Padres e Hijos - iglesiadegijon.es

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El ABC de la relación
entre Padres e Hijos
Por Wilbur Madera
Cuando pensamos en la relación entre Padres e hijos desde una perspectiva bíblica,
inmediatamente vienen a nuestras mentes dos pasajes paralelos del Nuevo Testamento: Efesios 6:1-4 y
Colosenses 3:20-21. En ambos textos se nos presentan dos verdades directas: Hijos obedezcan . . . Padres
no exasperen. Me parece interesante que de todas las verdades relacionadas con el tema, el apóstol decidió
incluir sólo estas dos en sus epístolas, como si fueran las más esenciales. ¿Por qué lo hizo? Seamos
honestos, ¿Con qué tienen mayor dificultad los hijos? Con la obediencia. ¿Y los padres? Con el uso de su
autoridad. Precisamente la Biblia fue escrita para corregirnos a fin de que estemos preparados para toda
buena obra. Entonces, podríamos decir que estas verdades son como el “ABC” de las relaciones entre
padres e hijos y serán el foco de estudio de este artículo.
I.
Hijos Obedeced a vuestros Padres (Ef. 6:1-3 y Col. 3:20)
El mandamiento es claro, directo y aplicable. ¿Qué tiene que hacer un hijo? Obedecer. La verdad
es que nosotros comenzamos a complicarlo. Siguiendo el impulso de nuestra naturaleza rebelde
comenzamos a cuestionar “Y qué tal si mi padre no es cristiano, ¿también tengo que obedecerle?”, “¿Y si la
instrucción es injusta?”, “¿Y si mis padres no viven de acuerdo con sus reglas?” “¿Y si . . .?” Por supuesto,
que hay casos en los que no se debe obedecer. Tales casos ocurren excepcionalmente cuando los padres le
piden a sus hijos que hagan algo que, sin lugar a dudas, está en contra de la ley de Dios (Hechos. 5:29).
Pero siendo honestos, tales casos ocurren muy rara vez. La mayoría de las veces se trata de instrucciones
que nos causarán más trabajo, quizá un poco de sacrificio o incomodidad, quizá hacer a un lado nuestros
deseos o simplemente tener que humillarnos ante alguien más. Por lo tanto, la mayoría de las veces, los
hijos no tienen razón legítima para desobedecer. ¿A cuántos seminarios, talleres, retiros o clases tienes
que asistir para saber qué debes hacer con respecto a tus padres? A muy pocos o a ninguno. Lo que Dios
pide a los hijos es claro, directo y aplicable.
Dios, en su gracia, no sólo le da a los hijos el mandamiento, sino también les provee tres razones
para cumplirlo. No era necesario, bastaba con que Él lo ordenara, pero para nuestro provecho nos da las
siguientes razones para la obediencia a los padres.
 Porque es justo (Ef. 6:1). La palabra “justo” en este contexto no se refiere a que los padres merezcan
ser obedecidos, sino tiene el sentido de “recto”, “moralmente bueno” y “santo”. Es importante
entender esto porque quizá algún hijo piense que sus padres no merecen ser obedecidos (y quizá sea
cierto), pero la Biblia no está usando la palabra “justo” en ese sentido, sino queriendo decir que
obedecer a los padres está en concordancia con la ley de Dios. Si quieres hacer lo santo, lo bueno, lo
recto respecto a la relación con tus padres, debes obedecerlos.
 Porque agrada a Dios (Col. 3:20). Muchos hijos cristianos quieren agradar a Dios y hacer su
voluntad. Aquí tienen la clave para cumplir esa meta. El primer paso para agradar a Dios es la
obediencia a tus padres. Puedes estar involucrado en muchos ministerios cristianos, pero si como hijo
no obedeces a tus padres no le estás agradando en lo más básico.
 Porque hay una promesa (Ef. 6:2-3) ¡Esto es fabuloso! No sólo haces lo recto y agradas a Dios, sino
también recibes bendición. La promesa viene con una doble bendición: “Para que te vaya bien” y “tus
días se prolonguen”. ¡Cuánta protección hay para los hijos cuando obedecen a sus padres! Al obedecer
a tus padres estás dentro del círculo de bendición que Dios promete a los que se deleitan en sus
mandamientos.
Quizá los lectores adultos estarán cuestionando si ellos aun deben obedecer a sus padres como lo
hacían cuando eran niños. Para entender esto, debemos recordar que el mandamiento original con
promesa es “Honra a tu padre y a tu madre” (Ex. 20:12). Este mandato lo debemos obedecer hasta la
muerte. Me refiero a nuestra muerte o a la de nuestros padres. Ahora bien, este mandamiento se lleva a
la práctica dependiendo de la etapa en la vida. Cuando somos pequeños o jóvenes y estamos bajo el cobijo
y responsabilidad de nuestros padres, los honramos por medio de la obediencia a sus instrucciones. Pero
cuando nos hemos independizado (Gen. 2:24) ya no tenemos que obedecerles como niños pequeños, pero
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aun debemos honrarles por medio de respetarlos, escuchar sus consejos, buscar una relación madura con
ellos, cuidarles, atender sus necesidades y hasta proveer para ellos cuando sea necesario (1 Tim. 5:15).
