El Mejor Padre

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Aunque David se arrepintió de su pecado, y fue perdonado y aceptado por el Señor, cosechó la
funesta mies de la siembra que él mismo había sembrado. . . En su propia casa se debilitó su
autoridad y su derecho a que sus hijos le respetasen y obedeciesen. Cierto sentido de su
culpabilidad le hacía guardar silencio cuando debiera haber condenado el pecado; y debilitaba su
brazo para ejecutar justicia en su casa. . .
Los que señalando el ejemplo de David, tratan de aminorar la culpa de sus propios pecados,
debieran aprender de las lecciones del relato bíblico que el camino de la transgresión es duro.
Aunque, como David, se volvieran de sus caminos impíos, los resultados del pecado, aun en esta
vida, serán amargos y difíciles de soportar (Patriarcas y Profetas, págs. 782, 783).
Dios quiso que la historia de la caída de David sirviera como una advertencia de que aun aquellos a
quienes él ha bendecido y favorecido grandemente no han de sentirse seguros ni tampoco
descuidar el velar y orar. Así ha resultado para los que con humildad han procurado aprender lo
que Dios quiso enseñar con esta lección (Patriarcas y Profetas, pág. 783). 181
Lev. 10: 1-11.
Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario, y pusieron en ellos fuego, sobre el cual
pusieron incienso, y ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que él nunca les mandó. (Lev. 10: 1).
Después de Moisés y de Aarón, Nadab y Abiú ocupaban la posición más elevada en Israel. Habían sido
especialmente honrados por el Señor, y juntamente con los setenta ancianos se les había permitido
contemplar su gloria en el monte. Pero su transgresión no debía disculparse ni considerarse con
ligereza. Todo aquello hacía su pecado aún más grave. Por el hecho de que los hombres hayan recibido
gran luz, y como los príncipes de Israel, hayan ascendido al monte, hayan gozado de la comunión con
Dios y hayan morado en la luz de su gloria, no deben lisonjearse de que pueden después pecar
impunemente; no deben creer que porque fueron así honrados, Dios no castigará estrictamente su
iniquidad. Este es un engaño fatal. La gran luz y los privilegios otorgados demandan reciprocidad, que
debe manifestarse en una virtud y santidad correspondientes a la luz recibida. Dios no aceptará nada
menos que esto. Las grandes bendiciones o privilegios no debieran adormecer a los hombres en la
seguridad o la negligencia. Nunca debieran dar licencia para pecar, ni debieran creer los favorecidos
que Dios no será estricto con ellos. . .
En su juventud, Nadab y Abiú no habían sido educados para que desarrollaran hábitos de dominio
propio. . . Los hábitos de complacencia propia, practicados durante mucho tiempo, los dominaban de
tal manera que ni la responsabilidad del cargo más sagrado tenía poder para romperlos. No se les había
enseñado a respetar la autoridad de su padre, y por eso no comprendían la necesidad de ser estrictos
en su obediencia a los requisitos de Dios. La equivocada indulgencia de Aarón respecto a sus hijos,
preparó a éstos para que fueran objeto del castigo divino.
Dios quiso enseñar al pueblo que debía acercarse a él con toda reverencia y veneración y exactamente
como él indicaba. El Señor no puede aceptar una obediencia parcial. No bastaba que en el solemne
tiempo del culto casi todo se hiciera como él había ordenado. . . Nadie se engañe a sí mismo con la
creencia de que una parte de los mandamientos de Dios no es esencial, o que él aceptará un sustituto
en reemplazo de lo que él ha ordenado (Patriarcas y Profetas, págs. 373- 375). 101
1 Sam. 2: 22.
Y le mostraré que yo juzgaré su casa para siempre, por la iniquidad que él sabe; porque sus hijos
han blasfemado a Dios y él no los ha estorbado. (1 Sam. 3: 13).
Elí era un hombre bueno, de conducta pura, pero demasiado indulgentes. Incurrió en el
desagrado de Dios porque no fortaleció los puntos débiles de su carácter. No quería herir los
sentimientos de nadie y no tenía el valor moral de reprender y condenar el pecado.
