SOBRE LOS LÍMITES Y EL DESARROLLO MENTAL DEL MENOR (Colegio Virgen de Atocha, mayo 2014) Andoni Ugarte Garbizu. Psicólogo colegiado M20266. PRESENTACIÓN Soy psicoterapeuta y trabajo en mi gabinete con niños, adolescentes y adultos. En principio había sido mi intención hablarles sobre la adolescencia y los cambios que en ella tienen lugar y que tan a menudo complican tanto las relaciones familiares, por no hablar, por supuesto, del equilibrio del chico. Que también se pone patas arriba. En ocasiones complicando mucho las cosas, llegando a comprometer su desarrollo y salud mental. El tema de la adolescencia podría ser un tema a tratar en futuras charlas. Hablarles de diferentes aspectos cruciales a la hora de entender la adolescencia. Entender las preocupaciones, las angustias y los retos fundamentales que se les presentan a los adolescentes y a su familia para poder facilitar así un equilibrio más sano y maduro. En cualquier caso la elección por parte de la APA del tema de los límites, tanto en la infancia como en la adolescencia, me parece igualmente acertada y de crucial importancia. El tema de los límites trae mucha cola ya que, como les mostraré a lo largo de la charla, entronca directamente con el desarrollo de la autonomía del chico. Y muchas de las dificultades académicas o eclosión de psicopatologías, desde la más leve a las graves, se comprenden desde una perspectiva psicoterapéutica, como una detención del desarrollo. En ocasiones este desequilibrio y crisis sobrepasan las capacidades de la familia y pueden producir un gran malestar y en otras ocasiones este malestar llega a tomar la forma de un cuadro psicopatológico, por el cual se hace necesario la consulta a un profesional de la salud. Y por supuesto, tratándose de un menor, ya sea un niño o un adolescente, es imprescindible un trabajo con la familia. En donde el malestar de uno de sus miembros pone a prueba al resto del núcleo familiar. Como les decía soy psicólogo y psicoterapeuta lo que supone una forma de trabajo diferenciada y con un enfoque particular sobre los desórdenes mentales y las dificultades del desarrollo o de las relaciones familiares. Me gustaría detenerme brevemente sobre la diferencia entre la psicoterapia y la psiquiatría que en ocasiones, cuando se consulta a un profesional no queda del todo claro. Muchos de los problemas psiquiátricos diagnosticados como tales, son tratados desde una perspectiva psicológica y psicoterapéutica como dificultades en el desarrollo. Un psicoterapeuta se pregunta: "¿que conflicto interno o relacional del menor es el que puede estar provocando sus dificultades con el mundo o con los demás?". Mientras que en el modelo psiquiátrico la intervención es farmacológica y orientada al tratamiento de los síntomas, en una psicoterapia se trata de ver cuales son los aspectos del mundo interno y relacional del chico que le impiden hacer frente a los nuevos retos que se le presentan o que le hacen padecer. Si nos encontramos con un niño con ansiedad, por poner tan solo un ejemplo, desde la medicina se va a tratar con una medicación para reducir el síntoma mientras que en la psicoterapia trataremos de averiguar lo que causa la ansiedad para intentar resolver el problema que lo causa. Ha sido esta experiencia la que me ha motivado a ofrecerles esta charla. Como les decía, cuando se trata de pacientes menores, generalmente se hace fundamental un cierto trabajo de guía con los padres. Y muchas veces la intervención con los padres gira en torno precisamente al tema de hoy, el tema de los límites. No es casualidad, ya que como les he comentado una adecuada puesta de límites determina no solamente el que un menor se pueda convertir en un adulto aplicado, trabajador y adaptado socialmente, sino también su desarrollo psíquico y su salud futura. Por tanto les hablaré de lo importante que resulta una adecuada puesta de límites para el correcto desarrollo psíquico del menor y la relación que hay entre las dificultades en la puesta de límites y muchos síntomas que son muy habituales entre los escolares. INTRODUCCIÓN Antes que nada me gustaría empezar esta charla tratando de poner en relieve la importancia que una adecuada puesta de limites tiene en la educación de un niño, dejando claro que la importancia de esta va mucho más allá de la idea, que a veces predomina, de que poner límites sería la forma de conseguir un niño bueno, obediente o aplicado en los estudios. En definitiva un niño que se adapta adecuadamente a las exigencias del medio. Los límites son principalmente la forma en la que una persona va formando