Experiencia ‘Montagne’ (para tu reflexión personal) Extracto de ‘Agua de la Roca’ 8. Marcelino tenía también una honda conciencia del amor de Jesús y María hacia los demás. Esto inspiraba en él una pasión de apóstol. Y dedicó su vida a compartir este amor. En el encuentro de Marcelino con el joven moribundo Juan Bautista Montagne vemos la impresión que le causó contemplar a un muchacho que se hallaba en los últimos momentos de su vida y no conocía el amor que Dios le tenía. 9. Este episodio fue para Marcelino una llamada de Dios. Su compasión le movió inmediatamente a poner en práctica su intuición fundacional: ¡Necesitamos hermanos!18 A los cuatro meses de su ordenación sacerdotal, esta experiencia evidenciaba las necesidades que acuciaban a los jóvenes y confirmaba la idea de darles respuesta a través de un grupo de abnegados evangelizadores. Ellos llevarían la buena noticia de Jesús a quienes estaban en los márgenes de la Iglesia y la sociedad. 10. Marcelino respondía con dedicación y de forma práctica y efectiva a las necesidades que veía a su alrededor. Esa respuesta estaba modelada también por el Proyecto que compartían los primeros maristas, quienes soñaban con una nueva manera de ser Iglesia, como habían prometido en Fourvière. Extracto de ‘Entorno a la misma Mesa’ 41. Nuestro corazón late en sintonía con la pasión de Marcelino, que se manifiesta hoy en las palabras que el H. Seán Sammon, Superior, dirige a los hermanos: Vivir y trabajar en medio de los jóvenes; evangelizar primariamente a través de la educación y a veces por otros medios; y demostrar una preocupación particular por los niños y jóvenes pobres, los que viven en las orillas de la sociedadi. 42. Esta es nuestra misión: contribuir a que las nuevas generaciones descubran el rostro de Dios y tengan vida en abundancia. Siguiendo las huellas de Champagnat, también nosotros debemos responder al grito de los Montagne que tenemos alrededor. No podemos ver un niño sin amarle y decirle cuánto le ama Dios. - Consagramos el mundo ayudando a los jóvenes a descubrir el sentido de su existencia y a ser capaces de tomar la vida en sus manos, a la luz de la fe. - Somos profetas con los jóvenes anunciándoles que la vida en sí misma es maravillosa, que vale la pena luchar por construir un mundo mejor. Les animamos a ser críticos con la sociedad que les rodea y les invitamos a comprometerse a transformar ese sueño en realidad - Somos también servidores de los jóvenes, estando junto a ellos y siendo referencia para sus vidas, permaneciendo atentos a sus necesidades y acompañándoles en sus aciertos y errores, en sus dudas y aspiraciones. Extracto de ‘Dar a conocer a Jesucristo y hacerlo amar’ (Bro. Sean Sammon, 2006) Loire, a la que pertenece La Valla, pintaba este inquietante cuadro sobre el estado de la educación: “Los jóvenes viven en la más espantosa ignorancia, entregados a un vagabundeo alarmante”.23 Estas circunstancias debieron pesar mucho en el corazón de Marcelino aquella mañana en que le llamaron a la cabecera de la cama del joven Jean Baptiste Montagne, que se estaba muriendo. También le vendría a la mente el decreto que había firmado Luis XVIII en 1816 estableciendo que cada parroquia facilitase la educación primaria a todos los niños, incluidos los de familias que no podían pagar. De alguna manera, el encuentro con el muchacho moribundo ayudó a Marcelino a ver más claramente la misión que el Espíritu había dispuesto para él. Tenía ante sus ojos una víctima de la exclusión. Su necesidad de consuelo e instrucción en las verdades de la fe determinaron la respuesta del fundador hasta consumir en ese empeño su vida. Así como no cabe la menor duda de que al poner en pie nuestro Instituto el fundador trataba de solucionar la falta de una adecuada instrucción religiosa entre los niños y jóvenes pobres de la región, también hay razones para creer que su visión iba más lejos. Para él la educación era algo más que un proceso de transmisión de datos y conocimientos o incluso de elementos de nuestra fe. Él la entendía, sobretodo, como una herramienta poderosa