Informaciones obtenidas de la página http://mys.matriz.net/index.html Correspondientes a distintos números de la interesantísima revista Mujer y Salud CARMEN VALLS: “TODOS LOS QUE INTERVIENEN EN EL ESPACIO SOCIOSANITARIO, TENDRÍAN QUE HABER REFLEXIONADO SOBRE LOS TEMAS DE GÉNERO” <Leonor Taboada> Carmen Valls Desde la primera vez que la oí, la he escuchado en distintos foros, siempre con el mismo asombro ante su capacidad de transmitir como nadie la misma información adaptada como la piel al guante del público al que se dirigía, ya fueran legos o científicos. Alguna vez me han caído las lágrimas y se me ha erizado –literalmente-el vello de emoción por la identificación de la científica y de la mujer con cada una de las mujeres que la escuchaban. Era una más, y era la una entre todas que tiene una información que necesitamos como agua de mayo para mejorar nuestra salud y calidad de vida. Nadie explica la incidencia del sesgo de género en la medicina y la ciencia, como ella. Su lógica es aplastante, porque lo que dice no lo ha aprendido en los libros –aunque se lo haya leído todo. Científica, escritora, comunicadora, política, cálida, accesible:es muy difícil trazar un perfil de Carmen Valls en poco espacio (autora del libro Mujeres y Hombres: salud y diferencias). La culpa no es mia sino suya:ella es una y es mil, o así lo parece, dada la actividad física e intelectual que despliega. Madre de tres hij@s, endocrinóloga, investigadora de las diferencias de salud entre hombres y mujeres, pionera e impulsora del concepto de género en salud, ella es, en si misma, una red andante, vinculando a unas mujeres con otras, a grupos de mujeres entre si. No sólo pertenece a Redes: facilita los marcos de encuentro y también las crea. Con ella llegó un punto de inflexión en la visibilidad del discurso de salud y género en España. Y con ella llegó, también, un sueño de muchas:la publicación de esta revista. Hace diez años, sus libros ya anunciaban una manera distinta y atrevida de mirar la salud y la medicina; al señalar las diferencias biológicas entre hombres y mujeres insinuaba ya la necesidad de investigación y tratamientos diferenciados para unos y otras. Yo, como profesional de Asistencia Primaria y como endocrina había escuchado a muchas mujeres y había empezado a descubrir -mi formación había sido claramente androcéntrica y en la facultad yo no pensaba que había diferencias entre hombres y mujeres- que había un denominador común: todas las mujeres expresaban unas patologías parecidas en consulta, para las cuales la ciencia que yo conocía no tenía explicación. El hecho de que estas quejas fueran tan repetidas me hizo pensar que tal vez fuera posible encontrar una causa –y aquí entra mi parte de mujer: yo no podía atribuir esa patología, todo lo que estaba escuchando, a síntomas nerviosos y psíquicos. Creía que debajo debía haber otras causas que yo no había entendido. Entonces también, por vivencias personales, pude entender todo lo que significaban la violencia psicológica y la violencia física en la vida de las mujeres. Y empecé a detectar que muchas de las patologías que se presentaban tenían debajo una base de violencia, por lo cual ya no se trataba solamente de causas biológicas ni siquiera sociales, sino que las relaciones de pareja y de dependencia afectiva también estaban condicionando la consulta médica. Por lo tanto, el diagnóstico diferencial también tenía que incluir los problemas sociales y psicológicos. ¿Cuándo “aterriza” usted en CAPS? Una feliz circunstancia se dio en esas fechas: reencontré a un antiguo compañero de facultad con el que habíamos luchado en la Universidad contra la dictadura franquista y él me presentó una ONG llamada CAPS (Centro de Análisis y Programas Sanitarios) para la que trabajaba y en la cual estuvimos reflexionando juntos un documento sobre el oficio de hacer de médico, dedicado al médico de cabecera, que era un homenaje a Jordi Gol y Gorina, el médico que hizo la definición de la salud como autonomía personal sólida y gozosa. La reflexión sobre la evolución de la Asistencia Primaria y, en concreto, el oficio de hacer de médico, lo hicimos a medias con Marius Morlans. Este documento se presentó como Conferencia en el CAPS, donde me encontré muy a gusto entre un grupo de médicos (tan sólo había dos mujeres) que estaban interesados en el aspecto psico social de la medicina, con los que empezamos a trabajar en el 1er Congreso de Tecnología Médica y Calidad de Vida, en 1988. El Congreso me permitió entrar en contacto con la red de investigadores que ya trabajaban calidad de vida en relación con la salud y encontré que los parámetros de calidad de vida habían sido muy olvidados por la medicina. ¿A qué parámetros se refiere? Muchas investigaciones se hacían sólo para curar la enfermedad y no se valoraba si el tratamiento empeoraba la calidad de vida de las personas o les hacía correr riesgos a largo plazo. La evaluación de calidad de vida me pareció también una linea muy interesante para hacer patentes las investigaciones biopsicosociales, y me pareció también un punto de