El tallo de Jesé. El autor. D. Luis Vera Ordás, de 97 años, es sacerdote y Canónigo Magistral de la Catedral de Málaga. Desde pequeño sintió la llamada del Señor e ingresó en el seminario de Segovia. Tras varios años, dejó la austera y castellana ciudad del Acueducto y marchó a Málaga, donde el afable Mediterráneo le rodeó de luminosidad y calidez. Allí continuó su formación. Sencillo y llano, pero al mismo tiempo dotado de gran talento y profunda inteligencia, fue enviado, allá por los años veinte del siglo pasado, a Roma, para ampliar conocimientos. Después de varios e intensos años de estudios, se doctoró en Teología, e inmediatamente fue ordenado sacerdote, celebrando su primera Misa en las Catacumbas de Santa Priscila, un 20 de Marzo de 1931. Al volver en el verano de aquel año, se encontró una España y en concreto a Málaga, agitadas y convulsas. La persecución religiosa que comenzó al mes de estrenarse el régimen republicano, había convertido las muchas iglesias, conventos y edificios religiosos de la ciudad en negruscas ruinas tiznadas de odio. Con este panorama, comenzó a ejercer su labor sacerdotal como coadjutor de la Parroquia de los Mártires, en aquellos agrios, duros y sombríos años. En julio de 1936, fue encarcelado como miles de sacerdotes, religiosos y cristianos “de a pie”, por el mero hecho de creer en Cristo, en una de las persecuciones religiosas más cruentas que se han producido en todos los tiempos. A punto de morir fusilado en varias ocasiones, simplemente por su condición de sacerdote, vivió meses de terrible angustia y miedo, contemplando impotente, como eran ejecutados muchos amigos, compañeros y conocidos. Tras la contienda civil, ejercerá como párroco y como profesor de Teología en el Seminario de Málaga. Persona inteligente, de vasta cultura y dotes pedagógicas, fue inmejorable profesor para cientos de seminaristas que pasaron por sus clases y que le recuerdan siempre, con respeto, admiración e inmenso cariño. Eran tiempos felices. En los años turbulentos del postconcilio, al tener que dejar la docencia en el seminario, hijo fidelísimo de la Iglesia, fue un ardiente defensor de Ésta, frente a las desviaciones de todo tipo que se produjeron en dicha época, sin temer consecuencia alguna. Por ello se encontró en plena madurez intelectual y personal, sin nada que hacer... Este inmenso vacío lo suplirá, convirtiéndose en organizador y director de peregrinaciones a Tierra Santa. En 103 ocasiones fue conductor y guía de peregrinos, sintiéndose inmensamente feliz con este cometido, ya que conjugaba a la perfección, en estos viajes, sus dos vocaciones: las de párroco y profesor. Enamorado por completo de la Tierra de Jesús, la visitará más veces a nivel particular y se convertirá en un experto conocedor de la geografía, la historia, el arte, la cultura... de la zona. Allí es querido y recordado por muchos musulmanes y judíos. Y de manera especial por los sufridos y heroicos, en estos últimos años, árabes cristianos, así como por muchos franciscanos, pertenecientes a la Custodia de Tierra Santa, por los que profesa un enorme cariño y simpatía. La edad, con sus impedimentos lógicos y algunos problemas de salud, unidos al conflicto entre israelíes y palestinos que conmociona el Próximo Oriente, han impedido que pudiera continuar su relación de intenso amor con los lugares que enmarcaron existencialmente la vida de Jesucristo. Desde hace dos años, D. Luis vive en la residencia sacerdotal que el Obispado posee en el centro de la ciudad. Desde su habitación, además de recordar permanentemente, con inmenso cariño filial, a su queridísima madre, tan unida a él en vida, de añorar las bellísimas vistas del puerto de Málaga y del mar, con las que disfrutaba todos los días desde su casa del Muelle de Heredia, abandonada con gran dolor, pues sus limitaciones personales le impedían vivir sólo en aquel queridísimo rincón, escribe en la actualidad, ( en una guerra sin cuartel con el ordenador y las cataratas), su última obra: una original, didáctica y amena biografía de Jesucristo. Biografía que está prácticamente finalizada, a la espera de que alguien