el sentido del término “odiar”

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EL SENTIDO DEL TÉRMINO “ODIAR” EN LC 24,26 (CF. MT 10,37)
(Salvador VILLOTA HERRERO, O. Carm.)
25Suneporeu,onto
Lc 14,26
(25-27)
Mt
38
10,37-
(34-39)
de.
auvtw/|
o;cloi
polloi,(
kai.
strafei.j ei=pen pro.j
26ei;
auvtou,j\
tij
e;rcetai pro,j me kai.
ouv
misei/
to.n
pate,ra e`autou/ kai.
th.n mhte,ra kai. th.n
gunai/ka
kai.
ta.
te,kna
kai.
tou.j
avdelfou.j kai. ta.j
avdelfa.j e;ti te kai.
th.n yuch.n e`autou/(
ouv du,natai ei=nai,
mou maqhth,jÅ 27o[stij
ouv
basta,zei
to.n
stauro.n e`autou/ kai.
e;rcetai ovpi,sw mou(
ouv du,natai ei=nai,
mou maqhth,jÅ
34Mh.
nomi,shte
o[ti
h=lqon
balei/n
eivrh,nhn evpi. th.n
gh/n\
ouvk
h=lqon
balei/n
eivrh,nhn
avlla.
ma,cairanÅ
35h=lqon
ga.r dica,sai
a;nqrwpon kata. tou/
patro.j auvtou/ kai.
qugate,ra kata. th/j
mhtro.j auvth/j kai.
nu,mfhn
kata.
th/j
penqera/j
auvth/j(
36kai.
evcqroi.
tou/
avnqrw,pou
oi`
oivkiakoi.
auvtou/Å
37~O filw/n pate,ra h'
mhte,ra u`pe.r evme.
ouvk
e;stin
mou
a;xioj( kai. o` filw/n
ui`o.n
h'
qugate,ra
u`pe.r
evme.
ouvk
e;stin
mou
a;xioj
38kai.
o]j
ouv
lamba,nei
to.n
stauro.n auvtou/ kai.
avkolouqei/
ovpi,sw
mou( ouvk e;stin mou
39o`
a;xiojÅ
eu`rw.n
th.n
yuch.n
auvtou/
«25Caminaba con Él mucha
gente, y, volviéndose, les
dijo: 26“Si alguno viene a mi
y no odia a su padre y a su
madre, a la mujer y a los
hijos, a los hermanos y a las
hermanas, y más aún,
incluso a su vida, no puede
ser discípulo mío. 27El que
no lleva su cruz y viene
detrás de mí, no puede ser
discípulo mío».
«34No penséis que vine a
traer paz a la tierra; no vine
a traer paz, sino espada,
35
pues vine a desunir: al
hombre contra su padre, a la
hija contra su madre, a la
nuera contra su suegra, 36de
modo que los enemigos del
hombre serán los de su casa.
37El que quiere al padre o a
la madre más que a mí, no
es digno de mí; y el que
quiere al hijo o a la hija
más que a mí, no es digno
de mí; 38y el que no coge su
cruz y sigue detrás de mí no
es digno de mí. 39El que
encuentra su vida la perderá;
pero el que pierde su vida
por mí, la encontrará».
avpole,sei
auvth,n(
kai.
o`
avpole,saj
th.n
yuch.n
auvtou/
e[neken
evmou/
eu`rh,sei auvth,nÅ
Lc 24,26 es un versículo que causa dificultad: ¿qué quiere decir Jesús,
nuestro Señor, al exigirnos, como condición del discipulado, el “odio al
padre, a la madre, a la mujer y a los hijos, a los hermanos y a las
hermanas”?; ¿Cómo debe entenderse dicho “odio”?.
