Capítulo 68: El régimen militar (1976-1983) Introducción Tras el golpe del 24 de marzo de 1976 que derrocó al gobierno de María Estela Martínez de Perón (Isabel Perón), fue instaurado un régimen militar que sería conocido como Proceso de Reorganización Nacional. Una Junta Militar compuesta por los comandantes de las tres armas -general Jorge Rafael Videla, almirante Emilio Eduardo Massera y brigadier Orlando Ramón Agosti-, la cual debía nombrar al presidente, se hizo cargo del poder. Mediante el dictado de una serie de Actas Institucionales -el Acta para el proceso de reorganización nacional del 24 de marzo; el Acta estableciendo el propósito y los objetivos básicos para dicho proceso, de la misma fecha; el Estatuto para el mismo proceso del 31 de marzo; y la ley 21256, que aprobaba el Reglamento para el funcionamiento de la Junta Militar, el Poder Ejecutivo Nacional y la Comisión de Asesoramiento Legislativo (CAL), del 26 de marzo de 1976-, dicha Junta estableció una seudo-legalidad. La Constitución Nacional quedaba subordinada a los objetivos y fines del Proceso revolucionario. El presidente debía elegirse entre oficiales superiores de las fuerzas armadas y tendría atribuciones ejecutivas, legislativas y de nombramiento de funcionarios nacionales y provinciales. Dicho cargo recayó en uno de los miembros de la Junta Militar, el general Videla, quien hasta agosto de 1978 fue simultáneamente comandante en jefe del Ejército. (1) Las Actas Institucionales disponían la participación de las tres armas, por partes iguales en el manejo del estado. De este modo, las distintas áreas del gobierno nacional y los gobiernos provinciales fueron repartidos equitativamente. De acuerdo con este sistema, cada arma tendría 33% del poder, no sólo en el poder Ejecutivo -la Junta Militar, integrada por los comandantes en jefe de las tres armas-, sino también en el Legislativo la Comisión de Asesoramiento Legislativo (la CAL, órgano integrado por oficiales en actividad cuya función era la de estudiar la creación de nuevas leyes)-. Asimismo, cada ministerio estuvo a cargo de un arma y cada funcionario designó a sus colaboradores de acuerdo con el estricto sistema castrense de lealtades personales. Pero también cada ministerio a cargo de un arma tuvo delegados militares observadores de las otras dos armas, y de las tres en el caso de ministerios a cargo de civiles (como, por ejemplo, el de Economía). Este sistema particular de controles mutuos, teóricamente tuvo por objetivo evitar la excesiva concentración de poder en una determinada arma y garantizar la incorruptibilidad del sistema. (2) En la práctica, sin embargo, terminó generando una estructura decisoria de alto nivel de conflictividad, donde se exacerbaron las rivalidades entre las tres armas, las internas dentro de cada arma y las luchas personales por controlar mayores espacios de poder. (3) Además de reunir la mayor cantidad de recursos para reprimir la guerrilla subversiva, las fuerzas armadas se propusieron un ambicioso plan de gobierno: reorganizar la nación, renovar sus estructuras económicas, reformar las instituciones políticas y dar nuevos contenidos a los valores establecidos en el preámbulo constitucional. Entre los objetivos básicos se mencionaban la soberanía política, la moral cristiana, la tradición nacional, la dignidad de ser argentino, la seguridad nacional, la erradicación de la subversión y de sus causas, y la inserción internacional del país en el “mundo occidental y cristiano”. (4) En opinión del sociólogo Torcuato Di Tella, el proceso iniciado en 1976 constituyó una “intervención transformativa”, que tuvo la intención de “construir” una “nueva Argentina” a través de la modernización de la economía, el disciplinamiento de los sindicatos y la liquidación de la subversión izquierdista. Asimismo, Marcelo Cavarozzi caracteriza este régimen como “autoritario refundacional”, por su propósito de transformar al conjunto de la sociedad argentina e imponer un orden económico y social ortodoxo que eliminara todo vestigio de las políticas populistas de peronismo. (5) Por otra parte, el contexto regional e interno de la segunda mitad de los años ’70, caracterizado por la presencia de la actividad guerrillera, llevó a los militares argentinos a adoptar la “doctrina de contrainsurgencia”, el eje más conservador de la Alianza para el Progreso. Esto significaba que la Doctrina de la Seguridad Nacional y el Desarrollo pasaría a ser la Doctrina de la Seguridad Nacional a secas. El objetivo hobbesiano de “extirpar” el “cáncer” de la subversión izquierdista y lograr el “orden” a cualquier precio pasó a ser la prioridad del régimen surgido del golpe de 1976. Así, en el Acta que fija el propósito y los objetivos básicos del Proceso y en el Acta para el Proceso, el término ”desarrollo nacional” aparece tan sólo mencionado un par de veces y totalmente mediatizado por las frecuentes referencias a objetivos vinculados a la seguridad, como la necesidad de erradicar la subversión y sus causas y la de suspender las actividades políticas, parlamentarias y gremiales. (6) A pesar de sus esfuerzos por demostrar una imagen monolítica ante la opinión pública, el nuevo régimen militar evidenció serias fracturas internas, lo cual contradice la imagen corriente del Proceso como una dictadura militar clásica, al estilo de la castrista en Cuba o la pinochetista en Chile. En el ámbito militar se distingue la presencia de dos grupos o facciones dentro de cada una de las Fuerzas Armadas: los llamados “blandos” o “palomas” y los “duros” o “halcones”. En el Ejército, el grupo o facción de las “palomas” estuvo representado por el primer presidente del régimen, el general Videla; el jefe de Estado Mayor, general Roberto Eduardo Viola; y un grupo de generales jóvenes del Ejército, en su mayor parte pertenecientes a la promoción Nº 76, que mantenía estrechos vínculos con Videla y con Viola desde mediados de la década de 1970. (7) Respecto de la política interna, las “palomas”, aunque respaldaron los métodos represivos adoptados para aplastar la guerrilla izquierdista, evidenciaron cierta identificación con algunas ideas provenientes del pensamiento liberal. (8) Ejemplo de esto fue el respaldo del presidente Videla a las recetas de ajuste liberal ortodoxo promovidas por el ministro de Economía José Alfredo Martínez de Hoz, o el de su sucesor Viola a las recetas “gradualistas” del liberal Lorenzo Sigaut. En política exterior, las “palomas” tuvieron una marcada inclinación por la búsqueda de soluciones negociadas a los conflictos pendientes con los países limítrofes. En este sentido, puede mencionarse el respaldo a la mediación papal como vía de solución al diferendo argentino-chileno sobre el canal de Beagle, y la búsqueda de negociaciones para resolver las disputas pendientes en materia hidroeléctrica con Brasil y Paraguay, que culminó en la firma del Acuerdo Tripartito de 1979. En cambio, el grupo de los “duros” o “halcones” del Ejército, mayoritariamente representado por los generales de división y comandantes de Cuerpo, como los generales Carlos Guillermo Suárez Mason (I Cuerpo) y Luciano Benjamín Menéndez (III Cuerpo), tuvo, en política interna, una marcada inclinación por las ideas más ortodoxas del nacionalismo y atacó el sesgo liberal de las “palomas”, prefiriendo un Estado más autoritario e intervencionista. Una manifestación de esta postura fue, por ejemplo, el rechazo de los “halcones” a la política económica de Martínez de Hoz. Asimismo, en el terreno de la política exterior, estos sectores crudamente nacionalistas fueron partidarios de la continuación de hipótesis de conflicto con los países vecinos, repudiando los esfuerzos negociadores. Clara evidencia fue la gestación del “Operativo Soberanía” a fines de 1978, que, impulsado por los “halcones”, estuvo a punto de involucrar a la Argentina en una guerra con Chile. Dentro de la Armada la mayor parte de sus integrantes se encolumnó tras la figura de su comandante en jefe, almirante Emilio Eduardo Massera. Enfrentados con las duplas de poder conformadas por el presidente Videla y su ministro Martínez de Hoz, y por Videla y el jefe de Estado Mayor Viola, los masseristas procuraron ganar espacios de poder apelando a alianzas ideológicamente contradictorias. Por un lado, se acercaron a los “halcones” del Ejército. Para ello, Massera y sus seguidores no dudaron en explotar cada posible veta de oposición a Videla, Viola y Martínez de Hoz. De este modo, adoptaron un discurso duramente crítico de los intentos de apertura política de Videla y Viola y de la política económica de Martínez de Hoz, y fuertemente nacionalista en cuestiones territoriales de la agenda externa, como Beagle y Malvinas. La retórica masserista fue, por cierto, muy agradable a los oídos de los “halcones” del Ejército y de la Marina. (9) Pero, al mismo tiempo, Massera y los suyos intentaron su propia “apertura política” alternativa. Entraron en contactos y negociaciones con los mismos sectores “populistas” que generaban rechazo en los sectores “duros” del Ejército y la Marina: esto es, con dirigentes sindicales, e incluso con figuras de franca tendencia izquierdista, como el jefe de los Montoneros, Mario Firmenich. Esta paradoja se explica por el hecho de que