SEIS HISTORIAS DE MUJERES AFRICANAS Tomadas de la campaña de cuaresma de los marianistas “40 días con los 40 últimos” (www.marianistas.org/justiciaypaz/cuaresma/) SIERRA LEONA: LA INFANCIA DE LAS NIÑAS La guerra es la más ignominiosa de las ignominias. Los combatientes son casi siempre hombres, y las víctimas, civiles. Niños, ancianos, hombres desarmados y mujeres son empleados como escudos humanos, son bombardeados o masacrados, utilizados para mantener la vigencia del horrible catálogo que suma todas las violaciones de los derechos humanos. La muerte se pasea sin tapujos por los escenarios conflictivos, riéndose de los vivos. Los mejores valores quedan sepultados cuando se produce el pitido bélico inicial. La mujer sufrirá por partida doble. Su condición siempre será un lastre. Si su aldea es asaltada es difícil que se salve de la violación. Si su ciudad es cercada es posible que muera en una cola de agua durante un bombardeo con morteros. Si es detenida por ejercer de opositora política en una dictadura militar o protestar por la desaparición de su marido o su hijo no podrá evitar las torturas sexuales. Si es una niña secuestrada por un grupo guerrillero será obligada a mantener relaciones sexuales con los comandantes. Si es una niña soldado también ejercerá de esclava sexual. Si se libera del grupo armado es posible que nunca cuente su historia de humillaciones, apenas se beneficie de los programas de rehabilitación y acabe en las redes de la prostitución. La mujer de la que hablo murió en el verano de 2003. La llamo mujer injustamente porque nunca abandonó la adolescencia. Tenía 11 años cuando los rebeldes sierraleoneses la secuestraron en su aldea natal. Ejerció de amante de un oficial durante seis meses, que la marcó los dos brazos para que pudiese ser reconocida si se decidía a escapar. Fue instruida para ser soldado y cuando adquirió su nueva condición pudo «divorciase» de su violento oficial. En una segunda etapa tampoco tuvo suerte: se convirtió en la esclava sexual de dos comandantes que la «usaban» de forma indistinta cuando les apetecía. Consiguió escaparse y alcanzar un campamento de refugiados en un país limítrofe. Vendió hielo y agua fría en las calles de una gran ciudad, trabajó en labores domésticas, enfermó y durmió varias semanas en el cementerio antes de ser repatriada. Cuando en abril de 2002 llegó a Freetown, la capital sierraleonesa, el SIDA le estaba minando la salud. En febrero de 2003, apenas podía sostener en pie un cuerpo escuálido y llagado en el que destacaban unos impresionantes ojos tan tristes que aún me persiguen. Los últimos meses de su agonía sintió la compasión humana cuando, por primera vez en su vida, se la trató con dignidad. La niña soldado secuestrada, violada, «usada» sexualmente, utilizada como esclava doméstica, pisoteada a lo largo de toda su vida, murió con 17 años. Se llamaba Ishah Jonson. En su honor y el de tantas pequeñas sin nombre, recuerden que ella simboliza la lucha contra la degradación. (Gervasio Sánchez) REPÚBLICA CENTROAFRICANA: LA FAMILIA Honorine es una mujer bantú que tiene un hijo pigmeo de ocho años. Este hecho singular se explica por un pequeño milagro, uno de esos que suceden en la vida ordinaria, ocultos, sólo visibles para los ojos del corazón. Los padres de Joel eran pigmeos Su padre murió en la selva mientras recolectaba miel silvestre de los árboles, pocas semanas antes de que él naciera. Y su madre murió poco después del parto, en mitad de la selva. Ambos eran muy jóvenes y Joel era su primer hijo. Las mujeres pigmeas tienen sus hijos en la selva, siguiendo un rito ancestral. Cuando llega el momento de dar a luz, se alejan del campamento y se adentran en la selva. La acompañan una anciana, que habitualmente hace las veces de comadrona, y el esposo, que le construye una pequeña choza con hojas de banano. La comadrona tradicional prepara una infusión de hojas y tallos verdes de una planta, a la que denominan yongereyo, que posee propiedades como tónico uterino, de forma que induce y facilita el parto. Y aplica sobre la piel del vientre un unguento preparado con las raíces y cortezas de diferentes árboles. La mujer, con la ayuda del marido, que la sostiene, da a luz en cuclillas. Sus conocimientos de las plantas medicinales y la experiencia acumulada durante generaciones les permite atender los partos con bastante pericia y normalidad, de una manera higiénica, utilizando como antisépticos la savia de ciertos árboles, por lo que no se producen casos de tétanos neonatal. Después