Mito de Perséfone La inmortal Perséfone era hija de Zeus y Démeter, diosa de la agricultura y de la fecundidad. Hades, dios del mundo subterráneo, amaba a Perséfone, pero ésta le era esquiva. Con la complicidad de Zeus, Hades rapta a su amada para desposarla y vivir con ella en los infiernos. Cuando Démeter lo descubre, cae en el desconsuelo. Los campos, entristecidos con ella, se niegan a dar fruto. Entonces, el hambre y la muerte azotan al género humano. Alarmado, Zeus ordena a Hades devolver a Perséfone al Olimpo. Pero éste ha comido una granada, fruto de las moradas subterráneas, lo que la obliga a permanecer parte del año con su esposo; aunque la otra parte del año puede volver con su madre. Desde entonces, la primavera anuncia la llegada de Perséfone junto a Démeter. La apoteosis de su estancia en el Olimpo coincide con las cosechas del verano. En cambio, el campo otoñal se cubre de melancolía por el regreso de Perséfone a las cavernas de los difuntos; y la muerte se enseñorea de la vegetación en invierno. Mito de Prometeo Prometeo, hijo de Jápeto y Clímene, es considerado el protector de la humanidad, pues le enseñó artes y ciencias útiles, como la arquitectura, la astronomía, las matemáticas, la navegación, la medicina…, que Prometeo, a su vez, había aprendido de Atenea. Se cuenta que un día fue llamado para ejercer de árbitro en una disputa acerca de qué partes de un toro sacrificado debían ofrecerse a los dioses. Prometeo, astutamente, escondió bajo una gruesa capa de grasa los huesos del animal, mientras que disimulaba la carne del toro bajo las vísceras del estómago, parte menos apetecible de cualquier animal. Zeus, llevado por las apariencias, escogió el saco con la grasa y los huesos. Al darse cuenta del engaño, montó en cólera y privó a los hombres del fuego. Así, los castigó no solo a comer la carne cruda, sino a la carencia de todos los beneficios que da el conocimiento del fuego. Prometeo, que acertadamente era considerado protector de los hombres, consiguió entrar en el Olimpo y robar el fuego, que más tarde entregó a la humanidad, dotándola de uno de los bienes más preciados y útiles en el desarrollo de cualquier cultura. Enterado de los hechos, Zeus condenó a Prometeo a permanecer atado a la cima del Cáucaso, donde un buitre le devora vorazmente el hígado durante el día, mientras que, durante la noche, le vuelve a crecer completamente. Y, así, días tras día y año tras año, eternamente. El nacimiento de Eros Cuando nació Afrodita, los dioses celebraron un banquete y, entre otros, esta también Poros, el hijo de Metis. Después que terminaron de comer, vino a mendigar Penía, como era de esperar en una ocasión festiva, y esta a cerca de la puerta. Mientras, Poros, embriagado de néctar ― pues aún no había vino―, entró en el jardín de Zeus y, entorpecido por la embriaguez, se durmió. Entonces Penía, maquinando, impulsada por su carencia de recursos, hacerse un hijo de Poros, se acuesta a su lado y concibió a Eros. Por esta razón, precisamente, es Eros también acompañante y escudero de Afrodita, al ser engendrado en la fiesta del nacimiento de la diosa y al ser a la vez, por naturaleza un amante de lo bello, dado que también Afrodita es bella. Siendo hijo, pues, de Poros y Penía, Eros se ha quedado con las siguientes características. En primer lugar, es siempre pobre, y lejos de ser delicado y bello, como cree la mayoría, es, más bien, duro y seco, descalzo y sin casa, duerme siempre en el suelo y descubierto, se acuesta a la intemperie en las puertas y al borde de los caminos, compañero siempre inseparable de la indigencia por tener la naturaleza de su madre. Pero, por otra parte, de acuerdo con la naturaleza de su padre, está al acecho de la bello y de lo bueno; es valiente, audaz y activo, hábil cazador, siempre urdiendo alguna trama, ávido de sabiduría y rico en recursos, un amante del conocimiento a lo largo de toda su vida, un formidable mago, hechicero y sofista. No es por naturaleza ni inmortal ni mortal, sino que en el mismo día unas veces florece y vive, cuando está en la abundancia, y otras muere, pero recobra la vidas de nuevo gracias a la naturaleza de su padre. Mas lo que consigue siempre se le escapa, de suerte que Eros nunca ni está falto de recursos ni es rico, y está, además, en el medio de la sabiduría y la ignorancia. Pues la cosa es como sigue: ninguno de los dioses ama la sabiduría ni desea ser sabio, porque ya lo es, como tampoco ama la sabiduría cualquier otro que sea sabio. Por otro lado, los ignorantes ni aman la sabiduría ni desean hacerse sabios, pues en esto precisamente es la ignorancia una cosa molesta: en que quien no es ni bello, no bueno, ni inteligente se crea a sí mismo que lo es suficientemente. Así, pues, el que no cree estar necesitado no desea tampoco lo que no cree necesitar. El mito de Theuth Pues bien, oí que había por Náucratis, en Egipo, uno de los antiguos dioses del lugar al que, por cierto, está consagrado el pájaro que llaman Ibis. El nombre de aquella divinidad era el de Theuth. Fue este quien, primero, descubrió el número y el cálculo, y, también, la geometría y la astronomía, y, además, el juego de damas y el de dados, y, sobre todo, las letras. Por aquel entonces, era rey de todo Egipto Thamus, que vivía en la gran ciudad de la parte alta del país, que los griegos llaman la Tebas egipcia, así como a Thamus llaman Ammón. A él vino Theuth, y le mostraba sus artes, diciéndole que debían ser entregadas al resto de los egipcios. Pero él le preguntó cuál era la utilidad que cada una tenía, y, conforme se las iba minuciosamente exponiendo, lo aprobaba o desaprobaba, según le pareciese bien o mal lo que decía. Muchas, según su cuenta, son las observaciones que, a favor o en contra de cada arte, hizo Thamus a Theuth, y tendríamos que disponer de muchas palabras para tratarlas todas. Pero, cuando llegaron a lo de las letras, dijo Theuth: «Este conocimiento, oh rey, hará más sabios a los egipcios y más memoriosos, pues se ha inventado como un fármaco de la memoria y de la sabiduría». Pero él le dijo: «¡Oh artificiosísimo Theuth! A unos les es dado crear arte, a otros juzgar qué daño o provecho aporta para los que pretenden hacer uso de él. Y ahora tú, precisamente, padre que eres de las letras, por apogeo a ellas, les atribuyes poderes contrarios a los que tienen. Porque es olvido lo que producirían en las almas de quienes las aprendan, al descuidar la memoria, ya que, fiándose de lo escrito, llegarán al recuerdo desde fuera, a través de caracteres ajenos, no desde dentro, desde ellos mismos y por sí mismos. No es, pues, un fármaco de la memoria lo que has hallado, sino un simple recordatorio. Apariencia de sabiduría es lo que proporcionas a tus alumnos, que no verdad. Porque, habiendo oído muchas cosas sin aprenderlas, parecerá que tienen muchos conocimientos, siendo, al contrario, en la mayoría de los casos, totalmente ignorantes, y difíciles, además, de tratar porque han acabado por convertirse en sabios aparentes en lugar de sabios de verdad.