encuentro entre los laboratorios de investigación, la sanidad pública -porque no creo que a la salud pública le interese empeorar la calidad de vida de la población – y privada; y la medicina asistencial primaria y especializada. Para hablar un lenguaje común, todos teníamos que intentar que ninguna intervención del sistema sanitario empeorara la calidad de vida de la población, sino que la mejorara. Las mujeres, en especial, eran campo abonado para que, cuando el sistema sanitario intervenía en su vida, empeorara su calidad de vida. Tenemos ejemplos claros en las Nuevas Técnicas de Reproducción, la intervención en la menopausia o la misma anticoncepción hormonal que no se había valorado nunca en su relación con la calidad de vida. Se dijo: impiden la ovulación, pero, ¿a costa de qué?: ¿de la líbido?; ¿de engordarse?, de enfermarse del tiroides?, ¿de arriesgarse a largo plazo a un cancer de mama o no?. Todo esto no se conocía bien y pensé que era un buen hilo de trabajo que desarrollamos en el CAPS y nos condujo a organizar el 1er Congreso de Mujer y Calidad de Vida en el año 1990 ¿Qué supuso la organización del 1er Congreso Mujer Salud y Calidad de Vida? En la preparación del congreso, empezamos a crear un pequeño equipo con mujeres. Fue a partir de 1990 en que llegaron masivamente las mujeres al CAPS, procedentes de distintos campos de la salud. Llegaron psicólogas y sociólogas, como Carme Alemany, y el grupo de investigadores con quienes intentamos unir la biología, la psicología y la sociología aunque en los debates y talleres los distintos profesionales sólo se escuchaban entre si; costaba mucho el diálogo interdisciplinar. Después del Congreso, un grupito muy pequeño en el CAPS, -Gloria Borràs y Mercè Fuentes fueron las doctoras que lo empezaron-pensamos que ya que era difícil visibilizar todos estos problemas a la vez, creíamos importante introducir la visión de las diferencias –todavía no hablábamos de género- al enfermar entre hombres y mujeres, metabolismos diferentes, distintas formas de presentación de las enfermedades, y distintas prevalencias. Por ejemplo, nos planteamos que la menstruación era una incógnita dentro de la medicina y la visibilizábamos con la ponencia (Ver Libro Mujer y Calidad de Vida) sobre "El estrés y su relación con el ciclo menstrual": aquí empezamos ya a visibilizar las carencias de hierro y las consecuencias que tenían las enfermedades endocrinas. Para el Congreso elaboré un documento sobre Morbilidad Diferencial que me sirvió para revisar toda la literatura que hasta el momento había sobre las diferencias. Yo creía que estudiar y explicar las diferencias sería suficiente para que los médicos y médicas cambiaran de actitud respecto a las enfermedades de las mujeres. Y aquí si me definía por estudiar más a fondo la morbilidad dado que ya teníamos resultados de la Primera Encuesta de Salud de la ciudad de Barcelona que dejaba ver que había una desigualdad en la salud percibida de las mujeres y de los hombres y que había más morbilidad crónica entre las mujeres sobre todo relacionada con problemas del sistema músculo esquelètico y con ansiedad y depresión en menor grado, lo que planteaba una incógnita porque estas enfermedades habían sido poco estudiadas por la medicina, que se dedicaba mucho más a enfermedades agudas y a procesos que se desarrollaban en los hospitales. Esta visión de la diferencia motivó la creación del Programa Mujer, Salud y Calidad de Vida del CAPS, en 1991, un año después del Congreso. ¿Qué se plantea el Programa Mujer, Salud y Calidad de Vida? En este programa el objetivo principal fue visibilizar las enfermedades, sus causas y consecuencias. Aunque aún nos basábamos en las diferencias, introdujimos también los trabajos invisibles. Ya intentábamos hacer visibles los problemas específicos de las mujeres, pero todavía no habíamos visto lo complejo que era entenderlo. A medida que íbamos profundizando en la biología y psicología diferencial y las condiciones de trabajo, nos fue creciendo un aspecto que hasta entonces no se había visto, que era que las condiciones de trabajo influían mucho en la salud de la mujer y, en las condiciones de trabajo, entraban también las condiciones de vida de las mujeres porque los trabajos de las mujeres eran complejos. Así que estudiando el trabajo llegué al concepto de género. A alguna gente le cuesta mucho entender el concepto de género, como si fuera una sofisticación teórica innecesaria Para mí el género no es una teoría;el concepto no me ha venido por haber aprendido una teoría de introducir el género como método, no:yo intenté entender qué pasaba con la salud y, al intentar entender la influencia de las condiciones de trabajo, me di cuenta de que si la mujer llegaba cansada al trabajo era porque por la noche no había dormido porque cuidaba niños o cuidaba enfermos o porque tenía que hacer otras miles de tareas; veía que muchas mujeres aceptaban trabajos en precario para hacer compatible su vida doméstica y la vida profesional; veía que no se preocupaban de su propia vida sino de dar, dar, dar y de vivir para los