a otras personas acusadas en similar situación. Esto no debe interpretarse como un trato idéntico, sino como el deber de las autoridades judiciales de ofrecer un trato similar frente a hechos objetivos similares. DERECHO A SER JUZGADO INDEPENDIENTE E IMPARCIAL POR UN JUEZ COMPETENTE, Toda persona tiene derecho a ser juzgada por un tribunal competente, independiente e imparcial, establecido por la ley para que se determinen sus derechos y obligaciones o se examine cualquier acusación contra ella. Así, la Corte Interamericana ha señalado que “toda persona sujeta a un juicio de cualquier naturaleza ante un órgano del Estado deberá contar con la garantía de que dicho órgano sea imparcial y actúe en los términos del procedimiento legalmente previsto para el conocimiento y la resolución del caso que se le somete” (Corte IDH. Caso Herrera Ulloa, párr. 169). Este derecho es tan fundamental que el Comité de Derechos Humanos ha declarado que es “un derecho absoluto que no puede ser objeto de excepción alguna”. (Comité DH. Caso González del Río, párr. 5.2). En virtud de la Convención Americana, las garantías judiciales indispensables para la protección de los derechos humanos, como es el derecho a un poder judicial competente, independiente e imparcial, no pueden suspenderse ni siquiera en situaciones de emergencia (Corte IDH. O.C. El Hábeas Corpus bajo Suspensión de Garantías). El derecho a ser juzgado por un tribunal competente exige que el tribunal tenga jurisdicción sobre el asunto. La ley es la que confiere a un tribunal la competencia para conocer una causa: un tribunal competente tiene jurisdicción sobre el asunto y la persona, y el juicio se realiza dentro de los límites de tiempo prescritos por la ley. La Corte Interamericana ha señalado al respecto que “[e]l derecho a ser juzgado por tribunales de justicia ordinarios con arreglo a procedimientos legalmente previstos constituye un principio básico del debido proceso. El Estado no debe crear ‘tribunales que no apliquen normas procesales debidamente establecidas para sustituir la jurisdicción que corresponda normalmente a los tribunales ordinarios” (Corte IDH. Caso Lori Berenson Mejía, párr. 143). Por su parte, la independencia del juzgador significa que los encargados de tomar las decisiones en una causa determinada pueden resolver los asuntos que conozcan libremente, basándose en los hechos y en consonancia con la ley, sin ninguna intromisión. La independencia de cualquier juez supone que se cuente con un adecuado proceso de nombramiento (Tribunal Europeo, Caso Langborger, párr. 32), con una duración establecida en el cargo (Tribunal Europeo, Caso Campbell and Fell, párr. 78) y con una garantía contra presiones externas (Tribunal Europeo, Caso Piersack, párr. 27). La independencia de los tribunales se fundamenta en la separación de poderes en una sociedad democrática. Los Principios Básicos de las Naciones Unidas Relativos a la Independencia de la Judicatura2 establecen que la independencia de la judicatura será garantizada por el Estado y proclamada por la Constitución o la legislación del país. Todas las instituciones gubernamentales y de otra índole respetarán y acatarán la independencia de la judicatura. La independencia de la judicatura requiere que ésta tenga jurisdicción exclusiva sobre todas las cuestiones de índole judicial. Ello significa que las decisiones judiciales de los tribunales no pueden ser revisadas por una autoridad no judicial en detrimento de una de las partes, excepto en lo referente a la mitigación o conmutación de penas, y a los indultos. La independencia de la judicatura requiere asimismo que los funcionarios responsables de la administración de la justicia gocen de completa autonomía respecto de aquellos que desempeñan la función fiscal.3 En lo que respecta a la imparcialidad de los jueces, esta se refiere a que los mismos no tengan ningún tipo de interés en el asunto en cuestión, ni alberguen ningún tipo de prejuicios. El Comité de Derechos Humanos ha declarado que la imparcialidad