La empresa informativa, garantía de libertad E

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La empresa informativa,
garantía de libertad
JOSÉ TALLÓN GARCÍA*
estos tiempos de creciente desarrollo de los medios inforENmativos
tradicionales, plenamente instalados en la entraña de
la sociedad, y de la aparición de otros renovadores y revolucionarios, que asombran y hacen temer por la supervivencia de alguno
de aquéllos, resulta esperanzador el hecho comprobado de un
renacimiento de. la función pública de informar, ejercida consciente
y responsablemente por el ente capaz de hacer realidad —esto es,
«materializan)— la información. Así, la progresiva asunción de los
instrumentos y acciones empresariales cualificadas en su más alto
grado de profesionalidad como modo específico del quehacer
informativo, rompe moldes petrificados y desmonta prejuicios interesados respecto a la imposibilidad de mantener una independencia holgada frente a los poderes económicos, financieros o políticos por parte del empresario de la información, que es el único
resorte capaz de desencadenar el proceso informativo y hacer posible la difusión de los diversos productos que a través de aquél se
elaboren.
LA «ARISCA
INDEPENDENCIA»
ORTEGUIANA
* Córdoba, 1928. Catedrático de «Empresa Informativa». Director del Departamento Periodismo IV de la
facultad de CC.II. Universidad Complutense.
Cierto es que en el ámbito de la economía de la empresa informativa no rigen los postulados mercantiles que sustentan la gestión
del beneficio mediante la aplicación correcta del escandallo en
orden a fijar un precio de venta retributivo de los diferentes
productos fabricados, o servicios prestados. No existe precio de
venta en los productos audiovisuales, y el fijado para los productos
impresos, diarios, semanarios, quincenales, etc., de información
general en su más amplio sentido, apenas cubre el coste del papel de
cada ejemplar en la mayoría de los casos. ¿Cómo logra, pues, la
empresa informativa superar esta dificultad insalvable a primera
vista, y conseguir una explotación eficiente? La respuesta es harto
conocida: mediante el arrendamiento de parte de sus espacios informativos a otros emisores informativos, que lo ocuparán con sus
propios mensajes tras satisfacer la tarifa establecida por el medio
de que se trate. Los ingresos obtenidos por este concepto cumplirán
la misión asignada en la formación del beneficio empresarial a
través de la cuenta de resultados, pero se echa de ver la atipicidad
de esta fuente financiera, al nutrirse de recursos provenientes de
una actividad subsidiaria de la específica empresarial informativa,
que es la producción y difusión de noticias, hechos y juicios, dis-
puestos y ordenados en su peculiar estructura industrial y comercial según las características de cada medio informativo. Aquí reside la causa de disputas, prejuicios y acusaciones contra la discutida
imparcialidad informativa de los órganos de comunicación
social, al sospecharse de su sometimiento, consciente u obligado,
al poder financiero que les permite subsistir. Sean los anunciantes,
las agencias de publicidad, los promotores propagandísticos o los
agentes de relaciones públicas quienes llenen los espacios puestos a
su disposición por los medios informativos, la sombra de su acción
interesada y parcial, provechosa para sus fines y deformadora o
eliminadora de informaciones objetivas contrarias a sus propósitos,
pesa ciertamente en el ánimo del público receptor, que no oculta
su desconfianza por las posibles claudicaciones de la empresa
informativa ante la imperiosa necesidad de allegar recursos financieros que equilibren sus presupuestos.
La presión de la publicidad sobre los contenidos periodísticos
de información y de opinión es cuestión largamente debatida,
comprobada en algunos casos, desorbitada en otros, e inexistente
en la mayoría de los medios prestigiosos, de alto nivel de influencia
social y de probada imparcialidad, aparte de excelente factura
profesional. Según cuentan, Lord Thomson of Fleet, en una entrevista con periodistas españoles en Madrid, sentenció: «No hagan
ustedes periódicos sin publicidad». ¿La prensa, ante todo y sobre
todo, es un negocio? Entonces, no sólo la publicidad, sino también
los lectores constituyen claros factores opresivos del desarrollo y la
libertad periodísticas. Los versos de Lope son esclarecedores: «El
vulgo es necio, y pues lo paga, es justo hablarle en necio para darle
gusto». Pero cualquier mente limpia y recta rechazaría de plano
tales conclusiones. No es lo característico de la empresa informativa
el lucro a toda costa, sino lograr el suficiente desahogo económico
que le permita afrontar sin riesgos excesivos el cumplimiento de su
misión como sujeto organizado de la información: la función de
informar. Y en este punto es obligado recordar la exigencia de
Ortega: «Para que un diario español pueda desprenderse de su viejo
cuerpo y adquirir el complejo organismo de los nuevos periódicos
mundiales, dos cosas (son) necesarias: un aumento decisivo del
capital social y una voluntad inequívoca, resuelta, de mantener la
publicación libre de toda proximidad con personas o partido
político alguno. La abundancia de medios garantiza o incita a la más
arisca independencia».
