XVIII Domingo del Tiempo Ordinario

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XVIII Domingo del Tiempo Ordinario
Comieron todos hasta quedar satisfechos
(Mt 14,13-21)
ANTÍFONA DE ENTRADA (Sal 69, 2-6)
Dios mío, dígnate librarme; date prisa en socorrerme. Que tú eres mi auxilio y mi liberación: Señor,
no tardes.
ORACIÓN COLECTA
Ven Señor, en ayuda de tus hijos; derrama tu bondad inagotable sobre los que te suplican, y renueva
y protege tu creación en favor de los que te alaban como creador y como guía.
PRIMERA LECTURA (Is 55,1-3)
Daos prisa y comed
Lectura del Libro de Isaías
Así dice el Señor: «Oíd, sedientos todos, acudid por agua también los que no tenéis dinero: venid,
comprad trigo; comed sin pagar vino y leche de balde. ¿Por qué gastáis dinero en lo que no
alimenta? ¿Y el salario en lo que no da hartura? Escuchad atentos y comeréis bien, saborearéis
platos sustanciosos. Inclinad el oído, venid a mí, escuchadme y viviréis. Sellaré con vosotros
alianza perpetua, la promesa que aseguré a David»
SALMO RESPONSORIAL (Sal 144,8-9. 15-16. 17-18)
R/.Abres tú la mano, Señor, y nos sacias de favores.
El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno
con todos, es cariñoso con todas sus criaturas. R/.
Los ojos de todos te están aguardando,
tú les das la comida a su tiempo; abres tú la mano,
y sacias de favores a todo viviente. R/.
El Señor es justo en todos sus caminos,
es bondadoso en todas sus acciones;
cerca está el Señor de los que lo invocan,
de los que lo invocan sinceramente. R/.
SEGUNDA LECTURA (Rm 8,35.37-39)
Ninguna criatura podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo
Lectura de la Carta de San Pablo a los Romanos
Hermanos: ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la
persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? Pero en todo esto vencemos
fácilmente por aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni
ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura
alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.
ACLAMACIÓN AL EVANGELIO (Mt 4,4b)
R/. Aleluya, aleluya
No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
R/. Aleluya, aleluya
EVANGELIO (Mt 14, 13,21)
Comieron todos hasta quedar satisfechos
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo
En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en barca, a
un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al
desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se
acercaron los discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud
para que vayan a las aldeas y se compren de comer.» Jesús les replicó: «No hace falta que vayan,
dadles vosotros de comer.» Ellos le replicaron: «Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos
peces.» Les dijo: «Traédmelos.» Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los
cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los
dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos
y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y
niños.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Santifica, Señor, con tu bondad estos dones; acepta la ofrenda de este sacrificio espiritual y
transfórmanos a nosotros en oblación perenne.
ANTIFONA DE COMUNIÓN (Sal 16,20)
Nos has dado pan del cielo, Señor, que brinda toda delicia y sacia todos los gustos.
o bien (Jn 6,35)
Yo soy el pan de vida. El no e viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mi no pasará sed –dice
el Señor.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
A quienes has renovado con el pan del cielo, protégelos siempre con tu auxilio, Señor, y ya que no
cesas de reconfortarlos, haz que sean dignos de la redención eterna.
Lectio
Continuamos la lectura del Evangelio según San Mateo. Herodes acaba de ejecutar a Juan Bautista,
pero la presencia de Dios entre nosotros es incontestable. El gesto de la multiplicación de los panes
y los peces que nos cuenta el Evangelio de hoy lo demuestra. La realidad del Reino de Dios es
imparable.
Se trata de un signo del Reino y como tal simboliza y hace en parte realidad lo que representa:
reunidos en comunidad, en un banquete en el que se comparte el alimento, nuestras carencias y
necesidades son superadas porque Dios está con nosotros.
Fijémonos bien en cómo el Evangelio, una vez más, nos muestra la necesaria libre cooperación de
la persona y la relación de fraternidad como mediaciones imprescindibles para que el Reino se haga
una realidad. Y como esto está implicado en la propia eucaristía.
El relato evangélico de este domingo nos muestra a un Jesús tremendamente humano, nos revela el
amor, la ternura y generosidad de Jesús. Mateo nos dice que al enterarse de la muerte de Juan
Bautista, se retiró en silencio, “discretamente” (dice alguna traducción), y se fue a un lugar
despoblado. Juan era su pariente y además el testigo de la experiencia vivida en el Jordán, el
mediador que el Padre escogió para que Jesús viviera su experiencia fundante de “ser el Hijo
amado”.
Pero el evangelista nos dice que al desembarcar se encuentra mucha gente necesitada, y su corazón
vulnerable sintió compasión. Su dolor de hombre por la muerte del Bautista se enfrenta al dolor de
una humanidad que esperaba consuelo y sanación.
En tiempos de Jesús había muchos sedientos, hambrientos, enfermos, afligidos, que lo seguían y
buscaban en él la respuesta a sus preguntas y el alivio a sus dolores, Jesús los miraba con amor,
curaba sus enfermedades, saciaba su hambre y sed.
Pero no era solo con su bondad que Jesús obraba milagros, Jesús contaba con la fe y la disposición
de sus seguidores, para dar de comer a la multitud hambrienta, contaba con la solidaridad entre sus
seguidores que aportaron los cinco panes y los dos peces que sus discípulos lograron recolectar
entre los presentes. Son los panes y peces que cada uno de nosotros debe estar dispuesto a
compartir, para que Jesús entre en nuestra vida y haga maravillas.
