Num035 016

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CINE
Mirando hacia atrás sin ira
JORGE BERLANGA
Antonio Mercero.
mirada al pasado es una
LApráctica
habitual en el cine de
nuestros días. Dentro de la especulación sobre hechos históricos, hay distintos tipos de actitudes. El rigor meticuloso, el
revan-chismo manipulador, la
nostalgia sentimentaloide o,
también, la farsa desde un punto
de vista humorístico sobre la
Historia reciente. Por esta
vertiente se ha inclinado Antonio
Mercero en su última película:
«Espérame en el cielo».
Su idea argumenta! es tentadora: desvelar la existencia e intimidad de un doble secreto de Franco
y, en consecuencia, la intimidad
del propio Franco. Un ciudadano
común y corriente (interpretado
de forma magistral por el actor
argentino Pepe Soriano) es
forzado por un funcionario falangista a convertirse en el doble de
Franco para sustituirle en las ceremonias más rutinarias, enojosas
o peligrosas. Con unos arreglos de
maquillaje y una larga instrucción para adoptar la voz y los
ademanes característicos del general, el doble consigue desempeñar su papel de forma convincente.
Esta historia tiene una vertiente
trágica, ya que el doble permanece prisionero, se le separa de su
mujer, se le da oficialmente por
muerto y se le obliga a adoptar los
usos y costumbres de un personaje, Franco, de proverbial austeridad. Pero tiene también una vertiente cómica cuando a los ojos
del pueblo este señor se convierte
en Su Excelencia y todo queda
preparado para una comedia de
equívocos al más alto nivel. Mercero resuelve con eficacia el problema de la verosimilitud con un
protagonista que efectivamente se
asemeja a Franco, más en la voz y
en el ademán impávido que en
los rasgos físicos. Se trata de un
actor argentino poco conocido
por estos pagos que ha hecho un
considerable trabajo de identificación con el personaje a base de
contemplar innumerables filmaciones del difunto general.
Por otra parte, el núcleo de la
acción se desarrolla en El Pardo,
con lo que el decorado es veraz.
Al interés que despierta este argumento, hay que añadir la facilidad
de Mfercero para sintonizar con el
público, gracias a su habilidad
para subrayar los elementos
humorísticos y sentimentales. De
entrada, apela al recuerdo, y la
mayoría del público empieza a
conmoverse o divertirse desde
que en pantalla aparecen las añejas imágenes del NO-DO. Además, se advierte también desde el
primer momento la simpatía del
autor por todos sus personajes,
comprendidas en ellos sus debilidades, que es una constante en la
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obra de Mercero, sea para el cine
o para la televisión.
El público se identifica progresivamente con el desventurado
doble, quien a su vez se identifica
progresivamente con su modelo.
La historia se desplaza de la sátira
política hacia la tragicomedia del
copartícipe secreto, hasta el punto
de que finalmente no sabemos
quién está moviendo nuestra
compasión. Mercero parece seguir el consejo que, en el más brillante hallazgo de la película,
Franco da a su doble: «Haga
como yo, Paulino, no se meta en
política».
La película lleva implícita y explícita una denuncia del absolutismo y de sus métodos, así como
una caricatura sin rencor de su
máximo exponente, que se ve doblado humorísticamente por alguien de oficio tan poco heroico e
imperial como es el de vendedor
de aparatos ortopédicos y que finalmente, como el resto de la sociedad, acaba por resignarse a su
condición de criatura hecha a
imagen y semejanza de un autoritario jefe. Mercero sabe muy bien
hasta dónde puede y quiere llegar
para no herir sensibilidades ni
traicionar la realidad. Si «Espérame en el cielo» es tan eficaz, la
explicación está también en las
facilidades que se permite su director. Los chistes en torno a un
grupo de espiritistas, o el personaje
del falangista fanático (estupendamente interpretado por Saza) y
demás allegados a Franco, desde
Carrero Blanco al mayordomo, o
la oportunidad de mostrar El Pardo y el «Azon> por dentro, o la
caricatura de una censura de por
sí demasiado grotesca, tanto
como la evocación de fantasmas
cotidianos o el uso de recursos
melodramáticos para conmover,
son la base fundamental de Mercero para elaborar esta amena
fantasía, sin duda una de las pelí-
culas españolas más oportunas y
refrescantes de los últimos tiempos.
El juego de la
guerra
que en tiempos de paz
AHORA
parece que se está poniendo de
moda un «juego de la guerra» en
el que los ejecutivos pueden dar
rienda suelta a su agresividad y
desfogar sus atavismos belicistas
en un campo de batalla de
mentirijillas, Stanley Kubrick
estrena su esperada película «La
chaqueta metálica», que más que
una historia sobre la guerra del
Vietnam, de las que tan de moda
están ahora, es toda una parábola
sobre el ejército y sus mecanismos
para convertir a pacíficos
ciudadanos en guerreros con
ansias de matar. O cuando se
descorre el telón de la razón para
sacar a la luz el animal que llevamos dentro.
