Horacio Beccar Varela

Anuncio
Al servicio de la República
Adolfo Lanús
Horacio Beccar Varela
En la Intimidad de la Quinta
La Barranca de los Ombúes era antes sitio preferido entre los paseos
públicos de San Isidro. Por las tardes llegaban gentes que observaban con
interés y curiosidad la hermosa quinta. Miraban los jardines y las galerías y
trataban de penetrar más adentro, deseosos de ver de cerca a la casa que, para
muchos, por su arquitectura colonial, asume caracteres de solar histórico o
aspectos de museo. Se sabe que por San Isidro anduvieron Pueyrredón y San
Martín, y sin mayores averiguaciones ni acaso pensar que no lejos de ese sitio
se halla la quinta del Director Supremo, se vincula fácilmente su nombre y el
del Libertador con aquel caserón de los Ombúes.
Cuando Beccar Varela advertía la presencia de curiosos, se complacía en
invitarlos y mostrarles los amplios salones, la vieja entrada de coches, el patio
interior —ahora cubierto— el escritorio de Florencio Varela, la libreta con las
"Memorias Privadas" del prócer, autógrafos de hombres célebres, algunas
cartas de Juan María Gutiérrez, un trozo de la puerta perteneciente a la casa
que habitó Florencio en Montevideo, frente a la cual lo asesinó un esbirro de
Rosas. . . Mientras los desconocidos visitantes van pasando de una sala a otra,
él les va contando a grandes rasgos la historia de la quinta: —San Martín y
Pueyrredón platicaron aquí varias veces. Aquí estuvo también el autor del
Himno Nacional, don Vicente López y Planes, y no faltan los que aseguran
que Liniers durmió una noche en esta casa, en su marcha desde el Tigre hacia
Buenos Aires, en el invierno de 1806, cuando las invasiones inglesas. El solar
fue de propiedad de Mariquita Sánchez, quien lo vendió a doña Rosa
Azcuénaga de Santa Coloma. ¿Ven ustedes este escritorio inglés? Pues
perteneció a mi abuelo Florencio Varela. Ahora verán también la colección
de "El Comercio del Plata", el diario que él publicaba y dirigía en
Montevideo hasta que Rosas lo hizo asesinar. Bueno: la quinta pasó luego a
poder de otras familias, vinculadas todas a la historia del país, hasta que en
1881 la adquirió mi padre, con una hipoteca que terminamos de pagar
varios años después de su muerte. . .
—Desde afuera, mirándola desde la calle —decía alguno de los
visitantes— nosotros pensábamos que se trataría de un museo.. .
—Un museo. . . —respondía el dueño de casa. —Un museo o algo
www.genealogiafamiliar.net
1
parecido —repetía como pensando en voz alta. —Algún día. .. En fin, ya
veremos...
Esa idea fue arraigando en él. Se la expuso a su mujer y a sus hijos; a
la viuda y a los hijos de su hermano Adrián, a quien había querido
entrañablemente. Y un día se instaló en su escritorio y bajo el impulso de
una decisión irresistible, escribió en tres carillas de papel:
San Isidro, junio 21 de 1945
"Confirmando mi testamento ológrafo de fecha 30 de setiembre de
1928 (no lo tengo a la vista pero creo que ésta es la fecha) y ampliándolo,
vengo a disponer lo que estoy seguro aprobarían y quizá aprueben desde
el Cielo mis inolvidables padres y hermanos, está de acuerdo con mi
íntimo sentir y desean mi esposa e hijos y la viuda e hijos de mi querido
hermano Adrián, que nació en San Isidro y tuvo para su pueblo cariño
entrañable. Es mi voluntad que la casa quinta de San Isidro, en la calle
Adrián Beccar Varela, lindando con Los Ombúes, que en breve será mía
exclusivamente por la división de condominio convenida con mi cuñada
y sobrinos, con su jardín y barranca, quede en usufructo para mi esposa
y mis hijos, a fin de que en la medida posible puedan disfrutarla todos, y
que al fallecer el último de mis hijos se consolide el dominio en la Municipalidad de San Isidro, a la que lego la nuda propiedad de esa
quinta, jardín y barranca, con la condición de que en ningún tiempo
pueda ser vendida, y se conviertan en un paseo público que se llamará
Doctor Cosme Beccar y que el uso de la casa se brindará al Consejo
Escolar de San Isidro para su sede, instalar allí la Biblioteca Pedagógica
Doctor Cosme Beccar y eventualmente aulas de cursos libres de dibujo,
pintura, etcétera".