Quien quiera interpretar el término odiar o aborrecer (mise,w) de
modo literal, es decir, como un sentimiento violento de repulsión hacia los
padres, familiares y parientes, acompañado de un deseo malévolo de
causarles daño, se encontrará, inmediatamente, confrontado con todo el
Evangelio. Basten, como botón de muestra, estas cuestiones:
1. ¿Acaso Jesús está anulando el cuarto mandamiento del Decálogo:
«Honrarás a tu padre y a tu madre» (Ex 20,12; Dt 5,16; Cf. Ex 21,17;
Lv 20,9)?. En el evangelio de Mc, Jesús echará en cara a los fariseos
precisamente el haber violado dicho mandamiento para mantener sus
tradiciones. Un mandamiento que, como afirma Jesús, es Palabra de
Dios que no debe ser anulada por ninguna tradición humana (Mc
7,9-12). También la doctrina paulina sobre la moral familiar,
fundamentada en el Evangelio, tiene en consideración ese mismo
mandamiento para explicar las relaciones entre los padres y los hijos
(Ef 6,1-4; Cf. Col 3,20-21), y basa el amor entre el marido y la mujer
sobre el amor que Cristo ha tenido a su Iglesia (Ef 5,21-33; Col 3,1819): Todo esto chocaría frontalmente con la exhortación dada por
Jesús de odiar — entendido como aborrecer con violencia — a la
mujer y a los hijos.
2. ¿Cómo comprender el amor al enemigo (Lc 6,27-35; Cf. Mt 5,3948), si, por otra parte, Jesús está exhortando a odiar a los seres más
queridos?.
3. ¿Cómo explicar, en la parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-31), la
misericordia del padre hacia sus hijos, si, según nuestro versículo, lo
que tiene que hacer es, precisamente, odiarles?; ¿No estaría más de
acuerdo con esta interpretación literal la reacción del hermano mayor
que odia a su hermano menor, y se enfrenta irritado a su padre?.
Estos ejemplos son suficientes para comprender que la explicación de Lc
24,26 y del término “odiar”, en concreto, tiene que ser otra que aquella
literalista.
Para precisar el sentido de odiar y evitar caer en incongruencias o en
serios errores doctrinales es necesario considerar estos tres puntos: (a) El
tipo de formulación con que este dicho (= logion) de Jesús es transmitido;
(b) El contexto en el que se encuentra; (c) El texto paralelo de Mt 10,37.
(a) LA EXPRESIÓN. La locución “odiar a (alguien)” es un semitismo (o
hebraísmo), esto es: un giro lingüístico propio de la lengua aramea o hebrea
trasladado, en este caso, al griego. Por tal motivo, “odiar” (mise,w) debe
entenderse en comparación con aquello que es preferido o “más amado”,
equivaliendo a amar menos o posponer. Esta interpretación se ve
confirmada al cotejarla con otros pasos bíblicos:
a. Gn 29,30-31: «(Jacob) se unió también a Raquel, y amó a Raquel
más que a Lía... Vio YHWH que Lía era odiada (LXX= mise,w)...”.
b. Dt 21,15-17: «Si un hombre tiene dos mujeres a una de las cuales
ama y a la otra odia (LXX: mise,w)...».
c. Jue 14,16: «La mujer de Sansón se puso a llorar sobre él, y dijo: «Tú
me odias (LXX: mise,w) y no me amas...».
(b) EL CONTEXTO. Lc 14,26 se emplaza en un contexto que trata sobre el
seguimiento de Jesús (14,25-35). Con palabras exhortativas, Jesús expone
las condiciones del discipulado para todos aquellos que, entre la gente que
camina con Él, desean ser verdaderos discípulos suyos. Tanto Lc 14,26
como 14,33 («Así, pues, todo aquel de vosotros que no se desprende de
todos sus bienes, no puede ser discípulo mío») pertenecen, además, al
ámbito del primer mandamiento (del Shemá; Cf. Mc 12,28-31; Lc 10,2528), en cuanto contienen un reconocimiento implícito de la divinidad de
Jesús: sólo Dios puede exigir una adhesión a Él tan absoluta e inaudita
como la que Jesús demanda para sí. Según esto, Jesús deja claro que los
lazos de amor humano más íntimos, santos y bendecidos por Dios no deben
anteponerse entre el discípulo y Él: al amor a Él prima sobre el amor a las
personas (que forman parte del segundo mandamiento: “ama a tu prójimo
como a ti mismo”).
