Una verdad olvidada: los padres son los responsables de educar a sus hijos. El docente no puede dar lo que no brinda un padre. El profesional de la educación debe complementar la educación que el alumno recibe en su familia, nunca sustituirla. Por Juan Martínez (1) y Carolina Granillo (2) Ante la inminente aprobación de la nueva ley de educación nacional, cabe preguntarse cuál será el rol que ocuparán los padres dentro de esta nueva legislación. ¿Terminará el Estado asumiendo derechos y obligaciones que de manera indelegable corresponden a los padres? A su vez: ¿Es la solución a los problemas educativos crear una nueva legislación? Desde los tiempos más remotos la familia fue la institución más importante para que una sociedad crezca y se desarrolle. Los Estados "inteligentes" la tutelaban como oro precioso, ya que sabían que en ella estaba el futuro de una nación. Es que un nuevo ser humano necesita para su pleno desarrollo personal y social un padre y una madre. Esto, en el siglo 21, parece una "novedad". De a poco, el discurso de la posmodernidad, acompañado por las consecuentes acciones políticas, fue destruyendo a la familia: la ley del divorcio, anteproyectos de ley sobre la despenalización del aborto, burocracia hasta el hartazgo para la adopción de un hijo; la definición de los distintos géneros –varón, mujer, homosexual, transexual, travesti–, controles de natalidad que van en contra de la dignidad de la mujer, etcétera. Sería extenso además mencionar la ridiculización que hacen de esta institución los medios de comunicación (en particular la ficción televisiva) contribuyendo y sosteniendo este discurso. Pareciera que hoy estamos frente a un paso más que da esta visión. El Estado no sólo busca garantizar la educación de las personas, sino que intenta adueñarse de la responsabilidad que tienen los padres para con sus hijos, procurando sustituirlos. Quizá no sea una planificación manipuladora, pero sí, de hecho, el Estado transfiere al sistema formal educativo responsabilidades que son propias de un padre y/o una madre. Cuando los padres eligen la educación de sus hijos en un determinado establecimiento, delegan parte de su acción a la escuela; no transfieren su derecho de educar que es inherente, diríamos constitutivo, del ser padre. En su sentido más profundo, educar a un hijo es un acto de amor (a quien más quiero, más le quiero dar). Son ellos quienes transmitirán con mayor eficacia a sus hijos las facultades morales, intelectuales, afectivas, volitivas, el ser modelo y ejemplo de valores, virtudes, etcétera. En la actualidad, vemos que no alcanza la formación que poseen los padres y es así que se pretende sean los maestros quienes reemplacen estas falencias. La escuela ha asumido a pedido del Estado funciones que la familia, por distintas circunstancias, no puede llevar a cabo: ante los problemas de desnutrición, se han convertido las aulas en comedores; ante la confusión que existe sobre los temas de la sexualidad, se pretende que la escuela "eduque en lo sexual". Es así que hoy los maestros expresan tener dentro de sus aulas "niños huérfanos con padres vivos". No vemos en la ley guías de acción que se orienten a resolver estos problemas estructurales. Los padres, "agentes naturales y primarios de la educación" según el anteproyecto, están ubicados en la última parte del texto legislativo donde simplemente se menciona una serie de derechos y deberes. Contempla de manera muy superficial esta magna responsabilidad que es la de ser primeros responsables de la educación de una persona. El docente no puede dar lo que no brinda un padre. El profesional de la educación debe complementar la educación que el alumno recibe en su familia, nunca sustituirla. Para esto se necesita que escuela y familia realicen un trabajo en conjunto. El maestro y/o profesor debe tener una comunicación fluida con los padres, para establecer líneas de acción que repercutan positivamente en el alumno. Hoy la crisis por la que atraviesa el sector educativo es tema de todos los grandes medios de comunicación. Una publicación reciente afirmó que uno de cada cinco maestros no está en condiciones óptimas de salud para estar al frente de un curso. Pero crisis es sinónimo de crecimiento, de oportunidad. Los educadores deberían ser capacitados para ser referentes y ayudar a los padres en la formación de sus hijos. Para esto necesitamos docentes comprometidos, líderes que influyan para el bien de la comunidad educativa; también, es imprescindible conseguir que los padres se inserten en el centro del proceso educativo. Como bien expresa Jaim Echeverry en su libro La tragedia educativa, en otro tiempo los padres concurrían a las escuelas para saber qué habían hecho sus hijos; ahora preguntan qué "les" han hecho. Vemos una gran desconfianza en la autoridad académica de los maestros y, doblemente paradójico, demasiadas expectativas puestas en ellos, y una gran ausencia y falta de compromiso por parte de los padres. Las escuelas no son los ladrillos ni las herramientas didácticas. Las instituciones educativas están conformadas por seres humanos y su cultura. Por lo tanto, pensamos que el cambio debe realizarse desde las personas: primero educando a los padres, brindándoles espacios de capacitación que abarquen lo afectivo como así también la formación específica de su rol (responsabilidad que, pensamos, debe recaer especialmente en los colegios); y segundo, revalorizando la profesión docente, ardua tarea que compete a cada uno vistas las circunstancias socio-políticas y culturales por las que atraviesa nuestro país; Hoy más que nunca vemos la necesidad de plantear que la docencia es una verdadera vocación y que sólo integrando en un trabajo conjunto la tarea de padres y docentes es que conseguiremos educar hombres de bien, comprometidos con el bien común. ¿Estamos convencidos de que una nueva ley resolverá el problema cultural que tenemos los argentinos? 1) Director General del Colegio Cinco Ríos. 2) Coordinadora Pedagógica del Colegio Cinco Ríos.