Si eres un hijo o hija que vive bajo el cobijo y la autoridad de tus padres, no te pierdas más la
oportunidad de hacer lo que es justo, agradable a Dios y tiene una promesa: obedécelos. Dios estableció a
los padres como la autoridad sobre sus hijos. Por eso cuando un hijo desobedece a sus padres, no está
desobedeciendo sólo al hombre sino al mismo Dios que los estableció como autoridad. Cuando no
obedeces a tus padres estás implicando que Dios se equivocó al ponerlos como tu autoridad. La
desobediencia muestra tu rebelión hacia tus padres y hacia Dios.
Si eres un hijo o hija que ya no estás bajo el cobijo y la responsabilidad de tus padres, recuerda que
todavía tienes el deber de honrarles. Si eres casado, recuerda que tu cónyuge también tiene el mismo
deber. No le impidas que lo cumpla con responsabilidad y entrega. Tanto tú como tu cónyuge abóquense
a la tarea de buscar maneras particulares de honrar a sus padres. Después de todo, también estarás
marcando una pauta y ejemplo para el trato que tus hijos te darán cuando les llegue su turno.
II.
Padres no exasperéis a vuestros Hijos (Ef. 6:4 y Col. 3:21)
En ambos pasajes el mandato para los padres abarca sólo un versículo. La instrucción en ambos
casos es muy similar: “Padres no provoquéis a ira a vuestros hijos” y “Padres no exasperéis a vuestros
hijos”. Cuando se dan instrucciones a los hijos que les ponen en una dirección contraria a la que desean,
es inevitable cierto grado de enojo o frustración por su parte. Si el pasaje estuviera diciendo que nunca
digamos o hagamos algo que los enoje, entonces simplemente sería imposible cumplir este mandamiento.
Pero el pasaje no está enseñando esto, sino más bien, que tu proceder hacia tus hijos sea en sabiduría,
respeto y amor para no provocar que se enojen innecesariamente. Es decir, este mandamiento no es una
licencia para dejar a tus hijos sin corrección e instrucción con tal que no se enojen, sino es una directriz en
cuanto el cómo debes tratarlos. De hecho, en el versículo 4 de Efesios 6 se establece lo opuesto de
provocar la ira de nuestros hijos: “criarlos en disciplina y amonestación del Señor”. Este contraste nos
indica que si estoy enojando innecesariamente a mis hijos no los estoy criando en la disciplina y
amonestación del Señor.
Para muchos, las palabras “disciplina” y “amonestación” quieren decir gritos, pellizcos,
pescozones, puñetazos, empujones, bofetadas, burlas, insultos, adjetivos ofensivos, amenazas y cosas
semejantes. Todo esto cabe en la categoría de exasperación de nuestros hijos y está en contradicción con
la disciplina y amonestación del Señor. De hecho, el verbo “criadlos” nos da la idea de una madre
alimentando con ternura a su bebé; así debemos nutrirlos, crecerlos con dedicación, atenderlos y
enseñarles el camino del Señor. La disciplina y la amonestación implican la aplicación de principios
bíblicos, límites, relación, respeto, ejemplo, confianza, conversación, instrucción, comunicación, perdón,
gracia, e inclusive corrección física siguiendo, por supuesto, pautas bíblicas.
El mandato, entonces, para los padres es que no exasperen a sus hijos. Aquí presento algunos
ejemplos de casos cuando los padres exasperan a sus hijos. La lista no es exhaustiva, pero espero que
pueda ser útil para revisar si estamos desobedeciendo este mandamiento básico para los padres.
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Estás exasperando a tus hijos cuando:
Usas sarcasmo o burla. Las palabras hirientes y burlescas no corrigen ni instruyen a nuestros hijos,
más bien los lastiman. Decir cosas tales como “¡Pero Si tú eres un angelito inocente!” cuando se
quiere implicar lo contrario, es usar nuestras palabras sarcásticamente y exasperar a nuestros hijos.
Los expones delante de los demás. Cuando publicas sus faltas, malas decisiones y pecados ante su
grupo de coetáneos o familiares, no estás siguiendo el mandato bíblico, sino es una especie de
venganza de tu parte.