Fundar una empresa informativa exige la aportación de elementos económicos y financieros capaces de acometer con eficiencia las tareas de producción, edición y comercialización de productos informativos. Este presupuesto, de puro sabido, resulta obvio. Lo que resalta en una simple reflexión sobre el proceso de
transformación de la Información en informaciones, es decir, el sistema de producción informativo, que transforma los inputs seleccionados en función de la estructura del medio, en outputs dirigidos
al mercado, es el hecho de la elección, producción y manipulación
de la información disponible en el momento del inicio del proceso
informativo —horario, diario, semanal, etc.— por parte del
empresario de la información, y, en su nombre, como depen-
LA PROPIEDAD
DE LA
INFORMACIÓN
dientes o asalariados, los informadores. Surgen inmediatamente
dos cuestiones previas: ¿Qué título, autoridad, poder o legitimación ostenta el empresario para ejercer esa labor seleccionadora o
creadora de informaciones e ideas? Y, en segundo término, ¿qué
garantía cierta de independencia respalda la acción profesional de
los informadores, definidos doctrinalmente como «mediadores» o
«delegados sociales del público», cuando necesariamente han de
estar sometidos al poder ordenador del empresario en virtud del
clausulado habitual de los pactos laborales?
¿A QUIÉN
PERTENECE
LA
INFORMACIÓN?
Los estudiosos del Derecho de la Información han penetrado
con certera agudeza en las sucesivas estructuras de poder que han
condicionado el fenómeno informativo desde la Edad Moderna
hasta nuestros días. Desantes ha construido con notable rigor su
teoría de la triple titularidad del ejercicio de la información, y Soria
se pregunta incisivamente: «¿A quién pertenece la información?»,
respondiéndose acto seguido: «Primero fue del Poder Real; luego, de
la empresa informativa; más tarde de los periodistas; y ahora
mismo, del público». Pero hay que distinguir netamente la
propiedad de la información de la propiedad de los medios informativos: son ámbitos jurídicos claramente diferentes, sin que en
ningún caso quepa la menor implicación. Una cosa es el derecho a
la información, reconocido en la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 y amparado constitucionalmente en nuestro
ordenamiento político, y otra la posibilidad real de su ejercicio. De
tal modo que proclamar enfáticamente la decimonónica libertad de
prensa o la moderna libertad de expresión; fundamentar sólidamente los presupuestos jurídicos del derecho de toda persona a
«investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas,
sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión», según ordena el artículo 19 de la Declaración de 1948; o arbitrar los
procedimientos que garanticen las relaciones transparentes y libres
entre empresario informativo empleador e informadores empleados —como puede ser el caso de la nueva ley francesa de prensa,
que deliberadamente ignora cualquier estatuto especial para sindicatos o corporaciones de periodistas, por lo que los empresarios de
prensa y los redactores pueden acordar libremente sus pactos laborales, sin someterse a normas de carácter sindical o corporativo—
sin que al mismo tiempo se articule de modo efectivo la posibilidad
real de ejercicio de tales derechos por parte del sujeto universal de
la información, no pasa de ser una declaración de principios vacua e
inane, un mero «fiatus vocis».
El «¡Silencio a los pobres!», de Lamennais, cobra preocupante
actualidad en cada uno de los momentos cardinales que escalonan
el desarrollo de la información. Desde el afianzamiento empresarial
de la prensa a mediados del pasado siglo, hasta la espléndida
realidad de nuestro tiempo, y la atrayente perspectiva del futuro
de la comunicación, la acción informativa sólo ha sido posible
merced a su inserción en el sistema de producción y comercialización empresarial. De tal modo, que la historia de la información
en muy buena parte es la historia de la empresa informativa. Pero
si los editores, los productores o los informadores no son más dueños de la información que el resto del público, en el cual, lógica-
mente, se incrustan, ¿de dónde esos privilegios que permiten erigir a
la empresa informativa como intérprete exclusiva del flujo informativo universal? ¿Acaso porque, en definitiva, la información no
pasa de ser un objeto más de especulación económica, como cualquier mercancía? La reacción inmediata, enérgica y firme, proclama que la información es un derecho humano, por lo que la actividad informativa es un acto de justicia. Desantes subraya que
cuando la empresa informativa y los informadores investigan y difunden correctamente, realizan un acto de justicia al suministrar
aquello a lo que todos tienen derecho. Ni las empresas informativas ni los informadores son propietarios de la información. La información pertenece al sujeto universal, al público, a la sociedad.