otros y dedicarse a los demás y que esto era agotador para la salud mental de estas mujeres. En este proceso llegué a entender que a las mujeres se nos habían introducido unos mandatos, una culpabilización tan grande en la mente que las llevaba indefectiblemente a trabajar tanto que el sistema músculo-esquelético se destrozaba y el psicológico también porque la salud mental se resiente de tantos años de estrés que no se ha podido compensar de ninguna otra forma. Esto dio lugar que nos implicáramos en la organización del Primer Workshop sobre Mujer, Salud y Trabajo, en 1993. En la trayectoria del CAPS, el tema de la salud laboral tiene especial relevancia En la organización de este work shop conectamos con la primera red mundial de mujeres que estaban ya investigando este tema y preparamos el primer Congreso Internacional de 1996 sobre Mujer Salud y Trabajo en el que sí pudimos mantener el equilibrio entre biología, psicología y sociología y en el que todo el mundo se escuchó. La síntesis está en el libro que editamos con el Instituto de la Mujer, donde las ponencias tienen un alto rigor científico y, además, incorporan la visión de género porque tanto las unas como las otras, las ponencias biológicas, psicológicas o sociológicas, incorporan el problema de la invisibilidad de las diferencias como un problema de género ante una ciencia androcéntrica y analizan cómo la doble jornada, la doble vida, e incluso el desprecio que la sociedad ha sentido hacia las mujeres durante tantos siglos, hace que la mujer internalice todas las culpabilizaciones del mundo y que, por ende, su salud mental tenga graves vulnerabilidades. También nos dimos cuenta de que, al no haber estudiado las diferencias, se estaban aplicando fármacos sin haber visto si se metabolizaban correctamente;que la evolución de los infartos era diferente pero mucho peor entre las mujeres, había mucha más mortalidad post infarto entre las mujeres, y que por lo tanto había un problema de género en que no se hubieran estudiado las diferencias:el sesgo inconsciente de género en la mente de los médicos. Hemos abierto una reflexión internacional que continuó en el II Congreso en Río de Janeiro (1999) y el III Congreso en Estocolmo. Espero que el próximo congreso a celebrar en Nueva Delhi (2005) plantee los retos de la salud de las mujeres en los países en vías de desarrollo. ¿Alguien está libre del sesgo inconsciente de género? Reconozco que también tenía el sesgo inconsciente de género;aunque el embrión del estudio de las diferencias ya estaba, nunca hubiera pensado que hubiera tanta dificultad mental y, por tanto, estereotipos de género tan firmes en la educación de los científicos, capaces de sesgar la realidad y de invisibilizar la salud de las mujeres. Es mucho más difícil que se valoren los síntomas de las mujeres objetivamente, que se las diagnostique las trate y rehabilite de forma objetiva. Siempre hay el sesgo de considerarlas inferiores, histéricas, neuróticas o incluso "estresadas"o "menopausica"-son los insultos posibles. Respecto a las "estresadas", por ejemplo, no se considera que el estrés sea un problema objetivo por la sobrecarga de trabajo que soportamos, sino una mala organización de la mujer. Podemos ver un paradigma de esto en las declaraciones en el último congreso mundial de las empresarias celebrado en Barcelona, en que todas hablaban de que ellas si se sabían organizar, como si las demás no hubiéramos podido llegar a ser empresarias porque no sabíamos hacerlo cuando lo que pasa es que tienen a otras mujeres estresadas trabajando para ellas. ¿Cómo inciden los estereotipos en el dolor de las mujeres, en la fibromialgia? El esterotipo de género que hace que estos se puedan considerar diagnósticos y que no se investiguen realmente las causas de los problemas, está retrasando de una forma muy preocupante, su solución. Porque si no conocemos las causas, no podemos hacer buena prevención, ni habrá buenos tratamientos en el futuro. Y el paradigma de esta situación, nos ha llegado a través de otra palabra que etiqueta pero que no resuelve el problema del dolor de la mujer, que es la "fibromialgia". El dolor y el malestar de las mujeres, está claro que está basado en la discriminación histórica, en la invisibilidad, en el desprecio de la sociedad y el que los padres de la Iglesia tuvieron con ella, en la invisibilidad de sus problemas biológicos, que fueron contemplados como psicológicos, en no entender su sexualidad y su deseo. Todo esto ha generado malestar y rabia -los problemas músculo-esqueléticos por las condiciones de vida y trabajo que generan en el cuerpo de las mujeres y los problemas de la salud mental lo han estudiado bien, nuestras mentoras y colaboradoras en Suecia, Marian Frankerhaueser y Ulf Lundberg. Pero como las circunstancias no han mejorado y las condiciones el malestar y el dolor están aumentando. Ya no se manifiestan de formas poco verbales, como podía ser la histeria, sino que se fija en el cuerpo de la mujer en forma de dolor. Y a este dolor, la ciencia médica, de tanto escuchar dolores de la mujer, ha decidido