INTRODUCCION La arquitectura se define comúnmente como el arte de proyectar y construir edificios o espacios para el uso del hombre, siendo considerada «arte» desde el momento en que conlleva una búsqueda estética. No obstante, las definiciones de arquitectura son tantas como teóricos y arquitectos las han intentado. Ya Vitruvio, en De Architectura (siglo I a.C.), señalaba como características de la arquitectura la firmitas, o seguridad a nivel técnico y constructivo, la utilitas, o función a que se destina, y la venustas o belleza que posee. Por su parte, Leon Battista Alberti, en De re aedificatoria (14501485), afirmaba que la arquitectura consistía en la realización de una obra de manera que el movimiento de los pesos o cargas y el conjunto de materiales elegidos, fuese útil al servicio del hombre. En el siglo XIX, Eugène Viollet-le-Duc consideraba que la arquitectura o arte de edificar constaba de dos partes igualmente importantes: la teoría y la práctica. Mientras la teoría abarcaba el arte, las reglas heredadas de la tradición y la ciencia que podía ser demostrada por fórmulas invariables, la práctica era la perfecta adecuación de la teoría a los materiales, al clima, a las necesidades que se pretendía cubrir en cada caso. John Ruskin, el autor de Las siete lámparas de la arquitectura (1849), especialmente preocupado por cuestiones socioculturales y económicas, definía la arquitectura como el arte de decorar y componer edificios cuya contemplación debía contribuir a la salud, a la fuerza y al placer del espíritu humano. De una manera más práctica y moderna, Sigfried Giedion definió la creación arquitectónica como la correcta aplicación de los materiales y de los principios económicos a la creación de espacios para el hombre. Dentro de esta variedad de definiciones del hecho arquitectónico, sobre cuyas interpretaciones más adelante nos extenderemos, no podemos dejar de mencionar la existencia de otras basadas en el aspecto semántico de la arquitectura. Se deriva de estas definiciones que la arquitectura presenta ciertas peculiaridades que la diferencian de las demás artes. Un de ellas es la preponderancia de los aspectos materiales y técnicos. La técnica constructiva es aquella parte de la arquitectura que se ocupa de la correcta utilización de los materiales en función de sus cualidades y de su naturaleza, de modo que cumplan satisfactoriamente las condiciones de solidez, aptitud y belleza. Las tecnologías con que cuenta la arquitectura son diversas y pueden darse solas o combinadas. Siguiendo a Alexandre Cirici, diremos que existe la arquitectura de madera, así como la textil, la de tierra cocida, la de piedra, la de ladrillo, la metálica, la del hormigón armado y, finalmente, la que utiliza el plástico y la fibra de vidrio, con las técnicas inherentes a cada una de ellas. La técnica constructiva de una sociedad depende, entre otras cosas, del nivel tecnológico que esa sociedad posea y de las necesidades que se pretendan cubrir en cada caso y que son, obviamente, variables según las épocas y las culturas. El aspecto funcional es otra de las características diferenciadoras de la arquitectura. Que una arquitectura debe servir para aquello para lo que ha sido creada es evidente y será precisamente este aspecto funcional el que originará las múltiples tipologías de edificios según su finalidad. Sin embargo, la paradoja surge al comprobar que, a pesar de su funcionalidad, que nos lleva a vivir en permanente contacto con ella, el lenguaje de la arquitectura parece ser el más desconocido, el más lejano para la mayoría de nosotros. La mayor dificultad radica en sus formas no figurativas, en su abstracción. En este aspecto, el aprendizaje al que nos ha sometido la pintura abstracta contemporánea resulta especialmente importante, por cuanto nos ha hecho comprender el valor intrínseco de las formas desnudas de significaciones figurativas. La arquitectura posee pues un sentido comunicativo, en el que se mezclan factores referenciales de todo tipo: religiosos, políticos, populares, históricos, etc. Pero aun conviniendo en que la arquitectura sea el arte de diseñar y construir edificios, en que la preeminencia de los elementos materiales y técnicos y los valores funcionales sean características diferenciadoras, y en que posea un lenguaje formal abstracto susceptible de ser interpretado, no es en estos rasgos donde se halla su esencia. El elemento que verdaderamente caracteriza el fenómeno arquitectónico, diferenciándolo de las demás artes, es el espacio. Espacio interior que, definido por unos límites físicos -muros-, determina un volumen, al tiempo que posibilita la función arquitectónica y el recorrido interior del edificio. De es a posibilidad de un recorrido interior se desprende un nuevo factor: el temporal, el del tiempo invertido en la realización del mismo. Estas características de la arquitectura conllevan graves problemas de representación y esto repercute, lógicamente, en el desconocimiento generalizado que se tiene de ella. Si no puede decirse que se conoce un edificio hasta que se ha experimentado su interior y analizado las relaciones de éste con el exterior, es evidente que nuestra experiencia arquitectónica es reducida. Las publicaciones sobre arquitectura utilizan planos de plantas, cortes transversales y longitudinales, dibujos de fachadas, perspectivas axonométricas, fotografías, etc., que, si bien constituyen poderosos auxiliares y cada uno de ellos posee reconocidos valores, resulta insuficientes para representar de manera satisfactoria el espacio e intentar sustituir la múltiple experiencia personal del edificio. Así, la planta de un edificio es una de las informaciones más valiosas que podemos poseer para juzgarlo puesto que además de permitirnos conocer su forma, nos comunica datos sobre el sistema de cubrición utilizado, pero quedan muchas incógnitas. Los cortes transversales y longitudinales nos proporcionan informaciones parciales acerca de la distribución interior del edificio, pero siempre de una manera fragmentaria, tal como ocurre con los dibujos de las fachadas. Estas representaciones frontales únicamente pueden reproducir dos magnitudes y no tienen posibilidad de representar de forma adecuada las diferentes cualidades de los materiales, ni la diversa incidencia de la luz sobre ellos, cualidades que fueron importantes para los arquitectos que las construyeron y que la fotografía sí tiene la potencionalidad de recoger. Las perspectivas axonométricas, por su parte, enriquecen nuestro conocimiento de la arquitectura sujeto de estudio al darnos una visión volumétrica de la misma. Otros medios de representación arquitectónica son las maquetas tridimensionales y el cine. Las maquetas son útiles en cuanto que reflejan las relaciones volumétricas existentes en el edificio, tanto en su interior como, en ocasiones, con el exterior, pero engañosas respecto a la escala humana. El cine, por su parte, puede suplir al ojo humano y sus recorridos, con múltiples puntos de vista, en el interior del edificio. TIPOS DE ARQUITECTURA Evidentemente, no todas las arquitecturas son iguales, básicamente porque no todas pretenden responder a unos mismos objetivos. A menudo se distingue entre arquitectura histórica o estilística, arquitectura popular