El derecho de los niños a tener un padre y una madre

Anuncio
El derecho de los niños a tener un padre y una madre
El amor no es suficiente
Trayce L. Hansen ACEPRENSA
Los defensores del matrimonio homosexual creen que lo único que los niños necesitan
de verdad es amor. Basándose en dicha suposición, concluyen que para los niños es
tan bueno ser criados por unos amorosos padres del mismo sexo que por otros
progenitores de sexos distintos. Pero esa premisa básica –y cuanto se deriva de ella–
es falsa, porque el amor no basta.
En igualdad de condiciones en todos los demás aspectos, los hijos obtienen los
máximos beneficios cuando los cría un matrimonio compuesto de padre y madre.
Dentro de este entorno, los niños tienen las máximas posibilidades de vivir las
experiencias emotivas y psicológicas que necesitan para desarrollarse.
Hombre y mujer hacen aportaciones diversas a la crianza de los hijos, cada uno de una
forma singular e irrepetible por parte del otro. Dicho lisa y llanamente, las madres y
los padres no son intercambiables. Dos mujeres pueden, cada una de ellas, ser buenas
madres, pero ninguna puede ser un buen padre.
Dos formas de amor
El amor materno y el amor paterno, aunque igualmente importantes, son
cualitativamente distintos y dan lugar a relaciones diferentes
Hay cinco razones por las que ser criados por un padre y una madre redunda en el
mejor interés de los hijos.
La primera es que el amor materno y el amor paterno,
aunque igualmente importantes, son cualitativamente distintos y dan lugar a relaciones
paternofiliales diferentes. Específicamente, la combinación del amor de madre, que
muestra una devoción incondicional, y el amor de padre, que pone condiciones, es lo
que resulta esencial para el desarrollo de un hijo. Cualquiera de estas formas de amor
puede ser problemática sin la otra. Porque lo que un hijo necesita es el equilibrio
complementario que ambos tipos de amor y de relación proporcionan.
Sólo los padres heterosexuales ofrecen a sus hijos la oportunidad de establecer
relaciones con un progenitor del mismo sexo y del contrario. Las relaciones con
ambos sexos en una etapa temprana de la vida hacen que resulte más fácil para un hijo
relacionarse con ambos sexos más adelante. Para una chica, esto significa que
entenderá mejor e interactuará adecuadamente con el mundo masculino, y que se
sentirá más cómoda en el mundo de las mujeres. Y para un muchacho, lo opuesto será
verdad. Tener una relación con “el otro” (un progenitor del otro sexo) también
incrementa la probabilidad de que un hijo sea más empático y menos narcisista.
Lo que enseña un padre
En segundo lugar, los niños progresan a través de etapas de desarrollo predecibles y
necesarias. Algunas etapas exigen más de una madre mientras que otras requieren más
de un padre. Por ejemplo, durante la primera infancia, los niños de ambos sexos
suelen estar mejor bajo el cuidado de su madre. Las madres tienen mejor sintonía con
las delicadas necesidades de sus hijos más pequeños y, en consecuencia, responden de
forma más adecuada. Sin embargo, en algún momento, si un muchacho ha de
convertirse en un hombre como debe ser, tiene que despegarse de su madre y, en vez
de ello, identificarse con su padre. Un chico sin padre carece de un hombre con el que
identificarse y es más probable que tropiece con problemas a la hora de forjar una
sana identidad masculina.
Un padre enseña a un chico cómo canalizar debidamente sus impulsos agresivos y
sexuales. Una madre no puede mostrar a su hijo la forma de controlar sus impulsos
porque ella no es un hombre y no tiene impulsos del mismo tipo. Un padre también
inspira en un muchacho una forma de respeto que una madre no puede infundir: un
respeto con el que es más probable tener a raya a un chico. Y ésas son las dos razones
primordiales por las que los chicos sin padre tienen mayores probabilidades de caer en
la delincuencia y acabar en la cárcel.
La necesidad de un padre también forma parte de la psique de las chicas. Hay
ocasiones en la vida de una muchacha en las que sólo vale un padre. Por ejemplo, un
padre ofrece a una hija un lugar seguro y sin contenido sexual en el que experimentar
su primera relación hombre-mujer y afianzar su feminidad. Cuando a una chica le falta
un padre que desempeñe ese papel, tiene más posibilidades de llegar a ser promiscua,
en un intento equivocado de satisfacer su ansia innata de atención y aprobación
masculinas.
En general, los padres desempeñan un papel de contención en las vidas de sus hijos.