La película está dividida en diversos capítulos que van configurando un todo, los pasos de la
rueda en el engranaje de la maquinaria belicista. Desde el principio, en el que un grupo de jóvenes reclutas catalogados como
«difíciles» entran en un cámpa-
Espérame en el cielo.
La chaqueta metálica.
mentó especial de instrucción
para Marines, su identidad empieza por ser anulada con el afeitado absoluto de la cabeza, para
pasar al rosario de humillaciones
en que consiste el adiestramiento
por parte de un sargento cruel e
inmisericorde. La transformación
de hombres indisciplinados en
elementos útiles para el combate,
dispuestos a matar o morir, a eliminar todo pensamiento individual para obedecer ciegamente las
órdenes, ocupa media hora de película, con un estilo de crudeza
documental que retrata la vida en
el cuartel. Habrá quien, hippie
in-conformista e irónico, apodado
«bufón», acabe enterrando sus
convicciones pacifistas para acabar convirtiéndose en implacable
soldado, por más que un resto de
cinismo le haga ser consciente de
la dicotomía del ser humano al
llevar al mismo tiempo una insignia con el símbolo de la paz junto a
la inscripción «Nacido para matar»
en el casco. Por otro lado, la
presión insoportable, destinada a
destruir la personalidad, hará mella incurable en otro recluta, gordo
y patoso, a quien la aniquilación
de los últimos restos de inteligencia acabará conduciéndole a
la locura asesina y suicida.
La segunda parte nos lleva a la
retaguardia en Vietnam, donde la
tropa aguarda ansiosa el bautismo
de fuego, zanganeando entre
prostitutas y bromas con los partes
de guerra, siguiendo el itinerario
del soldado «bufón», ahora
convertido en reportero de campaña en la revista oficial del ejército. La visión distante y un tanto
folklórica de la guerra pasará a
convertirse en realidad sangrienta
en el último tercio de la historia,
en la que el protagonista irá destinado a primera línea de fuego. El
relato de una simple escaramuza
de un día, en donde una patrulla
sufrirá varias bajas a manos de un
francotirador en un pueblo abandonado, refleja todo el horror y la
incertidumbre angustiosa del
frente, así como la desnaturalización de las normas esenciales de
la civilización en mitad de la batalla, revelada crudamente al someter al enemigo, en este caso
una frágil mujer. El final, con la
tropa volviendo a casa tras la jornada guerrera, con el soldado feliz
de haber matado y seguir vivo, no
es más que una alegoría de la
transformación que una situación
extraordinaria puede provocar en
el alma humana, en donde los valores están a merced de la desintegración a que conducen incontrolables influencias exteriores. El talento de Kubrick está en ir más
allá de la apología o el ataque, indagando en la naturaleza insondable del hombre cuando se ve
arrastrado en la vorágine de la
barbarie. Por otro lado, la maestría de la realización a la hora de
mostrar cada escena con la cruda
naturalidad que hace olvidar al
espectador que está frente a un espectáculo ficticio para introducirlo
en emociones reales, revela la
singularidad de una película única
que engrasa la filmografía de un
genio.
La insoportable
levedad del tiempo
de
DESPUÉS
«Peggy Sue se
interpretar
casó», de
Francis Ford Coppola, parece
como si Kathleen Turner fuese a
especializarse en misteriosos viajes por el túnel del tiempo. Algo
así es lo que le ocurre en «Julia y
Julia», de Peter del Monte, una
aventura europea de la conocida
actriz americana que, queriendo
tener la sofisticación del plato
fino, acaba convirtiéndose en gui-
sote un tanto indigesto. La protagonista, siendo una, acaba siendo
dos por causa de un extraño fenómeno de trasposición temporal en
la que se juntan dos vidas con
destinos paralelos pero distintos
en una misma persona. Una mujer
que recién casada y enamorada
perdidamente de su marido, lo
pierde en un accidente automovilístico, se ve abocada a una vida
de solitaria y desconsolada viudez, hasta que, pasados cinco
años, y a causa de un inexplicable
—e inexplicado— birlibirloque
paranormal, se encuentra trasladada a otra realidad en la que su
esposo está vivo, es madre de un
niño encantador y está tan felizmente casada que hasta tiene un
amante, pero como no tiene ni
idea de quien es el propio, lo que
le complica soberanamente sus
esquemas familiares, más aún,
cuando, cada dos por tres, cambia
d& plano temporal y vuelve tan
pronto a su vida Anterior como a
la nueva, embarullándose todo
cuando en su existencia como
viuda traba conocimiento con el
amante en cuestión, lo que conduce a la película, tan ambiciosa
en sus planteamientos como torpe
en su ejecución, a convertirse en
un gazpacho en el que ni la
presencia de la señorita Turner,
una actriz con madera de mito,
pero con peligros^ tendencia a la
obesidad, puede Salvar del empacho y el abotargajniento al espectador de buena [fe. Al fin y al
cabo, uno soporta que le cuenten
las venturas y desventuras de la
vida de un personaje, pero multiplicadas por dos, ¿s harina de otro
costal.
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