Cambias la instrucción según tu estado de ánimo. Un día dices que sí y otro, dices que no. ¿La
razón? Sencillamente te fue mal en el trabajo o tuviste una discusión con tu cónyuge. La
inconsistencia en la aplicación de los principios te restan credibilidad y exasperan a tus hijos porque
no saben qué esperar de ti. Lo mejor es que tu “sí” sea “sí” y tu “no, sea no”, sin importar tu estado de
ánimo.
Impones normas que tú mismo no cumples. Las leyes divinas se aplican tanto a padres como a hijos.
Tus hijos necesitan ver que eres el primero en someterse a Dios. Es hipocresía decir “La Biblia dice . .
.” si la Biblia no es en verdad la autoridad en tu vida.
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Estableces tus preferencias como si fueran mandamientos divinos. Tenemos que reconocer que gran
parte de las instrucciones dadas a nuestros hijos, tienen su origen más bien en nuestras preferencias
que en la Biblia. Asuntos tales como el color de la ropa, el estilo del cabello, los deportes, el estilo
musical, generalmente son apreciados o despreciados debido a nuestra preferencia personal. No
trates de elevar tus gustos al nivel del mandamiento bíblico. Pregúntate, ¿Le doy esta orden porque
Dios dice que es bueno o es malo? , ¿O es que a mí me gusta o no me gusta?
No cumples lo que prometes. Esto crea un ambiente de desconfianza en la relación con tus hijos. Los
hijos no pueden tomar en serio a un padre o una madre que constantemente les hace ver que su
palabra no vale. Sabemos que no siempre puedes cumplir lo que prometes debido a causas que están
más allá de tu control. No hay problema si estos eventos ocurren en el contexto de varias promesas
cumplidas. El daño real ocurre cuando el incumplimiento de tu palabra es lo que caracteriza tu vida.
No reconoces tus errores. Todos los que hemos sido hijos podemos reconocer la frustración que trae el
tener unos padres que no pueden aceptar sus faltas. Muchos padres creen que si reconocen sus
errores ante los hijos, su autoridad quedará menoscabada. Pero esto no sucede generalmente. Los
padres que le piden perdón a sus hijos cuando han fallado les están diciendo que pueden confiar en
ellos, que están tratando de ser una autoridad justa y que en verdad se interesan por ellos. No temas
reconocer tus faltas y pedir perdón a tus hijos. Esto será un bálsamo para la relación con ellos.
Los comparas con sus hermanos o coetáneos. Cuando comparas a tus hijos entre sí, estás fomentando
las envidias, orgullos y rencores entre ellos. Recuerda que cada uno de tus hijos es diferente. Tienen
debilidades y fortalezas distintas. A algunos les será más fácil hacer ciertas cosas que a otros.
Reconoce esas diferencias, estúdialas y aprovéchalas. El modelo para tus hijos no es su hermano o
hermana, sino Cristo.
Su dominio propio es mayor que la libertad otorgada. Las libertades que concedas a tus hijos deben
estar en proporción directa a su dominio propio. Cuando no sigues este principio y los limitas en cosas
para las que ya han demostrado el dominio propio suficiente, los exasperas pues no reconoces su
madurez en ese aspecto. Asegúrate de no estar restringiendo aspectos de sus vidas en las que ya
deberías darles mayor libertad.
Traes al presente asuntos atendidos y cerrados en el pasado. A nadie le gusta que sus faltas sean
recordadas e inmortalizadas. Cuando repasas asuntos ya tratados y cerrados en el pasado, lo único
que haces es exasperar a tus hijos y ser un ejemplo deficiente de lo que significa perdonar.
Sentencias sin haber escuchado. Debemos recordar que nuestra autoridad como padres es delegada
por parte de Dios. El es justo, y el ejercicio de nuestra autoridad debe reflejar este aspecto de su
carácter. No tomes decisiones apresuradas. Escucha todos los datos, pregunta, aclara, comprende,
ora, piensa y luego, emite tu veredicto.
Hablas con ellos sólo cuando han hecho algo malo. Lamentablemente, muchos padres sólo se acercan
a sus hijos cuando hay algo malo para corregir. El proceso de la disciplina y la amonestación del Señor
no sólo se trata de corregir, sino, sobretodo, de instruir, enseñar, dirigir, animar y estimular. La
corrección es efectiva dentro del contexto de una relación de confianza e interés.
Te preocupa más tu reputación como padre que el bienestar espiritual de tu hijo. “¿Y que van a decir
los demás?” es la primera pregunta de los padres que les interesa más su reputación que la de Dios. Te
das cuenta que este es tu caso cuando una falta que no te afecto cuando estabas asolas con tu hijo, se
vuelve una ofensa mayor cuando sucede en público. En tales casos, la honra de Dios y el estado
espiritual de nuestros hijos son desplazados por una preocupación por nuestra reputación. Pongamos
nuestras prioridades en orden.
