IV Domingo de Adviento

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IV Domingo de Adviento
Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo
(Lc 1,26-38)
ANTÍFONA DE ENTRADA (Is 45,8)
Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad la victoria; ábrase la tierra y brote la salvación.
No se dice «Gloria»
ORACIÓN COLECTA
Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que por el anuncio del ángel hemos conocido la
encarnación de tu Hijo, para que lleguemos por su pasión y su cruz a la gloria de su resurrección.
PRIMERA LECTURA (2 Sm 7,1-5.8b-12.14a.16)
El reino de David durará por siempre en la presencia del Señor
Lectura del segundo libro de Samuel
Cuando el rey David se estableció en su palacio, y el Señor le dio la paz con todos los enemigos que
le rodeaban, el rey dijo al profeta Natán: «Mira, yo estoy viviendo en casa de cedro, mientras el arca
del Señor vive en una tienda.» Natán respondió al rey: «Ve y haz cuanto piensas, pues el Señor está
contigo.» Pero aquella noche recibió Natán la siguiente palabra del Señor: «Ve y dile a mi siervo
David: ¿Eres tú quien me va a construir una casa para que habite en ella? Yo te saqué de los
apriscos, de andar tras las ovejas, para que fueras jefe de mi pueblo Israel. Yo estaré contigo en
todas tus empresas, acabaré con tus enemigos, te haré famoso como a los más famosos de la tierra.
Daré un puesto a Israel, mi pueblo: lo plantaré para que viva en él sin sobresaltos, y en adelante no
permitiré que los malvados lo aflijan como antes, desde el día que nombré jueces para gobernar a
mi pueblo Israel. Te pondré en paz con todos tus enemigos, te haré grande y te daré una dinastía. Y
cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la
descendencia que saldrá de tus entrañas y consolidaré el trono de su realeza. Yo seré para él padre,
y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mí presencia; tu trono permanecerá
por siempre»
SALMO RESPONSORIAL (Sal 88, 2-3. 4-5. 27 y 29)
R/. Cantaré eternamente las misericordias del Señor.
Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dije: «Tu misericordia es un edificio eterno,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad.» R/.
Sellé una alianza con mí elegido,
jurando a David, mi siervo:
«Te fundaré un linaje perpetuo,
edificaré tu trono para todas las edades.» R/.
Él me invocará: «Tú eres mi padre,
mi Dios, mi Roca salvadora.»
Le mantendré eternamente mi favor,
y mi alianza con él será estable. R/.
SEGUNDA LECTURA (Rm 16, 25-27)
Misterio que, después haber permanecido oculto, acaba de ser descubierto
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos
Hermanos: Al que puede fortalecernos según el Evangelio que yo proclamo, predicando a Cristo
Jesús – revelación del misterio mantenido en secreto durante siglos eternos y manifestado ahora en
los escritos proféticos, dado a conocer por decreto del Dios eterno, para traer a todas las naciones a
la obediencia de la fe–, al Dios, único sabio, por Jesucristo, la gloria por los siglos de los siglos.
Amén.
ACLAMACIÓN AL EVANGELIO (Lc 1,38)
R/. Aleluya, aleluya
Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.
R/. Aleluya, aleluya
EVANGELIO (Lc 1,26-38)
Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a
una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba
María. El ángel, entrando a su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo;
bendita tú entre las mujeres.» Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era
aquél. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu
vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del
Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para
siempre, y su reino no tendrá fin.» Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco
varón?» El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá
con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente
Isabel que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril,
porque para Dios nada hay imposible.» María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en
mí según tu palabra.» Y la dejó el ángel.
Se dice «Credo»
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
El mismo espíritu, que cubrió con su sombra, y fecundó con s poder las entrañas de María, la
Virgen Madre, santifique, Señor estos dones que hemos colocado sobre tu altar.
ANTÍFONA DE COMUNIÓN (Is 7,14)
Mirad: La Virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Dios–con–nosotros.
