Arquitectura militar

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ARQUITECTURA MILITAR Y MEDIO
AMBIENTE
Antonio Gil Albarracín
Doctor en Historia
La necesidad de defensa es propia de cualquier sociedad organizada que ha de proteger su
actividad y el patrimonio acumulado frente a otros grupos que pretendan arrebatarle la capacidad
para decidir el desarrollo de su futuro o la conservación de su territorio y los bienes acumulados en
el mismo. Por tanto la existencia de instalaciones militares un territorio determinado es tan antigua
como la presencia de grupos organizados con necesidad de defender su situación y su cultura
frente a cualquier agresión posible.
La antigüedad de muchos dispositivos militares, otra actividad más que añadir a la agricultura, al
urbanismo o a las comunicaciones de las sociedades tradicionales, se ha incorporado al territorio,
a menudo en lugares estratégicos prominentes, culturizándolo y dotándolo de unos signos de
identificación que se han sumado ineludiblemente a los paisajes resultantes.
Aunque se podrían invocar otros antecedentes, en sentido estricto, el conjunto extenso más
antiguo de instalaciones militares que se ha conservado en el territorio almeriense y se encuentra
en proceso de excavación y consolidación es el complejo dispositivo militar que defiende el
poblado y la necrópolis de Millares, situado en los términos municipales de Gádor y Santafé de
Mondújar, con una antigüedad de más de 4.000 años, puesto que la excavación de sus
instalaciones ha permitido comprobar que remonta sus orígenes al periodo calcolítico, habiéndose
confirmado su cronología mediante el análisis del Carbono 14.
Sin embargo el objeto de estas líneas no pretende introducirse en el campo de la prehistoria, que
ya tiene suficientes valedores y una legislación que aparentemente dota de un marco suficiente de
protección a dicho patrimonio que, bien aplicado, puede ser suficiente. Aunque también es cierto
que su aplicación concreta en el territorio almeriense, que cuenta con un patrimonio arqueológico
que podemos calificar sencillamente de descomunal, aún requiere de decisiones que no parece
que estén próximas a tomarse y de unos medios que aún resultan muy escasos.
A pesar de que el interés por el patrimonio cultural ha aumentado extraordinariamente en los
últimos años, el mal señalado aún aqueja desgraciadamente al patrimonio arqueológico y
arquitectónico en general que, a causa de un desprecio ancestral generalizado, incluso entre
personas que desempeñan cargos de responsabilidad respecto al mismo, ha sido el motivo básico
de la erosión y agresiones que ha sufrido y aún sufre en esta tierra.
Para conocer los antecedentes remontémonos brevemente al pasado; el siglo XIX, época de
grandes cambios, resultó tremendo para el patrimonio arquitectónico provincial, la clase política
almeriense destruyó todo lo que pudo, incluida la mayor parte de las murallas y las atarazanas de
la capital, por citar sólo dos ejemplos de arquitectura militar en la ciudad; en este ambiente no
debe de extrañar que el presupuesto de 1852 de la Diputación Provincial de Almería incluyera en
su artículo 3º, correspondiente a Comisiones Especiales que:
"Se rebajan los 3.000 rs. de la de monumentos artísticos, porque en este país no los hay dignos
de conservarse ...".
Creo sinceramente que la cita se ilustra por sí misma, por lo que evito cualquier comentario.
Tampoco debe de olvidarse, por recurrir a un ejemplo citado, la lista podría ser casi interminable,
que ya en los albores del siglo XX buena parte del conjunto arqueológico de Millares fue destruido
por orden del servicio de obras públicas del estado al ordenar utilizarlo como cantera para la
construcción de la carretera inmediata, años después de que Luis Siret, que lo descubrió y realizó
su primera excavación, diera a conocer su importancia al mundo.
Las excavaciones realizadas por Almagro y Arribas al mediar el siglo XX también quedaron
abandonadas y, carentes de ningún mecanismo de control y conservación, sufrieron una erosión
que convirtió en casi irreconocibles los resultados de su trabajo.