o tradicional y arquitectura común o vulgar. Para los historiadores del arte la arquitectura suele reducirse a aquellas obras que toman en consideración el espacio y los lenguajes artísticos, limitándose a estudiar una «selección» de arquitecturas clave, especialmente significativas dentro del desarrollo de la historia del arte. Estas obras podrán encontrarse de manera indistinta en el hábitat rural y en el urbano. Definir la arquitectura popular plantea dificultades. Podemos establecer una distinción entre la arquitectura vernácula, que llamaremos popular, y la arquitectura primitiva. Las diferencias básicas entre ambas se derivan, por una parte, del diferente grado de complejidad técnica, y por otra, de la existencia o no de alusiones a la arquitectura histórica o estilística. La arquitectura primitiva tiende hacia la definición territorial con indicaciones jerárquicas y rituales: la cabaña del jefe, del brujo, el recinto sagrado..., mientras que la arquitectura popular busca, ante todo, la solución óptima de la función. Como características de la arquitectura popular señalemos el protagonismo de los materiales y de las técnicas constructivas propias de la zona, la participación directa del usuario en el proyecto y en la realización, el empleo de un repertorio formal de una gran sencillez, con algunas referencias puntuales a los lenguajes cultos y, en especial, la perfecta adecuación a las necesidades funcionales. En la arquitectura popular estas soluciones se dan sin pretensión de «estilo» ni de «artisticidad», pero no por ello sus realizaciones carecen de sensibilidad ni quedan completamente al margen de la estética. La arquitectura popular, al igual que la denominada estilística, puede darse en el hábitat rural y en el urbano. Existe una arquitectura que no puede ser considerada ni estilística ni popular. Es aquella arquitectura cuyo único objetivo es la utilidad, sin ningún tipo de vinculación con el lenguaje de la arquitectura histórica y sin pretensión de artisticidad: es la arquitectura vulgar, meramente utilitaria, que llena nuestras ciudades. Las diferencias establecidas entre los tipos de arquitectura vistos hasta ahora no han existido siempre, sino que cada época histórica ha tenido sus propias concepciones de la arquitectura, de lo que debía considerarse como tal y de dónde debía situarse el límite o franja divisoria entre la verdadera arquitectura y la edilicia o mera construcción. El nacimiento de la arquitectura va ligado a la necesidad del hombre primitivo, ya agricultor, de asentarse. Las primeras construcciones, tras unos primeros intentos en madera, hojarasca, cañas y cuerdas, debieron de ser cabañas circulares construidas con piezas de barro cocidas al sol y cubiertas vegetales. Para los grandes imperios del Oriente Próximo, Egipto y Mesopotamia, en un primer momento la arquitectura en piedra que se reservaba para los monumentos funerarios, fue la reproducción de las construcciones de caña utilizadas por el pueblo en su vida cotidiana. Así nacieron, en Egipto, las mastabas, cuya superposición dio lugar a las pirámides, y en Mesopotamia apareció el zigurat. A estas tipologías se unieron pronto las de los templos. En cualquier caso, se trataba de una edilicia sacra y áulica dedicada a la exaltación y glorificación de los dioses y los soberanos. Tras las experiencias del mundo prehelénico, en los palacios cretenses, en las fortificaciones micénicas y en las construcciones funerarias de las islas mediterráneas, la concepción de la arquitectura experimentó una variación en Grecia, donde se concebía al hombre como medida de todas las cosas. Existió una gran arquitectura, eminentemente religiosa o ceremonial, junto a la que aparecieron grandes conjuntos arquitectónicos dedicados al hombre y a sus actividades. Los arquitectos griegos construyeron teatros, palestras, odeones, mercados públicos... con la misma atención y cuidado con que se levantaron las «moradas de dioses». En cualquier caso, se trataba de una arquitectura destinada a ser vista desde el exterior, desarrollando en sus fachadas el lenguaje de los órdenes clásicos. No obstante, se consideraba que la arquitectura poseía un rango inferior al de las demás artes, dado su carácter manual. Durante el Imperio Romano y siguiendo a Vitruvio (siglo I a.C.), la arquitectura se consideró como una disciplina teórico-práctica encargada de «... la construcción, de la hidráulica, de la construcción de cuadrantes solares, de la mecánica y de sus aplicaciones en la arquitectura civil y en la ingeniería militar». La «arquitectura» se dedicó, en Roma, a construir edificios religiosos, civiles públicos y palacios, además de crear un modelo de vivienda doméstica: la típica domus romana. Los fundamentos estéticos y técnicos del mundo antiguo fueron transmitidos a la Edad Media, entre otros caminos, por el tratado de Vitruvio De architectura. En el Medievo el término «arquitectura» se restringía a las grandes obras religiosas y, sólo en un segundo plano, hallamos algunas construcciones civiles de rango áulico que revelan preocupación por cuestiones estilísticas, si bien lo habitual en la arquitectura civil del momento es el interés por la estricta funcionalidad de los edificios. En el Livre de Portraiture de Villard d'Honnecourt (siglo XIII) se dan algunas observaciones sobre arquitectura que resultan las más ilustrativas que se escribieron durante la Edad Media. En este período comienza a darse una diferenciación clara entre el «operarius», que dirige la construcción, y el «artifex», que es quien trabaja en ella, dándose una evidente relevancia al primero. A finales de la Edad Media una nueva tipología civil alcanza el rango de gran arquitectura: son las lonjas, arquitectura civil pública que se sitúa junto a iglesias y palacios. La concepción vitruviana de la arquitectura reaparece en el siglo XV con la obra de L. B. Alberti De re aedificatoria (Florencia [1450], 1485), primer tratado arquitectónico del Renacimiento. En él se confirma la consideración de las iglesias, los palacios y la arquitectura civil pública como los temas o tipologías principales de la «gran arquitectura» y, por primera vez, se despierta el sentido histórico de la valoración del pasado arquitectónico. Así, dentro de esta tendencia podemos encuadrar la generalizada opinión desfavorable hacia el mundo medieval, que es calificado despectivamente de «gótico», o «bárbaro». El propio Alberti, en su creencia de que el arte sólo florece con la prosperidad y el poder político, afirma que la buena arquitectura antigua surge y decae con el Imperio Romano y no hace mención alguna de las grandes catedrales medievales que, forzosamente, conoció. En cualquier caso, el Renacimiento representó la valoración del espacio y el culto a la proporción. En el siglo XVI, y en especial con Palladio, Vignola y Scamozzi, una nueva tipología entra a formar parte de la considerada «Arquitectura»: la villa privada suburbana, entendida como residencia de recreo o, como en el caso de las villas de la región del Véneto italiano, como centro de unidades de economía agrícola. El Manierismo representó, a nivel estilístico, la ruptura del equilibrio y la proporción renacentista. Fue la introducción de los contrastes, de las inestabilidades. Durante el