Ardilla Roja cerró los ojos y se dejó llevar por sus

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Ardilla Roja cerró los ojos y se dejó llevar por sus recuerdos. Había
estado tanto tiempo en tensión, tanto tiempo luchando que le costaba ablandarse,
aunque supiera que ésa era la única forma de tomar nuevas fuerzas. No las
físicas, que ésas nunca le fallaban, sino las otras, las de la moral y el ánimo
que debía dar a su pueblo.
Desde muy joven, desde el momento en que dejó de ser niña, Ardilla Roja se
convirtió en la jefa de su tribu.
Los nawalkys habían sido un pueblo perseguido incluso por sus propios
hermanos pieles roja. Eran una tribu pacífica. Nómadas a la fuerza, buscaban una
tierra que los espíritus totémicos les señalaran como suya. La tradición mandaba
que, cada vez que realizasen un asentamiento, por breve que fuese, el brujo
debería realizar el ritual secreto, lejos de la mirada del resto de la tribu.
Cuando volvía de su retiro, reunía a todo el pueblo en círculo y arrojaba cuatro
piedras contra el suelo, donde había dibujado antes los símbolos que indicaran
si la tierra que ocupaban era la elegida. Ardilla roja tuvo que presenciar la
ceremonia tantas veces, tuvo que recoger tantas piedras y tanta decepción que,
desde hacía muchas lunas, ya no se quedaba a presenciar la caída y los lamentos
preparados. Cuando el viejo Chacal Rayado se retiraba, ella también lo hacía y
no volvía hasta mucho después.
La primera vez que faltó, los viejos se reunieron y la recriminaron por su
actitud. Pero Ardilla Roja se mantuvo firme. Estaba ya acostumbrada a no dejarse
amedrentar porque, aunque no era una mujer dura, sabía que cualquier asomo de
debilidad perjudicaría a su pueblo. Pero la carga que sufrían los nawalkys no
era sólo la de buscar su tierra. La diferencia que les separaba del resto de las
tribus de su raza, les había hecho ganarse la indiferencia, cuando no el
desprecio, de las tribus más importantes. Si los pueblos de su raza amaban la
libertad, los nawalkys mucho más. Jamás quisieron sucumbir a presiones de las
tribus más fuertes. Jamás aceptaron asentamientos impuros, alejados de su
tradición. Su rebeldía y su desprecio les acarrearon fama de traidores, sobre
todo cuando empezaron los problemas con el hombre blanco.
A tanto llegó la tensión y la agresividad contenida que, cuando Ardilla
Roja era aún una niña, la tribu sufrió un ataque nocturno por parte de un grupo
de jalaches. Aquella noche murió mucha gente, entre ellos Flor de Roca, la jefa
de la tribu. Tras media luna de duelo, los viejos se reunieron para decidir
quién habría de ser la nueva jefa. Querían que fuese lo más joven posible, casi
una niña, para que su carácter se modelase con facilidad a los deseos de la
asamblea. Pensaron entonces en que la pequeña Ardilla Roja era la más rápida en
aprender cualquier cosa que se le contase y, además, era ágil y fuerte. Por otra
parte, sus padres también habían muerto esa noche, y no tenía hermanos de los
que ocuparse, por lo que, ahora y más tarde, podría dedicarse únicamente a la
tribu, sin padres ni hermanos que la retuviesen o hiciesen apegarse a la vida.
La jefa de los nawalkys no podía permitirse la cobardía, el deseo de
vivir por los suyos, por eso había de mantenerse siempre sola, sin familia, ni
hijos, ni esposo. Esa condición nunca le preocupó a Ardilla Roja. Los hombres de
su tribu no le atraían, le parecían débiles e incluso cobardes. Quizás por su
educación, siempre pensó en ellos como seres a los que proteger. Ella admiraba
casi únicamente a los viejos, sobre todo a Lobo Azul y a su esposa Agua
Rugiente. Ellos eran los que le habían enseñado a ser jefa, los que se habían
ocupado de ella desde la fatídica noche, y los que habían hecho de ella una
mujer firme. En un primer momento, la asamblea de ancianos pretendió mantener a
Ardilla Roja bajo su dominio, pero fueron Lobo Azul y AguaRugiente quienes se
lanzaron a defender los derechos de la niña hasta el día en que ella pudo
hacerlo por sí misma.
Ardilla roja necesitaba cerrar los ojos y los oídos de vez en cuando.
Tanta lucha la extenuaba. Y ahora el problema de los hombres blancos. Tenía
miedo. No temía por sí misma sino por su pueblo. Ellos cada vez estaban más
cerca. Según las indicaciones totémicas que recibía Chacal Rayado, ellos debían
seguir caminando en dirección al gran río y, allí estaban asentados los hombres
blancos desde hacía muchas lunas ya. Ardilla Roja no quería enfrentarse a ellos.
Su pueblo no era un pueblo guerrero. Igual que no habían aprendido a permanecer
en un sitio fijo, tampoco habían tenido que luchar por un territorio propio. La
tierra era ancha y, desde siempre, se habían movido por ella.