le conceda la dicha de verla publicada, antes de celebrar sus bodas sacerdotales de Diamante... Reseña de su libro “ El tallo de Jesé”. Este último, por ahora, libro de D. Luis, supone la cristalización por escrito de varios años de trabajo y estudio concienzudos y de una posterior adaptación del fruto de ese gran esfuerzo, a un lenguaje y a un género literario que suponen una incitación a su lectura, amenísimas e interesantes páginas, donde lo didáctico viste una ropa divertida y simpática, llena de sencillez y ternura. Literariamente, el autor viaja a través del tiempo en cada capítulo, convive con los personajes del momento en que se incrusta y nos narra todo lo que ve y escucha. Curioso, sus preguntas sobre muchas e interesantes cuestiones, son satisfechas por sus “amigos de cada época”. Finalmente plasma también, las reflexiones y conclusiones que obtiene al respecto. Pero no todo son viajes, el libro tiene también una parte expositiva para determinados asuntos que lo merecen. En el prólogo, se marca tres objetivos para esta obra, que cumple con creces, cuando el lector ha finalizado la lectura de la misma: 1. Dar una visión de las principales etapas históricas de Israel, en particular aquellas que más han influido en la formación de los libros sagrados. Resaltar la diferencia entre el Israel anterior y posterior a la cautividad babilónica. Insistir en lo que significa el judaísmo, la ideología en gran parte reinante en tiempos de Jesús, y que ha constituido durante veinte siglos, la esencia de lo judío. 2. Exponer el nacimiento y fin de cada libro sagrado, y la constitución de la figura del sacerdote judío. Describir el profetismo y carácter de los principales profetas. 3. Sintetizar una serie de cuestiones marginales, de las que oímos hablar pero de las que nos falta una visión de conjunto. Por ejemplo las leyendas babilónicas relacionadas con la Biblia o la historia universal en sus conexiones con la de Israel. Para el autor, Israel no tiene otra razón de ser que la de traer o recibir a Cristo. Dios lo fue preparando, etapa por etapa, en una historia ordenada para que un día en una cueva de Nazaret se pudiera escribir: “ Hic Verbum Dei caro factum est”. Dios, sin violentar la voluntad del hombre sabe dirigir la historia con suavidad. Al adoptar a Israel se propuso como fin el conseguir que cuando viniera su Hijo, existiera una parcela poseedora de la verdad y conocedora de la virtud para que su entrada y el inicio de su misión, fuera, natural, y suave. Para eso dejó correr la historia, y en cada momento le dedicó los cuidados oportunos. La obra de Dios se inicia forjando un pueblo que sea un islote monoteísta, en un mundo que ha errado en el concepto de lo divino. Para ello necesita reunir una masa de personas, darles una organización civil, y un territorio. Y además educarlos en la fe. La masa la consigue, lentamente, desde Abrahán. La forja en Egipto. Sin violentar la historia, los saca de él, para organizarlos en el Sinaí. Allí les entrega su Ley Moral. El territorio se lo facilita en una obra iniciada por Josué y terminada en tiempos de los jueces. Desde este tiempo, hasta los días de la cautividad en Babilonia, infidelidades y arrepentimientos trenzan la historia y en ella se conservó lo que Dios quería. Un focolare, para su fe y moral. En este periodo, siempre habrá un rey o un profeta que conserven esa fe y moral. Así para cuando lleguen los días de la penitencia purificadora, la semilla y el huerto se salvan. Tras la purificación babilónica, conseguida la libertad, maestros y profetas le dan el último toque. Además, unos siglos de aislamiento lo preservan, y aquel pueblo, antes rebelde, al llegar la persecución griega acepta el martirio antes que negar su fe. Un poco más de tiempo, y cuando aparezca Cristo, Israel no encontrará en el mundo quien pueda parangonarse con él, en cuanto a una fe pura y una moral limpia. Dios había sabido conocer los tiempos, y conseguir su fin: Israel está a punto para recibir el Mensaje que trae un judío, Cristo. Y para predicarlo, y de eso se encarga otro judío: Pablo. El Israel de Dios ha cumplido su misión.