Refrenan en los hijos una conducta antisocial y evitan que el comportamiento de sus
hijas tenga un excesivo tono sexual. Cuando falta un padre que cumpla esta función,
con frecuencia se derivan nefastas consecuencias tanto para los hijos sin padre como
para la sociedad.
Controlar las propias inclinaciones
El tercer motivo es que chicos y chicas necesitan un progenitor del sexo opuesto que
les ayude a moderar sus propias inclinaciones vinculadas a su género. Por ejemplo, los
muchachos se inclinan en general por la razón más que por la emoción; prefieren las
normas antes que las relaciones; correr riesgos en vez de ser cautos, y optan por las
normas por encima de la compasión, mientras que, por regla igualmente general, las
muchachas se inclinan por lo contrario.
Un progenitor del sexo opuesto ayuda a su hijo o hija, según sea el caso, a controlar
sus propias inclinaciones naturales enseñándole, con la palabra y de modo no verbal,
el valor de las tendencias contrarias. Esa enseñanza no sólo facilita la moderación,
sino que también amplía el mundo de cada hijo, ayudándole a ver más allá de su
propio y limitado punto de vista.
Confusión sexual
En cuarto lugar, el matrimonio entre personas del mismo sexo incrementará la
confusión sexual y la experimentación sexual de los jóvenes. El mensaje implícito y
explícito del matrimonio homosexual es que todas las opciones son igualmente
aceptables y deseables. Por tanto, incluso los hijos provenientes de hogares
tradicionales, si caen bajo la influencia del mensaje de que todas las opciones sexuales
son iguales, crecerán pensando que no importa con quién se relacione uno
sexualmente o se case.
Sostener semejante creencia llevará a algunos jóvenes impresionables a considerar
planes sexuales y maritales que nunca antes se habrían planteado. Y los hijos de
familias homosexuales, que tienen más probabilidad de incurrir en experimentos
sexuales, lo harán incluso en mayor medida, porque no sólo sus padres han
establecido como modelo de conducta la sexualidad no tradicional, sino que también
esta habría recibido la aprobación social.
No hay duda de que la sexualidad humana es maleable. Pensemos en la Grecia o la
Roma antiguas, en las que la homosexualidad masculina y la bisexualidad estaban
presentes en la sociedad. Ello no sucedía porque la mayoría de aquellos hombres
hubieran nacido con un “gen homosexual”; se debía, más bien, a que la
homosexualidad era aprobada en tales sociedades. Aquello que una sociedad admite se
multiplica dentro de ella.
Otros tipos de matrimonio
Y quinto, si la sociedad permite el matrimonio homosexual, también tendrá que
permitir otros tipos de matrimonio. La lógica jurídica es sencilla: si prohibir el
matrimonio homosexual es discriminatorio, entonces, rechazar el matrimonio
polígamo, el matrimonio “abierto” cuyos cónyuges mantienen varias relaciones al
mismo tiempo, o cualquier otra agrupación marital será igualmente considerado
discriminatorio.
Las repercusiones emotivas y psicológicas que semejante colección de situaciones
tengan sobre las psiques y la sexualidad en desarrollo de los niños serían desastrosas.
¿Y qué les sucede a los hijos de estos matrimonios alternativos si la unión se disuelve
y, a continuación, cada progenitor “vuelve a casarse”? Estos hijos podrían acabar
teniendo cuatro padres, o dos padres y cuatro madres, o… pongan ustedes lo que
gusten en el espacio en blanco.
Por supuesto que las parejas homosexuales pueden dar amor como las parejas
heterosexuales, pero los hijos necesitan más que amor. Necesitan las cualidades
distintivas y las naturalezas complementarias de un progenitor masculino y otro
femenino.
La sabiduría acumulada a lo largo de más de 5.000 años ha llegado a la conclusión de
que la configuración marital y parental ideal es la que forman un hombre y una mujer.
Despreciar con arrogancia semejante acervo de sensatez, y utilizar a los hijos como
conejillos de indias de un experimento radical, resulta arriesgado, en el mejor de los
casos, y catastrófico en el peor.
El matrimonio homosexual no redunda en el mejor interés de los hijos. Y aunque
podamos comprender el estado de ánimo de los homosexuales que desean casarse y
tener hijos, no podemos permitir que nuestra compasión hacia ellos anule nuestra
compasión hacia los niños. En la contienda entre los deseos de algunos homosexuales
y las necesidades de todos los niños, no podemos permitir que los niños salgan
perdiendo.
Descargar