PRIMERAS COMUNIONES El santo padre Benedicto XVI con los niños de primera comunión, 2005 Hoy, niños y niñas, deben comprender que Jesús entra en su corazón, que los visita precisamente a cada uno. Y, junto con Jesús, Dios mismo estará ustedes. Este es un don de amor que realmente vale mucho más que todo lo que se puede recibir en la vida; así deben sentirse realmente feliz, porque Jesús va venir a ustedes. Y comprendan que hoy comienza una nueva etapa de su vida y es importante que permanezcan fieles a este encuentro, a esta Comunión. Prometan al Señor: “Quisiera estar siempre contigo” en la medida de lo posible, y pídanle: “Pero, sobre todo, está tú siempre conmigo". Y si permanecen fieles el Señor los levará siempre de la mano y les guiará incluso en situaciones difíciles. Así, esta alegría de su primera Comunión ha de ser el inicio de un camino recorrido juntos. Espero que para todos ustedes, la primera Comunión, que van recibir en este día, sea el inicio de una amistad con Jesús para toda la vida. El inicio de un camino, juntos, porque yendo con Jesús vamos bien, y nuestra vida es buena. Ahora respondamos a una pregunta frecuente ¿debo confesarme todas las veces que recibo la Comunión? ¿Incluso cuando he cometido los mismos pecados? Dos cosas: La primera, naturalmente, es que no debes confesarte siempre antes de la Comunión, si no has cometido pecados tan graves que necesiten confesión. Sólo es necesario en el caso de que hayas cometido un pecado realmente grave, cuando hayas ofendido profundamente a Jesús, de modo que la amistad se haya roto y debas comenzar de nuevo. Sólo en este caso, cuando se está en pecado ‘mortal’, es decir, grave, es necesario confesarse antes de la Comunión. Segundo: aunque, como he dicho, no sea necesario confesarse antes de cada Comunión, es muy útil confesarse con cierta frecuencia. Es verdad que nuestros pecados son casi siempre los mismos, pero limpiamos nuestras casas, nuestras habitaciones, al menos una vez por semana, aunque la suciedad sea siempre la misma, para vivir en un lugar limpio, para recomenzar; de lo contrario, tal vez la suciedad no se vea, pero se acumula. Algo semejante vale también para el alma, para mí mismo; si no me confieso nunca, el alma se descuida y, al final, estoy siempre satisfecho de mí mismo y ya no comprendo que debo esforzarme también por ser mejor, que debo avanzar. Otro punto. El Domingo obliga la santa Misa. La eucaristía del Domingo fundamenta y ratifica toda la práctica cristiana. Por eso los fieles están obligados a participar en la eucaristía los días de precepto, a no ser que estén excusados por una razón seria (por ejemplo, enfermedad, el cuidado de niños pequeños) o dispensados por su pastor propio (cf. CIC, can. 1245). Los que deliberadamente faltan a esta obligación cometen un pecado grave. Debemos ir a la santa misa con frecuencia y recibir la Comunión. Las personas que no van a la iglesia no saben que les falta Jesús. Pero sienten que les falta algo en su vida. Si Jesús está ausente en mi vida, me falta una orientación, me falta una amistad esencial, me falta también una alegría que es importante para la vida. Me falta también la fuerza para crecer como hombre, para superar mis vicios y madurar humanamente. Jesús es el pan de vida. Nosotros, como personas humanas, no sólo tenemos un cuerpo sino también un alma; somos personas que pensamos, con una voluntad, una inteligencia, y debemos alimentar también el espíritu, el alma, para que pueda madurar, para que pueda llegar realmente a su plenitud. Así pues, si Jesús dice “yo soy el pan de vida”, quiere decir que Jesús mismo es este alimento de nuestra alma, del hombre interior, que necesitamos, porque también el alma debe alimentarse. Necesitamos la amistad con Dios, que nos ayuda a tomar las decisiones correctas. Necesitamos madurar humanamente. En otras palabras, Jesús nos alimenta para llegar a ser realmente personas maduras y para que nuestra vida sea buena. Finalmente nos preguntamos ¿Es suficiente con lo que han aprendido, en estos meses, para hacer la Primera Comunión? La formación y crecimiento integral de la persona es indispensable para cualquier ser humano, y en especial, para los cristianos. Debemos preocuparnos por acrecentar nuestros conocimientos en la verdad, en la fe y en la doctrina de la Iglesia. Para crecer en estatura necesitamos alimento, para crecer en espíritu es necesaria la oración y la perseverancia en los sacramentos, y para crecer en sabiduría necesitamos una formación constante. La ignorancia religiosa o la deficiente asimilación vital de la fe dejarían a los bautizados inermes frente a los peligros reales del secularismo, del relativismo moral o de la indiferencia religiosa. El mundo sufre males dolorosísimos, pero pocos tan transcendentales como la ignorancia religiosa, en todas sus clases; urgen en la sociedad enérgicos remedios, pero pocos tan urgentes como la difusión del Catecismo... 2