III Domingo de Pascua (Jn 21,1-19) ANTÍFONA DE ENTRADA (Sal 65, 1-2)

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III Domingo de Pascua
Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio; lo mismo el pescado
(Jn 21,1-19)
ANTÍFONA DE ENTRADA (Sal 65, 1-2)
Aclamad al Señor, tierra entera; tocad en honor de su nombre, cantad himnos a su gloria.
Aleluya.
ORACIÓN COLECTA
Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu; y que
la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su esperanza de resurrección
gloriosamente.
se dice el gloria
PRIMERA LECTURA (Hch 5,27-32.40b-41)
Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles
En aquellos días, el sumo sacerdote interrogó a los Apóstoles y les dijo: «¿No os habíamos
prohibido formalmente enseñar en nombre de ése? En cambio, habéis llenado Jerusalén con
vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre.»
Pedro y los Apóstoles replicaron: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. «El
Dios de nuestros padres resucitó a Jesús a quien vosotros matasteis colgándolo de un
madero. La diestra de Dios lo exaltó haciéndolo jefe y salvador, para otorgarle a Israel la
conversión con el perdón de los pecados. Testigo de esto somos nosotros y el Espíritu
Santo, que Dios da a los que le obedecen.»
Prohibieron a los Apóstoles, hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Los Apóstoles
salieron del Consejo, contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús.
SALMO RESPONSORIAL (Sal 29, 2 y 4. 5 y 6. 11 y 12a y 13b)
R/. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.
Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa. R/.
Tañed para el Señor, fieles suyos,
dad gracias a su nombre santo;
su cólera dura un instante,
su bondad, de por vida. R/.
Escucha, Señor, y ten piedad de mí,
Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre. R/.
SEGUNDA LECTURA (Ap 5, 11-14)
Digno es el Cordero degollado de recibir el poder y la alabanza
Lectura del libro del Apocalipsis
Yo, Juan, en la visión escuché la voz de muchos ángeles;
eran millares y millones
alrededor del trono y de los vivientes y de los ancianos,
y decían con voz potente:
«Digno es el Cordero degollado
de recibir el poder, la riqueza,
la sabiduría, la fuerza,
el honor, la gloria y la alabanza.»
Y oí a todas las creaturas que hay en el cielo,
en la tierra, bajo la tierra, en el mar,
–todo lo que hay en ellos– que decían:
«Al que se sienta en el trono y al Cordero
la alabanza, el honor,
la gloria y el poder
por los siglos de los siglos.»
Y los cuatro vivientes respondían: «Amén.»
Y los ancianos se postraron,
rindiendo homenaje.
ACLAMACIÓN AL EVANGELIO
R/. Aleluya, aleluya
Ha resucitado Cristo, el que creó todo, y se compadeció de los hombres
R/. Aleluya, aleluya
EVANGELIO (Jn 21,1-19)
Jesús se acercó, tomó el pan y selo dio; lo mismo el pescado
Lectura del Santo Evangelio Según San Juan
En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y
se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo,
Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar.» Ellos contestaban: «Vamos también nosotros
contigo.» Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada.
Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían
que era Jesús. Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?» Ellos contestaron: «No.» Él
les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.» La echaron, y no tenían
fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le
dice a Pedro: «Es el Señor.»
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al
agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que
unos cien metros, remolcando la red con los peces.
Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice:
«Traed de los peces que acabáis de coger.» Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la
orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se
rompió la red. Jesús les dice: «Vamos, almorzad.»
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el
Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da; y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera
vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.
Después de comer dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que
éstos?» Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Jesús le dice: «Apacienta mis
corderos. Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» Él le contesta:
«Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Él le dice: «Pastorea mis ovejas.» Por tercera vez le
pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?» Se entristeció Pedro de que le preguntara
por tercera vez si lo quería y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.»
Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías
e ibas adonde querías; pero cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te
llevará adonde no quieras.» Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios.
Dicho esto, añadió: «Sígueme.»
Se dice «Credo»
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Recibe, Señor, las ofrendas de tu Iglesia exultante de gozo; y pues la resurrección de su
Hijo nos dite motivo par tanta alegría, concédenos participar de este gozo eterno.