Cerca de donde se habían asentado esta vez, había un pequeño grupo de
casas de hombres blancos. Era eso lo que más le estaba inquietando. Ya sentía
próxima su presencia, y ella siempre había rechazado la idea de que su pueblo se
acercase a esos hombres falsos y sanguinarios que engañaban y destruían a los de
su raza. Ahora Chacal Rayado estaría lanzando las piedras o, tal vez, ya
habrían empezado los lamentos. Daba igual, hasta que no bajase el sol, no iba a
volver al campamento.
Un niño llegó corriendo.
-¡Ardilla Roja, es éste el sitio!
No le entendió. Le miró seria e interrogante.
-¡Lo ha dicho Chacal Rayado!
Ardilla Roja se estremeció: "Era el sitio".
Se levantó y volvió en silencio con el crío.
Todos la esperaban solemnes para comenzar la ceremonia. Chacal Rayado se
acercó y quiso comenzar con el ritual que todos conocían, pero que jamás se
había realizado. Sin embargo Ardilla Roja no se inclinó, como estaba
establecido. Se mantuvo erguida y dirigió una mirada lenta y serena a todos,
hasta terminar en Chacal Rayado a quien dijo:
-Luna sobre luna los nawalkys hemos esperado una señal. He conocido el resultado
de la consulta de la voz de un niño. Antes de unirme a la tierra y romper mi
castidad, quiero oir de tus labios la voz de los espíritus.
-Si hubieses estado aquí, tú misma la hubieses oído. Tu desconfianza en ellos
les ha hecho hablar a tus espaldas y ya nunca podrás oirles.
Se hizo un gran silencio. Ardilla Roja se sintió ofendida, pero en el
fondo sabía que el viejo brujo tenía razón. Rompió el silencio Lobo Azul que
dijo en voz alta:
-Nada obliga a la jefa a permanecer siempre en la ceremonia que tanto se repite.
Eso no significa que desprecie a los espíritus. Una jefa de los nawalkys sabe
que ellos son la fuerza de su pueblo y su protección.
Entonces se dirigió a Ardilla Roja:
-Aunque hubieses estado aquí, no podrías saber lo que los espíritus dijeron.
Chacal Rayado no gritó palabra alguna al caer sobre el suelo sagrado de la gran
señal. Hemos pues de confiar en los oídos de su corazón.
Ardilla Roja sintió que la vida le daba la vuelta, que el verano era frío
y el invierno cálido. Sus temores se hacían realidad. "¿Cómo permanecer allí, al
lado del hombre blanco? ¿Por qué allí, donde más peligro había? ¿Cómo dudar del
viejo Chacal?...". Su expresión de firmeza no reflejaba la contrariedad que la
embargaba, pero su silencio estaba empezando a resultar opresivo a la tribu, que
no entendía por qué aquello tan esperado no se realizaba ya mismo.
Ardilla Roja habló en tono sereno:
-Nuestra tribu ha esperado muchas vidas hasta llegar a este momento. Hemos de
asegurarnos bien antes de quedarnos aquí.
Chacal Rayado sintió que se ponía en duda su poder y gritó:
-Si hubieses estado aquí y hubieses visto el sueño que cayó sobre mí cuando las
piedras tocaron el suelo, si hubieses visto la lentitud de su caída, no dudarías
de lo que mi corazón oyó entonces. No te atrevas a dudar de los espíritus o todo
el mal caerá sobre nuestro pueblo. Ellos me han dicho que hemos de asentarnos a
una jornada de aquí, al lado del arroyo.
-Pero ¡allí están las casas del hombre blanco! Piedra Brillante lo vió ayer.
Chacal Rayado no contestó y la miró desafiante. Todos guardaron silencio,
hasta que Lobo Azul dijo:
-Ardilla Roja, sabes que hemos de quedarnos donde manden los espíritus, sea como
sea, o nuestro pueblo será exterminado... Sin embargo, creo que antes de seguir
adelante hemos de celebrar una asamblea.
Ardilla Roja agradeció la tregua que le había proporcionado la sabiduría
de su viejo Lobo, y esa noche en la tienda discutieron los tres antes de
reunirse con el resto de losancianos al amanecer. La discusión fue dura. Todos
veían cernirse sobre ellos el fantasma de la batalla. Sí, era tierra de los
pieles rojas, pero esa gente estaba ahí y no querrían irse; y, lo que era peor,
ellos tampoco podían dudar de Chacal Rayado o desobedecer a los espíritus.
Pasaba el tiempo y la asamblea no llegaba a un acuerdo. Ardilla Roja,
sentada a distancia, les oía en silencio y se sentía cada vez más confusa y más
culpable por no haber visto la reacción del viejo Chacal y no poder juzgar por
sí misma, porque los viejos apenas si podían poner en duda el poder del brujo,
parecía que era sólo ella quien no confiaba plenamente en el vaticinio. Tras
unos cuantos murmullos, Agua Rugiente llamó a Ardilla Roja para que se acercase,
y dijo:
-Hemos acordado esperar una luna entera antes de realizar la ceremonia final.