ORACIÓN DE COMUNIÓN
Señor, que este pueblo, que acaba de recibir la prenda de su salvación, se prepare con tanto mayor
fervor a celebrar el misterio del nacimiento de tu Hijo cuanto más se acerca la fiesta de Navidad.
Lectio
“A mil años de distancia de la promesa, un rey y una joven virgen están juntos en su casa. La
Palabra de Dios entra en su casa... ellos solos con ella”. Estas palabras recogen bastante bien el
itinerario interno que recorren las lecturas de este IV Domingo de Adviento. En el relato de la
anunciación, María le abre la puerta al Señor con su “Fiat” y la entrega de su vida entera le permite
al Hijo de Dios hacerse carne y llegar a toda la humanidad. La vocación de María para ser la madre
del Mesías es única, pero permanece como modelo para cada uno de nosotros que estamos llamados
a “encarnar el Verbo” en esta Navidad que se aproxima.
El texto
El relato de Lucas 1,26-38 comienza ubicándonos en el tiempo (seis meses después de la
concepción de Juan) y en el espacio (Nazareth, ciudad de Galilea). Luego nos presenta el personaje
central, María, y nos da algunas informaciones sobre ella (su desposorio con José, de la
descendencia de David, y su virginidad). En correlación con la profecía de Natán (primera lectura),
comprendemos la importancia de la frase: “desposada con un hombre llamado José, de la casa de
David”. El profeta Natán dice: “El Señor Dios le dará el trono de David su padre”. De esta forma,
el relato de Lucas está enraizado en la larga historia de salvación que espera la venida del Mesías, el
hijo de David. Con todos estos datos iniciales, el relato se concentra en la narración del llamado que
Dios, por medio del Ángel Gabriel, le hace a María para cooperar en el plan de Dios engendrando al
Mesías esperado, quien es descendiente de David, pero sobre todo “Hijo de Dios”.
Estructura del texto
El anuncio del Ángel se desarrolla en tres momentos:
1) el saludo,
2) el anuncio del hijo de David, y
3) el anuncio del Hijo de Dios.
Todo el mensaje se apoya en un único signo: la fecundidad (biológicamente imposible) de la
anciana Isabel. En cuanto leemos el relato no perdamos de vista las tres reacciones de María:
1) una emoción, una reacción de “temor” (ante el saludo y no ante el anuncio),
2) una pregunta, y
3) un acto de disponibilidad generosa.
1) El saludo: la experiencia de fondo sobre la cual se apoya el llamado que el Señor le hace a
María (1,28-29)
Lo primero que destaca el relato es que la vocación de María se apoya en la acción de Dios. En cada
una de las tres palabras del saludo del Ángel ― “Alégrate”, “llena de gracia”, “el Señor está
contigo”― hallamos un contenido profundo en el que se delinea lo que Dios hace en ella (ver 1,28):
– La alegría: “¡Alégrate!” El Ángel le anticipa a María que el anuncio será para ella motivo de
inmensa alegría, que la palabra del Señor va a tocar lo más íntimo de su ser y que su reacción al
final no podrá ser otra que la exultación. Es de notar que la alegría de María no es inmediata sino
que comienza, a partir de ahora, un camino interior que culmina en el canto feliz del “Magníficat”:
“mi espíritu se alegra en Dios mi salvador” (1,47). Se podría decir que la alegría caracteriza una
auténtica vocación.
– La plenitud de la gracia divina: “¡Llena eres de gracia!” Este es el motivo de la alegría, Dios le
hace conocer la inmensidad de su amor predilecto por ella, cómo ha puesto sus ojos en ella,
colmándola de su favor y de su complacencia. Su amor es definitivo e irrevocable. Esta afirmación
es tan importante que el Ángel se la va a repetir en 1,30. La confianza que se necesita para poder
responderle al Señor cuando nos llama viene de la certeza de su amor.
– La ayuda fiel de Dios: “¡El Señor está contigo!”.
