Marco Teórico1

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Marco Teórico
El levantamiento armado de Santiago de Cuba, el 30 de noviembre de 1956,
organizado y dirigido por el inolvidable Frank País García en apoyo al
desembarco de los expedicionarios del Granma, trasciende como un legado
permanente de heroísmo y fidelidad a la lucha revolucionaria convocada por
Fidel en el Moncada.
El hecho fue más allá de una efímera acción local destinada a desviar la
atención de las fuerzas del régimen batistiano sobre la inminente expedición
procedente de México, y mostró que lo mejor de la juventud y el pueblo
cubanos estaban junto al líder del Movimiento 26 de Julio dispuestos a ser
“libres o mártires”.
Desde el golpe de Estado llevado de Batista el 10 de marzo de 1952, reinaba
en el país un descontento popular que adquirió peculiar fuerza en Santiago de
Cuba, mediante el infatigable quehacer revolucionario que desplegó Frank
País.
Como si adivinara los planes que en la prisión de Isla de Pinos habían venido
gestando Fidel y sus compañeros, Frank aglutinó a los más destacados
elementos en la lucha, encabezó la búsqueda de armas y dio el ejemplo en la
realización de las primeras acciones clandestinas a través de la Asociación
Nacional Revolucionaria, organización que formó en varias provincias y que
tras la amnistía decretada por el reclamo popular a los moncadistas, sumó al
recién creado M-26-7.
Ese hervidero revolucionario era precisamente lo que necesitaban los
expedicionarios del Granma para arribar al sur de la Sierra Maestra antes de
finalizar el año.
Tomando en cuenta que ninguno era militar, resulta asombroso el plan general
que en apoyo a los expedicionarios concibieron a inicios de noviembre Frank
País, José Tey (Pepito), Léster Rodríguez y Arturo Duque de Estrada, en una
habitación de los altos del domicilio de este último, ubicado en san Fermín 358,
lugar donde se recibiría posteriormente el telegrama anunciando en clave la
partida del yate Granma.
Entre otras acciones trazadas vieron el asalto a las estaciones de la Policía
Nacional y Marítima, bombardeo al Cuartel Moncada con un mortero, bloqueo y
cerco a la propia fortaleza por varios grupos, destrozo de la pista y otras
instalaciones del aeropuerto, asalto a la ferretería Marcé para conseguir armas,
y la fuga de presos políticos en la cárcel de Boniato.
Para tener una idea del alzamiento trazado sobre un plano de obras públicas
de la ciudad de Santiago de Cuba, baste señalar que las acciones combativas
involucraban a cerca de 300 hombres, y que con el concurso de decenas de
compañeros de aseguramiento se establecen 29 casas cuarteles para
concentrar a los combatientes en la noche del 29. Otras nueve viviendas se
acondicionan con médicos, enfermeras y compañeras adiestradas, para
funcionar como casas botiquines en auxilio a los posibles heridos.
En no pocos hogares quedaron confeccionados los uniformes verde olivo y
brazaletes con el diseño del 26 de Julio aprobado en México, en un módulo que
los propios combatientes costearon a razón de siete pesos cada uno. En
imprentas y mimeógrafos fueron editados proclamas y bonos del frente de
propaganda revolucionaria, mientras que en diversos sitios estuvieron ocultas
las armas arrebatadas al enemigo mediante atentados o conseguidas en
intensas gestiones por toda la isla.
Detalles como el adiestramiento militar del personal, su selección, la labor
ideológica realizada con cada uno, la discreción y compartimentación, y el
empleo del factor sorpresa para el éxito de las misiones, resultan claves y
revelan la capacidad organizativa y movilizadora de Frank.
“La ciudad amaneció bajo un tiroteo general. Armas de todos los calibres
vomitaban fuego y metralla. Alarmas y sirenazos de los bomberos, del Cuartel
Moncada, de la Marina. Ruido de los aviones volando a baja altura. Incendios
en toda la ciudad. El Ejército Revolucionario dominaba las calles y el ejército de
Batista pretendiendo arrebatarle ese dominio...”.
