XXIX Domingo del Tiempo Ordinario Pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios (Mt 22, 15-21) ANTIFONA DE ENTRADA: (Sal 16, 6.8) Yo te invoco porque Tú me respondes, Dios mío; inclina el oído y escucha mis palabras. Guárdame como a las niñas de tus ojos; a la sombra de tus alas escóndeme. ORACIÓN COLECTA Dios todopoderoso y eterno, te pedimos entregarnos a ti con fidelidad y servirte con sincero corazón. PRIMERA LECTURA (Is 45,1.4-6) Llevó de la mano a Ciro para doblegar ante él las naciones Lectura del Libro de Isaías Así dice el Señor a su Ungido, a Ciro, a quien lleva de la mano: «Doblegaré ante él las naciones, desceñiré las cinturas de los reyes, abriré ante él las puertas, los batientes no se le cerrarán. Por mi siervo Jacob, por mi escogido Israel, te llamé por tu nombre, te di un título, aunque no me conocías. Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí, no hay dios. Te pongo la insignia, aunque no me conoces, para que sepan de Oriente a Occidente que no hay otro fuera de mí. Yo soy el Señor, y no hay otro. » SALMO RESPONSORIAL (Sal 95, 1 y 3. 4-5. 7-8. 9-10a y e (R.: 7b) R/. Aclamad la gloria y el poder del Señor. Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor, toda la tierra. Contad a los pueblos su gloria, sus maravillas a todas las naciones. R/. Porque es grande el Señor, y muy digno de alabanza, más temible que todos los dioses. Pues los dioses de los gentiles son apariencia, mientras que el Señor ha hecho el cielo. R/. Familias de los pueblos, aclamad al Señor, aclamad la gloria y el poder del Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor, entrad en sus atrios trayéndole ofrendas. R/. Postraos ante el Señor en el atrio sagrado, tiemble en su presencia la tierra toda; decid a los pueblos: «El Señor es rey, él gobierna a los pueblos rectamente.» R/. SEGUNDA LECTURA (Tes 1, 1-5b) Recordamos vuestra fe, vuestro amor y vuestra esperanza Lectura de la Primera Carta del Apóstol san Pablo a los Tesalonicenses Pablo, Silvano y Timoteo a la Iglesia de los tesalonicenses, en Dios Padre y en el Señor Jesucristo. A vosotros, gracia y paz. Siempre damos gracias a Dios por todos vosotros y os tenemos presentes en nuestras oraciones. Ante Dios, nuestro Padre, recordamos sin cesar la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza en Jesucristo, nuestro Señor. Bien sabemos, hermanos amados de Dios, que él os ha elegido y que, cuando se proclamó el Evangelio entre vosotros, no hubo sólo palabras, sino además fuerza del Espíritu Santo y convicción profunda. ACLAMACIÓN AL EVANGELIO (Flp 2, 15d. l6a) R/. Aleluya, aleluya Brilláis como lumbreras del mundo, mostrando una razón para vivir. R/. Aleluya, aleluya EVANGELIO (Mt 22, 15-21) Pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios + Lectura del santo evangelio según san Mateo En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?» Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: «Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.» Le presentaron un denario. Él les preguntó: «¿De quién son esta cara y esta inscripción?» Le respondieron: «Del César.» Entonces les replicó: «Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. » ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS Concédenos, Señor, ofrecerte estos dones con un corazón libre, para que tu gracia pueda purificarnos en estos misterios que ahora celebramos. ANTÍFONA DE COMUNIÓN (Sal 32, 18-19) Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de l muerte y reanimarlos en tiempo de hambre. o bien (Mc 10,45) El Hijo del Hombre h venido para dar su vida en rescate por todos. ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN La participación frecuente en esta Eucaristía nos sea provechosa, Señor, para que disfrutemos de tus beneficios en la tierra y crezca nuestros conocimientos de los bienes del cielo. Lectio El pasaje del Evangelio que se nos propone para hoy, continúa la larga narración de las disputas entre Jesús y los líderes judíos. Los fariseos y herodianos se juntaron para poner una trampa a Jesús y tener una razón para condenarle. Le propondrán tres “consultas” delicadas, para ponerle a prueba: sobre los tributos que debían pagarse a los romanos; sobre la resurrección de los muertos; y, sobre el mandamiento más importante de la Ley. El problema que someten a su juicio es el de pagar o no pagar los tributos al emperador. Si aceptaba que había que pagar el impuesto al César, Jesús estaría contra el pueblo. Si lo negaba, entonces estaría contra el César. Con gran sabiduría, Jesús pidió una moneda que ellos le dieron inmediatamente. El hecho de que los fariseos tuvieran el denario en su posesión hizo que Jesús dijera que eran ellos, y no él, los que aceptaban la vigencia del sistema económico del imperio, y que como líderes religiosos se