Capítulo 68: El régimen militar (1976-1983)

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Capítulo 68: El régimen militar (1976-1983)
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Introducción
Tras el golpe del 24 de marzo de 1976 que derrocó al gobierno de María Estela Martínez
de Perón (Isabel Perón), fue instaurado un régimen militar que sería conocido como
Proceso de Reorganización Nacional. Una Junta Militar compuesta por los comandantes
de las tres armas -general Jorge Rafael Videla, almirante Emilio Eduardo Massera y
brigadier Orlando Ramón Agosti-, la cual debía nombrar al presidente, se hizo cargo del
poder. Mediante el dictado de una serie de Actas Institucionales -el Acta para el proceso
de reorganización nacional del 24 de marzo; el Acta estableciendo el propósito y los
objetivos básicos para dicho proceso, de la misma fecha; el Estatuto para el mismo
proceso del 31 de marzo; y la ley 21256, que aprobaba el Reglamento para el
funcionamiento de la Junta Militar, el Poder Ejecutivo Nacional y la Comisión de
Asesoramiento Legislativo (CAL), del 26 de marzo de 1976-, dicha Junta estableció una
seudo-legalidad. La Constitución Nacional quedaba subordinada a los objetivos y fines
del Proceso revolucionario. El presidente debía elegirse entre oficiales superiores de las
fuerzas armadas y tendría atribuciones ejecutivas, legislativas y de nombramiento de
funcionarios nacionales y provinciales. Dicho cargo recayó en uno de los miembros de la
Junta Militar, el general Videla, quien hasta agosto de 1978 fue simultáneamente
comandante en jefe del Ejército. (1)
Las Actas Institucionales disponían la participación de las tres armas, por partes
iguales en el manejo del estado. De este modo, las distintas áreas del gobierno nacional y
los gobiernos provinciales fueron repartidos equitativamente. De acuerdo con este
sistema, cada arma tendría 33% del poder, no sólo en el poder Ejecutivo -la Junta Militar,
integrada por los comandantes en jefe de las tres armas-, sino también en el Legislativo la Comisión de Asesoramiento Legislativo (la CAL, órgano integrado por oficiales en
actividad cuya función era la de estudiar la creación de nuevas leyes)-. Asimismo, cada
ministerio estuvo a cargo de un arma y cada funcionario designó a sus colaboradores de
acuerdo con el estricto sistema castrense de lealtades personales. Pero también cada
ministerio a cargo de un arma tuvo delegados militares observadores de las otras dos
armas, y de las tres en el caso de ministerios a cargo de civiles (como, por ejemplo, el de
Economía). Este sistema particular de controles mutuos, teóricamente tuvo por objetivo
evitar la excesiva concentración de poder en una determinada arma y garantizar la
incorruptibilidad del sistema. (2) En la práctica, sin embargo, terminó generando una
estructura decisoria de alto nivel de conflictividad, donde se exacerbaron las rivalidades
entre las tres armas, las internas dentro de cada arma y las luchas personales por controlar
mayores espacios de poder. (3)
Además de reunir la mayor cantidad de recursos para reprimir la guerrilla subversiva,
las fuerzas armadas se propusieron un ambicioso plan de gobierno: reorganizar la nación,
renovar sus estructuras económicas, reformar las instituciones políticas y dar nuevos
contenidos a los valores establecidos en el preámbulo constitucional. Entre los objetivos
básicos se mencionaban la soberanía política, la moral cristiana, la tradición nacional, la
dignidad de ser argentino, la seguridad nacional, la erradicación de la subversión y de sus
causas, y la inserción internacional del país en el “mundo occidental y cristiano”. (4) En
opinión del sociólogo Torcuato Di Tella, el proceso iniciado en 1976 constituyó una
“intervención transformativa”, que tuvo la intención de “construir” una “nueva
Argentina” a través de la modernización de la economía, el disciplinamiento de los
sindicatos y la liquidación de la subversión izquierdista. Asimismo, Marcelo Cavarozzi
caracteriza este régimen como “autoritario refundacional”, por su propósito de
transformar al conjunto de la sociedad argentina e imponer un orden económico y social
ortodoxo que eliminara todo vestigio de las políticas populistas de peronismo. (5)
Por otra parte, el contexto regional e interno de la segunda mitad de los años ’70,
caracterizado por la presencia de la actividad guerrillera, llevó a los militares argentinos a
adoptar la “doctrina de contrainsurgencia”, el eje más conservador de la Alianza para el
Progreso. Esto significaba que la Doctrina de la Seguridad Nacional y el Desarrollo
pasaría a ser la Doctrina de la Seguridad Nacional a secas. El objetivo hobbesiano de
“extirpar” el “cáncer” de la subversión izquierdista y lograr el “orden” a cualquier precio
pasó a ser la prioridad del régimen surgido del golpe de 1976. Así, en el Acta que fija el
propósito y los objetivos básicos del Proceso y en el Acta para el Proceso, el término
”desarrollo nacional” aparece tan sólo mencionado un par de veces y totalmente
mediatizado por las frecuentes referencias a objetivos vinculados a la seguridad, como la
necesidad de erradicar la subversión y sus causas y la de suspender las actividades
políticas, parlamentarias y gremiales. (6)
A pesar de sus esfuerzos por demostrar una imagen monolítica ante la opinión pública,
el nuevo régimen militar evidenció serias fracturas internas, lo cual contradice la imagen
corriente del Proceso como una dictadura militar clásica, al estilo de la castrista en Cuba
o la pinochetista en Chile. En el ámbito militar se distingue la presencia de dos grupos o
facciones dentro de cada una de las Fuerzas Armadas: los llamados “blandos” o
“palomas” y los “duros” o “halcones”. En el Ejército, el grupo o facción de las “palomas”
estuvo representado por el primer presidente del régimen, el general Videla; el jefe de
Estado Mayor, general Roberto Eduardo Viola; y un grupo de generales jóvenes del
Ejército, en su mayor parte pertenecientes a la promoción Nº 76, que mantenía estrechos
vínculos con Videla y con Viola desde mediados de la década de 1970. (7) Respecto de la
política interna, las “palomas”, aunque respaldaron los métodos represivos adoptados
para aplastar la guerrilla izquierdista, evidenciaron cierta identificación con algunas ideas
provenientes del pensamiento liberal. (8) Ejemplo de esto fue el respaldo del presidente
Videla a las recetas de ajuste liberal ortodoxo promovidas por el ministro de Economía
José Alfredo Martínez de Hoz, o el de su sucesor Viola a las recetas “gradualistas” del
liberal Lorenzo Sigaut. En política exterior, las “palomas” tuvieron una marcada
inclinación por la búsqueda de soluciones negociadas a los conflictos pendientes con los
países limítrofes. En este sentido, puede mencionarse el respaldo a la mediación papal
como vía de solución al diferendo argentino-chileno sobre el canal de Beagle, y la
búsqueda de negociaciones para resolver las disputas pendientes en materia hidroeléctrica
con Brasil y Paraguay, que culminó en la firma del Acuerdo Tripartito de 1979.
En cambio, el grupo de los “duros” o “halcones” del Ejército, mayoritariamente
representado por los generales de división y comandantes de Cuerpo, como los generales
Carlos Guillermo Suárez Mason (I Cuerpo) y Luciano Benjamín Menéndez (III Cuerpo),
tuvo, en política interna, una marcada inclinación por las ideas más ortodoxas del
nacionalismo y atacó el sesgo liberal de las “palomas”, prefiriendo un Estado más
autoritario e intervencionista. Una manifestación de esta postura fue, por ejemplo, el
rechazo de los “halcones” a la política económica de Martínez de Hoz. Asimismo, en el
terreno de la política exterior, estos sectores crudamente nacionalistas fueron partidarios
de la continuación de hipótesis de conflicto con los países vecinos, repudiando los
esfuerzos negociadores. Clara evidencia fue la gestación del “Operativo Soberanía” a
fines de 1978, que, impulsado por los “halcones”, estuvo a punto de involucrar a la
Argentina en una guerra con Chile.