Prefacio pascual
ANTÍFONA DE COMUNIÓN (Jn 21,12-13)
Jesús dice a sus discípulos: vamos, comed. Y tomó el pan y se los dio. Aleluya.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Mira, Señor con bondad a tu pueblo, y ya que has querido renovarlo con estos sacramentos
de vida eterna concédele también la resurrección gloriosa.
Lectio
Invocación:
Envía, oh Padre, tu Santo Espíritu para que la noche infructuosa de nuestra vida se
transforme en alba radiante al reconocer a tu Hijo presente en medio de nosotros. Que tu
Espíritu aletee sobre las aguas del mar de nuestras vidas, como al principio de la creación y
se abran nuestros corazones para acoger tu Palabra, tengamos hambre de Cristo Pan de la
Vida, y participemos en el Banquete de su Cuerpo y de su Sangre. Arda en nosotros el
fuego de tu Espíritu, para que nos convirtamos en testigos de Jesús, como Pedro, Juan,
como los otros discípulos y tomando las redes en nuestras manos vayamos a la pesca de tu
Reino. Amén.
Contexto:
Este capítulo parece ser un añadido del Evangelio de Juan, ya que el capítulo 20 tiene una
conclusión total sobre la finalidad del mismo Evangelio de Juan. Como el prólogo del
Evangelio, este capítulo forma una unidad aparte. No nos relata noticias de la vida de Jesús.
El protagonista es el grupo de discípulos, que van transformando su vida con la experiencia
de la fe en el Resucitado. El cuarto Evangelio, después de haber narrado la obra de Jesús,
inicia a los apóstoles y discípulos en la misión que les confía el Señor. Señala cómo tiene
que ser la misión de los discípulos del Evangelio (pesca milagrosa, descubrir al Resucitado
en la rutina diaria) y señala, sobre todo, cómo ha de ser la pastoral de la Iglesia, a base de
amor y servicio.
Esta pesca en el mar de Tiberiades me envía con fuerza y claridad al principio del
Evangelio, donde Jesús llama a los primeros discípulos, los mismos que se hallan presentes
aquí: Pedro, Santiago, Juan, Natanael. La comida con Jesús, el almuerzo con el pan y los
peces me remite al capítulo 6, donde se describe la multiplicación de los panes – revelación
del Pan de Vida. El coloquio íntimo y personal de Jesús con Pedro, su triple pregunta:
“¿Me amas?” me conduce a la noche, donde Pedro había negado al Señor por tres veces.
Texto:
Con doble repetición del verbo “manifestarse” (Jn 21, 1), se muestra Jesús otra vez a los
discípulos”. San Juan atrae nuestra atención sobre un hecho que está por cumplirse. La
Resurrección de Jesús no ha terminado de penetrar en la vida de sus discípulos y por tanto
de su Iglesia; hay necesidad de disponerse a acoger la luz, la presencia, la salvación que
Cristo ofrece. Como se manifiesta a los suyos, así continuará manifestándose siempre en la
vida de los creyentes en la Iglesia. También en mi vida.
El texto me, coloca frente a la misión evangelizadora de la Iglesia que ha de tener estas
actitudes y signos:
-Salida: v. 2-3. Pedro y los otros seis discípulos, no están encerrados en una casa, salen a su
trabajo sin miedo.
-“Voy a pescar”, dice Pedro y los demás siguen la iniciativa: “también nosotros vamos
contigo”; los seis junto con él se lanzan fuera, hacia el mar y “subieron a la barca”.
-Es de noche, la pesca se hace fatigosa e infructuosa, la “noche” figura del reino de las
tinieblas y del mal, donde reina el ambiente hostil que rechazará el Evangelio. Después de
una noche de fatiga, no pescan nada. Es la oscuridad, la soledad, la incapacidad de las
fuerzas humanas las que acompañan al grupo de pescadores.
-Al despuntar el alba (v. 4), vuelve la luz y aparece el Señor erguido sobre la ribera del mar,
pero no lo reconocen, todavía hay necesidad de realizar un camino interior muy fuerte. La
iniciativa entonces es del Señor, quien les pregunta: “¿no tenéis nada que comer?”(v. 5),
con sus palabras les ayuda a tomar conciencia de su condición: no tienen nada para comer.