Los discípulos, sin caer en la cuenta de lo que vive el Maestro le insisten que envíe al gentío a
buscar comida: “que se vayan”. La palabra del Señor es fuerte: “no tienen por qué irse, denles
ustedes de comer”, compartan lo que poseen, que lo nuestro es dar de lo que poseemos. Les hace
comprender que sus discípulos no pueden ni deben huir del sufrimiento y de la necesidad humana,
que están llamados a compartir sus cinco panes y sus dos pescados, que deben “dar gratuitamente lo
que poseen por Gracia”. El texto dice que comieron todos hasta saciarse y aún recogieron las
sobras…
A todos, el Señor nos invita a poner atención y escuchar con el corazón a quien camina junto a
nosotros, nos llama cada día a ser solidarios con el sufrimiento de nuestro prójimo: atención cordial
y solidaridad misericordiosa son dos actitudes fundamentales para que Dios pueda seguir obrando
sus milagros en nuestra tierra.
Escuchar con el oído del corazón el paso de Cristo sufriente en cada hermano necesitado, que clama
por un trozo de pan, que suplica un vaso de agua fresca, una palabra de aliento y comprensión, que
busca una presencia amiga, es la tarea que la Palabra de Dios nos deja hoy a cada uno para resolver
en nuestra vida cotidiana.
Si ponemos a disposición del Señor nuestros cinco panes de buena voluntad y los dos pescados de
compasión, les aseguro que comerán más de cinco mil hermanos nuestros, y ahora sí, contando a las
numerosas mujeres que sufren discriminación y maltrato, incluyendo en el registro a esos miles de
niños que mendigan afecto, ante la falta de un padre o una madre ausente, que super preocupados
por acumular éxito, dinero, fama no tienen tiempo para escuchar a su hijo o dibujar una sonrisa en
el rostro cansado y triste de su hija.
Hermanos, ¿estamos dispuestos a poner sobre la mesa el pan de nuestra vida y los peces de nuestra
historia?, ¿confiamos en que el pan va a alcanzar para todos?, ¿creemos que nuestra salud y
salvación están en Jesucristo y que es a él a quien debemos acudir para que nuestra vida sea plena?,
¿o seguiremos atados a las promesas de los milagreros de turno, seguiremos bebiendo de los
charcos, cuando el Manantial de la vida se nos ofrece cada día?
Dejemos que nuestra vida encuentre su plenitud en Jesús, acudamos con fe a compartir el pan, en la
Eucaristía, que es la cena del Señor, a la que estamos todos invitados. Estemos disponibles para
participar en la Eucaristía de la mano solidaria con nuestro hermano desamparado y humillado,
escuchemos atentos sus gemidos, atendamos sus necesidades más profundas: porque en cada
hermano que sufre está Cristo esperando nuestra ayuda.
Es verdad que el milagro de la vida nos viene de Cristo, pero no es menos verdad que se realiza a
través del servicio misericordioso a nuestro hermano, y que pasa por socorrer a Cristo que vive hoy
en cada uno de nuestros hermanos y hermanas más abandonados.
Hagamos nuestro este mensaje de compasión y solidaridad, no olvidemos que la Palabra de Dios es
viva y eficaz, que a cada uno de nosotros nos corresponde vivirla cada día, para que el milagro de
los panes siga presente en nuestra tierra hambrienta, para que el milagro de su Cuerpo y Sangre se
hagan vivos en el pan y el vino que vamos a comer y beber hoy en esta Eucaristía.
Apéndice
DEL CATECISMO DE LA IGLESIA
La milagrosa multiplicación de los panes prefigura el milagro de la Eucaristía
1333: En el corazón de la celebración de la Eucaristía se encuentran el pan y el vino que, por las
palabras de Cristo y por la invocación del Espíritu Santo, se convierten en el Cuerpo y la Sangre de
Cristo. Fiel a la orden del Señor, la Iglesia continúa haciendo, en memoria de Él, hasta su retorno
glorioso, lo que Él hizo la víspera de su pasión: «Tomó pan…», «tomó el cáliz lleno de vino…». Al
convertirse misteriosamente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, los signos del pan y del vino siguen
significando también la bondad de la creación (…).
1334: En la Antigua Alianza, el pan y el vino eran ofrecidos como sacrificio entre las primicias de
la tierra en señal de reconocimiento al Creador. Pero reciben también una nueva significación en el
contexto del Éxodo: los panes ácimos que Israel come cada año en la Pascua conmemoran la salida
apresurada y liberadora de Egipto. El recuerdo del mana del desierto sugerirá siempre a Israel que
vive del pan de la Palabra de Dios. Finalmente, el pan de cada día es el fruto de la Tierra prometida,
prenda de la fidelidad de Dios a sus promesas. El «cáliz de bendición» (1 Cor 10, 16), al final del
banquete pascual de los judíos, añade a la alegría festiva del vino una dimensión escatológica, la de
la espera mesiánica del restablecimiento de Jerusalén. Jesús instituyó su Eucaristía dando un sentido
nuevo y definitivo a la bendición del pan y del cáliz.
1335: Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y
distribuyó los panes por medio de sus discípulos para alimentar la multitud, prefiguran la
sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía.
1336: El primer anuncio de la Eucaristía dividió a los discípulos, igual que el anuncio de la pasión
los escandalizó: «Es duro este lenguaje, ¿quien puede escucharlo?» (Jn 6, 60). La Eucaristía y la
cruz son piedras de tropiezo. Es el mismo misterio, y no cesa de ser ocasión de división. «¿También
vosotros queréis marcharos?» (Jn 6, 67): esta pregunta del Señor resuena a través de las edades,
como invitación de su amor a descubrir que sólo Él tiene «palabras de vida eterna» (Jn 6, 68), y que
acoger en la fe el don de su Eucaristía es acogerlo a El mismo.
1339: Jesús escogió el tiempo de la Pascua para realizar lo que había anunciado en Cafarnaúm: dar
a sus discípulos su Cuerpo y su Sangre.
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