Porque Dios ama entrañablemente a María se pone a su lado y se compromete a ayudarla de
manera concreta en su misión. Dios le hizo esta promesa también a los grandes vocacionados de la
Biblia (Jacob, Moisés, Josué, Gedeón, David, Jeremías...).
Lo que se anuncia en Lucas 1,28 se realiza en 1,35, donde se dice cómo es que Dios ayuda a María:
“El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”.
Con su potencia vivificante, creadora, Dios hace capaz a María de colocarse al servicio de la
existencia de Jesús. La acción del Espíritu nos remite a Génesis 1,1. Por lo tanto María es el lugar
donde se cumple la acción poderosa del Dios creador, y Jesús es el nuevo comienzo, en quien se
ofrecerá esta vida plena que viene de Dios y se realiza en Dios.
Con esta promesa María es interpelada: “no será imposible ninguna palabra que proviene de
Dios” (1,37, que traducimos literalmente) y un signo de ello es lo que ha hecho en Isabel, la mujer
que no podía dar vida. Todo el anuncio del Ángel se apoya en este signo de fecundidad de la mujer
anciana. Lo mismo hará Dios con una virgen.
2. La misión concreta de María con la persona del Mesías: la concepción y nacimiento del hijo
de David (1,30-33) María es llamada para colocarse completamente al servicio de Jesús dándole
existencia humana a partir de su capacidad natural de mujer: “Vas a concebir y dar a luz un hijo”
(1,31).
Pero su misión no se limita sólo a esto, Dios le pide también que le dé un “nombre” al niño, “y le
pondrás por nombre Jesús”. En esta frase Dios le está solicitando que se ocupe de su desarrollo
plenamente humano del Hijo de Dios, que lo eduque.
Así, el servicio de María implica entrega total en el don de todo su ser, de todo su tiempo, de su
feminidad, de sus intereses, de todas sus capacidades, de su proyecto de vida al servicio de Dios.
3) La acción creadora del Espíritu Santo en el vientre de María: se engendra al Hijo de Dios
(Lc 1,34-35)
Cuando María le pregunta al Ángel: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” (1,34), el
Ángel le responde con el anuncio de la acción del Espíritu Santo que fecunda su vientre virginal
(1,35). Retomemos las palabras del Ángel:
– “El Espíritu Santo sobrevendrá sobre ti...”
El profeta Isaías había anunciado que el Espíritu Santo debía “reposar” de manera especial sobre el
Mesías (cfr. Is 11,1-6; 61,1-3; ver el texto del pasado 2 de diciembre). La frase nos recuerda la
acción creadora de Dios en Gn 1,1-2: el Espíritu de Dios genera vida.
– “El poder del Altísimo te pondrá bajo su sombra”
Tenemos en esta frase tan importante el mensaje de la novedad de la virginidad fecunda. La acción
eficaz de Dios pone a María “bajo su sombra”. Esta frase nos remite a Éxodo 40,35, donde aparece
la imagen bíblica de la “shekiná”, que es la gloria de Dios que desciende para habitar en medio de
su pueblo en la “Tienda del Encuentro” o “Tienda de las citas divinas”. Se trata de una imagen muy
diciente: la nube que “cubre” la Tienda del Encuentro significaba la presencia de Dios en medio de
su pueblo. Pues bien, ahora el seno de María “cubierto por la sombra” es el lugar de la presencia
divina.
Retomando lo esencial de estas dos expresiones puestas juntas, “el Espíritu vendrá sobre ti” y “el
poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”, podemos decir que la acción del Espíritu en María es
la expresión concreta: a) del auxilio de Dios en la misión que debe cumplir: ser madre del Salvador,
b) del poder de Dios creador, c) del tipo de relación que Dios quiere establecer con ella y con la
humanidad: una cercanía casi total, un abrazo amoroso que le da plenitud a su existencia al
sumergirla en su propia gloria.