Barroco, junto al triunfo de la arquitectura representativa y propagandística (iglesias, palacios...), se brindó una gran atención a la ordenación urbanística de los conjuntos monumentales y de las ciudades: recordemos el urbanismo de la Roma barroca o las ordenaciones urbanísticas de la ciudad residencial de Bath, Inglaterra en el siglo XVIII. Formalmente, fue el triunfo de los espacios unitarios, definidos por muros sinuosos y perspectivas engañosas. El Neoclasicismo, si bien no introdujo ninguna novedad en lo referente a las construcciones consideradas como «arquitectura» durante los períodos anteriores, desde un punto de vista formal representó un abierto ataque a su estética, como se evidencia en las obras teóricas de Bellori, Winckelmann, Milizia... entre otros. Si el Romanticismo representó poco más que una moda a la hora de crear espacios, el Realismo introdujo tipologías arquitectónicas inéditas derivadas de las nuevas necesidades de una sociedad sociedad pujante: estaciones de ferrocarril, hospitales, bibliotecas, fábricas, etcétera. A finales del siglo XIX y especialmente durante el Modernismo, la residencia de la burguesía se constituye en objeto de consideración artística. Con el advenimiento de nuevos materiales, como el hierro, el vidrio, el acero, el hormigón armado..., algunas construcciones consideradas en principio como obras de ingeniería alcanzan el grado de arquitectura artística, como sucedió con las construcciones de Gustave Eiffel. En el siglo XX, con las tipologías correspondientes a los tipos tradicionales de la arquitectura monumental, religiosa, áulica - coexisten otros de significado diferente; por ejemplo, las viviendas y urbanización de áreas residenciales como soluciones al acuciante problema del alojamiento para una población cada vez más numerosa. Ello ha llevado a interesantes conquistas que han permitido integrar, en algunos casos, la arquitectura de viviendas económicas dentro de la categoría de construcciones con rango de «arquitectura». Evidentemente, con este brevísimo recorrido por diversos momentos de la arquitectura no hemos hecho sino aproximarnos a la visión que, desde nuestra cultura marcadamente occidental, podemos tener de la historia de la arquitectura y de algunas de sus tipologías. Quedan pendientes, para otro lugar y otro momento, estudios más profundos sobre las diversas concepciones de la arquitectura hechas desde ópticas más lejanas a las nuestras, como la oriental, por ejemplo. METODOS DE APRXIMACION Dadas las complejas características del fenómeno arquitectónico, son múltiples los métodos de conocimiento con que los estudiosos se acercan a él, según valoren preferentemente uno u otro de sus elementos o factores. Las doctrinas más conocidas, son entre otras: le funcionalismo, las teorías espacialistas, las interpretaciones positivistas y las formalistas. El Funcionalismo, formulado por Louis H. Sullivan (1856-1924) en sus obras Kindergarten Chats (1901-1902) y The Autobiography of an Idea (1922-1923), afirma que en toda experiencia verdadera de la arquitectura la forma viene determinada por su función, adecuándose perfectamente a ella. Su máxima fue Form follows function, o sea, la forma sigue a la función. Pero no existe una sola definición de funcionalismo. La función existencial de la arquitectura, tal vez una de las más importantes, es aquella que brinda al hombre un lugar para existir, para habitar (Christian Norberg-Schulz). La funcionalidad técnica, por su parte, es la perfecta adecuación de la forma a la función y es a ella a la que se refería fundamentalmente Sullivan. La funcionalidad utilitaria es la que viene dada por el uso al que se destina el edificio. Toda arquitectura se debe lógicamente al uso del edificio y, si no es útil para aquella utilización para la que ha sido concebido, aquella construcción ha de considerarse fracasada. Las funciones de la arquitectura no se agotan en su versión existencial, técnica o funcional; existe también una función íntimamente ligada a la idea de significado. Es decir, existen arquitecturas que tienen como función la comunicación de determinados mensajes ideológicos. Pero por encima de todas las funciones de la arquitectura, el arquitecto Alvar Aalto da preeminencia a la atención al ser humano. Humanizar la arquitectura fue una de las máximas, y aun él está de acuerdo con los postulados funcionalistas, afirma que el funcionalismo técnico no puede definir la arquitectura. En la definición más corriente de funcionalidad, la de la perfecta adecuación de la forma a la función, la forma queda reducida al medio para obtener la función; no es un objetivo en sí misma, sino un mero agente. El funcionalismo debe contemplarse como una reafirmación de los valores puramente arquitectónicos (espacio, volumen, ...) frente a los pictóricos y escultóricos (tratamiento superficial de los muros, decoraciones...) que habían invadido el campo de la arquitectura. En la verdadera arquitectura la forma es inseparable de la función y, según los funcionalistas, la experiencia estética de una arquitectura se identifica con la experiencia de la función. La utilidad es una de las propiedades fundamentales de un edificio, y éste no puede ser comprendido si no se toman en consideración sus aspectos funcionales. Los criterios funcionalistas no bastan para definir la naturaleza de la arquitectura, puesto que son aplicados a posterior, como una doctrina crítica, en el análisis de la adecuación del edificio, una vez construido, a la función para la que ha sido creado. Otro grupo metodológico es el integrado por aquellas teorías que consideran que la esencia de la arquitectura es el espacio. Como señala Bruno Zevi en su obra Saper vedere l'architettura (1948), ya Focillón (1881-1943) había intuido esa idea al afirmar que «... es tal vez en la amsa interna donde reside la profunda originalidad de la arquitectura como tal». Pero quien realizó por primera vez una clara interpretación espacial de la arquitectura a lo largo de la historia fue Alois Riegl en Die Spätrömische Kunsindustrie nach den Funden in Österreich (La producción artística romana tardía según los hallazgos en Austria, 1901). Esta concepción se impuso con fuerza a partir de la publicación de las obras de Heinrich Wölfflin y Paul Frankl, y ha sido defendida con entusiasmo por Bruno Zevi, Francastel y Siegfried Giedion. Todos ellos buscan el elemento caracterizador de la arquitectura en algo ajeno a la función. Pero el espacio por sí solo tampoco puede explicar todo el valor de un edificio. Si realmente sólo contara el espacio interior, contenido por los muros, no importaría la calidad de éstos, su material, sus formas esculpidas o modeladas, la ornamentación, la luz que incidiera sobre ellos, no importaría siquiera su existencia ya que, como afirma Roger Scruton en su obra La estética de la arquitectura (1985), en el espacio sin límites estarían contenidas todas las formas posibles de espacios interiores, incluso las más perfectas. Aun cuando Bruno Zevi afirma que «... la esencia de la arquitectura no reside en la limitación material impuesta a la libertad espacial, sino en el modo en que el espacio queda organizado en forma significativa a través de este proceso de limitación... las obstrucciones que determinan el