Hablas con ellos como si fueran casos perdidos. Muchos padres pierden de vista el poder del
evangelio y hablan con sus hijos como si ya no tuvieran remedio. No hay nadie tan torcido que el
poder de Cristo no pueda enderezar. Habla con tus hijos como embajador de aquel que hace todas las
cosas nuevas. Mientras haya vida, el cambio es posible.
Debes preguntarte cuál ha sido tu parte en la erosión de la relación con tus hijos. Si alguna o varias
de estas pautas pecaminosas caracterizan la relación con tus hijos, es probable que hayas tenido mucho
que ver en el alejamiento y la problemática. De todas maneras, no te desanimes. ¡Hay esperanza!
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¡Todavía estás a tiempo! En Cristo, la gracia, el arrepentimiento, el perdón y la obediencia a la Palabra de
Dios pueden lograr que las relaciones más deterioradas se revitalicen para la gloria de Dios.
Conclusión
Hemos visto que la Biblia, en estos dos pasajes paralelos, nos confronta con nuestra
responsabilidad. Los hijos tienen la responsabilidad de obedecer y los padres de no exasperar a sus hijos.
El cumplimiento de estos mandamientos es independiente de la actuación de la otra parte. Estos dos
mandamientos establecen el clima para que se den otras bendiciones en la relación entre padres e hijos.
Por lo tanto, seamos diligentes en el cumplimiento de nuestra responsabilidad en el “ABC” de una de las
relaciones de mayor impacto en la vida del ser humano.
El patrón de una buena paternidad
POR CLAUDIA HERNÁNDEZ DE ALBA
Necesitamos Ampliar nuestras mentes para entender como deben ser transmitidas las verdades y valores
a nuestros hijos. Algunas verdades son “captadas no enseñadas”. Esta es una verdad muy significativa que
enfatiza la importancia del impacto que el estilo de vida de los padres hace en sus hijos. La palabra de Dios
necesita ser enseñada a nuestros hijos, sin embargo ambas son necesarias. Timoteo no solo daba buen
ejemplo de comportamiento sino que estos eran consistente con las escrituras Timoteo 3:15.
Los niños imitan lo que ven que sus padres hacen. Si lo que los padres dicen es diferente de lo que ellos
hacen, los hijos imitaran lo que sus padres están haciendo. Si lo que los padres dicen es diferente a lo que
hacen, los hijos imitaran casi inconscientemente lo que ellos hacen. Cuando los hijos son mayores, no solo
se percataran de esta inconsistencia sino que desecharan y aun aborrecerán aquello que se les enseñó.
Si el padre obedece a Dios, entonces todos sabrán cuán importante es Dios en su vida diaria. Los niños
adoptan los valores de los padres captando la verdad.
Los padres mayormente forman una comprensión de Dios del hijo por la manera que ellos viven los roles
de padres dados por Dios.
El padre es la autoridad en la casa. La primera impresión del hijo de la autoridad incluyendo a Dios
mismo viene de cómo su padre expresa su autoridad y responde a las autoridades en su vida.
La madre modela las actitudes de apacibilidad y cuidado de Dios. El hijo aprende como en control pueden
convivir en una relación tanto la firmeza y franqueza así como también lo prudente, gentil y amoroso.
El esposo muestra la manera en que alguien con autoridad también puede amar por la manera en que ama
a su esposa.
La esposa demuestra como se lleva bien con la autoridad. Ella apoya fielmente a su esposo aun si no esta
de acuerdo con él. Ella muestra el modelo de cómo se respeta su autoridad.
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Muchos niños piensan en Dios como alguien distante y que no tiene cuidado de ellos, esto podría ser
debido a que sus padres nunca se han abierto y compartido su vida con sus hijos. A Dios realmente le
gusta hablar con sus hijos Génesis 3:8.
El niño también aprende como reaccionar a las circunstancias de la vida viendo la manera como sus
padres responden al mundo exterior. Poco importa lo que los padres dicen. El niño sabe en que creen sus
padres por lo que su padre y madre hace.
Si el modelo de vida contradice las palabras, el niño ignora las palabras. Veamos algunas de las muchas
escenas que modelan la vida y actitudes de nuestros hijos: ¿Cómo responde papá cuando lo tratan mal?
¿Perdona o trata de vengarse? ¿Cómo reacciona mamá a las situaciones que no son de su agrado y no
puede controlar? ¿Confía en Dios o se agobia y queja? ¿Está contento papá con lo que tiene? ¿Tiene que
comprar muchas cosas para ser feliz? ¿Mamá cambia lo que haría o afirma, por lo que otra gente pueda
decir o pensar? ¿Tiene temor de Dios? Cuando un niño ve la palabra de Dios vivida, gana la misma forma,
fe o entendimiento de cómo la vida debería ser vivida. Esto no lo hace cristiano pero los prepara con un
amor por la verdad.