lavan al recién nacido con agua tibia y entierran la placenta en las raíces de un árbol joven, lo que simboliza los mejores augurios para una larga vida. Si el recién nacido es niño, es recibido por uno de los jefes del poblado; si es niña, por una de las ancianas que cuenta con un reconocido prestigio social en la tribu. Todos están contentos Ese bebé es la vida, un regalo de Dios y de los antepasados, que asegura la continuidad del campamento. La madre amamanta al bebé durante más de dos años y medio. Lo lleva siempre encima, sobre la cadera, sujeto con una liana. Pero la madre de Joel no tuvo tanta suerte. Hubo complicaciones durante el parto y poco después murió. Las familias de ambos progenitores vivían en diferentes campamentos, bastante alejados, y se negaron a hacerse cargo del recién nacido, cosa que no es nada habitual entre los centroafricanos, pues los niños son una riqueza para las familias. Así que las mujeres del campamento donde vivían los padres de Joel recogieron al niño y decidieron llevarlo a la misión católica de Mongumba, bastante próxima, que desde hace más de 25 años trabaja en la integración de los pigmeos de la zona. Las dos laicas italianas, que se ocupaban de la misión, Marisa y Lucía, recogieron al recién nacido. En aquel momento apareció Honorine, una viuda bantú y con tres hijas adolescentes. Honorine accedió a ocuparse del bebé pigmeo, como si fuera su propio hijo, a pesar de todas las dificultades culturales, sociales y económicas. Y el pequeño milagro se produjo. (Mundo Negro, mayo 2002, pag. 58) BENÍN: SALUD MATERNO-INFANTIL Un día estaba en una aldea pesando niños, lo hacemos como una manera de evitar que caigan en estados de desnutrición irreversibles y poder actuar a tiempo... se arma un pequeño revuelo fuera y veo entrar a una anciana con un bulto muy pequeño en la mano. Lo desenvuelve y veo la cosa más fea en niño que me tocó ver hasta ahora. No medía más que mi mano, estaba totalmente colorado, apenas respiraba, pero lo hacía con una convicción bastante grande para algo tan pequeño. La mujer me mira y entre traducciones me dice que viene de lejos y a pie, (de un pueblo al que yo empecé a ir hace poco y en camioneta me cuesta lo suyo llegar), su nuera dio a luz ese niño el día anterior y como se estaba desangrando la llevaron en una moto a la ciudad y dejó el niño dándolo por perdido. No había comido desde su nacimiento y no le sobraba aliento para sobrevivir si no salíamos ya en busca de ayuda médica y de su madre, estuviera donde estuviera. Las abuelas aquí y en todo el mundo despliegan una capacidad de amor por sus nietos que quizás no pudieron tener con sus propios hijos, se crea una complicidad que se salta generaciones y los iguala, es el amor de madre multiplicado por los años y la experiencia. Partimos con abuela y niño a buscar el resto de la familia, eran de la etnia peul, los encontramos en el Hospital de Parakou, la madre llegó medio muerta. Aproximadamente una mujer muere cada minuto como resultado de las complicaciones durante el embarazo o el parto. Pero tuvo suerte y sobrevivió, ya estaba mejor y ahí pudimos internar a un niño tan pequeño que merecía el esfuerzo por el solo hecho de haber nacido. Ahí volví a la carga con mis preguntas ridículas, “¿es tu primer parto?” “No Hermana” y contando con los dedos y nombrando a cada uno, llegó hasta siete! “Lo que pasa es que solo han sobrevivido dos y este que acaba de llegar”. ¡Se me fue el alma a los pies, cómo se puede ser tan fuerte para superar estas cosas y seguir adelante! Muy simple: son madres, son fuertes, son capaces de dar vida, luchan porque no pueden bajar los brazos, porque a veces todo lo que tienen y atesoran son sus hijos. Ser madre siempre es difícil, pero les aseguro que aquí en Africa es heroico. Se dice que sobre las espaldas de la mujer camina y avanza el Africa y creemos que esto es cierto, ellas son el motor de muchas cosas: de la vida, del comercio, de la familia. Apoyarlas y estar a su lado es un compromiso asumido como respuesta a lo que Jesús dice en el Evangelio: “Todo lo que hagáis a alguno de estos pequeños...” En un mundo donde todo se calcula, se mide, se vende y se compra aquí sigue habiendo excesos pero de vida. No entro en cuestiones morales, si está bien o está mal, solo me paro a observar y muchas veces a admirar. Yo no soy capaz de tanta grandeza. (María Silvia Florentino, Esclavas del Corazón de Jesús, Parakou, Benín) ZIMBABWE: SABIDURÍA DE UNA ANCIANA AFRICANA Un día que celebré la Eucaristía en la escuela