Massera no estaba atado a ortodoxias ideológicas, sino al deseo de llegar a la presidencia y ser “un nuevo Perón” que encabezara un frente amplio de connotación anti-liberal. Para ello, no dudó en captar tanto a los sectores militares más rígidamente nacionalistas (que a la vez eran visceralmente anti-peronistas) como a los sectores populares identificados precisamente con ese pasado populista-peronista. (10) Cabe señalar, sin embargo, que un sector minoritario de la Armada criticó la politización del arma orquestada por Massera, sosteniendo la necesidad de volver a la histórica posición “profesionalista” y apolítica. Según este sector, Massera no seguía los intereses de la Armada sino los suyos propios. Un referente de este grupo fue el sucesor de Massera en la comandancia en jefe de la Armada, el almirante Armando Lambruschini, quien intentó, no con demasiado éxito, despolitizar o “desmasserizar” el arma. (11) Por último, los oficiales de la Fuerza Aérea jugaron un papel de “tercera fuerza”, destinada a destrabar las numerosas impasses producidas en las internas desatadas entre “duros” y “blandos” del Ejército y la Marina. Por otro lado, la división de la interna militar en sectores “duros” y “blandos” mencionada no debe hacernos perder de vista otro importante eje de debate. En todo caso, la pugna entre “duros” y “blandos” constituyó la extensión, en el ámbito de las Fuerzas Armadas, de un debate muy anterior al golpe de 1976 entre las distintas variantes de las corrientes liberal y nacionalista, que, por cierto, siempre contó con interlocutores tanto civiles como militares. No obstante esta continuidad básica, cabe notar que, a diferencia de las etapas anteriores, en el ciclo 1976-1983 la variante “desarrollista” del nacionalismo -la que ponía el acento en la falta de desarrollo económico como principal causa de la subversión- perdió peso respecto de las opciones más extremas u “ortodoxas” del nacionalismo y del liberalismo. El liberalismo “ortodoxo”, planteó que la mejor forma de lograr el retorno al “orden” era la aplicación, en forma drástica, de medidas de ajuste anti-inflacionario, apertura económica y privatización. A su vez, el nacionalismo “ortodoxo” apuntó a suplantar un sistema liberal de partidos percibido como deficiente por un estado fuerte, de sesgo fascistoide, donde la represión lisa y llana de los grupos subversivos, los sindicatos y, en fin, el conjunto de la sociedad pasó a ser un fin en sí misma, más que el medio para recuperar el “orden” y la estabilidad perdidos. La enorme desconfianza de los nacionalistas “ortodoxos” por los partidos políticos y los sindicatos -percibidos como referentes de la “pesadilla populista” de los años 1973-1976- los llevó a concebir un Proceso militar que no tenía plazos para el retorno a la democracia. En la práctica, el Proceso militar fue producto de una extraña convivencia entre liberales y nacionalistas ortodoxos. En un punto, y tal como ocurriera en el caso del modelo económico aplicado por el general Augusto Pinochet en Chile desde septiembre de 1973, la indiscriminada represión resultaba funcional a la necesidad del modelo liberal ortodoxo de “disciplinar” a los agentes económicos, particularmente a aquéllos beneficiados con el modelo “populista” del peronismo - como sindicatos o pequeños y medianos empresarios-. Pero en otro punto, la receta liberal ortodoxa entró en franca colisión con el nacionalismo “ortodoxo”. Así, objetivos tales como el crecimiento del gasto en armamentos para sostener hipótesis de conflicto con los países vecinos y la onerosa apuesta al “Plan Nuclear” argentino fueron pasos acordes con los intereses de los nacionalistas “ortodoxos”, que chocaron con los principios de la ortodoxia liberal de bajar el gasto público -incluyendo el militar- y privilegiar los mecanismos de cooperación e integración económica por sobre las hipótesis de conflicto. En realidad, esta extraña convivencia entre las ortodoxias liberal y nacionalista -en tanto la primera maximizaba la soberanía económica del mercado y la segunda la del Estado- ya había comenzado a anunciarse durante la gestión de Isabel Perón, pero constituyó un rasgo definitorio en los gobiernos del Proceso militar abierto en marzo de 1976. (12) En términos estrictamente políticos, existió dentro del régimen militar una corriente “liberal”, partidaria, en política interna, de una “gradual” u “ordenada” transición hacia una democracia. Dicha corriente se opuso a eternizar el Proceso militar como pretendían los nacionalistas “ortodoxos”. Esta corriente “liberal” -dentro de las lógicas limitaciones de aplicación que tiene este término en el caso de un régimen autoritario- ideó un proceso político dividido en dos etapas. La primera, de necesaria represión de la guerrilla, y la segunda, donde una vez lograda la eliminación del fenómeno subversivo, se concretaría la transición del régimen militar hacia una democracia “ordenada”, cuyos protagonistas serían un partido “oficial”, surgido del propio Proceso militar, y los partidos políticos tradicionales. En realidad, como sostiene María de los Angeles Yanuzzi, tanto el discurso aperturista de Videla como el de Viola se referían a “partidos” pero más en el sentido de “movimientos de opinión” que de partidos políticos propiamente dichos, en tanto su forma organizativa era menos estructurada que la de los últimos. (13) Podemos mencionar como integrantes militares de esta corriente “liberal” con reservas al propio presidente y comandante en jefe del Ejército, general Jorge Rafael Videla; al jefe del Estado Mayor de dicha arma y más tarde comandante en jefe, general Roberto Eduardo Viola; al ministro de Trabajo, general Horacio Tomás Liendo, y al secretario general de la Presidencia, general José Rogelio Villarreal. No obstante, esta corriente liberal, a pesar de la común convicción de sus integrantes de que el Proceso no debía ser indefinido, distó mucho de ser homogénea, ya que no hubo acuerdo respecto de quiénes serían los protagonistas de la futura democracia “ordenada”. Podemos distinguir, en este sentido, dos proyectos distintos de apertura política: el proyecto Videla-Villarreal-Yofre, y el proyecto Viola. El proyecto del presidente Videla, con el respaldo de Villarreal y de su segundo, el subsecretario y abogado radical Ricardo Yofre, buscó la transición hacia la democracia sobre la base de los partidos políticos ya existentes, en particular, del radicalismo, dada la particular desconfianza de Videla por el sesgo “populista” del peronismo. Villarreal impulsó junto con Yofre el diálogo entre el presidente Videla y los partidos políticos, a fin de otorgar al primer mandatario una imagen de “hombre moderado” del Proceso tanto dentro como fuera de la Argentina, que lo diferenciara de los sectores “duros” del régimen, opuestos a la apertura política. (14) Por cierto, un rasgo importante del proyecto “liberal” impulsado por Villarreal y Yofre fue la designación de embajadores provenientes de partidos políticos tradicionales, idea que Videla aceptó pues ayudaba a contrarrestar las denuncias sobre derechos humanos y revertir la negativa imagen argentina en el exterior. De este modo, el gobierno de Videla incorporó como embajadores a políticos a los radicales Héctor Hidalgo Solá -titular de la legación argentina en Venezuela-; Rubén Blanco -embajador en el Vaticano- y Tomás de Anchorena -embajador en Francia-; al demócrata progresista Rafael Martínez Raymonda -embajador en Italia-; al desarrollista Oscar Camilión -embajador en Brasil-; al demócrata mendocino Francisco Moyano -quien se desempeñó como embajador en Colombia y asesor presidencial de Videla-; y al socialista Américo Ghioldi -embajador en Portugal-. (15) Contrariando el deseo de los sectores más “ortodoxos” del régimen de prorrogar indefinidamente la etapa de tutela militar previa al inicio del diálogo con los partidos políticos y otros sectores de la sociedad civil, el presidente Videla anunció el comienzo de esta etapa “dialoguista” en marzo de 1977, luego de su viaje a Perú, señalando que “la época del silencio ha terminado” y que era “necesario dar contenido político al Proceso”. Pero, probablemente procurando evitar repercusiones negativas en la interna militar, el presidente no hizo ninguna referencia a plazos concretos, limitándose a hablar de objetivos a cumplir. (16) Con serias objeciones de parte de los “ortodoxos” del régimen militar, la mención de Videla del “diálogo político” reapareció en distintos momentos de su gobierno. Así, en diciembre de 1979, la Junta Militar dio a conocer públicamente las llamadas “Bases Políticas de las Fuerzas Armadas para el Proceso de Reorganización Nacional”, que señalaban el segundo semestre de 1980 como fecha para dar a conocer las normas legales sobre el régimen de los partidos políticos y la normalización institucional. Quedaban excluidas del juego político ideologías totalitarias que tuvieran el “inaceptable” propósito de “fomentar la lucha de clases”. (17) El segundo momento fue el 6 de marzo de 1980, cuando el presidente Videla transmitió un mensaje por cadena oficial de radio y televisión, en el que señaló oficialmente el inicio del llamado “diálogo político”. (18) Pero a pesar del discurso de Videla, el “diálogo