JURISPRUDENCIA Contratos y documentos comerciales. Contrato de espectáculos públicos. Contrato innominado, bilateral, oneroso, conmutativo y de consumo. Canosa Diego Iván, C.N.Com., Sala A, 19/5/09. En Buenos Aires, a los 19 días del mes de mayo de 2009, se reúnen los Sres. jueces de Cámara en la Sala de Acuerdos, con la asistencia del Sr. prosecretario letrado de Cámara, para entender en los autos caratulados “C. D. I. c/Showcenter S.A. s/ordinario” (Expte. 84.209, registro de Cámara 101.931/2002), originarios del Juzgado del Fuero Nº 1, Secretaría Nº 2, en los cuales, como consecuencia del sorteo practicado de acuerdo con lo establecido por el art. 268 del C.P.C.C.N., resultó que debían votar en el siguiente orden: Dra. Isabel Miguez, Dr. Alfredo Arturo Kölliker Frers y Dra. María Elsa Uzal. Estudiados los autos, la Cámara planteó la siguiente cuestión a resolver: ¿Es arreglada a derecho la sentencia apelada? A la cuestión propuesta la Sra. juez de Cámara Dra. Isabel Miguez dijo: I. Los hechos del caso: 1. A fs. 8/21 se presentaron R. D. C. y M. T. D. R., en representación de su hijo –en ese entonces– menor de edad, D. I. C., y promovieron demanda contra Showcenter S.A. y quien resulte civilmente responsable por los daños y perjuicios sufridos por el joven durante un recital organizado y/o promovido por la última de las mencionadas. Relataron que el día 15 de junio de 2002, siendo aproximadamente las 22 horas, D. C. concurrió al local de Showcenter, sito en Defensa y Güemes, de la localidad de Haedo, provincia de Buenos Aires, para asistir al recital de la banda de rock “El Otro Yo”, el cual fuera organizado por la propia demandada. Expusieron que, casi al finalizar el espectáculo, en las primeras horas del día siguiente, los músicos hicieron señas incitando al público a que subiera al escenario, por lo que el menor se dirigió hacia allí, no pudiendo acceder, dado que el personal de seguridad comenzó a repeler a los jóvenes que se habían acercado al palco escénico. Aclararon que, en su intento, su hijo no saltó valla de contención alguna. Siguieron describiendo que, ante la eminente amenaza de ser golpeado por el personal de seguridad, el menor intentó saltar una valla móvil y, al no lograrlo, cayó, sufriendo fractura de fémur y otras lesiones. Aseveraron que, al no poder levantarse, D. fue pisoteado por varios jóvenes que intentaban alejarse de los “patovicas”, siendo asistido por dos sujetos quienes, de esta manera, le salvaron la vida. Refirieron que uno de dichos espectadores dio aviso de lo sucedido a los empleados de seguridad, los que compelieron a su hijo a ponerse de pie y, al percatarse de que no podía hacerlo, lo dejaron tirado en el piso por espacio de media hora, prestándole asistencia médica sólo una vez que hubieron desalojado el local. Agregaron que recién a los cuarenta y cinco minutos fue trasladado en silla de ruedas al lugar destinado por Showcenter Haedo para brindar los primeros auxilios, desde donde se comunicaron telefónicamente con ellos, y, recién cuando se apersonaron en el lugar, D. fue trasladado por una ambulancia de un servicio contratado por Showcenter hasta el Sanatorio Julio A. Méndez. Sostuvieron que los dependientes de la demandada le aseguraron a la madre del menor que en la denuncia del siniestro a la aseguradora brindarían la versión de los hechos descripta. Expusieron que el menor sufrió una fractura diafisaria de fémur derecho, por lo que debió aplicársele tracción esquelética y, posteriormente, se lo sometió a una intervención quirúrgica para efectuar una reducción de la fractura mediante elementos de osteosíntesis –se le colocó un clavo endomedular de Kuntcher, cerrojado con un tornillo proximal y dos tornillos distales–, todo lo cual le dejó como secuelas varias cicatrices –una de ellas, de 11 cms. de longitud– e importante hipertrofia muscular en el muslo derecho a predominio del cuádriceps, debiendo realizar tratamiento kinésico de rehabilitación. Estimaron una incapacidad física de un veinticinco por ciento (25%) de la total obrera. Reclamaron la reparación de los daños y perjuicios generados por el accidente sufrido en el recital organizado por Showcenter, comprensivos de la incapacidad física sobreviniente pesos treinta y cinco mil ($ 35.000), el daño psíquico pesos veinte mil ($ 20.000), los gastos por tratamiento psicoterapéutico pesos dieciséis mil seiscientos cuarenta ($ 16.640), los gastos de farmacia pesos ochocientos cincuenta ($ 850), los gastos por material de osteosíntesis pesos dos mil cuatrocientos ochenta y cinco ($ 2.485), los gastos de traslado pesos un mil cincuenta ($ 1.050), los gastos de atención kinesiológica y de rehabilitación pesos cuatrocientos ($ 400), el daño estético pesos diez mil ($ 10.000), los gastos médicos futuros pesos dos mil doscientos ($ 2.200) y el daño moral pesos cuarenta mil ($ 40.000), lo que arrojó un total de pesos ciento veintiocho mil doscientos veinticinco ($ 128.225). 2. Efectuado el pertinente traslado del escrito de inicio, se presentó Compañía de Seguros La Mercantil Andina S.A., en los términos del art. 118 de la Ley de Seguros, y contestó la citación en garantía, solicitando el rechazo de la acción interpuesta contra la demandada, con costas. Reconoció la relación asegurativa que la unía a Showcenter S.A., en virtud de la póliza Nro. 1.089.947, indicando que la suma asegurada tenía un límite de dólares estadounidenses cinco millones (U$S 5.000.000) por todo y cada evento, con un deducible a cargo del asegurado de dólares estadounidenses cien mil (U$S 100.000) por todo y cada evento, incluyendo gastos y costas de defensa. Formuló una pormenorizada negativa de los hechos expuestos en la demanda, y, en particular, de la ocurrencia del hecho dañoso. No discutió la validez de la normativa y jurisprudencia citada por la accionante en relación al deber tácito de seguridad que pesaba sobre la emplazada en su carácter de organizadora o promotora del recital, empero, adujo que, de haber sucedido la secuencia fáctica tal como la describió la actora, no existiría responsabilidad del asegurado –Showcenter–, por cuanto el daño se habría producido por la exclusiva culpa de la víctima, al intentar trasponer imprudentemente un vallado mediante un salto, lo que se habría sumado a la mala fortuna que tuvo al caer y fracturarse el fémur. Agregó que el evento dañoso no ocurrió como consecuencia de la falta de cumplimiento de medidas tendientes a dar protección y seguridad al menor en el espectáculo musical, sino que acaeció por la combinación de factores ajenos a la responsabilidad del asegurado. Citó los presupuestos de la procedencia de la responsabilidad contractual, señalando que los mismos no se encontraban dados en la especie, por lo que correspondía el rechazo de la imputación de responsabilidad a la demandada. Finalmente, impugnó los montos y la procedencia de los rubros reclamados por la actora. 3. A fs. 73/76 se presentó Showcenter S.A. y contestó demanda, solicitando su rechazo, con costas. Efectuó una pormenorizada negativa de los hechos invocados por la actora y, en particular, que haya acaecido el evento dañoso relatado en el escrito de inicio, por no haber constancia de aquel en sus registros documentados. Sin perjuicio de lo último, expuso que, de haber ocurrido el hecho en la forma descripta por la actora, de los propios dichos de ésta surgiría la existencia de una causal de excepción a la responsabilidad objetiva que le cabía como organizador de espectáculos públicos, cual es, la culpa de la víctima. Adujo que cumplió con todas las medidas de seguridad necesarias para que el recital se desarrollara con total normalidad, contratando personal de seguridad suficiente y con vasta experiencia en eventos similares, pero ese deber de seguridad se vio violado por el comportamiento del menor al acercarse al escenario, desobedecer las instrucciones de quienes tenían a su cargo la seguridad y, posteriormente, saltar una valla de seguridad. Agregó que, además del comportamiento culposo del menor C, de los propios dichos de la actora surgiría que el supuesto accidente se habría debido, también, al accionar de terceros –los demás espectadores– por los que Showcenter no debía responder, pues en forma inapropiada intentaron saltar las vallas a fin de alcanzar el escenario, sitio reservado a