(v. 6) Él les invita a tirar otra vez la red a la derecha de la barca y la obediencia a su Palabra
obra el milagro, la pesca es abundante. Juan, el discípulo del amor, reconoce enseguida al
Señor y grita su fe a los otros discípulos: “Es el Señor” (v. 7); sólo desde el amor se
entiende a Jesús y la necesidad de mostrarlo a los otros. Pedro sin túnica, es símbolo de
miseria y debilidad, pero enseguida se la ata a la cintura: signo de disponibilidad y
servicio, se arroja al agua con confianza y entrega total para alcanzar lo más pronto a su
Maestro y Señor. (v. 8) Los otros discípulos, a su vez se acercan, arrastrando la barca y la
red con los peces.
- La escena ahora tiene lugar en tierra firme, allí Jesús está esperando a los discípulos, a sus
amigos, aquellos que habían compartido su vida con Él. (v. 9) Ven que hay brasas, un pez
sobre ellas y pan. El pan de Jesús está unido a los peces de los discípulos: (v. 10) “traed
algunos de los peces…”, su vida y su don se convierten en una sola cosa con la vida y el
don de ellos. (v. 11) La “red, no se rompió” a pesar de que estaba llena, es lo que advierte
Pedro en medio de su admiración: ciento cincuenta y tres peces grandes. Jesús, les tiene
preparado el banquete: (v, 12) “venid y comed”, es la invitación que Jesús les hace y (v.13)
toma el pan y se los da; de igual modo el pez; los alimenta para fortalecer su nueva tarea,
que es la evangelización. (v. 14) Esta es la tercera vez que Jesús se “manifestó” a sus
discípulos después de resucitado. Es quien invita a la comunión con Él, antes de comenzar
la misión.
Después del banquete, de la intimidad, Jesús habla directamente al corazón de Pedro (Jn 21,
15-18); es un momento de amor muy fuerte. Tres veces Pedro niega a Jesús, ahora reafirma
su entrega. Mas es una declaración de amor recíproca, confirmada por tres veces, capaz de
superar las infidelidades, las debilidades. Comienza una nueva vida para Pedro, en la que
tiene que tomar en sus manos un nuevo timón, para guiar una nueva Barca.
El v. 19, cierra este hermoso pasaje, dejando resonar de nuevo la voz de Jesús dirigiéndose
a Pedro, con una palabra desafiante y definitiva: “¡Sígueme!”, a la cual no hay otra
respuesta que la vida misma.
Conclusión:
-Sin Jesús, la tarea no da frutos; con Jesús aquello que se cosecha es abundantísimo.
-el fruto de lo que se recoge - misión, depende de la escucha y práctica de la Palabra.
-la comida y la misión se comparten en comunidad; la Palabra y la Eucaristía son el punto
de encuentro con el Resucitado, necesario para el anuncio.
-La experiencia con el Resucitado conduce no a la recerca de sí mismo sino a la entrega y
al servicio por amor, como acontece en la triple pregunta de Jesús a Pedro y su
compromiso con Él.
-La autoridad que Pedro recibe de Jesús se convierte en fraternidad y servicio, valores que
deben tener como punto de referencia el amor.
Medito: ¿Qué me dice la Palabra de Dios?
*Que el Señor Resucitado me ayude a desnudar mi corazón para que el alma pueda ser
alcanzada en lo más profundo (Hb.4, 12)
La imagen de los discípulos que “salieron y entraron en la barca” (v. 3), de noche, me lleva
a pregúntame si ¿hoy estoy disponible para hacer un camino de conversión, a cambiar ese
mar hostil lleno de oscuridad, o prefiero esconderme con las puertas cerradas por el miedo,
como los discípulos en el cenáculo?
*“Aquella noche los discípulos no pescaron nada”. ¿Tengo el valor de dejarme decir por el
Señor, que en mí existe el vacío, que es de noche, que no tengo nada entre las manos y que
necesito de Él, de su presencia?
*El Resucitado, está a la orilla del mar. Me pregunta si tengo pescado, me pide de lo que he
ganado en mi trabajo, en mi misión y descubro mi pobreza; tal vez, tengo las manos vacías,
muy poco o no tengo nada que ofrecerle. Pero Él está dispuesto a recibir aún mi pobreza.