Ellos ven la dulzura de la verdad cristiana en Dios y desearán esa paz y manera de vivir mucho más que lo
que el mundo les ofrece. El niño también aprende en la manera que sus padres tratan con él. Pensamos
mayormente en una madre preocupada por el niño en los primeros días de su vida, pero no debemos
excluir el cuidado del padre por su hijo. Estas cosas conforman grandemente el modo que el niño percibe
lo que es importante en la vida, lo correcto e incorrecto. El niño aprende inconscientemente muchas cosas
aun cuando son criaturas.
La paternidad exitosa llega cuando combinamos el llevar una vida correcta con una instrucción correcta,
estamos cultivando más que la mente. Estamos formando el alma y el corazón del niño. La mayoría de la
educación básica toma lugar antes que el niño sepa leer o escribir. La buena paternidad involucra tres
pasos básicos:
1-Entendiendo las verdades de Dios (Conociendo)
2-Aplicándolas a nuestras vidas como padres (Modelando)
3-Instruyendo a nuestros hijos en la Palabra de Dios (Instrucción)
Nuestros hijos imitarán nuestras propias vidas para bien o para mal. Como padres debemos dar un buen
ejemplo de cómo resolvemos las relaciones personales, entonces nuestros hijos sabrán cómo resolver sus
conflictos personales. Simplemente darles las herramientas, confidencias (verdades) y conocimiento para
resolver estos problemas. Como padres darle la confianza de lo que puede o debe hacerse. Los caminos de
Dios para rescatar a la familia funcionan en la vida de Timoteo y puede funcionar en la nuestra también.
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Por Charles Stanley
Cuando usted ora, ¿con qué nombre se dirige a Dios? Aunque todos los excelsos títulos que le hemos dado
son correctos, como cristianos tenemos el maravilloso privilegio de llamar “Padre” a Dios. Pero también
podemos conocerlo de esa manera.
La posibilidad de tener una relación así con Dios, fue una idea revolucionaria en el primer siglo (Mateo
6:9). El Antiguo Testamento contiene apenas quince referencias a Dios como “Padre”, y éstas se refieren
fundamentalmente a Él como el padre del pueblo hebreo; la idea del Señor como un Dios personal de las
personas, no es evidente sino hasta el Nuevo Testamento.
Sin embargo, ésa fue exactamente la razón por la que Jesucristo vino a la tierra, para morir en la cruz por
nuestros pecados y revelar al Padre celestial, para que usted y yo pudiéramos conocerlo a Él más
íntimamente.
“Padre”, que aparece 245 veces en el Nuevo Testamento, fue la palabra favorita de Jesús para referirse a
Dios; la mencionó catorce veces sólo en el Sermón del monte, y también utilizó este nombre para
comenzar a orar (Mateo 5-7). El propósito de Dios es revelar que Dios no es solamente una fuerza
trascendente en algún lugar del universo, sino más bien un Padre celestial amoroso y personal que está
profundamente interesado en los detalles de nuestra vida.
Muchas personas, incluso los creyentes, no piensan que Dios sea un padre tan cercano, especialmente si se
hallan viviendo en desobediencia. Pero la Escritura se refiere una y otra vez a Él como “Padre”. Las cartas
de Pablo, por ejemplo, comienzan de esa manera, y el apóstol describe a los creyentes como una casa o
una familia de Dios, los llama hijos de Dios y coherederos con Su Hijo Jesucristo (Romanos 8:17).
El privilegio de conocer a Dios como Padre implica más que conocerlo como una persona o un espíritu; va
más allá de la simple familiaridad de Su gracia, amor y bondad incomparables, e incluso supera el
conocerlo en Su santidad, equidad y justicia.
¡Qué maravilloso es que nosotros, simples criaturas, podemos conocerlo personalmente como nuestro
mismísimo padre celestial! Al dirigirse a Él como “Padre”, Jesús reveló Su intención de que nosotros
comprendiéramos lo que los santos del Antiguo Testamento no pudieron entender totalmente: que
podemos tener la bendición de un parentesco íntimo con el Dios vivo del universo.
En realidad, es a través de la persona de Jesucristo que podemos conocer a Dios de esta manera.
Lamentablemente, muchos creen equivocadamente que ese privilegio le pertenece a toda la humanidad.
A veces escuchamos frases como “la paternidad de Dios, y la hermandad de los hombres”; estas
terminantes palabras expresan la idea equivocada de que Dios es el Padre de todos, y de que todos somos
hermanos.