los músicos. Por último, impugnó las sumas y la procedencia de los rubros reclamados por la actora. II. La sentencia apelada: En la sentencia de fs. 509/517 la a quo admitió parcialmente la demanda promovida por la actora y condenó a Showcenter S.A. y a Compañía de Seguros La Mercantil Andina S.A. –ésta hasta el límite del seguro– a pagarle la suma de pesos veintisiete mil ochocientos cuarenta y dos con cincuenta centavos ($ 27.842,50), con más intereses. Las costas fueron impuestas a las vencidas. Para decidir de esa manera, comenzó determinando –en base a las pruebas pericial contable y testimonial rendidas– que el evento dañoso efectivamente había acaecido en el local de la demandada. Sentado ello, procedió a desarrollar el tema de la responsabilidad de los organizadores de espectáculos públicos y sus eximentes. En base a ello, determinó que pesaba sobre la demandada una obligación de resultado –deber de seguridad–, siendo carga de aquella, para eximirse de su responsabilidad objetiva, acreditar que el daño ocurrió a causa de la culpa de la víctima, por el hecho de un tercero por el que no debía responder, o por un caso fortuito. Pero –continuó– quedó demostrado que, por el contrario, el personal de seguridad apostado en el lugar resultó insuficiente, tanto para impedir el evento dañoso sufrido por el menor como para contener el desborde de un público que era muy proclive a hacerlo –cual era su función–, no llegando –siquiera– a percatarse de lo sucedido. Entendió que tampoco era atendible la defensa de la demandada fundada en que la consecuencia dañosa provino del hecho de un tercero por el que no debía responder, pues, no sólo omitió brindar explicación alguna al respecto, sino que no produjo ninguna prueba que indique que la lesión de C.–fractura de fémur– se haya debido a los pisotones que recibió por parte de otros espectadores, lo que, de todos modos, también era su responsabilidad evitar. Así pues, concluyó la a quo en que la accionada no adoptó las medidas de seguridad suficientes, necesarias y previsibles para brindar un recital de rock y que no logró probar los hechos que alegó para alcanzar la exculpabilidad, por lo que debía responder por los daños padecidos por D. C. La sentenciante otorgó un resarcimiento en concepto de incapacidad física sobreviniente –parcial y permanente del diez por ciento (10%) de la total obrera–, que justipreció en la suma de pesos quince mil ($ 15.000); para costear un tratamiento psicológico de un año, a razón de una sesión por semana, necesario para afrontar el síndrome reaccional de tipo neurótico con elementos de ansiedad y depresivos detectados en el menor, fijó un monto de pesos un mil setecientos ($ 1.700); por los gastos de farmacia, material de osteosíntesis y de traslados que le generó el hecho al actor, estableció las sumas de pesos ochocientos cincuenta ($ 850), pesos dos mil cuatrocientos ochenta y cinco ($ 2.485) y pesos un mil cincuenta ($ 1.050), respectivamente; por los gastos de atención kinesiológica y de rehabilitación, fijó un monto indemnizatorio de pesos cuatrocientos ($ 400); y para enjugar el daño moral, acordó la suma de pesos ocho mil ($ 8.000). Por su parte, rechazó el otorgamiento de una suma independiente para indemnizar el daño estético, por considerar que el mismo se encontraba cubierto por la indemnización conferida a título de daño físico y dado que la escasa entidad de las cicatrices y la circunstancia de que la víctima era de sexo masculino impedían su tratamiento en forma autónoma. III. Los agravios: Contra este pronunciamiento se alzaron D. I. C. –a fs. 541 se presentó y ratificó lo actuado en su representación por sus padres–, quien fundó su recurso mediante el memorial obrante a fs. 551/554, Showcenter S.A., que expresó agravios a fs. 547/549, y Compañía de Seguros La Mercantil Andina S.A., quien presentó el memorial que luce a fs. 557/558. La demandada contestó los traslados de las presentaciones de la actora y de la citada en garantía con los escritos de fs. 562/563 y 561, respectivamente. a) Agravios de la parte actora. 1. Se quejó del monto de pesos quince mil ($ 15.000) otorgado por la Sra. juez a quo para indemnizar la “incapacidad sobreviniente”, por considerarlo exiguo, teniendo en consideración su edad y demás características personales, la circunstancia de que en dicha suma estuviera incluida la reparación del daño estético y la jurisprudencia del fuero. 2. Se agravió por el rechazo del resarcimiento del rubro “daño psicológico” dispuesto en la sentencia apelada, dadas su edad y la incapacidad diagnosticada del cinco por ciento (5%) en el plano psicológico. 3. Criticó la suma de pesos un mil setecientos ($ 1.700) concedida por la Sra. sentenciante de grado para hacer frente al “tratamiento psicológico”, por considerarlo reducido, toda vez que el perito médico determinó la necesidad de realizar sesiones durante un año, con una frecuencia semanal, a un costo de pesos treinta y cinco ($ 35) cada una, lo que multiplicado por las cincuenta y dos semanas que componen un año, arroja un total de pesos un mil ochocientos veinte ($ 1.820). Solicitó, asimismo, una actualización del valor de cada sesión psicoterapéutica, proponiendo que se tome como base, al menos, la suma de pesos cincuenta ($ 50). 4. Finalmente, se quejó del monto de pesos ocho mil ($ 8.000) acordado por la a quo para enjugar el “daño moral”, por considerarlo escaso, dados los padecimientos que le ocasionó el hecho dañoso. b) Agravios de la parte demandada. 1. La accionada se quejó de que la Sra. juez de grado le imputara haber violado su deber de seguridad al no tomar las medidas de seguridad suficientes para evitar el accidente relatado por la actora, sin especificar cuáles eran las que consideraba adecuadas o criticar en forma fundada la insuficiencia de dichos recaudos. Sostuvo que la sentenciante no valoró la totalidad de la prueba, pues omitió considerar que, del propio relato de los hechos efectuados en el escrito de inicio y de la prueba testimonial propuesta por el actor, surgiría que medió “culpa de la víctima”, por la cual no debía responder. Asimismo, afirmó que la “a quo” erró al sostener que la emplazada no probó la mecánica del hecho, pues entendió que dicha prueba era innecesaria, dado que la secuencia fue debidamente relatada por el accionante. 2. Objetó que la Sra. juez de grado otorgara un resarcimiento por “incapacidad física sobreviniente”, porque entendió que, dado que el evento dañoso no dejó secuelas en el actor, no existía daño físico que reparar. 3. Se agravió, también, de que en la sentencia apelada se indemnizara el “daño psíquico”, por cuanto entendió que del informe pericial médico surgiría su inexistencia. Además, consideró que, en caso de corresponder su reparación, dicho rubro se encontraba comprendido dentro de la indemnización de la “incapacidad sobreviniente”. 4. Por último, cuestionó que la sentenciante hubiera concedido una indemnización por “daño moral”, dado que el daño se habría producido por el accionar culposo del actor. c) Agravios de la citada en garantía. 1. Se quejó de que la Sra. magistrada de la anterior instancia la hubiera condenado, en el límite del seguro, al pago de la indemnización fijada. Sostuvo que la demanda debió ser desestimada a su respecto, en virtud de que el monto total de condena fue inferior a la franquicia de dólares estadounidenses cien mil (U$S 100.000) a cargo de la demandada que fuera pactada en la póliza de seguro. 2. Asimismo, se agravió de la condena en costas que le fuera impuesta en la sentencia apelada. Adujo que, en virtud de la franquicia referida y dado que la indemnización se encontraba dentro del deducible a cargo del asegurado, se debió condenar en costas a la actora y a la demandada por la citación en garantía peticionada. IV. La solución propuesta: 1. El tema a decidir: 1. Descriptos del modo expuesto los agravios planteados por las partes, el tema a decidir en esta alzada se centra, en definitiva, en determinar si fue o no acertada la decisión de la a quo en punto a la determinación de la existencia de elementos de juicio que permitieran concluir que hubo una violación al deber de seguridad que pesaba sobre la demandada y –consecuentemente– dilucidar si cabe o no endilgar responsabilidad a Showcenter S.A. y a Compañía de Seguros La Mercantil Andina S.A. por los daños y perjuicios que padeciera el actor a causa del evento dañoso en estudio. Una vez dilucidado dicho extremo –y sólo en caso de resultar procedente la demanda–, corresponderá a este Tribunal definir lo concerniente al tratamiento de los rubros indemnizatorios reclamados. Finalmente, se tratará el agravio respecto de la oponibilidad de la franquicia de seguro. 