del tribunal “supone que los jueces no deben tener ideas preconcebidas en cuanto al asunto de que entienden y que no deben actuar de manera que promuevan los intereses de una de las parte” (Comité DH. Caso Karttunen, párr. 7.2). Por su parte la Corte Europea ha resuelto que los jueces no deben tener en ninguna causa una “opinión preconcebida sobre el fondo de la cuestión” (Tribunal Europeo. Caso Fey, párr. 34). - jurisdicción militar La Corte Interamericana ha tenido la posibilidad de pronunciarse en varias oportunidad sobre la falta de competencia e independencia de la justicia militar para conocer casos en contra de civiles, o para conocer violaciones a los derechos humanos cometidas por personal militar. Según la citada corte, la jurisdicción militar se establece para mantener el orden y la disciplina en las fuerzas armadas (Caso Lori Berenson Mejía, párr. 141). Por ello, en un Estado democrático, la jurisdicción penal militar ha de tener un alcance restrictivo y excepcional y Adoptados por el Séptimo Congreso de las Naciones Unidas sobre Prevención del Delito y Tratamiento del Delincuente, celebrado en Milán del 26 de agosto al 6 de septiembre de 1985, y confirmados por la Asamblea General en sus resoluciones 40/32 de 29 de noviembre de 1985 y 40/146 de 13 de diciembre de 1985. 2 3 Principios 3 y 4 de los Principios Básicos relativos a la Independencia de la Judicatura . estar encaminada a la protección de intereses jurídicos especiales, vinculados con las funciones que la ley asigna a las fuerzas militares. “Así, debe estar excluido del ámbito de la jurisdicción militar el juzgamiento de civiles y sólo debe juzgar a militares por la comisión de delitos o faltas que por su propia naturaleza atenten contra bienes jurídicos propios del orden militar” (Corte IDH. Caso 19 Comerciantes, párr. 165). La jurisdicción militar también resulta inaplicable para el juzgamiento de grupos insurrectos, puesto que “la imparcialidad del juzgador resulta afectada por el hecho de que las fuerzas armadas tengan la doble función de combatir militarmente a los grupos insurrectos y juzgar e imponer penas a los miembros de dichos grupos” (Corte IDH. Caso Caso Lori Berenson Mejía, párr. 145). Finalmente, la Corte ha establecido que la justicia militar tampoco es competente para juzgar militares en retiro. Así, en un caso en que ocurrió lo anterior la Corte declaró la violación del derecho a ser oído por un tribunal competente, y ordenó al Estado anular el proceso, así como todos los efectos que de él se derivaban (Corte IDH. Caso Cesti Hurtado, párr. 194). DERECHO A SER JUZGADO EN UN PLAZO RAZONABLE La función de los órganos judiciales no se agota en posibilitar un debido proceso que garantice la defensa en juicio, sino que debe además asegurar que el procedimiento judicial termine en tiempo razonable, garantizándose así los derechos de los acusados y las víctimas. El acusado tiene derecho a que su causa sea oída de manera pronta, rápida y eficaz, con el fin de que se defina su situación jurídica (se lo libere de las cargas que el proceso penal conlleva, o se lo condene por la infracción cometida). Por otro lado, las víctimas o sus familiares tienen el derecho a conocer la verdad de lo sucedido, a que sancione a los responsables y a que reparen los daños y perjuicios ocasionados, dentro de un plazo razonable y sin dilaciones indebidas. Para la determinación de la razonabilidad del plazo de que trata el artículo 8.1 de la Convención, la Corte Interamericana ha establecido que es preciso tomar en cuenta tres elementos: a) complejidad del asunto, b) actividad procesal del interesado y c) conducta de las autoridades judiciales (Corte IDH, Caso Hermanas Serrano Cruz, párr. 67) i) complejidad del asunto Se puede dar una complejidad en el asunto tanto de hecho como de derecho. Por ejemplo, el Tribunal Europeo señaló que un asunto es complejo “por tres razones: la naturaleza de las acusaciones, el número de acusados y la situación política y social que prevalecía en [la región] en aquel