Colegio Técnico Profesional Darío Salas Chillán “Donde viven los

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Colegio Técnico Profesional
Darío Salas Chillán
“Donde viven los verdaderos valores”
CHILLÁN
Lucía: ¿podemos ser amigos?
(Crónicas del mejor amigo, parte 1)
Lunes 19 de Noviembre
Mi padre es una de esas personas que no cree en las amistades entre hombres y
mujeres. Él afirma que algo así no puede ser posible porque, tarde o temprano, uno de
los dos involucrados va a querer algo con el otro. Además de que no se puede ser
objetivo con alguien del que está enamorado. Al igual que otras lecciones de mi padre,
crecí negando esta idea y tratando de buscar mil y un ejemplos exitosos de buenas
amistades entre géneros opuestos.
No obstante, hace unos años, estuve a punto de ceder mi posición y aceptar que mi papá
tenía razón. En ese tiempo, yo tenía una muy buena amiga, Irene, a quien le contaba todos
mis problemas y trataba de ser recíproco al respecto. Irene y yo trabajábamos en una
empresa que empleaba a más gente del número de autos que podía albergar en su
estacionamiento, por lo que rentaban uno alternativo que estaba a varios kilómetros del
edificio corporativo. Todas las mañanas teníamos que dejar el coche allí, para después
tomar un camión —conducido por un hombre de por lo menos 90 años—, que nos llevaba a
la oficina.
Un día subió una chica a la que no habíamos visto antes. Era joven, tenía el pelo sujetado
con una liga y traía puesto un abrigo grueso con capucha para hacerle frente al intenso frío
del amanecer. Sus ojos eran enormes, de un color que se debatía entre el verde y el oro.
Estaba absolutamente concentrada en la música que reproducía su iPod y ni siquiera notó
nuestra presencia.
—Ha de ser nueva —me susurró Irene—. ¿Te gustó verdad?
Asentí con la cabeza; mi amiga me conocía bien.
La mañana siguiente me quedé dormido y llegué muy tarde al trabajo. Me subí al transporte
en el estacionamiento alterno y me encontré al conductor dormido. Lo desperté y de
inmediato el viejo echó a andar el camión. En ese momento se escuchó un chiflido
estruendoso que pasó desapercibido por los oídos del chofer. Le señalé que venía alguien
corriendo detrás de nosotros y detuvo su vehículo. Agitada, subió la joven del iPod del día
anterior.
—Gracias —dijo recuperando el aliento—, pensé que no llegaba.
Se sentó en la fila atrás de mí y se presentó.
—Soy Lucía.
—Anjo— dije yo.
—Mucho gusto —contestó Lucía antes de volverse a poner los audífonos.
—¿Qué escuchas? —interrumpí.
—De todo, ahorita Hombres G.
—Me encanta Hombres G, crecí con ellos —respondí emocionado.
Durante el breve trayecto platicamos de cualquier cosa y antes de que nos bajáramos le
pregunté:
—¿Cuál es tu anexo?
Cuando le platiqué más tarde a Irene de esto, mi amiga se me quedó viendo incrédula.
—¿Le pediste su anexo? No hay nada más oficinista que eso —me dijo.
—Ya sé, no se me ocurrió otra cosa —respondí avergonzado.
—Jamás saldrá contigo —sentenció ella.
Irene tenía uno de los diagnósticos más acertados en cuanto a relaciones, pero, por fortuna,
con Lucía se equivocó. Le marqué a su anexo y tras una negociación intensa me invitó a un
karaoke en la noche. También fui con ella el siguiente fin de semana a comprar una hamaca
y a tomar unas cervezas. Incluso me pidió que la acompañara a una boda que tenía en unos
días.
—Y, ¿ya la besaste? —preguntó Irene al enterarse de nuestros planes.
—No, no se ha dado el momento —le respondí.
—Eso es porque eres su amigo —me contestó enfática—. No le gustas.
—¿Y la boda? —especulé—. Invitar a alguien a una boda es especial.
—Sí, cuando no tienes nadie más con quién ir.
Ignoré a mi amiga y de todas formas fui a la dichosa boda. Pasé por Lucía puntual y,
mientras la esperaba afuera de su casa, acomodé el nudo de mi corbata y revisé que mi traje
estuviera impecable.
—Qué guapo —me dijo al salir.
—Gracias, tú también te ves muy bien —respondí.
A pesar de que no soy un asiduo a ese tipo de eventos, encontré la ceremonia emotiva.
Lucía me platicó que los novios eran de países y religiones diferentes, y que ese
matrimonio era la consagración de muchos infortunios. Con semejante contexto la fiesta no
decepcionó, y todos los familiares y amigos cercanos a la pareja entraron en modo festivo.
Todos menos Lucía.
—¿Quieres bailar? —le pregunté.
—No gracias, me matan los tacones —respondió.
Nos quedamos solos en la mesa viendo al resto de los invitados acribillar la pista. Lucía se
veía cansada, fastidiada e inmersa en sus propios pensamientos. De repente rompió el
silencio.
—¿Te puedo preguntar algo? —me dijo.
—Claro —respondí.
—¿Crees que besar a alguien en la primera cita es muy osado?
Me quedé pensando en si quería que la besara, pero recordé que esta no era nuestra primera
cita. Lucía siguió:
—Ayer salí con un chavo que me gusta mucho. Nos pusimos borrachos y lo besé.
¿Estuvo mal?
Sentí una mezcla entre rabia, envidia y frustración, al tiempo que recordaba los sermones
de mi padre. A pesar de la situación, seguía firme en mi postura, pensé que sí se puede
tener amigas mujeres, sólo que yo no quería una más. Después de esa noche decidí no
volverle a hablar, pero Lucía tenía otros planes.
(Continuará el próximo jueves...)
Unidad de Orientación
Preguntas:
1.- ¿Te sientes identificado con algo de esta historia?
2.- ¿Crees tú, que lo hecho por Lucía estuvo mal?
3.- ¿Qué valores, temores o angustias puedes ver en este relato?
4.- ¿Qué es para ti la amistad?
5.- ¿Cómo crees que sigue la historia?
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