que llamaremos fibromialgia. Y la fibrormialgia, aunque halla unos puntos dolorosos en las inserciones músculo-tendinosas no aclara la causa del dolor y la visión de la ciencia médica oficial es que la mujer tiene más tendencia a sufrir este problema por su umbral al dolor más bajo. Nos dicen que somos hipersensibles y que esa es la razón que nos hace sentir el dolor. Esa es una afirmación sumamente provocativa Sí, pero yo creo que la provocación la hace la misma ciencia médica. Lo provocativo no es decir que la mujer tiene dolor, yo no tengo ninguna duda de que hay dolor. La causa del dolor no es la hipersensibilidad. No es que la mujer sea más sensible, es que tiene muchas sobrecargas que causan dolor:psicológica, biológica y mental. Y si no se entiende esto, no se puede entender que haya tanto dolor. La ciencia androcéntrica no lo entiende y lo puedo comprender ya que, de algún modo, es juez y parte. ¿Hasta dónde ha penetrado el discurso de género en la medicina "oficial"? El discurso de los estereotipos ha entrado poco en la medicina oficial. La medicina oficial considera que todo lo que sabe lo sabe por ciencia propia. La medicina tiene pocas dudas cuando yo creo que para crear ciencia se necesita dudar mucho y el beneficio de la duda no se aplica a la mujer, sino sólo al hombre. Para luchar contra el estereotipo hay que establecer bases científicas, e impregnar la ciencia oficial de los problemas de género. Eso se está haciendo desde el año 90, poco a poco. ¿Cómo? De entrada, introduciendo el término Mujer y Salud en el Index Médicus, haciendo la red internacional Higea de investigadoras médicas, no dejando que se minimicen o maximicen las causas de enfermedades y buscando el diagnóstico diferencial. Por ejemplo, una gran tarea que nos queda por delante –y que podríamos realizar unidos con los investigadores masculinos honestos que quieran hacerlo– es investigar el dolor de las mujeres y a esto vamos a dedicar la tarea del próximo año de la red española de Mujeres y Salud que nos reunimos cada año en el Instituto de la Mujer para compartir los trabajos de investigación, y que este año centramos en el tema del dolor de las mujeres y en como detectar de forma precoz la violencia psicológica y física en las mujeres. Son dos grandes problemas que están motivando una gran demanda de ayuda en la atención primaria, enmascarada e invisible;el dolor no se diagnostica bien, se dan sedantes y antidepresivos porque no se llega al fondo de las enfermedades que están detrás. Los mismos protocolos actuales no acaban de hacer el diagnóstico diferencial de todas las enfermedades que pueden producir dolor porque parten de una premisa ideológica y no demostrada:la hipersensibilidad al dolor de las mujeres. Y eso que la realidad es que la mujer está mejor preparada que el hombre para aguantarlo. Desde la menstruación a los partos, soporta mejor el umbral del dolor. Estos lo vivimos en la asistencia primaria, por ejemplo, en los casos de cólicos renales. Los hombres los viven de una forma desaforada porque no han estado preparados para soportar el dolor. Es decir que en una afirmación no científica, la hipersensibilidad de las mujeres, se está basando actualmente todo el tratamiento de la fibromialgia. Y se les acaba tratando con psicofármacos y los parches de morfina. ¿Qué hacer, entonces, con el dolor? Actualmente, para tratar el dolor inmediato, hay analgésicos suaves, hay terapias alternativas, (masajes, relajación...) acupuntura, Tai Chí, movimientos coordinados, que pueden aliviar la situación de estrés..., todo eso alivia mucho. Y una hora propia, una hora propia para una misma. No sólo una habitación propia, con una hora propia para descansar, pensar, leer, no hacer nada. . . el dolor de las mujeres se podría aliviar mucho. Y, sobre todo, no culpabilizarlas, ni ideológica ni psicológicamente. Porque, implícitamente, si la causa del dolor se asocia a una enfermedad mental, la mujer puede creer que cambiando actitudes va a cambiar el dolor. Y esto no es así, por dentro hay más problemas que no se habían estudiado. Hay más de 100 causas biológicas que pueden provocar dolor en hombres y mujeres. Mientras tanto, de lo que se trata es de hacer un buen protocolo de diagnóstico diferencial y no parar hasta que todas las enfermedades que pueden producir dolor en el cuerpo de una persona, sea hombre o mujer, sean estudiadas como protocolo de estudio del dolor y, después saber que la evolución de esta enfermedad, incluso sin tratamiento, no es fatídica ni maligna. Una de las grandes angustias que están sintiendo muchas mujeres es cuando les dicen que la enfermedad no tiene tratamiento. Esa angustia les hace sentir más dolor y entran en un círculo vicioso que no tiene justificación. Está demostrado que la enfermedad conocida como fibromialgia se cura en algunos casos espontáneamente y, en otras, no se cura porque debajo hay una enfermedad biológica no diagnosticada. ¿Y en relación a la violencia contra las mujeres? Va a ser mucho más complejo resolver los problemas de violencia psicológica y las consecuencias que tienen