LA ESPIRITUALIDAD DEL PADRE HURTADO Al misterio de la intimidad de Alberto Hurtado con Dios nos asomamos a través del testimonio que nos dio del Cristo que movió su vida. Cristo hizo de él un cristiano, un católico y un jesuita que amó con predilección a los pobres. Alberto Hurtado fue un cristiano. Así le habría gustado que lo recordaran. Para él Dios, hacer la voluntad de Dios, constituyó el absoluto de su vida. Alguna vez escribió: "¡Deus Optimus Maximus! La Grandeza inmensa de Dios dominando los mundos todos, los hombres, mi vida, y tratando de tener los oídos abiertos para conocer su Santísima Voluntad, norma de toda mi vida. Para el sacerdote, lo mismo que para el seglar, esta voluntad divina es la suprema realidad". Para conocer la voluntad de Dios, hizo de Cristo su pasión: "Aquí está la clave: crecer en Cristo... Viviendo la vida de Cristo, imitando a Cristo, siendo como Cristo". El Cristo del reino y de la acción. Un Cristo que amó y siguió, porque primero conoció interna y personalmente. Alberto Hurtado fue un católico. Nunca separó a Cristo de su Iglesia. En su experiencia ministerial sobresalió por su adhesión al magisterio de los Sumos Pontífices y su espíritu de colaboración con la jerarquía local. En la enseñanza de San Pablo sobre el Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia, encontró la fuente de su inspiración. El Verbo divino encarnado, unido místicamente al género humano por amor, lo impulsó a enseñar a la juventud que “ser católicos equivale a ser sociales”. Le dolió la situación del catolicismo en su patria. En su libro ¿Es Chile un país católico? lamentó la profunda ignorancia religiosa del pueblo cristiano y la falta de sacerdotes para educarlo. En Humanismo Social, su obra más madura, recordó "la tremenda crisis de valores morales y religiosos por que atraviesa nuestra patria". Le dolió también la frivolidad y la incoherencia de muchos católicos pudientes. A consecuencia de la injusticia de los malos cristianos concluía: "la gran amargura que nuestra época trae a la Iglesia es el alejamiento de los pobres, a quienes Cristo vino a evangelizar de preferencia". La penosa condición de los pobres lo motivó a difundir la Doctrina Social de la Iglesia, especialmente las encíclicas papales Rerum Novarum de León XIII y Cuadragessimo Anno de Pío IX. Alberto Hurtado fue un jesuita. Su vida y su obra fue la de un sacerdote de la Compañía de Jesús. En esta tradición espiritual, él perfeccionó su amor a Dios y al hombre, su servicio a la Iglesia, su piedad y su oración. Su espiritualidad es la espiritualidad ignaciana. Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio fueron la matriz más determinante de su espiritualidad. Toda su predicación, toda su actividad, son fruto de estos ejercicios: su deseo de la mayor gloria de Dios; su seguimiento de Jesucristo; la pasión por la salvación de los hombres de carne y hueso, y no sólo de sus almas; su apertura a las inspiraciones nuevas del Espíritu; su devoción a María, Madre de Jesús en su propio corazón; su “sentir en la Iglesia”; su conciencia de pecado y su deseo de la santidad; su mortificación, su humildad y su alegría; la fortaleza de su voluntad y de su paz interior. Los Ejercicios Espirituales convirtieron a Alberto Hurtado en un “contemplativo en la acción”. Su oración fue actividad y su actividad fue su oración. Amó profundamente a la Compañía de Jesús. Y no es exagerado reconocerlo como un fundador de la Compañía de Jesús en Chile. Como otros, fue formado en la tradición cristiana, católica y jesuítica. Pero el Espíritu le hizo conjugar estos tres aspectos de su identidad de un modo original. Su originalidad, en palabras de su amigo Mons. Larraín, fue “su honda y trascendente misión social". Se distinguió por la caridad a favor de los niños abandonados y en la lucha por la justicia social. Como místico cristiano, halló a Dios en Cristo y a Cristo en el prójimo. De acuerdo a la recomendación evangélica, descubrió a Cristo en el prójimo, especialmente en los más pobres (Mt 25, 31–46). Decía: "Tanto dolor que remediar: Cristo vaga por nuestras calles en la persona de tantos pobres dolientes, enfermos, desalojados de su mísero conventillo. Cristo, acurrucado bajo los puentes en la persona de tantos niños que no tienen a quién llamar padre, que carecen ha muchos años del beso de una madre sobre su frente. Bajo los mesones de las pérgolas en que venden flores, en medio de las hojas secas que caen de los árboles, allí tienen que acurrucarse tantos pobres en los cuales vive Jesús. ¡Cristo no tiene hogar!". Esta visión de Cristo en el pobre lo llevó a la acción. Fundó el Hogar de Cristo, su obra más conocida; creó la Asociación Sindical Chilena; fundó la revista Mensaje. Alberto Hurtado, “contemplativo en la acción”, reconoció a Cristo en los más humildes y él mismo procuró ser Cristo para ellos. Enseño que el cristiano debía ser “otro Cristo”. Su regla de oro para la vida religiosa y moral de los cristianos consistía en preguntarse: "¿qué haría Cristo en mi lugar"?, y actuar en consecuencia, de acuerdo a las indicaciones del Espíritu. En sus propias palabras: "...supuesta la gracia santificante, que mi actuación externa sea la de Cristo, no la que tuvo, sino la que tendría si estuviese en mi lugar. Hacer yo lo que pienso ante El, iluminado por su Espíritu que haría Cristo en mi lugar. Ante cada problema, ante los grandes de la tierra, ante los problemas políticos de nuestro tiempo, ante los pobres, ante sus dolores y miserias, ante la defección de colaboradores, ante la escasez de operarios, ante la insuficiencia de nuestras obras. ¿Qué haría Cristo si estuviese en mi lugar?... Y lo que yo entiendo que Cristo haría, eso hacer yo en el momento presente". Alberto Hurtado tuvo una visión cristiana global del mundo y de la pobreza. Quizo cambiar la sociedad a partir de un cambio interior en los cristianos, y cambiar a estos mediante un cambio social. Su utopía social fue un “Orden social cristiano”, idea que extrajo de la Doctrina Social de la Iglesia. Le inquietaba el orden social de su época, no le parecía corresponder al plan de la Providencia. El orden querido por Dios debía consistir en un "equilibrio interior que se realiza por el cumplimiento de la justicia y de la caridad". “Cristianismo integral”, llamó también a su proyecto cristiano para la sociedad. Soñó con una sociedad inspirada por la fe en Cristo en todos los aspectos de la vida humana, no sólo en ocasiones religiosas, pero tampoco en un mero cambio de estructuras sociales. Innumerables fueron las áreas de la vida humana que el Padre Hurtado quiso evangelizar. Le preocupó la educación, la alimentación, la salud, la vivienda, el trabajo, la empresa, los salarios, la familia, la propiedad, las clases sociales y la suerte de los indígenas. Estuvo atento a lo nacional y a lo internacional. De todos esperó su contribución propia y responsable, de acuerdo a su oficio o profesión. Los exhortó a pasar a la acción. Así como auscultó los signos de los tiempos, se interesó por el gesto cristiano pequeño como ponerse en el punto de vista ajeno o alegrarle la vida a los demás. “Contento, Señor, contento”, repetía en medio de las dificultades. La espiritualidad del Padre Hurtado es Cristo; su santidad, el Cristo que a través de su Espíritu lo movió a él y mediante él a otros, a convertir este mundo en el reino de Dios.