Dentro de la Armada la mayor parte de sus integrantes se encolumnó tras la figura de
su comandante en jefe, almirante Emilio Eduardo Massera. Enfrentados con las duplas
de poder conformadas por el presidente Videla y su ministro Martínez de Hoz, y por
Videla y el jefe de Estado Mayor Viola, los masseristas procuraron ganar espacios de
poder apelando a alianzas ideológicamente contradictorias. Por un lado, se acercaron a
los “halcones” del Ejército. Para ello, Massera y sus seguidores no dudaron en explotar
cada posible veta de oposición a Videla, Viola y Martínez de Hoz. De este modo,
adoptaron un discurso duramente crítico de los intentos de apertura política de Videla y
Viola y de la política económica de Martínez de Hoz, y fuertemente nacionalista en
cuestiones territoriales de la agenda externa, como Beagle y Malvinas. La retórica
masserista fue, por cierto, muy agradable a los oídos de los “halcones” del Ejército y de
la Marina. (9)
Pero, al mismo tiempo, Massera y los suyos intentaron su propia “apertura política”
alternativa. Entraron en contactos y negociaciones con los mismos sectores “populistas”
que generaban rechazo en los sectores “duros” del Ejército y la Marina: esto es, con
dirigentes sindicales, e incluso con figuras de franca tendencia izquierdista, como el jefe
de los Montoneros, Mario Firmenich. Esta paradoja se explica por el hecho de que
Massera no estaba atado a ortodoxias ideológicas, sino al deseo de llegar a la presidencia
y ser “un nuevo Perón” que encabezara un frente amplio de connotación anti-liberal. Para
ello, no dudó en captar tanto a los sectores militares más rígidamente nacionalistas (que a
la vez eran visceralmente anti-peronistas) como a los sectores populares identificados
precisamente con ese pasado populista-peronista. (10)
Cabe señalar, sin embargo, que un sector minoritario de la Armada criticó la
politización del arma orquestada por Massera, sosteniendo la necesidad de volver a la
histórica posición “profesionalista” y apolítica. Según este sector, Massera no seguía los
intereses de la Armada sino los suyos propios. Un referente de este grupo fue el sucesor
de Massera en la comandancia en jefe de la Armada, el almirante Armando
Lambruschini, quien intentó, no con demasiado éxito, despolitizar o “desmasserizar” el
arma. (11)
Por último, los oficiales de la Fuerza Aérea jugaron un papel de “tercera fuerza”,
destinada a destrabar las numerosas impasses producidas en las internas desatadas entre
“duros” y “blandos” del Ejército y la Marina.
Por otro lado, la división de la interna militar en sectores “duros” y “blandos”
mencionada no debe hacernos perder de vista otro importante eje de debate. En todo caso,
la pugna entre “duros” y “blandos” constituyó la extensión, en el ámbito de las Fuerzas
Armadas, de un debate muy anterior al golpe de 1976 entre las distintas variantes de las
corrientes liberal y nacionalista, que, por cierto, siempre contó con interlocutores tanto
civiles como militares. No obstante esta continuidad básica, cabe notar que, a diferencia
de las etapas anteriores, en el ciclo 1976-1983 la variante “desarrollista” del nacionalismo
-la que ponía el acento en la falta de desarrollo económico como principal causa de la
subversión- perdió peso respecto de las opciones más extremas u “ortodoxas” del
nacionalismo y del liberalismo.
El liberalismo “ortodoxo”, planteó que la mejor forma de lograr el retorno al “orden”
era la aplicación, en forma drástica, de medidas de ajuste anti-inflacionario, apertura
económica y privatización. A su vez, el nacionalismo “ortodoxo” apuntó a suplantar un
sistema liberal de partidos percibido como deficiente por un estado fuerte, de sesgo
fascistoide, donde la represión lisa y llana de los grupos subversivos, los sindicatos y, en
fin, el conjunto de la sociedad pasó a ser un fin en sí misma, más que el medio para
recuperar el “orden” y la estabilidad perdidos. La enorme desconfianza de los
nacionalistas “ortodoxos” por los partidos políticos y los sindicatos -percibidos como
referentes de la “pesadilla populista” de los años 1973-1976- los llevó a concebir un
Proceso militar que no tenía plazos para el retorno a la democracia.
En la práctica, el Proceso militar fue producto de una extraña convivencia entre
liberales y nacionalistas ortodoxos. En un punto, y tal como ocurriera en el caso del
modelo económico aplicado por el general Augusto Pinochet en Chile desde septiembre
de 1973, la indiscriminada represión resultaba funcional a la necesidad del modelo liberal
ortodoxo de “disciplinar” a los agentes económicos, particularmente a aquéllos
beneficiados con el modelo “populista” del peronismo - como sindicatos o pequeños y
medianos empresarios-. Pero en otro punto, la receta liberal ortodoxa entró en franca
colisión con el nacionalismo “ortodoxo”. Así, objetivos tales como el crecimiento del
gasto en armamentos para sostener hipótesis de conflicto con los países vecinos y la
onerosa apuesta al “Plan Nuclear” argentino fueron pasos acordes con los intereses de los
nacionalistas “ortodoxos”, que chocaron con los principios de la ortodoxia liberal de
bajar el gasto público -incluyendo el militar- y privilegiar los mecanismos de cooperación
e integración económica por sobre las hipótesis de conflicto. En realidad, esta extraña
convivencia entre las ortodoxias liberal y nacionalista -en tanto la primera maximizaba la
soberanía económica del mercado y la segunda la del Estado- ya había comenzado a
anunciarse durante la gestión de Isabel Perón, pero constituyó un rasgo definitorio en los
gobiernos del Proceso militar abierto en marzo de 1976. (12)
En términos estrictamente políticos, existió dentro del régimen militar una corriente
“liberal”, partidaria, en política interna, de una “gradual” u “ordenada” transición hacia
una democracia. Dicha corriente se opuso a eternizar el Proceso militar como pretendían
los nacionalistas “ortodoxos”. Esta corriente “liberal” -dentro de las lógicas limitaciones
de aplicación que tiene este término en el caso de un régimen autoritario- ideó un proceso
político dividido en dos etapas. La primera, de necesaria represión de la guerrilla, y la
segunda, donde una vez lograda la eliminación del fenómeno subversivo, se concretaría
la transición del régimen militar hacia una democracia “ordenada”, cuyos protagonistas
serían un partido “oficial”, surgido del propio Proceso militar, y los partidos políticos
tradicionales. En realidad, como sostiene María de los Angeles Yanuzzi, tanto el discurso
aperturista de Videla como el de Viola se referían a “partidos” pero más en el sentido de
“movimientos de opinión” que de partidos políticos propiamente dichos, en tanto su
forma organizativa era menos estructurada que la de los últimos. (13) Podemos
mencionar como integrantes militares de esta corriente “liberal” con reservas al propio
presidente y comandante en jefe del Ejército, general Jorge Rafael Videla; al jefe del
Estado Mayor de dicha arma y más tarde comandante en jefe, general Roberto Eduardo
Viola; al ministro de Trabajo, general Horacio Tomás Liendo, y al secretario general de
la Presidencia, general José Rogelio Villarreal.
No obstante, esta corriente liberal, a pesar de la común convicción de sus integrantes
de que el Proceso no debía ser indefinido, distó mucho de ser homogénea, ya que no hubo
acuerdo respecto de quiénes serían los protagonistas de la futura democracia “ordenada”.
Podemos distinguir, en este sentido, dos proyectos distintos de apertura política: el
proyecto Videla-Villarreal-Yofre, y el proyecto Viola.
El proyecto del presidente Videla, con el respaldo de Villarreal y de su segundo, el
subsecretario y abogado radical Ricardo Yofre, buscó la transición hacia la democracia
sobre la base de los partidos políticos ya existentes, en particular, del radicalismo, dada la
particular desconfianza de Videla por el sesgo “populista” del peronismo. Villarreal
impulsó junto con Yofre el diálogo entre el presidente Videla y los partidos políticos, a
fin de otorgar al primer mandatario una imagen de “hombre moderado” del Proceso tanto
dentro como fuera de la Argentina, que lo diferenciara de los sectores “duros” del
régimen, opuestos a la apertura política. (14)
Por cierto, un rasgo importante del proyecto “liberal” impulsado por Villarreal y Yofre
fue la designación de embajadores provenientes de partidos políticos tradicionales, idea
que Videla aceptó pues ayudaba a contrarrestar las denuncias sobre derechos humanos y
revertir la negativa imagen argentina en el exterior. De este modo, el gobierno de Videla
incorporó como embajadores a políticos a los radicales Héctor Hidalgo Solá -titular de la
legación argentina en Venezuela-; Rubén Blanco -embajador en el Vaticano- y Tomás de
Anchorena -embajador en Francia-; al demócrata progresista Rafael Martínez Raymonda
-embajador en Italia-; al desarrollista Oscar Camilión -embajador en Brasil-; al demócrata
mendocino Francisco Moyano -quien se desempeñó como embajador en Colombia y
asesor presidencial de Videla-; y al socialista Américo Ghioldi -embajador en Portugal-.
(15)
Contrariando el deseo de los sectores más “ortodoxos” del régimen de prorrogar
indefinidamente la etapa de tutela militar previa al inicio del diálogo con los partidos
políticos y otros sectores de la sociedad civil, el presidente Videla anunció el comienzo
de esta etapa “dialoguista” en marzo de 1977, luego de su viaje a Perú, señalando que “la
época del silencio ha terminado” y que era “necesario dar contenido político al Proceso”.
Pero, probablemente procurando evitar repercusiones negativas en la interna militar, el
presidente no hizo ninguna referencia a plazos concretos, limitándose a hablar de
objetivos a cumplir. (16)
Con serias objeciones de parte de los “ortodoxos” del régimen militar, la mención de
Videla del “diálogo político” reapareció en distintos momentos de su gobierno. Así, en
diciembre de 1979, la Junta Militar dio a conocer públicamente las llamadas “Bases
Políticas de las Fuerzas Armadas para el Proceso de Reorganización Nacional”, que
señalaban el segundo semestre de 1980 como fecha para dar a conocer las normas legales
sobre el régimen de los partidos políticos y la normalización institucional. Quedaban
excluidas del juego político ideologías totalitarias que tuvieran el “inaceptable” propósito
de “fomentar la lucha de clases”. (17) El segundo momento fue el 6 de marzo de 1980,
cuando el presidente Videla transmitió un mensaje por cadena oficial de radio y
televisión, en el que señaló oficialmente el inicio del llamado “diálogo político”. (18)
Pero a pesar del discurso de Videla, el “diálogo político” tardó en concretarse, debido
a la poderosa resistencia que el retorno de los partidos políticos provocaba en buena parte
de las Fuerzas Armadas, en virtud de la negativa experiencia de los años 1973 a 1976.