político” tardó en concretarse, debido a la poderosa resistencia que el retorno de los partidos políticos provocaba en buena parte de las Fuerzas Armadas, en virtud de la negativa experiencia de los años 1973 a 1976. Maniatados por sus dudas y recelos respecto del desempeño de la dirigencia política, los militares aplazaron el “diálogo político” hasta que, por efecto de la crisis generada por la derrota en la guerra de las Malvinas, ya no tuvieron ningún espacio para condicionar la transición a la democracia y debieron aceptar las exigencias de esa misma clase política. A diferencia del proyecto impulsado por los “videlistas”, que tenía una impronta predominantemente radical y totalmente despojada de rasgos populistas, el llamado Movimiento de Opinión Nacional (MON), patrocinado por los sectores “violistas”, pretendió ser un partido integrado por numerosas fuerzas políticas donde no estaban excluidos los representantes del peronismo y otros equivalentes “populistas”. Estaba compuesto por alianzas de partidos provinciales bajo la jefatura explícita o implícita de la diputada jujeña María Cristina Guzmán, representantes del sindicalismo y probables desprendimientos del radicalismo y del peronismo. Por cierto, los contactos que mantuvo el entonces jefe del Estado Mayor del Ejército general Viola con el sindicalismo le valieron tanto la oposición de Massera -que precisamente rivalizó con Viola en la captación de la dirigencia sindical-, como la de los sectores “duros” del Ejército y la Marina, que rechazaban por convicción ideológica lo que consideraban una inclinación “populista” o “peronizante” de Viola. Así, en una reunión de generales de división que tuvo lugar a mediados de 1977, los “duros” Luciano Benjamín Menéndez, Santiago Omar Riveros, Carlos Guillermo Suárez Mason y Ramón Genaro Díaz Bessone se opusieron al MON “porque no queremos que de sus entrañas nazca un nuevo Perón”. (19) Así como Videla y Viola, a pesar de su común pertenencia a la corriente que podemos definir como “liberal” con ciertas reservas, no tuvieron pensamientos coincidentes en materia de apertura política, también presentaron divergencias en lo que a política económica se refiere. Mientras Videla representó la variante ortodoxa del liberalismo, Viola, opuesto a la política de Martínez de Hoz, fue un firme defensor de la variante heterodoxa o gradualista. Así, la opción de ajuste drástico y ortodoxo, encarnada en la política del ministro de Economía Martínez de Hoz, predominó durante la presidencia de Videla, entre marzo de 1976 y marzo de 1981. La del ajuste gradual, en cambio, fue defendida por Viola, quien temió que las medidas de ajuste de Martínez de Hoz provocaran un nuevo Cordobazo como el que había sufrido el liberal Adalbert Krieger Vasena durante su gestión como ministro de Onganía. Este temor explica la elección de un liberal “gradualista” como el economista Lorenzo Sigaut durante la presidencia de Viola, entre marzo y diciembre de 1981. En cuanto a la política exterior, Videla y Martínez de Hoz consideraron prioritaria la necesidad de atraer capitales y créditos para la economía argentina. En la práctica, el titular de Economía invadió ámbitos privativos de otros ministerios, como el de Relaciones Exteriores. Así, actuó como un “superministro” y utilizó sus buenos contactos con empresarios y entidades financieras en el exterior para revertir la imagen negativa de la Argentina en materia de violaciones a los derechos humanos. Asimismo, el enorme poder que Videla le otorgó a Martínez de Hoz quedó también evidenciado en el hecho de que la mayor parte de los embajadores correspondientes a países del Primer Mundo - fuente de los créditos internacionales- dependieron del titular de la cartera económica. (20) En el caso de la corriente nacionalista, la vertiente “ortodoxa” estuvo representada por figuras tales como el gobernador de Buenos Aires, Ibérico Saint Jean; el jefe de la policía provincial, coronel Ramón J. Camps; los comandantes de Cuerpo, generales Carlos Guillermo Suárez Mason (I Cuerpo, Buenos Aires), Luciano Benjamín Menéndez (III Cuerpo, Córdoba) y René Osvaldo Azpitarte (V Cuerpo, Bahía Blanca). Fueron éstos los sectores “duros” o “halcones” del ámbito militar, que se inclinaron por un esquema gubernamental dictatorial de corte rígidamente anticomunista y antisemita, donde fuera desterrada toda participación política o sindical como vestigio del pasado “populista” e “izquierdista” que había que arrancar de cuajo en la sociedad argentina. En este sentido, el general Saint Jean definió claramente el método y objetivos de la “guerra contra la subversión” desde la perspectiva de los “nacionalistas ortodoxos”: “primero mataremos a todos los subversivos, luego mataremos a sus colaboradores, después (...) a sus simpatizantes, en seguida (...) a aquellos que permanecen indiferentes, y finalmente mataremos a los tímidos (...)”. (21) Acorde con la ortodoxia de su pensamiento, Saint Jean presentó en octubre de 1976 su plan político, que llevó el nombre de “Un nuevo ciclo histórico argentino: del Proceso de Reorganización Nacional a la Tercera República. Lineamientos para una estrategia nacional”. El plan del entonces gobernador de Buenos Aires planteaba la “limpieza” del cauce institucional y la emergencia de una “Tercera República” constituida por “una nueva clase dirigente” y donde “los partidos perderán el monopolio de la representación en la sociedad y de la conducción del Estado”. Los partidos políticos y el Parlamento eran reemplazados en este proyecto por el llamado Consejo de la República, un “verdadero espejo de pluralidad social”, que funcionaría “por vía de la multiplicación de comisiones”, y en donde las Fuerzas Armadas ejercerían el rol de “custodios” de la seguridad, disponiendo además de poder de veto. (22) A su vez, el comandante del III Cuerpo de Ejército, general Luciano Benjamín Menéndez, expuso claramente el anticomunismo militante de los sectores “ortodoxos” del régimen. En su discurso del 1º de noviembre de 1977 en la Tercera Reunión Regional de Gobernadores llevada a cabo en San Juan, Menéndez sostuvo que (...) El objetivo político de las Fuerzas Armadas en esta tercera guerra mundial, apartada de la tremendez material de los dos conflictos mundiales anteriores, pero en la que se utilizan procedimientos más sutiles y totales, es aniquilar el marxismo en nuestro país y cerrarle toda posibilidad de surgimiento futuro (...), condición básica sobre la que se edificará el futuro de paz y grandeza que merece nuestra Argentina. (23) Asimismo, el general Leopoldo Fortunato Galtieri - reemplazante de Viola en la comandancia general del Ejército primero, y en la presidencia después- exigía en febrero de 1980 un “recambio mental” en los partidos políticos y especialmente en el peronismo, como paso previo a cualquier apertura política. (24) En marzo de ese año, Galtieri, entonces comandante en jefe del Ejército, se opuso abiertamente al inicio del diálogo con los partidos políticos como punto de partida para una gradual apertura del régimen. Frente a los anuncios que en este sentido había hecho el presidente Videla, Galtieri sostuvo que “las urnas están guardadas y bien guardadas”. (25) Galtieri volvió a insistir en su posición el 29 de mayo de 1981, en ocasión del día del Ejército, cuando envió a sus colegas del Colegio Militar un mensaje que se oponía claramente al sesgo aperturista iniciado por Viola: (...) Ultimamente han arreciado voces que demandan de las Fuerzas Armadas acelerar la transferencia del poder. No es voluntad de los hombres de armas prolongar de manera indefinida su paso por el Gobierno Nacional, pero sólo cuando estén dadas las condiciones, sólo entonces, se materializará dicha entrega, para que la misma sea exitosa y no implique el riesgo de un retorno al caos, previamente el país deberá desarrollar una labor de refundación política (...) Entiéndase esto: cuando el Proceso, cumpliendo sus objetivos, sea coronado por el éxito (...) habrá llegado el momento de poner en ejecución la democracia deseada, en forma gradual, o sea paso a paso, para evitar que un desliz nos precipite al abismo (...). (26) Otra figura renuente a la apertura del “diálogo político” fue el reemplazante de Massera en la comandancia de la Armada, el almirante Armando Lambruschini. A pesar de que Lambruschini nunca compartió la “politización” que su antecesor le imprimió al arma, paradójicamente tuvo en común con Massera la oposición a los contactos de Viola con los dirigentes sindicales peronistas, aunque por distintas razones. Mientras Massera se opuso a Viola porque era la gran figura política del Ejército y, por ende, un obstáculo importante para su aspiración a la presidencia, Lambruschini lo hizo por el natural prurito que sentía por un general que se contactaba con elementos “populistas”. (27) Así, en declaraciones de principios de marzo de 1980, Lambruschini sostuvo que: “(...) El Proceso procederá con particular reflexión, no urgido por las circunstancias (...) como no podemos ni queremos colocar parches que serían de duración efímera, la presencia del Proceso no será corta”. (28) Por último, en esta nómina de representantes del nacionalismo “ortodoxo” ocupa un lugar especial el ministro del Interior del