Actuaba, se movía, conversaba sin solemnidad. Podría muy bien ser
que la solemnidad, tan común en nuestro medio donde tantas veces es factor
de figuración y buen éxito, no se aviniera con su físico, como cosa de
apariencia externa. Pero eso no quita que de existir un fondo de ella, por
pequeño que fuese, la delataran algún gesto o alguna palabra suya, siquiera
una vez, aisladamente, en las muchas ocasiones en que por propia
gravitación o porque los acontecimientos lo querían, se convertía en figura
central. Nunca se lo vio en posturas de estudiada importancia ni tuvieron
sus actos ni su voz ribetes o entonaciones de pretendida superioridad.
Sobresalía como algo natural; en este caso cabría decir que cumpliendo esa
ley de relación que hay casi siempre entre lo físico y lo espiritual. La
llaneza, trasunto de hondo sentimiento afectivo que se manifestaba en la
www.genealogiafamiliar.net
2
cordialidad del trato o en la emoción propensa a las lágrimas, no afectaba el
valor de sus opiniones. Tal vez esa simplicidad en la exposición desprovista de
vacua retórica y el deseo, casi siempre logrado, de ser claro y preciso, eran
condiciones adquiridas en su juventud en la práctica del periodismo y
acentuadas y perfeccionadas más tarde en la docencia universitaria.
Lo relevaba de toda solemnidad su natural bondadoso y dispuesto al
buen humor. A fines de 1930 se hallaba en Buenos Aires el actual duque de
Windsor, entonces príncipe de Gales, heredero del trono que años después
abdicó. Para concurrir a un almuerzo oficial servido en el Jockey Club, los
ministros y demás funcionarios gubernativos, habíanse visto en la necesidad
de sacar sus "jacquets" de los guardarropas donde, por ser verano, estaban
enfundados al amparo de la polilla. De sobremesa, Beccar Varela se acercó a
su colega el doctor Ernesto Bosch, ministro de Relaciones Exteriores y le dijo al
oído:
—Acabo de verlo al príncipe de Gales, anotando en su libretita de apuntes
esta observación: "Buenos Aires es un país donde la mayoría de la gente se
perfuma con naftalina".
Andaba a caballo con José María Cantilo en una estancia de la provincia
de Buenos Aires. Los acompañaba en el paseo uno de los peones de la estancia
con quien a los dos les gustaba conversar. Hacía rato que marchaban junto al
alambrado por un potrero cuyas dos únicas tranqueras aparecían muy lejos
una de otra.
—Es grande este cuadro — comentó Cantilo, quien me ha referido la
anécdota.
—Largo aclaró el peón —. Largo y muy angosto, ¿no ve? Por eso le
decimos "la manga".
—La manga de un saco mío — agregó entonces Beccar Varela, extendiendo
un brazo para que se convencieran del símil.
Abstraído o preocupado por los muchos asuntos que debía encarar como
abogado o que suscitaban su interés patriótico, no perdía, sin embargo, la
oportunidad de mostrar su buen humor. Eso era parte de su carácter. Al hablar
en 1936, en un homenaje a la primera conscripción nacional — la de Cura Malal
— recordó un episodio en el que fueron actores el general Luis María Campos y
él, con estas palabras:
"El 24 de mayo el general Campos celebraba la acción de Tuyutí y
los jefes y oficiales de nuestro batallón, que formaba regimiento con el 6°
de Infantería de Línea, que el general había mandado, nos presentamos a
su carpa de comando, para rendirle el tributo de nuestro saludo. Quiso
abrazar a todos los oficiales y cuando me llegó el turno vaciló sonriente
con un gesto amistoso: no sabía si empinarse en un banco o exigirme
www.genealogiafamiliar.net
3
que disminuyera mi altura".
Difícil problema debía plantear, en efecto, aquel abrazo entre dos hombres
de estaturas tan desproporcionadas: la del general Campos, por lo reducida; la de
Beccar Varela, por lo alargada.
En ese discurso de 1936, como era frecuente en las manifestaciones de su
espíritu, a la frase amable o de intención risueña siguió el concepto sustancial:
"Vivimos horas de confusión y olvido de lo que fue tradición sagrada de nuestro
suelo y por eso, hoy más que nunca, es indispensable no omitir esfuerzo para
que las nuevas generaciones valoren lo que esta Patria argentina significa y lo
que hicieron por su engrandecimiento los hombres que nos precedieron".