perímetro de la visión posible, más que el "vacío" en que se da esta visión», no omite el estudio de esos límites, del mismo modo que Siegfried Giedion, al tratar la teoría espacialista, no deja de conectarla con un cierto análisis histórico. En la opinión de este último, se dan tres etapas en el desarrollo de la arquitectura. Una primera, en que el espacio adquiere realidad por la interacción de volúmenes (Egipto, Sumer, Grecia...), época en que no se tenía en cuenta el espacio interior y se prestaba especial atención al exterior. La segunda fase comienza con el Imperio Romano y representa la conquista del espacio interior y, finalmente, la tercera que se inicia a comienzos de nuestro siglo XX y que, como resultado de la revolución óptica que representó el Cubismo al acabar con la perspectiva de punto de vista único, inició las relaciones entre espacio interior y espacio exterior. Lo cierto es que el espacio, si bien es condición necesaria para la existencia de la arquitectura, no agota su experiencia ni su sentido. Existe un numeroso grupo de teorías positivistas que explican la arquitectura por las condiciones que la han originado. Son teorías derivadas del Positivismo filosófico surgido en Francia e Inglaterra hacia 1830. En este apartado situaríamos las teorías historicistas, que ven los diferentes estilos de la arquitectura como expresiones del tiempo histórico en que se crearon. Esto plantea evidentes conflictos: si un edificio manifiesta el espíritu de su época, lo mismo ocurre con todos los demás del mismo período; si es así ¿dónde radica la diferencia entre un buen y un mal edificio? Este tipo de interpretación se aplica, como la funcionalista, a posteriori. Es decir, puede aplicarse a los edificios una vez terminados, pero no afecta a la naturaleza intrínseca del edificio. El iniciador de esta teoría, que busca en la historia la explicación de las formas arquitectónicas, fue Jacob Burckhard y de él llega, a través de su discípulo Heinrich Wölfflin y Paul Frankl, a Siegfried Giedion y a Nikolaus Pevsner. Dentro de las corrientes historicistas, otro grupo de teóricos buscan la esencia de la arquitectura y del arte en la denominada krunstwollen o voluntad artística dominante, en un determinado período que reflejaría en la producción arquitectónica y artística del momento. Si bien es cierto que en la mayoría de los casos el conocimiento general de la historia, del gusto artístico del momento, puede contribuir a la comprensión de una obra, como ha demostrado sobradamente Erwin Panofsky, no brinda un conocimiento de lo que es propio de la arquitectura, de su esencia. Dentro de este grupo debemos situar asimismo las interpretaciones deterministas, según las cuales la morfología de las arquitecturas se explica a través de las condiciones geográficas y geológicas, además de por las técnicas y los materiales de que se dispone en cada tiempo y en cada lugar. Es también muy nutrido el grupo de los partidarios del formalismo. Como asegura Arnheim «... la forma puede ser desdeñada, pero no es posible prescindir de ella». En este apartado debemos situar teorías como la de la «Visibilidad pura» de Wölfflin, para quien las formas y su evolución son las protagonistas del arte, y otras basadas preferentemente en la composición. De entre estas teorías, que dan preponderancia a la forma, a la apariencia de los edificios, sobresalen las que tienen su clave en la proporción, una regla o un conjunto de reglas para la creación y combinación de las partes. La teoría clásica de la proporción es, como explica Roger Scruton en su obra La estética de la arquitectura (1985), un intento de transferir a la arquitectura la idea cuasimusical de un orden armonioso, proporcionando reglas y principios específicos para la perfecta y proporcionada combinación de las partes. En definitiva, serán las relaciones matemáticas las que brindarán las reglas geométricas que regirán las composiciones arquitectónicas que buscan la perfección en la proporción. Esta concepción de la arquitectura no nació con el Renacimiento. De hecho la búsqueda de la secreta armonía matemática tras la belleza arquitectónica ha sido una de las más populares concepciones de la arquitectura, desde los imperios del Próximo Oriente hasta nuestros días. La idea fundamental parte de la existencia de formas y líneas diferentes que necesitan ser armonizadas entre sí por el arquitecto para lograr un buen resultado. Éste debe descubrir la ley matemática de la armonía, «así -afirma Scruton- el deleite de los edificios construidos siguiendo la ley resultante será semejante al de la música o al de una demostración de matemáticas». El primer paso para la construcción de una teoría de la proporción es tomar una medida básica, que sirva de módulo, a partir del cual se hallarán las restantes magnitudes. A pesar del paralelismo que pueda establecerse entre la matemática y la arquitectura, las teorías de la proporción no afectan la esencia de la arquitectura, no ofrecen ninguna estética general de la construcción. Entre las teorías de la proporción podemos señalar el denominado «número de oro» de Lucca Pacioli, explicado en su obra Divina proportione (1496-1497), la serie Fibonacci estudiada por Leonardo Fibonacci (1171-1230), y el «Modulador» de Le Corbusier. La actual crítica arquitectónica no niega la utilidad de las teorías de la proporción, puesto que resultan útiles para entender la armonía, la adecuación, el orden, pero dicen poco de la significación estética. Junto a las teorías vistas hasta aquí existen otras que vinculan arquitectura y voluntad artística, otras que establecen cierta «simpatía» simbólica entre las formas y su significado (horizontal como expresión de racionalidad, de inmanencia; vertical, con connotaciones de infinitud; línea recta que expresa decisión, rigidez, mientras que la curva sugiere flexibilidad y la helicoidal es símbolo de ascenso, de liberación de la materia terrena...), y otras que afirman que sólo en la percepción estética y en el placer experimentado a través de ella puede basarse la comprensión de la arquitectura. Como hemos visto, muchas de estas teorías resultan interesantes y permiten el acercamiento al fenómeno arquitectónico, pero ninguna de ellas en solitario puede ser considerada como la teoría que explique y permita la total interpretación de la arquitectura. En consecuencia, creemos que la solución radica en realizar una síntesis de todas ellas, eligiendo los aspectos más positivos y que más luz puedan arrojar sobre el lecho arquitectónico ELEMENTOS Y MATERIALES La arquitectura cuenta con diferentes tecnologías que pueden darse aisladas o bien combinadas. Como decíamos antes, existe una arquitectura en madera, posiblemente una de las más antiguas, con una gran variedad de envigados, entramados y armaduras de cubierta, de la que tenemos muy buenos ejemplos en las construcciones orientales, en los templos chinos y japoneses de múltiples pisos; la textil, con el uso de cuerdas, estores, alfombras y entoldados; la de tapia, de fango o tierra sin cocer; la latericia o de piezas de alfarería, como el ladrillo, con estructuras típicas como son los arcos, las bóvedas, los tabiques, etc. que dio lugar a las magníficas construcciones del Próximo Oriente, donde nació el sistema de