CINE Mirando hacia atrás sin ira JORGE BERLANGA Antonio Mercero. mirada al pasado es una LApráctica habitual en el cine de nuestros días. Dentro de la especulación sobre hechos históricos, hay distintos tipos de actitudes. El rigor meticuloso, el revan-chismo manipulador, la nostalgia sentimentaloide o, también, la farsa desde un punto de vista humorístico sobre la Historia reciente. Por esta vertiente se ha inclinado Antonio Mercero en su última película: «Espérame en el cielo». Su idea argumenta! es tentadora: desvelar la existencia e intimidad de un doble secreto de Franco y, en consecuencia, la intimidad del propio Franco. Un ciudadano común y corriente (interpretado de forma magistral por el actor argentino Pepe Soriano) es forzado por un funcionario falangista a convertirse en el doble de Franco para sustituirle en las ceremonias más rutinarias, enojosas o peligrosas. Con unos arreglos de maquillaje y una larga instrucción para adoptar la voz y los ademanes característicos del general, el doble consigue desempeñar su papel de forma convincente. Esta historia tiene una vertiente trágica, ya que el doble permanece prisionero, se le separa de su mujer, se le da oficialmente por muerto y se le obliga a adoptar los usos y costumbres de un personaje, Franco, de proverbial austeridad. Pero tiene también una vertiente cómica cuando a los ojos del pueblo este señor se convierte en Su Excelencia y todo queda preparado para una comedia de equívocos al más alto nivel. Mercero resuelve con eficacia el problema de la verosimilitud con un protagonista que efectivamente se asemeja a Franco, más en la voz y en el ademán impávido que en los rasgos físicos. Se trata de un actor argentino poco conocido por estos pagos que ha hecho un considerable trabajo de identificación con el personaje a base de contemplar innumerables filmaciones del difunto general. Por otra parte, el núcleo de la acción se desarrolla en El Pardo, con lo que el decorado es veraz. Al interés que despierta este argumento, hay que añadir la facilidad de Mfercero para sintonizar con el público, gracias a su habilidad para subrayar los elementos humorísticos y sentimentales. De entrada, apela al recuerdo, y la mayoría del público empieza a conmoverse o divertirse desde que en pantalla aparecen las añejas imágenes del NO-DO. Además, se advierte también desde el primer momento la simpatía del autor por todos sus personajes, comprendidas en ellos sus debilidades, que es una constante en la 12 3 obra de Mercero, sea para el cine o para la televisión. El público se identifica progresivamente con el desventurado doble, quien a su vez se identifica progresivamente con su modelo. La historia se desplaza de la sátira política hacia la tragicomedia del copartícipe secreto, hasta el punto de que finalmente no sabemos quién está moviendo nuestra compasión. Mercero parece seguir el consejo que, en el más brillante hallazgo de la película, Franco da a su doble: «Haga como yo, Paulino, no se meta en política». La película lleva implícita y explícita una denuncia del absolutismo y de sus métodos, así como una caricatura sin rencor de su máximo exponente, que se ve doblado humorísticamente por alguien de oficio tan poco heroico e imperial como es el de vendedor de aparatos ortopédicos y que finalmente, como el resto de la sociedad, acaba por resignarse a su condición de criatura hecha a imagen y semejanza de un autoritario jefe. Mercero sabe muy bien hasta dónde puede y quiere llegar para no herir sensibilidades ni traicionar la realidad. Si «Espérame en el cielo» es tan eficaz, la explicación está también en las facilidades que se permite su director. Los chistes en torno a un grupo de espiritistas, o el personaje del falangista fanático (estupendamente interpretado por Saza) y demás allegados a Franco, desde Carrero Blanco al mayordomo, o la oportunidad de mostrar El Pardo y el «Azon> por dentro, o la caricatura de una censura de por sí demasiado grotesca, tanto como la evocación de fantasmas cotidianos o el uso de recursos melodramáticos para conmover, son la base fundamental de Mercero para elaborar esta amena fantasía, sin duda una de las pelí- culas españolas más oportunas y refrescantes de los últimos tiempos. El juego de la guerra que en tiempos de paz AHORA parece que se está poniendo de moda un «juego de la guerra» en el que los ejecutivos pueden dar rienda suelta a su agresividad y desfogar sus atavismos belicistas en un campo de batalla de mentirijillas, Stanley Kubrick estrena su esperada película «La chaqueta metálica», que más que una historia sobre la guerra del Vietnam, de las que tan de moda están ahora, es toda una parábola sobre el ejército y sus mecanismos para convertir a pacíficos ciudadanos en guerreros con ansias de matar. O cuando se descorre el telón de la razón para sacar a la luz el animal que llevamos dentro. La película está dividida en diversos capítulos que van