Historia secreta del cálculo que mató al general

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Historia secreta del cálculo que mató al general Santander
Óleo La muerte del general Santander (1841), de Luis García
Hevia, pieza de la colección permanente del Museo Nacional.
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LA BILIS SE SEDIMENTÓ en la vesícula del general Francisco de
Paula Santander, formó un barro color ocre, luego una fina
arenilla y al final un rosario de cálculos negruzcos y angulosos.
El más grande descendió por el canal que conecta el hígado con
el intestino delgado -el colédoco- y quedó flotando hasta que
adquirió el tamaño y la apariencia de un huevo de codorniz.
Las vías hepáticas no tardaron en llenarse de pus por los fluidos
estancados. Luego sobrevinieron cólicos intensos, vómitos de
color negro, ictericia e infección en la sangre. El General murió
al anochecer del 6 de mayo de 1840 cuando tenía 48 años. El
hombre que había sobrevivido a dos heridas de bala y a un
sablazo durante las guerras de la Independencia, sucumbió
como consecuencia de un cálculo biliar gestado en sus propias
entrañas.
Fue tal vez el mismo cálculo que lo llevó a confesarle a Bolívar
en una carta fechada el 6 de marzo de 1825: "Estoy francamente
enfermo de cólico y me ataca mortalmente". Y quizás el mismo
que lo hizo decir dos años después: "Mi salud está arruinada
casi completamente con una enfermedad abdominal peligrosa".
El mismo cálculo que después de pasar de mano en mano
durante 168 años, en pocos días se convertirá en la joya de la
corona del Museo de la Academia Nacional de Medicina.
De mano en mano
El viaje de esa pequeña piedra biliar comenzó al día siguiente de
la muerte del General, en la sala de profundis del Convento de
San Francisco en Bogotá. Allí, a pocos pasos de la última
residencia del prócer, los médicos José Félix Merizalde, José
Ignacio Quevedo, Crisóstomo Uribe y Nyan Ricardo Cheyne se
habían citado para hacer la autopsia. En el informe respectivo,
los galenos reportaron el color amarillo del cadáver -resultado
de la acumulación de pigmentos biliares en la sangre-, la
presencia de una veintena de cálculos en la vesícula y un poco
más abajo, a 3.75 centímetros del orificio del duodeno, "un
cálculo de unas cinco líneas de diámetro -un centímetro- que se
opone al pasaje de la bilis al intestino, pero no del todo".
Es probable que durante la diligencia, el doctor Cheyne no
resistiera la tentación de quedarse con "un recuerdo" del
Hombre de las Leyes y decidiera guardarse el cálculo. Cheyne,
un médico escocés, parco a la hora de hablar y medicar, que
solía vestir de frac y sombrero de seda de copa alta y pernoctar
en la casa de sus pacientes -según consta en las
Reminiscencias de Santa Fe y Bogotá de José María Cordovez
Moure-, había llegado a Colombia en 1924. Se codeaba con la
crema y nata de la sociedad y hasta la misma Manuelita Sáenz,
amante de El Libertador, le confiaba su salud. Además, todo
indica que tenía vocación de coleccionista: aparte del cálculo de
Santander, conservaba un mechón de pelo de Bolívar, tal vez
cedido por su propio médico, el francés Alejandro Próspero
Révérend.
El preciado pedrusco permaneció en poder de los herederos de
Cheyne hasta comienzos del siglo XX, cuando fue donado al
general e historiador Enrique de Narváez, ex combatiente de la
Guerra de los Mil Días, nieto de un héroe de la Independencia y
también aficionado a coleccionar objetos de personajes ilustres.
De Narváez se preciaba de tener en su poder tesoros como el
bastón de Francisco José de Caldas y el reloj de Antonio Nariño,
aunque sin duda su más valiosa pieza era el clavicordio de
Bolívar. Se lo había regalado un primo el 22 de enero de 1918 y
él había decidido quitarle las cuerdas para convertirlo en una
especie de vitrina de exposición de los demás objetos de su
colección, entre ellos, el cálculo que martirizó a Santander.