2. En ese marco, bueno es comenzar por examinar la figura del contrato de espectáculo público, la obligación de seguridad que pesa sobre el organizador y sus eximentes. 2. El contrato de espectáculo público: Coincido con la Sra. sentenciante de grado en cuanto a que se está frente a un supuesto de responsabilidad contractual. Siguiendo a Pizarro, podemos caracterizar al “contrato de espectáculo público” como aquel que se formaliza entre el organizador de dicho evento y el espectador, en virtud del cual el primero se obliga a hacer ejecutar una obra intelectual, en las condiciones ofrecidas y publicitadas a la otra parte, generalmente a cambio de una contraprestación (entrada o derecho de admisión), que el último debe pagar para ingresar al estadio o lugar donde habrá de desarrollarse y así poder presenciarlo. El contrato puede presentar distintas variantes, a tenor de la diversidad de situaciones que habitualmente inciden en su estructuración y funcionalidad (v. gr., asignación de un lugar específico en el estadio, ubicación numerada o no, prestación de servicios adicionales tales como estacionamiento, etcétera). Es un contrato innominado, bilateral, generalmente oneroso –nada impide que sea gratuito– y conmutativo, de consumo, al que se accede por adhesión a condiciones generales. El organizador ofrece a los consumidores interesados presenciar un espectáculo a celebrarse en determinado día, hora y lugar, desde una determinada ubicación, sea sectorizada y numerada, o no, y organiza determinadas cuestiones relativas al desarrollo normal del espectáculo (v. gr., comodidades del estadio, contratación de operativos de seguridad, etcétera) (conf. Pizarro, Ramón Daniel, “Responsabilidad Civil por Riesgo Creado y de Empresa - Contractual y Extracontractual”, T° III, 2007, págs. 374/375). En el caso de los espectáculos públicos, conforme reiterado criterio jurisprudencial –que comparto–, se está en presencia de un supuesto de responsabilidad contractual, cualquiera sea su finalidad: deportiva, artística, cultural, etcétera (C.S.J.N., 28/4/98, in re “Zacarías Claudio c/Gobierno de Córdoba”, L.L., 1998-C, 322; C.N.Civ., Sala “E”, 11/3/81, L.L., 1981–B, 518; Sala “F”, L. 254.458 del 29/3/99, en El Dial - AA136; Sala “H”, JA, del 25/11/98-42; Sala “L”, L. n° 53.1618 del 21/11/99, en JA, n° 6169, pág. 64; C.Civ. y Com. Mar del Plata, Sala II, en El Dial - AA1E97). 3. La obligación de seguridad del organizador de espectáculos públicos. El empresario organizador del espectáculo público, cualquiera sea su finalidad –deportiva, artística, cultural, musical, etcétera–, o quienquiera que asuma su organización, a título oneroso o gratuito, deberá responder en cada caso en que incumpla las obligaciones que pone a su cargo el contrato atípico que celebra con los espectadores asistentes (conf. Alterini - Ameal - López Cabana, “Derecho de Obligaciones Civiles y Comerciales”, Ed. Abeledo - Perrot, Buenos Aires, 1995, págs. 764/765). Entre el espectador y el organizador se celebra un contrato de espectáculo público, y este último, al brindarlo al público –con o sin fines de lucro–, se compromete implícitamente a que nadie sufra daño a causa de ese hecho, en virtud de la cláusula de incolumidad que se entiende incorporada tácitamente a todo contrato, en el que la suerte de la persona de uno de los contratantes que satisface una prestación queda confiada a la otra parte. Sería inconcebible que el empresario pudiera desentenderse de ese deber de seguridad hacia el espectador, pues tal postura equivaldría al juego de una cláusula de exoneración inaceptable, ya que nadie puede obligarse y desobligarse simultáneamente (conf. Llambías, Jorge, “Responsabilidad civil provenientes de accidentes deportivos”, ED, 47-951). Se ha sostenido, en una hipótesis de espectáculo musical de rock en la vía pública (conf. Sala K, causa 23.309, del 13/7/01, voto del Dr. Moreno Hueyo), con referencia a la obligación de seguridad, que ella “se determina y limita según los casos, por la interpretación de la voluntad expresa o presunta de las partes. Y esta obligación de seguridad, es una obligación de resultado, razón por la cual, a la víctima le basta probar el daño sufrido y la relación de causalidad, pero no tiene necesidad de acreditar la culpa del organizador, que está presumida por el solo hecho del incumplimiento contractual: el haber sufrido el espectador un perjuicio durante la realización del evento y como una consecuencia o derivación del desarrollo del mismo” (Trigo Represas Félix; Cazeaux Pedro, “Derecho de las Obligaciones”, T. IV, págs. 322 y sgtes.; Mosset Iturraspe, “Responsabilidad por daños”, parte II b, parte especial, pág. 110 y sgtes.; C.N.Civ., Sala I, Expte. 16.801/93, 27/3/01; C.N.Civ., Sala A, “Avilés v. Asoc. Atlética Argentinos Junior y otro s/daños y perjuicios”, del 3/12/97; “Código Civil”, 2do cap., L.L. 61-384) (conf. C4aCivComMinasPazyTribMendoza, 06/4/08, in re: “Elías Salaj Ana María c/Municipalidad de Godoy Cruz”). Este deber de seguridad, que pretende mantener la incolumidad de los contratantes, tiene su fuente en lo dispuesto en el art. 1198 del Cód. Civil, que impone el vigor y vigencia de la buena fe antes, durante y después de la relación contractual (conf. Compagnucci de Caso, Rubén H., “Obligación de seguridad”, LNBA 2005-0-32). La obligación de seguridad ha sido definida como una obligación contractual expresa o tácita, anexa e independiente del deber principal, que existe en todo tipo de contrato y por la cual el deudor garantiza objetivamente al acreedor que no le causará daños en bienes distintos al que fuera concebido como objeto del negocio, como consecuencia del desarrollo efectivo de la prestación principal (conf. Agoglia - Boragina - Meza, “Responsabilidad por incumplimiento contractual”, Ed. Hammurabi, pág. 172, Buenos Aires, 1993). En idéntico sentido, la Corte Suprema de Justicia de la Nación ha sostenido que, “entre el organizador del juego y el espectador se celebra un contrato innominado que ha sido llamado ‘de espectáculo público’, por el cual se compromete implícitamente a que nadie sufra daño a causa de ese hecho; es la cláusula de incolumidad –deber de seguridad– que se entiende incorporada tácitamente a todo contrato en el que la suerte de la persona de uno de los contratantes, que satisface una prestación, queda confiada a la otra parte” (conf. C.S., 24/4/98, “Zacarías Claudio c/provincia de Córdoba y otros”, L.L., 1998-C, 322; D.J., 1998-2-1097; J.A., 1999-I-360). 4. La obligación de seguridad como obligación de resultado. Factor objetivo de atribución. Eximentes. Se ha dicho que los empresarios o promotores de espectáculos están obligados por un deber legal de garantía o seguridad respecto de la indemnidad de los espectadores mientras éstos asisten y permanecen en el lugar, antes, durante y hasta después de la finalización del evento, configurándose una obligación de resultado que impone al organizador una responsabilidad objetiva (conf. C.N.Civ., Sala I, 27/3/01, “Garriz Carlos A. v. Responsable Terremoto y otro”, JA 2001-III-536). Asimismo, se ha sostenido que la obligación del empresario de proporcionar seguridad encuentra también apoyo en la teoría del riesgo y del aprovechamiento económico, de modo que resulta equitativo que quien con sus actividades genera riesgos asuma la responsabilidad que con ellos origina, máxime si se beneficia económicamente con tales actividades (conf. Weingarten Celia y Ghersi Carlos A., “La responsabilidad por organización de espectáculos deportivos”, L.L., 1994–D, 12). De tal forma, resulta indudable que la obligación de seguridad que pesa sobre el organizador de un espectáculo público es de resultado y está, por ende, alcanzada por un factor objetivo de atribución (riesgo creado, garantía o deber calificado de seguridad) (conf. Pizarro, op. cit., pág. 385), de modo que a la víctima le basta probar el daño sufrido y la relación de causalidad, pero