construcción abovedado; la pétrea, una de las más comunes en Occidente y tal vez la más conocida por nosotros, con sus diversos aparejos y su estereotomía; la metálica, de fundición, laminados o planchas, con sus sistemas de entramados y, entre las más modernas, la de hormigón, con toda una tecnología derivada de los encofrados, y la de plástico. Los instrumentos o herramientas a utilizar en cada momento dependerán, obviamente, de la técnica constructiva a la que tengan que auxiliar y por ser demasiado prolija aquí su enumeración, haremos mención de algunos de ellos al tratar de los correspondientes materiales. Al comenzar este texto nos hemos referido a la preponderancia de los aspectos materiales y técnicos en la arquitectura. El material es una condición de existencia para todas las artes plásticas, si bien hay que señalar que, aun cuando es una condición necesaria, no es suficiente. El arquitecto, el artista puede elegir el material pero en ningún caso puede inventarlo; como dice René Berger, «La intervención del artista no alcanza a la naturaleza del material, sino al uso que hace de él. El material es considerado en función de su utilidad y esto deriva de las cualidades que aquél ofrece: plasticidad o propiedad de la materia que le permite adoptar una forma y conservarla, y resistencia u oposición activa del material a la acción del artista. El grado de plasticidad y el de resistencia varían de un material a otro. Así, por ejemplo, la resistencia de la madera es menor que la del mármol. Decimos de esta resistencia que es activa desde el momento en que manifiesta sus virtudes y, en cierta medida, impone su carácter al artista. De este modo, artista y materia -aquello a través de lo cual la forma se hace sensible- son artífices protagonistas en un grado de igualdad. Podemos hablar también de una cierta «simpatía» de los materiales o de cómo actúan sobre nosotros y nos transmiten estados de ánimo diferentes; así decimos que la madera es cálida y que el mármol es frío. En cualquier caso, en el arte y, en consecuencia, en la arquitectura, la materia no queda reducida a ser únicamente el soporte de una determinada forma. Potente y dócil a la vez, ofrece al artífice sus características para que, atendiendo a ellas, extraiga sus mejores posibilidades en su obra, siendo un factor básico a tener en cuenta al analizar aquélla. El material arquitectónico cumple dos funciones: la constructiva y la ornamental. Tradicionalmente estas funciones han ido ligadas a la habitual clasificación de los materiales en «nobles» (mármol, madera...), que pueden ir vistos, que no precisan revestimiento que los oculte, y los «pobres» (ladrillo, hormigón...) que, a lo largo de la historia del arte, encontramos repetidamente camuflados bajo capas de estuco, mosaicos, ladrillos vidriados o placados de piedra. Los materiales constructivos pueden ser clasificados según su origen. Así tenemos: 1. Materiales pétreos naturales (piedras de todo tipo); 2. Materiales pétreos artificiales (piedra artificial, cerámicas, vidrios...); 3. Materiales aglomerantes (cales y cementos) y aglomerados (hormigones); 4. Materiales metálicos (hierro, acero...); 5. Materiales orgánicos (madera, corcho...); 6. Materiales plásticos. La piedra, mineral sólido y duro, de composición variable no metálico, pero que sí puede contener sales y óxidos metálicos, es un material de construcción tradicional utilizado desde tiempos prehistóricos y forma parte de los materiales pétreos naturales. Son adecuadas para la construcción todas aquellas piedras que por sus condiciones de compacidad y dureza son aptas para ser talladas. Existen muchas variedades, siendo las más habituales la arenisca, la berroqueña o granito y la caliza, entre otras. Para trabajarla se usa la maza y el pico de cantero si es blanda, y las cuñas y la sierra si es dura. Cuando está tallada en forma de paralelepípedo o prisma regular se llama sillar, si es pequeña y sólo tiene una o dos de sus caras talladas se denomina sillarejo y si es grande y únicamente está desbastada se la denomina bloque. El modo en que se disponen los sillares para construir un muro o cualquier otra parte de una edificación se conoce con el nombre de aparejo y puede ser de múltiples tipos; a soga, con todos los sillares dispuestos a lo largo, mostrando su lateral, también llamado aparejo de cítara; a tizón, cuando los sillares del paramento se colocan con su dimensión mayor perpendicular al paramento, llamado asimismo aparejo de llaves; inglés, aquel en que los sillares se colocan alternando las hiladas a soga y a tizón, correspondiéndose verticalmente las juntas; belga, sillares dispuestos en hiladas alternas a soga y a tizón, con una hilada intermedia a soga; isódomo, aparejo cuyos sillares son todos iguales y que fue utilizado con frecuencia en la Grecia antigua; pseudoisódomo, se diferencia del anterior porque alterna hiladas de alturas diferentes; poligonal, formado por piedras picadas en forma de polígono irregular; reticular, o aparejo típicamente romano, formado por piedras picadas cuya cara vista es cuadrada, pero colocada de forma vertical, a la manera de un rombo. Se denominó «opus reticulatum», etc. Entre los materiales pétreos artificiales se cuenta la propiamente denominada piedra artificial, muy usada en la construcción, de propiedades y aspecto análogo a algunas piedras naturales, formando bloques de hormigones compuestos de cemento y arena, gravilla, etc. El ladrillo, situado también en este grupo, pertenece a la rama de la tejería o de los productos cerámicos que adquieren consistencia por procesos físicos como la cocción. Es una masa de arcilla cocida, en forma de paralelepípedo rectangular, que posee destacadas cualidades de resistencia, rigidez y duración. Existen multitud de variedades, bien sea atendiendo a su composición o a su forma. Entre las primeras podemos citar el ladrillo de cal y arena; el de armado, que incluye viguetas de hormigón; el flotante, de gran ligereza, fabricado con piedra pómez y cal; el refractario, resistente a la acción del fuego gracias a la utilización de arcilla refractaria; el silico-calcáreo, a base de arena y cal; el de vidrio; el esmaltado, etc. Clasificados por su forma podemos citar entre otros el ladrillo agramillado, de aristas vivas y caras rehundidas para alojar el mortero; el de cuña, para arcos, en forma de dovela; el hueco, que lleva en su interior canales prismáticos o cilíndricos; el moldurado, para la construcción de molduras o cornisas, etc. Si bien el ladrillo ha venido siendo considerado un material modesto, ha demostrado ser, a lo largo de la historia de la arquitectura, un material capaz de afortunados logros tanto a nivel estructural (sistema de arcos y bóvedas) como a nivel decorativo. Ha sido utilizado como material de construcción, sin recubrimientos, en Mesopotamia, en etapas del arte hispanomusulmán (en Andalucía y Aragón), en algunos momentos del Barroco, durante el Modernismo, etc., y como material de recubrimiento, en su versión vidriada, en los grandes imperios del Oriente Próximo. También el vidrio pertenece al grupo de los materiales pétreos artificiales, según la clasificación de Orus Asso, obteniéndose por la fusión de ciertos óxidos. Algunos tipos de vidrio son el vidrio laminado, el