Por consiguiente, Jesús no pretende, ni mucho menos, abolir el cuarto
mandamiento del Decálogo (= “Honrarás a tu padre y a tu madre”), ni
excluir o suprimir las relaciones humanas1, censurando o condenando los
sentimientos de afecto hacia los propios familiares imponiendo
aborrecerles violentamente, sino que subraya que todo interés terreno —
incluida la propia vida — está subordinado a las exigencias prioritarias del
Reino de Dios presente en su propia persona.
(C) EL TEXTO PARALELO DE MT 10,37. Tanto Lc 14,26-27 como Mt 10,3738 proceden de la misma fuente literaria (denominada Q). Mt, al sustituir la
expresión “si uno no odia” con “quien amas más... que” (10,37), suavizó el
dicho de Q y, al mismo tiempo, facilitó su comprensión.
El versículo de Mt se encuentra casi al final del Discurso Misionero
(10,5-41), cuando Jesús expone las condiciones del seguimiento. También
Mt 10,37 nos sitúa en la esfera del primer mandamiento (Shemá), aunque
emplee el verbo del afecto natural (file,w) y no aquel del amor de
caridad (avgapa,w): «Nuestro Dios es el único Señor; amarás (LXX:
avgapa,w) al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con
todas las fuerzas» (Dt 6,4-5). En su enseñanza, Jesús se sitúa al mismo
nivel que Dios, reclamando para sí el mismo amor.
Vinculado a la perícopa precedente (10,34-37) — que presenta a Jesús
como señal de contradicción —, Mt 10,37-38(39) aclara que las divisiones
al interno del seno familiar son provocadas por las exigencias que el
seguimiento de Jesús impone. Aquí no se hace referencia, por tanto, a un
amor afectivo o místico hacia Jesús, sino al amor concretizado en la
adhesión personal de fe y de pertenencia total a su persona (en cuanto se
ha convertido en Salvador y Señor de todos con el sacrificio de su vida).
Esto quiere decir que cuando el amor o la actitud de (o hacia) los padres
obstaculiza o impide el seguimiento de Jesús, dicho amor debe estar
siempre subordinado a la fidelidad al Evangelio. En caso de conflicto, el
discípulo debe elegir la unión con Jesús. No es, por tanto, una cuestión de
sentimiento ni tampoco de esfuerzo ascético, sino de elecciones prioritarias
e incondicionales, que todo creyente debe efectuar, de uno u otro modo, en
la propia existencia si quiere seguir fielmente a Jesús y llegar a ser
verdadero discípulo suyo.
1
De hecho, Jesús promete a aquellos que hayan dejado todo por Él y por el
Evangelio, que recibirán el ciento por uno “en hacienda y en hermanos, hermanas,
padres e hijos, y heredarán la vida eterna” (Mc 10,29;Cf. Mt 19,27-30; Lc 18,28-30).
CONCLUSIÓN. El tipo de expresión, el contexto y la comparación con el
texto paralelo de Mt confirman que, en Lc 14,26, “odiar” no debe
entenderse en su literalidad como sentimiento o repugnancia violenta hacia
los seres queridos, sino que, en el ámbito del discipulado y del primer
mandamiento, Jesús establece prioridades irrenunciables e incondicionales.
El amor total y misericordioso de Dios hacia el hombre, por quien entrega
su Hijo único, reclama como única respuesta adecuada el amor exclusivo
del discípulo. Por eso, nadie, por más íntima relación afectiva y lazos
naturales que puedan tenerse con él, puede anteponerse a la persona de
Jesús, ya que éste (Dios con nosotros) constituye un valor absoluto. Los
padres, los familiares y parientes, incluso la propia vida, deben estar
subordinados al discipulado, porque el amor (no el odio) al prójimo y a uno
mismo está subordinado al amor a Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo)
sobre todas las cosas2.
En definitiva, la paráfrasis mateana expresa claramente el modo como
debe ser entendido el sentido del término “odiar” en Lc 14,26: “nadie (ni
nada) debe ser amado más que Jesús”.
2
De este modo, el discípulo sólo servirá y amará a un único Señor (Mt 6,24; Lc
16,13).
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