Sólo en época mucho más reciente Millares ha comenzado a recibir un tratamiento global que ha
posibilitado su excavación extensa y generado los mecanismos de vigilancia y conservación
imprescindibles en este tipo de instalaciones con el fin de mantenerlo como uno de los principales
yacimientos europeos visitables que testimonie el origen de los metales en nuestro continente.
Otro ejemplo suficientemente conocido, en este caso de carácter específicamente defensivo y
residencial, es el del castillo de Vélez Blanco, un palacio fortificado renacentista construido entre
1506 y 1515 en el altiplano velezano por su señor territorial, Pedro Fajardo.
Este edificio, tras un largo proceso de abandono y deterioro, fue definitivamente expoliado en 1904
mediante la venta por su propietario de los elementos decorativos de valor que aún quedaban en
el mismo a un anticuario francés, de cuyo país pasarían posteriormente a Estados Unidos, donde
actualmente se conservan.
Téngase presente que la enajenación de edificios militares específicamente construidos como
fortificaciones ha sido también un recurso del estado durante diversas etapas de su historia, por
ejemplo el 12-11-1875 el gobierno existente en aquella fecha procedió a adjudicar por
desamortización en subasta pública la batería de San Ramón de Rodalquilar a favor, de Miguel
García Blanes, en quien la había rematado por 1.500 pesetas.
Posteriormente dicha fortaleza ha pasado por diversos propietarios y actualmente continúa en
poder de un particular.
Ejemplos de privatización de fortificaciones también se produjeron en toda España a mediados de
la década de los 60 del siglo XX en que el estado subastó entre particulares muchos de los restos,
que ya estaban protegidos como monumentos, con el compromiso de proceder a su restauración,
hecho que no siempre se produjo.
Este hecho introduce un aspecto importante a tener en cuenta, parte de los edificios militares
conservados son de propiedad pública y el resto son de carácter particular, hecho que implanta
una dialéctica singular y, a menudo, dificulta el control público de su entretenimiento y
conservación, así como de su restauración en caso necesario.
En cualquier caso, teniendo en cuenta la realidad existente actualmente se pueden encontrar
fortificaciones de titularidad pública que están perfectamente mantenidas, junto a las que aparecen
totalmente abandonadas y otras de titularidad particular que presentan igualmente ambas
situaciones.
Aquella aciaga referencia de mediados del siglo XIX que se ha citado anteriormente es hoy parte
del pasado, afortunadamente el tiempo ha transcurrido y los criterios han cambiado radicalmente;
en ese objetivo los gobiernos de la segunda república española tuvieron una actuación destacada
realizando las primeras declaraciones monumentales en la provincia de Almería, incluidas la del
conjunto arqueológico de Millares y la del castillo de Vélez Blanco, entre otras, aunque la dinámica
de la etapa republicana impidió dotar y desarrollar los mecanismos de control y conservación que
resultaban imprescindibles para que dicha política alcanzara los resultados deseables, quedando
brutalmente interrumpida por la guerra civil que sucedió al levantamiento militar que liquidó la
república democrática.
El régimen del general Franco, triunfante en la guerra civil, supuso un auténtico frenazo a dicha
política aunque durante esa etapa Almería se vio beneficiada por las declaraciones de carácter
general como la de 22-4-1949 que afecta a todos los castillos españoles, pero tampoco se crearon
los medios necesarios para el seguimiento de dicha política e incluso a mediados de la década de
los 60 el estado procedió, como se ha citado, a la enajenación de parte de los mismos con la casi
siempre falsa justificación de que la iniciativa privada procedería a su restauración.
