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Cuba, la Primera República
Félix Luis Viera
Con toda intención hemos titulado estas líneas “La Primera
República”. Nos falta otra, la que vendrá luego de que termine, porque
por la fuerza de la lógica, de la Historia, tiene que terminar la tragedia
que desde hace 56 años agobia a la población de la Isla, y a la Isla toda,
si consideramos sus bellezas naturales seriamente dañadas, su flora y
su fauna principalmente, sus tradiciones culturales manipuladas o
eliminadas a capricho de una dictadura guiada por un obseso.
Si bien este 20 de mayo (efemérides borrada por la actual tiranía desde
que tomó el poder), cuando se cumplen 113 años de la independencia
de Cuba del régimen colonial de España, debe ser motivo de festejos
para los cubanos; pienso que también lo debe ser de reflexión.
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Consideremos que, de estos 113 años, solo hemos tenido, en verdad, 50
años de República —por cierto, de una república realmente ineficiente
en muchos de sus períodos—si solamente contamos los 63 años de
dictadura continua que hemos padecido desde 1952 y obviamos el
período dictatorial de Gerardo Machado.
La Independencia de Cuba, en 1902, nació lastrada por diversos
factores precedentes. Entre otros, las relevantes diferencias entre
grupos y personajes del mismo bando, las desavenencias que surgieran
entre varios de sus guías o dirigentes. Tomemos como ejemplo lo que
le expresara José Martí al Generalísimo Máximo Gómez, ya en 1884,
cuando el Apóstol, ante la brusquedad de Gómez, le replicara: “Es mi
determinación no contribuir en un ápice, por amor ciego a una idea en
que se me está yendo la vida, a traer a mi tierra a un régimen de
despotismo personal que sería más vergonzoso y funesto que el
despotismo político que hasta ahora soporta... Un pueblo, general, no
se funda como se manda un campamento”.
Si nos detenemos en estas expresiones de José Martí, pero en sentido
totalizador, creo que podríamos llegar a la conclusión de que las
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mismas fueron ignoradas, en una u otra proporción, por los
presidentes que se desempeñarían en la que sería llamada la
“República de generales y doctores”.
Luego de la intervención estadounidense (1898-1902), es declarada la
Independencia de la Isla el 20 de mayo de aquel año. Entonces, según
la mayoría de los historiadores, Cuba, con sus 111 000 km cuadrados,
contaba con no más de un millón de habitantes y era un país
esquilmado por la Metrópoli; así, de acuerdo con el investigador Pedro
Pablo Arencibia —citado por Robert A. Solera en su magnífico libro
Cuba, la república de generales y doctores—, la riqueza que había extraído
España de la Isla podría compararse con la totalidad de la que sacó de
América cuando dominaba en toda la región.
Claro..., independencia puede no significar la libertad para los pueblos,
para su libre albedrío, o una democracia verdadera para sus habitantes.
Ni, por otra parte, quiere decir que se apliquen los derechos de un
verdadero Estado para la población.
Si se me permite una digresión, por ejemplo: Sin duda, la tiranía
comunista existente en Cuba resulta desde hace más de medio siglo,
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quizás resulte el gobierno más independiente de la tierra, a la vez que
su pueblo es uno de los más esclavizados del planeta.
Cuando Tomás Estrada Palma asumió como primer presidente de la
Cuba republicana, al recibir el poder del gobernador militar
estadounidense Leonard Wood, las elecciones en que el cubano había
sido elegido resultaron polémicas. Según afirma el ya citado
historiador cubano Robert A. Solera en su ya mencionado libro: “las
elecciones provocaron disgustos entre los cubanos, que en gran
número habían apoyado al general Bartolomé Masó —quien se había
retirado de la contienda electoral aduciendo la parcialidad del
gobierno
interventor
[estadounidense],
en
primer
lugar,
y
fundamentalmente, por el apoyo que ofreció a Estrada Palma el
Generalísimo Máximo Gómez”.
