AL PADRE VELAZ EL TIEMPO SE LE HIZO CORTO Juan Vicente Arévalo R. Ciudad Guayana, 4 de septiembre de 1985 Publicado en el diario “Correo del Caroní”, de Ciudad Guayana Corría el mes de octubre de 1953 cuando tuve la oportunidad de conocer al padre José María Vélaz, S. J. , con motivo de iniciar sus actividades la Universidad Católica Andrés Bello. Él estaba llamado a ser el Guía Espiritual de los jóvenes que buscábamos un futuro en las aulas de la recién creada Universidad y más tarde nuestro profesor de humanidades . Su personalidad recia, su carácter afable su entrega total a la fe cristiana y su inmenso amor por los pobres y los humildes, pronto le hicieron ganarse el respeto de los muchachos Ucabistas. Organizó la Congregación Mariana y en ella integró a los estudiantes de la Católica y de la Universidad Central de Venezuela que apenas comenzaba a reabrir sus Facultades después de un prolongado receso impuesto por la dictadura. La mayoría de nosotros había perdido tiempo de estudios por esa causa. Y comenzó entonces el padre Vélaz su ingente tarea de organizar un movimiento llamado a llevar la educación escolar a los sectores menos favorecidos de nuestro país y a los lugares más apartados de nuestra geografía. Nos reuníamos los domingos en la UCAB y nos hablaba de sus planes y proyectos, y nos decía con insistencia que debíamos subir a los cerros de Caracas para llevar hasta allá las aulas del colegio. Fundó un periódico de vida breve que marcó el inicio de su gran obra y al que llamó "Fe y Alegría" porque -decía él- "Hay que trabajar con fe en lo que se hace y con la alegría de estarlo haciendo". Nos hablaba de las posibilidades de desarrollar en Mérida, a la que tanto quiso, una escuela para la formación de artesanos. Y su conversación se hacia febril cuando hablaba de seguir el movimiento de educación popular hasta Colombia, Ecuador, Perú y la América entera, mientras nosotros, cosas de jóvenes, reíamos pensando que el cura estaba loco. El primer trabajo de acción social fue la creación de un dispensario médico en la parroquia "23 de Enero'', entonces llamada "Urbanización 2 de Diciembre", y más Tarde se improvisaron aulas en las casa de los humildes habitantes de los cerros de Caracas. Vino después la construcción de la escuela de Barrio Unión de Petare y comenzó a extenderse el movimiento por barrios de la cuidad. Para recabar fondos para el programa ideó presentar un auto sacramental, "La Rueda del Tiempo", en la urbanización Prados del Este, entonces en construcción. Movió el padre Vélaz cielo y tierra, y con la ayuda de los artistas de la televisión, la caballería, el ejército y cuanta persona fue necesaria, logró la presentación de la obra. La recaudación alcanzó para comprar una camioneta. ¡Qué emoción la vivida entonces ! . Su mente seguía trabajando. Nos propuso la creación del “Instituto Técnico Laboral” que debía funcionar en las aulas de la Universidad, en horas de la noche, y en el que se formarían topógrafos, dibujantes, maestros de obra y albañiles. Los profesores serian los estudiantes de ingeniería se recibiría asesoramiento de los profesores de la Facultad. Se inscribió un grupo numeroso de aspirantes de los cuales muchos terminaron con éxito sus estudios. El Instituto dejó de existir hacia 1958. En julio de 1957 me retiré de la Católica y me fui a estudiar al extranjero. Antes de partir me despedí del Padre Vélaz. No podía pensar entonces que pasaría tanto tiempo sin verlo, ni mucho menos imaginar la trascendencia que alcanzaría su obra. Regresé a Venezuela en julio de 1962 y los años comenzaron a pasar más rápidamente. Nacieron mis hijos, el pelo blanco comenzó a salir, y “Fe y Alegría” siguió creciendo, y pasó las fronteras del país, y continuó cobijando más y más niños bajo la guía prodigiosa y el dinamismo contagiante del padre Vélaz. El día 6 del pasado mes de Julio, después de veintiocho años de no verlo ni hablarle, me llamó por teléfono. Su voz cálida e inconfundible me hizo temblar de emoción: “El padre Vélaz -me dijoy quisiera hablar contigo. ¿Podrías venir al Colegio Loyola?. Estuve en las Pijiguaos y quiero cambiar ideas contigo” (*). Al encontrarnos de frente, con gran emoción, nos dimos un caluroso abrazo de reencuentro. ¡Había pasado tanto tiempo! Su aspecto externo había cambiado poco. Se veía corpulento y fuerte, jovial y amable como siempre. Lejos estuve yo de comprender la realidad. Después de un intercambio breve de palabras me invitó a