La desatención de los monumentos declarados y protegidos por la ley fue manifiesta durante dicha
etapa, por citar un sólo ejemplo referido a la mezquita mayor de Almería, sobre parte de cuyo solar
fue construido el cuartel de la Misericordia antes del concluir el siglo XVIII, el mihrab de la misma
comenzó a ser demolido por un vecino inmediato para incorporar dicho espacio a su vivienda,
siendo paralizado cuando ya llevaba avanzada la fechoría; por dicho motivo la cúpula actual está
reconstruida a partir de un molde que Torres Balbás sacó de la original.
Las administraciones democráticas posteriores a la muerte de Franco si han mostrado un mayor
interés por el patrimonio cultural y han incrementado los presupuestos necesarios para la atención
del mismo, que aún son claramente insuficientes, sin embargo resultan mucho más discutibles los
criterios empleados para conseguir dicho fin.
Frente a una eficaz operación de márketing que da la sensación al ciudadano medio de que el
patrimonio cultural en general se encuentra protegido, la realidad es que los criterios políticos
priman sobre los técnicos y los sucesivos intentos de realizar inventarios o relaciones sintéticas sin
los imprescindibles trabajos de base desembocan necesariamente en el fracaso y, a menudo, en
el ridículo.
Solamente citaré un ejemplo derivado de esta situación: hace unos años el Patronato Provincial de
Turismo decidió roturar los conjuntos culturales principales de Almería, hecho sin duda loable; el
problema se planteó cuando se detectó que se había elegido para dicha labor, que sin duda
alguien cobró, a una persona que equivocó un alto porcentaje de los rótulos, desembocando el
tema en un escándalo de prensa que muchos han olvidado en medio de la dejadez presente en
tantos ámbitos de esta tierra y hasta ahora no ha servido para bajar a los que tomaron dicha
decisión de su arrogancia, ni para que sus sucesores lo rectificaran.
Aunque resulta poco justificable el informar erróneamente a los ciudadanos empleando caudales
públicos, mucho más grave es el hecho de que casi todas las restauraciones acometidas en
edificios de interés histórico artístico, incluso protegidos por declaraciones monumentales como
las fortificaciones, se hayan realizado en la provincia de Almería hasta el presente sin un
adecuado estudio histórico previo; hecho que es totalmente legal en el marco actual, aunque para
muchos resulta inmoral.
También debería de resultar evidente que en una provincia de patrimonio cultural tan erosionado
como el almeriense deberían de ser los artesanos más expertos los que actuaran sobre el mismo
para obtener los mejores resultados, sin embargo es corriente contemplar la creación de escuelas
taller para restaurar monumentos, es decir que el patrimonio cultural sirva al aprendizaje de manos
inexpertas. Hecho que resulta poco justificable.
En definitiva el marco legal vigente permite barbaridades como las señaladas, que alcanzan la
categoría de disparates en los siguientes ejemplos.
Centrando el planteamiento global citado en aspectos referentes a la arquitectura militar, hace
años se convirtió en auténtico escándalo el hecho de que un arquitecto almeriense, considerando
la alcazaba de Almería como un inmenso escenario cinematográfico o teatral, son sus palabras,
encofrara el monumento sin el más mínimo respeto a su pasado o a su historia, que
probablemente desconocía.
Más respetuosas aparentemente resultan las intervenciones actuales ya que, a pesar de que
cuentan con estudios arqueológicos, que tampoco se han tenido necesariamente en cuenta a la
hora de proyectar las intervenciones realizadas, continúan sin hacerse los estudios históricos
necesarios sobre el edificio, a pesar de existir una ingente documentación sobre el mismo.
En definitiva el estado general del patrimonio militar en la provincia de Almería ha oscilado
tradicionalmente entre la destrucción y el abandono, cuando no el desprecio, y sólo en contados
casos presenta edificios restaurados por la iniciativa pública o privada que incluso han sido
abandonados tras realizar la notable inversión que ha supuesto su rehabilitación, al no haberlos
dotado de un uso viable que los volviera a dotar de vida y rentabilizara el esfuerzo realizado.