Durante ese tiempo se buscará un hombre fuerte que habrá de ser tu esposo.
Como jefa sabes que ahora has de abrirte tú como la tierra que acoja a los
nawalkys para siempre.
Ardilla Roja se quedó muy seria y acató respetuosa. Sabía que se le daba
con ello una nueva tregua para pensar como asentarse en un terreno ya ocupado.
Pero, lo que ahora le inquietaba era su matrimonio. Sabía que eso era lo
establecido, pero nunca pensó que llegara a suceder realmente. Eran demasiados
cambios en muy poco tiempo. Hubiera querido huir, pero lo único que hizo fue
irse a cazar sola.
Se dió cuenta en seguida de que andaba alguien cerca. Sigilosa, fue
acercándose hasta que pudo verlo bien. Era un hombre blanco. De estatura media,
aspecto fuerte y barba entrecana, resultaba muy delicado en sus movimientos,
como si lo que estuviese haciendo le exigiese el mayor cuidado. Desde su
posición, Ardilla Roja no podía ver qué era lo que hacía exactamente. Parecía
estar envolviendo algo en una tela de saco. Cuando terminó de hacer el
envoltorio, lo enterró y se quedó sentado mirando al suelo.
Ardilla Roja lo observaba inmóvil. Le parecía diferente de otros hombres
blancos a los que había visto antes, quizás porque siempre los había observado
cuando estaban en grupo, muy de lejos, sin considerarlos más que como una manada
de seres vociferantes y agresivos. Ese hombre que realizaba una tarea con tanta
minuciosidad le recordaba a Lobo Azul cuando se ponía a adornar las armas de
caza. Le intrigaba y le inquietaba a la vez. Se mantenía tan inmóvil como ella,
y parecía que no tenía intención de levantarse de allí.
El sol estaba empezando a bajar, y Ardilla Roja pensó en volver, pero no
le gustaba que hubiese un hombre blanco tan cerca de su campamento, aunque
estuviese solo y pareciese inofensivo. Tampoco podía quedarse a vigilarlo sin
que su gente se preocupase por ella, más aún, teniendo en cuenta la situación
actual. Antes de que Ardilla Roja se hubiese decidido sobre qué hacer, el hombre
desató un gran paquete que llevaba atado a su bolsa, desenvolvió una manta, la
extendió en el suelo y, después, encendió fuego y volvió a sentarse. Sacó de
la bolsa una botella y un montón de hojas de papel pegadas entre sí, y se puso a
mirarlas atentamente mientras bebía. Ardilla Roja estuvo ya segura de que aquel
barbudo era un hombre extraño pero inofensivo. Además, el fuego habría alertado
ya a la tribu sobre su presencia y enseguida alguien se acercaría por allí, así
que no era necesario moverse, podía seguir observando mientras llegaba alguno de
los suyos.
Después de un rato el barbudo levantó la cabeza de los papeles y miró
entorno de sí. Daba la impresión de que se había percatado de que alguien le
observaba, o al menos eso fue lo que Ardilla Roja pensó al verlo. En ese momento
el sol ya estaba muy bajo. Junto a Ardilla Roja se deslizaron Flor de Rama y
Luna Amarilla, que habían ido a averiguar de dónde procedía el humo. Con un
gesto Ardilla les indicó al hombre y les pidió que se fueran. Las muchachas se
quedaron quietas mirándola. No entendían por qué su jefa quería vigilar sola.
Ardilla les hizo un gesto imperativo y las miró con reprobación, así que se
escurrieron en dirección contraria, hacia el campamento.
Aquel hombre despertaba su curiosidad. Le inquietaba y, al mismo tiempo,
le gustaría poder acercársele. Él había vuelto a bajar la cabeza hacia los
papeles. Ardilla Roja ya no podía más de inquietud. El corazón le golpeaba hasta
las sienes y, casi sin proponérselo, empezó a moverse hacia los arbustos que
estaban a espaldas del hombre. Desde allí pudo darse cuenta de la anchura de sus
hombros y del cabello oscuro que se montaba sobre el cuello de su camisa.
Sigilosamente, se fue deslizando hacia él. Cuando estaba ya a pocos pasos, el
hombre pareció sentir su presencia porque de nuevo levantó la cabeza y miró a
ambos lados. Entonces, Ardilla se irguió sin evitar el susurro que produjeron
sus movimientos. El hombre se dio la vuelta y la encontró allí, de pie frente a
él. Se quedaron los dos inmóviles, mirándose con sorpresa e inquietud. De
pronto, el hombre hizo ademán de levantarse y Ardilla retrocedió. Iba a huir.
Estaba muy asustada. No sabía cómo había sido capaz de algo así. Pero él,
inmediatamente, dijo algo con una voz tan dulce como las raíces doradas que le
gustaba mordisquear de niña. Aunque no pudo entenderlo, la postura y la mirada
del hombre la convencieron para que se quedase. Sus ojos oscuros la observaban
de un modo que ella no podía comprender del todo. Era una mirada clara y agitada
como los torrentes en primavera.