Maniatados por sus dudas y recelos respecto del desempeño de la dirigencia política, los
militares aplazaron el “diálogo político” hasta que, por efecto de la crisis generada por la
derrota en la guerra de las Malvinas, ya no tuvieron ningún espacio para condicionar la
transición a la democracia y debieron aceptar las exigencias de esa misma clase política.
A diferencia del proyecto impulsado por los “videlistas”, que tenía una impronta
predominantemente radical y totalmente despojada de rasgos populistas, el llamado
Movimiento de Opinión Nacional (MON), patrocinado por los sectores “violistas”,
pretendió ser un partido integrado por numerosas fuerzas políticas donde no estaban
excluidos los representantes del peronismo y otros equivalentes “populistas”. Estaba
compuesto por alianzas de partidos provinciales bajo la jefatura explícita o implícita de la
diputada jujeña María Cristina Guzmán, representantes del sindicalismo y probables
desprendimientos del radicalismo y del peronismo. Por cierto, los contactos que mantuvo
el entonces jefe del Estado Mayor del Ejército general Viola con el sindicalismo le
valieron tanto la oposición de Massera -que precisamente rivalizó con Viola en la
captación de la dirigencia sindical-, como la de los sectores “duros” del Ejército y la
Marina, que rechazaban por convicción ideológica lo que consideraban una inclinación
“populista” o “peronizante” de Viola. Así, en una reunión de generales de división que
tuvo lugar a mediados de 1977, los “duros” Luciano Benjamín Menéndez, Santiago Omar
Riveros, Carlos Guillermo Suárez Mason y Ramón Genaro Díaz Bessone se opusieron al
MON “porque no queremos que de sus entrañas nazca un nuevo Perón”. (19)
Así como Videla y Viola, a pesar de su común pertenencia a la corriente que podemos
definir como “liberal” con ciertas reservas, no tuvieron pensamientos coincidentes en
materia de apertura política, también presentaron divergencias en lo que a política
económica se refiere. Mientras Videla representó la variante ortodoxa del liberalismo,
Viola, opuesto a la política de Martínez de Hoz, fue un firme defensor de la variante
heterodoxa o gradualista. Así, la opción de ajuste drástico y ortodoxo, encarnada en la
política del ministro de Economía Martínez de Hoz, predominó durante la presidencia de
Videla, entre marzo de 1976 y marzo de 1981. La del ajuste gradual, en cambio, fue
defendida por Viola, quien temió que las medidas de ajuste de Martínez de Hoz
provocaran un nuevo Cordobazo como el que había sufrido el liberal Adalbert Krieger
Vasena durante su gestión como ministro de Onganía. Este temor explica la elección de
un liberal “gradualista” como el economista Lorenzo Sigaut durante la presidencia de
Viola, entre marzo y diciembre de 1981.
En cuanto a la política exterior, Videla y Martínez de Hoz consideraron prioritaria la
necesidad de atraer capitales y créditos para la economía argentina. En la práctica, el
titular de Economía invadió ámbitos privativos de otros ministerios, como el de
Relaciones Exteriores. Así, actuó como un “superministro” y utilizó sus buenos contactos
con empresarios y entidades financieras en el exterior para revertir la imagen negativa de
la Argentina en materia de violaciones a los derechos humanos. Asimismo, el enorme
poder que Videla le otorgó a Martínez de Hoz quedó también evidenciado en el hecho de
que la mayor parte de los embajadores correspondientes a países del Primer Mundo -
fuente de los créditos internacionales- dependieron del titular de la cartera económica.
(20)
En el caso de la corriente nacionalista, la vertiente “ortodoxa” estuvo representada por
figuras tales como el gobernador de Buenos Aires, Ibérico Saint Jean; el jefe de la policía
provincial, coronel Ramón J. Camps; los comandantes de Cuerpo, generales Carlos
Guillermo Suárez Mason (I Cuerpo, Buenos Aires), Luciano Benjamín Menéndez (III
Cuerpo, Córdoba) y René Osvaldo Azpitarte (V Cuerpo, Bahía Blanca). Fueron éstos los
sectores “duros” o “halcones” del ámbito militar, que se inclinaron por un esquema
gubernamental dictatorial de corte rígidamente anticomunista y antisemita, donde fuera
desterrada toda participación política o sindical como vestigio del pasado “populista” e
“izquierdista” que había que arrancar de cuajo en la sociedad argentina. En este sentido,
el general Saint Jean definió claramente el método y objetivos de la “guerra contra la
subversión” desde la perspectiva de los “nacionalistas ortodoxos”: “primero mataremos a
todos los subversivos, luego mataremos a sus colaboradores, después (...) a sus
simpatizantes, en seguida (...) a aquellos que permanecen indiferentes, y finalmente
mataremos a los tímidos (...)”. (21)
Acorde con la ortodoxia de su pensamiento, Saint Jean presentó en octubre de 1976 su
plan político, que llevó el nombre de “Un nuevo ciclo histórico argentino: del Proceso de
Reorganización Nacional a la Tercera República. Lineamientos para una estrategia
nacional”. El plan del entonces gobernador de Buenos Aires planteaba la “limpieza” del
cauce institucional y la emergencia de una “Tercera República” constituida por “una
nueva clase dirigente” y donde “los partidos perderán el monopolio de la representación
en la sociedad y de la conducción del Estado”. Los partidos políticos y el Parlamento eran
reemplazados en este proyecto por el llamado Consejo de la República, un “verdadero
espejo de pluralidad social”, que funcionaría “por vía de la multiplicación de
comisiones”, y en donde las Fuerzas Armadas ejercerían el rol de “custodios” de la
seguridad, disponiendo además de poder de veto. (22)
A su vez, el comandante del III Cuerpo de Ejército, general Luciano Benjamín
Menéndez, expuso claramente el anticomunismo militante de los sectores “ortodoxos”
del régimen. En su discurso del 1º de noviembre de 1977 en la Tercera Reunión Regional
de Gobernadores llevada a cabo en San Juan, Menéndez sostuvo que
(...) El objetivo político de las Fuerzas Armadas en esta tercera guerra mundial,
apartada de la tremendez material de los dos conflictos mundiales anteriores, pero
en la que se utilizan procedimientos más sutiles y totales, es aniquilar el marxismo
en nuestro país y cerrarle toda posibilidad de surgimiento futuro (...), condición
básica sobre la que se edificará el futuro de paz y grandeza que merece nuestra
Argentina. (23)
Asimismo, el general Leopoldo Fortunato Galtieri - reemplazante de Viola en la
comandancia general del Ejército primero, y en la presidencia después- exigía en febrero
de 1980 un “recambio mental” en los partidos políticos y especialmente en el peronismo,
como paso previo a cualquier apertura política. (24) En marzo de ese año, Galtieri,
entonces comandante en jefe del Ejército, se opuso abiertamente al inicio del diálogo con
los partidos políticos como punto de partida para una gradual apertura del régimen.
Frente a los anuncios que en este sentido había hecho el presidente Videla, Galtieri
sostuvo que “las urnas están guardadas y bien guardadas”. (25) Galtieri volvió a insistir
en su posición el 29 de mayo de 1981, en ocasión del día del Ejército, cuando envió a sus
colegas del Colegio Militar un mensaje que se oponía claramente al sesgo aperturista
iniciado por Viola:
(...) Ultimamente han arreciado voces que demandan de las Fuerzas Armadas
acelerar la transferencia del poder. No es voluntad de los hombres de armas
prolongar de manera indefinida su paso por el Gobierno Nacional, pero sólo
cuando estén dadas las condiciones, sólo entonces, se materializará dicha entrega,
para que la misma sea exitosa y no implique el riesgo de un retorno al caos,
previamente el país deberá desarrollar una labor de refundación política (...)