En esta situación no debe de extrañar el abandono en que hasta ahora se han mantenido las
fortificaciones del parque natural del Cabo de Gata-Níjar, permanentemente amenazadas por el
avivamiento de la tensiones inmobiliarias en una zona que nunca ha estado totalmente carente de
las mismas.
Tampoco debe de extrañar que, tras años de elaboración el P.O.R.N., publicado en el B.O.J.A. el
22-12-1994, al tratar de la descripción de las fortificaciones olvide la existencia de la torre de la
Vela Blanca, confunda denominaciones de edificios o identifique atalayas con palomares. Además
la observación de una realidad en la que una fortificación renacentista, construida a comienzos del
siglo XVI, la torre fuerte o de los alumbres de Rodalquilar, está siendo empleada como corral de
ganado, igual que la de San Pedro, cuya cronología se extiende entre los siglos XVI y XVIII,
además de aquellas fortificaciones a las que se han añadido edificaciones aberrantes, años más
tarde de estar amparados por la legislación proteccionista, por no citar otros casos.
Podría continuarse con una casuística que, sin duda, ofrece muchos más ejemplos de los que
cabrían en estas líneas, por lo que los evitamos a cambio de relacionar unas propuestas concretas
de actuación que no pretenden agotar el tema, pero si deberían de ser tenidas en cuenta,
probablemente entre otras, para resolver la delicada situación en que se encuentra la arquitectura
militar de carácter histórico en la provincia de Almería.
Ante todo se debería acometer un inventario definitivo de estas fortificaciones como un paso
previo a conseguir la efectiva protección de las mismas.
Igualmente se debería de emprenderse la consolidación y conservación de los restos existentes,
excepcionalmente su reconstrucción, como trataremos posteriormente, liberando dichos espacios
de la instalación de antenas, postes de la red eléctrica y dispositivos similares que afean e
hipotecan su imagen e incluso su uso; en función de dicho objetivo de debería de establecer un
plan de prioridades que, según las disponibilidades, enumerara el orden de actuación y los
objetivos básicos perseguidos.
No debería de emprenderse ninguna actuación sin que profesionales capacitados hayan
acometido previamente un estudio histórico riguroso que se incorpore al preceptivo estudio técnico
que establece la ley del patrimonio como requisito previo a cualquier actuación; probablemente
sea el mecanismo para evitar actuaciones tan aberrantes como la que se produjo hace años en
las alcazabas de Tabernas o en la de Almería, ya citada, por señalar sólo algunos casos entre
otros muchos que se pordría enumerar.
Igualmente resulta deseable la firma de convenios entre las administración/es pública/s y los
propietarios particulares de antiguos edificios militares en aquellos caso que se estime
conveniente para asegurar el correcto uso y conservación de los mismos, incluso aportando
recursos de la administración para su restauración y mantenimiento, a cambio de las
contrapartidas que se acuerden en cada caso. Este modelo de actuación se ha dado ya en
convenios como el acordado con al propiedad del castillo de Vélez Blanco y podría extenderse,
con la misma fórmula y otras específicas, a los restantes edificios a los que fuera aplicable.
Asimismo, en aquellos casos en que la propiedad privada maltrate las fortificaciones que se
encuentran en su poder o no se preste a la firma de convenios razonables para el mantenimiento
y/o uso de los citados edificios se debe proceder a la recuperación por el estado, por vía de
expropiación o por enajenación voluntaria, de aquellas fortalezas que requieran de un tratamiento
más respetuoso del que han recibido hasta ese momento. Se ha de acabar de una vez por todas
con la situación impresentable de que nobilísimos edificios históricos con casi 500 años de
existencia continúen sirviendo a la puertas del tercer milenio como corrales para el ganado, más
aún cuando éstos están ubicados en zonas de gran atracción turística que, por lo general, se
encuentran extraordinariamente infradotadas de instalaciones culturales que atiendan la demanda
de dicho servicio por parte de los visitantes.