sobre la salud de las mujeres ya que en la violencia psicológica sí que existe toda la carga de androcentrismo acumulada durante siglos. En estos casos, la autoestima de la mujer ha quedado muy deteriorada y hay que hacer dos procesos:uno de detección cuando la están atacando y otro de mejora de su autoestima. Hay demostraciones biológicas de que la carencia de autoestima disminuye las hormonas, pero tanto en hombres como en mujeres. Y en monos. Se ha demostrado que el mono dominante acaba, por ejemplo, disminuyendo la testosterona del mono dominado. La mujer disminuye su carga hormonal y su carga inmunológica y puede tener más enfermedades... y más torpezas, cae más, pierde las llaves, pierde las cosas, posiblemente culpabilizada por el varón que le dice ‘ves como pierdes las cosas, no vales nada ’... Veo más complejo luchar contra esto, hay que identificar muy bien los estereotipos de género de la clase médica y de las y los profesionales de la medicina y de todos los que intervienen en el espacio sociosanitario, que tendrían que haber reflexionado sobre los temas de género. A lo mejor no saben cómo ni dónde reciclarse en género... Aquí vendría, pienso el gran reto de quienes hemos visto todos estos procesos. Tenemos que introducir la formación de género y salud en todos los currículums profesionales que intervengan alrededor de la salud de hombres y de mujeres. Introducir género y salud fue la primera conclusión del congreso internacional de Mujer, Salud y Trabajo que se hizo en Barcelona en el año 96:en el III Congreso de Mujer, Salud y Trabajo, celebrado este año en Suecia, las investigadoras hemos empezado a consensuar la posibilidad de practicar lobby científico para que este curriculum de género y salud se introduzca en todas las universidades y en todos los campos de formación de profesionales sociosanitarios. Desarrollar una formación reglada sobre género y salud es el objetivo de los próximos años. Tenemos que continuar investigando todo lo que supone morbilidad diferencial y las causas de enfermedades relacionadas con los problemas de género. ¿Si se analizara en una consulta médica todos los condicionantes de la vida laboral y familiar de una mujer antes de dar un diagnóstico, no estaríamos ante una revolución social? Sí, y también somos conscientes quienes trabajamos en asistencia que no se pueden iniciar todos los procesos de cambio a la vez. Y en este sentido hay que ser muy consciente de cuál es en cada persona la prioridad para iniciar el proceso allí teniendo en cuenta que tenemos que acabar cambiando su entorno biológico, psicológico y social. A veces hay que empezar con el biológico, porque la persona está muy deteriorada, otras veces es preciso empezar con la psicología y otras con las con las condiciones de vida y trabajo. Entender estos problemas en toda su dimensión, supondrá mejoras en otros muchos aspectos. Si la medicina cierra los ojos a la realidad y piensa que la tratará con antidepresivos, opiáceos o barbitúricos, lo único que hace es incrementar el gasto sanitario (en Cataluña, 34. 000 millones de psicofármacos, de los cuáles el 90% se administran a mujeres) y no ayudamos a cambiar el proceso. A la larga, el análisis de los problemas de género va a beneficiar a los dos sexos, naturalmente más al que ha sido invisibilizado, maltratado, despreciado, que es el sexo femenino, pero una reflexión a fondo y el análisis de las causas va a mejorar a toda la humanidad y, por tanto, es una tarea que debemos continuar ampliando la RED de reflexión sobre la perspectiva de género en la salud. Animaría a colaborar a todas y todos los que lean estas líneas y se sientan identificadas con los objetivos. EL TRABAJO FEMINISTA EN EL ÁMBITO DE LA SALUD <Mari Luz Esteban> A nivel general se puede afirmar que la salud ha pasado de ser un ámbito crucial en la teoría y la práctica feminista de los años setenta y ochenta, a tener un estatus secundario y al mismo tiempo superespecializado en la década de los noventa y comienzos del nuevo siglo. Es decir, que los contenidos referidos a la salud y el género han perdido la centralidad que tenían anteriormente dentro del feminismo y que, además, las ideas, debates y alternativas en torno a las distintas problemáticas se generan y mantienen en un espacio perfectamente acotado, donde las especialistas, profesionales de la medicina y psicología/psiquiatría sobre todo, tienen todo el protagonismo. Todo esto dentro de un proceso general de cambio social y científico, en el que hay que tener en cuenta los avances en la situación social de las mujeres y las transformaciones en las definiciones acerca del ser mujer y el ser hombre; pero también el surgimiento de nuevas ideologías y/o reformulaciones de las anteriores que siguen justificando la subordinación femenina desde la biología y la psicología. Proceso al que el feminismo no se ha adaptado del todo. Ejes de la teoría y de la acción feminista de los años setenta y ochenta, como el derecho a decidir sobre el propio cuerpo, el derecho a la contracepción y al aborto, la separación entre sexualidad y