para formar y transformar las mentes y los corazones de los niños y jóvenes. En ese sentido escribió: “Si nos limitáramos a enseñar las ciencias profanas, no tendrían razón de ser los Hermanos; eso ya lo hacen los maestros; si sólo nos propusiéramos la instrucción religiosa, nos limitaríamos a ser simples catequistas”. “Nuestro propósito es más ambicioso; aspiramos a inculcar en los niños espíritu, sentimientos y costumbres religiosas, las virtudes del buen cristiano y del honrado ciudadano. Para conseguirlo, debemos ser auténticos educadores, conviviendo con los niños el mayor tiempo posible”. Extractos tomados de la Tesis del Hno. David Hall Cuando Marcelino visitó al niño moribundo, Jean-Baptiste Montagne, estaba fuera de sí. ¿Cómo puede ser posible? ¿Cómo puede un país, supuestamente liberado por la revolución, permitir que un joven de dieciséis años muera sin saber leer, sin conocer al Dios que encontrará después de su muerte? “Necesitamos hermanos”, dijo a sus compañeros sacerdotes, mas ellos no entendieron. Lo ignoraron inicialmente, lo desanimaron después, pero terminaron dándose por vencidos, dejando que Marcelino siguiera “a modo suyo”. …A los cuatro meses de haber asistido al niño moribundo, Marcelino acoge a los dos primeros candidatos en una casa en la aldea de Lavalla. Él no tenía una Regla, ni Constituciones, no tenía dinero, ni un plan definitivo, pero estaba convencido de poner fin al sufrimiento de su pueblo… Observa el sufrimiento en el rostro de Marcelino, sosteniendo en sus brazos el cadáver del joven Montagne. Aparece más que entristecido por la muerte de un joven, no inusual en la Francia rural del siglo XIX, donde el rudimentario servicio médico de las ciudades no existía en la remota zona de Maisonettes. El sufrimiento de Marcelino es profundo y duradero. No es una muerte más en medio de tantas otras. Este es un niño de Dios, es un ser precioso a quien se le han negado cuidado y oportunidades que deberían estar al alcance de todos. A partir de ese momento él jura que “esto jamás volverá a suceder”. De acuerdo con su primer biógrafo, Marcelino se sintió obligado a actuar con prontitud. “Marcelino se obsesionó, con firme vehemencia, con la idea de fundar una Sociedad de Hermanos que aliviara tragedias como esta, mediante la educación cristiana de los jóvenes”…. …Tal y como hacían los profetas, ellos también se adaptaron a las personas y a las necesidades de su tiempo y respondieron de acuerdo a estas. Se necesitaban profesores y maestros comprometidos en difundir el reino de compasión de Dios, un pueblo de justicia y misericordia. En la Francia del siglo XIX esto significaba fundar una orden de religiosos o religiosas. Tal vez en un momento y un lugar diferente, Marcelino hubiera optado por una respuesta diferente, pero esta era la manera más práctica de cumplir con lo que se tenía que hacer. A Marcelino le preocupaba poco que su plan original no contemplara tener hermanos en la docencia, pero él insistió e insistió. Sus cohermanos resistieron y resistieron. Pero él siguió insistiendo y al final se dieron por vencidos y sugirieron que fuera y lo hiciera él mismo. Finalmente, triunfó su poca “paciencia frente a la injusticia”… ..Aunque Marcelino tuviera los pies en la tierra, tenía su mirada puesta en Dios. Su disposición e intuición, su llamado y fundación iban más allá de sí mismo. Cuando el niño Montagne muere, el dolor de Marcelino es el dolor y la compasión de Dios manifestada en él… … Marcelino tiene en sus brazos al niño Montagne como si fuera una ofrenda a Dios. La situación parece desesperada; Marcelino es inexperto, tiene pocos recursos y puede ofrecer poco apoyo emocional o moral. Su fuerza es su inquebrantable fe en Dios. No es sorprendente que el Salmo 127 sea su ‘mantra’: “Si el Señor no edifica la casa, en vano se esfuerzan los albañiles” (Salmo 127:1). En una situación que parece desesperada, Marcelino da esperanza. Es esperanza, como explica Walter Brueggemann, “arraigada en la certeza de que Dios nunca nos abandona, ni siquiera cuando la evidencia nos demuestre lo contrario”.