Buena parte de las instalaciones militares que se conservan en la actualidad, superada la función
que justificó su edificación, siempre que su ubicación lo permita, en su estado actual o tras una
adecuada restauración, excepcionalmente su reconstrucción, deben de ser convertidos en centros
de información, museos, bibliotecas, centros de interpretación, etc. que, además de su visita,
permitan rentabilizar socialmente la inversión realizada. El mismo autor que suscribe estas
páginas señaló en 1994 la posibilidad de reconstruir el castillo de San José como centro cultural
de una población turística que carece de dicho servicio, sin que hasta ahora haya sido atendida la
propuesta, también en 1966 la Asociación Naturalista Mahimón solicitó que el castillo de Vélez
Blanco fuera dotado de contenido cultural como centro principal de los servicios del parque natural
Sierra de María-Los Vélez, sin que haya recibido contestación positiva hasta el momento de
redactar estas líneas.
Asimismo sería deseable que los distintos escalones de la administración y todos aquellos que lo
estimen conveniente se sumaran a la propuesta de incluir el conjunto de fortificaciones del parque
natural de Cabo de Gata-Níjar entre los componentes del patrimonio de la humanidad de la
U.N.E.S.C.O., por ser el único conjunto extenso que figura en el litoral de la Unión Europea que se
conserva en un entorno aproximadamente similar al que existía cuando fueron construidos, hecho
que probablemente permitirá allegar más recursos a dichos edificios para acometer su
restauración, o costear su mantenimiento y adaptación a la función cultural que deben de cumplir,
además de ayudar a difundir su carácter y valores, atrayendo más turismo a la zona y permitiendo
una clara e inmediata rentabilidad de las inversiones. No se debe de olvidar que las inversiones en
patrimonio en particular y en cultura en general son extraordinariamente rentables, especialmente
en zonas turísticas, tanto del litoral como del interior, hecho que se puede constatar en otros
países de nuestro entorno que hace tiempo comprendieron dicha realidad y avanzaron por el
citado camino.
En este sentido el panorama ha dado hace pocos meses un nuevo paso en el camino de futuro
que señalamos con el comienzo de la reconstrucción del castillo de Santa Ana de Roquetas,
población en la que confluyen los intereses del turismo con los de la agricultura intensiva, con el
fin de dedicarlo a centro cultural de la población, detengámonos brevemente en su casuística.
El castillo de Roquetas, uno de los bastiones que defendía los llanos de poniente de la bahía
almeriense, surgió tras incorporación del reino de Granada a la corona de Castilla como una torre
construida por la ciudad de Almería para la defensa de la salina inmediata, los pretendidos
antecedentes nazaríes carecen de base documental; la ampliación realizada durante el reinado de
Felipe II convirtió el esta fortificación en un castillo al que se añadió en el siglo XVII una batería
artillera que es el único resto enhiesto que había llegado hasta nosotros, puesto que el edificio,
que ya había sufrido el terremoto de 1658, quedó parcialmente arruinado por el de 1804.
La inteligente decisión de la actual corporación de Roquetas de reconstruir su perímetro destruido
para ubicar en el mismo el centro cultural municipal abre una vía de recuperación de nuestras
fortificaciones que sin duda seguirán otras poblaciones cuando comprueben la viabilidad y la
rentabilidad del proyecto, que no resulta mucho más caro que la construcción de un edificio de
nueva planta para cumplir con el citado objetivo.
El futuro presenta un panorama en el que fortificaciones de diversos puntos de la geografía
almeriense habrán de ser conjuntos visitables y muchas de ellas albergarán unos servicios
culturales que redefinirán claramente la función defensiva con que fueron concebidos hacia una
utilidad pacífica que resultará indisociable de su porvenir.
Cuanto antes se inicien los cambios que conducirán ineludiblemente hacia el nuevo panorama,
antes se alcanzará el futuro que esta tierra merece y espera el patrimonio de origen militar, ya
ajeno a dicho uso, evitando una erosión innecesaria que solo servirá para retrasar y encarecer
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