El clavicordio se convirtió en la pieza más importante de la sala
de tres generaciones de la familia De Narváez. El general lo
heredó a sus hijas y, en 1953, ellas lo vendieron a un sobrino:
Ignacio de Narváez. Éste, consciente de que había una persona
que podía darle verdadera importancia a la piedra que había
llevado a la tumba a una de las más destacadas figuras de la
Independencia, decidió entregársela a su amigo José Félix
Patiño Restrepo, prestigioso cirujano, ex ministro de Salud y ex
rector de la Universidad Nacional. Fue una noche, a comienzos
de los años 80. "Creo que tú puedes aprovechar esto más que
yo -le dijo De Narváez al doctor Patiño Restrepo-. Es el cálculo
que mató al general Santander".
Patiño Restrepo recuerda ese momento: "Creí que Ignacio me
estaba tomando el pelo. Le dije a Blanca, mi esposa, que era
pariente de él: '¡Esto qué va a ser un cálculo!'". Pero, disipadas
las dudas, no pudo menos que sentirse gratamente sorprendido
porque su amigo había dado en el clavo. Más allá de la
curiosidad natural que le despertaba tener en sus manos la
causa de los padecimientos de Santander, desde hacía muchos
años tenía especial interés en las enfermedades del tracto biliar
y, especialmente, en la colangitis, justamente la dolencia que
había causado la muerte del Hombre de las Leyes y del doctor
William S. Halstead, el creador de la cirugía moderna y uno de
sus héroes científicos.
Durante algunos años la "reliquia" fue objeto del escepticismo
de Tomás Quevedo, un eminente colega de Patiño Restrepo que
dudaba que una piedra de semejante tamaño pudiera ser un
cálculo biliar. Así que para conjurar la incredulidad de una vez
por todas y establecer qué demonios era ese objeto ovoide y
rugoso, el doctor Patiño Restrepo decidió someterlo a estudios
de patología y de radiografía de alta resolución, ultrasonido y
tomografía axial computarizada. Con la solemnidad del caso, el
cálculo fue depositado sobre una almohadilla blanca e
introducido en un sofisticado aparato de la Fundación Santa Fe.
El informe disipó cualquier duda: "Se concluye en forma
definitiva que el cálculo en mención es mixto con propiedades
físicas que indican su contenido de colesterol y de bilirrubinato
de calcio en la periferia".
El cálculo permaneció bajo llave la mayor parte del tiempo en el
escritorio de Patiño Restrepo, guardado en un estuche de
terciopelo negro atado con un caucho, pero de vez en cuando el
prestigioso médico y el ilustre pedrusco viajaban a presentarse
ante destacados auditorios médicos del mundo, como la
Asociación Argentina de Gastroenterología (1993) y la Academia
Mexicana de Cirugía (1995). La valiosa pieza también fue motivo
de publicaciones científicas y el año pasado, como un anticipo
de su destino final, estuvo exhibida en calidad de préstamo en el
Museo General Francisco de Paula Santander, en Bogotá.
Desde hacía años, el doctor Ricardo Rueda González, curador
del Museo de la Academia Nacional de Medicina, venía
insistiéndole a Patiño Restrepo que donara el cálculo a la
colección. No era fácil, pues él pensaba heredarlo a una de sus
hijas, también médica. Sin embargo, tácitamente aceptó la
solicitud de su colega cuando encomendó a un carpintero "que
parecía del Renacimiento" la elaboración de un mueble donde
pudiera exhibirse el objeto. Y aunque el hombre murió el año
pasado en un accidente de tránsito y dejó inconclusa la obra, el
propósito seguirá adelante.
Así, el día del aniversario número 168 de la muerte del Hombre
de las Leyes, el cálculo biliar que le costó la vida terminará, por
fin, su largo peregrinaje. Habrá solemne ceremonia, discurso,
firmas, brindis... ¡y honores al excelentísimo cálculo!
POR CARLOS DÁGUER
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