“Ver a Nuestro Señor en aquella luz que Nuestra Madre puso en nuestro pecho” (Beato Francisco Martó, vidente de Fátima) Homilía en la Parroquia Nuestra Señora de Fátima Fiestas patronales Mar del Plata, 13 de mayo de 2012 Querida comunidad de los Padres Agustinos Recoletos, queridos fieles: Vengo esta noche como obispo a visitar esta comunidad parroquial de Ntra. Sra. de Fátima en el día de las fiestas patronales. Comienzo agradeciendo la invitación a presidir la Eucaristía que me pone una vez más en contacto directo con ustedes. Hace noventa y cinco años, la Virgen se aparecía en la localidad portuguesa de Cova da Iría a tres niños de condición muy humilde, cuyo oficio era pastorear ovejas. Resulta conmovedor y útil al mismo tiempo contemplar las fotografías que de ellos nos han llegados. Bien niños, muy pobres, sin duda rudos. Conocemos sus nombres. La más próxima a nosotros en el tiempo es Lucía dos Santos, actualmente sierva de Dios, a quien el Señor concedería una larga existencia, muerta recientemente en 2005, a la edad de noventa y siete años, en su condición de monja carmelita en el Carmelo de Santa Teresa de Coimbra. Sus primos Francisco y Jacinta Marto, beatificados el 13 de mayo del año 2000 por Juan Pablo II, morirían siendo aún niños. Francisco sería el primero en morir, en 1919, antes de cumplir los once años. Y Jacinta en 1920 con diez años. La Virgen no les prometía una felicidad en la tierra sino en el cielo. Los llamaba para una misión trascendente expresada en términos de contenido simple y evangélico: oración y penitencia por la conversión de los pecadores. Pedía el rezo del rosario. Lucía recibió de la Virgen la comunicación de algunos secretos ya plenamente revelados, y que el tiempo mostró como auténticas profecías. Se referían estos al fin de la primera guerra mundial, entonces en pleno curso, cosa que aconteció al año siguiente; también la muerte prematura de sus primos, que partirían respectivamente en 1919 y 1920. La Virgen habló también de la conversión de Rusia y predijo un atentado sangriento contra el Santo Padre, aspecto este último celosamente custodiado. El grave atentado contra el papa Juan Pablo II, el 13 de mayo de 1981, y los acontecimientos que desde 1990 dieron fin al régimen soviético ateo y dictatorial, mostraron la autenticidad de dichas revelaciones. Lo mismo que en la historia de la revelación y de la salvación, y a lo largo de la historia de la Iglesia, Dios se complace en elegir medios pobres para mostrar que el poder salvador está en él. El ser humano, frágil y humilde, puede entonces entender y exclamar como la Santísima Virgen en su cántico sublime, que el Señor “derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes” (Lc 1,52). O bien afirmar como San Pablo: “Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada para aniquilar a lo que vale” (1Cor 1,27-28). Estos simples niños y rudos pastorcitos fueron elegidos por Dios a través de la Virgen María, y dotados de la sabiduría del Espíritu Santo para transmitir un mensaje que se identifica plenamente con el Evangelio, puesto que las revelaciones privadas, cuando son auténticas, no intentan decir cosas nuevas sino que son el medio a través del cual Dios mismo quiere llamar la atención de los hombres para que vuelvan al Evangelio de su Hijo. Me vienen espontáneas a la mente las palabras de Jesús en su himno de júbilo, según el Evangelio de San Lucas: “En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido»” (Lc 10,21). A través de tres insignificantes niños, Lucía, Francisco y Jacinta, que la Virgen hizo sus portavoces, Dios muestra al mundo la misericordia infinita que hay en su corazón y las exigencias del camino revelado en el Evangelio de su Hijo. También la Virgen, íntimamente asociada a su Hijo muestra las riquezas de su corazón inmaculado. El Espíritu Santo regala como quiere sus magníficos dones y sabe sacar una perfecta alabanza a Dios de niños analfabetos. Sor Lucía, años más tarde, nos transmitiría en sus memorias palabras literales de sus primos, donde podemos respirar el aire fresco y puro del Evangelio. De Jacinta transmitió estas palabras: “Me gusta mucho decirle a Jesús que lo amo. Cuando se lo digo muchas veces, parece que tengo un fuego en el pecho, pero no me quema”. Y de Francisco reproduce estas otras: “Lo que más me ha gustado de todo, fue ver a Nuestro Señor en aquella luz que Nuestra Madre puso en nuestro pecho. Quiero muchísimo a Dios” (Memórias da Irmā Lúcia, I, 40 e 127). Los teólogos de verdad saben envidiar santamente la profundidad que encierran estas simples afirmaciones y discurren sobre la acción directa del Espíritu en el alma de los sencillos. Las experiencias místicas y los fenómenos extraordinarios no deben confundirse con el camino habitual y ordinario que conduce a la santidad, ni se deben tomar por sí mismos como prueba de santidad. Pero Dios los confiere a unos pocos para beneficio de muchos, para seguir invitando a todos a volver a lo esencial. Por eso mismo el mensaje de Fátima no ha pasado con el cumplimiento de ciertas revelaciones. Nuestro mundo y nuestra patria siguen necesitando de almas de oración, capaces de abnegación de sus deseos para abrirse plenamente y sin reservas a la voluntad de Dios. Capaces de entender que nuestros sufrimientos asociados a la pasión de Cristo pueden colaborar en la renovación del mundo: “¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quiera mandaros, como acto de reparación por los pecados por los cuales Él es ofendido, y como súplica por la conversión de los pecadores?” (Memórias da Irmā Lúcia, I, 162). ¡Qué refrescante resulta oír de nuevo las palabras del pequeño Francisco: “ver a Nuestro Señor en aquella luz que Nuestra Madre puso en nuestro pecho. Quiero muchísimo a Dios”! ¿De qué luz se trata? Es la luz de la gracia del Espíritu Santo que 2 nos lleva a entender sin fatiga, con los “pequeños” del Evangelio, lo más importante de la sabiduría revelada. Esta evocación de los hechos debe conducirnos a un examen de conciencia: ¿qué lugar hacemos en nuestra vida cotidiana a la oración perseverante? ¿qué actitudes tomamos en medio de las pruebas y tentaciones? Si queremos que la luz de la salvación de Cristo vuelva a iluminar nuestra cultura envuelta en sombras de muerte, debemos preguntarnos si alimentamos cada día la lámpara de la fe. Sólo quien es capaz de sobrellevar pruebas y el peso de la cruz, de seguir amando a pesar de las ofensas, de seguir esperando “contra toda esperanza”, se convierte en instrumento de un mundo nuevo. + ANTONIO MARINO Obispo de Mar del Plata 3