–“Por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios”
En la Biblia, la santidad es el atributo esencial de Dios. En la visión de Isaías, lo serafines cantaban:
“Santo, Santo, Santo, el Señor, Dios del universo” (Isaías 6,3). La santidad hará de Jesús un “Hijo
de Dios” diferente de los reyes de Israel quienes se consideraban “hijos adoptivos de Dios” cuando
ascendían al trono.
El niño que va a nacer tendrá un punto en común con los reyes de Israel: será rey. Pero también una
gran diferencia: “reinará para siempre sobre la casa de Jacob”. Curiosamente su reinado se ejercerá
en la pobreza, en la humildad y en la misericordia. Jesús estará revestido de la santidad del Padre.
4. El signo: la anciana que engendra en la vejez (1,36-37)
El Ángel le da a María este signo: “Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su
vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible
para Dios”.
En este punto se cruzan las dos escenas de anunciación, la que recibió Zacarías y la que recibió
María: se anuncian nacimientos en circunstancias prácticamente imposibles. Una pareja estéril y
una pareja que no ha tenido relaciones conyugales no pueden dar vida. Por tanto: “Ninguna cosa es
imposible para Dios”, dice el Ángel, citando las palabras de Dios a Abraham en Mambré, cuando
Sara se rió ante el increíble anuncio del nacimiento de Isaac (ver Génesis 18,14).
El anciano Zacarías dudó y pidió un signo. Dios le concedió uno, quizás no el que esperaba: se
quedó mudo. El Ángel lo reprendió ante su falta de fe. María, por el contrario no tiene dudas, ella
no pide un signo, simplemente una aclaración. Con todo, sin que se haya pedido, María es remitida
al signo del vientre fecundo de la estéril.
5. María acepta la anunciación (1,38)
Todo lo que el Espíritu hace en María está en función de Jesús: el Mesías entra en la historia
humana por medio de la acción del Espíritu creador de Dios en María. De esta manera el relato de la
vocación de María ilumina nuestra comprensión del misterio del Hijo que toma carne en la
naturaleza humana.
Todo se hace posible gracias al “sí” de María: “Hágase en mí según tu Palabra” (1,28). Entonces
María entra en el proyecto de Dios. Con sus mismas palabras se da el título más bello del
Evangelio: “servidora”. Jesús en la última cena se hará llamar de la misma manera: “Yo estoy entre
vosotros como el que sirve” (22,27).
Al ponerse al servicio de Dios, con entrega total como la de una esclava, María se convierte en
modelo de los discípulos y en modelo de toda la Iglesia. Acogerá al Señor en su seno, pero no se lo
guardará para ella: primero lo llevará hasta la casa de Zacarías e Isabel, luego lo presentará a los
pastores el día del nacimiento y finalmente se lo ofrendará a Dios y a la humanidad tanto en el
Templo como en la Cruz.
Oración
Al mismo tiempo, al acercarnos a ti Madre, al contemplarte, queremos que seas el modelo y
ejemplo que inspire nuestro propio proceder. De ti queremos aprender a decirle siempre “sí” al
Señor, tanto en las circunstancias más sencillas y ordinarias de la vida cotidiana, como también en
las circunstancias más exigentes, adversas o dolorosas, o en aquellas en las que Dios me pueda
pedir incluso abandonar mis propios planes y proyectos para abrazar los suyos.
De ti, Madre tierna y Mujer fuerte, queremos aprender a jamás permitir que nuestros temores e
inseguridades, nuestros apegos a propios planes o visión de las cosas, o incluso a nuestros vicios y
pecados, sean más grandes que nuestro amor a Dios y nuestro deseo de cumplir su Plan.
De ti queremos aprender a decirle al Señor cada día y en cada momento de nuestra vida: “¡Hágase
en mí según tu palabra!”