*“Echad la red a la derecha” (v. 6). El Señor me indica el lugar, me dice con claridad la
acción que debo ejecutar y comprendo claramente lo que debo hacer: escuchar, como
escuchó María la voz del Ángel en la Anunciación (Lc 1,28s), como escucharon los
discípulos a su Señor, se fiaron, obedecieron y vieron la obra del milagro. La actitud
hermosa de Pedro fue la de “echarse al mar”, se arrojó él mismo, como el endemoniado
curado (Mc 5, 6), como Jairo, como la hemorroisa, como el leproso, que se arrojaron a los
pies de Jesús. O como Jesús mismo, que se arrojó a tierra y oraba a su Padre (Mc 14,35).
“Traed los peces” (v.10): El Señor me pide unir su alimento al mío, su vida a la mía. Me
pide de aquello que he pescado; San Juan está hablando de personas, aquellas a las que el
mismo Señor quiere salvar por mi pesca y me invita a su banquete, a su fiesta; allí me
espera, pero en compañía de los hermanos y hermanas que Él me ha confiado y sigue
dándome a lo largo de mi vida. Sólo así podré sentarme a su mesa, la mesa de la Eucaristía,
donde acontece el encuentro de la intimidad.
*Pero aún me queda por escuchar la pregunta que penetra todo mi ser: “¿Me amas? (v. 15)
Señor, son tantas mis incoherencias, mis negaciones…; porque lo sucedido a Pedro forma
parte de mi vida, de mi historia. Pero no debo dejarme llevar de mi miedo, de mis cobardías
y aún en medio de mis debilidades, yo quiero estar con Jesús, quiero andar con Él, quiero
acercarme y decirle que sí, que lo amo. Me postro ante el Resucitado y con las palabras de
Pedro le digo: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo”, sé que me amas así como
soy, pobre y débil, pero me miras con amor y en medio de las noches oscuras de mi vida
me iluminas con tu luz.
*“Apacienta mis ovejas… Sígueme” (vv.15. 19) “A las tres preguntas de Jesús a Pedro
sobre el amor, sigue la triple invitación: apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas” Dice
el Papa Francisco y continúa diciendo “que nunca nos olvidemos que el verdadero poder es
el servicio… humilde, concreto”. El Señor me invita, para que asuma y realice estos
valores, en lo cotidiano con amor. Sin olvidar que el Señor es el eje y la guía de toda la
historia humana: “el Oriente de los orientes- explicaba San Hipólito- invade el universo, y
el que existía antes del lucero de la mañana y antes de todos los astros, inmortal e inmenso,
el gran Cristo brilla sobre todos los seres más que el Sol”. ¡El eje y la guía! Nuestra
existencia no es una existencia “desorientada”, sumergida en la oscuridad de la noche, sin
que se pueda apreciar el Camino y la meta. Existe el Camino y existe la Luz que nos guía,
así lo experimentó Pedro y los demás discípulos
Concluyo con una oración:
Gracias, Padre Santo, por haberme acompañado más allá de la noche, hacia el nuevo
amanecer, cuando el alba despunta y en el nuevo fulgor del alba pude descubrir la figura
resucitada de tu amado Hijo Jesús. Gracias por abrir mi corazón a la escucha y acogida de
tu Palabra y haber podido realizar el milagro de la pesca abundante. Gracias por el don del
bautismo en las límpidas aguas de tu misericordia y de tu amor; por el banquete a la orilla
del mar. Gracias por quienes he encontrado a lo largo de mi vida y por quienes con tu
ayuda he podido conducir al ti. Te encomiendo en esta Pascua a los que están sumergidos
en la oscuridad de la noche, orienta sus caminos y devuélveles la esperanza que trae tu
Resurrección para que descubran que en medio de las dificultades Tú eres la luz que los
guía. Gracias porque no te cansas de acercarte a mi vida y porque te diriges a mí
diciéndome: “¡Tú, Sígueme!”. Amén.