Amaba la pureza y la justicia; pero no tenía la fuerza moral suficiente para suprimir el mal.
Amaba la paz y la armonía, y se volvió cada vez más insensible respecto a la impureza y el
crimen. Elí era amable, afectuoso y de buen corazón, y tenía verdadero interés en el servicio de
Dios y la prosperidad de su causa. Era un hombre de poder en la oración. Nunca se rebeló contra
las palabras de Dios. Pero le faltaba algo: no tenía la disposición de carácter para condenar el
pecado y cumplir la justicia contra el pecador de tal manera que Dios pudiera confiar en él para
mantener a Israel puro. No agregó a su fe el valor y el poder para decir No en el momento y en el
lugar adecuados (Testimonies, tomo 4, págs. 516, 517).
Elí estaba familiarizado con la verdad divina. Sabía qué clase de caracteres Dios aprueba, y
cuáles condena. Sin embargo permitió que sus hijos crecieran con pasiones desenfrenadas,
apetitos pervertidos y conducta corrompida.
Elí había educado a sus hijos en la ley de Dios, y les había dado un buen ejemplo con su propia
vida; pero no terminaba allí su deber. Dios le exigía, como padre y como sacerdote, que los
refrenara para que no siguieran su propia voluntad perversa. En esto había fallado (SDA Bible
Commentary, tomo 2, pág. 1009).
Aquellos que no tienen suficiente valor para reprender el mal, o que por indolencia o falta de
interés no hacen esfuerzos fervientes para purificar la familia o la iglesia de Dios, son
considerados responsables del mal que resulte de su descuido del deber. Somos tan
responsables de los males que hubiéramos podido impedir en otros por el ejercicio de la
autoridad paternal o pastoral, como si hubiésemos cometido los tales hechos nosotros mismos
(Patriarcas y Profetas, pág. 625). 142
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Cuando se ríen por la falta de respeto y por la ira.
Doquiera voy, me siento apenada por el descuido de la debida disciplina del hogar y de
las restricciones. Se permite que los niñitos contesten, que manifiesten falta de
respeto e impertinencia, que usen un lenguaje que nunca debiera permitirse que un
niño empleara para contestar a sus superiores. Los padres que permiten el empleo de
un lenguaje impropio son más dignos de reproche que sus hijos. Ni una sola vez
debiera tolerarse la impertinencia en un niño. Sin embargo, padres y madres, tíos y
tías y abuelos se ríen cuando un niñito de un año manifiesta 271 su ira. Su expresión
imperfecta de falta de respeto, su terquedad pueril, son tomadas como algo divertido.
Así se confirman los hábitos erróneos y el niño crece para convertirse en un objeto de
disgusto para todos los que lo rodean (Sings of the Times, 9-2-1882).
Cuando se descuida la debida corrección.
Tiemblo especialmente por las madres cuando las veo tan ciegas y que sienten tan
livianamente la responsabilidad que descansa sobre una madre. Ven a Satanás que
está trabajando en el niño caprichoso aun cuando tenga pocos meses de edad. Lleno
de ira rencorosa, Satanás parece poseerlos completamente. Sin embargo, quizá haya
en el hogar una abuela, una tía o algún otro pariente o amigo que procure hacer que
crea el padre que sería una crueldad corregir a ese niño; cuando precisamente lo
opuesto es verdadero; y la mayor de las crueldades es permitir que Satanás se
posesione de ese tierno e indefenso niño. Satanás debe ser reprochado. Debe
quebrantarse su dominio sobre el niño. Si se necesita la corrección, sed fieles y
leales. El amor de Dios, la verdadera compasión por el niño, inducirán al fiel
cumplimiento del deber (Review and Herald, 14-4-1885).