gobierno de Videla, general Albano Eduardo Harguindeguy. Para desazón de Videla, Harguindeguy no compartió el interés presidencial en un proceso de apertura política basado en los partidos políticos tradicionales aunque “renovados” en ideas y hombres, a fin de acelerar la transición hacia una “democracia ordenada”. Ante las referencias de Videla al fin del tiempo de silencio y el inicio del diálogo político, Harguindeguy intentó desalentar el efecto que el mensaje presidencial produjo en la dirigencia política, advirtiendo que dicho fin no significa “bajo ningún concepto la apertura de un diálogo con las agrupaciones políticas”; que “el país deberá olvidarse por mucho tiempo de los partidos políticos” y que “este no es tiempo de partidos políticos”. En noviembre de 1977, el titular de Interior mencionó algunas fechas tentativas para poner en marcha el “diálogo” anunciado por el presidente Videla. Sin embargo, lo hizo de manera ambigua, dejando traslucir el condicionamiento de las mismas al logro de objetivos tales como la eliminación de la subversión y un cambio en la cultura política argentina que impidiera el retorno de los viejos vicios populistas. Para abril de 1978, nuevamente Harguindeguy dejó traslucir su rechazo a los partidos políticos tradicionales sosteniendo que “no tienen cabida en la Argentina del futuro”. (29) El ministro Harguindeguy fue reacio a la participación de los partidos políticos, fueran éstos “reformados” o no, lo cual lo acercó más a la visión corporativa de los “nacionalistas ortodoxos” que a la “liberal-partidista” del presidente Videla. Si bien el titular de Interior coincidió con el primer mandatario en el absoluto respaldo al plan económico de Martínez de Hoz, tuvo sus diferencias con Videla respecto del papel de los partidos políticos en la futura democracia. En otras palabras, Harguindeguy fue un “liberal” ortodoxo en cuanto a filosofía económica, pero compartió a la vez la desconfianza de los nacionalistas “ortodoxos” respecto de la dirigencia política tradicional. Sin embargo, en un contexto donde tanto para el gobierno como para amplios sectores de la sociedad civil la continuidad del plan de estabilidad económica justificaba la presencia de un Estado represor, la peculiar posición ideológica de Harguindeguy no resultó tan paradójica. (30) Por cierto, la falta de vocación aperturista demostrada por el ministro Harguindeguy enfureció a los dirigentes políticos como el radical Ricardo Balbín, entusiasmados con las permanentes referencias del presidente Videla al “diálogo político”. (31) Por su parte, la vertiente “desarrollista” del nacionalismo estuvo representada en la política interna por la figura del ministro de Planeamiento, general Ramón Genaro Díaz Bessone y los hombres de su fundación Año 2000. El “Proyecto Nacional” de Díaz Bessone, quien asumió como ministro de Planeamiento a fines de octubre de 1976, estableció hacia 1990 el fin del Proceso militar y la emergencia de una “Nueva República”. (32) El mencionado proyecto otorgaba un rol protagónico al Ministerio de Planeamiento, que controlaría el proceso político de transición del régimen militar a la “nueva” democracia cívico-militar. Pero ni el ministro de Economía Martínez de Hoz ni el propio presidente Videla estuvieron dispuestos a ver restringidos sus respectivos espacios de poder en aras de la manía “planificadora” de Díaz Bessone. Asimismo, la palabra “planificación” atentaba contra la convicción liberal de la dupla Videla-Martínez de Hoz. Finalmente, otro rasgo del proyecto de Díaz Bessone fue su exacerbado anticomunismo, que lo llevaba a proponer constantemente la guerra contra la Unión Soviética. En este punto, también el titular de Planeamiento chocó con el enfoque “pragmático-comercialista” del presidente y su ministro de Economía, que deseaban diversificar los contactos económicos externos de la Argentina sin atender ningún prejuicio ideológico. Esta serie de factores llevó a una serie de roces entre Martínez de Hoz y Díaz Bessone. Como el titular de Economía contaba con el respaldo del presidente Videla y del ministro del Interior Harguindeguy, Díaz Bessone presentó su renuncia en diciembre de 1977. (33) En el ámbito de la política exterior, un representante del “desarrollismo”, Oscar Camilión, se desempeñó como embajador argentino en Brasil durante el gobierno de Videla, jugando un rol protagónico en las negociaciones con Brasil y Paraguay que llevaron en 1979 a la firma del Acuerdo Tripartito. Por cierto, la decisión del presidente Videla de concretar el emprendimiento hidroeléctrico de Corpus, en sociedad con el gobierno de Asunción, fue acorde con los intereses de los sectores militares y civiles “desarrollistas”, que señalaban la necesidad de no quedar atrás respecto de la política de “hacer obras” emprendida por la Cancillería brasileña. Sin embargo, el largo e intrincado proceso que llevó a la firma del Acuerdo Tripartito de 1979 demostró que estos vestigios de “desarrollismo” estuvieron en la práctica mediatizados por las abrumadoras influencias de las ortodoxias nacionalista y liberal. La primera estuvo representada por los dos primeros cancilleres del Proceso, César Augusto Guzzetti (24 de marzo de 1976 al 23 de mayo de 1977) y Oscar Antonio Montes (23 de mayo de 1977 al 27 de octubre de 1978), quienes, siguiendo los duros lineamientos geopolíticos del entonces comandante en jefe de la Armada, almirante Emilio Massera, tuvieron poca o nula vocación por negociar con sus colegas de Brasil y Paraguay en torno al problema de los emprendimientos hidroeléctricos en la Cuenca del Plata. Por su parte, la ortodoxia liberal estuvo representada en las figuras del propio presidente Videla, del ministro de Economía Martínez de Hoz y de los sectores ligados a la burguesía terrateniente y financiera transnacional que privilegiaron la firma de un acuerdo tripartito que cedía terreno en aspectos considerados críticos por los nacionalistas tanto “ortodoxos” como “desarrollistas”, tales como la altura de la cota de la represa de Itaipú o el número de turbinas. Así, tanto unos como otros hablaron de la “brasileñización” del modelo económico argentino o del papel de la Argentina como “socio menor” del Brasil. (34) En los temas que afectaban directa o indirectamente la soberanía territorial, como el anteriormente mencionado de las represas hidroeléctricas en la Cuenca del Plata, el diferendo argentino-chileno por el canal de Beagle o la cuestión de las Malvinas, nacionalistas “ortodoxos” y “desarrollistas” se unieron, más allá de sus diferencias, con el fin de criticar la política del gobierno. Mientras el presidente y el ministro Martínez de Hoz dieron prioridad en estas cuestiones al diálogo y la búsqueda de fórmulas de negociación que superaran las hipótesis de conflicto con los países limítrofes, los sectores nacionalistas -tanto “ortodoxos” como “desarrollistas”- coincidieron en impugnar el sesgo dialoguista de los sectores liberales. Así, el general Osiris Guillermo Villegas, un nacionalista “desarrollista” de conocida trayectoria durante los años de la Revolución Argentina, ex embajador en Brasil y titular de la delegación argentina en las negociaciones con Chile, sostuvo un discurso de duro tono geopolítico, notablemente cercano a la variante ortodoxa del nacionalismo. A fines de 1978 Osiris Villegas pronunció frases tales como “hay que tomar lo que es de uno” y “la paz no debe ser nunca el producto de una claudicación”. (35) Por último, la figura del almirante Massera puede ser definida como representante de una variante peculiar de la corriente nacionalista, que definiremos como un nacionalismo “heterodoxo” en tanto no respondió a parámetros ideológicos fijos, sino únicamente al deseo de incrementar su poder personal. Con este fin, se opuso a las recetas liberales de Martínez de Hoz no tanto por convicciones ideológicas sino porque percibió que esa actitud le daría un aura de popularidad que le permitiría sumar a sus filas a todos los sectores opositores, desde los militares y civiles “nacionalistas ortodoxos” hasta los mismos peronistas. Percibiéndose a sí mismo como nexo entre los sectores peronistas y los grupos nacionalistas “ortodoxos” y “antiperonistas” de los “halcones” del Ejército, Massera soñó con un proyecto “populista militar”, una suerte de frente nacional con base militar-popular que le permitiera ocupar el sillón presidencial, desplazando del poder al trípode “liberal” de Videla, Viola y Martínez de Hoz. (36) Decidido a oponerse a cualquier estrategia que aumentara el margen de maniobra de este trípode, Massera se opuso a la apertura del “diálogo político” anunciada por el presidente Videla a principios de marzo de 1980. Durante ese mismo mes, Massera inició un gesto de acercamiento a los sectores “duros” u “ortodoxos” del Ejército al proclamar que lo realmente importante no era el diálogo en sí mismo, sino “saber qué intenciones tienen los que dialogan”. (37) Posteriormente, en junio, el ex jefe naval elaboró un documento fuertemente crítico de Videla y Martínez de Hoz. (38) Pero el blanco preferido por los ataques del masserismo fue el ministro Martínez de Hoz, por dos motivos. En primer lugar, el ministro de Economía constituyó un obstáculo importante para las