Desde luego, por ser Dios el Creador de la vida, pudiéramos en un sentido identificarlo como el padre de la
humanidad. Pero la Biblia utiliza el nombre de “Padre” para indicar una relación íntima y personal, que
definitivamente no se aplica a toda la humanidad.
Cuando el Señor Jesús dio a sus discípulos un modelo de oración, dirigió Sus palabras al “Padre nuestro
que estás en los cielos” (Mateo 6:9).
Algunas personas alegan que ésta es una oración que cualquiera puede hacer, pero observe las palabras
que siguen: “Santificado sea tu nombre”.
Es interesante que, inmediatamente después de la referencia a nuestro Padre celestial, se mencione la
santidad de Dios, precisamente el atributo que separa al hombre pecador del Él. Por eso, aunque es
verdad que todo el mundo puede pronunciar esta oración, sólo aquellos que verdaderamente pueden
llamar a Dios su Padre, tienen el derecho de hacerla.
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Por otra parte, Jesús dijo: “Nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). El intento de acercarse al Padre
prescindiendo del Hijo, equivale a llamar mentiroso a Jesús. La explicación es que la palabra “Padre”
implica una relación y el ser parte de una familia. Cristo es la puerta para ingresar a esa familia (Juan
10:9, Gálatas 3:26); por eso, ¿cómo puede un incrédulo decir que es un “pariente” si rechaza la única
entrada que hay a la familia de Dios?
Jesús ahonda en el asunto cuando dice a los fariseos incrédulos: “Mi palabra no halla cabida en vosotros.
Yo hablo lo que he visto cerca del Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído cerca de vuestro padre”
(Juan 8:37, 38, cursivas añadidas). Por esta razón sabemos que hay dos padres espirituales en el universo.
Uno es Jehová, el Padre del Señor Jesucristo. Pero, ¿quién es el otro? Jesús se los explicó claramente:
“Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida
desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él… Y a mí, porque digo la
verdad, no me creéis” (vv. 44, 45).
Eso suena duro, pero nuestro Salvador siempre habla la verdad (Juan 14:6a), y por eso Sus palabras son
dignas de crédito. Jesús nos dice que, si usted no tiene una relación de fe con Dios, entonces su padre
espiritual es Satanás.
Jehová es el Padre espiritual únicamente de aquellos que aman a Jesús y confían en Él como Salvador. Si
usted, ha rechazado al Hijo de Dios, ha negado el sacrificio hecho a su favor en el Calvario, y por más
difícil que le resulte aceptarlo, su padre es el diablo.
Si no está seguro de a qué familia pertenece, tome un momento para preguntarse lo siguiente ¿Uso de
manera irreverente el nombre de Dios, y un minuto después digo que creo en Él? ¿Clamo a Él en una
crisis, pero no lo tomo en cuenta en otros momentos? ¿Amo a Jesús? Recuerde: la Biblia dice que si usted
no conoce al Hijo, no puede conocer al Padre (Juan 14:6).
Por esa razón vino Cristo al mundo: para darnos una pequeña muestra de quién es el Padre y de cómo es
Él. Como dice Juan 1:18 (NVI): “A Dios nadie lo ha visto nunca; el Hijo unigénito… nos lo ha dado a
conocer. Jesús, nos dice: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9).
¿Cómo reveló el Hijo de Dios a Su Padre? Él llamó a los niños a venir a Él, y los tomó en sus
brazos; sanó a los enfermos; atendió las necesidades de las personas. Hizo todas las cosas
que haría un padre.
La manera como Dios expresa Su paternidad
Al observar el modelo de paternidad de Dios, comprendemos mejor nuestra relación con Él. Y al obedecer
Su dirección, seremos capaces de expresar correctamente la paternidad a nuestros hijos. Teniendo esto en
mente, fijémonos en los siete aspectos de Su paternidad hacia nosotros.
Primeramente, Él desea tener una íntima relación con nosotros. La Biblia nos dice que nos dirijamos a Él
como “Padre”, no sólo como “Dios”, “Rey soberano”, “Santo” o “Juez”. Aunque debemos conocerlo en
todos los aspectos, el Señor quiere que nos acercarnos a Él de manera transparente en todo, incluyendo
nuestras necesidades, debilidades y fracasos.
En segundo lugar, Dios anhela comunicarse con nosotros. Mateo 6:6 nos dice que busquemos un lugar
apartado para orar a nuestro Padre, “que ve en lo secreto [y que] te recompensará”. Es decir, Dios nos
escucha cuando hablamos con Él, y el Señor responde la oración. Él es la clase de Padre a quien podemos
hablarle, y aunque es posible que no nos dé todo lo que queremos, el Señor responderá a nuestras
peticiones dándonos lo que Él sabe que es lo mejor para nosotros (Mateo 7:7-11).
