TEMA 8 EL REINADO DE FELIPE lll • la quiebra de la economía: 1.1 El repliegue del imperio y la quiebra económica de la monarquía. 1.2 Las causas profundas del repliegue imperial español. • La corrupción del Estado: la expulsión de los moriscos. • El fin del reinado de Felipe III • La quiebra militar de la economía hispánica 2.1 Felipe IV y el conde−duque de Olivares. 2.2 El fracaso del programa reformista. 2.3 La quiebra de la monarquía hispana: las revueltas catalana y portuguesa. 2.4 El Tratado de Westfalia(1640) y la paz de los Pirineos (1659) • El último monarca Habsburgo: Carlos II: 3.1 La independencia de Portugal y el fin de un reinado. 3.2 Del centro a la periferia: los validos de Carlos II. 3.3 El final de la casa de Austria. I. LA QUIEBRA DE LA HEGEMONIA. • El repliegue del imperio y la quiebra económica de la monarquía. Los últimos años del reinado de Felipe II fueron muy angustiosos para el monarca. Había fracasado en el control de sus tierras del norte de Europa, ya que los holandeses quedaban sin someter; Inglaterra se mostraba cada vez más desafiante después del desastre de la armada invencible; en Francia se entronizaba a un rey enemigo y protestante, cuya conversión al catolicismo por oportunismo político no significaba su apoyo a la hegemonía española, y finalmente el Estaco sufría en 1596 una terrible bancarrota. Por esta razón, Felipe ll ordenó un repliegue político y militar del imperio en los últimos años de su reinado; para ello cambió su política respecto a los Países Bajos el principal problema de su reinado. Este territorio fue encomendado a un príncipe soberano, el archiduque Alberto, marido de unas de las infantas, Isabel Clara Eugenia. De esta forma, al desprenderse de la soberanía directa era más fácil acordar alguna tregua sin menoscabo del prestigio del imperio español. También preparó una paz con Inglaterra y un tratado con Francia que puso fin a la guerra ( tratado de Vervins, de 2 de Mayo de 1598) • Las causas profundas del repliegue imperial español. Esta prudente política de repliegue no fue comprendida por su hijo y sucesor Felipe III, ni por sus influyentes ministros, en especial el Duque de Lerma, que intentó mantener la guerra al precio que fuera. La realidad se impuso en 1607, cuando las exhaustas arcas de la monarquía forzaron al Estado a declarar una nueva suspensión de pagos. Era imposible sostener el poder imperial sin dinero. La guerra era cara y, sin poder 1 afrontar sus costes, se imponía acordar la paz para no llegar a la derrota. En 1609 se impuso una tregua por 12 años. Las causas de la crisis económica eran profundas; el imperialismo español del reinado anterior se había financiado gracias a la plata americana; con ella se pagaban las importaciones de grano, madera, material naval, y hierro. El transporte de estas mercancías estaba en manos de buques holandeses y la crisis de los países Bajos hizo imposible este comercio. Además la piratería obligaba a las flotas de indias a navegar una fuerte escolta que era preciso pagar. Así el comercio trasatlántico cada vez resultaba más caro y menos rentable, y la hacienda real se empobrecía notablemente. A este problema cabía sumar la contracción del propio comercio interamericano cada vez más debilitado por la catástrofe demográfica de la población indígena. Un descalabro demográfico implicaba una economía arruinada, y de esta economía vivía también el imperio. • La corrupción del Estado: la expulsión de los moriscos La situación de crisis económica no solo afectaba a América, era general en buena parte de la península. El hambre y la ruina de la agricultura castellana son factores que hay que tener presentes para explicar el declive imperial español. No en balde en Castilla estaba de moda la literatura picaresca, en la que se elevaba a la categoría de héroe al pícaro que sobrevive en un país hambriento. El auténtico director de la política de Felipe III era el duque de Lerma, primer ministro de la monarquía denominado oficialmente vado o valido. Este poderoso personaje, que tenía la confianza absoluta del rey, consiguió amasar una importante fortuna a expensas de su cargo, y se rodeó de hombres de confianza que en algunos casos se vieron envueltos en asuntos de corrupción. Fracasados todos cuantos intentos de reforma se emprendieron desde la corte, la solución a la falta de dinero, fue la venta de cargos públicos, jurisdicciones reales y sobre todo las manipulaciones y devaluaciones de la moneda castellana. Ante la falta de numerario, se inundó el mercado de monedas de cobre, sin valor alguno, el vellón, que produjo graves problemas económicos y financieros. Parecía que todo el sistema monetario iba a hundirse en 1626, cuando se suspendieron este tipo de prácticas, sin