no tiene necesidad de acreditar la culpa del organizador, la que es presumida por el solo hecho del incumplimiento contractual (conf. Trigo Represas-Cazeaux, “Derecho de las Obligaciones”, T. 4, pág. 322, C.N.Civ., Sala K, 14/11/03, JA 2004-II, 467). De esta forma, la imputación se realiza en forma objetiva, con total prescindencia de la idea de culpabilidad – elemento subjetivo–. De tal manera, para eximirse de responsabilidad, al organizador del evento no le basta con la prueba de su no culpa u obrar diligente, sino que debe demostrar fehacientemente la existencia de una causa ajena interruptiva del nexo de causalidad, esto es, que los daños fueron consecuencia del obrar culposo de la propia víctima, del hecho de terceros por quienes no debe responder –que asumen el carácter de extraordinarios o imprevisibles–, o del caso fortuito ajeno a la actividad. En lo que aquí interesa –por ser el supuesto esgrimido por la accionada al contestar demanda y expresar agravios–, la culpa de la víctima actúa como causal exculpatoria, siempre que adquiera la jerarquía de ser condición adecuada del propio daño, conforme a lo previsto en el art. 1111 del Cód. Civil: “El hecho que no cause daño a la persona que lo sufre, sino por una falta imputable a ella, no impone responsabilidad alguna”. Es decir, si el daño deriva exclusivamente de la culpa del que lo ha sufrido, no se generará ninguna responsabilidad a cargo de la otra persona sindicada como responsable. Unicamente la víctima debe asumir las consecuencias derivadas de su obrar imprudente, pues en tal hipótesis se ha producido el quiebre del nexo causal entre el daño y el riesgo de la cosa (conf. C.N.Civ., Sala G, 5/5/08, in re: “Mariño Sergio Damián c/Cillo Paolo Oscar”). Desde hace muchos años, la Corte Suprema de Justicia de la Nación ha adherido a la doctrina por la cual la culpa de la víctima, con aptitud para cortar el nexo de causalidad entre el hecho y el perjuicio, debe aparecer como la única causa del daño y revestir las características de imprevisibilidad e irresistibilidad propias del caso fortuito o fuerza mayor (conf. CSJN, 12/12/1989, “Ortiz Eduardo A. c/Empresa Ferrocarriles Argentinos”, L.L., 1990-C, 626; id. 23/11/04, “Pachilla Hugo Armando y otros c/Transportes Metropolitanos General Roca S.A.”, Fallos, 327:5224, id. 24/04/2001, “Contreras Raúl Osvaldo y otros c/Ferrocarriles Metropolitanos S.A.”, Fallos, 324:1344; id. 10/10/00, “Chaves Fabián Mario c/Tucumán provincia de s/daños y perjuicios”, Fallos, 323:2930, entre otros). En resumen, desde el momento en que el organizador ofrece a un público indeterminado la celebración de un contrato de espectáculo, no sólo asume la obligación de su simple ejecución –en el caso, la realización del recital de “El Otro Yo”–, sino que se compromete, también, a adoptar todas las precauciones necesarias para que el desarrollo del espectáculo se efectúe sin peligro para los asistentes, por cuanto no es imprevisible su imprudencia o temeridad, ya que su propio entusiasmo puede hacerles incurrir a veces en riesgos que una adecuada instalación preventiva podría evitar o disminuir. Y dicho deber de seguridad, que es de resultado, obliga antes, durante y después de concluido el espectáculo a que los asistentes no sufran daños en su persona o en sus bienes, o sea, que se prolonga durante todo el tiempo, desde el ingreso del espectador al estadio y hasta su posterior egreso. Razón por la cual, a la víctima le bastará con probar el daño sufrido y la relación de causalidad, pero no tendrá necesidad de acreditar la culpa del organizador, ya que esta última estará presumida por el sólo hecho del incumplimiento contractual, exteriorizado en el hecho de haber sufrido el espectador un perjuicio durante la realización del recital, y como consecuencia o derivación del desarrollo del mismo (conf. Trigo Represas, citado por Müller, Enrique C., “La Obligación de Seguridad en los espectáculos Públicos”, publicado en “Responsabilidad Civil - Doctrinas Esenciales – 1936-2007”, Director: Trigo Represas, Félix A., 2007, pág. 1268). 5. Análisis de las conductas del actor y de la demandada: Preliminarmente, cabe señalar que no se encuentra controvertido –por lo que no cabe expedirse al respecto en esta instancia– que el menor concurrió el 15 de junio de 2002, aproximadamente a las 22 horas, a un recital de la banda musical “El Otro Yo”, organizado por la demandada en su local de la localidad de Haedo, provincia de Buenos Aires, y que, en un momento dado, intentó saltar una valla de contención, no lográndolo, por lo que cayó al suelo, sufriendo fractura de fémur de pierna derecha. En su expresión de agravios, la emplazada adujo que cumplió acabadamente con su deber de seguridad con la contratación de “... personal especialmente capacitado y con amplia y reconocida trayectoria para brindar el servicio de seguridad en el sector del teatro de Showcenter Haedo ...” y la instalación de “... vallas de seguridad a fin de evitar desmanes del público asistente, atendiendo (...) (a) las especiales características del público que concurre a ese tipo de recitales musicales” (ver fs. 547, pto. II, segundo párrafo). En base a ello, se agravió por cuanto la Sra. juez a quo no fundó su decisión determinando cuáles eran las medidas de seguridad adecuadas para evitar el accidente. Empero, como se ha estudiado supra, el deber de seguridad que pesaba sobre Showcenter, en su carácter de organizadora y promotora del recital, no constituía una obligación de medios –tal como pretendió la demandada–, sino de resultado –como bien estableció la sentenciante–. Por ello, para determinar que, en la especie, las medidas de seguridad resultaron insuficientes para evitar el hecho dañoso sólo bastó la acreditación de la ocurrencia del accidente durante el desarrollo del recital, siendo innecesario que la Sra. juez de grado determinase concretamente cuáles eran los recaudos que se debieron adoptar para evitar el accidente. En otras palabras, la violación del deber de seguridad por parte de la emplazada quedó plenamente demostrada con la sola acreditación de que el actor se lesionó durante el transcurso del recital; si se hubiesen adoptado los recaudos suficientes en materia de seguridad –no interesa cuáles fueran ellos–, el menor habría resultado indemne. Y dado que –como se ha visto supra–, frente al daño sufrido por los espectadores, recaía sobre Showcenter una responsabilidad de tipo objetiva, en su carácter de organizadora de un espectáculo público, era su carga probar la existencia de alguna de las causales eximentes –en este caso, la culpa de la víctima–. Por ello, era vital para la suerte de su defensa que la demandada determinara fehacientemente la forma y las circunstancias en que se produjo el hecho dañoso, para, de esta forma, poder demostrar que el accidente se produjo por culpa de D C. A este respecto, sostuvo la emplazada que, a contrario de lo establecido por la a quo, la prueba de la mecánica del hecho resultaba innecesaria, pues ella se encontraba debidamente relatada por el accionante al interponer la demanda (ver fs. 548, último párrafo). Empero, dicho argumento no resulta atendible, dado que los litigantes discreparon sobre este medular aspecto. Adviértase que la parte actora relató que el evento dañoso se produjo en ocasión de que intentara saltar una valla para evitar ser alcanzado por los golpes que estaba propinando el personal de seguridad a los espectadores (ver fs. 8 vta., pto. IV, primer párrafo), en tanto que la accionada adujo en su memorial –y, subsidiariamente, al contestar demanda, pues su principal defensa radicó en la negación de la ocurrencia del siniestro; ver fs. 73 vta./75 vta., pto. III– que el hecho acaeció cuando el menor intentó saltar el vallado para poder acceder al escenario donde se encontraban sus ídolos. También afirmó la demandada que cumplió en debida forma con su deber de seguridad, pero éste “... se vio violado por el comportamiento, consciente y culpable, del Sr. C. al querer acercarse al escenario saltando las vallas de seguridad que separaban el sector de espectadores con el escenario, exclusivo para los músicos que brindaban el recital. El Sr. C., como así también otros espectadores, no respetaron las instrucciones impartidas por el personal de seguridad afectado al evento ...”, lo que