Dios nos ama a cada uno de nosotros incondicionalmente. La naturaleza de Dios es amar tanto al santo
como al pecador, basado exclusivamente en el hecho de que Él es amor (1 Juan 4:8). El incrédulo
simplemente se ha colocado en una posición en la que no puede experimentar ese amor, una situación
cuyo remedio es confiar en Jesús como Salvador.
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Nuestro Padre celestial suple todas nuestras necesidades. La Biblia nos asegura que nuestro Padre
celestial conoce todas nuestras necesidades, aun antes de que le pidamos, y que Él las suplirá “conforme a
sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Mateo 6:8; Filipenses 4:19). Sus recursos son ilimitados, y
podemos tener la seguridad de que ninguna de nuestras necesidades dejará de ser satisfecha.
Dios disciplina a Sus hijos (Hebreos 12:5-10). Él no nos castiga por ira, sino con amorosa corrección para
nuestro bien. Este castigo es, una evidencia de que somos, en verdad, Sus hijos.
Dios siempre nos guía para que hagamos lo correcto. Jesús dijo que nuestro Consejero el Espíritu Santo,
nos guiaría a toda verdad (Juan 14:26; 16:13). Dios nunca nos conduce en la dirección equivocada; el
Señor “enderezará nuestras sendas” si confiamos en Él en vez de hacerlo en nuestro propio juicio
(Proverbios 3:5, 6).
Nuestro Padre celestial está siempre con nosotros. Mientras que los padres humanos no pueden
garantizar que estarán físicamente con sus hijos para siempre, en otro sentido podrán estar con ellos.
Por ejemplo, hasta el día de hoy puedo escuchar la manera como mi madre pronunciaba “Charles” cuando
oraba por mí y presentaba mi nombre delante de Dios. Todavía recuerdo oraciones específicas que hacía a
mi favor, sigo sintiendo su compasión, su amor, y su preocupación por mí.
Aunque salí de mi casa a los 18 años de edad para ir a la universidad, yo nunca me marché del hogar, pues
todavía sigo viviendo con los desafíos que me hacía mi madre de que fuera lo mejor y que me esforzara en
todo. Con mucha mayor razón, nuestro Padre que está en los cielos promete que nunca nos desamparará,
ni nos dejará (Hebreos 13:5), y Su Espíritu, que mora en nosotros, está siempre presente para guiarnos e
inspirarnos.
¿Conoce usted a Dios como su Padre celestial? Si no lo conoce, sepa que Él está listo para adoptarle en Su
familia (Romanos 8:15; Gálatas 3:26).
Lo único que tiene que hacer, es confiar en Su Hijo Jesucristo como su Salvador personal. Como dice Juan
1:12: “A todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de
Dios”.
Cuando hemos tenido una paternidad que nos hizo daño, la persona se imagina que así es Dios como
Padre.
Los niños que no reciben la ayuda de sus padres, presentarán los siguientes problemas:
- Posibilidad de una buena formación se ve disminuida
- Problemas escolares (peleas, falsificación de firmas, copiarse en los exámenes, mentiras, etc)
- menor rendimiento académico
- Deserción escolar
- Problemas de drogas y alcohol
- En un futuro el niño puede repetir la misma conducta
Algunos factores psicológicos que presentarán los niños de padres que no se ocupan de la educación de
sus hijos serán:
- El niño comienza a crear un desequilibrio mental ante la posibilidad de ser rechazado por sus padres
- Se aísla
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- Pierde autoestima
- Se siente culpable y con vergüenza
- Sufrirá de depresiones
- Delincuencia juvenil
Padres ocupados, hijos aislados
La falta de afecto hace que muchos infantes se sientan solos, aunque no lo estén.
Si los adultos dejan que el ajetreo de la vida diaria y sus diferentes ocupaciones interfieran en su relación
familiar, la situación repercutirá de forma negativa en el bienestar emocional de los chicos.
Para que niños y niñas no se sientan abandonados y carentes de amor, los padres tienen que ofrecerles
tanto calidad como cantidad de tiempo, y propiciar espacios que les permitan compartir y disfrutar de la
mutua compañía.
Si los adultos dejan que el ajetreo de la vida diaria y sus diferentes ocupaciones interfieran en su relación
familiar, la situación repercutirá de forma negativa en el bienestar emocional de los chicos.
Isaías 64:8 "Ahora pues, Jehová, tú eres nuestro padre; nosotros barro, y tú el que nos
formaste; así que obra de tus manos somos todos nosotros."
Salmo 68:5 "Padre de huérfanos y defensor de viudas es Dios en su santa morada."
DIOS DEBE DE TENER CONOCIMIENTO DE TU NECESIDAD
Por su conocimiento Dios sabe mostrarse como Dios, como Padre Divino, cuando él oye que hay un hijo
que tiene necesidad. El debe de tener conocimiento de tu necesidad.