buscar un sitio donde poder conversar y colgándose de mi brazo derecho subimos la escalera al piso superior. En el trayecto casi nada me dijo. Su respiración agitada parecía reventarle los pulmones por el esfuerzo. Al llegar arriba sacó un pequeño frasco de su bolsillo y de él dos pastillas que llevó a su boca. Me dijo entonces con voz serena: “Estoy muy mal. Me operaron del corazón y las venas que me pusieron ya están tapadas. Me queda poco tiempo y tengo mucho por hacer”. Confieso sin rubor que las lagrimas enturbiaron mi vista. Aquel hombre robusto y fuerte de treinta años atrás, se veía ahora débil y enfermo. Solo su espíritu se mantenía joven. Nos sentamos entonces en una terraza donde nos llegaba la brisa que viene del Orinoco y el Caroní y hablamos de muchas cosas. Recordamos nombres y circunstancias, sueños y realidades. Recorrimos el mundo en una ojeada para regresar luego a nuestra realidad ¡ Qué rato tan increíble pasamos! Y me dejó sentir su sensibilidad de hombre eminentemente humano al contarme aspectos de su vida no conocidos hasta entonces por mi. Me habló de la inmensa soledad que había experimentado cuando comenzó su proyecto en Mérida y de las largas noches de intenso frío cuando encendía fuego, más por sentirse acompañado que por recibir calor, porque las llamas lo entretenían y el crujir de la leña le simulaba voces que le hablaban. Y pensar que él se sometió voluntariamente a ese sufrimiento por amor a sus semejantes ¡Qué nobleza de alma! Me contó de las dificultades que tuvo que vencer porque, la desidia de muchos y la ignorancia de otros, le querían negar valor docente a lo que hacia en Mérida. Y de pronto comenzó a soñar otra vez. Me hablo entonces del “campesino moderno “, al cual diferenció del estereotipo absurdo de un pobre hombre con características de tonto analfabeta. El campesino para él era importante y me planteo con fuerza la necesidad que había de “llevar las aulas al campo”, como antes había pensado llevarlas a los cerros. Emocionado me contó el Padre Vélaz que había cruzado la inmensa y bella geografía del Estado Bolívar y me manifestó sus deseo de fundar una escuela para campesinos en la zona de Los Pijiguaos porque -decía él- ese era el centro de gravedad de una área enorme que se extendía mas allá del Orinoco, ofreciéndome entonces hacerme una visita a Los Pijiguaos para, ya en el sitio, estudiar la posibilidades de desarrollar su idea. * Para la fecha de publicación de este articulo, el autor era Gerente de Campo de Bauxiven de Los Pijiguaos. 2 La tarde se nos hizo corta para hablar de tantas cosas y nos despedimos entonces pues el día siguiente tenía que viajar a Las Claritas, en el kilómetro 88 de la vía hacia El Dorado y un día después regresaría a Caracas. ¡Qué coraje de hombre que, aun enfermo y débil, se atreve a un viaje tan largo en la incomodidad de un automóvil, tan solo para buscar soluciones a un problema humano! Nuestro último adiós fue con un fuerte abrazo y me dijo entonces: “Nos vemos en Los Pijiguaos”. A mi regreso al campamento encontré una nota que me había dejado el padre Vélaz en su paso por la zona: “Tengo mucho interés en hablar contigo. Yo he explorado someramente en varios días el trayecto desde Ciudad Bolívar a Puerto Ayacucho”…”Mi intención es realizar una Escuela Profesional en la zona. El énfasis principal seria en el orden agro-pecuario-forestal. Pero con otras especialidades que deben acompañar al Campesino moderno…” ¡Y así lo escribió él, con C mayúscula! Pocos días después de mi regreso a Los Pijiguaos, el 25 de julio de 1985, por razones puramente circunstanciales, alguien que llegaba de Caracas me anunció la muerte del Padre Vélaz. No me es posible describir la sensación que tal noticia me produjo. Sólo puedo decir que, muy dentro de mi, oí una voz fuerte y jovial que me decía: ”Hay que trabajar con fe en lo que se hace y con la alegría de estarlo haciendo”…”Me queda poco tiempo y tengo mucho por hacer”. Hasta este momento aun no sé la fecha de su muerte y alguien me dijo que lo enterraron en Mérida. Pero eso ya no importa. El hecho es que él ya no existe y que quizás con el tiempo ya nadie se acuerde de quién fue el padre Vélaz. Pienso que él lo hubiera preferido así. Siempre quiso despersonificar su obra, porque la hizo con fe en lo que estaba haciendo y con la alegría de estarla haciendo, porque la hizo para mayor gloria de Dios. ¡Lastima de tiempo corto que no le permitió terminar lo que tenia que hacer! 3