el carácter y se puede ir armando de los recursos necesarios para desarrollarse sano, fuerte y autónomo. Voy a hacer especial hincapié en como los límites hacen posible la autonomía del futuro adulto, que es a mi entender, una de las claves de la salud mental. De la misma forma voy a resaltar cómo los límites hacen posible el establecimiento de unas relaciones más saludables entre los miembros de la familia. Unas relaciones en las que la inevitable dependencia infantil puede ir dando lugar a un funcionamiento más autónomo y considerado entre las personas. Y como psicoterapeuta que soy, voy a poner en relación las dificultades esta función de los límites con determinadas patologías. A) La idea de que las primeras relaciones en el seno de la familia determinan en gran medida la personalidad de una persona, ha pasado a ser una idea generalmente aceptada. Yo voy a insistir sobre la veracidad de esta afirmación. La forma en que se relaciona el niño con su entorno inscribe muy dentro de los niños un patrón o un esquema de lo que puede esperar en las relaciones con los demás. b) IDEALIZACIÓN DE LOS NIÑOS. Que los padres idealizan a sus niños es una cosa que salta a la vista y que todos ustedes habrán podido comprobar en las familias de su entorno. El hijo suele ser el depositario de todas las maravillosas cualidades que los padres suelen querer ver en las personas. Así el niño pequeño suele ser el más listo, el más guapo, el más bueno, etc. Por supuesto este periodo va cayendo en la medida en que el niño crece, los padres van encontrándose con la realidad de un chico, que por supuesto tiene sus talentos, pero que evidentemente no está a la altura de tanta perfección. Este es un periodo de decepción, tanto para el niño que tiene que ir aprendiendo a ser uno más, como para los padres que también tienen que ir asumiendo la imperfección de los propios hijos. Esta tarea de desidealización es una de las grandes tareas de la vida. Abarca desde la más tierna infancia hasta el día de la muerte. Es decir, es una tarea que nos queda más o menos inconclusa a todos. Esta será una de las cosas que nos traerá de cabeza durante la vida, es decir la tarea de poder aceptarnos y querernos aunque no seamos grandiosos. Nos sentiremos felices y eufóricos cuando creamos estar a la altura de tal ideal o cuando los éxitos de la vida nos hagan sentir pasajeramente que alcanzamos el ideal y nos sentiremos tristes y fracasados cuando las dificultades nos enfrenten cara a cara con nuestra insuficiencia. Sin excepción. Otra cosa es que en ocasiones, cuando no hemos realizado esta tarea de desidealización y frustración suficientemente, nos pueda llevar a un gran sufrimiento. Por ejemplo, a los adultos que muestran una especial sensibilidad a la crítica. Se puede decir que se duelen de un pequeño "don perfecto" que todavía subyace, tal vez demasiado vivamente. Este pequeño rey suele sobrevivir en muchos de nosotros en las aspiraciones, en los afanes, en el perfeccionismo, etc. Por todo el resto de nuestra vida nos gustará que nos den una palmada en la espalda y nos digan que esto o lo otro lo hacemos bien. Un ejemplo cotidiano de esto puede ser los conflictos que tenemos con nuestros jefes o compañeros de trabajo en donde el querer ser reconocido o querer ser el mejor se suele hacer evidente. Y bueno, esta pequeña majestad que nunca nos abandonará del todo, suele renacer con especial intensidad cuando nacen los hijos. Lo que ocurre es que en estos momentos lo habitual es que se traslade a la figura del niño. Es decir, entronamos a nuestro hijo, así como nosotros fuimos entronados anteriormente. Volviendo así a entronar a la pequeña majestad que aun queda dentro de nosotros. A veces este aspecto infantil que todavía subyace en los adultos puede estropear la relación con los hijos propios. En ocasiones para los padres resulta inaceptable el renunciar a esa imagen ideal del hijo. De forma que se exige al hijo que este a la altura de las circunstancias (y se acepta con dificultades o no se acepta los defectos y limitaciones del chaval). Pasa cuando se espera que el hijo, destaque en los estudios, en los deportes, en lo moral, etc. ¿Como adecuar en los hijos esta imagen grandiosa de sí mismo que tan exigente puede llegar a ser? como les decía, la tarea de frustrar este afán de perfección es larga y difícil. Cuando no se ha hecho de forma adecuada puede ocurrir que el adulto se convierta en alguien extremadamente sensible a la crítica o dependiente de la aprobación de los demás Y por tanto muy tendente a la ansiedad y a la depresión. Puede