Nieto lo deja sentado de modo inapelable: «La propiedad de un
medio de comunicación social no conlleva el derecho de propiedad
de la información... La empresa informativa debe cumplir la doble
función social y económica que se justifica en tanto en cuanto
realice su deber de informar... El titular del poder económico es la
empresa, si bien gravado por la hipoteca social; el titular del poder de
la información es el pueblo». Luego, la actividad empresarial de
informar, con la compleja organización que exige, y sin que esté
exenta en ningún caso de los riesgos inherentes a su condición de
empresa —al contrario, agravados—, es el resultado de la
ejecución del mandato social tácitamente conferido por el
propietario de la información, esto es, el público o sujeto universal.
Es ciertamente una teoría progresiva propugnada por la doctrina
más segura y aceptada, pero que en la práctica quiebra más de una
vez. Por ejemplo, en la Dow Jones Co., editora de The Wall Street
Journal, cuyo reglamento regulador de conflictos de intereses
indica expresamente que el material informativo utilizado por los
redactores en su trabajo es propiedad de la empresa. Esta norma
comprende no sólo el fruto de la labor profesional de los periodistas,
sino también los proyectos de artículos y publicidad programados
para futuras ediciones o publicaciones. La consideración de que las
informaciones son propiedad exclusiva de la empresa —sigue
diciendo el reglamento— deberá evitar cualquier conflicto o
malentendido respecto a su utilización. Se echa de ver que el sentido
dominical de esta empresa sobre la información propia o contratada elaborada en su Redacción, resalta con tal vigor, que resultaría bastante arduo pretender introducir reducciones conceptuales o teóricas distintas de la pura realidad de explotación empresarial.
De todo lo expuesto se colige, de modo indubitable, que la información se manifiesta necesariamente a través de unas organizaciones singulares que hemos convenido en llamar empresas informativas, cuyo cometido es hacer posible la materialización, industrialización y difusión de mensajes de toda índole: periodísticos,
publicitarios, propagandísticos, de relaciones públicas, y, como se
postula últimamente, documentarios. Hablar, por tanto, de libertad de expresión, lleva consigo, inexcusable e imprescindiblemente,
la libertad de la empresa informativa. De donde el servicio a la
sociedad que ha de prestar todo órgano informativo ha de basarse,
LA LIBERTAD
DE EMPRESA
INFORMATIVA
también forzosamente, en las tres libertades clásicas de la información: libertad de fuentes, libertad de industrialización y libertad de
difusión. Toda restricción, limitación, obstáculo o condición que
se imponga o afecte a estas libertades menoscaba y altera
sustan-cialmente la función pública de informar que ha de cumplir
escrupulosamente el sujeto organizado de la información o
empresa informativa.
TRES
CONCLUSIONES
La empresa periodística sigue siendo hoy paradigma de concepción, explotación, influencia y difusión del género empresarial
informativo. Al hilo de experiencias contrastadas en este ámbito,
dentro y fuera de nuestras fronteras, entre las que el Rapport Vedel
ocupa un lugar de primer orden, importa poner de relieve tres
conclusiones deducidas de la discusión científica y práctica: 1 .a La
libertad de prensa no debe entenderse como una pura libertad teórica ni como una obligación para la sociedad civil de mantener
empresas periodísticas con escasos lectores, o sin ellos. Tal libertad
se identifica con la posibilidad de que la información llegue a su
público sin trabas ni censuras, y además, supone derechos y garantías para quienes trabajan profesionalmente en la búsqueda, selección y tratamiento de la información. 2.a La independencia de la
prensa debe asegurarse tanto respecto a los poderes públicos,
como a las maniobras financieras o a la influencia extranjera; en
suma, frente a todo grupo de presión. Este aserto no significa en
modo alguno que la empresa de prensa deba vivir sin recursos financieros propios, ni conseguir beneficios, o permanecer ajena a
las reglas ordinarias de explotación empresarial. Lo que se pretende
afirmar es que ni los periodistas ni los lectores pueden ser tratados
como puras mercancías, y, por consiguiente, no puede negociarse
con ellos. Los cambios de titularidad o de dominio de las empresas
periodísticas, las participaciones mayoritarias en su capital social,
las transacciones, etc., deben ser transparentes y nítidas, y siempre
bajo el amparo de una legislación previsora que permita el control y
aceptación de aquellas medidas transformadoras. 3.a El
pluralismo implica variedad de contenidos informativos, y, por
tanto, de principios editoriales, amén de abundantes o, al menos,
suficientes órganos informativos que canalicen aquella variedad.