reproducción, o la reivindicación del placer sexual para las mujeres, fueron absolutamente nucleares y sirvieron para impulsar y aglutinar al movimien-to como tal. Todo ello directamente relacionado con la revisión y denuncia que el feminismo hizo en esta época de la naturalización de las mujeres como una forma fundamental de justificación social y científica de su desigualdad. Este esfuerzo tuvo unos resultados exitosos que se plasmaron en leyes como la del aborto, deficiente pero de gran trascendencia social, y en alternativas sanitarias cruciales para las mujeres, como los centros de planificación familiar. Además se obtuvo un reconocimiento, por lo menos teórico, del derecho a decidir y de la legitimidad del placer sexual para las mujeres. Poco a poco, el desgaste que supusieron peleas como la del aborto provocó que el movimiento en su conjunto se viera aquejado de un cierto impasse, que influyó directamente en una autoinhibición a la hora de participar en el debate y la intervención social, política o asistencial. Esto facilitó que las profesionales se fueran “apropiando” del campo de la salud, al tiempo que iban acusando también un cierto cansancio después del trabajo ímprobo de las dos primeras décadas. Por otra parte, comenzaron a darse signos claros de neoliberalismo y neoconservadurismo en las políticas sanitarias y de personal de las distintas instituciones públicas, perdiéndose bastantes servicios y/o quedándose totalmente deslucidas experiencias previas en materia de educación y prevención de la salud. En este nuevo marco en el que nos encontramos, el tema de la salud no es ya un patrimonio de todas las feministas sino que se ha hiperespecializado, transformándose en un “feudo” de las profesionales sanitarias, un espacio excesivamente específico que en la práctica funciona de forma casi autónoma, al margen de los otros sectores. El distanciamiento influye directamente en una falta de generalización de los debates, de valoración y retroalimentación conjunta, y de búsqueda de puentes, intereses y ejes comunes, así como en una cierta despolitización de los diferentes temas relativos a la salud. Además, esta especialización no está facilitando que se dé suficiente discusión ni reacción en torno a un proceso de renaturalización de las mujeres que ha tenido lugar a partir de la última década, y que podemos apreciar alrededor de cuestiones como la menopausia o la maternidad, y al que me voy a referir a continuación. El tema de la menopausia debería tener toda la prioridad en la agenda feminista actual, no sólo en la sanitaria, por las siguientes razones:el determinismo biológico que está por debajo del discurso en torno a la misma;el impacto yatrogénico que está teniendo y va a tener la intervención sanitaria que se está haciendo;la falta de información sobre lo qué está sucediendo realmente en la red pública y privada;la medicalización y psicologización de esta fase de la vida de las mujeres;la falta de información y perspectiva crítica de los sanitarios y de la sociedad en general;y sobre todo, el silencio del feminismo y un cierto colaboracionismo desde las profesionales feministas. En las teorías más difundidas sobre la menopausia se percibe claramente que se hace una lectura de la salud que otorga toda la importancia a la “deprivación” hormonal y al “déficit” de estrógenos a una determinada edad, y la consecuente conveniencia de THS-Tratamiento Hormonal Sustitutivo, que serviría para resolver “todos los problemas” que se puedan presentar. Los signos y síntomas que se asocian a la menopausia suelen consistir en una interminable lista de padecimientos físicos y psicológicos, donde los más representativos son los sofocos, la sequedad vaginal, la osteoporosis, o las enfermedades cardiovasculares. Refiriéndonos específicamente a estos cuatro últimos, que son los únicos que merecen discusión, se puede subrayar lo siguiente: primero, que sólo la desaparición de la regla y la disminución de estrógenos son universales, teniendo por lo tanto los llamados “síntomas menopáusicos” un carácter totalmente cultural; segundo, que hay una gran variabilidad en el descenso de estrógenos entre las mujeres; tercero, que no se ha podido demostrar la vinculación exclusiva de ninguno de dichos síntomas con la “falta” de estrógenos y que, en caso de aparecer, su origen es siempre multicausal, por lo que deberían beneficiarse de formas de abordaje múltiples y variadas; y, en cuarto lugar, que la presencia de, por ejemplo, fracturas o problemas cardiovasculares se relaciona sobre todo con la edad y no tanto con el sexo, por lo que los pueden padecer igualmente los hombres, aunque no se produzcan en ellos de la misma manera. El tema de la menopausia es un paradigma de cómo las mujeres son consideradas desde la medicina, y en consecuencia desde la sociedad, como las otras, las diferentes, las vulnerables. Un modelo de cómo, a diferencia de lo que pasa con los varones, los síntomas y malestares femeninos son siempre explicados tomando como referencia el eje cerebro-aparato reproductor, donde las hormonas son definidas como