período”. Lo que al final llevó al mencionado tribunal a considerar que “los hechos que había que investigar y el procedimiento que había que seguir eran algo complicados habida cuenta del número de personas interesadas (treinta y cinco)” (Tribunal Europeo, Caso Milasi, párr. 16). Asimismo, la Corte Interamericana, refiriéndose a la complejidad del asunto, dijo que: “es claro que el asunto que se examina es bastante complejo, ya que dada la gran repercusión de la muerte de [la víctima], las investigaciones fueron muy extensas y las pruebas muy amplias. Todo ello podría justificar que el proceso respectivo, que adicionalmente ha tenido muchos incidentes e instancias, se haya prolongado más que otros de características distintas” (Corte IDH, Caso Genie Lacayo, párr. 78). De esta forma, podemos observar que la complejidad ‘de derecho’ que un caso puede sufrir se da por la naturaleza, seriedad y número de las infracciones, el número y complejidad de los actos procesales que se desarrollan dentro del proceso, y el número de instancias4 e incidentes procesales.5 Por su parte, la complejidad ‘de hecho’ radica en el número, calidad y ubicación de las personas vinculadas al proceso, ya sea como acusados o como testigos; la distancia física entre el lugar en que se produjeron los hechos y el lugar donde se desarrollan las investigaciones y el procedimiento; y el tiempo transcurrido entre la comisión del delito y el inicio de las investigaciones. Ejemplificando lo anterior podemos citar el siguiente fragmento de una sentencia de la Corte Interamericana: “En relación con la complejidad del caso, la Corte reconoce que la investigación sobre los hechos […] es difícil [al ser una masacre], ya que el ataque involucró las acciones de un régimen militar poderoso, comprendió un gran número de víctimas – que fallecieron o fueron desplazadas – y tuvo lugar en una región remota del país, entre otros factores” (Corte IDH, Caso de la Comunidad Moiwana, párr. 162). Finalmente, debemos señalar que la complejidad, e incluso el volumen del expediente, sólo pueden invocarse “si efectivamente han contribuido a la demora en la tramitación” (CIDH, Caso Arges Sequira Mangas, párr. 127). Si a pesar de que el asunto es complejo, se puede atribuir la demora a la conducta de las autoridades competentes, “la complejidad no puede ser argumentada en contra del aplicante” (Ibíd.). ii) actividad procesal del interesado El segundo criterio a ser analizado es la conducta procesal del interesado. Dentro de un proceso judicial un acusado puede tomar diferentes posturas. Así, puede utilizar los mecanismos procesales que están a su disposición; puede no cooperar en las investigaciones o en el juicio que se están llevando a cabo en su contra; o puede obstruir deliberadamente la investigación o el juicio, entre otras. La utilización de los mecanismos procesales que están a disposición del acusado no puede ser considerada como una actitud tendiente a demorar el proceso, siempre y cuando el ejercicio de esos mecanismos no sea innecesario y ofrezca una perspectiva de éxito. En lo que toca a la falta de cooperación del interesado y a su conducta obstructiva, el Tribunal Europeo manifestó que la Convención Europea no requiere del acusado una No siempre el número de instancias ha sido una consideración de mucho peso que permita considerar a un asunto complejo. Véase por ejemplo Comisión Europea de Derechos Humanos. App. No. 2291/64 c. Austria. 4 El traslado de una jurisdicción a otra puede complicar, hasta un cierto punto, el desarrollo del procedimiento. Véase por ejemplo Tribunal Europeo, Caso Corigliano v Italia. 