configuraría –según su criterio– un claro supuesto de daño provocado por “culpa de la víctima”, por el cual no debía responder el organizador del evento (ver fs. 547 vta., segundo párrafo). Agregó que, “... la Sra. juez sentenciante ni siquiera consideró o hizo mención alguna respecto de los dichos de los propios testigos del actor (...), que declararon que el Sr. D. C. decidió saltar las vallas de seguridad e intent(ó) saltar al escenario, seguido por un espíritu de exaltación que tenía el público espectador del recital, teniendo como consecuencia dicho actuar imprudente los daños aquí ventilados ...” (ver fs. 547 vta./548, pto. III, primer párrafo). En este punto, cabe analizar, en primer término, los testimonios aludidos por la quejosa. El testigo D. Luis Criado declaró que encontró al actor “... tirado en la parte del público ...”, agregando que “... no s(upo) ni vio nada de lo que le pudo haber pasado al actor para estar ahí tirado ...” (ver fs. 143, respuesta a la primera pregunta). Luego, al ser consultado por la letrada de la demandada si tenía conocimiento de que el actor hubiera intentado subir al escenario, respondió que desconocía lo sucedido, agregando que sólo lo vio tirado (ver fs. 145, pregunta y respuesta quintas). A su turno, el testigo Walter César Arena declaró que “... encontró al actor tirado en el piso adentro del recital, cuando este terminó” (ver fs. 146, respuesta a la primera pregunta). Requerido por la letrada de la accionada sobre si tenía conocimiento de que el actor hubiera procurado subir al escenario, refirió que no lo sabía y que “... lo vio directamente cuando estaba tirado en el piso” (ver fs. 148, respuesta a la cuarta pregunta). Habiendo respondido ambos testigos, con claridad meridiana –inclusive, ante preguntas formuladas por la letrada de la propia demandada–, que no vieron el momento exacto en que el actor se lesionó ni tenían conocimiento de que este hubiera intentado subir al escenario, resulta completamente injustificada la queja en torno a que la Sra. juez de grado no hubiera tenido en consideración las referidas declaraciones, en cuanto ellas darían cuenta de que el menor se fracturó al intentar pasar el vallado para acceder al escenario presa de un estado de exaltación. De tal forma, Showcenter no acreditó –siendo su carga hacerlo– que los hechos hubieran sucedido como refirió. No obstante ello, como acertadamente concluyó la Sra. juez de grado, aún en el supuesto de que el menor se hubiera lesionado al intentar trasponer la valla para poder acceder al escenario donde se encontraban sus ídolos, las medidas de seguridad que la demandada dijo haber adoptado demostraron ser insuficientes para contener el previsible desborde de un público fervoroso. En ese sentido, bueno es destacar –nuevamente– que, para configurarse en una causal de eximición de responsabilidad del organizador de un espectáculo público, la culpa de la víctima debe aparecer como la única causa del daño y revestir las características de imprevisibilidad e irresistibilidad propias del caso fortuito o fuerza mayor. También es preciso recordar que el organizador no sólo asume la obligación de la realización del evento, sino que se compromete también a adoptar todos los recaudos necesarios para que aquél se desarrolle sin peligro para los asistentes, toda vez que no es imprevisible la imprudencia o temeridad de estos últimos, ya que su propio entusiasmo –a veces– puede hacerles asumir ciertos riesgos que una adecuada instalación preventiva podría evitar o disminuir. Precisamente, en la especie, los intentos del público de acceder al escenario donde se hallaba el grupo musical muy lejos se encontraban de poder ser calificados como “imprevisibles”. Véase que el testigo Criado declaró que concurría habitualmente a ese tipo de recitales, siendo usual que el público quiera subir al escenario, por ser ello parte del espectáculo. Agregó que, “generalmente en el último tema, o en los más exitosos, la gente se sub(ía) al escenario y hac(ía) desastres ...”, dado que se encontraba “... desaforada”, aclarando que, “... ese día, la banda hacía señas con las manos como para que la gente se acerque al escenario” (ver fs. 144, respuesta a la segunda pregunta). En sentido coincidente, el testigo Arena expuso que “en todos los recitales de ‘El Otro Yo’ éstos hac(ían) que la gente se suba al escenario en sus últimos temas. Ese día, sí los hicieron subir (...) mediante manifestaciones de ‘Vamos arriba’, ‘Vamos a subir’. Ahí la gente de seguridad no dejaba pasar para el lado del escenario, pero igual la gente subía ...”. Agregó que la banda también incitaba a los espectadores a subir al escenario mediante gestos con las manos (ver fs. 147, respuesta a la primera pregunta) y que concurrió a otros cuatro o cinco recitales del mismo grupo musical, en todos los cuales se repitió la escena (ver fs. 147, respuesta a la segunda pregunta). A su turno, el testigo Mario Gustavo Gilardoni, empleado de la demandada y afectado a las tareas de vigilancia y vallado del lugar (ver fs. 159/160, respuesta a la primera y quinta preguntas), declaró que durante los recitales de bandas de rock se colocaba un vallado “... a fin de que el público presente no invad(iera) el sector donde act(uaban) los artistas. Con esto se proteg(ía) no sólo a los artistas, sino también a todo el equipamiento, sea de iluminación o sonido, de propiedad de la demandada o de las bandas” (ver fs. 160, respuesta a la cuarta pregunta). Más elocuente aún fue la declaración brindada por Eduardo Alcalde, empleado de Showcenter y encargado, al momento del hecho de marras, de la contratación del personal de seguridad destinado a los distintos espectáculos que brindaba la emplazada (ver fs. 163/164, respuestas a la primera y segunda preguntas), quien manifestó que, en los casos en los que se disponía la colocación de un vallado de seguridad, éste iba “... delante del escenario y entre medio del vallado y el escenario iba la gente de seguridad” y que su fin era “... impedir que la gente accediera al escenario, atento que la gente est(aba) parada y t(endía) siempre a ir hacia donde est(aba) el artista y querer subir” (el subrayado me pertenece) (ver fs. 164, respuestas a la tercera y cuarta preguntas). Estos testimonios no vienen sino a confirmar una cuestión que es de público conocimiento, como es el hecho que en este tipo de recitales los jóvenes –adolescentes, muchos de ellos– alcanzan un estado de elevada excitación y frenesí que los empuja a acercarse cuanto les es posible a los músicos que veneran, agolpándose con vehemencia contra las vallas de contención ubicadas delante de los artistas –lo que usualmente provoca golpes e, inclusive, desmayos–, llegando –no pocas veces– a subir al escenario y abrazarse con los artistas. A la luz de lo expuesto, resulta indudable que la demandada debió prever que algunos espectadores podrían intentar saltar el vallado para subir al escenario y, en consecuencia, adoptar las medidas de seguridad suficientes para evitar que ello sucediera y garantizar –de ese modo– que los asistentes al recital resultasen indemnes durante su desarrollo, lo cual –evidentemente– no hizo, por lo que, aún en el caso de que la secuencia fáctica se hubiere desarrollado tal como sostuvo la quejosa, también cabría descartar la invocada culpa de la víctima. La deficiencias evidenciadas por Showcenter en el cumplimiento de su obligación de seguridad se vieron reflejadas no sólo por la ocurrencia del hecho dañoso padecido por D. C., sino –asimismo– por la circunstancia de que éste fue hallado tirado en el suelo por los testigos Criado y Arena, siendo asistido por estos espectadores ante la pasividad del personal de la demandada. En ese sentido, ambos testigos fueron contestes en afirmar que los custodios se encontraban mayormente apostados frente al escenario, junto al vallado (ver fs. 144, respuesta a la tercera pregunta, y fs. 148, respuesta a la primera pregunta), es decir, se hallaban ubicados en el sector donde ocurrió el siniestro, no obstante lo cual, no acudieron inmediatamente en auxilio del menor. Este inexcusable grado de precariedad en el cumplimiento del deber de cuidado por parte del organizador del recital se vio corroborado con las declaraciones brindadas por los testigos Gilardoni y Alcalde –ofrecidos por la propia