que después de la fusión y el refino se extrae entre dos rodillos formando una cinta continua que, posteriormente, pasa al horno de recocer para su solidificación; vidrio prismático, es el laminado, con una cara lisa y otra formando prismas paralelos; vidrio templado, es aquel que ha pasado por un proceso especial de caldeo y enfriamiento rápido, con lo que aumenta su resistencia a las roturas mecánicas y debidas a cambios de temperatura, etc. Los materiales aglomerantes son aquellos que tienen la propiedad de adherirse unos a otros y se usan en construcción para unir los materiales, para recubrirlos o bien para formar pastas llamadas morteros u hormigones que pueden extenderse o disponerse en moldes, encofrados, que al secarse adquieren el estado sólido. Entre los más habituales figuran la cal, el cemento, el yeso, etc. El primer aglomerante utilizado en la historia fue la arcilla y en los países cercanos al Mar Muerto (Asiria, Babilonia...), el betún. La cal, óxido de calcio, es una sustancia que al contacto con el agua se hidrata y que al mezclarla con arena forma la argamasa o mortero. El cemento es un compuesto natural o artificial formado a base de cal cocida y pulverizada. Mezclando un aglomerante, hoy el cemento, con arena, grava o piedra machacada yagua, se obtiene el hormigón. Para darle forma se utilizan unos moldes de madera o metálicos, encofrados, dentro de los cuales se seca y adquiere las características de un bloque sólido. Estos bloques deben ser incluidos en el grupo de materiales aglomerados, materiales obtenidos por moldeo de una sustancia granulada. El hormigón ya se utilizó en Asia y Egipto. En Grecia existieron acueductos y depósitos de agua hechos con este material, y en Roma se empleó en la construcción de las grandes obras públicas. Antes del descubrimiento del cemento (siglo XIX) se usaban como aglomerantes las cales grasas e hidráulicas. Desde finales del siglo pasado, el hormigón se usa asociado al hierro, denominándose hormigón armado, especialmente utilizado en sus comienzos en la construcción de depósitos, puentes y obras de ingeniería. Una variante del hormigón armado es el hormigón pretensado, cuyas armaduras metálicas han sido previamente tensadas para que lo compriman. Otras variedades del hormigón son el apisonado, amasado con poca agua y que una vez colocado en la obra es sometido a un apisonado; el colado, de consistencia muy fluida, que puede deslizarse fácilmente; el de escoria, en el que, además de cemento se mezcla escoria de carbón de coque; de pómez, poco pesado, utilizado para rellenos muy ligeros, con gravilla de piedra pómez; plástico, de consistencia media, es el más usado en las construcciones en las que se utiliza el hormigón armado, entre otros. Entre los materiales metálicos más utilizados en la construcción sobresale el hierro. Ya lo utilizaban los griegos como material auxiliar, (grapas para reforzar las uniones entre sillares o almas para unir los tambores de las columnas...), y durante el Renacimiento en forma de tirantes para reforzar las delicadas arquerías cuatrocentistas. Pero el uso sistemático del hierro llega en el siglo XIX, en el que materiales que en un principio sólo fueron considerados en función de su utilidad y estuvieron ligados al mundo de la ingeniería recibieron un nuevo tratamiento, una nueva consideración, que les confirió rango artístico. Los tipos de hierros utilizados en construcción son muy numerosos. Algunos de ellos son conocidos por el nombre del tratamiento que han recibido y que les confiere unas determinadas características, como el hierro galvanizado, el forjado, el fundido, el dulce..., o bien reciben el nombre de la forma que presentan y que determina la función que adoptan dentro de la construcción: es el caso del hierro doble te, del laminado, del hexagonal o del denominado Isteg, o hierro especial para el hormigón armado, que se forma torciendo sobre sí mismas dos varillas de hierro de sección circular. Otro metal de gran uso es el acero, que lo utilizó por primera vez la Escuela de Chicago y desde entonces se usa con frecuencia, al igual que el aluminio, el cobre, etc. Entre los materiales orgánicos hallamos la madera, el corcho, las cañas, las cuerdas... La madera es el principal material constructivo en aquellas regiones en las que la piedra escasea. Dada su abundancia, es muy utilizada en el norte del continente europeo, en los Estados Unidos y en Canadá, mientras que en el resto de los países occidentales su uso suele limitarse al entibado, a los andamiajes y a la carpintería. Sus niveles de plasticidad y resistencia la hacen fácil de trabajar y su carácter aislante sólo tiene una contrapartida en el peligro de incendios. Los tipos de madera utilizados en arquitectura, además de distinguirse por su origen, lo hacen por la forma en que han sido cortados o por sus características al trabajarlos. Así podemos hablar de madera de hilo, la que puede trabajarse por las cuatro caras; cañiza, la que tiene la veta a lo largo; de raja, la que se obtiene por desgaje en el sentido de las fibras; repelosa, la de fibras retorcidas... etc. Es sabido que los orígenes de la arquitectura son lignarios, así como conocida la versión que afirma que las formas pétreas de los templos griegos tienen su origen en las antiguas partes de los mismos realizadas en madera (columnas = troncos; triglifos = extremos de las vigas de madera; gotas = clavos...). Resta una breve referencia a los materiales plásticos, los últimos en introducirse en el campo de la arquitectura. Son sustancias de origen generalmente orgánico, producidas por medios químicos, capaces de adquirir forma por el calor y la presión, conservándola después y alcanzando elevados niveles de resistencia mecánica. Existen dos clases básicas de plásticos: las termoestables, que una vez moldeadas por calor y presión no pueden volver a reformarse por el mismo proceso, y las termoplásticas, que sí permiten una nueva transformación. Estas características unidas al aislamiento térmico y acústico que pueden proporcionar, los hacen muy indicados para la construcción. Entre los materiales utilizados habitualmente en la ornamentación hallamos los estucos y los enlucidos, las yeserías o yeso tallado, los mosaicos, las porcelanas, los placados de piedra o madera entre otros. Entre los revestimientos más sencillos debemos citar el estuco, material preparado con tiza, aceite de linaza y cola que se aplica como revestimiento decorativo, puesto que, una vez seco, puede tallarse, dorarse o pintarse. Una variedad del estuco es el de mármol, pasta formada con cemento, cal o yeso, colorante y cola que se utiliza para revestimientos que pretendan imitar el mármol. El enlucido es un revestimiento de mortero, de cemento o de cal que se aplica a muros y techos como acabado. Las yeserías son decoraciones talladas sobre una capa de yeso ya seca. Hasta la segunda mitad del siglo XIX, con el advenimiento de una arquitectura más sincera, que no temía dejar al descubierto sus materiales constructivos, fuesen cuales fueren, los materiales decorativos mencionados se utilizaban únicamente con el fin de ocultar un material estructural o constructivo considerado como poco noble o conveniente. En la elección de los materiales, el artista tendrá que