Hay un enorme cedro de largas ramas horizontales. Es el árbol venerado
de la quinta. Lo plantaron Horacio Beccar Varela y su esposa María Cristina
Castro Videla, hace muchos años. Es un símbolo de cariño y de unión. ¿Quién,
en la mocedad, no ha grabado algún nombre en la corteza de un árbol? Aquí en la
vieja quinta se yergue majestuoso el cedro libanés, y acaso glosando al poeta,
Beccar Varela o su compañera podían decir:
"Yo con mis propios brazos cavé el pozo;
Yo con mis propias manos planté el cedro".
Junto al cedro de anchos brazos abiertos crece un hierático ciprés que,
cuando, todavía niño, llegó Beccar Varela a la quinta donde había de pasar los
últimos años de su vida, no se elevaba más de un metro del suelo.
—Cuando vine por primera vez a esta quinta, este ciprés y yo teníamos
más o menos la misma altura. Si desde entonces yo he crecido algo, el ciprés me
ha aventajado — solía decirles a los visitantes levantando los ojos hacia la aguda
punta del árbol.
Tres meses después de su muerte, una tarde apacible, se quebró el ciprés.
Cayó desde lo alto un trozo enorme de su recto y largo tronco y al
desplomarse rompió y se llevó en la caída las ramas más extendidas del
cedro. Los dos están ahora mutilados. . .
Al amor de la quinta solía serenarse su espíritu. El mundo se alejaba en las
aguas del río, se perdía detrás de las barrancas, se esfumaba en la sombra de los
árboles. El rumor de la calle no turbaba el sosiego del jardín ni penetraba en la
soledad gozosa. El descanso consistía en la expansión del sentimiento hogareño.
Voces y figuras familiares resonaban y se entrecruzaban, a menudo
alborotadamente, como ocurre casi siempre donde la parentela es numerosa y vastas
las vinculaciones. Pero el alboroto y el movimiento parecían no causar ruido ni
alterar el silencio porque el mundo, el mundo grande y extraño al que él debía
lanzarse diariamente en son de lucha y de conquista, desaparecía en el lejano
www.genealogiafamiliar.net
4
horizonte, detrás de las barrancas, corrido por el misterioso perfume de la
intimidad.
La quinta le ofrecía descanso físico y sosiego espiritual. Allí fue reuniendo
con amor e interés muebles, libros, periódicos, retratos, todo cuanto entrañara un
recuerdo o tuviera algún significado histórico para el culto de sus antepasados. La
libreta con las "Memorias Privadas", de Florencio Varela, permaneció mucho
tiempo en una vitrina, casi diríamos como simple agenda de notas sin valor especial,
pues casi todas las que contiene se refieren a gastos domésticos que ocupan sólo las
primeras páginas; después siguen ya páginas en blanco. Pero un día, a uno de sus
hijos se le ocurrió, por simple curiosidad o casualidad, dar vuelta la libreta y
hojearla al revés, y a la tercera o cuarta página apareció entonces a su vista el
manuscrito encabezado con el título de "Memorias Privadas". La libreta tiene
estampada en la tapa la palabra ''Notas", cosa corriente en cuadernos chicos.
Partiendo de esa tapa aparecen las cuentas domésticas y algunas otras anotaciones
comunes. No se podía pensar que tomándola al revés, poniéndola "patas arriba"
acornó generalmente se dice, iba a descubrirse que desde la otra tapa en adelante,
así con la libreta al revés, Florencio Varela escribiría sus memorias. No significa
esto que con anterioridad no se conocieran las "Memorias Privadas". Por lo pronto,
Luis L. Domínguez se ocupó de ellas y Mármol también. Lo ocurrido es que
cuando recibió la libreta con la carta del hijo de Mármol, que se la obsequió
calificándola de "joya" del archivo de su padre, Horacio Beccar Varela no reparó
en la forma en que estaban escritas las páginas. Otras personas la hojearon
después y la dejaron en la vitrina sin atribuirle especial interés, porque sólo vieron
las anotaciones relativas a cuestiones intrascendentes de la vida doméstica. Hasta
que un día un hijo suyo dio vuelta la libreta y "redescubrió" las "Memorias
Privadas" del antepasado ilustre.
