LAGAVIOTA

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LA GAVIOTA ENVIDIOSA
Había una vez una gaviota que se llamaba Perpetua Zozobra, y vivía mirándose en
el espejo. La pobre no estaba contenta con su imagen, de modo que cada mañana se
acomodaba un rulo, se ponía un moño, se pintaba el pico y se fruncía la pañoleta.
¿ Estaré linda? – decía Perpetua Zozobra, y se sacaba el moño, se acomodaba el rulo
y se miraba de perfil.
Hasta que una mañana llegó a aquellos pagos un pavo real que se llamaba Don
Rodrigo Canalejas de Nandutí Tortón. Como su nombre lo indica, el pavo era
completamente distinguido.
Lo cierto es que, volando, la gaviota Perpetua vio al pavo real, y dijo:
– ¡Ay, mi madre... ! ¡Ese sí que es un buen mozo...!
Desde ese día, la gaviota Perpetua Zozobra se la pasó espiando al pavo real Don
Rodrigo Canalejas etcétera.
– Por más que trate de copiar su belleza –pensaba la gaviota– ¡jamás podré ser tan
elegante...! ¡Me falta clase! ¡No tengo distinción!.
Y la gaviota sufría dos descomposturas diarias. Por su parte, el pavo no era pavote.
Don Rodrigo Canalejas de Nandutí Tortón, había descubierto que la gaviota lo admiraba.
Por eso se paseaba por delante desplegando su cola y poniendo cara de héroe.
La gaviota volvía a su casa y trataba de imitarlo:
– A ver, a ver ... El cogote así ... La mirada así ... Las patas así ...
Pero es inútil. Cuando Doña Perpetua Zozobra desplegaba su cola, era para reírse.
Nadie la miraba. Todas las exclamaciones eran para el abanico tornasol del pavo real.
– ¡A mí nadie me mira ...! –lloraba la gaviota– ¡Mi cola desplegada parece una margarita
deshojada...! ¡Ay de mí...! ¡Qué desgraciada es mi vida...!
Y una noche la gaviota retó a Dios:
¡Señor...! ¡Qué injusto fuiste en el reparto...! ¿Por qué no me pusiste ni una plumita de
colores? ¡Míralo a Don Rodrigo...! El es un animal en tecnicolor... ¡En cambio yo...!
Cuenta la historia que desde la oscuridad del cielo bajó la voz de Dios para decirle.
– ¡Perpetua Zozobra... No seas necia...! ¿ Por qué envidiás a otro, si a vos te hice otros
regalos? Al pavo real le di colores, pero a vos te hice otros regalos, ¡a vos te di el vuelo!.
Puse el mundo entero debajo de tus alas. Cuando vuelas, ¡todos los pavos reales quedan a
tus pies...! La gaviota entendió. Al día siguiente voló bien alto, bien alto. Y cuando ya no
pudo subir más, gritó:
– ¡Gracias, gracias... Perdón...!
Desde esa vez, cuando alguien envidia la suerte de otro, no puede disponer el corazón
para descubrir los dones que Dios nos regala. Vive como la gaviota: en perpetua zozobra.
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