mediadoras. Lo cual lleva implícito un sobredimensionamiento de la capacidad fértil que sigue siendo el eje estructurador principal de la salud femenina y, por tanto, un desajuste entre los modelos médicos de lo femenino, absolutamente centrados en lo reproductivo, y los socio-culturales, que en bastantes casos han relativizado o por lo menos redimensionado el lugar de la maternidad a la hora de valorar socialmente a las mujeres. A todo esto es a lo que llamo re-naturalización de las mujeres, puesto que a partir de una determinada lectura del cuerpo “menopáusico ”, se está hablando de la mayor vulnerabilidad femenina, de la trascendencia de su ciclicidad biológica, de la inevitabilidad, en definitiva, de lo biológico;cuestiones todas que tienen una traducción inmediata en lo social (Esteban, 2001). En cuanto a la reacción desde el feminismo podemos afirmar que, a pesar de que hay suficientes trabajos que ponen en cuestión las definiciones y planteamientos biomédicos y occidentales acerca de la menopausia, y de que contamos ya con resultados de grandes ensayos clínicos realizados en los últimos años que alertan claramente sobre los peligros del THS4, los centros y trabajadoras feministas no están actuando en consecuencia. Por ejemplo, en algunos casos, se han puesto en marcha programas o iniciativas educativo-asistenciales específicas, actividades que tienen aspectos positivos pero también negativos, y dosis importantes de regulación de la vida y psicologización y medicalización de las mujeres, al margen de los posibles beneficios. Medicalización que conlleva un modelo de relación vertical y jerárquico entre expertas/os y usuarias, y supone supervisión e ingerencia directa sobre la vida de las mujeres desde lo asistencial, dándose toda la prioridad al ámbito sanitario frente a otros espacios extrasanitarios e iniciativas socio-políticas posibles;lo que no favorece lecturas más integrales y complejas de los malestares femeninos. Además la medicalización comporta la enculturación en una determinada visión de la salud que sigue enfatizando la idea de la fragilidad, de la negatividad, de la diferencialidad uniformizadora de las mujeres, y de la trascendencia de lo reproductivo (Esteban, 2001). Por todo ello creo que hay razones de peso para que se revisen y modifiquen las políticas sanitarias y feministas en torno a este periodo de la vida. Así, por ejemplo, considero necesario que se dejen ya de ofertar programas sanitarios específicos “de menopausia” desde la red asistencial que, como tales, no tienen ningún sentido, y que lo único que hacen es seguir generalizado una idea patologizadora de una fase absolutamente normal del ciclo vital. Un segundo tema alrededor del cual se está produciendo una renaturalización de las mujeres es el de la maternidad. En la última década ha ido creciendo la preocupación social, mediática y médicocientifica en torno a los cuidados de las criaturas y la compatibilización entre inserción laboral de las mujeres y “responsabilidades” familiares, sin poner nunca en cuestión sino enfatizando específicamente el binomio madre/hijo-a. Esta ideología materna forma parte de las nuevas ideologías familiares y domésticas que se han generalizado en la sociedad occidental en los últimos años, y que surgen en un contexto de descenso de la natalidad y cambios generales en las estrategias reproductivas (pocos hijos y mucha inversión en ellos), así como de envejecimiento de la población y cronificación de los problemas de salud, entre otros factores. Las políticas institucionales concretas se dirigen sobre todo al fomento de la natalidad y a la supuesta conciliación de la vida familiar y laboral, pero una conciliación que “lleva el gusano dentro”, puesto que no se replantea en ningún momento la obligatoriedad de los cuidados por parte de las mujeres. Por otro lado, son preocupaciones sociales y políticas que aparecen en relación directa con el éxito del feminismo, por lo que deben ser interpretadas como reacciones frente a los avances de las mujeres. Es innegable que poco a poco y al margen de las experiencias concretas, que son más plurales, ha ido tomando fuerza un discurso hegemónico en torno a la maternidad en el cual son protagonistas clave algunos especialistas (psicología, medicina, pediatría...), y que tiene como rasgos principales los de ser un discurso generizado, en cuanto que diferencia y jerarquiza las responsabilidades de hombres y mujeres;contradictorio con la filosofía feminista del reparto del trabajo y de la autonomía de las mujeres para decidir sobre sus vidas; etnocéntrico, étnico y de clase, puesto que nace a partir de los valores y visiones de un sector determinado de la sociedad occidental (clase media blanca, sobre todo)y se exporta al resto del mundo;universalizador de los derechos y el bienestar de las criaturas, al margen de las condiciones concretas de los grupos domésticos y de las mujeres;culpabilizador de las mujeres que no cumplen con dichos mandatos culturales. Mientras tanto, el feminismo sólo está reaccionando de forma lenta y parcial, aunque en los últimos