5 cooperación con las autoridades judiciales.6 Asimismo, la Comisión Interamericana indicó que “el acusado que se rehúsa a cooperar con la investigación o que utiliza todos los recursos disponibles, se está limitando a ejercer su derecho legal” (CIDH, Caso Jorge Alberto Giménez, párr. 103). Sin embargo, cuando las demoras producidas son en su totalidad o en su gran mayoría atribuibles al interesado por su falta de cooperación y/o su actividad obstructiva, no puede luego alegarse que el Estado violó su derecho a ser juzgado dentro de un plazo razonable (Tribunal Europeo, Caso Deumeland, párr. 80). En este sentido, vale mencionar el criterio de Rodríguez Rescia: “[U]n ejercicio abusivo y de mala fe de [los] recursos, la interposición de recursos inexistentes que evidencia una clara intención de dilatar el proceso y obtener ciertos beneficios indirectos como, por ejemplo, la prescripción de la causa, conducen a que el retardo no sea justificado porque el mismo sería atribuible a su conducta dolosa (a lo que se puede aplicar la máxima ‘no se puede obtener beneficio de su propio dolo’)”.7 En conclusión, el acusado no está obligado por los tratados internacionales a colaborar con las autoridades del Estado en las investigaciones que se están llevando en su contra. Puede, asimismo, presentar los recursos y peticiones que estén disponibles en el ordenamiento interno las veces que crea oportuno. Sin embargo, cuando las demoras que se dan en el procedimiento son atribuibles total o mayoritariamente a su actitud deliberadamente obstructiva, no podrá luego demandar internacionalmente al Estado. No obstante, las víctimas podrán reclamar sus derechos a nivel internacional, si demuestran que la demora en el procedimiento se deben a la conducta de las autoridades competentes que no impidieron ese uso abusivo de recursos (volveremos sobre este tema más adelante). iii) conducta de las autoridades competentes El tercer criterio de medición del plazo razonable es la conducta de las autoridades competentes. Según la Comisión Interamericana este criterio se lo examina a la luz de las normas de procedimiento vigentes (CIDH, Caso Dayra María Levoyer Jiménez, párr. 53). Podemos señalar que las autoridades competentes pueden ser responsables de una prolongación indebida por cualquiera de las siguientes causas: por permitir que los procedimientos se estanquen absteniéndose de tomar cualquier medida sustancial en contra de ello por un periodo considerable de tiempo; por tomar un tiempo excesivo en la finalización de algunas diligencias; por prolongar los procedimientos realizando diligencias innecesarias; y, por permitir que las partes procesales prolonguen el proceso. Corte EDH, Caso Eckle, párr. 82. “Art. 6 does not require the accused actively to cooperate with the judicial authorities”. 6 RODRÍGUEZ RESCIA, Víctor Manuel, El debido proceso legal y la Convención Americana sobre derechos humanos, Liber Amicorum Héctor Fix-Zamudio, Secretaría de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, San José, Costa Rica, 1998, Tomo II, pág. 1303. Las comillas internas pertenecen al original. 7 permitir que los procedimientos se estanquen Los jueces y demás autoridades que dejan pasar el tiempo sin tomar ninguna acción son responsables de las demoras en la causa. Un caso concreto de lo anterior se presentó en el Tribunal Europeo cuando ésta valoró que “el Juez de Instrucción [...] no escuchó más que una sola vez al [acusado] y no parece que haya realizado ninguna actuación de instrucción entre marzo y septiembre de 1985, ni tampoco entre enero de 1986 y enero de 1987” (Tribunal Europeo, Caso Tomasi) excederse en la tramitación de diligencias Tomar un tiempo excesivo en la tramitación de algunas diligencias ha sido considerado como violatorio de los tratados internaciones. Así por ejemplo, la Corte Interamericana analizó el procedimiento de reivindicación de tierras comunales indígenas iniciado por la Comunidad interesada ante dos instituciones del Estado. El Tribunal sostuvo: “las demoras en el proceso administrativo que se examina en la presente Sentencia no se han producido por la complejidad del caso, sino por las actuaciones sistemáticamente demoradas de las autoridades estatales. En efecto, en múltiples ocasiones el IBR requirió al INDI la presentación de cualquier dato respecto a la Comunidad Yakye Axa, sin que esta institución dé cumplimiento a lo requerido. El INDI esperó hasta