Entiéndase esto: cuando el Proceso, cumpliendo sus objetivos, sea coronado por
el éxito (...) habrá llegado el momento de poner en ejecución la democracia
deseada, en forma gradual, o sea paso a paso, para evitar que un desliz nos
precipite al abismo (...). (26)
Otra figura renuente a la apertura del “diálogo político” fue el reemplazante de Massera
en la comandancia de la Armada, el almirante Armando Lambruschini. A pesar de que
Lambruschini nunca compartió la “politización” que su antecesor le imprimió al arma,
paradójicamente tuvo en común con Massera la oposición a los contactos de Viola con
los dirigentes sindicales peronistas, aunque por distintas razones. Mientras Massera se
opuso a Viola porque era la gran figura política del Ejército y, por ende, un obstáculo
importante para su aspiración a la presidencia, Lambruschini lo hizo por el natural prurito
que sentía por un general que se contactaba con elementos “populistas”. (27) Así, en
declaraciones de principios de marzo de 1980, Lambruschini sostuvo que: “(...) El
Proceso procederá con particular reflexión, no urgido por las circunstancias (...) como no
podemos ni queremos colocar parches que serían de duración efímera, la presencia del
Proceso no será corta”. (28)
Por último, en esta nómina de representantes del nacionalismo “ortodoxo” ocupa un
lugar especial el ministro del Interior del gobierno de Videla, general Albano Eduardo
Harguindeguy. Para desazón de Videla, Harguindeguy no compartió el interés
presidencial en un proceso de apertura política basado en los partidos políticos
tradicionales aunque “renovados” en ideas y hombres, a fin de acelerar la transición hacia
una “democracia ordenada”. Ante las referencias de Videla al fin del tiempo de silencio y
el inicio del diálogo político, Harguindeguy intentó desalentar el efecto que el mensaje
presidencial produjo en la dirigencia política, advirtiendo que dicho fin no significa “bajo
ningún concepto la apertura de un diálogo con las agrupaciones políticas”; que “el país
deberá olvidarse por mucho tiempo de los partidos políticos” y que “este no es tiempo de
partidos políticos”. En noviembre de 1977, el titular de Interior mencionó algunas fechas
tentativas para poner en marcha el “diálogo” anunciado por el presidente Videla. Sin
embargo, lo hizo de manera ambigua, dejando traslucir el condicionamiento de las
mismas al logro de objetivos tales como la eliminación de la subversión y un cambio en
la cultura política argentina que impidiera el retorno de los viejos vicios populistas. Para
abril de 1978, nuevamente Harguindeguy dejó traslucir su rechazo a los partidos políticos
tradicionales sosteniendo que “no tienen cabida en la Argentina del futuro”. (29)
El ministro Harguindeguy fue reacio a la participación de los partidos políticos, fueran
éstos “reformados” o no, lo cual lo acercó más a la visión corporativa de los
“nacionalistas ortodoxos” que a la “liberal-partidista” del presidente Videla. Si bien el
titular de Interior coincidió con el primer mandatario en el absoluto respaldo al plan
económico de Martínez de Hoz, tuvo sus diferencias con Videla respecto del papel de los
partidos políticos en la futura democracia. En otras palabras, Harguindeguy fue un
“liberal” ortodoxo en cuanto a filosofía económica, pero compartió a la vez la
desconfianza de los nacionalistas “ortodoxos” respecto de la dirigencia política
tradicional. Sin embargo, en un contexto donde tanto para el gobierno como para amplios
sectores de la sociedad civil la continuidad del plan de estabilidad económica justificaba
la presencia de un Estado represor, la peculiar posición ideológica de Harguindeguy no
resultó tan paradójica. (30) Por cierto, la falta de vocación aperturista demostrada por el
ministro Harguindeguy enfureció a los dirigentes políticos como el radical Ricardo
Balbín, entusiasmados con las permanentes referencias del presidente Videla al “diálogo
político”. (31)
Por su parte, la vertiente “desarrollista” del nacionalismo estuvo representada en la
política interna por la figura del ministro de Planeamiento, general Ramón Genaro Díaz
Bessone y los hombres de su fundación Año 2000. El “Proyecto Nacional” de Díaz
Bessone, quien asumió como ministro de Planeamiento a fines de octubre de 1976,
estableció hacia 1990 el fin del Proceso militar y la emergencia de una “Nueva
República”. (32) El mencionado proyecto otorgaba un rol protagónico al Ministerio de
Planeamiento, que controlaría el proceso político de transición del régimen militar a la
“nueva” democracia cívico-militar. Pero ni el ministro de Economía Martínez de Hoz ni
el propio presidente Videla estuvieron dispuestos a ver restringidos sus respectivos
espacios de poder en aras de la manía “planificadora” de Díaz Bessone. Asimismo, la
palabra “planificación” atentaba contra la convicción liberal de la dupla Videla-Martínez
de Hoz. Finalmente, otro rasgo del proyecto de Díaz Bessone fue su exacerbado
anticomunismo, que lo llevaba a proponer constantemente la guerra contra la Unión
Soviética. En este punto, también el titular de Planeamiento chocó con el enfoque
“pragmático-comercialista” del presidente y su ministro de Economía, que deseaban
diversificar los contactos económicos externos de la Argentina sin atender ningún
prejuicio ideológico. Esta serie de factores llevó a una serie de roces entre Martínez de
Hoz y Díaz Bessone. Como el titular de Economía contaba con el respaldo del presidente
Videla y del ministro del Interior Harguindeguy, Díaz Bessone presentó su renuncia en
diciembre de 1977. (33)
En el ámbito de la política exterior, un representante del “desarrollismo”, Oscar
Camilión, se desempeñó como embajador argentino en Brasil durante el gobierno de
Videla, jugando un rol protagónico en las negociaciones con Brasil y Paraguay que
llevaron en 1979 a la firma del Acuerdo Tripartito. Por cierto, la decisión del presidente
Videla de concretar el emprendimiento hidroeléctrico de Corpus, en sociedad con el
gobierno de Asunción, fue acorde con los intereses de los sectores militares y civiles
“desarrollistas”, que señalaban la necesidad de no quedar atrás respecto de la política de
“hacer obras” emprendida por la Cancillería brasileña. Sin embargo, el largo e intrincado
proceso que llevó a la firma del Acuerdo Tripartito de 1979 demostró que estos vestigios
de “desarrollismo” estuvieron en la práctica mediatizados por las abrumadoras
influencias de las ortodoxias nacionalista y liberal. La primera estuvo representada por
los dos primeros cancilleres del Proceso, César Augusto Guzzetti (24 de marzo de 1976
al 23 de mayo de 1977) y Oscar Antonio Montes (23 de mayo de 1977 al 27 de octubre
de 1978), quienes, siguiendo los duros lineamientos geopolíticos del entonces
comandante en jefe de la Armada, almirante Emilio Massera, tuvieron poca o nula
vocación por negociar con sus colegas de Brasil y Paraguay en torno al problema de los
emprendimientos hidroeléctricos en la Cuenca del Plata. Por su parte, la ortodoxia liberal
estuvo representada en las figuras del propio presidente Videla, del ministro de Economía
Martínez de Hoz y de los sectores ligados a la burguesía terrateniente y financiera
transnacional que privilegiaron la firma de un acuerdo tripartito que cedía terreno en
aspectos considerados críticos por los nacionalistas tanto “ortodoxos” como
“desarrollistas”, tales como la altura de la cota de la represa de Itaipú o el número de
turbinas. Así, tanto unos como otros hablaron de la “brasileñización” del modelo
económico argentino o del papel de la Argentina como “socio menor” del Brasil. (34)
En los temas que afectaban directa o indirectamente la soberanía territorial, como el
anteriormente mencionado de las represas hidroeléctricas en la Cuenca del Plata, el
diferendo argentino-chileno por el canal de Beagle o la cuestión de las Malvinas,
nacionalistas “ortodoxos” y “desarrollistas” se unieron, más allá de sus diferencias, con el
fin de criticar la política del gobierno. Mientras el presidente y el ministro Martínez de
Hoz dieron prioridad en estas cuestiones al diálogo y la búsqueda de fórmulas de
negociación que superaran las hipótesis de conflicto con los países limítrofes, los sectores
nacionalistas -tanto “ortodoxos” como “desarrollistas”- coincidieron en impugnar el
sesgo dialoguista de los sectores liberales. Así, el general Osiris Guillermo Villegas, un
nacionalista “desarrollista” de conocida trayectoria durante los años de la Revolución
Argentina, ex embajador en Brasil y titular de la delegación argentina en las
negociaciones con Chile, sostuvo un discurso de duro tono geopolítico, notablemente
cercano a la variante ortodoxa del nacionalismo. A fines de 1978 Osiris Villegas
pronunció frases tales como “hay que tomar lo que es de uno” y “la paz no debe ser
nunca el producto de una claudicación”. (35)
Por último, la figura del almirante Massera puede ser definida como representante de
una variante peculiar de la corriente nacionalista, que definiremos como un nacionalismo
“heterodoxo” en tanto no respondió a parámetros ideológicos fijos, sino únicamente al
deseo de incrementar su poder personal. Con este fin, se opuso a las recetas liberales de
Martínez de Hoz no tanto por convicciones ideológicas sino porque percibió que esa
actitud le daría un aura de popularidad que le permitiría sumar a sus filas a todos los
sectores opositores, desde los militares y civiles “nacionalistas ortodoxos” hasta los
mismos peronistas. Percibiéndose a sí mismo como nexo entre los sectores peronistas y
los grupos nacionalistas “ortodoxos” y “antiperonistas” de los “halcones” del Ejército,
Massera soñó con un proyecto “populista militar”, una suerte de frente nacional con base
militar-popular que le permitiera ocupar el sillón presidencial, desplazando del poder al
trípode “liberal” de Videla, Viola y Martínez de Hoz. (36)
Decidido a oponerse a cualquier estrategia que aumentara el margen de maniobra de
este trípode, Massera se opuso a la apertura del “diálogo político” anunciada por el
presidente Videla a principios de marzo de 1980. Durante ese mismo mes, Massera inició
un gesto de acercamiento a los sectores “duros” u “ortodoxos” del Ejército al proclamar
que lo realmente importante no era el diálogo en sí mismo, sino “saber qué intenciones
tienen los que dialogan”. (37) Posteriormente, en junio, el ex jefe naval elaboró un
documento fuertemente crítico de Videla y Martínez de Hoz. (38)
Pero el blanco preferido por los ataques del masserismo fue el ministro Martínez de
Hoz, por dos motivos. En primer lugar, el ministro de Economía constituyó un obstáculo
importante para las ambiciones de Massera de llegar al poder presidencial. Ello se debía
tanto a las excelentes contactos externos del ministro como al respaldo que le otorgaba el
presidente Videla. Por cierto, Videla percibió cierta relación entre su estabilidad en el
poder y la del titular de la cartera económica. Las importantes conexiones de Martínez de
Hoz con los organismos financieros internacionales proveyeron a Videla de un
importante aliado externo, en un momento de conflictivas relaciones con Washington por
la espinosa cuestión de los derechos humanos. La segunda razón fue que, a diferencia de
las figuras de Videla y Viola, que contaban con lealtades divididas en la interna militar, el
enfoque liberal ortodoxo del ministro de Economía despertó resistencias tanto en los
“duros” del Ejército y la Marina, como en los sectores de la sociedad antes beneficiados
por el modelo “populista”. Incluso dentro de las “palomas” del Ejército, y a pesar de la
influencia del pensamiento liberal, Viola y sus seguidores no compartieron el respaldo de
Videla a las medidas del ministro Martínez de Hoz. Temían que los efectos de una
política tan drástica produjeran un “rebrote subversivo” y le hicieran perder consenso y
estabilidad al Proceso iniciado en 1976. De esta manera, era más fácil para Massera llevar
a cabo una fuerte oposición al ministro que al presidente, quien aún disfrutaba entre sus
subordinados de la imagen de eficiencia y profesionalidad que le otorgara el “Operativo
Independencia” de lucha contra la subversión durante el último gobierno peronista. El
ataque a la gestión de Martínez de Hoz era una forma indirecta pero efectiva de
desestabilizar a Videla sin generar efectos contraproducentes en la interna del Ejército.