demandada–, quienes, no obstante tener a su cargo la seguridad del lugar durante el recital, ni siquiera tomaron conocimiento de que hubiera ocurrido accidente alguno durante ese evento (ver fs. 160, respuesta a la séptima pregunta y fs. 165, respuesta a la séptima pregunta, respectivamente), por lo que, como lógica consecuencia, ningún auxilio pudieron prestarle a la víctima. Tampoco puedo pasar por alto que la demandada no acreditó el número exacto de personas –ni su distribución dentro del recinto– que destinó para garantizar la seguridad antes, durante y después del recital, ni que dicho personal estuviera “especialmente capacitado” y contara “con amplia y reconocida trayectoria para brindar el servicio de seguridad”, tal como argumentó (ver fs. 547, pto. II, segundo párrafo). Por todos los fundamentos supra vertidos, no puede pretenderse válidamente calificar como “culpa de la víctima” al accionar observado por el actor durante el recital que derivó en las lesiones por las que aquí reclama. Como corolario de lo hasta aquí expuesto, estimo acertada la solución propiciada sobre el punto en la sentencia de primera instancia, pues no habiendo Showcenter probado el extremo mencionado –la culpa de la víctima en la producción del hecho dañoso, conforme hubiere sido menester para eximirse de la responsabilidad objetiva que pesaba sobre ella, en su carácter de organizadora del recital–, queda sellada, pues, la suerte adversa de su principal defensa. 6. Los rubros indemnizatorios apelados: Juzgada la responsabilidad de la demandada, corresponde ahora analizar la procedencia y/o cuantía de los rubros indemnizatorios que fueron materia de recurso. 6.1. Incapacidad física sobreviniente: Es sabido que el daño físico o incapacidad sobreviniente procura el resarcimiento de aquellos daños que tuvieron por efecto disminuir la capacidad vital de la persona afectada, lo que incide en todas las actividades, en la laboral o productiva, pero también en la social, cultural, deportiva y aún en la individual (conf. C.N.Civ., Sala C, 21/3/95, in re: “Arias Gustavo G. c/Fuentes Esteban P.”). Ahora bien, dicha incapacidad sobreviniente y permanente debe apreciarse en función de pautas razonablemente generales. Ellas son las actividades encuadradas dentro de la normalidad actual o presumiblemente futura de toda persona. Es decir, no sólo con relación a la tarea específica que desarrollaba en el momento del accidente. En suma, el quebrantamiento de la normalidad no se circunscribe a la tarea específica sino a otras actividades que lógica, razonable y presumiblemente puede llegar a desempeñar la víctima. La incapacidad sobreviniente también es comprensiva de la lesión estética ocasionada a la víctima por el hecho dañoso. En ese sentido, se ha dicho que la lesión estética, por más leve que sea, produce una alteración corporal y funcional que atenta contra el derecho de la persona a la integridad física, constituyendo un bien jurídicamente tutelado y cuyo quebrantamiento debe ser reparado; máxime cuando ha quedado debidamente acreditada la existencia del nexo causal entre el accidente y el daño experimentado. Este daño modifica la apariencia física de la víctima, traduciéndose en cicatrices o deformaciones en determinados lugares del cuerpo, limitándola en el normal desarrollo de su vida de relación y jaqueándola en la autoestima que toda persona tiene por su cuerpo y su aspecto exterior (conf. C.N.Com, esta Sala A, in re: “Manila Susana Edith c/Transportes Metropolitanos General Roca”, 15/8/07, “Flores Washington Julio c/Tubos Prodinco S.A. s/daños y perjuicios”, 26/9/07, y “Villarreal Ernesto Raúl c/Transportes Metropolitanos General Roca S.A.”, 4/3/08; Lenega Miguel, “El daño estético en la legislación, doctrina y jurisprudencia”, LL 1977-D-1028). No puede dejar de contemplarse, por otra parte, que la vida moderna ha llevado a dar relevancia al aspecto físico, tanto del hombre como de la mujer y, más aún, cuando se trata de una persona joven (conf. C.N.Esp. Civ.Com., Sala III, 24/8/84, in re: “Sigilli Horacio A. c/Castillo Esteban y otro”). Para su procedencia, sólo se requiere que exista una alteración del aspecto habitual que tenía la persona con anterioridad al hecho generador, sin que la ausencia de implicancias económicas de la deformación (que, por otro lado, sí pueden ser tenidas en cuenta para la estimación del “quantum” de la indemnización) sean definitorias para rechazar el reclamo (C.N.Esp. Civ. Com., Sala I, 12/6/81, in re: “Mussin Belia Blanca c/Apeelbaum José y otros”). Lo que se vulnera en este tipo de daños es el aspecto normal o habitual de la persona. Comprende todo menoscabo, disminución o pérdida de la belleza física por medio de una alteración que se traduce en una mengua o deterioro de esa armonía corporal, propiedad de los cuerpos que los hace agradables a los ojos de los demás (C.N.Com., esta Sala A, in re: “Avilan Eva C. c/Figueroa Jorge A.”, 11/5/04, “Flores Washington Julio c/Tubos Prodinco S.A. s/daños y perjuicios”, 26/9/07, y “Villarreal Ernesto Raúl c/Transportes Metropolitanos General Roca S.A.”, 4/3/08). A los fines de cuantificar este rubro, debe merituarse lo que la incapacidad física impide presuntivamente percibir durante el lapso de vida útil, atendiendo a la naturaleza y localización de las lesiones sufridas, la edad de la víctima a la época del accidente, a su condición socioeconómica, su estado civil y la proyección que tales alteraciones estéticas y funcionales ocasionarán a su vida individual y de relación (C.N.Com., esta Sala A, in re: “Ali Pacha Mónica Beatriz c/ Bernardino Rivadavia S.A. de Transporte Línea 63 y otro”, 29/4/97; íd., “Gomez Beatriz c/Giovannoni Carlos”, 16/12/92, “Flores Washington Julio c/Tubos Prodinco S.A. s/daños y perjuicios”, 26/9/07, y “Villarreal Ernesto Raúl c/Transportes Metropolitanos General Roca S.A.”, 4/3/08). El perito médico informó que el actor presentaba “secuela de fractura de fémur derecho, tratada mediante tracción esquelética y enclavijamiento endomedular, consolidada” (ver fs. 416 vta., pto. V.a), observando un desarrollo muscular hipotrófico del muslo derecho, con tonismo disminuido (ver f. 414, segundo párrafo), dolor ante la palpación profunda y disminución de la fuerza muscular, la cual, no obstante, “... es suficiente para los gestos elementales corrientes de la vida de relación” (ver f. 414, séptimo párrafo). Respecto de la posibilidad de aprobar exámenes ocupacionales, consideró que podría superarlos, aunque la incapacidad igual podría representar un escollo, y estimó que la capacidad de ganancia se encontraba disminuida (ver f. 416 vta., primer párrafo). Asimismo, observó en la cara externa y superior del muslo derecho, en la zona del trocánter mayor, “... una cicatriz de 3 cm de largo por 2 cmde ancho (...), deprimida, fondo duro óseo, visibilidad aumentada, disarmónica (la que) no interfiere el movimiento del área se interpreta que fue la zona para penetración del clavo de Kunstcher ...”, otra “... en la cara externa del muslo, tercio inferior, de 2,5 cm por 2 cm de ancho, visible, usada para introducir el cerrojo ...” y una cicatriz “... redondeada, de unos 2 cm de diámetro”, producto de la tracción esquelética (ver fs. 414). El experto concluyó que el actor presentaba “... una incapacidad parcial y permanente del diez por ciento (10%) de la total obrera (t.o.)”, a la que se debería agregar la lesión estética (ver fs. 416 vta., antepenúltimo y penúltimo párrafos). No hallando motivos para apartarme de dicho dictamen, corresponde desechar el agravio de la demandada a este respecto y establecer si fue razonable el monto acordado por la “a quo” para indemnizar este daño. Para estimar la reparación, no existen pautas fijas y el sentenciante no debe ceñirse a cálculos matemáticos ni a porcentajes fijos vigentes en el ámbito laboral, sino que debe dejarse sujeta al prudente arbitrio judicial, ponderando las particularidades del caso, importancia de las lesiones, la edad y condición socioeconómica de la víctima (conf. C.N.Com., Sala D, 19/3/98, in re: “Ponce Victor M. c/Turismo Vitar S.R.L. y otros”, entre otros). Debe evitarse que se produzca un enriquecimiento indebido, tratándose de lograr una equitativa indemnización cuya renta, aun manteniendo el capital inalterable, permita a los damnificados permanecer en situación económica semejante a la que tenían antes del accidente, procurando de esa manera una compensación integral, inherente a la plena capacidad, compensando la disminución de las posibilidades genéricas. El actor intentó fundar su queja invocando –genéricamente– la existencia de “jurisprudencia del fuero” que justificaría un incremento de la suma resarcitoria acordada en la sentencia apelada, pero omitió citar precedente alguno. En consecuencia, teniendo en cuenta la índole del daño sufrido, la edad del actor al momento del accidente –16 años–, que era estudiante y practicaba fútbol como forma de esparcimiento, que la secuela no le impedirá el ejercicio de la profesión de contador público a la que aspira (ver fs. 11 vta., tercer párrafo), la entidad de la lesión estética ocasionada y demás condiciones personales, considero prudente la suma fijada por la “a quo” para este rubro pesos quince mil ($ 15.000). Por ello, propicio el rechazo de los agravios en análisis y la confirmación de la sentencia de primera instancia en el punto. 