Ardilla Roja vió como él extendía las manos delante de sí, como queriendo
mostrar que estaba desarmado. Luego, con esa misma voz dulce, dijo unas palabras
que a ella le resultaron muy amargas, no por su significado, sino porque
pertenecían a la lengua de los jalaches:
-Soy amigo.
Al oírlas, Ardilla se puso tensa y volvió a mirarlo con recelo. Entonces
el barbudo repitió en voz más alta:
-Soy amigo.
***
-Es verdad que es un hombre blanco, pero no es como los que hemos conocido hasta
ahora.
Nieve plateada miraba a Ardilla con preocupación. No podía dejar de pensar
que todos los hombres blancos son enemigos y traidores, y además éste habla la
lengua de los jalaches.
-No sé.... Creo que debemos tener cuidado, sobre todo tú. Ellos son cobardes y
traidores.
Ardilla se contuvo para no mostrar su enfado ante la desconfianza de Nieve
Plateada. Estaba segura de que no era necesaria tanta desconfianza. él era bueno
y noble, y nadie se podía permitir dudar de sus apreciaciones, ni siquiera Nieve
Plateada, a pesar de que se hubiesen criado unidas como hermanas.
Nieve Plateada era hija de Lobo Azul y de Agua Rugiente. Era algo mayor
que Ardilla, pero por la responsabilidad que ésta tenía, casi siempre era
Ardilla Roja quien aconsejaba y protegía a Nieve Plateada. Sin embargo, ahora
parecía que las circunstancias se habían dado la vuelta. Nieve Plateada creía
que su deber era alertar a su hermana y amiga, pero no se atrevía a contrariarla
y a dudar de ella. Sabía que esas cosas la enfurecían. Estaba acostumbrada a
tomar sus decisiones y que éstas fuesen vinculantes para todos. Sólo se retraía
ante la opinión de Lobo Azul y Agua Rugiente, es más, ni siquiera Chacal Rayado
y el consejo de ancianos le hacían retroceder cuando estaba convencida de algo.
Prueba de ello era como se había comportado y como se estaba comportando con
aquel hombre blanco.
Además Nieve Plateada se había dado cuenta de que en el fondo había algo
más. Cuando Ardilla Roja hablaba de Corazón Leal, brillaban dos lunas llenas en
sus ojos. Sólo en el nombre que ella le había dado, Corazón Leal, ya se veía que
sus sentimientos flotaban como niebla alrededor de sus hombros. NIEVE Plateada
tenía miedo de que esa niebla no le dejase ver el peligro que entrañaba la
cercanía y la confianza de un hombre blanco. Ella ni siquiera se había atrevido
a mirarlo y, mucho menos a hablar con él, como hacía Ardilla que, desde que
Corazón Leal había aparecido, recordó y puso en su boca las palabras que usaban
los asesinos de sus padres, y sólo para poder hablar con un hombre blanco, y lo
peor de todo es que pretendía que el resto de la tribu le oyese también.
Quizás, en alguna de sus cacerías en solitario, Ardilla Roja había
masticado hojas malditas que trastornaron su espíritu, o tal vez alguno de los
animales que ella matara fuese un espíritu sagrado que se estaba vengando. Nieve
Plateada no sabía que pensar. Siempre había confiado en la cordura y el criterio
de Ardilla, pero ahora tenía miedo. La veía dirigirse hacia un designio opuesto
al de su raza, por un camino peligroso que sería la perdición de todos.
Las dos muchachas se trenzaban el pelo en silencio. Sus dedos iban al
ritmo de sus pensamientos, así que Nieve Plateada terminó mucho antes la tarea,
mientras que Ardilla seguía ensimismada mirando la aurora sobre las montañas.
Después de un rato de haber terminado, Nieve Plateada se levantó y se fue
sin decir nada. No quería interrumpir los pensamientos de su amiga. Aunque no la
comprendiese, la respetaba y la admiraba, y sabía que en ese momento ella estaba
soñando y tal vez su corazón latía por el de aquel extraño.
***
Cuatro días después del encuentro en el claro del bosque , Ardilla sintió
que sus fuerzas flaqueaban. Ella, tan llena de salud siempre, se sentía fatigada
y no sabía por qué.
Hacía tres jornadas que encontró a a Corazón Leal en el claro del bosque
y, desde entonces, sus pensamientos siempre se dirigían a él. Le gustaba
recordar cómo la tomó de la mano y la sentó a su lado junto al fuego. Aquel
hombre tuvo la audacia de un gran guerrero y la ternura inocente de un pequeño.
Todavía no entendía cómo no se resitió, por qué se quedó sentada a su lado
mientras él la miraba sonriendo.
Cuando él se puso la mano en el pecho y repitió unas palabras extrañas,
ella supo que se estaba presentando, que le estaba diciendo el nombre que le
daban los suyos, pero al ver su mano sobre el corazón, sintió que eso era lo más
importante de él.