aprovechaban de las ventajas económicas de la administración romana en Palestina. Si la moneda llevaba impresa la cara del César a él le pertenecía, mientras que aquellos que llevan impresa la imagen de Dios pertenecen sólo a Dios. El César era solo un gobernante, pero jamás podía volverse dios. Un signo del dominio de los romanos era imponer el pago de impuestos a los ciudadanos de los pueblos sometidos. Las posturas ante esta práctica eran diversas. Algunos, fundamentalmente las clases dirigentes y acomodadas del pueblo, optaban por colaborar pagando, para evitar problemas mayores. Otros, sobre todo el grupo de los zelotes, se negaban a pagar y a colaborar con los ocupantes. Los fariseos trataban de ser pragmáticos y en ocasiones ponían dificultades, y en otras ocasiones pagaban. ¿Cuál será la postura de Jesús? Estructura – El diálogo se inicia con una introducción elogiosa. Los fariseos tratan de disponer favorablemente a Jesús, para someterle a la prueba: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea.» Sabemos que Jesús, efectivamente, es así. Pero, también sabemos que estos lo dicen para que Jesús caiga en su trampa. La respuesta que después dará a su interrogante, demostrará que realmente Él es así. – La pregunta se plantea directamente: «¿Es lícito pagar impuestos al César o no?» Antes de responder, Jesús desvela sus intenciones. Sabe que el problema que le presentan es sólo una excusa maliciosa: decir sí, sería ser acusado de colaboracionista; decir no, de sedición. Sin embargo, su respuesta pone de manifiesto la hipocresía y la “mala fe”. Dos aspectos orientan el sentido que Jesús da a la controversia. La forma impersonal, «¿es lícito?», con la que se inicia la pregunta de los fariseos, ha sido usada anteriormente en el evangelio de Mateo: en la discusión sobre el sábado (12,2-12) y en la delicada cuestión sobre el repudio (19,3-9). El sentido de la expresión equivale a preguntar por la voluntad de Dios: «¿es lo que Dios quiere?». Así, pone de relieve que el interés de la pregunta sobrepasa el hecho del impuesto, y se dirige a un elemento central: cumplir o no la voluntad de Dios. En este caso, el ejemplo empleado es el pago de los impuestos. – La respuesta de Jesús. Esta tiene dos afirmaciones categóricas. La primera, «dar al César lo que es del César», responde a la intención de los fariseos al ponerle a prueba. La segunda afirmación, «dar a Dios lo que es de Dios», no responde a ninguna pregunta. Sobre este aspecto nadie le había preguntado. Pero es precisamente esto lo que Jesús quiere resaltar. Lo importante es dar a Dios lo que le corresponde; es decir, dejar que Dios sea el centro de la persona. Él es el único Señor, y no el emperador. Por eso, lo que el hombre debe hacer es cumplir con lo que pertenece a Dios, hacer su voluntad. Dar a Dios lo que le corresponde no significa limitar su señorío (“esto le pertenece; esto otro no”). No se trata de diferenciar el plano humano del plano religioso. Supone aceptar que Él es el único Señor. Todo lo demás es relativo. Nada debe impedirnos cumplir su voluntad. Nada debe apartarnos de practicar su justicia. Resumiendo • La metáfora de la moneda resalta las veces en que experimentamos conflicto entre nuestra “ciudadanía” y nuestro bautizo; entre los valores que nos hacen miembros de una nación y los que nos hacen seguidores de Cristo. • Los cristianos estamos llamados a balancear nuestras vidas entre la moralidad de nuestra fe y la del mundo secular. • Jesús nos pide ser tan fieles a Dios como lo somos pagando las cuentas al gobierno. Para la reflexión personal 1. ¿He vivido alguna vez el conflicto entre los valores de mi fe y los de mi cultura? ¿Qué pasó? 2. A la hora de tomar decisiones éticas, ¿sigo el evangelio o lo que me dicen las “voces” de los fariseos a mi alrededor? Apéndice DEL CATECISMO DE LA IGLESIA Un duro combate 407 La doctrina sobre el pecado original —vinculada a la de la Redención de Cristo— proporciona una mirada de discernimiento lúcido sobre la situación del hombre y de su obrar en el mundo. Por el pecado de los primeros padres, el diablo adquirió un cierto dominio sobre el hombre, aunque éste permanezca libre. El pecado original entraña “la servidumbre bajo el poder del que poseía el imperio de la muerte, es decir, del diablo” (Concilio de Trento: DS 1511, cf. Hb 2,14). Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres. 408 Las consecuencias del pecado original y de todos los pecados personales de los hombres confieren al mundo en su conjunto una condición pecadora, que puede ser designada con la expresión de san Juan: “el pecado del mundo” (Jn 1,29). Mediante esta expresión se significa también la influencia negativa que ejercen sobre las personas las situaciones comunitarias y las estructuras sociales que son fruto de los pecados de los hombres. 