años se han incrementado algo los debates alrededor de este tema. Además, un sector específico de mujeres, próximas muchas de ellas al movimiento feminista y/o ecologista, basándose en teorías psicológicas surgidas sobre todo a mediados del siglo XX, que no han sido suficientemente revisadas, se han hecho eco también de esta preocupación y han ido secundando la necesidad de la relación madre/hijo-a, sobre todo en los primeros años de vida. Es decir, asumen acríticamente esta re-naturalización de las mujeres y piensan incluso que sus planteamientos son revolucionarios en cuanto que defienden ideas más “humanistas ” y/o alternativas a la biomedicina. Todo ello a pesar de que tenemos una bibliografía amplísima de muchos años de trabajo que muestra de forma contundente el carácter social y cultural de la maternidad, que debería servirnos para cuestionar radicalmente las lecturas esencialistas y etnocéntricas que se están haciendo, y que es un material clave para poner en relación los discursos médicos y científicos con los sociales, jurídicos y políticos, y sobre todo para desenmascararlos y denunciarlos. Por tanto, estoy abogando por recuperar, revisar y/o reactualizar los contenidos trabajados hasta ahora por las feministas en torno a las distintas explicaciones esencialistas de la subordinación femenina, en torno a esta re-naturalización de las mujeres, adaptando además los debates a una sociedad que ha cambiado respecto a cómo nos percibe y nos trata. Una sociedad que ha ido incorporando pero también cooptando muchas de las ideas y alternativas ofrecidas desde el feminismo, y que además ha reaccionado frente a ellas, generando nuevas ideologías y nuevas formas de control y poder médico, en las que a veces las profesionales feministas nos vemos entrampadas. Asimismo, habría que pensar en qué otros campos relativos a la salud y el cuerpo se pueden estar produciendo procesos similares a los comentados. Pero todo lo anterior no será posible si no nos articulamos mucho mejor entre todas nosotras, especialistas o no, equiparando las opiniones y puntos de vista de cada una y redefiniendo y reconfigurando, por tanto, el ámbito feminista de la salud en su conjunto. La salud debe ser un tema de todas, no de unas pocas. Esto nos lleva también a la necesidad de la interdisciplinariedad, tanto en la fase de diagnóstico/análisis como en la de aplicación de los conocimientos y asistencia:pensar en cómo poner en práctica este viejo principio metodológico feminista es quizá la principal prioridad ahora, porque puede ser una de las claves para hacer frente a las dificultades y dilemas que han ido surgiendo, algunos de los cuales ni siquiera los tenemos bien identificados. BIBLIOGRAFÍA Cámara, Cristina. “El fin del periodo fértil en la mujer”. Salud 2000, N º 27, Septiembre 1990, pp. 26-30. Esteban, Mari Luz. “La maternidad como cultura”, en Perdiguero, E. ;Comelles, J. M. (eds. ) Medicina y cultura. Estudios entre la antropología y la medicina. Barcelona:Bellaterra, 2000, pp. 207-226. Esteban, Mari Luz. Re-producción del cuerpo femenino. Discursos y prácticas acerca de la salud. Donostia: Gakoa, 2001. Greer, Germaine. El cambio. Menopausia y vejez. Barcelona:Ed. Anagrama, 1993. Hunt, Kate. “¿Una cura para todas las enfermedades? Interpretación de la menopausia y las complicaciones del tratamiento hormonal sustitutivo”, en Wilkinson, S. ; Kitzinger, C. Mujer y salud. Una perspectiva feminista. Madrid: Instituto de la Mujer; 1996, pp. 155-180. Rico, Rosa. “Terapia hormonal sustitutiva. Riesgos y beneficios”. Osteba Berriak, nº 35, Septiembre 2002, p. 3. Rueda, Joserra. “Mensajes acerca de la menopausia y sus implicaciones”. Salud 2000, N º 60, Febrero 1997, pp. 28-30. Van Hall, E. V. ;Verdel, M. ;J. Van der Velden, J. “Las quejas ‘climatéricas’:Hormonales?”. C. Med. Psicosomática, N º 24, 1992, pp.22-26. NOTAS 1. Este artículo es un resumen de la intervención realizada por la autora en el Seminario de Estudios de las Mujeres celebrado en Madrid los días 18, 19 y 20 de noviembre de 2002, organizado por el Instituto de la Mujer, y cuyos contenidos van a ser publicados próximamente. 2. Me referiré al ámbito del Estado Español, porque no tengo suficiente información sobre otros contextos. 3. Algunos ejemplos de publicaciones críticas en castellano son:Cámara (1990); Van Hall, Verdel, Van der Velden (1992); Greer (1993); Rueda (1993, 1997) y Esteban (2001). Por otra parte, una relación de aproximaciones a la menopausia desde la antropología y ciencias sociales, puede obtenerse en Hunt (1996). 4. Un comentario sobre dos de estos ensayos clínicos llevados a cabo en los últimos años cuyos resultados hablan claramente de que los riesgos del THS son mayores que los beneficios puede encontrarse en el artículo de Rosa Rico, “Terapia hormonal sustitutiva. Riesgos y beneficios” (2002). 5. Un desarrollo mayor de estos contenidos puede encontrarse en mi artículo: “La maternidad como cultura. Algunas cuestiones sobre lactancia materna y cuidado infantil” (Esteban, 2000). Mari Luz Esteban Médica antropóloga. Universidad País Vasco - EHU