Para ello, Massera enarboló un oportunista discurso antiliberal, que tuvo la virtud de
aglutinar tanto a los nacionalistas “ortodoxos” del Ejército como a muchos dirigentes
peronistas. (39)
El ataque más importante de Massera hacia la figura de Martínez de Hoz se registró a
mediados de junio de 1980, cuando salió a la luz un documento fuertemente crítico tanto
hacia la política económica como hacia el sesgo “pragmático” y “economicista” de la
política exterior de Videla. En uno de los párrafos más significativos de este documento,
Massera denunció, para satisfacción de los nacionalistas “ortodoxos” la existencia de una
crisis “moral” en la gestión de gobierno:
(...) Cuando la defensa de nuestros derechos soberanos es una declamación sin
contenido; cuando tratamos de justificar acuerdos internacionales carentes de
sentido; cuando no defendemos con vigor nuestras Malvinas y alguno las negocia;
cuando no distinguimos al amigo del enemigo, sino al que compra del que no
compra; cuando los intereses pecuniarios superan a los intereses nacionales. (...)
(40)
En un ataque posterior, Massera no dudó incluso en vincular el surgimiento del
terrorismo a políticas “antinacionales” como la de Martínez de Hoz. Así, en una
conferencia que tuvo lugar en Salta en octubre de 1982, el almirante afirmó que
El terrorismo antinacional ha sido derrotado, pero la Patria financiera lo activa
(...) Ese sector (...) lo forma una minoría antinacional unida porque su único
objetivo es ganar plata a costa del país (...). Esa minoría antinacional (...) desde el
centro del escenario o desde las sombras, manejó los resortes del poder y se
benefició con una dependencia dócil y hasta gozosa de nuestro país ante los
grandes centros de decisión mundial. (41)
En síntesis, guiado por sus apetitos de poder personal, Massera se opuso tanto a la
política económica liberal del ministro Martínez de Hoz -respaldada por el presidente
Videla- como a la propuesta de incorporación de dirigentes políticos al gobierno militar,
como una manera de organizar la transición hacia la democracia -idea que contaba con el
aval de Videla y del comandante en jefe del Ejército Viola-.
El plan político de Massera se terminó de armar en octubre de 1977. Aunque no tuvo
trascendencia oficial, apuntó a la conformación de un “movimiento cívico”, un partido
político nuevo, que heredaría a través de las elecciones al gobierno militar. Para ello se
proponía alentar la emergencia de un “movimiento de Opinión Nacional” que incluyera
“a todos aquellos que deseen la verdadera grandeza del país”, desde “una izquierda
inteligente (donde el peronismo tendría un rol importante) hasta una “derecha
controlada”. En otras palabras, Massera planteó una especie de “neoperonismo” en donde
su figura ocuparía el lugar de Perón con el fin de captar a los sectores obreros, una
especie de programa social-demócrata opuesto al proyecto liberal de Martínez de Hoz,
cargado con fuertes dosis de oportunismo nacionalista, que le permitirían la adhesión de
los sectores “duros” del Ejército y la Marina. (42)
La guerra entre Videla y Massera también se desarrolló en el ámbito de la política
exterior. Sintiéndose dueño del área de Cancillería por lo establecido en el “cuoteo”,
Massera se opuso a la designación de embajadores provenientes de partidos políticos
impulsada por Videla, llegando a sostener ante el presidente que los embajadores de este
origen representaban “el pasado de corrupción, mediocridad y decadencia que había
puesto a la República al borde del abismo” y que el Proceso debía revertir. Por cierto, tras
esta dialéctica moralista, Massera ocultó su deseo de disputarle espacios de poder a
Videla y de utilizar precisamente la política exterior como una herramienta para su
proyecto de poder personal. El jefe naval logró, en algunos casos, vetar a embajadores
propuestos por los sectores “videlistas” -por ejemplo al peronista Hipólito Jesús Paz- (43)
y en otros, los hizo renunciar -caso del embajador argentino en Washington, Arnaldo
Musich-. (44) En los casos donde Massera no había logrado ni una cosa ni la otra,
directamente los mandó eliminar -los famosos casos de la desaparición y posterior
asesinato del embajador “videlista” en Venezuela, Hidalgo Solá, y de la funcionaria de la
embajada argentina en París, Elena Holmberg-. (45)
Asimismo, Massera dio instrucciones para que la Cancillería no colaborara con las
visitas de Videla a Venezuela (mayo de 1977) y a Estados Unidos (septiembre del mismo
año), y en general tendió a objetar los viajes de Videla al exterior, pretextando o bien que
el país a visitar era una “cueva de subversivos y marxistas”, o que bien que “la visita va a
ser usada para humillar a nuestro presidente con la campaña antiargentina que elementos
subversivos desarrollan en el exterior”. Al mismo tiempo, el jefe naval maximizó sus
propios contactos en el exterior, a fin de encontrar aliados para su proyecto político. Para
ello diseñó una diplomacia paralela a la del entonces presidente, que tuvo como rasgos
más destacados las actividades en el Centro Piloto de París. Las entrevistas del jefe naval
incluyeron además de colegas de su arma en América latina y en Europa, al jefe de la
logia derechista italiana Propaganda Due o P-2, el “Venerable” Licio Gelli, y a figuras
ubicadas en las antípodas del pensamiento anticomunista entonces predominante entre los
“halcones” del Ejército y la Armada, tales como los dirigentes montoneros exiliados en
Europa y el dirigente socialista rumano Nicolae Ceaucescu. (46)
Por cierto, como el proyecto de política exterior masserista respondió más a
ambiciones personales que a convicciones ideológicas, contuvo elementos que lo
acercaron al pensamiento rígidamente occidentalista de los nacionalistas “ortodoxos”, y
rasgos que lo aproximaron extrañamente a la perspectiva de política exterior del
peronismo. Un ejemplo de los primeros fue la identificación del “eurocomunismo” como
una forma solapada de imperialismo soviético, que compartieron tanto Massera como los
“halcones” del Ejército y la Marina. (47) A su vez, una muestra del sesgo “neoperonista”
del discurso de política exterior de Massera fue el contenido de su disertación en la
Facultad de Ciencias Sociales y Económicas de la Universidad Católica Argentina,
ocasión en la que el ex comandante en jefe naval sostuvo un discurso de tono
notablemente similar al de la “Tercera Posición” peronista:
(...) Ante un socialismo colectivista y un capitalismo materialista (...) que buscan
igualmente una sociedad que amenaza con la destrucción de los recursos naturales
y de la calidad de vida, nosotros aspiramos a constituir un país en que sólo Dios
sea más importante que el hombre. Creemos que el mundo se encuentra oprimido
por la idolatría de la riqueza en dos formas opuestas que tienen su raíz en la
misma adoración de lo material: el socialismo colectivista y el capitalismo
materialista. El socialismo colectivista define la justicia a costa de la libertad y,
finalmente a costa de la justicia misma. El capitalismo materialista (...) define la
libertad a costa de la justicia, a costa de la libertad misma (...). (48)
Asimismo, a fines de 1982, Massera, completamente decidido a llevar adelante su
proyecto político, mandó colocar en las calles de Buenos Aires afiches de fondo azul con
letras blancas que decían lo siguiente:
1945: Perón ó Braden
1982: Massera ó Martínez de Hoz
Patria ó Colonia
Jamás el movimiento nacional será derrotado por la antipatria (49)
Como puede apreciarse, el mensaje de estos afiches, que fueron el punto de partida para
la conformación del partido de Massera -Partido para la Democracia Social- tenía una
intencional continuidad con el acento nacionalista y antiliberal que caracterizó a los
afiches con los que Perón se enfrentara en 1945 a la Unión Democrática.