450 Desde el comienzo de la historia cristiana, la afirmación del señorío de Jesús sobre el mundo y sobre la historia (cf. Ap 11, 15) significa también reconocer que el hombre no debe someter su libertad personal, de modo absoluto, a ningún poder terrenal sino sólo a Dios Padre y al Señor Jesucristo: César no es el "Señor" (cf. Mc 12, 17; Hch 5, 29). " La Iglesia cree que la clave, el centro y el fin de toda historia humana se encuentra en su Señor y Maestro" (GS 10, 2; cf. 45, 2). 520 Durante toda su vida, Jesús se muestra como nuestro modelo (cf. Rm 15,5; Flp 2, 5): Él es el "hombre perfecto" (GS 38) que nos invita a ser sus discípulos y a seguirle: con su anonadamiento, nos ha dado un ejemplo que imitar (cf. Jn 13, 15); con su oración atrae a la oración (cf. Lc 11, 1); con su pobreza, llama a aceptar libremente la privación y las persecuciones (cf. Mt 5, 11-12). 1888 Es preciso entonces apelar a las capacidades espirituales y morales de la persona y a la exigencia permanente de su conversión interior para obtener cambios sociales que estén realmente a su servicio. La prioridad reconocida a la conversión del corazón no elimina en modo alguno, sino, al contrario, impone la obligación de introducir en las instituciones y condiciones de vida, cuando inducen al pecado, las mejoras convenientes para que aquéllas se conformen a las normas de la justicia y favorezcan el bien en lugar de oponerse a él (cf LG 36). Las autoridades en la sociedad civil 2234: El cuarto mandamiento de Dios nos ordena también honrar a todos los que, para nuestro bien, han recibido de Dios una autoridad en la sociedad. Este mandamiento determina tanto los deberes de quienes ejercen la autoridad como los de quienes están sometidos a ella. Deberes de las autoridades civiles 2237: El poder político está obligado a respetar los derechos fundamentales de la persona humana. Y a administrar humanamente justicia en el respeto al derecho de cada uno, especialmente el de las familias y de los desheredados. Los derechos políticos inherentes a la ciudadanía pueden y deben ser concedidos según las exigencias del bien común. No pueden ser suspendidos por la autoridad sin motivo legítimo y proporcionado. El ejercicio de los derechos políticos está destinado al bien común de la nación y de toda la comunidad humana. Deberes de los ciudadanos 2239: Deber de los ciudadanos es cooperar con la autoridad civil al bien de la sociedad en espíritu de verdad, justicia, solidaridad y libertad. El amor y el servicio de la patria forman parte del deber de gratitud y del orden de la caridad. La sumisión a las autoridades legítimas y el servicio del bien común exigen de los ciudadanos que cumplan con su responsabilidad en la vida de la comunidad política. 2240: La sumisión a la autoridad y la corresponsabilidad en el bien común exigen moralmente el pago de los impuestos, el ejercicio del derecho al voto, la defensa del país. 2242: El ciudadano tiene obligación en conciencia de no seguir las prescripciones de las autoridades civiles cuando estos preceptos son contrarios a las exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del Evangelio. El rechazo de la obediencia a las autoridades civiles, cuando sus exigencias son contrarias a las de la recta conciencia, tiene su justificación en la distinción entre el servicio de Dios y el servicio de la comunidad política. «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» (Mt 22, 21). «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5, 29): Cuando la autoridad pública, excediéndose en sus competencias, oprime a los ciudadanos, éstos no deben rechazar las exigencias objetivas del bien común; pero les es lícito defender sus derechos y los de sus conciudadanos contra el abuso de esta autoridad, guardando los límites que señala la ley natural y evangélica. La comunidad política y la Iglesia 2244: Toda institución se inspira, al menos implícitamente, en una visión del hombre y de su destino, de la que saca sus referencias de juicio, su jerarquía de valores, su línea de conducta. La mayoría de las sociedades han configurado sus instituciones conforme a una cierta preeminencia del hombre sobre las cosas. Sólo la religión divinamente revelada ha reconocido claramente en Dios, Creador y Redentor, el origen y el destino del hombre. La Iglesia invita a las autoridades civiles a juzgar y decidir a la luz de la Verdad sobre Dios y sobre el hombre: Las sociedades que ignoran esta inspiración o la rechazan en nombre de su independencia respecto a Dios se ven obligadas a buscar en sí mismas o a tomar de una ideología sus referencias y finalidades; y, al no admitir un criterio objetivo del bien y del mal, ejercen sobre el hombre y sobre su destino, un poder totalitario, declarado o velado, como lo muestra la historia.