Tomás Estrada Palma ha sido reconocido como el más pundonoroso de
los presidentes de la República. Al dejar la presidencia era un hombre
pobre que había sabido renunciar a varias propuestas monetarias para
apoyarlo. Asimismo, queda clara su honestidad cuando, al terminar su
mandato, dejó en el erario un total de casi 14 millones de pesos, una
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cifra de alta consideración si tomamos en cuenta que fue durante este
período cuando la Isla se recuperaba de los efectos de la guerra.
Estrada Palma termina su segundo mandato en 1906 cuando, al
rechazar la petición de Thedore Rooselvet, se niega a dialogar con los
insurrectos que formaban parte del llamado “Levantamiento de Vuelta
Abajo”. De este modo, el presidente cubano renuncia y ocurre la
segunda intervención de los Estados Unidos. En 1906, William Traft
toma el mando de la Isla como gobernante provisional, de acuerdo con
lo que indicaba otro de los temas controversiales con que arrancó
nuestra República, la llamada Enmienda Platt, que en su capítulo III
establece: “Que el Gobierno de Cuba consiente que los Estados Unidos
pueden ejercitar el derecho de intervención para la conservación de la
independencia cubana, y el mantenimiento de un gobierno adecuado
para la protección de vidas, propiedad y libertad individual”.
A Traft lo sucedería Charles Magoon, quien de una manera u otra
sofocaría la rebelión y aplicaría algunas reformas, como la reforma
electoral.
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Magoon entregó el mando, el 28 de enero de 1909, al nuevo presidente
cubano José Miguel Gómez, ex general del Ejército Libertador y que
durante sus cuatro años de gobierno, entre sus consecuciones se
pueden contar la apertura de la economía de Cuba hacia varios países
poderosos, como Inglaterra; si bien hay elementos que indican ciertas
inconsistencias,
oscuridades,
digamos,
de
tipo
monetario
en
determinados acuerdos y transacciones.
Durante el gobierno de José Miguel Gómez, por otra parte, se aprobó la
primera Ley Escolar de la República y, se oficializó la Jura de la
Bandera en las escuelas públicas del país y asimismo fueron creadas las
bibliotecas ambulantes. También se fortaleció al Ejército.
Aun así, resultaban muchas las acusaciones de corrupción a los
distintos estratos del Gobierno. Por otra parte, los trabajadores
tomaban las calles para quejarse de la explotación que sufrían.
Bueno..., no debemos olvidar que el Presidente Gómez recibió del
pueblo el apodo de Tiburón; el lema generalizado por la población era:
“Tiburón se baña, pero salpica”, es decir, tomaba para sí, robaba a lo
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grande, pero, “al menos”, repartía entre los demás componentes de su
gobierno y otras personas.
Cuando el miembro del Partido Conservador, Mario García Menocal
asume el poder, en 1913, luego de una sonora victoria en las urnas,
tuvo a su haber que el precio del azúcar subió hasta límites
insospechados, lo cual originó la llamada Danza de los Millones. De
este modo, hubo cierta bonanza en general. No ocurre lo mismo
cuando García Menocal es reelegido para un segundo mandato (19171921). Durante este lapso los precios del azúcar comienzan a bajar y se
produce una gran quiebra de bancos, haciendas y colonos. La
población, que antes le atribuyó a Menocal la prosperidad debido a un
buen gobierno, ahora le reprocha que no supiera proyectar con
eficiencia las utilidades anteriores. Y así parece ser.
Hasta aquí, 1921, en solo 19 años de República, debemos significar que
han ocurrido varias guerras —incluidas la llamada Guerrita de Agosto,
en 1906, la de Vuelta Abajo en ese propio año o la llamada Guerrita de
los Negros en 1912, guerras intestinas, entre compatriotas, lo cual deja
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claro que para ningún gobierno existirían las condiciones ideales o al
menos las más necesarias, para llevar adelante a un país.
Entonces..., ya vemos que la República Cubana iba por un camino que
no era muy prometedor.