Apéndice
Tienes dónde mostrar tu amor hacia mí
Ya vivo, una vez vencida la muerte, Jesús interpeló al apóstol Pedro, aquel presuntuoso que
luego le negó, preguntándole: Simón, hijo de Jonás -pues éste era el nombre de Pedro-, ¿me
amas? Pedro le respondió lo que experimentaba en su corazón. Si Pedro le respondió
conforme a lo que pensaba en su corazón, ¿por qué hizo tal pregunta el Señor, que veía los
corazones? Por eso también Pedro se extrañó y escuchaba con cierto malestar a quien le
preguntaba lo que él sabía que no ignoraba. Le pregunta por primera vez ¿Me amas? Le
respondió: Señor, tú sabes que te amo. Luego otra vez: ¿Me amas? -Señor, tú sabes todo, y
sabes que te amo. Aún por tercera vez. Pedro se entristeció. ¿Por qué te entristeces, Pedro?
¿Por qué has respondido por tres veces que me amas? ¿Has olvidado ya aquel triple temor?
Permite que te interrogue el Señor; es el médico quien te interroga, y el interrogatorio lo
hace con la mirada puesta en tu salud. No te afecte la reiteración. Espera; hay que
completar el número de confesiones de amor, para que destruya el de las negaciones.
Siempre, es decir, cada vez que le pregunta, el Señor confía a Pedro que le declara su amor,
sus corderos, diciéndole: Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas (Jn 21,15-17),
como si dijera: «¿Qué crees que significa para mí el que tú me amas? Muéstrame tu amor
en tus ovejas. ¿Qué significa para mí tu amor, si he sido yo mismo quien te ha concedido el
amarme? Pero tienes dónde mostrar tu amor hacia mí, dónde ejercitarlo: apacienta mis
corderos».
Hasta qué punto han de ser apacentados los corderos del Señor y con cuánto amor han de
serlo las ovejas compradas a tan elevado precio, lo manifestó en lo que sigue. En efecto,
después que Pedro, en su triple respuesta, como triple había sido su negación, confesó que
amaba al Señor, cuando le fueron encomendadas las ovejas, escuchó lo referente a la propia
pasión futura. Aquí manifestó el Señor que aquellos a quienes él confía sus ovejas debían
amarlas hasta estar dispuestos a morir por ellas. Así lo dice el mismo Juan en su carta:
Como Cristo entregó su vida por nosotros, así debemos entregarla también nosotros por
los hermanos (1 Jn 3,16).
Con soberbia presunción había respondido al Señor, cuando le dijo: Entregaré mi vida por
ti (Jn 13,37). Aún no había recibido la fuerza necesaria para cumplir la promesa. Ahora va a
ser colmado de amor para que pueda cumplirla. Por eso le pregunta: ¿Me amas? Y él
responde: Te amo. Sólo el amor puede cumplir esto. «Entonces, Pedro, ¿qué? ¿Qué temías
cuando lo negaste? Lo único que temías era morir. Habla contigo, estando en vida, quien tú
viste muerto. No temas ya la muerte; ha sido vencida en aquel cuya muerte temías tú. Colgó
de la cruz, fue taladrado con clavos, entregó su espíritu, fue traspasado por una lanza y
colocado en el sepulcro. Eso temías tú cuando lo negaste; eso temías sufrir; y, temiendo la
muerte, negaste la vida. Comprende ahora: cuando temiste morir fue cuando en verdad
moriste». Murió al negarlo y resucitó al llorar.
¿Por qué le dice a continuación: Sígueme? Porque conocía que estaba ya en condiciones
para ello. En efecto, si recordáis o, mejor, como recuerdan quienes lo leyeron -recuérdenlo
también quienes lo han leído y olvidado o conózcanlo quienes no lo han leído-, Pedro le
había dicho: Te seguiré a donde quiera que vayas. Y el Señor le respondió: Ahora no
puedes seguirme; me seguirás luego (Jn 13,36). Ahora -le dijo- no puedes. Tú lo prometes,
pero yo conozco tus fuerzas; examino el latido de tu corazón, y como a un enfermo, le
diagnostico la verdad: No puedes seguirme ahora. Pero este diagnóstico no debe ser motivo
de desesperación, pues añadió estas palabras: Me seguirás luego. Sanarás y me seguirás.
Pero ahora, viendo el estado de su corazón y el don del amor que ha hecho a su alma, le
dice: Sígueme. Yo que antes te había dicho: Ahora no puedes, te digo: «Sígueme ahora».
San Agustín Sermón 253,1-3
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