Pudo ver en sólo un ademán la lealtad y la nobleza, y se le impuso la
única forma de nombrarlo, Corazón Leal.
Ardilla Roja le señaló y repitió las dos palabras en nawalki, pero se dió
cuenta de que él no podía entenderlas. Hizo entonces un esfuerzo de memoria y
pudo repetírselas en la lengua de los jalaches. Los ojos y la sonrisa de él
llamearon a la vez, y contestó repitiéndolas mientras ponía su mano sobre el
corazón.
El encuentro había sido más que extraño. La desconfianza y la prudencia se
habían perdido entre el humo de la fogata y, aunque en el fondo del corazón de
Ardilla Roja el miedo seguía vivo, no podía salir de allí, estaba atrapado como
el puma en la trampa; y esa trampa, la que sujetaba la desconfianza y el miedo
era la inocencia de aquel hombre fuerte.
A pesar de toda la confianza que Ardilla tenía en Corazón Leal, había algo
que ella no podía entender -¿A qué había venido? ¿Qué pretenía¿" y, sobre todo,
"¿Qué había escondido en el claro del bosque?". Ella no había querido
preguntárselo ara no delatarse, pero ese misterio la inquietaba. Corazón Leal
sólo hablaba de que quería conocer a la gente de su tribu, aprender sus
costumbres y acercarse a su forma de vida. Ardilla Roja no entendía ese interés
"¿Qué tenían ellos qué enseñar a aquel hombre? ¿Para qué le servihía a él
aprender cómo vivían los suyos?". La vida de los hombres blancos debía de ser
mucho más complicada. Sólo con ver los signos que él trazaba en los papeles
cuando hablaba con ella, le daban a entender que aquél hombre poseía una mente
superior a la suya, que podía descifrar mensajes y ver más allá de las montañas
y del cielo, igual o mejor que el viejo Chacal Rayado. Entonces "¿Por qué le
hacía tantas preguntas? ¿Por qué se interesaba así por los suyos y, sobre todo,
por ella?".
Quizás lo que le impedía entenderle era la lengua que se veían obligados a
utilizar ambos. Ninguno de los dos se desenvolvía bien con aquellas palabras,
incluso se podhría decir que Corazón Leal las conocía mejor que Ardilla, que
había logrado olvidar el dolor que le ocasionaban esos sonidos a fuerza de
oírlos con la voz dulce de su amigo.
***
La noche se le había hecho eterna. Hacía ya siete días que Corazón Leal se
había marchado . Ardilla cada vez temía más que él no pudiese volver. MIENTRAS
tanto, los ánimos de la gente de su tribu se iban encendiendo. Chacal Rayado no
dejaba pasar una sola ocasión de apelar al orgullo de su raza ante cualquiera
que le prestara atención, y lógicamente eran muchos los que lo hacían. Además el
consejo de ancianos se reuniría al amanecer. Había dos temas muy importantes a
tratar: cómo asentarse en el territorio señalado y quién sería el guerrero que
tomaría Ardilla Roja como esposa. El primer punto era delicado, pero podía
esperar porque dependía de las indicaciones que los espíritus totémicos diesen a
Chacal al finalizar la luna establecida como plazo; pero la elección del
guerrero había de realizarse ya. El joven que fuese seleccionado tenía que ser
preparado, ¿pero cómo? La verdad es que ni los viejos lo sabían. Hasta el
momento ningún hombre había tenido que ser jefe de la tribu y, aunque su papel
fuese sólo de "consorte", tendría que ser diferente al del resto de los
guerreros.
Había varios candidatos, entre los que destacaban Puma Pintado, TORRENTE
Rojo, Rayo de fuego y Búfalo Valeroso. Ya antes de la reunión del consejo de
ancianos, y sin necesidad de que nadie lo dijese abiertamente, la tribu ya había
empezado a dividirse en bandos, pero, sin lugar a dudas, la mayor parte de la
gente se inclinaba por que el elegido fuese Búfalo Valeroso. Desde hacia muchas
lunas era el que parecía estar más cercano a Ardilla Roja, el que más tiempo
compartía con ella y casi el único al que había permitido acompañarla en algunas
de sus cacerías.
Ardilla Roja no estaba ajena a todo eso, y aquella noche las alas del
pájaro del sueño no se habían acercado a sus ojos. Ella reconocía que todos
llevaban razón, que tendría que tomar como esposo a alguno de aquellos jóvenes
guerreros que, hasta entonces, sólo había mirado como seres a los que ella debía
su atención y su protección. Era verdad que los cuatro eran fuertes, nobles y de
grandes cualidades, y también era cierto que Búfalo Valeroso era entre ellos su
compañero más cercano y con el que tenía una mayor complicidad. Sin embargo, a
Ardilla Roja le inquietaba la sola idea de que su compañero se convirtiese en su
esposo. Además, no sabía muy bien por qué, pero ella pensaba que él tampoco se
sentiría muy cómodo en esa situación y, sin embargo, ninguno de los dos podría
negarse a los designios del consejo, si se establecía la realización del vínculo
entre ambos.