Sin embargo, sería acertado afirmar que el devenir de la Cuba
republicana, no era entonces, ni luego, mejor ni peor que el de la
mayoría de la excolonias de España, la desigualdad, la corrupción
gubernamental y la aparición de regímenes dictatoriales existían y
habían existido en casi todas partes.
Gerardo Machado gobierna la Isla desde 1924 a 1933. Hasta 1928, por
su condición de presidente electo en las urnas, pero este año viola la
Constitución con el propósito de reelegirse.
Durante su gobierno se llevaron a cabo numerosas obras públicas,
sobre todo de infraestructura y, entre otras edificaciones, el Capitolio
Nacional.
Sin embargo, es responsable del período más negro de nuestra historia
patria, si exceptuamos la revolución castrista. Durante su segunda
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etapa, interrumpida en 1933, el crimen político asciende como nunca
antes. La oposición se hace fuerte. Un ejemplo es el surgimiento del
ABC, una agrupación opositora, por momentos más terrorista que
política.
El gobierno de Gerardo Machado, principalmente por la crueldad
empleada en su última etapa, marca una pauta negativa en el devenir
de la República: las agrupaciones de izquierda, como el Directorio
Revolucionario
o
el
Partido
Comunista,
se
fortalecen
considerablemente y ganan buena parte de las conciencias de la
población. Podríamos afirmar que este giro en la opinión pública, que
se acentúa con el actuar impudoroso de gobiernos sucesivos, resulta un
punto de inflexión que nos llevaría directamente al desastre de 1959.
Hay un vacío de mando, de un verdadero gobierno puesto en función
de la población, desde la llamada Revolución de 1933. Una pentarquía
y luego varios mandatarios que durarían a veces menos de un año en
el poder, dan paso al gobierno electo de Federico Laredo Bru, de 1936 a
1940.
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Su gobierno se destacará por proclamar la autonomía universitaria, así
como beneficios en las áreas de salud y educación en general.
Y,
quizás lo más relevante, por promover la Constitución de 1940,
aprobada entonces por la Asamblea y que hasta hoy constituye la más
avanzada, la más equitativa que se haya aprobado en la Isla. Si bien
nunca se ha aplicado.
En 1944, el gobierno de la Isla estuvo en manos del militar Fulgencio
Batista, quien mediante sus habilidades, había ascendido de sargento
taquígrafo a coronel y posteriormente a general en poco tiempo. Batista
intensificaría la lucha contra ciertas organizaciones opositoras a la vez
que establecería y mejoraría el apoyo social a la población.
En 1948 asciende a la presidencia Ramón Grau San Martín, con un
numeroso apoyo en las urnas.
Grau, médico de profesión, en 1934 había sido presidente provisional y
en aquellas fechas se había mostrado como un promotor de ciertas
medidas consideradas nacionalistas y aun, por algunos, socialistas.
Mas, cuando esta vez asume la presidencia, cambia el derrotero que
había esbozado en su mandato provisional. Según la versión de varios
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historiadores y testimonios de contemporáneos, el que antes presentara
un rumbo nacionalista e independentista en general, estableció uno de
los gobiernos más corruptos de la historia patria. Cínico, sarcástico, se
recuerda, entre otras, por su frase “Calma, pueblo, hay dulces para
todos”.
De 1948 a 1952, Carlos Prío Socarrás rigió el destino de la nación, una
nación ya muy dañada no solo en lo político, sino en lo moral; lo cual
incluía la desconfianza de la mayoría de la población hacia sus
potenciales gobernantes.
Carlos Prío continuó el camino de su predecesor en lo que se refiere a
la corrupción gubernamental. En su etapa como presidente acreció el
gansterismo, sobre todo en La Habana; asimismo intensificó la
represión contra los grupos de izquierda, incluidos los comunistas, lo
cual a su vez, incitaba al fortalecimiento de estas organizaciones.