Por otra parte, tras meses de intensas deliberaciones entre los militares de las tres
armas, a principios de mayo de 1978 la Junta Militar resolvió que, a partir del 1º de
agosto de 1978 terminara el período de “excepcionalidad” de Videla, quien podía seguir
ejerciendo la presidencia pero debía renunciar a su cargo de comandante en jefe del
Ejército. Esto significaba la introducción de la figura del presidente como un “cuarto
hombre”, es decir un militar retirado, subordinado a las decisiones de los comandantes en
jefe de las tres armas que integraban la Junta Militar, y era una exigencia planteada por
Massera desde el inicio mismo del Proceso. (50)
En el diseño masserista, el presidente Videla debía ser precisamente ese “cuarto
hombre” subordinado a las decisiones de los miembros de la Junta. Sin embargo, cuando
el 1º de agosto de 1978 Videla renunció a su cargo de comandante en jefe para ejercer
sólo el de presidente, se dio precisamente el efecto contrario al deseado por el alto jefe
naval, ya que tras el nuevo reparto ministerial que tuvo lugar en los meses de octubre y
noviembre, el poder de Videla, lejos de debilitarse, se vio fortalecido. A ello
contribuyeron un conjunto de factores, entre ellos el nombramiento en la comandancia
del Ejército de una figura fiel a Videla, la del general Roberto Eduardo Viola; el
alejamiento de Massera de la comandancia en jefe de la Marina a mediados de septiembre
y su reemplazo por una figura con un perfil más bajo, la del almirante Armando
Lambruschini; (51) la alianza de los sectores videlistas con la cúpula de la Fuerza Aérea;
la renuncia del canciller, vicealmirante Oscar Antonio Montes, y su reemplazo por una
figura proveniente de la Fuerza Aérea, el brigadier Carlos Washington Pastor; (52) y el
peso propio de la diplomacia del “superministro” Martínez de Hoz, que atravesaba su
fase de apogeo -la conocida etapa de la llamada “plata dulce”-.
El momento de máximo poder de Videla como “cuarto hombre” se dio particularmente
entre la segunda mitad de 1978 y 1979, al compás del éxito relativo del “programa
antiinflacionario” de Martínez de Hoz. No obstante, y tal como ocurriera en el primer
tramo de su gestión, Videla siguió encontrando resistencias por parte de los sectores
“duros” del Ejército, aliados con Massera, quien, no dejó de atacar al presidente y a su
ministro de Economía Martínez de Hoz, en tanto ambos eran los dos obstáculos más
importantes para su proyecto de promoción personal.
En su pugna con Massera y los “halcones” del Ejército, Videla alternó derrotas con
triunfos en esta nueva etapa. Entre las primeras, vale mencionar el frustrado proyecto del
presidente Videla y el secretario de la Presidencia Villarreal de formar un gabinete de
gobierno más abierto y pluralista, con participación de militantes de distintas expresiones
políticas (Martínez Raymonda en Bienestar Social, Oscar Camilión en Relaciones
Exteriores; Acuña Anzorena en Trabajo, Rubén Blanco en Educación y Amadeo Frúgoli
en Justicia). Ante la resistencia de las demás fuerzas, Videla confeccionó un gabinete con
mayor participación militar: el contraalmirante Jorge A. Fraga en Bienestar Social, el
brigadier Carlos Washington Pastor en Cancillería, el contraalmirante Horacio de la Riva
en Defensa. (53)
Pero también Videla obtuvo importantes triunfos sobre los “halcones” del Ejército y la
Marina, entre los que cabe mencionar el viaje presidencial a la ceremonia de
entronización del Papa Juan Pablo I en Roma en septiembre de 1978; (54) la imposición
de la mediación papal sobre la opción bélica con Chile en diciembre del mismo año; el
acatamiento de los altos mandos del Ejército a la resolución de la Corte Suprema de
Justicia de liberar al periodista y ex director de La Opinión, Jacobo Timerman; (55) y la
neutralización del levantamiento del general Luciano Benjamín Menéndez en septiembre
de 1979. (56) Finalmente, aunque con sus limitaciones, un triunfo de Videla en su etapa
como “cuarto hombre” fue la elección de Viola como su sucesor. Primero, en la
comandancia en jefe del Ejército -desde el 1º agosto de 1978 hasta el 29 de diciembre de
1979-, y luego en la misma presidencia -a partir del 29 de marzo de 1981-.
Durante esta segunda etapa, el retiro del almirante Massera del servicio activo,
producido a mediados de septiembre de 1978, estuvo muy lejos de ser un factor que
contribuyera a amenguar sus ataques al presidente Videla y a la política económica de
Martínez de Hoz. Massera mantuvo intacto el deseo de ser el heredero del poder que en
ese momento tenían Videla y Martínez de Hoz. Así, en un discurso pronunciado a
comienzos de junio de 1979 en el Centro de Estudios Estratégicos de la Universidad de
Georgetown, en Washington, Massera sostuvo que la política de Martínez de Hoz “ha
llevado a la industria argentina a la quiebra”. El ministro de Economía, que en ese
momento estaba casualmente en Nueva York, hizo serios reproches al ex comandante por
ventilar en otro país asuntos de política interna argentina. (57) Massera, lejos de
amedrentarse, volvió a atacar a Martínez de Hoz en un documento que salió a la luz el 15
de junio de 1980, en el cual, sin mencionarlo, criticó todos los aspectos de la política
económica del ministro. (58) Martínez de Hoz respondió a los ataques de Massera. Sin
mencionar explícitamente al ex comandante en jefe de la Armada, el titular de la cartera
económica sostuvo que “el país ya está un poco cansado de afirmaciones que son de
alguna manera o lugares comunes, con propósitos demagógicos, o inexactitudes muy
gruesas”. (59)
El juego de fuerzas de la interna militar tuvo su innegable correlato en la política
exterior, en donde se registraron varios triunfos de los sectores “videlistas” y “violistas”
sobre “masseristas” de la Armada y “halcones” del Ejército. Vale destacar, entre muchas
otras decisiones que enfurecieron a los “duros”, las siguientes medidas del gobierno de
Videla:
a) respecto de las relaciones con Estados Unidos, la admisión, por parte del régimen
militar argentino, de la visita de inspección de la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos (CIDH) de la OEA en septiembre de 1979, como medida tendiente a mejorar
la imagen argentina en el exterior y particularmente en Estados Unidos;
b) en lo referente a las relaciones con Brasil y Paraguay, la firma de un acuerdo
tripartito en 1979 que flexibilizaba las exigencias argentinas, acercándolas a las de
Itamaraty; y
c) en lo vinculado a las relaciones con Chile, la emergencia de la mediación papal
como alternativa a la opción bélica impulsada por los “halcones”.