ninguna solución alternativa. El gobierno de Lerma realmente no tomó ninguna decisión importante, excepto el decreto de expulsión de los moriscos, aprobado el 9 de abril de 1609, el mismo día que se firmaba el tratado de los doce años. La elección de la fecha no fue una casualidad, se quiso esconder la humillación que significaba para el reino la firma de una tregua que reconocía explícitamente la independencia de los países bajos, cubriéndola con otra noticia: la expulsión de los moriscos, cual si fuera la última victoria sobre los musulmanes, el auténtico final de la Reconquista. Se trataba de ganarse una popularidad fácil en un momento de gran descontento popular. Unas 270000 personas fueron expulsadas de los territorios de la monarquía; eran en su mayoría trabajadores agrícolas que dejaron prácticamente un campo desierto que ya estaba diezmado. En algunos reinos de la península como en el de Valencia, la medida supuso pérdidas económicas cuantiosas. Pero el gobierno de Lerma no reparó en el daño irreversible que produciría la expulsión de la población morisca en el sistema productivo agrícola. Adoptó ante los problemas la solución más cómoda, que le produjo una popularidad inmediata. • El fin del reinado de Felipe III Las populistas medidas del gobierno de Lerma no modifican el tozudo curso de la economía. América se mantuvo en un estancamiento creciente, mientras el comercio ilegal practicado por los holandeses y británicos privaba al monarca de los cargamentos de oro y plata con los que sufragar los gastos de una monarquía que, a pesar de no financiar ahora las guerras, mantenía el mismo nivel de gastos. Se hicieron intentos de reforma, todos ellos sin resultado. Felipe III moría en marzo de 1621, a la edad de cuarenta y tres años, dejando un país sin ilusiones, en pleno marasmo y con una ruina creciente. Con él, el imperio español había bajado un peldaño 2 hacia su declive. II. LA QUIEBRA MILITAR DE LA MONARQUÍA HISPANICA. 2.1 Felipe IV y el conde−duque de Olivares. El ascenso al trono de Felipe IV (1621−1665) significó un cambio en la orientación política de la monarquía. El nuevo monarca confió la dirección política del reino a Gaspar de Guzmán, conde−duque de Olivares. Este aristócrata se convirtió en el nuevo valido, decidido a reformar la monarquía y dispuesto a reformar la monarquía y dispuesto a recuperar la iniciativa imperialista en el campo de la política exterior. El nuevo gobierno inició un cambio de imagen, juzgando a algunos de los miembros del gobierno corrupto del reinado anterior. En cuanto a los Países Bajos, el gobierno de Olivares estaba decidido a reanudar la guerra, esto suponía el fuerte endeudamiento de una hacienda pública que no había sido reformada y que pesaba sobre unos súbditos muy depauperados. Olivares intentó también una reforma moral, investigando fortunas e intentando imponer un programa de austeridad en la corte, pero fracasó en todos estos intentos. 2.2 El fracaso del programa reformista. La política de Olivares hay que inscribirla en la tendencia general del siglo XVII de imposición del poder real sobre parlamentos, particularismos y privilegios de los súbditos. Con el fin de recaudar fondos, Olivares ideó un proyecto, −la unión de armas− que en esencia consistía en crear una reserva militar de 140000 hombres aportados proporcionalmente por todos los territorios de la monarquía. Pero los antiguos reinos de la Corona de Aragón poseían leyes muy rígidas con respecto a las potestades que el monarca tenía para conducir a los súbditos a la guerra. Por ello la Unión de Armas chocó con las Cortes de estos territorios. El conde−duque fracasó en su intento de crear la Unión de Armas. A pesar de ello, la monarquía siguió con sus planes armamentistas y sus proyectos bélicos. La tosca política económica que acompañó estas medidas hundió de nuevo al país en una crisis financiera en 1628. casi al mismo tiempo, las hostilidades con Francia se reanudaban en el norte de Italia. La política agresiva del conde−duque despertó los temores de toda Europa, al tiempo que los portugueses manifestaban su descontento frente a la unión de la Corona mediante levantamientos y disturbios. En 1635 se producía la declaración formal de guerra a Francia, España entraba así en la guerra de los treinta años, generalizando el conflicto, que tomó unas proporciones dramáticas, Olivares envió a Cataluña los tercios al mismo tiempo que invadía Francia desde Flandes. La victoria en Flandes era de una gran importancia para la estrategia española, sin embargo, los tercios solo podían recibir ayuda por vía marítima. La derrota de la escuadra en la batalla de las Dunas quebró él poder militar español. Casi al mismo tiempo, la escuadra hispano−portuguesa era derrotada en las indias por los holandeses, que de esta forma obtenían el control de las rutas atlánticas del comercio y del dinero. En 1640 un atribulado conde−duque se había dado cuenta de que era necesario firmar la paz, por aquel entonces ya no podía pagar a los tercios y estos se abastecían frecuentemente sobre el terreno. 