de Makwándara con la pequeña comunidad cristiana, al acabar me dijeron: “Hay una señora, muy vieja, que quiere bautizarse”. Cogí la moto y fui al poblado en cuestión, a ver a la anciana. Al llegar al poblado, vi a una señora muy mayor, sentada en el suelo, junto a una de las chozas. Me senté junto a ella y, después de los saludos y las frases de rigor, quise entrar en materia: “Me han dicho que quieres bautizarte”. “¿Bautizarme? No; eso es mi madre”. Al oírlo, pensé que, si ella parecía ya bastante mayor, ¡Cómo sería su madre! “¿Está tu madre?” “Sí; está dentro de la choza”. (Este mismo hecho ya indica que era muy vieja, pues lo normal es que durante el día hagan toda la vida al aire libre). La señora, en efecto, parecía muy mayor. Sorda como una tapia. Y con la dificultad añadida que no hablaba Nambya, que es la lengua que yo manejo mejor. Hablaba Dombe, que, aunque yo puedo entender algo y chapurrear los saludos, realmente no lo hablo. Así que nos hizo de intérprete su nieta, que era católica. Además, aparte de conocer perfectamente las dos lenguas, sabía cómo hablar junto a la oreja de su abuela, de modo que la oyera. Empecé mi diálogo con la señora. Para saber por qué quería bautizarse, y si tenía al menos el conocimiento mínimo acerca de Jesucristo y de lo que supone ser cristiano. “¿Tú crees en Dios?”. “por supuesto. No hay nadie que no crea en Dios”. Y así sucesivamente una serie de preguntas y respuestas. Siguiendo un tanto mecánicamente las preguntas básicas del catecismo, le pregunté: “¿Y dónde está Dios?” Yo esperaba, más o menos, lo clásico del catecismo: Dios está en el Cielo, en la Tierra y en todas partes... pero la respuesta de la vieja me asombró y me dejó impresionado. El cura pregunta en Nambya: “¿Mwali uko kupi?” La nieta traduce al Dombe: “¿Leza uli kuli?” La vieja se toma su tiempo de reflexión antes de contestar, y responde: “¿Dónde está Dios? Yo no sé dónde está Dios; pero Él sabe dónde estoy yo. Yo no le veo con mis ojos, pero Él me ve a mí”. ¡Toma teología profunda de la vieja de Makwándara! Nosotros, de formación intelectual y racionalista, queremos saber y explicar todo. Entender perfectamente cómo es Dios, dónde está, qué relación tiene con nosotros, cómo podemos llegar a Él. De algún modo pienso yo- queremos controlar a Dios, tener todo “atado y bien atado”. Y la buena señora, pagana y analfabeta (aunque cargada de años y de sabiduría, y rodeada evidentemente de una vida cristiana a su alrededor), nos enseña con su profunda simplicidad: “No sé dónde está Dios (ni me importa). Pero me basta comprender que El sabe dónde estoy yo; El me conoce y cuida de mí”. Desde aquel día he rumiado muchas veces la sabiduría profunda de mi vieja amiga de Makwándara, Los misioneros solemos decir que en la misión, más que enseñar nos toca aprender; y que la gente sencilla e “ignorante”, incluso los paganos, iluminan nuestra fe y nos facilitan el camino hacia Dios. Ojalá estuviésemos siempre abiertos a escuchar y aprender de los pobres y sencillos, Los pobres nos evangelizan, incluidos los de Makwándara. (Agustín Moreno Muguruza, del IEME, Dete, Zimbabwe) CAMERÚN: MUJER E INMIGRACIÓN Cecilia Evouna, una trabajadora de la limpieza de EL PERIÓDICO, busca ayuda para luchar por los ciegos abandonados de su país. Esta es la historia que me contó, que incluye una peculiar carta a los Reyes Magos. «Queridos Reyes Magos: Estoy buscando ayuda para unos chicos abandonados. Ciegos. En mi país, Camerún, cuando nacen ciegos no les quieren, les dejan en la calle. Y una señora a la que conozco, hace más de 25 años se dedica a recogerles y les da comida, ropa, cobijo y educación. Hasta ha formado un coro y un equipo de fútbol. Precisamente, lo que más quieren que les lleve es un balón especial para ciegos. Viven de alquiler en una casa que se cae de puro vieja. Y no tienen nada ni a nadie. Solo a esta señora y a dos maestros voluntarios que les enseñan en braille. Ella se llama Hedwige y tiene 74 años. No tiene nada. Ni siquiera sabe leer ni escribir. Todo lo que necesita lo consigue pidiendo. Un poco antes de venir yo a Barcelona se presentó en mi casa y me dijo: “Cecilia, tú serás mi sucesora. Ahora vas a ser tú quien se encargue de estos niños. Yo ya soy muy mayor”. Yo estoy dispuesta a hacerme cargo de este proyecto, pero es algo demasiado grande para mí sola. No sé ni por dónde empezar. No soy rica, pero tengo energía, ideas, inquietud. He viajado, hablo idiomas, he estudiado. Mis tres hijos ya son mayores e independientes. Quiero volver a mi país