Cristo rogó por sus discípulos, no que fuesen quitados del mundo, sino
que fuesen guardados del mal, a fin de que no cayesen en las tentaciones
que afrontan por todos lados. Esta es una plegaria que debiera elevar
cada padre y cada madre. Pero, ¿deben rogar a Dios en favor de sus hijos,
y luego dejarlos que hagan lo que quieran? ¿Deben mimar el apetito hasta
que llega a dominarlos, y luego pretender dominar a los hijos? No; la
temperancia y el dominio propio debieran ser enseñados desde la cuna.
Debe descansar sobre la madre mayormente la responsabilidad de esta
obra. El vínculo terrenal más tierno es el que existe entre la madre y su
hijo. El niño es más fácilmente impresionado por la vida y el ejemplo de la
madre que por la del padre, por este vínculo de unión más fuerte y tierno.
Sin embargo, la responsabilidad de la madre es pesada y debe recibir la
ayuda constante del padre.
367*. Padres y madres, orad y velad. Guardaos mucho de la
intemperancia en cualquiera de sus formas. Enseñad a vuestros hijos los
principios de una verdadera reforma pro 291 salud. Enseñadles lo que
deben evitar para conservar la salud. La ira de Dios ha comenzado ya a
caer sobre los rebeldes. ¡Cuántos crímenes, cuántos pecados y prácticas
inicuas se manifiestan por todas partes! Como denominación, debemos
preservar con cuidado a nuestros hijos de toda compañía depravada.
[El hogar en el campo y su relación con el régimen y la moral - 711]
Antes de que se afiance la obstinación.
Pocos padres comienzan suficientemente temprano a enseñar la obediencia a
sus hijos. Generalmente se permite que el niño tome la delantera en dos o tres
años a sus padres, quienes se abstienen de disciplinarlo, pensando que es
demasiado joven para aprender a obedecer. Pero durante todo este tiempo el yo
se va fortaleciendo en el pequeño ser, y cada día torna más difícil la tarea de los
padres de dominar 77 al niño. Los niños, a una edad muy temprana, pueden
comprender lo que es más sencillo y fácil para ellos, y, mediante métodos
juiciosos, puede enseñárseles a obedecer. . . . La madre no debería permitir que
el niño la aventaje ni una sola vez. A fin de mantener su autoridad, no es
necesario recurrir a medidas duras; una mano firme y constante y una bondad
que, convence al niño de vuestro amor cumplirán este propósito. Pero si se
permite que el egoísmo, la ira y la obstinación se posesionen del niño durante
los tres primeros años de su vida, resultará muy difícil someterlo a una
disciplina conveniente. Su genio se ha tornado displicente; se complace, en
hacer su propia voluntad; el control paternal le resulta desagradable. Estas
tendencias negativas se desarrollan con el crecimiento del niño, hasta que, en
la adultez, el egoísmo supremo y la falta de dominio propio lo colocan a merced
de los males desenfrenados de nuestra sociedad (Pacific Health Journal, abril
de 1890).
Nunca debe permitírseles que manifiesten falta de respeto hacia sus padres.
Nunca la terquedad se debe dejar sin reprensión. El futuro bienestar del niño
requiere una disciplina bondadosa, amante, pero firme (Consejos para los
Maestros, pág. 86).
Los sacerdotes debían enseñar estos santos preceptos en asambleas
públicas, y los gobernantes de la tierra debían estudiarlos diariamente. El
Señor ordenó a Josué acerca del libro de la ley: "Antes de día y noche
meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está
escrito: porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien."
(Jos. 1: 8.)
A los caudillos espirituales de Israel se les habían dado estas instrucciones:
"Harás congregar el pueblo, varones y mujeres y niños, y tus extranjeros que
estuvieren en tus ciudades, para que oigan y aprendan, y teman a Jehová
vuestro Dios, y cuiden de poner por obra todas las palabras de esta ley: y los
hijos de ellos que no supieron oigan, y aprendan a temer a Jehová vuestro
Dios todos los días que viviereis sobre la tierra, para ir a la cual pasáis el
Jordán para poseerla." (Deut. 31: 12, 13.)
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