22 de noviembre de 2012 - Santa Cecilia ( Traducci n no oficial ) Mons . Marcellin RANDRIAMAMONJY Obispo Promotor del Apostolado del Mar - Madagascar

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HOMILIA
22 de noviembre de 2012 - Santa Cecilia
(Traducción no oficial)
Mons. Marcellin RANDRIAMAMONJY
Obispo Promotor del Apostolado del Mar - Madagascar
En comunión con la Iglesia, hacemos hoy memoria de Santa Cecilia, virgen y
mártir; sabemos que, gracias a que acogió el Evangelio en su corazón, pudo luchar
hasta la muerte para mantenerse fiel a Dios; y gracias también a su fe, rechazó las
obras de las tinieblas y revistió de luz sus lágrimas. A tiempo y a destiempo, nunca
cesó de hablar con Dios; es por ello por lo que, inspirándose en un episodio de su
Pasión, la Iglesia la eligió patrona de los músicos. La fiesta de Santa Cecilia, por
tanto, nos lleva a aplicar en nuestra vida la palabra del Salmo 149 que acabamos de
cantar: “Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de los
fieles”. ¿Por qué cantamos un cántico nuevo al Señor? Porque Él ama a su pueblo y
dona a los humildes el esplendor de la victoria. A través de nuestros cantos,
expresamos a Dios nuestra alegría, y le ofrecemos nuestra acción de gracias y nuestra
vida cotidiana.
Pero, contrariamente a esto, vemos en el Evangelio que Jesús llora al ver la ciudad
de Jerusalén, y dijo: “¡Si tú también hubieras comprendido en ese día el mensaje de
paz! Pero ahora está oculto a tus ojos” (Lucas 19, 42). Sí, Jesús llora y nos muestra su
corazón afligido, porque no puede permanecer insensible al drama que se
representaba: había venido a traer la paz, aquella paz que no sólo predicaba, sino que
también ofrecía. Sin embargo, muchos rechazaron su mensaje e incluso intentaron
matarle. Por lo tanto, este Evangelio nos enseña que la conversión es muy importante
en nuestra vida de cristianos. Debemos convertirnos, es decir, volver a Cristo y
comprometernos con una vida nueva. La conversión es la condición necesaria para
recibir la salvación y la paz de Jesús. Si queremos borrar las lágrimas que Jesús
derrama por nuestros pecados y nuestras infidelidades, debemos abrir nuestros ojos
a sus obras y reconocer que Él es el único que puede darnos la paz.
En este Congreso reflexionaremos hoy sobre cómo encontrar el mejor camino para
hacer escuchar la voz de los marinos. ¿Somos verdaderos instrumentos para la
promoción de su bienestar? En mi opinión, la respuesta más eficaz es la de imitar el
gesto fraterno de Jesucristo que Lucas (24, 15) narra: “se acercó y siguió caminando
con ellos”; es decir, debemos mantener buenas relaciones con ellos, y
comprometernos cada vez más con nuestra actividad pastoral al fin de salvar sus
almas, sus mentes y sus cuerpos. Se convertirán así en testigos de la esperanza
mediante la Palabra, la liturgia y la diaconía.
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Queridos Hermanos y Hermanas, Dios nos llama a la conversión auténtica, a
través de la oración y el acompañamiento verdadero de los marinos. Uno de nuestros
objetivos es el de enriquecernos en Cristo para descubrir, ya desde ahora, como Santa
Cecilia, la alegría del Reino de Dios. La presencia de Jesús en medio de nosotros nos
revela que somos hijos de Dios, llamados a compartir con Él la felicidad eterna.
Rogamos para que ilumine nuestros ojos con la claridad de su mirada, y que nos
haga siempre atentos a su Evangelio. Aprovechemos este Congreso para decirle que
nos esperamos todo de Él, y que estamos siempre preparados para servir a los
marinos y a los pescadores.
AMÉN
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