el 28 de mayo de 1997 para solicitar la ubicación de la fracción reivindicada y su relación con las fincas afectadas, y el informe técnico-antropológico de la Comunidad Yakye Axa. En diversas ocasiones los abogados de la Comunidad solicitaron al IBR la realización de una inspección ocular en las tierras reivindicadas, la que no fue ordenada sino hasta el 25 de julio de 1996. El IBR demoró hasta el 8 de septiembre de 1998 para emitir la resolución No. 755, mediante la cual resolvió decretar racionalmente explotadas las tierras reivindicadas. El expediente administrativo pasó de las manos del IBR al INDI y viceversa en múltiples ocasiones, sin que se dé respuesta definitiva a la Comunidad, y no fue sino hasta el 2 de noviembre de 2001 cuando el INDI decidió solicitar al Parlamento Nacional, por vía Poder Ejecutivo, la expropiación de parte de las fincas reivindicadas” (Corte IDH, Caso Comunidad indígena Yakye Axa, párr. 88) 66. realizar diligencias innecesarias Las autoridades judiciales deben abstenerse de realizar diligencias que no contribuyan efectivamente con la realización del proceso. El juez, dentro de su sana crítica, calificará cuáles son las diligencias que necesariamente se deben realizar y evitará por todos los medios que se realicen actos procesales ajenos a la consecución de los fines del proceso. permitir que las partes prolonguen el proceso. Los jueces y demás autoridades competentes tienen la obligación de rechazar cualquier intento de las partes procesales de demorar el juicio. Peticiones, prórrogas, solicitudes, recursos y demás mecanismos procesales y extraprocesales que sean infundados y que no presenten perspectivas de éxito, deben ser rechazados inmediatamente por las autoridades competentes. Sobre este particular la Corte Interamericana señaló: “la manera de ejercer los medios que la ley pone al servicio de la defensa [en forma excesiva], ha sido tolerada y permitida por los órganos judiciales intervinientes, con olvido de que su función no se agota en posibilitar un debido proceso que garantice la defensa en juicio, sino que debe además asegurar en tiempo razonable, el derecho de la víctima o sus familiares a saber la verdad de lo sucedido y que se sancione a los eventuales responsables” (Corte IDH. Caso Bulacio, párr. 114). El derecho a la tutela judicial efectiva exige entonces a los jueces que dirijan el proceso de modo de evitar que dilaciones y entorpecimientos indebidos, conduzcan a la impunidad, frustrando así la debida protección judicial de los derechos humanos (Corte IDH. Caso Myrna Mack Chang, párr. 210). En este sentido, los jueces como rectores del proceso tienen el deber de dirigir y encausar el procedimiento judicial con el fin de no sacrificar la justicia y el debido proceso legal en pro del formalismo y la impunidad. De este modo, si las autoridades permiten y toleran el uso de esta manera de los recursos judiciales, los transforman en un medio para que los que cometen un ilícito penal dilaten y entorpezcan el proceso judicial. Esto conduce a la violación de la obligación internacional del Estado de prevenir y proteger los derechos humanos (Ibíd., párr. 211). PRESUNCIÓN DE INOCENCIA (8.2) El artículo 8.2 de la Convención exige que una persona no pueda ser condenada mientras no exista prueba plena de su responsabilidad penal. Si obra contra ella prueba incompleta o insuficiente, no es procedente condenarla, sino absolverla (Corte IDH. Caso Ricardo Canese, párr. 153). En este sentido, la Corte ha afirmado que en el principio de presunción de inocencia subyace el propósito de las garantías judiciales, al afirmar la idea de que una persona es inocente hasta que su culpabilidad sea demostrada (Corte IDH. Caso Suárez Rosero, párr. 77). El derecho a la presunción de inocencia es un elemento esencial para la realización efectiva del derecho a la defensa y acompaña al acusado durante toda la tramitación del proceso hasta que una sentencia condenatoria que determine su culpabilidad quede firme. Este derecho implica que el acusado