ambiciones de Massera de llegar al poder presidencial. Ello se debía tanto a las excelentes contactos externos del ministro como al respaldo que le otorgaba el presidente Videla. Por cierto, Videla percibió cierta relación entre su estabilidad en el poder y la del titular de la cartera económica. Las importantes conexiones de Martínez de Hoz con los organismos financieros internacionales proveyeron a Videla de un importante aliado externo, en un momento de conflictivas relaciones con Washington por la espinosa cuestión de los derechos humanos. La segunda razón fue que, a diferencia de las figuras de Videla y Viola, que contaban con lealtades divididas en la interna militar, el enfoque liberal ortodoxo del ministro de Economía despertó resistencias tanto en los “duros” del Ejército y la Marina, como en los sectores de la sociedad antes beneficiados por el modelo “populista”. Incluso dentro de las “palomas” del Ejército, y a pesar de la influencia del pensamiento liberal, Viola y sus seguidores no compartieron el respaldo de Videla a las medidas del ministro Martínez de Hoz. Temían que los efectos de una política tan drástica produjeran un “rebrote subversivo” y le hicieran perder consenso y estabilidad al Proceso iniciado en 1976. De esta manera, era más fácil para Massera llevar a cabo una fuerte oposición al ministro que al presidente, quien aún disfrutaba entre sus subordinados de la imagen de eficiencia y profesionalidad que le otorgara el “Operativo Independencia” de lucha contra la subversión durante el último gobierno peronista. El ataque a la gestión de Martínez de Hoz era una forma indirecta pero efectiva de desestabilizar a Videla sin generar efectos contraproducentes en la interna del Ejército. Para ello, Massera enarboló un oportunista discurso antiliberal, que tuvo la virtud de aglutinar tanto a los nacionalistas “ortodoxos” del Ejército como a muchos dirigentes peronistas. (39) El ataque más importante de Massera hacia la figura de Martínez de Hoz se registró a mediados de junio de 1980, cuando salió a la luz un documento fuertemente crítico tanto hacia la política económica como hacia el sesgo “pragmático” y “economicista” de la política exterior de Videla. En uno de los párrafos más significativos de este documento, Massera denunció, para satisfacción de los nacionalistas “ortodoxos” la existencia de una crisis “moral” en la gestión de gobierno: (...) Cuando la defensa de nuestros derechos soberanos es una declamación sin contenido; cuando tratamos de justificar acuerdos internacionales carentes de sentido; cuando no defendemos con vigor nuestras Malvinas y alguno las negocia; cuando no distinguimos al amigo del enemigo, sino al que compra del que no compra; cuando los intereses pecuniarios superan a los intereses nacionales. (...) (40) En un ataque posterior, Massera no dudó incluso en vincular el surgimiento del terrorismo a políticas “antinacionales” como la de Martínez de Hoz. Así, en una conferencia que tuvo lugar en Salta en octubre de 1982, el almirante afirmó que El terrorismo antinacional ha sido derrotado, pero la Patria financiera lo activa (...) Ese sector (...) lo forma una minoría antinacional unida porque su único objetivo es ganar plata a costa del país (...). Esa minoría antinacional (...) desde el centro del escenario o desde las sombras, manejó los resortes del poder y se benefició con una dependencia dócil y hasta gozosa de nuestro país ante los grandes centros de decisión mundial. (41) En síntesis, guiado por sus apetitos de poder personal, Massera se opuso tanto a la política económica liberal del ministro Martínez de Hoz -respaldada por el presidente Videla- como a la propuesta de incorporación de dirigentes políticos al gobierno militar, como una manera de organizar la transición hacia la democracia -idea que contaba con el aval de Videla y del comandante en jefe del Ejército Viola-. El plan político de Massera se terminó de armar en octubre de 1977. Aunque no tuvo trascendencia oficial, apuntó a la conformación de un “movimiento cívico”, un partido político nuevo, que heredaría a través de las elecciones al gobierno militar. Para ello se proponía alentar la emergencia de un “movimiento de Opinión Nacional” que incluyera “a todos aquellos que deseen la verdadera grandeza del país”, desde “una izquierda inteligente (donde el peronismo tendría un rol importante) hasta una “derecha controlada”. En otras palabras, Massera planteó una especie de “neoperonismo” en donde su figura ocuparía el lugar de Perón con el fin de captar a los sectores obreros, una especie de programa social-demócrata opuesto al proyecto liberal de Martínez de Hoz, cargado con fuertes dosis de oportunismo nacionalista, que le permitirían la adhesión de los sectores “duros” del Ejército y la Marina. (42) La guerra entre Videla y Massera también se desarrolló en el ámbito de la política exterior. Sintiéndose dueño del área de Cancillería por lo establecido en el “cuoteo”, Massera se opuso a la designación de embajadores provenientes de partidos políticos impulsada por Videla, llegando a sostener ante el presidente que los embajadores de este origen representaban “el pasado de corrupción, mediocridad y decadencia que había puesto a la República al borde del abismo” y que el Proceso debía revertir. Por cierto, tras esta dialéctica moralista, Massera ocultó su deseo de disputarle espacios de poder a Videla y de utilizar precisamente la política exterior como una herramienta para su proyecto de poder personal. El jefe naval logró, en algunos casos, vetar a embajadores propuestos por los sectores “videlistas” -por ejemplo al peronista Hipólito Jesús Paz- (43) y en otros, los hizo renunciar -caso del embajador argentino en Washington, Arnaldo Musich-. (44) En los casos donde Massera no había logrado ni una cosa ni la otra, directamente los mandó eliminar -los famosos casos de la desaparición y posterior asesinato del embajador “videlista” en Venezuela, Hidalgo Solá, y de la funcionaria de la embajada argentina en París, Elena Holmberg-. (45) Asimismo, Massera dio instrucciones para que la Cancillería no colaborara con las visitas de Videla a Venezuela (mayo de 1977) y a Estados Unidos (septiembre del mismo año), y en general tendió a objetar los viajes de Videla al exterior, pretextando o bien que el país a visitar era una “cueva de subversivos y marxistas”, o que bien que “la visita va a ser usada para humillar a nuestro presidente con la campaña antiargentina que elementos subversivos desarrollan en el exterior”. Al mismo tiempo, el jefe naval maximizó sus propios contactos en el exterior, a fin de encontrar aliados para su proyecto político. Para ello diseñó una diplomacia paralela a la del entonces presidente, que tuvo como rasgos más destacados las actividades en el Centro Piloto de París. Las entrevistas del jefe naval incluyeron además de colegas de su arma en América latina y en Europa, al jefe de la logia derechista italiana Propaganda Due o P-2, el “Venerable” Licio Gelli, y a figuras ubicadas en las antípodas del pensamiento anticomunista entonces predominante entre los “halcones” del Ejército y la Armada, tales como los dirigentes montoneros exiliados en Europa y el dirigente socialista rumano Nicolae Ceaucescu. (46) Por cierto, como el proyecto de política exterior masserista respondió más a ambiciones personales que a convicciones ideológicas, contuvo elementos que lo acercaron al pensamiento rígidamente occidentalista de los nacionalistas “ortodoxos”, y rasgos que lo aproximaron extrañamente a la perspectiva de política exterior del peronismo. Un ejemplo de los primeros fue la identificación del “eurocomunismo” como una forma solapada de imperialismo soviético, que compartieron tanto Massera como los “halcones” del Ejército y la Marina. (47) A su vez, una muestra del sesgo “neoperonista” del discurso de política exterior de Massera fue el contenido de su disertación en la Facultad de Ciencias Sociales y Económicas de la Universidad Católica Argentina, ocasión en la que el ex comandante en jefe naval sostuvo un discurso de tono notablemente similar al de la “Tercera Posición” peronista: (...) Ante un socialismo colectivista y un capitalismo materialista (...) que buscan igualmente una sociedad que amenaza con la destrucción de los recursos naturales y de la calidad de vida, nosotros aspiramos a constituir un país en que sólo Dios sea más importante que el hombre. Creemos que el mundo se encuentra oprimido por la idolatría de la riqueza en dos formas opuestas que tienen su raíz en la misma adoración de lo material: el socialismo colectivista y el capitalismo materialista. El socialismo colectivista define la justicia a costa de la libertad y, finalmente a costa de la justicia misma. El capitalismo materialista (...) define la libertad a costa de la justicia, a costa de la libertad misma (...). (48) Asimismo, a fines de 1982, Massera, completamente decidido a llevar adelante su proyecto político, mandó colocar en las calles de Buenos Aires afiches de fondo azul con letras blancas que decían lo siguiente: 1945: Perón ó Braden 1982: Massera ó Martínez de Hoz Patria ó Colonia Jamás el movimiento nacional será derrotado por la antipatria (49) Como puede apreciarse, el mensaje de estos