***
Ahora estaban Búfalo Valeroso y Ardilla Roja sentados frente a frente. El
joven intentaba distraer a su amiga hablando de la caza y de sus entrenamientos
en las armas. Pero Ardilla Roja estaba taciturna. No apartaba la mirada del
fuego. Parecía que se estuviese fundiendo con él.
Búfalo se inquietaba por momentos, nunca la había visto así. él tampoco
estaba conforme con la decisión que había tomado el consejo de ancianos, y así
se lo pensaba decir a Ardilla, porque había visto en sus ojos que ella tampoco
lo estaba.
Un rato antes, cuando Lobo Azul le dió la noticia, Ardilla Roja se
enfrentó a él por primera vez, y le habló desafiante:
-Aún los espíritus totémicos no han confirmado que esta sea la tierra señalada.
¿Por qué debo entonces tomar esposo? ¿Por qué habéis gastado palabras y por qué
queréis hacer gastar fuerzas sin razón? Creo que os estáis anticipando a los
espíritus, y eso no será bueno para la tribu, si ellos determinan que sigamos
buscando, el humo de la desilusión nublará los ojos de los nuestros, y tal vez
alguno no se resigne y quiera luchar por una tierra que no es la nuestra.
-Sabes bien que eso es muy difícil, pero, aunque los espíritus negaran ante
todos lo que Chacal dice, sin duda, todo esto es una clara señal de que, si no
es esta la tierra, estamos ya muy cerca. Tú eres la jefa y sabes cuáles son tus
obligaciones para con todos nosotros, no quieras huir ahora como una liebre
asustada.
La comparación con el animalillo le hirió a Ardilla en el corazón de su
orgullo, pero se mantuvo en silencio por respeto y, tal vez, porque no quería
que Lobo Azul pudiese sospechar lo que más la inquietaba.
No había nada que hacer, así que, tal y como mandaban las costumbres para
los prometidos, Búfalo Valeroso y Ardilla Roja salieron del campamento cuando
empezó a bajar el sol. Ahora estaban ahí sentados, al lado del fuego, a cual más
desconcertado. A Búfalo ya no le quedaba nada de que hablar, y Ardilla seguía
ausente, mirando el fuego. Ella era una mujer de pocas palabras, pero esa noche
era una roca llena de lágrimas, y Búfalo lo estaba leyendo en sus ojos.
El joven ya no pudo más, y le puso la mano sobre el brazo para mostrarle
su afecto, pero Ardilla Roja no se movía. La roca de lágrimas parecía
imperturbable, así que Búfalo se decidió a intentar romper aquel pedernal, y le
dijo:
-Sabes que Búfalo Valeroso quiere y respeta a la jefa de su tribu. También sabes
que es un honor para mí el haber sido elegido, pero conoces también que mi
corazón de hombre no pertenece a nadie. Veo que las lágrimas riegan tu espíritu
y quiero saber si hay otro candidato al que tu prefieras, porque yo le cedería a
él este privilegio y, entre los dos, podríamos tal vez convencer al consejo.
Ellos nos han elegido porque pensaban que así respetaban tu gusto y el mío, pero
creo que se han equivocado.
Ardilla lo miró sorprendida. Vió en su rostro el cariño y la comprensión,
y le devolvió una sonrisa de afecto. Aquel joven seguía siendo su cómplice y su
compañero y, al menos él, merecía saber la verdad:
-Búfalo, eres muy leal y valiente al decirme esas palabras. Sabes que Ardilla
Roja también admira tu fuerza y ama tu espíritu noble, pero es verdad que mi
pensamiento vuela al lado de otro hombre. Mi corazón sí está en otro pecho que
no es ni el tuyo ni el mío, pero tampoco es el de ninguno de los candidatos de
la tribu. La elección del consejo es clara y justa contigo, es mi espíritu el
que ya no se doblega a ningún designio extraño a él.
Cuando terminó de hablar Ardilla esperaba encontrar sorpresa y
contrariedad en su compañero, pero no fue así. Búfalo seguía sonriendo
sinceramente. Le tomó las dos manos y le dijo:
-Ardilla Roja, eres mi jefa, pero ahora eres mi compañera y puedo decirte que,
desde que viste a aquel extraño, tus ojos se encendieron y tus fuerzas se
apagaron. Hasta ahora he guardado silencio por respeto, pero veo que ya puedo
hablarte con franqueza: Eres la mujer más valiente de la tribu, y no voy a
hablarte del peligro que corres porque sé que lo sabes, sólo te pido que no
sacrifiques a tu pueblo por los deseos tu corazón. No sé cómo podré ayudarte,
pero ten la seguridad de que lo haré... No debemos decir nada de todo esto al
resto de la tribu. Tendremos que esperar y pedir a los espíritus que nos ayuden
a encontrar una solución.