no debe demostrar que no ha cometido el delito que se le atribuye, ya que el onus probandi corresponde a quien acusa (Corte IDH. Caso Ricardo Canese, párr. 154). La Corte Interamericana ha señalado que el principio de presunción de inocencia constituye un fundamento de las garantías judiciales. De lo dispuesto en el artículo 8.2 de la Convención deriva la obligación estatal de no restringir la libertad del detenido más allá de los límites estrictamente necesarios para asegurar que aquél no impedirá el desarrollo eficiente de las investigaciones ni eludirá la acción de la justicia. En este sentido, la prisión preventiva es una medida cautelar, no punitiva. “Se incurriría en una violación a la Convención al privar de libertad, por un plazo desproporcionado, a personas cuya responsabilidad criminal no ha sido establecida. Equivaldría a anticipar la pena, lo cual contraviene los principios generales del derecho universalmente reconocidos” (Corte IDH. Caso Acosta Calderón, párr. 111). Del mismo modo, la Corte consideró que la restricción para salir del país puede constituirse en un sustituto de la pena privativa de libertad si se continúa aplicando cuando ha dejado de cumplir con su función de aseguramiento procesal. Por ejemplo, en el caso Canese la Corte indicó que la restricción al derecho de circulación aplicada a la víctima por más de ocho años devino en innecesaria y desproporcionada para asegurar que aquel no eludiera su responsabilidad penal en caso de ejecutarse la condena. “Esto significó en la práctica una anticipación de la pena que le había sido impuesta y que nunca fue ejecutada, lo cual constituye una violación al derecho de presunción de inocencia” (párr. 162). DERECHO A NO SER OBLIGADO A DECLARAR CONTRA UNO MISMO Ninguna persona acusada de un delito puede ser obligada a declarar contra sí misma ni a confesarse culpable. Esta prohibición es consecuente con la presunción de inocencia, que hace recaer la carga de la prueba sobre la acusación, y con la prohibición de infligir tortura y otras penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes. La prohibición de obligar a un acusado a declarar contra sí mismo o a confesarse culpable es de amplio alcance. Prohíbe que las autoridades practiquen cualquier forma de coacción, ya sea directa o indirecta, física o psicológica. Prohíbe la tortura y los tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes. Prohíbe los tratos que violen el derecho de los detenidos a ser tratados con el respeto inherente a la dignidad de la persona. En un caso sometido a la Corte Interamericana se demostró que la víctima fue sometida a torturas por parte de agentes estatales, con el propósito de doblegar su resistencia psíquica y obligarlo a autoinculparse por determinadas conductas delictivas, lo cual fue considerado por la Corte como una violación al derecho a la integridad personal y a las garantías judiciales (Corte IDH. Caso Tibi, párr. 199). PRINCIPIO DEL NON NIS IN IDEM El principio del non bis in idem busca proteger los derechos de los individuos que han sido procesados por determinados hechos para que no vuelvan a ser enjuiciados por los mismos hechos. A diferencia de la fórmula utilizada por otros instrumentos internacionales de protección de derechos humanos (por ejemplo, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de las Naciones Unidas, artículo 14.7, que se refiere al mismo “delito”), la Convención Americana utiliza la expresión “los mismos hechos”, que es un término más amplio en beneficio de la víctima. Este principio, no obstante, no se aplica cuando se ha comprobado la existencia de la cosa juzgada fraudulenta, “que resulta de un juicio en el que no se han respetado las reglas del debido proceso, o cuando los jueces no obraron con independencia e imparcialidad” (Corte IDH. Caso Carpio Nicolle y otros, párr. 131). ASISTENCIA CONSULAR Conforme fuera señalado por la Corte Interamericana, el extranjero detenido, al momento de ser privado de su libertad y antes de que rinda su primera declaración