2.3 La quiebra de la monarquía hispana: las revueltas catalana y portuguesa. En 1640 estallaron las revueltas de Cataluña y de Portugal. La revuelta catalana se inició el día Del Corpus de 1640, había sido precedida por alzamientos generalizados de los campesinos contra los tercios que ocupaban las tierras del Norte, en el Rosellón, la Cerdaña y el Ampurdán. Olivares había dispuesto la 3 obligación de dar alojamiento a estas tropas en tierras del Principado de Cataluña, lo que suscitó hostilidades entre la población y el ejército. El Conde−duque ordenó la detención de Francesc De Tamarit uno de los diputados de la Generalitat, con el fin de imponer el cese de los enfrentamientos. Pero esta decisión, empeoró las relaciones entre la monarquía y la Generalitat, mientras que un ejército de campesinos violentos cargó contra los tercios. Eran los segadors, obreros temporeros que en junio acudían a las ciudades para ser contratados para las tareas de la siega. En Barcelona, la población atacó las dependencias de la administración real, liberó al diputado encarcelado, y emprendió el linchamiento del virrey, conde de Santa Coloma, que murió en la revuelta. Cuando la corte se dio cuenta de la gravedad de la sublevación ya no había marcha atrás posible; los diputados catalanes solicitaron ayuda a Richelieu, el cual aceptó con el fin de debilitar la monarquía de Felipe IV. De esta forma se inició una guerra en Cataluña entre los tercios del rey y los ejércitos de la Generalitat ayudados por Francia. La revuelta catalana iba a propiciar el levantamiento de Portugal, el 1 de diciembre del mismo año estalló la rebelión en Lisboa. Como en Portugal no había tropas reales, nadie pudo impedir que el duque de Braganza se proclamase rey con el nombre de Juan IV. Las sublevaciones simultáneas del este y del oeste amenazaron con el derrumbe de todo el sistema imperial. También en Andalucía se descubrió una conspiración nobiliaria que pretendía separar el territorio de la monarquía. Mientras el ejército del rey era derrotado en Montjuic y en Cataluña se proclamaba la independencia y el reconocimiento de Luis XIII de Francia como monarca. En 1643, encendida la guerra en todas partes, con derrotas importantes como la de Rocroi (19 de mayo de 1643) y en franca retirada en todos los frentes, el conde−duque tuvo que abandonar el gobierno; se imponía pactar la paz en las condiciones que fuera. 2.4 El tratado de Westfalia (1640) y la paz de los Pirineos (1659). El sucesor de Olivares, don Luis de Haro, tuvo que aceptar la firma de la paz de Westfalia (1648) mediante la cual España reconocía la independencia de los Países Bajos al tiempo que se confirmó la división religiosa del imperio sobre el que el emperador ya solo tendría autoridad nominal. Casi al mismo tiempo se descubría una conspiración del duque de Hijar para proclamarse rey de Aragón; esta era una aventura descabellada, pero revelaba el grado de descomposición de la monarquía. La paz de Westfalia acabó para siempre con la hegemonía española, pero la guerra con Francia no terminó; los catalanes siguieron la guerra, pero estaban desengañados de Francia y poco a poco las tropas de Felipe IV fueron invadiendo el Principado hasta la toma de Barcelona de 1651. el monarca ahora prometió respetar los fueros y constituciones catalanas y estos juraron de nuevo fidelidad al rey. La paz con Francia se pactó en 1659 con la firma de la paz de los Pirineos, este tratado significaba el retorno de Cataluña al seno de la monarquía hispana al tiempo que los territorios ultrapirenaicos catalanes se anexionaban con Francia. Las cumbres del Pirineo fueron la frontera reconocida por ambos reinos. III EL ÚLTIMO MONARCA HABSBURGO: CARLOS II. 3.1 La independencia de Portugal y el fin de un reinado. Terminada la guerra con Francia, la Corona española intentó recuperar Portugal. Sin embargo la guerra portuguesa no consiguió el resultado esperado, las finanzas de la monarquía española no pudieron soportar la carga económica de un conflicto tan prolongado y en 1653 el Estado entró en Bancarrota de nuevo. Las solución de los problemas financieros pasaba por emprender profundas reformas que, después de la caída de Olivares, nadie osaba iniciar. A todo ello hay que sumar que en algunas ocasiones, como por ejemplo en 1657, la flota de Indias fue capturada por los británicos, por lo cual el fisco no ingresó plata americana durante ese año. 4 Felipe IV moría en 1665 y dejaba un reino mutilado en franca bancarrota, con dificultades para mantener el gasto diario de la casa real y sin fuerzas para mantener el imperio colonial. El heredero al trono, el príncipe Carlos, tenía 4 años de edad y era hijo de la segunda esposa del rey, Mariana de Austria. La crisis económica y la nueva situación política tras la muerte del rey, condujeron que en 1668, una vez perdida toda esperanza de recuperar Portugal, España reconociese la independencia del reino vecino. 