ocurrir, que las figuras importantes en la infancia alimentaran de forma excesiva la idea de que para ser querido el niño tuviera que ser poco más o menos perfecto. En este caso, suele quedar en el adulto una forma ansiosa de vincularse con los demás y un poso de inseguridad por tener que demostrar unas cualidades sin las cuales pudiera temer no ser querido. También puede ocurrir que los padres frustren antes de tiempo y de forma demasiado brusca este afán natural del niño a la admiración. De forma más brusca de lo que puede tolerar el niño. Puede crecer creyendo que se le arrebata algo que le es propio, de una forma cruel e injusta. En ocasiones esto produce una intolerancia muy acusada de cualquier tipo de crítica y un rechazo a la autoridad. No es fácil prescribir una forma adecuada de ir frustrando este deseo de ser perfecto. Yo creo que por propia experiencia, todos somos conscientes de lo peliagudo de los conflictos con los demás cuando del amor propio se trata. Con amigos y familiares podemos ser tremendamente cuidadosos para no herir a los demás. En el caso de los niños ocurre igual, aunque se trata de personas inmaduras y por tanto mucho más sensibles. Se trata de ir poniendo límites a este afán de perfección de forma que se le vaya mostrando al niño la forma de ir siendo más él mismo. Y hacerlo de manera tal que no se le "rompa el corazón" o de no hacerlo de forma demasiado más brusca de lo que pueda tolerar. Se trata de que el niño pueda ir aceptando que no se puede ser siempre el mejor, ni el único y hacerlo de forma paulatina de forma que lo pueda digerir, sin que lo sienta como una ofensa intolerable a su amor propio. Cuando una persona ha podido hacer esta renuncia, aprende que la vida no es tan maravillosa como soñamos y que tiene sus dificultades que no han de sorprendernos. Puede renunciar a lo maravilloso de los deseos, que por su propia naturaleza tienden a lo inmediato y a lo absoluto. Esto es un factor de protección muy sólido frente a la ansiedad, que en el mundo en que vivimos muchas veces se asocia a no saber renunciar al maravilloso mundo de las películas. C) LA LEY DEL DESEO. LO QUIERO LO TENGO. Los psicoanalistas cuando hablamos de la infancia solemos referirnos al niño como su majestad el bebé. Tratando de resaltar esa tendencia que tienen los niños a imponer sus condiciones y creer que todo les es debido. Los padres en ocasiones suelen hacer de vasallos y fieles sirvientes entronando al chico. El problema suele venir cuando los sirvientes no saben como decir que no. Al igual que comentábamos en el apartado anterior el niño ha de atravesar esta fase que es natural y fundamental en el desarrollo. El niño por la inmadurez con la que nace es incapaz de valerse por si solo, de forma que necesita de auxiliares en el exterior que le vayan facilitando todo lo necesario para su supervivencia. Los padres le proporcionan cuanto físicamente y psicológicamente: agua cuando tiene sed, comida cuando tiene hambre, se le acompaña cuando llora desconsolado, etc. Sin un adulto que lo acompañe y le proporcione alivio a sus necesidades el niño se desesperaría incapaz de satisfacer las necesidades más fundamentales. Hay otro aspecto que me gustaría además destacar, es una cuestión clave en psicología evolutiva. Y es que el niño va a aprender a reconocer sus necesidades en contacto con un adulto que le va a ir ayudando a que las pueda identificar. El niño aprende a reconocer que eso que le perturba es hambre en la medida que su madre lo calmará dándole alimento y de la misma forma ocurrirá con la necesidad de contacto y otras situaciones emocionales y psicolóicas. Son los padres y sus cuidados quienes harán posible que el niño identifique sus impresiones y que más adelante, en un futuro, pueda entenderse y cuidarse por sí mismo. Y lo mismo ocurre con los afectos, emociones y pensamientos. Será en la medida en que los padres le van devolviendo al niño una imagen de sí mismo, reconociendo y dándole palabras a sus estados internos, que el niño podrá reconocer estos en sí mismo. Más adelante el niño podrá decirse que se encuentra enfadado o celoso y excluido, en la medida en que los padres le han ido señalando aspectos de sí mismo. En la medida en que ha recibido un reconocimiento del exterior como siendo un sujeto poseedor de estados internos, sentimientos y pensamientos. Los niños en su más tierna infancia tienen la percepción de que los padres fueran títeres a su disposición, encargados de satisfacer sus necesidades. Y así es como tiene que ser además, al menos en la primera infancia. Gracias a