Cuando alguien me dice: "El lo sabe todo" ya yo se que no sabe nada de Dios. Sí, Dios lo sabe todo en un
ámbito general, pero como Padre y como hijo le tienes que decir que necesitas su ayuda, que no vas a
moverte sin su voluntad, entonces Dios dice "ese es verdaderamente mi hijo". Cuando Dios nos hace
suyos cambian los términos de la vida.
Tú tienes que alabarlo desde la categoría que tienes de hijo, desde el conocimiento como hijo de Dios,
alábalo. Hay magnitudes de ideas cimentadas en nuestras mentes carnales que a El no le agradan y hay
que echarlas fuera, porque ya el tiene una patente y la patente se llama Cristo y el sello es Cristo, la brecha
es Cristo.
Mateo 6:9 "Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado
sea tu nombre."
O sea que cuando vas a El para decirle "mira mi necesidad" primero tienes que alabarlo. No puedes ir con
un hierro frío porque el hierro frío no lo ablanda nadie, pero el hierro caliente sí se ablanda. Tienes que
meterte en el fuego para que pueda ser vivificado el cuerpo espiritual interior nuestro y entonces es que
levantamos bandera en el nombre de Cristo.
Glorificado sea el nombre de nuestro Salvador Jesucristo.
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Amén.
LA PATERNIDAD POR UNA ÍNTIMA RELACION
El concepto y relación del padre y el hijo se usan en el Antiguo Testamento en muchas instancias
para relacionar a Dios con Israel. De acuerdo a Éxodo 4:22, Moisés instruyó al Faraón: «Jehová ha dicho
así: Israel es mi hijo, mi primogénito.» Esto era más que ser meramente su Creador y era menos que
decir que ellos eran regenerados, pues no todo Israel tenía vida espiritual. Afirma una relación
especial de cuidado divino y solicitud para con Israel similar a la de un padre hacia un hijo.
Prediciendo el favor especial sobre la casa de David, Dios reveló a David que su relación hacia
Salomón sería como de un padre hacia un hijo. El dijo a David: «Yo le seré a él padre, y él me será a
mi hijo» (2 S.7:14). En general, Dios declara que su cuidado como un Padre será sobre todos quienes
confían en El como su Dios. De acuerdo al Salmo 103:13, la declaración se hace: «Como el padre se
compadece de sus hijos, se compadece Jehová de los que le temen.»
David: ¿buen rey y mal padre?
David es uno de los personajes centrales del Antiguo Testamento. En términos generales, es uno de los
héroes de la Biblia Hebrea. El texto bíblico lo presenta como un joven talentoso que creció en gracia y
sabiduría ante Dios. Sin embargo, como todo hombre, David tenía un lado débil. En su caso, era el
manejo de su vida personal.
Algunos problemas personales de David son:
1. David está prometido a Merab, pero se casa con Mical, ambas hijas de Saúl (1 S 18).
2. David conoce a Abigail y se queda de ella después de la muerte de su esposo (1 S 25).
3. Mical repudia a David (2 S 6.16)
4. David hostiga a Betsabé, matando a su esposo, Urías el heteo (2 S 11)
Eventualmente, esos problemas también comienzan a manifestarse entre los muchos hijos que
David tuvo con muchas mujeres (compare con 2 S 3.2-5).
1. Amnón viola a Tamar, su media hermana, pero David se niega a castigarlo (2 S 13).
2. Absalón, el hermano de Tamar, mata a Amnón para vengar a su hermana (2 S 13).
3. Esta vez, David castiga a su hijo Absalón, condenándolo al destierro (2 S 13).
4. Por medio de la intercesión de Joab, Absalón vuelve a casa de su padre (2 S 14). Sin embargo,
conspira contra su padre (véase 2 S 15.1-6).
5. Finalmente, Absalón se subleva contra su padre en una guerra civil (2 S 15-17).
La guerra civil terminó con la muerte de Absalón (1 S 18). Aunque David le pidió a sus generales que no
mataran a su hijo (v. 5), Joab lo asesinó cuando lo encontró colgado de la rama de un árbol (v. 14). La
muerte de Absalón dejó a David llorando por el joven príncipe:
“¡Hijo mío Absalón, hijo mío, hijo mío Absalón! ¡Quién me diera haber muerto en tu lugar,
Absalón, hijo mío, hijo mío!”
La ausencia de David dejó a sus hijos a la deriva. David no pudo atajar los problemas de sus hijos a
tiempo. Tampoco pudo ayudarlos a alcanzar su pleno potencial. En resumen, los príncipes y las
princesas carecían de una persona que les diera una imagen paternal positiva.
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