afiches, que fueron el punto de partida para la conformación del partido de Massera -Partido para la Democracia Social- tenía una intencional continuidad con el acento nacionalista y antiliberal que caracterizó a los afiches con los que Perón se enfrentara en 1945 a la Unión Democrática. Por otra parte, tras meses de intensas deliberaciones entre los militares de las tres armas, a principios de mayo de 1978 la Junta Militar resolvió que, a partir del 1º de agosto de 1978 terminara el período de “excepcionalidad” de Videla, quien podía seguir ejerciendo la presidencia pero debía renunciar a su cargo de comandante en jefe del Ejército. Esto significaba la introducción de la figura del presidente como un “cuarto hombre”, es decir un militar retirado, subordinado a las decisiones de los comandantes en jefe de las tres armas que integraban la Junta Militar, y era una exigencia planteada por Massera desde el inicio mismo del Proceso. (50) En el diseño masserista, el presidente Videla debía ser precisamente ese “cuarto hombre” subordinado a las decisiones de los miembros de la Junta. Sin embargo, cuando el 1º de agosto de 1978 Videla renunció a su cargo de comandante en jefe para ejercer sólo el de presidente, se dio precisamente el efecto contrario al deseado por el alto jefe naval, ya que tras el nuevo reparto ministerial que tuvo lugar en los meses de octubre y noviembre, el poder de Videla, lejos de debilitarse, se vio fortalecido. A ello contribuyeron un conjunto de factores, entre ellos el nombramiento en la comandancia del Ejército de una figura fiel a Videla, la del general Roberto Eduardo Viola; el alejamiento de Massera de la comandancia en jefe de la Marina a mediados de septiembre y su reemplazo por una figura con un perfil más bajo, la del almirante Armando Lambruschini; (51) la alianza de los sectores videlistas con la cúpula de la Fuerza Aérea; la renuncia del canciller, vicealmirante Oscar Antonio Montes, y su reemplazo por una figura proveniente de la Fuerza Aérea, el brigadier Carlos Washington Pastor; (52) y el peso propio de la diplomacia del “superministro” Martínez de Hoz, que atravesaba su fase de apogeo -la conocida etapa de la llamada “plata dulce”-. El momento de máximo poder de Videla como “cuarto hombre” se dio particularmente entre la segunda mitad de 1978 y 1979, al compás del éxito relativo del “programa antiinflacionario” de Martínez de Hoz. No obstante, y tal como ocurriera en el primer tramo de su gestión, Videla siguió encontrando resistencias por parte de los sectores “duros” del Ejército, aliados con Massera, quien, no dejó de atacar al presidente y a su ministro de Economía Martínez de Hoz, en tanto ambos eran los dos obstáculos más importantes para su proyecto de promoción personal. En su pugna con Massera y los “halcones” del Ejército, Videla alternó derrotas con triunfos en esta nueva etapa. Entre las primeras, vale mencionar el frustrado proyecto del presidente Videla y el secretario de la Presidencia Villarreal de formar un gabinete de gobierno más abierto y pluralista, con participación de militantes de distintas expresiones políticas (Martínez Raymonda en Bienestar Social, Oscar Camilión en Relaciones Exteriores; Acuña Anzorena en Trabajo, Rubén Blanco en Educación y Amadeo Frúgoli en Justicia). Ante la resistencia de las demás fuerzas, Videla confeccionó un gabinete con mayor participación militar: el contraalmirante Jorge A. Fraga en Bienestar Social, el brigadier Carlos Washington Pastor en Cancillería, el contraalmirante Horacio de la Riva en Defensa. (53) Pero también Videla obtuvo importantes triunfos sobre los “halcones” del Ejército y la Marina, entre los que cabe mencionar el viaje presidencial a la ceremonia de entronización del Papa Juan Pablo I en Roma en septiembre de 1978; (54) la imposición de la mediación papal sobre la opción bélica con Chile en diciembre del mismo año; el acatamiento de los altos mandos del Ejército a la resolución de la Corte Suprema de Justicia de liberar al periodista y ex director de La Opinión, Jacobo Timerman; (55) y la neutralización del levantamiento del general Luciano Benjamín Menéndez en septiembre de 1979. (56) Finalmente, aunque con sus limitaciones, un triunfo de Videla en su etapa como “cuarto hombre” fue la elección de Viola como su sucesor. Primero, en la comandancia en jefe del Ejército -desde el 1º agosto de 1978 hasta el 29 de diciembre de 1979-, y luego en la misma presidencia -a partir del 29 de marzo de 1981-. Durante esta segunda etapa, el retiro del almirante Massera del servicio activo, producido a mediados de septiembre de 1978, estuvo muy lejos de ser un factor que contribuyera a amenguar sus ataques al presidente Videla y a la política económica de Martínez de Hoz. Massera mantuvo intacto el deseo de ser el heredero del poder que en ese momento tenían Videla y Martínez de Hoz. Así, en un discurso pronunciado a comienzos de junio de 1979 en el Centro de Estudios Estratégicos de la Universidad de Georgetown, en Washington, Massera sostuvo que la política de Martínez de Hoz “ha llevado a la industria argentina a la quiebra”. El ministro de Economía, que en ese momento estaba casualmente en Nueva York, hizo serios reproches al ex comandante por ventilar en otro país asuntos de política interna argentina. (57) Massera, lejos de amedrentarse, volvió a atacar a Martínez de Hoz en un documento que salió a la luz el 15 de junio de 1980, en el cual, sin mencionarlo, criticó todos los aspectos de la política económica del ministro. (58) Martínez de Hoz respondió a los ataques de Massera. Sin mencionar explícitamente al ex comandante en jefe de la Armada, el titular de la cartera económica sostuvo que “el país ya está un poco cansado de afirmaciones que son de alguna manera o lugares comunes, con propósitos demagógicos, o inexactitudes muy gruesas”. (59) El juego de fuerzas de la interna militar tuvo su innegable correlato en la política exterior, en donde se registraron varios triunfos de los sectores “videlistas” y “violistas” sobre “masseristas” de la Armada y “halcones” del Ejército. Vale destacar, entre muchas otras decisiones que enfurecieron a los “duros”, las siguientes medidas del gobierno de Videla: a) respecto de las relaciones con Estados Unidos, la admisión, por parte del régimen militar argentino, de la visita de inspección de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la OEA en septiembre de 1979, como medida tendiente a mejorar la imagen argentina en el exterior y particularmente en Estados Unidos; b) en lo referente a las relaciones con Brasil y Paraguay, la firma de un acuerdo tripartito en 1979 que flexibilizaba las exigencias argentinas, acercándolas a las de Itamaraty; y c) en lo vinculado a las relaciones con Chile, la emergencia de la mediación papal como alternativa a la opción bélica impulsada por los “halcones”. Por otra parte, en octubre de 1980, la Junta eligió al teniente general (RE) Roberto Eduardo Viola para ejercer la presidencia en el período comprendido entre el 29 de marzo de 1981 y el 29 de marzo de 1984. Contradiciendo abiertamente la imagen monolítica que el régimen militar intentó ofrecer a la opinión pública desde marzo de 1976, el contenido del comunicado de prensa hizo referencia a las intensas disputas inter e intrafuerzas que acompañaron a la designación del sucesor de Videla: (...) los señores comandantes en jefe han acordado que, por sobre los distintos enfoques existentes, deben tener primacía los supremos intereses vinculados al futuro institucional del país y al mantenimiento de la imprescindible unidad de las Fuerzas Armadas para el logro efectivo de los objetivos y propósitos del Proceso de Reorganización Nacional. (60) Por cierto, Viola, el candidato de Videla, llegó a la presidencia notoriamente debilitado en relación a su antecesor. En primer lugar, el nuevo mandatario se topó con la oposición del entonces comandante en jefe, general Leopoldo Fortunato Galtieri, un “halcón” que ambicionaba para sí la presidencia. Asimismo, Viola también contó con la oposición de un viejo rival, el ex comandante en jefe de la Marina Massera, quien, guiado por el propósito de evitar la sucesión de Videla por otro “blando” como Viola, había impulsado la doble candidatura de Galtieri como comandante en jefe del Ejército y presidente. Tal como había hecho con Videla, Massera intentó por todos los medios debilitar y condicionar a Viola. Así, ya en enero de 1981, el ex comandante en jefe de la Armada no tuvo empacho en declarar que no se podía esperar que el nuevo presidente “opere milagros en un cuerpo demasiado herido, como es el país”. (61) En forma coincidente con Massera, los oficiales de la Armada tampoco simpatizaron con la figura de Viola, principalmente por el sesgo “populista” del nuevo presidente. Pero Viola encontró la oposición más importante en el entonces jefe del Estado Mayor de dicha arma, Jorge Isaac Anaya, amigo y compañero de estudios de Galtieri. (62) Asimismo, la condicionada gestión de Viola tampoco contó con el aval de los empresarios, los sindicatos y los partidos políticos. Como la guerra contra la subversión izquierdista estaba prácticamente liquidada, la persistencia del régimen militar fue percibida por estos sectores como una