Con este hecho se relaciona otro no menos curioso. Cuando egresó de la
Facultad de Derecho, Horacio Beccar Varela recibió de su madre una libreta para
apuntes, con las tapas forradas en cuero de Rusia. Tiene en una de ellas, en la
parte superior, ora-badas las iniciales H. B. V. doradas, y abajo de las iniciales,
también en letras doradas, la fecha julio 8 1897. En la tapa interior, de cartón,
figura esta anotación escrita por el doctor Beccar Varela: "Juramento en la
Corte, 17 de julio de 1897. Folio 182, libro 20". Pero la libreta está luego
totalmente escrita al revés, de modo que la tapa con las iniciales queda como tapa
posterior y naturalmente "patas arriba". Las anotaciones referentes a asuntos de la
profesión — honorarios, entrevistas, litigios que atender, audiencias, etcétera —,
ocupan todas las hojas y comienzan en noviembre de 1897. Uno de los hijos de
Beccar Varela comprobó o advirtió que las "Memorias Privadas" de su bisabuelo
Florencio Varela estaban escritas al revés en la libreta, casi 40 años después que su
padre había iniciado sus apuntes en la libreta que le regaló la madre al recibirse
de abogado, también al revés.
www.genealogiafamiliar.net
5
Aunque resulte difícil determinar qué causa psíquica indujo al abuelo allá
por 1843 a dar vuelta un cuaderno de notas y medio siglo después a hacer lo
mismo a su nieto Horacio Beccar Varela, pareciera que el fenómeno entraña un
caso típico de atavismo.
En su libreta, regalo de la madre, el flamante abogado Horacio Beccar Varela
hizo anotaciones relativas a su labor profesional: asuntos en trámites, consultas,
gestiones y honorarios cobrados y a cobrar, según ya lo he dicho. Iniciada en
1897, en la tercera carilla tiene esta nota: "Hasta el 13 de julio de 1898 — un
año de ejercicio de la profesión — cobrado 2.220 pesos". Un promedio justo de
185 pesos mensuales. En semejante balance debían adquirir, con toda seguridad,
extraordinaria importancia las notas que luego figuran al pie de varias páginas,
y rezan así: "Perdonada". Y mucho más las que dicen con toda la fuerza gráfica de
la expresión "Nada" o "Caloteó", leyendas que subrayadas aparecen como
corolarios de no pocas intervenciones. Esas anotaciones llegan hasta 1905. A partir
del año 1906, asociado en el Estudio con el doctor Alberto Rodríguez Larreta, abre
ya un libro con balance de entradas y gastos.
Su padre, el doctor Cosme Beccar murió joven, el 14 de junio de 1890. No
había cumplido todavía 53 años. Quién sabe por qué causa recóndita a Horacio lo
torturó mucho tiempo la idea de que él también moriría joven; pensaba que
cuando llegara exactamente a la misma edad en que había muerto su padre, él se
iría igualmente de este mundo. El presentimiento lo apenaba no por miedo a la
muerte — temor que no podía tener cabida en su alma de creyente — sino
porque amaba la vida y sobre todo amaba a su mujer y a sus hijos y no se
conformaba con la posibilidad de dejarlos en trance de afrontar solos y directamente la dura lucha de la existencia. El 30 de setiembre de 1928 escribió su
testamento y junto con él un "Apunte Intimo", que es prueba de hondo cariño a los
suyos y alta lección de principios morales, con significado que trasciende del
carácter familiar que él le asignó al escribirlo. El propio testamento contiene
consejos —expresiones de voluntad— que hacen de ese documento y del
"Apunte Intimo" una pieza indivisible en su aspecto espiritual. Las
disposiciones y referencias sobre bienes materiales son pocas, como eran pocos los
bienes de su propiedad que podían quedar como patrimonio físico. Lo que vale en
el testamento es lo mismo que da valor al "Apunte Intimo": la herencia moral.
Pasados dos días de la fecha en que los escribió o sea al amanecer del 2 de
octubre de 1928, él iba a llegar a la misma edad que tenía su padre el 14 de
junio de 1890. "Escribo estos apuntes —dice el comienzo— bajo un penoso
presentimiento que quiera Dios que no se cumpla, porque amo la vida, soy feliz en
el seno de los míos y creo que mi muerte sería penosa para ellos, a los que
todavía hago falta". "No he podido dejar ricos a mis hijos" —escribe luego, y
en seguida de una breve referencia a lo que constituye su patrimonio material,
www.genealogiafamiliar.net
6
añade:
"Pero no es esto lo que yo quería decir a mis hijos; veo que no escribo
tan sereno como creía podía hacerlo. Lo que ansío inculcarles y para ello me
falta elocuencia y fuerza en este momento, es que sean buenos, es decir que
piensen que la bondad del alma es la más sana y la más verdadera de las
filosofías; que sean inflexibles en la rectitud de sus vidas; que sean laboriosos
como yo lo he sido, porque el trabajo es escudo contra todos los vicios y fuente de
las más grandes alegrías. Por último sería muy grato a mi espíritu que tuvieran
un foco de culto de mi memoria, ya que tanto los he querido y he vivido sólo
para ellos y mi mujer adorada, la más querida de las mujeres y la compañera
incomparable, que ha llenado mi vida y a quien deben veneración eterna.