Así con esa magistral descripción Frank resumió aquella jornada en que
Santiago de Cuba estuvo por espacio de más de dos horas en manos de los
combatientes del Movimiento 26 de Julio, quienes estrenaron en sus calles el
glorioso uniforme verde olivo, y tras la retirada frente a un enemigo superior en
número de efectivos y armamento, prolongaron con sus francotiradores y
grupos de sabotaje el desconcierto de las fuerzas de la dictadura.
El plan general
De acuerdo con el testimonio de Léster Rodríguez, "el plan para el 30 de
noviembre fue concebido por Fidel en su parte general. Hacía falta que se
llevaran a cabo acciones en el resto de la Isla que impidieran al ejército
batistiano trasladar sus efectivos con suficiente rapidez a la zona de
desembarco. Hubo compromisos de levantamiento en Las Villas y Matanzas; y
de otras acciones en parte de La Habana y Pinar del Río. En Oriente debían
realizarse de manera simultánea en Santiago, Puerto Padre y Guantánamo; los
compañeros de Bayamo y Manzanillo se iban a incorporar al desembarco, que
sería por esa zona".
Desde mediados del mes de noviembre, Frank había explicado a los jefes de
grupo del Movimiento los objetivos de la acción en Santiago: cercar el
Moncada, para neutralizar las tropas acantonadas allí; y acopiar armas, para lo
cual se atacaría a la Policía Marítima, a la Nacional y se asaltaría una ferretería
en la Plaza Dolores. Según varios testimonios, se generalizó el intercambio de
opiniones y se aceptó como fecha del desembarco el 30 de noviembre. Al
respecto, en 1959, Fidel precisó en una conocida intervención: "El Movimiento
tenía instrucciones de esperar nuestro desembarco para iniciar la acción
revolucionaria en la ciudad de Santiago de Cuba. Nosotros desembarcaríamos
por la zona de Niquero y el Movimiento tendría la tarea de respaldar nuestro
desembarco. Ciertamente que las instrucciones eran esperar primero nuestra
llegada".
A medida que pasaban los minutos, el tiroteo iba en aumento. El comando que
asaltaría la ferretería de la Plaza Dolores no había salido aún porque su chofer
no aparecía. Frank le ordenó a Taras Domitro que supliera esa ausencia:
"Suponíamos que íbamos a encontrar muchas escopetas. No obstante, nos
retiramos con algunas escopetas, muchos cartuchos".
Frank País, Doña Rosario García su madre y América Domitro
Frank País durante el juicio por los sucesos del 30 de noviembre, junto con
Doña Rosario, su madre, y su novia, la también combatiente América Domitro
En la Policía Marítima, hacía rato que los revolucionarios andaban liados a
disparos con la posta. A tiro limpio entraron en el edificio, hicieron prisioneros a
un teniente y seis guardias y acopiaron armas. Ante la llegada de los refuerzos
del Ejército batistiano (el plan de neutralizar al cuartel Moncada había
fracasado al no funcionar el mortero), abandonaron el lugar.
En la retirada, hirieron a uno de los combatientes en una pierna y la mandíbula,
y sus compañeros lo dejaron por muerto. Al volver en sí, se vio rodeado de
enemigos y uno de ellos, de un culatazo, le hizo perder de nuevo el
conocimiento. Un teniente asesino lo iba a ultimar pero los almaceneros y la
gente de los muelles no lo dejaron. "No lo mate, él es un trabajador de aquí que
no está metido en nada", le dijeron. Como el joven estaba vestido de paisano,
el sicario creyó lo que le decían.
En la acción contra la Estación de Policía participaba la célula de Otto
Parellada, cuya misión era atacar por el fondo de la Escuela de Artes Plásticas;
y el grupo comandado por Pepito Tey, que acometió por el frente partiendo de
la escalinata de Padre Pico, y que debió tener el apoyo de una ametralladora
30, llevada erróneamente al sector donde combatía Otto.