6.2. Daño psíquico: En torno a este ítem, cabe recordar que estrictamente al hablar de “daño psíquico”, se hace referencia a aquel daño que puede tener incidencia en el cuerpo humano (su psiquis) y ser incapacitante, por lo que habrá de apreciarse como pérdida de la aptitudes físicas en la víctima y, por ello, ser indemnizado en cuanto se traduzca en un perjuicio económico. La indemnización por incapacidad psíquica está dirigida a establecer la pérdida de potencialidades futuras, causadas por las secuelas permanentes y el resarcimiento necesario para la debida recuperación, teniendo fundamentalmente en cuenta las condiciones personales del damnificado, sin que resulte decisivo a ese fin el porcentaje que se atribuye a la incapacidad, sino que también debe evaluarse la disminución de beneficios, a través de la comparación de las posibilidades anteriores y ulteriores. A tal efecto, no pueden computarse las meras molestias, estorbos, temores, recelos, fobias, que casi siempre son secuelas propias de este tipo de accidentes (conf. C.N.Civ., Sala A, Libres Nº 465.124 y Nº 465.126, del 12/3/07; íd. Nº 450.389, del 13/4/07, entre otros). El perito médico determinó que D. C. presentaba un “síndrome reactivo de tipo neurosis, con ansiedad y depresión ...”, relacionado con el “... accidente y las contingencias terapéuticas sufridas” (ver fs. 416 vta., pto. V.b), estimando la limitación del psiquismo en el orden del cinco por ciento (5%) y que la patología podía ser tratada con un tratamiento psicológico de un año, a razón de una sesión por semana (ver fs. 416 vta., último párrafo). Requerido respecto de si el accidente interrumpió el proceso de inserción social del actor fuera del seno familiar (ver f. 21, pto. de pericia D), estimó que no, dado que su juventud y personalidad sana le permitirían superar la situación (ver fs. 416, respuesta D). Y al ser consultado sobre las posibilidades de recuperación (ver fs. 21, pto. de pericia F), concluyó que el pronóstico era bueno (ver fs. 416, respuesta F). De ello se infiere que la incapacidad diagnosticada no es permanente, dado que existen excelentes perspectivas de superarla con un tratamiento psicológico adecuado, de un año de duración y una frecuencia semanal. Por consiguiente, no tratándose de una incapacidad permanente, no corresponde que sea indemnizada, sí siendo procedente acordar un monto para costear el tratamiento para superarla. Si bien la Sra. juez de grado no lo manifestó en forma expresa, en atención a los fundamentos vertidos en su decisorio, resulta evidente que, al establecer la procedencia del resarcimiento del daño psíquico y fijar su cuantía, sólo tuvo en mira el tratamiento psicológico, no así la incapacidad psíquica –por no ser ésta permanente–, resultando acertada la decisión adoptada en este sentido. En atención a las razones expuestas, resultando procedente la reparación del daño psíquico en atención al costo del tratamiento psicológico que debe realizar el actor, corresponde desestimar el agravio introducido por la accionada sobre el particular. Tampoco puedo receptar la queja de la demandada en punto a que la indemnización por daño psíquico se encontraría contenida en la suma otorgada en el decisorio apelado para resarcir la incapacidad sobreviniente, dado que la Sra. juez “a quo” trató claramente en forma independiente ambos rubros. En efecto, puede apreciarse que al expedirse la sentenciante sobre la procedencia y cuantía del monto para enjugar la incapacidad física, ninguna mención realizó en torno a la afectación psíquica del actor, la cual recién abordó al analizar el daño psíquico. Si bien jurisprudencia y doctrina están divididas entre quienes estiman que las incapacidades física y psíquica están comprendidas dentro de la incapacidad sobreviniente, y quienes entendemos que aquellas deben tratarse por separado, lo cierto es que, sea cual fuere la posición que se adopte, por razones de equidad y justicia, el perjuicio ocasionado en la faz psíquica de la víctima no puede dejar de ser indemnizado. Por su parte, el actor se agravió por cuanto se le acordó en la sentencia apelada la suma de pesos un mil setecientos ($ 1.700) por gastos de tratamiento psicológico, por considerarlo reducido, teniendo en cuenta el informe pericial que determinó una terapia de un año de duración, con una frecuencia semanal, a un costo de pesos treinta y cinco ($ 35) la sesión, lo que arrojaría la suma de pesos un mil ochocientos veinte ($ 1.820), resultante de multiplicar las cincuenta y dos semanas que componen un año con los pesos treinta y cinco ($ 35) en que se cotizó cada sesión. Además, pretendió una actualización del valor de cada sesión psicoterapéutica, proponiendo que se tome como base, como mínimo, la suma de pesos cincuenta ($ 50), en atención al incremento que habrían sufrido los aranceles profesionales de los psicólogos (ver fs. 553 y vta.). En primer lugar, cabe recordar que, si bien la edad de la víctima y sus expectativas de vida, así como los porcentajes de incapacidad, constituyen valiosos elementos referenciales, no es menos cierto sostener que el resarcimiento que pudiera establecerse, cualquiera sea su naturaleza y entidad, debe seguir un criterio flexible, apropiado a las circunstancias singulares de cada caso, y no ceñirse a cálculos basados en relaciones actuariales, fórmulas matemáticas o porcentajes rígidos, desde que el juzgador goza en esta materia de un margen de valoración amplio (conf. C.N.Civ., Sala F, Libre N° 208.659, del 4/3/97; Sala A, Libre Nº 450.389, del 13/4/07, entre otros), por lo que, contando la Sra. juez “a quo” de un marco de discrecionalidad importante, mal puede criticársele no haber seguido con exactitud matemática los valores indicados por el perito, máxime cuando sus informes –si bien son un importante referente– no son vinculantes para el sentenciante. Sin perjuicio de ello, aún en el supuesto de seguir el criterio matemático propuesto por el accionante, cabe advertir que el perito médico recomendó un tratamiento psicológico de un año de duración, a razón de una vez por semanda, “... a un costo promedio de pesos treinta y cinco ($ 35) cada sesión ...” (el subrayado me pertenece) (ver fs. 416 vta., último párrafo). Ello permite inferir que, tratándose de un valor promedio, el costo de la sesión puede ser mayor o menor a pesos treinta y cinco ($ 35). Y, si se parte de los pesos un mil setecientos ($ 1.700) concedidos y se los divide con las cincuenta y dos semanas que componen un año, ello arroja un monto para cada sesión de pesos treinta y dos con sesenta y nueve centavo ($ 32,69), esto es, una diferencia de tan sólo pesos dos con treinta y un centavos ($ 2,31) respecto al valor promedio, por lo que la suma acordada aparece como razonable frente a lo estimado por el experto. Tampoco deben aceptarse los esforzados argumentos del actor para reconocer una suma mayor por este concepto, pues si bien es cierto, como sostiene, que se ha incrementado el valor de las sesiones –aunque no acreditó de dónde surgiría el monto de pesos cincuenta ($ 50) pretendido–, considero que la suma otorgada satisface adecuadamente el costo destinado a efectuar una terapia de esta índole con el profesional que le inspire mayor confianza, máxime si se tiene en cuenta que no obra en autos constancia o referencia alguna que indique que se haya sometido a una terapia psicológica –lo que hace suponer su relativa necesidad, dado que han transcurrido casi siete años desde el accidente hasta el día de la fecha– y que su grupo familiar se encuentra afiliado a O.S.B.A. –lo que permite suponer que la obra social cubrirá, en gran medida, la erogación que deba efectuar por este renglón–. En virtud de los fundamentos expuestos, no cabe sino desestimar los agravios vertidos por este rubro, debiendo confirmarse lo decido en este punto por la Sra. Juez de la anterior instancia. 