considerar, además de las cualidades que lo hagan apto para la función a que se destine, el punto de acabado correcto que exige cada material, así como el grado y la calidad de la luz que incidirá sobre él. Éstas son consideraciones de cariz escultórico válidas para la arquitectura, en cuanto que ésta utiliza materiales que deben ser tratados en superficie como si de esculturas se tratara. SISTEMAS Existen diversas formas de construir, según el tiempo y el lugar. La forma de construir depende del nivel tecnológico de la sociedad que construye y de las necesidades que esa sociedad manifiesta. En cualquier caso, el sistema constructivo utilizado por una comunidad refleja parte de su personalidad, puesto que al construir se pretende transformar el medio natural en un medio artificial, adaptado a las necesidades del hombre, y el proceso de transformación revela las necesidades a cuya solución conduce. Según John Gloac, desde que el hombre abandonó el refugio que le brindaba la caverna hasta hoy, han ocurrido tres descubrimientos estructurales que han dado lugar a la aparición de otras tantas maneras de construir, a tres sistemas constructivos diferentes. En primer lugar, el hombre observó que dos elementos verticales pueden soportar un tercero horizontal y de aquí se derivó la arquitectura adintelada o arquitrabada, construida a base de pies derechos y dinteles o arquitrabes. El segundo descubrimiento fue el arco, del que nació la arquitectura abovedada. El arco permite salvar grandes espacios sin apoyos intermedios y transmitir el peso de grandes masas de piedra, por trayectoria curva, hacia las paredes y los contrafuertes. Tanto en el sistema adintelado como en el abovedado, los edificios son sustentados casi completamente por paredes o pilares que les dan una robusta estructura externa. El tercer descubrimiento cambió esta estructura externa, a modo de caparazón de crustáceo, por una estructura interna que convierte el organismo arquitectónico en vertebrado. El advenimiento del hierro, del acero y de las modernas variedades del hormigón, representó la posibilidad de dotar al edificio de un esqueleto interno y de crear audaces voladizos, con las transformaciones que todo ello conlleva. El sistema adintelado, basado en el dintel y la columna o pie derecho, es el más antiguo. Su origen se halla en la arquitectura lignaria de la que no nos quedan testimonios. Las primeras muestras de arquitectura adintelada pétrea la encontramos en los dólmenes prehistóricos, en los que grandes losas de piedra verticales sostenían otras colocadas horizontalmente sobre ellas. Si la distancia entre las piedras verticales era demasiado amplia para una única losa, se realizaba la denominada falsa bóveda por el procedimiento de aproximación de hiladas: cada hilada de piedras está en saledizo con respecto a la inferior; así, dos muros paralelos en su base llegarán a tocarse en su parte alta. También Egipto utilizó el sistema adintelado en sus grandes obras. Al igual que en la arquitectura megalítica, la elevación de los dinteles para su colocación representaba considerables dificultades: se realizaba mediante rampas de tierra, que se retiraban posteriormente. Grecia llevó el sistema adintelado a su perfección. Los bloques de piedra eran extraídos de la cantera y transportados a la obra, donde se acababan de tallar y sólo se pulimentaban una vez estaban colocados en su emplazamiento definitivo. Si bien se conocían los materiales aglomerantes, se prefirió reservar el perfecto ajuste de los sillares de los edificios a una idónea labor de esterotomía que aseguraba su solidez. La gran aportación griega a la arquitectura son los tres órdenes clásicos: dórico, jónico y corintio, u ordenaciones de las diversas partes del soporte y de la cubierta de los edificios. La cubierta de las construcciones adinteladas griegas es, obviamente, plana, si bien solía estar protegida por un tejado de doble vertiente. A lo largo de la historia de la arquitectura occidental el sistema adintelado coexiste con el abovedado, sin llegar a ser sustituido totalmente en ningún momento. Con el Neoclasicismo el sistema adintelado experimenta un notable resurgimiento formal pero que a nivel estructural carece de interés. Dentro del sistema adintelado hemos de incluir la arquitectura del siglo XIX, que utiliza pies derechos y vigas de hierro, así como las actuales estructuras de hormigón armado. Pero, si bien estructuralmente podemos convenir que corresponden a un mismo principio, sus especiales cualidades y características posibilitan, y de hecho propician, soluciones absolutamente nuevas y por ello los trataremos más adelante. Otro sistema que sí podemos considerar una variedad del adintelado es el de los muros de carga, método mucho más económico, usado en especial en la arquitectura popular doméstica. El sistema abovedado tiene su base en el arco o elemento sustentante de forma curva destinado a salvar un espacio más o menos grande, formado por dovelas o piedras talladas en forma de cuña, generalmente en número impar, que originan empujes laterales y desvían la carga vertical que soportan hacia los puntos de apoyo del arco o impostas. Partes básicas del arco son la luz, o dimensión horizontal máxima del mismo por su parte interior; la flecha, altura del arco desde su línea de arranque hasta la clave o dovela central del arco; el punto, lugar donde se unen la flecha y la luz de un arco; el arranque del arco o punto de transición entre el muro o la jamba y el arco; la línea de arranque es la recta que une los dos arranques del arco; el intradós es la superficie interior, cóncava, del arco, mientras que el extradós es la superficie convexa o exterior del mismo, siendo la línea formada por la parte alta de las dovelas. El arco básico es el denominado de medio punto, también denominado formarete, que está formado por un medio círculo, con su centro en la línea de arranque. Existe una gran variedad de arcosos, tomando el nombre de su forma, de su función o de la forrma en que ha sido trazado. Así, algunos tipos de arco según su forma son: el arco ojival o apuntado, formado por dos arcos de medio punto que se cortan en la clave; el arco de herradura, típica forma árabe, es mayor que una semicircunferencia y su flecha es mayor que la semiluz; el peraltado, es un arco de semicírculo, cuya flecha o altura es mayor que la semiluz; el arco rebajado, o escarzano, tiene la flecha menor que la semiluz, etc. Diferenciándose por su función podemos señalar, entre otros muchos, los siguientes: el arco fajón, es el que sobresale del intradós de una bóveda, siendo perpendicular al sentido de la misma; el arco formero, es el que se halla en la intersección de una bóveda con el muro, es perpendicular al fajón; el arco de descarga, es el que se construye sobre un dintel para descargarlo del peso del muro; el arco toral, es el nombre de cada uno de los cuatro arcos sobre los que descansa una cúpula, o el del arco que, en una nave formada por bóvedas de arista o crucería, y perpendicular eje de ésta, separa dos bóvedas contiguas, etc. Por su trazado, podemos mencionar: el arco carpanel, el que teniendo forma de elipse se traza mediante una serie de arcos de circunferencia, cuyos centros son en número impar; el arco conopial, o arco