Por otra parte, en octubre de 1980, la Junta eligió al teniente general (RE) Roberto
Eduardo Viola para ejercer la presidencia en el período comprendido entre el 29 de marzo
de 1981 y el 29 de marzo de 1984. Contradiciendo abiertamente la imagen monolítica
que el régimen militar intentó ofrecer a la opinión pública desde marzo de 1976, el
contenido del comunicado de prensa hizo referencia a las intensas disputas inter e intrafuerzas que acompañaron a la designación del sucesor de Videla:
(...) los señores comandantes en jefe han acordado que, por sobre los distintos
enfoques existentes, deben tener primacía los supremos intereses vinculados al
futuro institucional del país y al mantenimiento de la imprescindible unidad de las
Fuerzas Armadas para el logro efectivo de los objetivos y propósitos del Proceso
de Reorganización Nacional. (60)
Por cierto, Viola, el candidato de Videla, llegó a la presidencia notoriamente debilitado
en relación a su antecesor. En primer lugar, el nuevo mandatario se topó con la oposición
del entonces comandante en jefe, general Leopoldo Fortunato Galtieri, un “halcón” que
ambicionaba para sí la presidencia. Asimismo, Viola también contó con la oposición de
un viejo rival, el ex comandante en jefe de la Marina Massera, quien, guiado por el
propósito de evitar la sucesión de Videla por otro “blando” como Viola, había impulsado
la doble candidatura de Galtieri como comandante en jefe del Ejército y presidente. Tal
como había hecho con Videla, Massera intentó por todos los medios debilitar y
condicionar a Viola. Así, ya en enero de 1981, el ex comandante en jefe de la Armada no
tuvo empacho en declarar que no se podía esperar que el nuevo presidente “opere
milagros en un cuerpo demasiado herido, como es el país”. (61) En forma coincidente
con Massera, los oficiales de la Armada tampoco simpatizaron con la figura de Viola,
principalmente por el sesgo “populista” del nuevo presidente. Pero Viola encontró la
oposición más importante en el entonces jefe del Estado Mayor de dicha arma, Jorge
Isaac Anaya, amigo y compañero de estudios de Galtieri. (62)
Asimismo, la condicionada gestión de Viola tampoco contó con el aval de los
empresarios, los sindicatos y los partidos políticos. Como la guerra contra la subversión
izquierdista estaba prácticamente liquidada, la persistencia del régimen militar fue
percibida por estos sectores como una maquinaria asfixiante que ya no tenía su razón de
ser. En consecuencia, comenzaron los tiempos de las manifestaciones de los sindicatos y
de los partidos políticos. Además, los grupos económicos y financieros argentinos,
plenamente identificados con la política económica de Martínez de Hoz, percibieron con
inquietud los cambios efectuados por el ministro Lorenzo Sigaut, especialmente en
materia de política financiera. En definitiva, debido a la interacción de estos factores,
Viola contó sólo con el respaldo de los sectores moderados del Ejército y de la Fuerza
Aérea. (63)
Al contrario de lo sucedido con su antecesor, el gabinete de Viola no contó con la
presencia de una figura fuerte. Esto se notó especialmente en el área económica, donde
el dominio del “superministro” Martínez de Hoz fue un rasgo definitorio de la gestión
videlista. Mientras durante la etapa de Martínez de Hoz el Ministerio de Economía
concentró el conjunto de la gestión de asuntos públicos -incluido el Ministerio de Obras y
Servicios Públicos-, durante el gobierno de Viola se procedió a una fragmentación de
Economía en cinco agencias ministeriales diferenciadas. En tres de ellas -Agricultura,
Industria y Obras Públicas y Servicios- aparecieron ministros representantes de intereses
sectoriales y con autonomía respecto del ministro de Economía, Lorenzo Sigaut. Además,
Sigaut, a diferencia de Martínez de Hoz, no contó con poder para manejar los
instrumentos financieros clave: el crédito del Banco Central y el presupuesto. En otras
palabras, la autoridad económica fue descentralizada. Por cierto, ello fue producto tanto
de las propias convicciones de Viola y de su ministro Sigaut -quienes no compartían el
estilo “centralizado” de la conducción de política económica de su antecesor- como de
los cambios de fuerzas que operaron en el interior del Ejército -Viola, que había sido un
“aliado” clave de Videla en las disputas interfuerzas, no encontró en Galtieri el respaldo
necesario para aumentar su margen político de maniobra. (64)
Por último, Viola sintió mucho más que Videla la creciente presión de los sindicatos y
los partidos políticos. Por cierto, el fin de la amenaza subversiva privó al nuevo gobierno
del elemento legitimador que había permitido a la gestión de Videla contar con la
resignación de buena parte de la dirigencia política y sindical durante su primera etapa de
gobierno. Un síntoma de la mayor capacidad de presión político-sindical fue la
emergencia, el 14 de julio de 1981, de la llamada Multipartidaria, integrada por los
partidos justicialista, radical, desarrollista, intransigente y demócrata-progresista. Aunque
la Multipartidaria no implicó en esta primera fase de su existencia una ruptura franca de
la clase política con las Fuerzas Armadas, lo cierto fue que a partir de su creación la
sociedad civil estaba demostrando que el crédito sin garantías que en marzo de 1976 se
había otorgado a la dictadura militar estaba llegando a su fin. (65)
Finalmente, el 22 de diciembre de 1981, el hasta entonces comandante en jefe del
Ejército, general Leopoldo Fortunato Galtieri, logró su ansiado objetivo de desplazar a
Viola de la presidencia. Tanto en política interna como en política exterior, la tercera
gestión del Proceso implicó un triunfo de las posiciones más ortodoxas del régimen. (66)
Así, al conservar a la vez los cargos de comandante en jefe del Ejército y de presidente,
Galtieri retomó el esquema del primer tramo de la presidencia de Videla -es decir, del
período transcurrido entre el golpe de marzo de 1976 hasta la creación de la figura del
“cuarto hombre” a mediados de 1978-. Este retorno al esquema de “excepcionalidad” que
caracterizó el primer tramo del gobierno de Videla le permitió a Galtieri contar con una
cuota de poder aún mayor que la de sus dos antecesores en el cargo, gracias a la
interacción de dos factores. En primer lugar, el nuevo presidente y a la vez comandante
del Ejército logró tener bajo su mando a un arma homogeneizada por las “purgas” que el
propio Galtieri había efectuado, asegurándose de pasar a retiro a los sectores “videlistas”
y “violistas”. (67) En segundo lugar, el nuevo mandatario contó con el apoyo de la
Marina, ventaja con la que no contaron ni Videla ni Viola. No obstante, el apoyo naval
tuvo un alto precio: el respaldo de Galtieri al viejo proyecto del comandante en jefe de la
Armada, almirante Jorge Isaac Anaya, de recuperar por la fuerza las islas Malvinas,
Georgias y Sandwich del Sur. (68)
Pero, si bien a diferencia de la gestión de Videla, el nuevo presidente y comandante en
jefe del Ejército contó con la doble ventaja de un Ejército “homogeneizado” o
“galtierizado” y el respaldo de la Armada, no tuvo el “cheque en blanco” de los dirigentes
políticos y la sociedad civil que sí había tenido Videla. La ascendente protesta sindical,
sumada a los reclamos políticos por una salida electoral, llevó a la nueva gestión militar a
optar por el camino de la represión y las recetas ortodoxas para afirmar una autoridad ya
carcomida en sus bases de sustentación.
El tercer gobierno del Proceso adoptó recetas netamente ortodoxas en dos áreas clave:
la política económica y la política exterior. En el primer caso, la designación de Roberto
Alemann, significó el retorno al enfoque liberal “ortodoxo” de Martínez de Hoz,
interrumpido por la “flexibilización” del ministro Lorenzo Sigaut durante la gestión de
Viola. Asimismo, el gobierno de Galtieri adoptó una política exterior occidentalista,
totalmente identificada con los intereses estratégicos globales de la administración
republicana de Ronald Reagan. Ya en su discurso inaugural, el presidente Galtieri
sostuvo que
En el plano de la política exterior creo conveniente señalar que la situación de
Argentina en el mundo no es compatible con posiciones equívocas o grises
susceptibles de debilitar nuestra raíz occidental ni con devaneos o coqueteos
ideológicos que desnaturalicen los intereses permanentes de la Nación. (69)
Para hacer realidad sus palabras, Galtieri designó como canciller a Nicanor Costa
Méndez, ex ministro de Relaciones Exteriores del gobierno del general Juan Carlos
Onganía, y una figura claramente identificada con el perfil nacionalista y occidentalista
del presidente y del comandante en jefe de la Marina, Jorge Isaac Anaya. Además, Costa
Méndez contaba con el apoyo de los oficiales de la Fuerza Aérea, por lo que constituía
una figura acorde con el objetivo de Galtieri de “homogeneizar” el frente militar. Vale
recordar al respecto que en 1978, Costa Méndez había redactado la parte de política
internacional de las “Bases políticas de la Fuerza Aérea” -uno de los documentos base
empleados para elaborar el programa político de la Junta Militar-; y que en dichas Bases,
el ex canciller de Onganía había defendido la inserción de la Argentina en el “Occidente
cristiano”. (70)
Guiada por este sesgo occidentalista ortodoxo, una de las primeras medidas de la
Cancillería fue crear, en enero de 1982, una comisión ad hoc para analizar si la Argentina
iba a continuar formando parte del Movimiento de Países No Alineados. Este paso
respondía a la sugerencia de algunos militares, entre ellos el agregado militar de la
embajada argentina en Washington, general Miguel Angel Mallea Gil, una figura clave
del entorno de Galtieri, quien a comienzos de ese año había enviado un informe al
presidente, sosteniendo respecto de la participación argentina en No Alineados la
necesidad de “iniciar un desplazamiento hacia la periferia, a fin de despegarse y quedar
solamente como observadores”. (71)
Paradójicamente, la guerra de Malvinas no sólo abortó la posible salida argentina del
NOAL. Obligó a un régimen tan ortodoxamente occidentalista como el de Galtieri a
recurrir a ese foro multilateral con el objetivo de encontrar aliados en su disputa con Gran
Bretaña. Así, el canciller Costa Méndez, a su regreso de la Reunión de No Alineados en
La Habana de junio de 1982, sostuvo que la participación argentina en dicho foro
obedecía a la necesidad de “invertir, modernizar y actualizar” las alianzas del país y
revertir el aislamiento externo impuesto a la Argentina por Gran Bretaña, Estados Unidos
y los países europeos. Pero, al mismo tiempo, los esfuerzos de Costa Méndez por definir
a la Argentina como un “país atípico”, que no era estrictamente ni del Tercer ni del
Primer Mundo, evidenciaron los esfuerzos de la Cancillería por justificar ante la
diplomacia militar las razones de un giro adoptado por la fuerza de las circunstancias y
no por convicción ideológica. (72)
Por último, cabe señalar que en el ámbito de la política exterior, la dupla GaltieriAnaya le encomendó al canciller Costa Méndez la misión de resolver -por las buenas o
por las malas- dos temas caros a los intereses geopolíticos de los sectores “duros”: la
recuperación de las islas Malvinas y una solución “justa” a la disputa limítrofe con Chile
por el Beagle. Repitiendo una tendencia propia del proceso de toma de decisiones del
régimen militar, el margen de maniobra del nuevo ministro de Relaciones Exteriores se
vio sumamente condicionado por las exigencias de los “halcones”. Ejemplo claro de esto
fue el fallido intento de Costa Méndez de condicionar su aceptación del cargo a una
promesa del gobierno militar en el sentido de que no se embarcaría en una guerra con
Chile. La respuesta de Galtieri a Costa Méndez fue una irónica y contundente
advertencia: “Yo llamé a un duro y resulta que ahora vino a verme un blando”. (73)
La frustrada (y costosa) guerra de Malvinas contra Gran Bretaña, llevada a cabo por el
gobierno de Galtieri, generó un fuerte sentido de oposición de la mayor parte de la
sociedad civil hacia los militares, cerrando definitivamente la posibilidad de una
transición negociada del Proceso a la democracia. Como consecuencia de una profunda
decepción colectiva, los militares en su conjunto pasaron a ser percibidos por la sociedad
civil como “responsables” de los “excesos” cometidos por la Junta Militar. Por cierto, la
derrota militar logró el objetivo contrario al buscado por Galtieri al embarcarse en la
guerra. En consecuencia, se incrementó la presión de los partidos políticos y de los
sindicatos hacia la vuelta a un régimen democrático sin ningún tipo de condicionamientos
por parte de los debilitados sectores militares. A la vez, en el ámbito militar, la frustrada
experiencia bélica exacerbó las diferencias entre las armas. La cooperación entre el
Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea, sumamente dificultosa durante todo el Proceso por
la coexistencia de rivalidades entre las armas, intereses facciosos y ambiciones políticas
personales, se tornó imposible a partir del fin de la guerra. Por cierto, en el balance, la
Fuerza Aérea era la que había tenido un mejor desempeño al infligir importantes pérdidas
a las fuerzas británicas, mientras que la actuación del Ejército había sido decepcionante.