6.3. Daño moral: Liminarmente, cabe recordar que ya he tenido oportunidad de expresar (conf. C.N.Com., esta Sala A, mi voto, in re: “Aiassa Erico O. c/Clinicien Sistema de Salud S.A.”, del 18/7/08) que coincido con la línea jurisprudencial que sustenta la procedencia de este rubro en supuestos como el del “sub-examine”, dada la función reparadora que está llamado a cumplir (conf. C.N.Com., esta Sala A, 18/12/07, del voto del Dr. Kölliker Frers, in re: “Saucedo Bibiana Azucena c/Transportes Metropolitanos General Roca s/ordinario”; ídem, 3/3/05, in re: “Desbouts Axel W. c/Chase Maniatan Bank N.A.”, bis ídem, 29/4/97; Acuña Anzorena, “Estudios sobre la responsabilidad civil”, pág. 55; Mosset Iturraspe, “Reparación del daño moral”; Orgaz, “El daño resarcible”, pág. 221). Al respecto, no paso por alto que en la reparación del agravio moral la apreciación debe efectuarse con criterio restrictivo cuando se trata –como en el caso– de responsabilidad civil de naturaleza contractual. Pero –como ya lo ha sostenido esta Sala en otras ocasiones–, debe discernirse lo que es la angustia propia del mundo de los negocios de la afección de aquellos intereses que afectan profundamente la esfera íntima del ser humano. De modo que, cuando se está frente a este último supuesto, el juez no puede valerse del mismo criterio de estrictez que aplica a un comerciante y a un espectador de un espectáculo público, debiendo en este último caso, por ende, acoger favorablemente el reclamo resarcitorio del perjuicio moral, sin efectuar distinciones, pues lo que está en juego son los sentimientos de las personas y no la suerte de un negocio (véase, en tal sentido, la doctrina del fallo de esta Sala, in re: “Saucedo c/Transportes Metropolitanos …”, del 18/12/07, citado precedentemente). En la especie, no parece haber duda acerca de la configuración de este daño, si se tiene en cuenta que el obrar de la demandada importó una incontestable afección al espíritu del actor, que debe ser reparada por las consecuencias innecesariamente padecidas a raíz de la conducta antijurídica de la accionada, con las lógicas angustias, incomodidades, ansiedades y padecimientos que toda situación de esta índole trae aparejada (art. 522, Cód. Civil; doctrina sentada en el voto del Dr. Kölliker Frers, in re “Saucedo c/Transportes Metropolitanos …”, citado supra). Además, por su naturaleza, el daño moral no requiere la producción de una prueba directa, sino que debe tenérselo por configurado ante la razonable presunción de que el hecho pueda haber conformado un “sentimiento lastimado” o un “dolor sufrido”, supuestos que en la especie se encuentran implícitos en la situación padecida y que conllevan a la admisión del reclamo (conf. esta C.N.Com., esta Sala A, in re: “Saucedo c/Transportes Metropolitanos …”, citado más arriba; Llambías, “Tratado de Derecho Civil - Obligaciones”, T. 1, pág. 331, Nro. 257). En esa línea argumental, estimo –prudencialmente– que el desmedro de los sentimientos personales, en las afecciones legítimas o en la tranquilidad anímica que pudo haberle ocasionado al actor la incapacidad diagnosticada, la intervención quirúrgica y el tiempo de convalecencia, dieron lugar a una situación de desamparo, incertidumbre, angustia e impotencia que se encuentra razonablemente resarcido con el importe de pesos quince mil ($ 15.000) fijado como indemnización por la Sra. juez de grado, por lo que propicio que se confirme dicho monto. Ello así, considerando, asimismo, que se trata de un joven que, al momento de producirse el evento dañoso, tenía dieciséis años y era estudiante. 7. Franquicia de seguro: La citada en garantía se agravió por cuanto la “a quo” la condenó, en el límite del seguro, al pago de la indemnización fijada, por entender que –en realidad– la demanda debió ser desestimada a su respecto, en virtud de que el monto total de condena fue inferior a la franquicia de dólares estadounidenses cien mil (U$S 100.000) a cargo de la demandada que fuera pactada en la póliza de seguro (ver f. 557 y vta.). Sin embargo, fue acertada la decisión de la Sra. juez de grado, pues considero que la condena dictada contra el responsable del daño debe hacerse extensiva a la aseguradora citada en garantía, “en la medida del seguro” –o “en el límite del seguro”, tal como se expresara en la sentencia apelada–, resultando dicha fórmula comprensiva del capital debido, los importes proporcionales por las costas, gastos judiciales y extrajudiciales e intereses, cuya amplitud podrá conocerse recién al tiempo de practicarse la liquidación, en función de la fecha de emisión (28/9/01) y el período de vigencia (31/8/01 al 31/8/02). Ello no obsta a señalar que, al no hallarse determinado el quantum final de condena, el alcance de esta última respecto de la citada en garantía habrá de quedar necesariamente supeditado al resultado emergente de la liquidación a practicarse en la etapa de ejecución de sentencia. Con tales precisiones, corresponde desestimar el recurso interpuesto. 8. Régimen de imposición de costas En lo que respecta a las costas, es de recordar que en nuestro sistema procesal, los gastos del juicio deben ser satisfechos –como regla– por la parte que ha resultado vencida en aquél. Ello así, en la medida que las costas son en nuestro régimen procesal corolario del vencimiento (arts. 68, 69 y 558, C.P.C.C.N.) y se imponen, no como una sanción, sino como resarcimiento de los gastos provocados por el litigio, gastos que deben ser reembolsados por el vencido. Si bien esa es la regla general, la ley también faculta al juez a eximirla, en todo o en parte, siempre que encuentre mérito para ello (arts. 68 in fine y cs., C.P.C.C.N.). Síguese de lo expuesto que la imposición de las costas en el orden causado o su eximición –en su caso– procede en los casos en que por la naturaleza de la acción deducida, la forma como se trabó la litis, su resultado o en atención a la conducta de las partes, su regulación requiere un apartamiento de la regla general (cfr. Colombo, Carlos - Kiper Claudio, “Código Procesal Civil y Comercial de la Nación”, T. I, pág. 491). En la especie, no se advierte fundamento que se aprecie suficiente a los fines de desvirtuar el principio general explicado, por lo que propongo que se confirme la imposición de costas dispuesta en la sentencia apelada, por haber resultado condenadas la demandada y la citada en garantía, y que las de la alzada sean impuestas a cargo de los respectivos recurrentes, dada su recíproca condición de vencidos sustancialmente en esta instancia (art. 68, C.P.C.C.N.). V. Conclusión: Por todo lo expuesto, propicio al Acuerdo: Rechazar los recursos interpuestos por las partes y la tercera citada en garantía, y confirmar la sentencia apelada en todo lo que fue materia de agravio, con costas de alzada a cargo de los respectivos recurrentes, dada su recíproca condición de vencidos en esta instancia (art. 68, C.P.C.C.N.). Así expido mi voto: Por análogas razones, el Sr. juez de Cámara Dr. Alfredo Arturo Kölliker Frers y la Sra. juez de Cámara Dra. María Elsa Uzal adhieren al voto precedente. Con lo que terminó este acuerdo que firmaron los Sres. jueces de Cámara Dres.: Buenos Aires, 19 de mayo de 2009. Y VISTOS: Por los fundamentos del acuerdo precedente, se resuelve: 1. Rechazar los recursos interpuestos por las partes y la citada en garantía; 2. confirmar la sentencia apelada en todo lo que fue materia de agravio; y 3. imponer las costas de alzada a cargo de los respectivos recurrentes, dada su recíproca condición de vencidos en esta instancia (art. 68, C.P.C.C.N.). María Elsa Uzal, Isabel Miguez y Alfredo Arturo Kölliker Frers. Ante mí, Jorge Ariel Cardama. Es copia del original que corre a fs. ... de los autos de la materia.