apuntado cuyas ramas imitan la forma de un talón; el arco elíptico, es el formado por una semielipse, conocido también con el nombre de arco del hilo, debido al sistema del que se valían antiguamente para su trazado, etcétera. Una bóveda es una obra de fábrica, de forma arqueada, cuya misión consiste en cubrir un espacio comprendido entre dos muros o soportes, creando un techo o una cubierta. Sus formas pueden ser múltiples, derivándose todas ellas de las dos fundamentales: la cilíndrica y la esférica. La bóveda de cañón es la más simple y es la generada por un arco directriz de medio punto, dando como resultado una bóveda de sección semicircular. Por extensión todas las bóvedas que se consideran generadas por un arco directriz, sea rebajado, carpanel, ojival, etc. dan lugar a las denominadas bóvedas de cañón seguido. Otros tipos de bóvedas son: la bóveda de arista, formada por la intersección de dos bóvedas de medio cañón, que al seccionarse forman cuatro aristas sobresalientes; la bóveda de crucería, es la derivada de la bóveda de arista, formada por cruce de arcos diagonales y nervios secundarios que se ornamenta con molduras; la bóveda vaída, la que formaría una semiesfera cortada por cuatro planos verticales dando lugar a una bóveda esférica sobre una planta cuadrada; la bóveda esférica, o bóveda de revolución, generada por un arco de medio punto que gira sobre su propio eje vertical, originando una cúpula de media naranja o semiesférica, etc.; Los arcos y las bóvedas de piedra o ladrillo se deben construir con la ayuda de una cimbra, estructura desmontable de madera que sólo puede ser retirada cuando la estructura ha sido terminada, con la colocación de la clave o dovela central. En sus orígenes, el sistema abovedado está ligado a la arquitectura de ladrillo aparecida en el Oriente Próximo, territorio en el que la escasez de piedra y de bosques obligó a la búsqueda de nuevas soluciones. Roma tomó el sistema abovedado de los etruscos, pueblo de procedencia oriental, y lo usó para cubrir impresionantes espacios. A nivel técnico hay que destacar el uso que los romanos hicieron del hormigón aplicado a arcos y bóvedas, haciendo posible, y de hecho propiciando, la construcción de grandes volúmenes arquitectónicos, intencionadamente representativos del poder y de la magnificencia romanos. Tras Roma, Bizancio continuó el desarrollo de la arquitectura de arcos y bóvedas, transmitiéndola, a su vez, a una extensa área oriental, En Occidente, la caída de Roma coincide con la ascensión del Cristianismo y con la concretización de sus necesidades. Una de ellas, y no la menos importante, era crear espacios adecuados para la reunión de los fieles para escuchar la palabra de Dios. La planta elegida fue la de las basílicas romanas, edificios longitudinales, de tres naves, más alta la central, con ábsides en los extremos menores. Por otro lado, el proyecto germánico del Sacro Imperio desembocó en la creación de una nueva arquitectura, basada en la revisión del mundo clásico romano y de sus sistemas constructivos. La suma de estos elementos dio lugar a la aparición del Románico hacia el año 1000. La arquitectura románica utilizó el sistema abovedado. En sus cubiertas utilizaba la bóveda de medio cañón con arcos fajones. Cada arco fajón se corresponde en el exterior con un contrafuerte, que es el encargado de soportar las tensiones constructivas. En las zonas situadas entre los contrafuertes, y libres por tanto de empujes constructivos, se podían abrir ventanas. En los exteriores románicos encontramos columnas cuyas proporciones nada tienen en común con las clásicas, con fustes lisos y capiteles historiados o decorados con temas vegetales. Los soportes del interior de los templos, que reciben el empuje de los arcos fajones de la bóveda y de los arcos formeros o divisorios de las naves, deben aumentar su resistencia, por lo que acaban convirtiéndose en pilares de base cruciforme. Consolidada la arquitectura románica sobre estos principios, su evolución hacia la gótica será rápida. El Gótico presenta evidentes diferencias con respecto al Románico: una diferente articulación espacial, una mayor número de aberturas, y la aparición en definitiva de un sistema que, si bien debe ser considerado dentro del denominado abovedado, presenta la peculiaridad de articularse a través de nervios y líneas de fuerza. El elemento sustentante del edificio gótico es el pilar, Un pilar constituido por un núcleo central, que puede ser circular o cuadrangular de hormigón, recubierto de piedra, y unas columnas adosadas que, cuando son muy finas, se denominan baquetones. Si el arco típico de la arquitectura románica era el denominado de medio punto, en la gótica es. el arco ería. El punto donde se cruzan los nervios de los arcos que forman una bóveda se llama clave, y el relleno de las mismas denomina plementería. Los robustos contrafuertes del Románico se aligeran por la introducción del sistema gótico de arbotantes que, trasladando los empujes de las cargas más allá de los muros del edificio, posibilita que éstos puedan hacerse más ligeros, presentar más y mayores aberturas: es el nacimiento de las grandes vidrieras. En el Renacimiento las formas retornadas del mundo clásico sustituyen a las propias del período gótico. A nivel estructural, ni el Renacimiento ni el Barroco aportan avances tecnológicos significativos. La arquitectura basada en las líneas de fuerza, como la gótica, resurge en el siglo XIX con el advenimiento del hierro y de la ingeniería por una parte, y con la aparición del Neogótico por otra. Las nuevas construcciones, como el Cristal Palace (1851) o la torre Eiffel (1889), son una clara muestra de las posibilidades de los nuevos materiales aplicados a la vieja teoría de las líneas de fuerza. Al comenzar este capítulo mencionábamos tres descubrimientos estructurales de la humanidad: hemos visto los dos primeros, adintelado y abovedado; veamos ahora el tercero. Nos referimos a la arquitectura nacida del uso de nuevos materiales, y muy especialmente del hormigón armado que permite crear un esqueleto interno para el edificio, al tiempo que propicia la creación de voladizos que enriquecen las posibilidades compositivas en planta y en volumen. Al concentrarse los empujes en el esqueleto interior los muros exteriores no tienen otra razón de ser que la de acotar límites al espacio interior. Libres de cualquier función sustentante, los muros pueden convertirse en ligeras mamparas de vidrio, muros-cortina, y adoptar cualquier forma deseada. Junto a las posibilidades derivadas del uso de los nuevos materiales, deben destacarse los hallazgos realizados en el campo de los sistemas prefabricados, entendiendo como tales no sólo aquellos elementos constructivos realizados fuera de la obra, que serían prácticamente todos, sino al montaje en la misma de grandes paneles que se ensamblan como elementos de fachada, suelo, techo, etc. Otra variedad dentro del capítulo de los prefabricados es la que trabaja con elementos tridimensionales o «cajas» de hormigón, de fibra de vidrio, etc. que se van armando con la ayuda de grúas para formar un edificio. El mayor costo de estos sistemas reside hoy en el transporte y el montaje, tanto en la mano de obra como en la maquinaria necesaria para ello.