Entre dos mundos En una oscura y lluviosa noche de navidad, la claridad de sus ideas desapareció. Blanca deambulaba por las encharcadas calles de su pueblo, herida. Su corazón sangraba, sus huesos se destrozaban poco a poco, mientras ella perdía la esperanza… Y su corazón se paraba. Su melena rubia se movía al son de su cuerpo, decaído. Andaba buscando la verdad, aquella que tan lejos tenía. Su pequeño y delgado cuerpo comenzó a desvanecerse entre las finas gotas de agua que caían desde el oscuro cielo. Sus ideas, recuerdos, se perdían al tiempo que su corazón dejaba de latir, lo sentía… Le dolía. Pasaba el tiempo y todo era extraño para ella, no se reconocía, no sabía ni donde estaba, ni quien era. Lo notó, su cuerpo ya no le pertenecía, estaba fuera de él, viendo a las otras personas a su alrededor, pero ellas no la veían a ella. Era como si estuviera bajo una capa de invisibilidad, siempre lo había deseado, pero en ese momento le aterraba, no se la podía quitar, no existía. Al fondo de la calle, una puerta la observaba, la esperaba, las personas que pasaban por allí la traspasaban sin problemas, como si fuera invisible, como si de un espejismo se tratara. Cuando llegó a ella, chocó contra el muro, la puerta desapareció unos segundos antes de que la joven llegara. Miró hacia arriba contemplando como ese muro llegaba hasta el cielo, no había salida. Notó como si algo se estuviese moviendo a su espalda, otro muro la estaba atrapando, acechándola. Tenía una sensación de agobio que no la dejaba respirar, aquel muro se estaba acercando poco a poco. Golpeó, peleó, chocó una y otra vez contra esa pared que le impedía el paso, mientras que a su espalda el otro muro que llegaba al cielo también se acercaba, dejándole menos espacio, agobiándola, atosigándola, matando poco a poco su respiración. Sus ojos se vieron empañados por lágrimas de desesperación, había perdido totalmente la esperanza por traspasarla, se dio por vencida dejándose caer sobre la pared como si de un cuerpo muerto se tratara y la pared desapareció, dejándola caer sobre el húmedo suelo. Eran días de esperanza y amor, la navidad, pero ella la había perdido toda. No sabía donde estaba, ni hacia donde iba, nadie la veía, nadie la sentía, y no recordaba si alguien la quería. No le quedaba nada y lo único que tenía, su alma, se iba evaporando, al tiempo que todo se acababa sentía como si ella no fuera nada, si todo no tuviera sentido, sin recuerdos todo lo que estaba pasando no tenía ningún fin, no tenía vida. Se deslizó por el suelo, sin levantar sus ojos azulinos… La lluvia aumentó su intensidad, pero ella no lo notaba. Finalmente se desplomó totalmente, mirando fijamente un cartel que tenía frente a ella. Pudo ver como una familia disfrutaba de la navidad, un anuncio para las compras navideñas, todos parecían tan felices que le provocó un electrizante dolor por toda su alma. La navidad se mostraba como un tiempo para la felicidad, para las celebraciones, pero ella ni siquiera tenía una vida que vivir. Ni tiempo de celebrar, ni qué disfrutar, sólo una pesadilla que afrontar. Cerró sus ojos, no quería ver nada más, se rindió, le daba igual lo que pasara, no había nada peor que ello. Pero algo la alertó, una voz, en un principio no sabía de quien era, pero fue la llave para abrir el baúl de los recuerdos. “Lucha, Blanca, por favor” Esas palabras le dieron fuerza para intentar encontrar la puerta que antes se había desvanecido delante de ella. Levantó la mirada, buscando aquella voz, pero a su alrededor no había señal de vida, como si el mundo estuviera en sus manos, la única habitante de aquel universo. Corrió siguiendo aquellos sonidos, aquellas palabras “Respira, ¡venga!”. Las palabras pararon y sintió una escalofriante pero dulce sensación en su rostro, como si la estuvieran acariciando, llevó sus manos a sus labios y cerró los ojos, su cuerpo se estremeció. Pero allí seguía, sola… En ese desesperante momento, donde no sabía qué hacer, un rayo azul cayó del cielo, a pocos metros de ella, tenía tanto miedo que se dejó caer sobre el suelo. Se fue acercando poco a poco y allí lo pudo ver todo, su cuerpo, desmayado, sin vida, sobre el suelo. Se acercó hasta que estuvo a pocos centímetros de su propio rostro, la lluvia paró, las nubes se retiraron y la luna brilló con todo su esplendor. No sabía qué hacer, ya no oía más aquellas palabras, tenía su propio cuerpo delante, pero no había nada que se le ocurriera para volver a sentirse libre, con vida. La impotencia llenó su rostro de lágrimas, se levantó, y ese movimiento provocó que una lágrima cayera hacia su cuerpo tumbado. Esa lágrima iluminó el cuerpo, una luz resplandeciente hizo brillar todo lo que tenía a su alrededor, era la señal para que cuerpo y alma se volvieran a juntar. Blanca sintió el impulso, la atracción hacia su propio cuerpo, sentía miedo, pánico, podría ser el final, el principio o la continuación, pero tenía claro que si no iba lo lamentaría… Se situó delante de sus pies y se dejó caer hacia su cuerpo. De nuevo pudo exhalar aire, respiró, volvió a la vida. El caos la rodeaba, un coche totalmente destruido estaba a pocos metros de ella y entonces la misma voz de antes la calmó “Por favor, aguanta, ya vienen”, sus manos estaban llenas de sangre, que provenía del pecho de la chica. Su llanto le dio esperanza, la quería, a pesar de lo que estaba pasando, aquel anuncio de la familia feliz no era tan irreal para ella, sintió la felicidad absoluta al volver con él. Blanca cogió todo el aire que pudo y pronunció unas palabras que derrocharon dolor y esperanza “Gracias… Por hacerme feliz… Es todo lo que deseaba.” El chico sujetó su rostro sin dejar de taponar la herida, estaba confundido, no sabía que decir, siguió a su corazón. “Mi felicidad eres tu, mírame, no te vayas, ¡mírame!” La mirada de Blanca cada vez estaba más perdida, desorientada, una última lágrima calló por la mejilla de la joven chica, mientras pronunciaba con la mirada perdida y entre jadeos… “Feliz Navidad, Te quiero…” Manu Muñoz Córdoba 2ºBCT