maquinaria asfixiante que ya no tenía su razón de ser. En consecuencia, comenzaron los tiempos de las manifestaciones de los sindicatos y de los partidos políticos. Además, los grupos económicos y financieros argentinos, plenamente identificados con la política económica de Martínez de Hoz, percibieron con inquietud los cambios efectuados por el ministro Lorenzo Sigaut, especialmente en materia de política financiera. En definitiva, debido a la interacción de estos factores, Viola contó sólo con el respaldo de los sectores moderados del Ejército y de la Fuerza Aérea. (63) Al contrario de lo sucedido con su antecesor, el gabinete de Viola no contó con la presencia de una figura fuerte. Esto se notó especialmente en el área económica, donde el dominio del “superministro” Martínez de Hoz fue un rasgo definitorio de la gestión videlista. Mientras durante la etapa de Martínez de Hoz el Ministerio de Economía concentró el conjunto de la gestión de asuntos públicos -incluido el Ministerio de Obras y Servicios Públicos-, durante el gobierno de Viola se procedió a una fragmentación de Economía en cinco agencias ministeriales diferenciadas. En tres de ellas -Agricultura, Industria y Obras Públicas y Servicios- aparecieron ministros representantes de intereses sectoriales y con autonomía respecto del ministro de Economía, Lorenzo Sigaut. Además, Sigaut, a diferencia de Martínez de Hoz, no contó con poder para manejar los instrumentos financieros clave: el crédito del Banco Central y el presupuesto. En otras palabras, la autoridad económica fue descentralizada. Por cierto, ello fue producto tanto de las propias convicciones de Viola y de su ministro Sigaut -quienes no compartían el estilo “centralizado” de la conducción de política económica de su antecesor- como de los cambios de fuerzas que operaron en el interior del Ejército -Viola, que había sido un “aliado” clave de Videla en las disputas interfuerzas, no encontró en Galtieri el respaldo necesario para aumentar su margen político de maniobra. (64) Por último, Viola sintió mucho más que Videla la creciente presión de los sindicatos y los partidos políticos. Por cierto, el fin de la amenaza subversiva privó al nuevo gobierno del elemento legitimador que había permitido a la gestión de Videla contar con la resignación de buena parte de la dirigencia política y sindical durante su primera etapa de gobierno. Un síntoma de la mayor capacidad de presión político-sindical fue la emergencia, el 14 de julio de 1981, de la llamada Multipartidaria, integrada por los partidos justicialista, radical, desarrollista, intransigente y demócrata-progresista. Aunque la Multipartidaria no implicó en esta primera fase de su existencia una ruptura franca de la clase política con las Fuerzas Armadas, lo cierto fue que a partir de su creación la sociedad civil estaba demostrando que el crédito sin garantías que en marzo de 1976 se había otorgado a la dictadura militar estaba llegando a su fin. (65) Finalmente, el 22 de diciembre de 1981, el hasta entonces comandante en jefe del Ejército, general Leopoldo Fortunato Galtieri, logró su ansiado objetivo de desplazar a Viola de la presidencia. Tanto en política interna como en política exterior, la tercera gestión del Proceso implicó un triunfo de las posiciones más ortodoxas del régimen. (66) Así, al conservar a la vez los cargos de comandante en jefe del Ejército y de presidente, Galtieri retomó el esquema del primer tramo de la presidencia de Videla -es decir, del período transcurrido entre el golpe de marzo de 1976 hasta la creación de la figura del “cuarto hombre” a mediados de 1978-. Este retorno al esquema de “excepcionalidad” que caracterizó el primer tramo del gobierno de Videla le permitió a Galtieri contar con una cuota de poder aún mayor que la de sus dos antecesores en el cargo, gracias a la interacción de dos factores. En primer lugar, el nuevo presidente y a la vez comandante del Ejército logró tener bajo su mando a un arma homogeneizada por las “purgas” que el propio Galtieri había efectuado, asegurándose de pasar a retiro a los sectores “videlistas” y “violistas”. (67) En segundo lugar, el nuevo mandatario contó con el apoyo de la Marina, ventaja con la que no contaron ni Videla ni Viola. No obstante, el apoyo naval tuvo un alto precio: el respaldo de Galtieri al viejo proyecto del comandante en jefe de la Armada, almirante Jorge Isaac Anaya, de recuperar por la fuerza las islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur. (68) Pero, si bien a diferencia de la gestión de Videla, el nuevo presidente y comandante en jefe del Ejército contó con la doble ventaja de un Ejército “homogeneizado” o “galtierizado” y el respaldo de la Armada, no tuvo el “cheque en blanco” de los dirigentes políticos y la sociedad civil que sí había tenido Videla. La ascendente protesta sindical, sumada a los reclamos políticos por una salida electoral, llevó a la nueva gestión militar a optar por el camino de la represión y las recetas ortodoxas para afirmar una autoridad ya carcomida en sus bases de sustentación. El tercer gobierno del Proceso adoptó recetas netamente ortodoxas en dos áreas clave: la política económica y la política exterior. En el primer caso, la designación de Roberto Alemann, significó el retorno al enfoque liberal “ortodoxo” de Martínez de Hoz, interrumpido por la “flexibilización” del ministro Lorenzo Sigaut durante la gestión de Viola. Asimismo, el gobierno de Galtieri adoptó una política exterior occidentalista, totalmente identificada con los intereses estratégicos globales de la administración republicana de Ronald Reagan. Ya en su discurso inaugural, el presidente Galtieri sostuvo que En el plano de la política exterior creo conveniente señalar que la situación de Argentina en el mundo no es compatible con posiciones equívocas o grises susceptibles de debilitar nuestra raíz occidental ni con devaneos o coqueteos ideológicos que desnaturalicen los intereses permanentes de la Nación. (69) Para hacer realidad sus palabras, Galtieri designó como canciller a Nicanor Costa Méndez, ex ministro de Relaciones Exteriores del gobierno del general Juan Carlos Onganía, y una figura claramente identificada con el perfil nacionalista y occidentalista del presidente y del comandante en jefe de la Marina, Jorge Isaac Anaya. Además, Costa Méndez contaba con el apoyo de los oficiales de la Fuerza Aérea, por lo que constituía una figura acorde con el objetivo de Galtieri de “homogeneizar” el frente militar. Vale recordar al respecto que en 1978, Costa Méndez había redactado la parte de política internacional de las “Bases políticas de la Fuerza Aérea” -uno de los documentos base empleados para elaborar el programa político de la Junta Militar-; y que en dichas Bases, el ex canciller de Onganía había defendido la inserción de la Argentina en el “Occidente cristiano”. (70) Guiada por este sesgo occidentalista ortodoxo, una de las primeras medidas de la Cancillería fue crear, en enero de 1982, una comisión ad hoc para analizar si la Argentina iba a continuar formando parte del Movimiento de Países No Alineados. Este paso respondía a la sugerencia de algunos militares, entre ellos el agregado militar de la embajada argentina en Washington, general Miguel Angel Mallea Gil, una figura clave del entorno de Galtieri, quien a comienzos de ese año había enviado un informe al presidente, sosteniendo respecto de la participación argentina en No Alineados la necesidad de “iniciar un desplazamiento hacia la periferia, a fin de despegarse y quedar solamente como observadores”. (71) Paradójicamente, la guerra de Malvinas no sólo abortó la posible salida argentina del NOAL. Obligó a un régimen tan ortodoxamente occidentalista como el de Galtieri a recurrir a ese foro multilateral con el objetivo de encontrar aliados en su disputa con Gran Bretaña. Así, el canciller Costa Méndez, a su regreso de la Reunión de No Alineados en La Habana de junio de 1982, sostuvo que la participación argentina en dicho foro obedecía a la necesidad de “invertir, modernizar y actualizar” las alianzas del país y revertir el aislamiento externo impuesto a la Argentina por Gran Bretaña, Estados Unidos y los países europeos. Pero, al mismo tiempo, los esfuerzos de Costa Méndez por definir a la Argentina como un “país atípico”, que no era estrictamente ni del Tercer ni del Primer Mundo, evidenciaron los esfuerzos de la Cancillería por justificar ante la diplomacia militar las razones de un giro adoptado por la fuerza de las circunstancias y no por convicción ideológica. (72) Por último, cabe señalar que en el ámbito de la política exterior, la dupla GaltieriAnaya le encomendó al canciller Costa Méndez la misión de resolver -por las buenas o por las malas- dos temas caros a los intereses geopolíticos de los sectores “duros”: la recuperación de las islas Malvinas y una solución “justa” a la disputa limítrofe con Chile por el Beagle. Repitiendo una tendencia propia del proceso de toma de decisiones del régimen militar, el margen de maniobra del nuevo ministro de Relaciones Exteriores se vio sumamente condicionado por las exigencias de los “halcones”. Ejemplo claro de esto fue el fallido intento de Costa Méndez de condicionar su aceptación del cargo a una promesa del