Podríamos tomar por Conclusiones, que la dictadura de Fulgencio
Batista, de 1952 a 1958, que derrocara a Carlos Prío, con su actuar
errático en lo político y en lo militar, tanto de él como de sus más
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cercanos subalternos, fue la que creó sin duda el escalón final para el
advenimiento de un mesías. Pudo no haber surgido y entonces sería
imposible considerar qué sería de nuestro país hoy.
Pero, para nuestra mala suerte, apareció el mesías, lo que todo pueblo
clama cuando se encuentra al límite. Con muy buena suerte, y con el
apoyo de la mayoría de la población indudablemente —y el respaldo
inconsciente de Batista—, Fidel Castro logra armar una leyenda en la
Sierra Maestra. Hoy sabemos que sus fuerzas rebeldes no eran tantas
como para vencer a un ejército regular, si bien el respaldo que recibió
en las ciudades, mediante los combatientes clandestinos, tuvo un papel
significativo.
Creo que nadie que leyera la autodefensa de Fidel Castro, denominada
posteriormente La historia me absolverá, en el juicio que se le celebrara
por el asalto al Cuartel Moncada, en 1953, hubiese dudado de seguir a
un hombre que, entonces, prometía justamente lo que la mayoría de la
población de la Isla necesitaba, incluida la Constitución de 1940, que,
como antes apuntábamos, había resultado letra muerta.
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Al contrario de lo que muchos podrían afirmar, Fidel Castro no es un
hombre de talento, ni mucho menos racional. Sus triunfos siempre se
han basado en el ventajismo, en la respuesta desproporcionada, en
chantaje, que tan bien sabe utilizar. En la falta de escrúpulos a la hora
de tomar cualquier decisión, por dolorosa que fuera aun para sus más
allegados. Según lo visto hasta hoy, el único amigo que tiene es su
hermano.
Sí, poseedor de una excepcional resistencia física y mental, ha
demostrado habilidad, picardía para llevar adelante su revolución
particular, con el propósito bien marcado de hacer realidad la lucha —
“su” lucha—antiimperialista que desde muy joven lo obsesionara, sin
que le importe tener a un pueblo de rehén para llevarla a cabo.
“Nuestra Revolución no es comunista. Nuestra Revolución es
humanista. Los cubanos sólo quieren el derecho a la educación, el
derecho al trabajo, el derecho a comer sin miedo, el derecho a la paz, la
justicia y la libertad”.
Esta inscripción aparece en un sello emitido por el gobierno
revolucionario en 1959. Asimismo, el propio Fidel Castro expresaría en
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varias ocasiones a periodistas extranjeros que no era comunista, y aun
fue capaz de expresar por qué no lo era: la propiedad estatal, el
ateísmo y otros aspectos, no se avenían con sus objetivos políticos. Él
no estaba dispuesto a derrocar a una dictadura para implantar otra.
Y en mi opinión, no era comunista. No lo era.
Creo que él, urgido de contar con fuerzas suficientes para hacer frente
al imperialismo (su frente al imperialismo) no tuvo más opción que
aliarse con el más poderoso enemigo de este, para luego aplicar la
dictadura socialista tal vez más radical de todas, si excluimos a Corea
del Norte y la China de entonces.
De igual modo se hubiera aliado al nazismo, si esto hubiese sido
factible.
Pues bien, así tenemos que el comunismo, el “socialismo real”, le daba
la oportunidad de crear una sociedad cerrada, una población sin
autonomía, sin derecho de réplica, sin acceso a la información libre.
Decíamos que Fidel Castro nunca mostró verdadero talento, pero sí
mucha habilidad para la confrontación. Como el obseso por la pugna
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que es, como el tipo que se sentía no solo el mecías de Cuba, sino de
América Latina.
A lo largo de su mandato mostró ineficiencia en todos los órdenes
económicos. Se apoyó en el gigantismo para desarrollar al país,
mientras malgastaba los millones que recibía de la URSS aplicando un
voluntarismo, además de fallido, cruel—un pueblo convertido en
conejillo de Indias—, así como a despilfarrarlos en apoyo a las
guerrillas de Latinoamérica.