ante la autoridad, debe ser notificado de su derecho de establecer contacto con una tercera persona, por ejemplo, un familiar, un abogado o un funcionario consular, según corresponda, para informarle que se halla bajo custodia del Estado (Corte IDH. O.C. El Derecho a la Información sobre la Asistencia Consular en el marco de las Garantías del Debido Proceso Legal, párr. 106). En el caso de la notificación consular, la Corte ha señalado que el cónsul podrá asistir al detenido en diversos actos de defensa, como el otorgamiento o contratación de patrocinio letrado, la obtención de pruebas en el país de origen, la verificación de las condiciones en que se ejerce la asistencia legal y la observación de la situación que guarda el procesado mientras se halla en prisión (Corte IDH. Caso Acosta Calderón, párr. 125). En este sentido, la Corte señaló que el derecho individual del nacional de solicitar asistencia consular a su país debe ser reconocido y considerado en el marco de las garantías mínimas para brindar a los extranjeros la oportunidad de preparar adecuadamente su defensa y contar con un juicio justo (Corte IDH. Caso Tibi, párr. 195). ASISTENCIA LETRADA PRIVADA O ESTATAL La Corte ha considerado que la falta de un abogado defensor constituye una violación a las garantías judiciales establecidas en el artículo 8 de la Convención Americana. De igual forma, la Corte Interamericana ha señalado que el inculpado tiene derecho, con el objeto de ejercer su defensa, a examinar a los testigos que declaran en su contra y a su favor, así como el de hacer comparecer a personas que puedan arrojar luz sobre los hechos (Corte IDH. Caso Comunidad indígena Yakye Axa, párr. 117). Los literales d) y e) del artículo 8.2 expresan que el inculpado tiene derecho de defenderse personalmente o de ser asistido por un defensor de su elección y que si no lo hiciere tiene el derecho irrenunciable de ser asistido por un defensor proporcionado por el Estado, remunerado o no según la legislación interna. En estos términos, un inculpado puede defenderse personalmente, aunque es necesario entender que esto es válido solamente si la legislación interna se lo permite. Cuando no quiere o no puede hacer su defensa personalmente, tiene derecho de ser asistido por un defensor de su elección. Pero en los casos en los cuales no se defiende a sí mismo o no nombra defensor dentro del plazo establecido por la ley, tiene el derecho de que el Estado le proporcione uno (Corte IDH. O.C. Excepciones al Agotamiento de los Recursos Internos, párr. 25). COMUNICACIÓN PREVIA Y DETALLADA DE LA ACUSACIÓN El artículo 8.2.b de la Convención Americana ordena a las autoridades judiciales competentes notificar al inculpado la acusación formulada en su contra, sus razones y los delitos o faltas por los cuales se le pretende atribuir responsabilidad, en forma previa a la realización del proceso. “Para que este derecho opere en plenitud y satisfaga los fines que le son inherentes, es necesario que esa notificación ocurra antes de que el inculpado rinda su primera declaración. Sin esta garantía, se vería conculcado el derecho de aquél a preparar debidamente su defensa” (Corte IDH. Caso Tibi, párr. 187). En este sentido, en la Observación General No. 13 relativa a la ‘Igualdad ante los tribunales y derecho de toda persona a ser oída públicamente por un tribunal competente establecido por la ley (art. 14)’, el Comité de Derechos Humanos señaló que: ‘el derecho a ser informado ‘sin demora’ de la acusación exige que la información se proporcione de la manera descrita tan pronto como una autoridad competente formule la acusación. En opinión del Comité, este derecho debe surgir cuando, en el curso de una investigación, un tribunal o una autoridad del ministerio público decida adoptar medidas procesales contra una persona sospechosa de haber cometido un delito o la designe públicamente como tal. Las exigencias concretas del apartado a) del párrafo 3 pueden satisfacerse formulando la acusación ya sea verbalmente o por escrito, siempre