Apéndice
DEL CATECISMO DE LA IGLESIA
Concebido por obra y gracia del Espíritu Santo…
484: La anunciación a María inaugura la plenitud de «los tiempos» (Gál 4,4), es decir, el
cumplimiento de las promesas y de los preparativos. María es invitada a concebir a Aquel en quien
habitará «corporalmente la plenitud de la divinidad» (Col 2,9). La respuesta divina a su «¿cómo
será esto, puesto que no conozco varón?» (Lc 1,34) se dio mediante el poder del Espíritu: «El
Espíritu Santo vendrá sobre ti» (Lc 1,35).
485: La misión del Espíritu Santo está siempre unida y ordenada a la del Hijo. El Espíritu Santo fue
enviado para santificar el seno de la Virgen María y fecundarla por obra divina, Él que es «el Señor
que da la vida», haciendo que ella conciba al Hijo eterno del Padre en una humanidad tomada de la
suya.
486: El Hijo único del Padre, al ser concebido como hombre en el seno de la Virgen María, es
«Cristo», es decir, el ungido por el Espíritu Santo, desde el principio de su existencia humana,
aunque su manifestación no tuviera lugar sino progresivamente: a los pastores, a los magos, a Juan
Bautista, a los discípulos. Por tanto, toda la vida de Jesucristo manifestará «cómo Dios le ungió con
el Espíritu Santo y con poder» (Hech 10,38).
…nació de santa María Virgen
487: Lo que la fe católica cree acerca de María se funda en lo que cree acerca de Cristo, pero lo que
enseña sobre María ilumina a su vez la fe en Cristo.
488: «Dios envió a su Hijo» (Gál 4,4), pero para «formarle un cuerpo» quiso la libre cooperación
de una criatura. Para eso desde toda la eternidad, Dios escogió para ser la Madre de su Hijo, a una
hija de Israel, una joven judía de Nazaret en Galilea, a «una virgen desposada con un hombre
llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María» (Lc 1,26-27):
El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la
Madre precediera a la encarnación para que, así como una mujer contribuyó a la muerte, así también
otra mujer contribuyera a la vida (LG 56).
489: A lo largo de toda la Antigua Alianza, la misión de María fue preparada por la misión de
algunas santas mujeres. Al principio de todo está Eva: a pesar de su desobediencia, recibe la
promesa de una descendencia que será vencedora del Maligno y la de ser la Madre de todos los
vivientes. En virtud de esta promesa, Sara concibe un hijo a pesar de su edad avanzada. Contra toda
expectativa humana, Dios escoge lo que era tenido por impotente y débil para mostrar la fidelidad a
su promesa: Ana, la madre de Samuel, Débora, Rut, Judit y Ester, y muchas otras mujeres. María
«sobresale entre los humildes y los pobres del Señor, que esperan de él con confianza la salvación y
la acogen. Finalmente, con ella, excelsa Hija de Sión, después de la larga espera de la promesa, se
cumple el plazo y se inaugura el nuevo plan de salvación».
«Hágase en mí según tu palabra»
494: Al anuncio de que ella dará a luz al «Hijo del Altísimo» sin conocer varón, por la virtud del
Espíritu Santo. María respondió por «la obediencia de la fe» (Rom 1,5), segura de que «nada hay
imposible para Dios»: «He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,37-38).
Así dando su consentimiento a la palabra de Dios, María llegó a ser Madre de Jesús y, aceptando de
todo corazón la voluntad divina de salvación, sin que ningún pecado se lo impidiera, se entregó a sí
misma por entero a la persona y a la obra de su Hijo, para servir, en su dependencia y con él, por la
gracia de Dios, al Misterio de la Redención: Ella, en efecto, como dice S. Ireneo, «por su obediencia
fue causa de la salvación propia y de la de todo el género humano». Por eso, no pocos Padres
antiguos, en su predicación, coincidieron con él en afirmar: «el nudo de la desobediencia de Eva lo
desató la obediencia de María. Lo que ató la virgen Eva por su falta de fe lo desató la Virgen María
por su fe». Comparándola con Eva, llaman a María “Madre de los vivientes” y afirman con mayor
frecuencia: «la muerte vino por Eva, la vida por María».
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