gobierno militar en el sentido de que no se embarcaría en una guerra con Chile. La respuesta de Galtieri a Costa Méndez fue una irónica y contundente advertencia: “Yo llamé a un duro y resulta que ahora vino a verme un blando”. (73) La frustrada (y costosa) guerra de Malvinas contra Gran Bretaña, llevada a cabo por el gobierno de Galtieri, generó un fuerte sentido de oposición de la mayor parte de la sociedad civil hacia los militares, cerrando definitivamente la posibilidad de una transición negociada del Proceso a la democracia. Como consecuencia de una profunda decepción colectiva, los militares en su conjunto pasaron a ser percibidos por la sociedad civil como “responsables” de los “excesos” cometidos por la Junta Militar. Por cierto, la derrota militar logró el objetivo contrario al buscado por Galtieri al embarcarse en la guerra. En consecuencia, se incrementó la presión de los partidos políticos y de los sindicatos hacia la vuelta a un régimen democrático sin ningún tipo de condicionamientos por parte de los debilitados sectores militares. A la vez, en el ámbito militar, la frustrada experiencia bélica exacerbó las diferencias entre las armas. La cooperación entre el Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea, sumamente dificultosa durante todo el Proceso por la coexistencia de rivalidades entre las armas, intereses facciosos y ambiciones políticas personales, se tornó imposible a partir del fin de la guerra. Por cierto, en el balance, la Fuerza Aérea era la que había tenido un mejor desempeño al infligir importantes pérdidas a las fuerzas británicas, mientras que la actuación del Ejército había sido decepcionante. Estas diferencias en la gestión operativa pesaron decisivamente en los conflictos interfuerzas de la etapa post-Malvinas. Tras la renuncia de Galtieri a la presidencia y a la comandancia en jefe del Ejército hacia mediados de junio de 1982, los cuadros de las tres armas comenzaron a acusarse mutuamente por el fracaso de la experiencia bélica. Debido a que fue el arma que menos satisfactoriamente se desempeñó en la guerra, el Ejército sufrió tras la derrota militar el inmediato descabezamiento de sus principales figuras: el hasta ese momento presidente y comandante en jefe Galtieri; el jefe de Estado Mayor, general José Antonio Vaquero, y el secretario general del Ejército, general Alfredo Saint Jean. La comandancia en jefe del arma pasó a manos de otro “duro”, el general Cristino Nicolaides, quien polemizaba con los partidos políticos moderados y muy especialmente con los dirigentes de la Unión Cívica Radical. El nombramiento de Nicolaides, partidario de estirar el plazo de entrega del poder lo más posible, fue un obstáculo insalvable en la convivencia del Ejército con las otras dos armas, deseosas de acelerar una transición política hacia el régimen democrático percibida ya como inevitable. En especial, Nicolaides chocó con el titular de la Fuerza Aérea, brigadier Basilio Arturo Lami Dozo, quien pretendió usufructuar la posición favorable adquirida por su arma durante la guerra para recrear el antiguo proyecto videlista de creación de un partido político adicto al régimen militar. El titular de la Armada, almirante Jorge Isaac Anaya, también se distanció del Ejército, acercándose a la Fuerza Aérea. Como consecuencia del cambio en el equilibrio entre las tres armas que provocó la derrota en Malvinas, los oficiales de la Fuerza Aérea y la Armada decidieron dejar aislados a sus colegas del Ejército y por primera vez en todo el Proceso, tomaron la drástica actitud de retirarse del gobierno. El día 22 de junio de 1982 el Ejército decidió asumir la “responsabilidad de la conducción política”, designando para el cargo de presidente al general (RE) Reynaldo Bignone. (74) El general Reynaldo Bignone fue el encargado de conducir la inevitable transición hacia la democracia. Ya en su primer discurso oficial, pronunciado el 1º de julio de 1982, el último presidente de facto sostuvo que su misión era la de “institucionalizar el país a más tardar en marzo de 1984”. (75) Pero, a pesar del deseo del Ejército de alargar lo más posible los plazos del llamado a elecciones y entrega del poder a las autoridades civiles, ambos se adelantaron, debido a la gran presión de los partidos políticos y del conjunto de la sociedad, que habían optado por el fin del Proceso. Surgida como consecuencia del fracaso de una irresponsable aventura militar, la gestión de Bignone tuvo desde su inicio un margen de maniobra sumamente reducido por las secuelas que la guerra dejó tanto en la sociedad civil como en el ámbito militar. La transitoria disolución de la Junta Militar no fue obstáculo para que durante la gestión de Bignone siguieran los característicos roces entre el Presidente y la Junta, tal como había sucedido en las gestiones anteriores del Proceso militar. Así, existieron serias divergencias respecto de cuestiones claves de la transición como, por ejemplo, la fecha y alcance de las elecciones, la fecha de traspaso del poder a las autoridades civiles, y el alcance de la “concertación” o “diálogo político”. (76) El aislamiento interno y externo de la última administración del Proceso militar se vio exacerbado por la adopción de dos medidas de gobierno que fueron otra causa de discordia entre los miembros de la Junta Militar. Una de ellas fue la firma, por parte de los miembros de la Junta el 28 de abril de 1983, del llamado “Documento Final sobre la Lucha contra la Subversión y el Terrorismo”, que declaró la muerte de todos los desaparecidos. (77) La otra medida polémica fue la sanción, el 23 de septiembre de ese mismo año, de la ley Nº 22.924, denominada de Amnistía o de Pacificación Nacional, que otorgaba una suerte de amnistía tanto a los promotores de actividades terroristas como a los encargados de reprimirlas. (78) Como era de esperarse, estas medidas no hicieron más que generar aún mayor descontento tanto en el ámbito interno como externo. (79) En el plano de la política exterior, el impacto de la guerra de Malvinas obligó a la gestión de Bignone a continuar con el sesgo anticolonialista y tercermundista adoptado por Costa Méndez a partir de la crisis de Malvinas. Con el fin de justificar este discurso ante la propia interna militar, el nuevo canciller Juan Ramón Aguirre Lanari se tomó el trabajo de redefinir el concepto de “Occidente” adaptándolo a las condiciones del contexto post-Malvinas. Según esta nueva definición, (...) Occidente es un concepto cultural y es una filosofía desde el punto de vista de nuestra conformación política. Yo pienso que Occidente significa democracia. Significa una manera de vida que respeta al ser humano y su personalidad. Desde ese punto de vista somos occidentales y estamos trabajando para restablecer la plenitud democrática en nuestro país. Pero ser occidental no significa estar subordinado a ninguna superpotencia, sino practicar determinados valores de acuerdo a nuestro propio imperativo, y tener una buena política independiente manteniendo relaciones con todas las naciones del mundo. (80) Incluso, el canciller Aguirre Lanari respondió a las críticas de los sectores partidarios de que la Argentina adoptara una posición netamente “occidental” y abandonara No Alineados, en los siguientes términos: (...) hay quienes sostienen que la Argentina no debería integrar el movimiento de No Alineados. A ellos les respondo que de ninguna manera yo tomaría una decisión en ese sentido, porque interpreto que a los intereses de la Argentina, les conviene que estemos en ese movimiento. Y les interrogo, ¿de dónde obtuvimos apoyo que no nos dieron algunos otros sectores del mundo? Yo no voy a tomar jamás una decisión en el sentido de alejarnos de No Alineados porque en primer lugar ellos nos apoyaron y además no significa acordar ideológicamente con algunos de sus miembros (...). (81) Esta suerte de “revisión” o “redefinición” de la política exterior por parte del presidente Bignone y su canciller Aguirre Lanari fue respaldada por el ex canciller Costa Méndez, quien rectificaba su pasado perfil “occidentalista” al señalar que “si bien en su momento critiqué la inserción argentina en el movimiento de No Alineados, (...) la Argentina de 1982 no puede retirarse de ese movimiento. (82) A la vez, la Cancillería argentina otorgó una especial prioridad a América latina, actitud explicable por dos razones: el importante respaldo a la posición argentina otorgado por la mayoría de los países de la región durante los días de la guerra con Gran Bretaña, y el papel que estas naciones podían jugar en la batalla diplomática que el gobierno de Bignone estaba dispuesto a emprender para reivindicar, con armas distintas a las utilizadas por Galtieri, los derechos argentinos en Malvinas. Así, en su primer mensaje al país, el presidente Bignone sostuvo que se impulsaría “al máximo” las relaciones “con los países hermanos de Iberoamérica, a quienes tendremos siempre en nuestros corazones por su amistad y solidaridad en los difíciles momentos que hemos vivido recientemente”. Del mismo modo, el canciller Aguirre Lanari sostuvo que América latina “debe ser nuestra primera prioridad, según indica no solamente la historia sino también y muy especialmente, lo demostrado en los últimos días”. (83)