Estas diferencias en la gestión operativa pesaron decisivamente en los conflictos
interfuerzas de la etapa post-Malvinas. Tras la renuncia de Galtieri a la presidencia y a la
comandancia en jefe del Ejército hacia mediados de junio de 1982, los cuadros de las tres
armas comenzaron a acusarse mutuamente por el fracaso de la experiencia bélica.
Debido a que fue el arma que menos satisfactoriamente se desempeñó en la guerra, el
Ejército sufrió tras la derrota militar el inmediato descabezamiento de sus principales
figuras: el hasta ese momento presidente y comandante en jefe Galtieri; el jefe de Estado
Mayor, general José Antonio Vaquero, y el secretario general del Ejército, general
Alfredo Saint Jean. La comandancia en jefe del arma pasó a manos de otro “duro”, el
general Cristino Nicolaides, quien polemizaba con los partidos políticos moderados y
muy especialmente con los dirigentes de la Unión Cívica Radical. El nombramiento de
Nicolaides, partidario de estirar el plazo de entrega del poder lo más posible, fue un
obstáculo insalvable en la convivencia del Ejército con las otras dos armas, deseosas de
acelerar una transición política hacia el régimen democrático percibida ya como
inevitable. En especial, Nicolaides chocó con el titular de la Fuerza Aérea, brigadier
Basilio Arturo Lami Dozo, quien pretendió usufructuar la posición favorable adquirida
por su arma durante la guerra para recrear el antiguo proyecto videlista de creación de un
partido político adicto al régimen militar. El titular de la Armada, almirante Jorge Isaac
Anaya, también se distanció del Ejército, acercándose a la Fuerza Aérea.
Como consecuencia del cambio en el equilibrio entre las tres armas que provocó la
derrota en Malvinas, los oficiales de la Fuerza Aérea y la Armada decidieron dejar
aislados a sus colegas del Ejército y por primera vez en todo el Proceso, tomaron la
drástica actitud de retirarse del gobierno. El día 22 de junio de 1982 el Ejército decidió
asumir la “responsabilidad de la conducción política”, designando para el cargo de
presidente al general (RE) Reynaldo Bignone. (74)
El general Reynaldo Bignone fue el encargado de conducir la inevitable transición
hacia la democracia. Ya en su primer discurso oficial, pronunciado el 1º de julio de 1982,
el último presidente de facto sostuvo que su misión era la de “institucionalizar el país a
más tardar en marzo de 1984”. (75) Pero, a pesar del deseo del Ejército de alargar lo más
posible los plazos del llamado a elecciones y entrega del poder a las autoridades civiles,
ambos se adelantaron, debido a la gran presión de los partidos políticos y del conjunto de
la sociedad, que habían optado por el fin del Proceso. Surgida como consecuencia del
fracaso de una irresponsable aventura militar, la gestión de Bignone tuvo desde su inicio
un margen de maniobra sumamente reducido por las secuelas que la guerra dejó tanto en
la sociedad civil como en el ámbito militar.
La transitoria disolución de la Junta Militar no fue obstáculo para que durante la
gestión de Bignone siguieran los característicos roces entre el Presidente y la Junta, tal
como había sucedido en las gestiones anteriores del Proceso militar. Así, existieron serias
divergencias respecto de cuestiones claves de la transición como, por ejemplo, la fecha y
alcance de las elecciones, la fecha de traspaso del poder a las autoridades civiles, y el
alcance de la “concertación” o “diálogo político”. (76)
El aislamiento interno y externo de la última administración del Proceso militar se vio
exacerbado por la adopción de dos medidas de gobierno que fueron otra causa de
discordia entre los miembros de la Junta Militar. Una de ellas fue la firma, por parte de
los miembros de la Junta el 28 de abril de 1983, del llamado “Documento Final sobre la
Lucha contra la Subversión y el Terrorismo”, que declaró la muerte de todos los
desaparecidos. (77) La otra medida polémica fue la sanción, el 23 de septiembre de ese
mismo año, de la ley Nº 22.924, denominada de Amnistía o de Pacificación Nacional,
que otorgaba una suerte de amnistía tanto a los promotores de actividades terroristas
como a los encargados de reprimirlas. (78) Como era de esperarse, estas medidas no
hicieron más que generar aún mayor descontento tanto en el ámbito interno como
externo. (79)
En el plano de la política exterior, el impacto de la guerra de Malvinas obligó a la
gestión de Bignone a continuar con el sesgo anticolonialista y tercermundista adoptado
por Costa Méndez a partir de la crisis de Malvinas. Con el fin de justificar este discurso
ante la propia interna militar, el nuevo canciller Juan Ramón Aguirre Lanari se tomó el
trabajo de redefinir el concepto de “Occidente” adaptándolo a las condiciones del
contexto post-Malvinas. Según esta nueva definición,
(...) Occidente es un concepto cultural y es una filosofía desde el punto de vista de
nuestra conformación política. Yo pienso que Occidente significa democracia.
Significa una manera de vida que respeta al ser humano y su personalidad. Desde
ese punto de vista somos occidentales y estamos trabajando para restablecer la
plenitud democrática en nuestro país. Pero ser occidental no significa estar
subordinado a ninguna superpotencia, sino practicar determinados valores de
acuerdo a nuestro propio imperativo, y tener una buena política independiente
manteniendo relaciones con todas las naciones del mundo. (80)
Incluso, el canciller Aguirre Lanari respondió a las críticas de los sectores partidarios de
que la Argentina adoptara una posición netamente “occidental” y abandonara No
Alineados, en los siguientes términos:
(...) hay quienes sostienen que la Argentina no debería integrar el movimiento de
No Alineados. A ellos les respondo que de ninguna manera yo tomaría una
decisión en ese sentido, porque interpreto que a los intereses de la Argentina, les
conviene que estemos en ese movimiento. Y les interrogo, ¿de dónde obtuvimos
apoyo que no nos dieron algunos otros sectores del mundo? Yo no voy a tomar
jamás una decisión en el sentido de alejarnos de No Alineados porque en primer
lugar ellos nos apoyaron y además no significa acordar ideológicamente con
algunos de sus miembros (...). (81)
Esta suerte de “revisión” o “redefinición” de la política exterior por parte del presidente
Bignone y su canciller Aguirre Lanari fue respaldada por el ex canciller Costa Méndez,
quien rectificaba su pasado perfil “occidentalista” al señalar que “si bien en su momento
critiqué la inserción argentina en el movimiento de No Alineados, (...) la Argentina de
1982 no puede retirarse de ese movimiento. (82)
A la vez, la Cancillería argentina otorgó una especial prioridad a América latina,
actitud explicable por dos razones: el importante respaldo a la posición argentina
otorgado por la mayoría de los países de la región durante los días de la guerra con Gran
Bretaña, y el papel que estas naciones podían jugar en la batalla diplomática que el
gobierno de Bignone estaba dispuesto a emprender para reivindicar, con armas distintas a
las utilizadas por Galtieri, los derechos argentinos en Malvinas. Así, en su primer
mensaje al país, el presidente Bignone sostuvo que se impulsaría “al máximo” las
relaciones “con los países hermanos de Iberoamérica, a quienes tendremos siempre en
nuestros corazones por su amistad y solidaridad en los difíciles momentos que hemos
vivido recientemente”. Del mismo modo, el canciller Aguirre Lanari sostuvo que
América latina “debe ser nuestra primera prioridad, según indica no solamente la historia
sino también y muy especialmente, lo demostrado en los últimos días”. (83)
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