"De mí puedo decirles que en mi vida de hombre no recuerdo haber
cometido una mala acción de que tenga que avergonzarme; que he tenido un culto
por la memoria de mi padre, no obstante haberlo perdido cuando tenía 14 años y
que su recuerdo aún hoy me arranca lágrimas; que he adorado a mi madre y
venero su santa memoria; que he querido profundamente a mis hermanos y he
hecho por ellos todo lo que he podido; que he vivido sin envidias porque he sido
modesto en mis ambiciones, considerando tan efímera la vida que, pensando en
la muerte, siempre he sobrellevado con fortaleza todos mis trabajos y pesares,
creyendo que lo único que da independencia material y moral al hombre es la
tranquilidad de la conciencia, la seguridad de que vale internamente por su
propio juicio y no por lo que crean y digan los demás. Así, yo he soportado sin
desesperación los más grandes desengaños y he sobrellevado pérdidas materiales
que a otros anonadan. A fuerza de trabajo, honradez y economía había logrado
una modesta posición. Negocios ajenos, garantías en mala hora dadas — los
conmino a no darlas nunca sino para hacer el bien y no por ambición de hacer
fortuna — me colocaron en situación de ruina y con enormes deudas.
Confiando en Dios supe afrontar con calma el desastre y Dios me ha salvado.
Nunca perdí la fe y reconcentrado en mí mismo he vivido años de lucha, -pero
jamás se oscureció mi mente ni se amargó mi corazón. Ese ejemplo se los ofrezco
para que en ninguna circunstancia de la vida desesperen de la Divina
Providencia y de la fuerza que da la conciencia de su propia rectitud y el ánimo de
vencer por el trabajo. Modesta fue mi vida y quiero ser enterrado así, sin misa de
cuerpo presente".
Termina este "Apunte Intimo" con una invocación a Dios para que
bendiga a todos aquellos a quienes él tiene presentes en ese momento, porque
están ligados a su recuerdo con hondo cariño o porque de alguna manera
contribuyeron a "hacer amable la vida". A través de las ocho carillas que abarca,
algunas palabras en las que faltan o sobran letras —corregidas después— demuestran la rapidez con que fue escrito. Son, sin embargo, los mismos rasgos
www.genealogiafamiliar.net
7
típicos de su caligrafía y no hay un signo que marque diferencia sustancial con
otros manuscritos suyos o que denuncie su emoción, a pesar de que él reconoce
que no escribe "tan sereno como creía podía hacerlo".
El presentimiento de su muerte carece de fundamento y explicación. Nace
de algo que está más allá de su entendimiento y de su razón. "Desde hace muchos
años —dice— se me ocurrió pensar qué edad justa tenía mi padre cuando murió y
calcular cuando tendría yo esa edad. Será dentro de dos días — el 2 de octubre — y
he creído que ese mismo día yo podría morir". ¿Por qué? Es imposible averiguarlo.
Ni él mismo podría haberlo aclarado. El presentimiento — movimiento interior que
nos hace prever algo, bueno o malo, que va a ocurrir—, tiene ese especial
significado cuando fatal o felizmente lo presentido se cumple. En caso contrario,
¿qué es? ¿Temor? ¿Esperanza? ¿Abatimiento? ¿Sueño?
Beccar Varela no presintió, pero sí pensó en su posible muerte próxima.
El hecho de que la muerte no llegara no quiere decir que él no la esperase
espiritualmente preparado; y sin duda nunca, en los 20 años más que se prolongó
después su vida, olvidó aquellas horas extrañas de preocupación y recogimiento.
En esa misma oportunidad redactó también su testamento, en el que la expresión de
los sentimientos íntimos asume un contenido filosófico que no se justificaría
mantener reservado en el límite.
www.genealogiafamiliar.net
8
Descargar