Junto con algunos de sus hombres, Pepito se parapetó detrás del paredón en
el tope de la escalera de Padre Pico. Se volvió hacia uno de los suyos:
"¿Quieres seguirme?", y avanzó seguido por el subalterno. Subieron la
escalera de la jefatura y lanzaron granadas. Ninguna estalló. Los dos tuvieron
que retroceder, aunque sin dejar de disparar. Se refugiaron en un murito en la
calle Santa Rita y siguieron tiroteando la Estación. A Pepito solo pudo
silenciarlo un balazo en la frente.
Ya había caído Tony Alomá en un momento del combate, al subir el último
escalón de Padre Pico. Entretanto, el otro grupo, con puntería beisbolera,
lanzaba cocteles Molotov contra la Estación. Pero estaban mal hechos, se
extinguían rápidamente. Otto Parellada, incluso herido, no cesaba de disparar.
Hasta que una ráfaga acabó con su vida.
Otto Parellada comandaba la célula cuya misión era atacar por el fondo de la
Escuela de Artes Plásticas
Pepito Tey encabezaba el grupo que acometió por el frente a la Estación de
Policía y que partió de la escalinata de Padre Pico
Lejos de amilanarse, sus hombres respondieron con una balacera violenta. Se
recrudeció el combate. Alguien buscó un saco de yute y pedazos de tela,
metieron dentro de él varios "cocteles Molotov", le dieron candela y lo tiraron
sobre el techo, que empezó a arder.
Dentro del calabozo de la Estación estaban varios revolucionarios, detenidos
anteriormente. Los policías abandonaron el lugar y los dejaron a merced del
fuego. Con un ladrillo desprendido rompieron el candado de la reja, treparon a
unos tanques de agua y brincaron a una casa vecina, donde ya habían llegado
los bomberos.
"Cállense la boca -dijo el jefe de los bomberos a su gente-, no digan nada, por
aquí no ha brincado nadie." Los esbirros del SIM (Servicio de Inteligencia
Militar) irrumpieron en la casa, pero la dueña supo esconder muy bien a los
fugados y entre el humo y la labor de los apaga fuegos había mucha confusión.
Los sicarios se marcharon sin capturar a ninguno. Los bomberos vistieron a los
revolucionarios con los uniformes característicos del cuerpo y se los fueron
llevando uno a uno.
Vilma Espín ha relatado en más de una ocasión cómo un grupo de jóvenes
estuvo combatiendo desde el Instituto de Segunda Enseñanza hasta que se les
dio la orden de retirada. "Cuando empezó el tiroteo -solía relatar el combatiente
Enrique Ermuz-, se acercó para ayudarnos un niño de unos 12 años (a mí me
pareció hasta menor). Le dijimos que se fuera porque lo iban a matar y él
contestaba: '¿Cómo voy a irme? ¿No están combatiendo ustedes? Yo también
soy combatiente'. Recuerdo que la cinta era de lona y cuando yo la suspendía
para tirarle a los aviones, se caían las balas. Entonces el niño me las recogía y
se las iba poniendo de nuevo a la cinta."
"Aparecieron tres jóvenes -proseguía Ermuz-, que no conocíamos como
miembros de ninguno de los grupos del Movimiento... Insistieron en que les
diéramos armas para pelear, yo le di un rifle a cada uno y se fueron conmigo a
la azotea. Y pelearon duro y con valentía."
Efectivos de la policía y el ejército batistianos
Al llegar los refuerzos del ejército batistiano, los revolucionarios se retiran con
las armas capturadas
De los más de 20 que combatieron en el Instituto, solo 12 eran miembros del
Movimiento 26 de Julio, los demás se habían sumado aquel día. Cuando se
ordenó la retirada, muchos plantearon seguir luchando, "ser libres o mártires".
Nano Díaz, quien meses después cayó heroicamente en el combate de Uvero,
expresó categórico: "Fidel nos necesita vivos y no muertos, tenemos que seguir
la lucha y ahora tenemos la oportunidad de retirarnos". Solo así la
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