Entonces, el pedernal que cubría el alma de Ardilla Roja se fue quebrando,
y nació de él un torrente que regó el pecho de su compañero.
***
Faltaban sólo dos días para que finalizase el plazo que el consejo de
ancianos había dado. No era difícil notarlo, las flechas de caza casi se
sostenían en el aire sólido y tenso que rodeaba el campamento.
Corazón Leal no había vuelto. ¿Corazón Leal? se preguntaba Ardilla. Aquel
hombre era peor que los otros hombres blancos. Era como esas hojas
aterciopeladas que hacen arder la piel en cuanto se las roza. Así estaba el
corazón de Ardilla. él dijo que volvería, que la ayudaría a resolver el grave
problema de su pueblo y, lo más importante, él le había confesado que la amaba y
que haría cualquier cosa por ella.
Se lo había dicho apenas unas horas después de conocerla, sorprendiéndola
con su audacia. ¿Eso era amar? Ardilla creyó que sí. Confió en él. No entendíó
sus palabras de acuerdos con jefes blancos, pero entendió que aquel hombre no
podía traerles nada malo ni a ella ni a los suyos. Sin embargo, estaba claro que
se había equivocado. Le preocupaba su gente, la guerra, el casamiento con Búfalo
y todo lo que vendría detras, pero lo peor era la tristeza, la falta de fuerzas
que tenía que sacar de dónde fuese para no perjudicar a los que dependían de
ella.
y todo aquello estaba minando su vitalidad sin que ella apenas se diese
cuenta. Ni su postura, ni su carrera eran las de hacía pocas lunas. Lobo Azul
estaba muy preocupado. Sabía que ella no veía con claridad la premonición de
Chacal y que no quería quedarse allí. Ambos habían hablado y estaban de acuerdo
en que la guerra era la exterminación, pero era prácticamente imposible que
Chacal dejase que su orgullo de gran brujo quedase mancillado.
Era verdad que en aquellas conversaciones Ardilla se mostraba preocupada y
seria, y su mirada se le quedaba un momento prendida a lo lejos. Ella siempre se
refería a la "otra solución", como si pensase que Chacal iba a retroceder en sus
designios.
Sin embargo últimamente las cosas habían cambiado. Ardilla ya no
hablaba apenas, es más, apenas salía de la tienda. Sólo compartían sus silencios
Nieve Plateada, Flor de Rama y Búfalo Valeroso. Al menos parecía que había
dejado de rechazar su casamiento o, más bien, daba la impresión de que le diese
igual.
La preocupación de Lobo Azul le había llevado a consultar a la curandera,
Vuelo de águila, porque veía pasar a Ardilla las noches en vela y los días sin
apenas probar la comida. A consecuencia del requerimiento de Lobo Azul, Vuelo de
águila pidió a Ardilla Roja que fuese a su tienda, pero ella se negó. Sin
embargo Vuelo de águila no era una mujer cualquiera de la tribu, tenía cierto
poder sobre toda la comunidad, incluída la jefa. Podía permitirse preguntar
cuanto pensase que era necesario, y callarse todo lo que supiese, aunque se lo
preguntase el propio consejo de ancianos. Se amparó pues en esto, y se dirigió
ella a hablar con Ardilla. Ambas quedaron solas en la tienda y permanecieron
allí durante muchas horas, hasta la caída del sol. Nadie pudo arrancar ni una
sola palabra de aquello a Vuelo de águila, pero desde aquel momento las sonrisas
que dirigía a Ardilla estaban llenas de complicidad y ternura. Era lo único que
podía brindarle, porque de nada valían sus hierbas para curar el espíritu de
Ardilla.
Había ya demasiadas personas que conocían el secreto del corazón de la
jefa: Búfalo Valeroso, Nieve Plateada, Vuelo de águila, y las jóvenes Flor de
Rama y Luna Amarilla que también guardaban el secreto. Todos se sentían así un
poco más cerca, un poco más unidos y comprendían que, si era muy importante el
destino de su tribu, también lo era el poder curar a Ardilla de su pena.
Llegó el día . El sol estaba en lo más alto del cielo. Chacal Rayado se
había adornado como nunca. Todos estaban espectantes. Esperaban algo más que lo
que habían sido hasta entonces las ceremonias, más aún incluso que la última, a
la que Ardilla no asistió.
Hoy sí estaba allí Ardilla Roja, en pie, al lado de Lobo Azul y
Búfalo Valeroso. Tras ellos estaban sentadas agua rugiente con varios ancianos
más, formando un grupo de privilegio dentro de la tribu. Chacal Rayado tomó de
las manos de Vuelo de águila el cuenco con la bebida sagrada que le pidió que
preparase para él. Cuando terminó de beber, vuelo de águila se alejó unos pasos,
pero sin perder de vista al anciano. Luego se acercó al Pequeño Castor, su joven
discípulo, y se sentó a su lado.