Pasados los primeros años de su dictadura, el nivel de vida de los
cubanos no se acercaba ni remotamente al de los países socialistas de
Europa del este, por ejemplo; si bien había prometido, en los inicios de
la década de 1960, que Cuba, dentro de 10 años, contaría con un nivel
de vida semejante al de Suecia o de EE UU.
Lo anterior muestra, entre otros aspectos, su ineptitud, y asimismo su
impiedad al no reconocer la misma y a seguidas retirarse del mando de
la nación; pero, por el contrario, continuó equivocándose, sin tener que
darle explicaciones a nadie, y ya, irremediablemente, mintiendo a
sangre fría.
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Pensemos si en verdad no son idioteces, frases y consignas como estas:
“Dos tareas básicas: producción y defensa” o “la jornada laboral es
sagrada”. En el primer caso solo una mente monolítica podría concebir
semejante maniqueísmo; en el segundo lo propio, pero aquí se suma
un reconocimiento a la falta de resultados luego de décadas, a la
inoperancia de un régimen incapaz de que esa sacralidad de la jornada
laboral se creara por sí misma, como una necesidad individual.
O veamos una estupidez como la siguiente: “No hay ciclón natural ni
ideológico que pueda derrotarnos”, expresaría a raíz del acercamiento
de un huracán a Cuba. Esto da risa.
Cuando los no cubanos nos preguntan por qué, entonces, el pueblo no
se ha rebelado, los remitimos a la historia general de las dictaduras
comunistas; ahí hallarán la razón: nunca ha sido posible, ni lo será; el
comunismo, el comunismo estalinista digamos, el “socialismo real”, tal
y como lo conocemos, con sus ardides represivos, su poderío total
sobre los medios de comunicación, el terror implantado de diversas
maneras, incluida la ficha de cada ciudadano y el chantaje, la extorsión,
es invencible de abajo hacia arriba.
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Hoy, a 113 años de declarada la República, nos duele hallar en uno y
otro sitio a personas hasta de 60 años (que en 1959 tenían 4 años de
edad) que desconocen aquel hecho, o que lo tienen en mente pero
como algo muy lejano de su real conciencia, cuya intríngulis realmente
ignoran.
No se puede afirmar que sean muchas las celebraciones por la
Independencia de la Isla que se llevan a cabo en los diferentes países
donde hay exiliados cubanos. Sea como fuere, resulta importante que
estas celebraciones se multipliquen y sobre todo que resulten
promovidas entre los más jóvenes.
De cualquier manera, habrá, nadie debe dudarlo, una Segunda
República, y entonces será estudiada la verdadera historia de Cuba en
los libros de textos, pero aún, y no sabemos por cuánto tiempo,
lamentablemente, es relevante que en la actualidad se divulgue por
todas las vías posibles entre los cubanos Tanto de “adentro” como de
“afuera”, un hecho de suma trascendencia como aquel.
Hoy, cuando Cuba se está acercando al gobierno de EE UU (al
imperialismo) y a otros países de Occidente, no hay dudas de que el
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comunismo establecido en Cuba comienza a reconocer su derrota; más
bien, ya está derrotado; no lo contrario, como muchos afirman.
Que un presidente de México o de Francia vaya a fotografiarse con un
tirano viejo, esperpéntico, y fracasado, y luego dedique palabras de
admiración para este, no hay dudas de que es una desvergüenza.
Pero creo que la actualidad va más allá de eso. Raúl Castro, sin más
opción, está llevando a cabo lo que ya se ha demostrado desde hace
mucho tiempo: “El socialismo es el camino más largo para llegar desde
el capitalismo... al capitalismo”.
Con festejos sí, celebremos un aniversario más de la proclamación de la
República Cubana. Pero también, repasemos brevemente nuestra
historia republicana, reflexionemos por qué fuimos a dar al gobierno
más ignominioso que ha surgido en nuestra sufrida isla de Cuba.
Muchas gracias.
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