configurando un todo, los pasos de la rueda en el engranaje de la maquinaria belicista. Desde el principio, en el que un grupo de jóvenes reclutas catalogados como «difíciles» entran en un cámpa- Espérame en el cielo. La chaqueta metálica. mentó especial de instrucción para Marines, su identidad empieza por ser anulada con el afeitado absoluto de la cabeza, para pasar al rosario de humillaciones en que consiste el adiestramiento por parte de un sargento cruel e inmisericorde. La transformación de hombres indisciplinados en elementos útiles para el combate, dispuestos a matar o morir, a eliminar todo pensamiento individual para obedecer ciegamente las órdenes, ocupa media hora de película, con un estilo de crudeza documental que retrata la vida en el cuartel. Habrá quien, hippie in-conformista e irónico, apodado «bufón», acabe enterrando sus convicciones pacifistas para acabar convirtiéndose en implacable soldado, por más que un resto de cinismo le haga ser consciente de la dicotomía del ser humano al llevar al mismo tiempo una insignia con el símbolo de la paz junto a la inscripción «Nacido para matar» en el casco. Por otro lado, la presión insoportable, destinada a destruir la personalidad, hará mella incurable en otro recluta, gordo y patoso, a quien la aniquilación de los últimos restos de inteligencia acabará conduciéndole a la locura asesina y suicida. La segunda parte nos lleva a la retaguardia en Vietnam, donde la tropa aguarda ansiosa el bautismo de fuego, zanganeando entre prostitutas y bromas con los partes de guerra, siguiendo el itinerario del soldado «bufón», ahora convertido en reportero de campaña en la revista oficial del ejército. La visión distante y un tanto folklórica de la guerra pasará a convertirse en realidad sangrienta en el último tercio de la historia, en la que el protagonista irá destinado a primera línea de fuego. El relato de una simple escaramuza de un día, en donde una patrulla sufrirá varias bajas a manos de un francotirador en un pueblo abandonado, refleja todo el horror y la incertidumbre angustiosa del frente, así como la desnaturalización de las normas esenciales de la civilización en mitad de la batalla, revelada crudamente al someter al enemigo, en este caso una frágil mujer. El final, con la tropa volviendo a casa tras la jornada guerrera, con el soldado feliz de haber matado y seguir vivo, no es más que una alegoría de la transformación que una situación extraordinaria puede provocar en el alma humana, en donde los valores están a merced de la desintegración a que conducen incontrolables influencias exteriores. El talento de Kubrick está en ir más allá de la apología o el ataque, indagando en la naturaleza insondable del hombre cuando se ve arrastrado en la vorágine de la barbarie. Por otro lado, la maestría de la realización a la hora de mostrar cada escena con la cruda naturalidad que hace olvidar al espectador que está frente a un espectáculo ficticio para introducirlo en emociones reales, revela la singularidad de una película única que engrasa la filmografía de un genio. La insoportable levedad del tiempo de DESPUÉS «Peggy Sue se interpretar casó», de Francis Ford Coppola, parece como si Kathleen Turner fuese a especializarse en misteriosos viajes por el túnel del tiempo. Algo así es lo que le ocurre en «Julia y Julia», de Peter del Monte, una aventura europea de la conocida actriz americana que, queriendo tener la sofisticación del plato fino, acaba convirtiéndose en gui- sote un tanto indigesto. La protagonista, siendo una, acaba siendo dos por causa de un extraño fenómeno de trasposición temporal en la que se juntan dos vidas con destinos paralelos pero distintos en una misma persona. Una mujer que recién casada y enamorada perdidamente de su marido, lo pierde en un accidente automovilístico, se ve abocada a una vida de solitaria y desconsolada viudez, hasta que, pasados cinco años, y a causa de un inexplicable —e inexplicado— birlibirloque paranormal, se encuentra trasladada a otra realidad en la que su esposo está vivo, es madre de un niño encantador y está tan felizmente casada que hasta tiene un amante, pero como no tiene ni idea de quien es el propio, lo que le complica soberanamente sus esquemas familiares, más aún, cuando, cada dos por tres, cambia d& plano temporal y vuelve tan pronto a su vida Anterior como a la nueva, embarullándose todo cuando en su existencia como viuda traba conocimiento con el amante en cuestión, lo que conduce a la película, tan ambiciosa en sus planteamientos como torpe en su ejecución, a convertirse en un gazpacho en el que ni la presencia de la señorita Turner, una actriz con madera de mito, pero con peligros^ tendencia a la obesidad, puede Salvar del empacho y el abotargajniento al espectador de buena [fe. Al fin y al cabo, uno soporta que le cuenten las venturas y desventuras de la vida de un personaje, pero multiplicadas por dos, ¿s harina de otro costal.