y hacer algo para que no sigan emigrando. En África no se vive tan mal. Allí tenía quien me ayudaba en casa y aquí, ya ven, he de trabajar de limpiadora, porque todo lo que he estudiado no me sirve. Es el problema de los que venimos a Europa. Estamos preparados, pero aquí no nos sirve. Quiero aprovechar mi experiencia en Europa para crear empleo y riqueza en mi país. Pasé tres años en Escocia e hice un curso de cocinera. También había pensado en crear una escuela de limpiadoras y una agencia para que las chicas pudieran venir aquí ya con contratos. O montar un buen restaurante de cocina africana en Barcelona. Tengo muchos proyectos y energía, y quiero compartirlos con mi gente. Pero desde que la señora Hedwige me propuso hacerme cargo de esos chicos, he aparcado los otros proyectos. Ahora que sé que mucha gente leerá esta historia y ya no me siento sola. Sé lo que tengo que hacer. Dedicarme a estos chicos y lograr que en Camerún, en toda África, se respete a los ciegos. Podría contactar con empresarios para que mis chicos fabriquen balones para ciegos, zapatillas de deporte para ciegos, bastones para ciegos. Ahora hacen cestos y otras cosas, pero viven en la miseria. No sé por qué hay tanta ceguera en África. He de buscar médicos y ONGs que me ayuden a prevenirla y curarla. Tengo mucho por hacer, pero ahora empiezo a ver que estos sueños van a hacerse realidad. Queridos Magos, necesitamos muchas cosas, pero para empezar, valdría con ayuda para un terreno en Yaundé, o para un edificio con cocina y nevera, o para una escuela. O, al menos, balones y bastones para ciegos. Feliz año nuevo, Cecilia Evouna Falcó.» (Xelo Solís. Barcelona. http://www.elperiodico.com/default.asp?idpublicacio_PK=46&idioma=CAS&idnoticia_PK=36 8714&idseccio_PK=1021) SUDÁN: ESCLAVITUD A la pequeña Mende sus patrones no la dejan ni siquiera rezar. Le dicen que Alá no es cosa de negros. Ella no es árabe, es “yebit”, una persona sin valor. Mende se crió en la fe del Islam; siempre había rezado, hasta ahora. Por eso esconde bajo sus harapos una bolsa vieja de alpaca, la lleva a la pocilga donde la encierran cada noche y la utiliza como muslaiyah antes de dormir. Y ruega que Alá le permita escaparse y reunirse con su familia, si es que ellos han sobrevivido a la masacre. El calvario de la joven Mende Nazer comenzó cuando apenas tenía 13 años. Una noche de primavera de 1994 fue secuestrada de su aldea en las Montañas Nuba por los mujahiddin, milicia árabe, y obligada a trabajar como esclava doméstica para una familia rica en la capital de Sudán, Jartum. En su “prisión” particular no sólo tuvo que soportar la privación de libertad, sino también malos tratos e intimidaciones. Se alimentaba con los restos de la comida y su ama la encerraba bajo llave en su cuarto noche tras noche. “Me acostumbré a llorar sola. Era mi único consuelo”, afirma la joven. Años más tarde fue trasladada a Londres para servir como esclava en la residencia de un diplomático sudanés, Abdel al Koronky. Nazer decidió huir y pidió asilo político al gobierno británico en septiembre de 2000, pero su petición fue desestimada. La joven recurrió la decisión, algo que, unido a la presión de la opinión pública a raíz del libro Esclava (Ed. Temas de Hoy) que escribió junto con Damien Lewis, logró revocarla. El Ministerio de Interior británico acaba de anunciar la concesión del asilo a Mende. Organizaciones de derechos humanos como la Asociación Internacional contra la Esclavitud se felicitan por la noticia, pero recuerdan que otros muchos casos de solicitantes de asilo no encuentran un final feliz, con el consecuente peligro que ello supone para las vidas de estas personas al ser devueltas a sus países. “La historia de Mende es un exponente de que las leyes británica y europea resultan inadecuadas a la hora de garantizar el castigo de los responsables de esclavitud y de proporcionar soluciones a las víctimas”, afirma la web MendeNazer.org. Las muestras de apoyo recibidas por Mende desde España han sido muchas, a través de correos electrónicos y cartas de personas impresionadas por la lectura de su libro. Además, la Coalición Española contra el Racismo le concedió el pasado mes de diciembre el Premio Internacional a los Derechos Humanos en Europa. En declaraciones a Efe, la joven se mostró sumamente agradecida por los apoyos recibidos. ”Gracias, muchas gracias a todos por echarme una mano”, dijo de manera sencilla y sentida. (Canal Solidario, 10/01/2003. http://www.canalsolidario.org/web/noticias/noticia/?id_noticia=2911)