Los cantos de ambos comenzaron. Chacal Rayado se movía lentamente miemtras
repetía unos sonidos incomprensibles. El resto mantenían un silencio que
superaba la ausencia. De pronto, Chacal cayó hacia atrás con los ojos abiertos y
las manos agarrotadas. Era el momento de la revelación final. Todos esperaban
una señal definitiva. Pasaron unos instantes y Chacal no se movía. Vuelo de
águila se atrevió a romper la quietud. Se levantó y se acercó a Chacal,
inclinándose sobre él, tomó sus manos y miró muy seria al joven Pequeño Castor.
ENTONCES éste se levantó también y se acercó a Vuelo de águila que le susurró
unas palabras.
Entretanto seguía sin oírse ni un sólo murmullo. Todos esperaban que se
confirmase lo que estaban sospechando. Vuelo de águila se levantó y,
dirigiéndose a Ardilla Roja, dijo:
-El gran brujo Chacal Rayado a volado con su espíritu junto al sol. Pequeño
Castor será su mensajero para nosotros, igual que chacal Rayado lo fue de
RELINCHO de fuego, y así hasta el principio.
-Todos honramos a su espíritu y cumpliremos con el rito –dijo Ardilla Roja-.
De nuevo se hizo el silencio, pero en la mente de todos estaba una
pregunta que había quedado sin respuesta. Ardilla Roja comprendió que no podía
dejar esa inquietud sobre su pueblo y dijo:
-Sé que esperáis saber cuál será nuestro futuro, pero antes debemos ofrecer a
Chacal Rayado el respeto que su espíritu merece. Hoy los espíritus totémicos no
han venido a señalarnos esta tierra, pero el gran brujo a volado desde aquí
junto a ellos. Deberemos pues permanecer aún en ella y repetir una vez más la
ceremonia dentro de tres días, para poder estar seguros de cuál es el mandato.
Desde ese mismo momento comenzaron los rituales que duraron tres días. En
ese tiempo Ardilla seguía esperando que Corazón Leal volviese. Sentía la muerte
de Chacal, pero aquello, al menos de momento, le había salvado de un destino
angustioso para todos.
Por otra parte, las opiniones de los nawalkis estaban divididas. Unos
pensaban que aquel era un lugar sagrado porque Chacal avandonó en él su cuerpo
en el gran momento de la ceremonia. Por el contrario, otros pensaban que durante
lunas y lunas los brujos nawalkis habían dejado volar sus espíritus en muchos
lugares, y ninguno se había convertido por ello en el territorio sagrado. De
todos modos, todos estaban de acuerdo en que lo mejor era repetir la consulta,
tal y como había dicho Ardilla Roja.
Por fin llegó el día. Pequeño Castor había adoptado un porte muy digno, a
pesar de su juventud y su figura menuda. Repitió lo que tantas veces había visto
hacer a su maestro, y el resultado fue el que se había sucedido a lo largo de la
historia de los nawalkis.
Todos respiraron tranquilos. En el fondo ninguno quería quedarse allí a
costa de luchas y sangre. Ya sin la duda del mandato de los espíritus, todos
sintieron que sus almas nómadas se liberaban y podían seguir caminando.
Pero Ardilla Roja tenía el corazón herido para siempre. Se sentía
engañada y humillada, pero al menos seguía teniendo su libertad. Seguiría
caminando con su pueblo y Búfalo Valeroso quedaría liberado de su compromiso.
Todo lo que había cambiado hacía menos de dos lunas, había vuelto ya a su sitio,
salvo para la jefa de los nawalkis.
Al amanecer debían ponerse en marcha. Sólo les quedaba una noche por pasar
en ese campamento y, por primera vez en varios días, Ardilla Roja durmió durante
toda la noche, aunque se despertó la primera. Dió una vuelta por los alrededores
y se encontró en el claro donde conoció a Corazón Leal. Recordó sus dulces
palabras, su voz y sus manos, y hubiera querido tener entre las suyas algo que
le perteneciese. Entonces recordó que ella le vió enterrar algo cuando lo
encontró por primera vez, y se dirigió hacia el sitio donde debía estar el
paquete.
Después de un rato y sin demasiado esfuerzo, Ardilla Sacó un envoltorio
que ella recordaba más pequeño. Lo habrió y encontró dos rifles, papeles sucios
con dibujos iguales y un montón de hojas pegadas entre sí, como las que él
estaba mirando cuando lo conoció. Se guardó los papeles y las hojas y tomó los
rifles dispuésta a llevárselo todo. Pero de pronto pensó que si él había dejado
todo eso allí sería porque pensaba volver. Guardó todo de nuevo, pero incluyó en
el paquete su colgante de plumas rojas.
Después de enterrarlo, se fue de allí con el corazón aún más destrozado.
Ahora sabía que no la había engañado, él pensaba volver, pero ella tenía que
marcharse, no podía esperarle más. Era la jefa de los nawalkis y debía seguir
con ellos. Ya era bastante peligroso todo el tiempo que habían permanecido allí.
Cuando el sol estuvo alto ya no quedaba rastro del campamento. Todo había
terminado y los nawalkis seguían su camino.
(noviembre de 1997)
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