estos títeres que le cuidan podrá no sentirse totalmente vulnerable y desamparado. Títeres que el niño sentirá como formando parte de su mismo cuerpo. Cuando el bebé no es más que un recién nacido y todavía no ha desarrollado una auto imagen, ni una idea de los límites de su propio cuerpo, no distingue entre la madre que le da el pecho o entre su padre que le alcanza el biberón y él mismo. Será más adelante que el niño aprende a distinguirse de sus figuras parentales y por tanto a renunciar a la omnipotencia que da el ser un sujeto en simbiosis con otros. Esta dependencia, uso, y abuso de las figuras significativas del entorno, debe ir dando lugar con los años a una forma de relación más diferenciada o considerada hacia los demás. Y esto sucede a través de la adecuada y progresiva frustración y la puesta adecuada de límites y normas. Por ejemplo, en la que el niño pueda pedir de forma considerada que los demás hagan cosas por él, pero teniendo en cuenta que no son cosas que los demás estén obligados a hacer. Que pase de pensar que la madre está ahí solo para él a que pueda ir concibiendo la idea de que la madre tiene su propia vida que va más allá de él y que esto no le deja desamparado y abandonado. Si el niño pequeño exige que su madre esté a su disposición y que cuando tiene hambre le prepare la merienda, es muy habitual que la demora en este se convierta en una queja y un reproche. Es decir no admite que su objeto no le sirva. Poco a poco tendrá que ir aprendiendo que los padres no están exclusivamente para cuando él los necesita, pero al mismo tiempo irá desesperándose menos cuando los demás no atiendan sus necesidades en el momento exacto. También en la medida en que sea él mismo quien se sienta capaz de asumir estas tareas irá siendo más capaz de representarse la espera sin inquietarse excesivamente. La clave de esto que les quiero comentar sería que las sucesivas satisfacciones de sus necesidades por parte de los otros significativos junto con el inevitable retraso entre el momento en la que se siente la necesidad y su satisfacción va pudiendo ir estableciendo una capacidad para representarse la espera. Es decir que el niño se podrá decir que a pesar de que siente hambre, tendrá que esperar a que su madre haga la comida, y mientras tanto podrá representarse como se va preparando la suculenta comida y todo esto sin desesperar. La capacidad de tolerar la frustración y de esperar la satisfacción de las necesidades, permitirán al niño establecer poco a poco la capacidad para estar solo y calmarse por sí solo. Así, la soledad no se le convierte en una cosa tan terrible. Estos aspectos son de vital importancia para una buena salud y fortaleza psíquicas y resultan protectores ante futuros trastornos de ansiedad. La drogodependencia, por poner un ejemplo, podemos explicarla como esa incapacidad de calmarse a sí mismo y acude a las sustancias que le calmen. He visto casos de adolescentes que no podían tolerar que sus padres no les llevaran en coche a la biblioteca del barrio. Esta negativa de los padres se convertía en un amargo sentimiento de abandono con una gran rabia y sensación de ofensa en el amor propio, junto con una sensación de no haber sido querido. El problema es que esta terrible sensación le impide al niño y al adolescente poder asumir un rol activo como el que ve en sus mayores. En definitiva el sentir que somos capaces de hacer las cosas por nosotros mismos, de que podemos tolerar las esperas y la incertidumbre de si conseguiremos un objetivo o no, dependerá de que hayamos atravesado una fase en la que sentimos a nuestros adultos significativos como formando parte de nuestras capacidades y dependerá por supuesto, de que hayamos aprendido también, poco a poco, que hay que ir renunciando a esto. Todo esto a través de un proceso en el que los padres combinan la frsutración de las exigencias omnipotentes con el apoyo y la contención emocional: “no te vamos a comprar tal cosa porque no es importante pero al mismo tiempo jugamos contigo y lo pasamos bien”. d) ¿QUÉ ES, EN DEFINITIVA, LO QUE SE TRATA DE FRUSTRAR? En definitiva lo que se trata de frustrar cuando ponemos límites es la tremenda dependencia infantil. La dependencia de los niños a la omnipotencia. La dependencia a la urgencia de los deseos. Y la dependencia a la figura de los padres. Si los niños son totalmente dependientes a los padres esto ocurre principalmente por 2 razones. La primera ya la adelantábamos antes. Tiene que ver con que la cría humana por su especial desvalimiento requiere de unos cuidadores que le proporcionen