que en la información se indique tanto la ley como los supuestos hechos en que se basa. PRINCIPIO DE COHERENCIA O DE CORRELACIÓN ENTRE ACUSACIÓN Y SENTENCIA El llamado ‘principio de coherencia o de correlación entre acusación y sentencia’ implica que la sentencia puede versar únicamente sobre hechos o circunstancias contemplados en la acusación. Así, la Corte ha señalado que “[p]or constituir el principio de coherencia o correlación un corolario indispensable del derecho de defensa, […] aquél constituye una garantía fundamental del debido proceso en materia penal, que los Estados deben observar en cumplimiento de las obligaciones previstas en los incisos b) y c) del artículo 8.2 de la Convención” (Corte IDH.Caso Fermín Ramírez, párrs. 66-69). La descripción material de la conducta imputada contiene los datos fácticos recogidos en la acusación, que constituyen la referencia indispensable para el ejercicio de la defensa del imputado y la consecuente consideración del juzgador en la sentencia. De ahí que el imputado tenga derecho a conocer, a través de una descripción clara, detallada y precisa, los hechos que se le imputan. La calificación jurídica de éstos puede ser modificada durante el proceso por el órgano acusador o por el juzgador, sin que ello atente contra el derecho de defensa, cuando se mantengan sin variación los hechos mismos y se observen las garantías procesales previstas en la ley para llevar a cabo la nueva calificación. LA CONCESIÓN AL INCULPADO DEL TIEMPO Y DE LOS MEDIOS ADECUADOS PARA LA PREPARACIÓN DE SU DEFENSA Nos encontramos aquí ante dos derechos. Por un lado, a contar con el tiempo adecuado para preparar la defensa, y por el otro, a contar con los medios, igualmente adecuados, para tal efecto. Esto implica diversos aspectos, como por ejemplo, acceder a documentos y pruebas con una antelación suficiente para preparar la defensa, ser informado con anticipación de las actuaciones judiciales y poder participar en ellas, etc. DOBLE INSTANCIA (8.2.h) El derecho de recurrir del fallo es una garantía primordial que se debe respetar en el marco del debido proceso legal, en aras de permitir que una sentencia adversa pueda ser revisada por un juez o tribunal distinto y de superior jerarquía orgánica. El derecho de interponer un recurso contra el fallo debe ser garantizado antes de que la sentencia adquiera calidad de cosa juzgada (Corte IDH. Caso Herrera Ulloa, párr. 158). Este derecho no se satisface con la mera existencia de un órgano de grado superior al que juzgó y condenó al inculpado, ante el que éste tenga o pueda tener acceso. Para que haya una verdadera revisión de la sentencia, en el sentido requerido por la Convención, es preciso que el tribunal superior reúna las características jurisdiccionales que lo legitiman para conocer del caso concreto. El concepto del juez natural y el principio del debido proceso legal rigen a lo largo de esas etapas y se proyectan sobre las diversas instancias procesales. Si el juzgador de segunda instancia no satisface los requerimientos del juez natural, no podrá establecerse como legítima y válida la etapa procesal que se desarrolle ante él (Corte IDH. Caso Lori Berenson Mejía, párrs. 193-194). De acuerdo al objeto y fin de la Convención Americana, cual es la eficaz protección de los derechos humanos, se debe entender que el recurso que contempla el artículo 8.2.h. de dicho tratado debe ser un recurso ordinario eficaz mediante el cual un juez o tribunal superior procure la corrección de decisiones jurisdiccionales contrarias al derecho. Si bien los Estados tienen un margen de apreciación para regular el ejercicio de ese recurso, no pueden establecer restricciones o requisitos que infrinjan la esencia misma del derecho de recurrir del fallo (Corte IDH. Caso Herrera Ulloa, párr. 161). La posibilidad de recurrir del fallo debe ser accesible, sin requerir mayores complejidades que tornen ilusorio este derecho (Corte IDH. Caso Herrera Ulloa, párr. 164).
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