3.2 Del centro a la periferia: los validos de Carlos II. La debilidad de la Corona durante el reinado de Carlos II abrió un periodo de cierta tranquilidad, en el que la guerra no fue el eje central de la política, la acción de gobierno quedaba en manos de la reina Mariana de Austria, que confió los destinos del reino su confesor, el jesuita de origen austriaco el padre Nithard. La influencia de este eclesiástico se vio competida por Juan José de Austria, hijo ilegítimo de Felipe IV, que en 1669 consiguió el apoyo de los catalanes y de los aragoneses, y mediante un acto de fuerza pudo imponer su voluntad a la reina y encargarse de la gobernación de la monarquía. El programa de reformas de Juan José de Austria también fue un fracaso y tuvo que retirarse de la corte, le sucedió un aventurero, Fernando de Valenzuela, que se enfrentó con la alta nobleza castellana en un conflicto que terminó con su destierro. De nuevo don Juan José de Austria se encargó del gobierno hasta su muerte en 1679. entre tanto el imperio español, iba perdiendo uno tras otro los territorios europeos. En el último cuarto del siglo XVII España no tenía ningún producto para exportar y la plata americana salía del país tal y como entraba para pagar las deudas de la guerra, al mismo tiempo que la inflación monetaria estaba alcanzando cotas nunca vistas como valores próximos al 200% en 1675, ello provocaba agudas subidas de los precios, sobre todo en castilla donde el vellón fue brutalmente debilitado por decreto a la mitad; una sucesión de catástrofes económicas provocaron revueltas Madrid y otras ciudades castellanas como Toledo. Esta situación de crisis no afectó por igual a todos los territorios de la monarquía y mientras castilla la sufrió muy duramente a finales del siglo, Cataluña y Valencia por el contrario experimentaron mejorías notables en sus economías. El dominio económico de España empezaba a desplazarse desde el centro a la periferia. 3.3 El final de la casa de Austria Hacia finales del siglo XVII España no era dueña de sus destinos. En efecto, hacia 1690 en todas las chancillerías europeas era evidente la expectación ante la falta de sucesión al trono español. Carlos II no había tenido hijos de su primer matrimonio con Maria Luisa de Orleáns; su segundo matrimonio también fue infértil y el monarca contrajo nupcias por tercera vez con una princesa austriaca, razón por la cual Francia le declaró la guerra a España, ya que esta alianza matrimonial reforzaba un nuevo vínculo político entre Austria y España, que tan perjudicial había sido para el país vecino los dos siglos anteriores. La guerra se libró de nuevo en Cataluña, pero el objetivo de la guerra no era ocupar o desmembrar la monarquía, sino hacer una demostración de fuerza ante los asustados ministros y cortesanos del monarca para presionarlos sobre el problema sucesionario. Lo que realmente ansiaba Luis XIV era que la monarquía española pasase a manos de un vástago de la casa Borbón para asegurar que a lo largo de los siglos siguientes la monarquía española fuese una potencia satélite de Francia. A finales de siglo se hizo creer al monarca que estaba embrujado y se llenó la corte de exorcistas, curas y frailes que aseguraban que quitarían el embrujo al rey, mientras que las potencias europeas se reunían para repartirse el botín. Había tres pretendientes principales para el trono español: 5 José Fernando de Baviera, nieto de la hija de Felipe IV, Margarita Teresa, aceptado por Inglaterra y Holanda. El pretendiente austriaco era el archiduque Carlos, segundo hijo del emperador, que tenía fuertes partidarios en la corte española. El tercer pretendiente era Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia. El rey nombró heredero a José Fernando de Baviera; pero este falleció inesperadamente en 1699, y Carlos II antes de morir y viendo que las potencias europeas insistían en la partición del reino, decidió favorecer la candidatura de Felipe de Anjou por ser la más fuerte diplomática y militarmente y la que ofrecía garantía de que el reino de España no sería repartido entre los diversos pretendientes. El 2 de Octubre de 1700 el rey otorgó testamento a favor del francés. El monarca fallecía el 1 de noviembre. La dinastía se había extinguido. 6