sustento. El segundo motivo tiene que ver, con que el núcleo familiar va a ser prácticamente todo el mundo que el niño va a ver durante años. No va a tener más punto de referencia que su padre y su madre y a lo sumo el hermanito. Para decirlo de otra forma, durante un considerable periodo de su vida no va a tener más idea de sí mismo que la imagen que le devuelve este entorno tan cercano. El niño cuando se pregunte si es bueno o malo, listo o torpe, merecedor de amor o indeseable solo podrá ampararse en la idea que le devuelva su familia. Algo más adelante el cuadro se irá completando con los amiguitos, profesores y más adelante todavía, el grupo, las parejas, etc. La educación de los niños comprende el darles todo lo necesario para el crecimiento y finalmente dejarlos marchar. ¡Los hijos son para la vida!, se suele decir. Se trata de frustrar el deseo que los niños tienen de exclusividad en relación a sus padres. Que aprendan que los padres no están ahí exclusivamente para satisfacer sus necesidades y permanecer junto a ellos eternamente. A los niños hay que darles atención, dedicarles tiempo, enseñanzas, acompañarlos a cada paso nuevo que dan, hasta que sean capaces de hacerlo solos. e) ADOLESCENCIA Como les comentaba al principio mi intención había sido hablarles de la adolescencia y de varios aspectos cruciales de la misma. En este apartado voy a retomar, aunque sea brevemente, este periodo de la vida. Quiero destacarles la tendencia de los adolescentes a buscar una distancia óptima de los padres. Los adolescentes no toleran que los padres les dejen solos, no toleran que los padres o el entorno les deje solos ante las nuevas obligaciones que van teniendo. Viven esto como de una exigencia atroz y de una injusticia sangrante. (Piensen en como reaccionan ante cualquier nueva exigencia por parte de algún profesor) Pero por otro lado tampoco toleran que los padres les supervisen o muestren atenciones con ellos, lo cual suelen vivirlo como de una intrusión e invasión a su intimidad que tampoco suelen tolerar. ¡Seguro que estarán familiarizados con esta sensación de que los adolescentes no toleran nada! Es un periodo en el que, de una forma especial, se van resolviendo las relaciones de dependencia y sometimiento infantil que los une a sus padres. En este periodo tiene lugar un aflojamiento de la conciencia moral que en ocasiones les lleva a cometer actos delictivos o a actuaciones que horrorizan a los padres o que les pone en peligro. Pareciera que en esos momentos solo rigieran unas normas que son las del grupo de pares. Como si lo aprendido en casa hubiera caído en el olvido. Por supuesto, hay que proteger a los chavales de estas situaciones. No obstante quería señalarles como este tipo de actuaciones, que se dan en momentos puntuales, muchas veces atienden a esta necesidad que comentábamos que tienen los adolescentes de distanciarse y buscar su lugar frente a los padres. Lo que les quiero mostrar es que este momento de cierto peligro esconde también un movimiento hacia el crecimiento y la autonomía. Dejar en suspenso ciertas prohibiciones morales, en algunos momentos puntuales, les puede poner en peligro, de un lado, pero les puede llevar a ejercitar unas nuevas normas, las del grupo, que les permitirá aumentar perspectivas. El otro lado de la moneda sería, que ante esta necesidad muchas veces acaban volcando sus viejas necesidades infantiles y de dependencia hacia los padres en el mismo grupo de pares, que en ocasiones impone un sometimiento a las normas atroz, mucho mayor del que conocieron frente a los padres. Piensen sin ir más lejos, en esos grupos de adolescentes que visten como uniformados. Para un adolescente buscar una identidad es querer ser diferente a sus padres, buscar nuevos referentes que no le dejen solo y que al mismo tiempo le permitan expresar su creatividad. DIFERENTES FORMAS DE PONER LÍMITES. Existen tantas formas de poner límites como padres hay en el mundo. Por regla general nunca suelo decir a los padres cómo hacerlo con sus hijos. La principal tarea de la psicoterapia es la de ofrecer una comprensión distinta, más en profundidad, de las ansiedades de los hijos y de las dificultades familiares, de forma que sean ellos, es decir vosotros, quienes podáis ejercer esta labor con una mayor sensibilidad, comprensión y placer. Nadie mejor que los propios padres para educar a sus propios hijos. Las principales dificultades para poner los límites de una forma más relajada suelen ser la culpa o el temor. La culpa: por temer ser demasiado exigente o por romper la ilusión del hijo al que se