Por ello, el pluralismo de la prensa debe ser defendido contra
cualquier forma de monopolio ideológico o financiero.
POSTURA
BIFRONTE
Reflexionando sobre estas consideraciones, cabe añadir que la
libertad de información adopta una postura bifronte: de un lado, es
una forma particular de la libertad de expresión y de comunicación;
de otro, es una de las condiciones del juego democrático, sin la cual
las instituciones políticas fundamentales —sufragio, representación, responsabilidades políticas— quedarían en su mayor
parte vacías de contenido. Debe advertirse, además, que el debate
democrático no es solamente el debate político, sino el social y
cultural en su más amplio sentido. La libertad de información no se
entiende si el derecho a editar o producir, y a difundir informaciones, no lleva aparejado las posibilidades efectivas de su realización práctica. Cierto es que no ha existido, ni existe, un derecho
por el cual cualquier persona o grupo con inquietudes o afanes de
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informar pueda contar con los medios adecuados suministrados
gratuitamente por la comunidad social en que se insertan. Pese a
ello hay que recordar el derecho del público a ser informado limpia
y correctamente, sin manipulaciones. Si la información no es un
mero producto mercantil, el mecanismo del mercado informativo
es, sin embargo, uno de los reguladores que aseguran su calidad y
utilidad. La sociedad civil no tiene la obligación de sostener, ni
mucho menos fundar, empresas informativas aparentemente
bienintencionadas, pero que no cuenten con lectores ni otros consumidores de bienes informativos. Mas el debate democrático no
puede estar sometido a las leyes del mercado. De ahí que la ayuda
del Estado a los medios informativos no pueda ser considerada
como un privilegio, sino como un factor corrector del juego del
mercado, que permita esclarecer y servir al debate democrático,
evitando su oscurecimiento o asfixia.
La realidad que ofrece actualmente el mundo empresarial de la
información confirma el valor de institución social que ostenta el
fenómeno informativo. Cada vez más frecuentemente, los empresarios de la información se alejan de aquella idea que estimaba el
producto informativo sólo como mercancía, y van aceptando que
la información constituye un verdadero servicio a la sociedad. Es
decir, en palabras de Nieto, se van alejando del papel de mercaderes
de noticias, para encarnar progresivamente su misión de organizadores de medios de comunicación social para la difusión de
informaciones e ideas, en cumplimiento de aquel mandato social
que antes veíamos. Esta tendencia ha tomado carta de naturaleza
en círculos científicos y de investigación de esos fenómenos. Así, el
Rapport Linden, por ejemplo, expresa por una parte su convicción
de que la prensa desempeña una función de interés general, y por
otra, se muestra solidario con la declaración formulada por la
Federación Francesa de Sociedades de Redactores en la que se
proclamaba que informar a los ciudadanos constituye un verdadero
servicio de interés público.
Conocida es la situación de cambio profundo que afecta a los CAMBIO
medios informativos. Transformación que no sólo atañe a los pro- PROFUNDO
cedimientos tecnológicos de transmisión de noticias, multiplicidad
de informaciones y difusión de los productos informativos, sino
que inciden convulsivamente en la misma idea de la misión que
toca desempeñar a la información en la sociedad de nuestro tiempo.
Los datos de la realidad cotidiana muestran las dimensiones graves
de este proceso de cambio, tanto por la extensión del fenómeno
como por su trascendencia profunda. Y ante esta sociedad en
transformación, la empresa informativa ha de asumir esforzadamente la responsabilidad de propiciar el ejercicio de la actividad
informativa con todas las garantías técnicas del oficio, y con una
inagotable capacidad de hallar fórmulas nuevas que hagan frente
con éxito a los retos del futuro. Aquí opera de modo decisivo la
ponencia creadora de la empresa informativa, su espíritu imaginativo, su fecundo ingenio para planteamientos audaces, y su aptitud
para superar barreras y limitaciones que obstaculicen enconadamente su labor.
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