quiere proteger. Muchas veces los padres temen ser tan exigentes como sintieron a sus padres cuando ellos eran niños. Sienten que los abuelos los criaron en otros tiempos y de una forma que nada tiene que ver con como entienden que debe ser una educación más moderna. Estos padres suelen abrigar ciertos reproches a sus propios padres por sentirlos demasiado cerrados, distantes o autoritarios y quieren mantener con los hijos una relación diferente. Por supuesto que está muy bien que unos padres quieran dar a sus hijos una educación liberal, cada uno tiene su estilo y sus motivos. De todas formas la necesidad de establecer los límites de una forma clara es una necesidad fundamental para cualquier tipo de educación. Simplemente les comento como el propio pasado y la actitud hacia los abuelos en ocasiones impide poder ejercer esta labor. El temor: en ocasiones ocurre que se teman las reacciones del propio hijo. En verdad esto ocurre siempre. A todos los padres nos da miedo frustrar y prohibir, aunque la respuesta del niño no vaya más allá de la queja o la pataleta. Durante la adolescencia esto puede complicarse por los cambios corporales y de fuerza del menor. Este miedo suele transmitirse al menor y en los casos más destacados suele tener un efecto demoledor. La idea que se le devuelve al chico es que resulta temible para sus propios padres. El niño puede incorporar una identidad como resultando especialmente malo o incluso indeseable. Esto cargará de rabia la relación con los padres además de que impedirá el que la violencia natural en las personas y en los niños se vaya metabolizando e incorporando en el día a día. Muchas veces la violencia que se teme de los hijos como respuesta a la frustración de los límites poco tiene que ver con la naturaleza violenta o no del hijo. Muchas veces, cuando se trata de un temor desmedido, el trabajo con la familia requiere el tratar de rastrear el origen de este temor, vamos a decir irracional. En no pocas ocasiones estos temores tienen que ver con aspectos de la historia de los padres. Muchas veces en su propia familia se vieron forzados a ser niños excesivamente buenos, en donde la más mínima contestación era castigada como un mal comportamiento. También me gustaría comentarles cómo los límites pueden servir tanto para que el niño desarrolle su autonomía como hemos venido comentando, como para lo contrario. Es decir, en ocasiones los límites pueden jugar una función de coartar la independencia o de impedir que el chico pueda desarrollar sus capacidades y un carácter más fuerte. Un ejemplo bastante habitual de esto, sería el de unos padres que por temor a que algo le pueda ocurrir al niño, no le dejan hacer nada. Por ejemplo, cuando no se le permite jugar en el parque no vaya a tener un accidente o no le se le permite ir de colonias o de excursión etc. En algunos de estos casos puede comprobarse en el transcurso de las entrevistas familiares que la preocupación en la familia por las enfermedades ha sido una constante, ya fuera por muertes o por enfermedades de alguno de sus miembros. En otras ocasiones la prohibición de los padres tiene que ver con las separaciones de los niños. Por ejemplo, con las separaciones de verano cuando los chicos se van de campamento. Estas ocasiones son de una importancia crucial para los niños y sus familias. Estas separaciones suelen producir una ansiedad considerable en los niños si ven que produce también una fuerte ansiedad en los padres y proporcionan grandes oportunidades de crecimiento y de elaboración de la pérdida y del reencuentro. Para hacernos una idea de la importancia de estas ocasiones. Hagamos una prueba. ¿Cuantos de ustedes se acuerdan de su primer día de colegio? ¿Se acuerdan de si lloraron? ¿A cuantos de ustedes les resulto difícil el primer día de colegio de su hijo? La puesta de límites cuando tiene que ver con la ansiedad de separación y prohíbe al niño que pueda distanciarse de los padres y ejercer su autonomía, tiene muchas veces la consecuencia de que se le devuelve al hijo una idea de sí mismo, como culpabilizando el que pueda marcharse por su cuenta o incluso le devuelve una imagen de sí mismo como siendo débil e incapaz. Muchas de las ansiedades de separación tienen su origen en una puesta de límites por parte del entorno que ha favorecido esto. De la misma forma, y muy relacionado con esto, muchos temores hipocondríacos y agorafóbicos también estaría relacionado con unos límites que le han devuelto al niño una imagen de sí mismo como no pudiendo separarse de sus padres, es decir, como siendo dependiente y débil.