Julián Marías y la técnica FERNANDO SÁENZ RIDRUEJO * J ulián Marías ha sido un hombre de su tiempo y ha utilizado la técnica de ese tiempo con las posibilidades y las limitaciones de sus propias circunstancias. Por ejemplo, tuvo una gran afición a la fotografía, en la que se mostró especialmente hábil, porque ese fue un “lujo” a su alcance. No desdeñó los medios que la técnica le proporcionaba y él se podía permitir. Tecleando con brío en su máquina de escribir eléctrica, nos resulta mucho más moderno que otros contemporáneos, que hicieron una forma de vida de la estilográfica y el velador del café. En cambio, nunca poseyó ni condujo un automóvil, ni nos consta que sintiera su necesidad, porque en la España de la posguerra el coche era un lujo inalcanzable para un escritor que demasiado hacía con llegar al final de cada mes. Cuando, en los años sesenta, hubiera podido permitírselo, era ya demasiado mayor para crearse una necesidad nueva. Si comparamos las posturas de Ortega y de Marías respecto a la técnica vemos diferencias que radican, esencialmente, en los más de treinta años de edad que los separan. Ortega irrumpe en la vida intelectual en un momento de máximo prestigio de la técnica. La aviación está haciendo sus primeros vuelos y el automóvil se extiende entre las capas más favorecidas de la sociedad, de las que el propio filósofo forma parte. En España, frente a las diversiones tradicionales, empieza a instalarse un sentido deportivo de la existencia, en el que la técnica juega un papel muy importante. Ortega se ocupa, espléndidamente, de los toros y de la caza, pero los estudia desde fuera, diría incluso que desde arriba, con mentalidad de antropólogo, nunca de aficionado. La Meditación de la técnica, sin embargo, está hecha desde otra perspectiva. El ingeniero es objeto de las reflexiones de Ortega y Gasset que, para el cumplimiento de su misión ante la sociedad, le exige ser algo más que un mero técnico. El ingeniero que no es más que ingeniero, viene a decir, no es ni siquiera eso. * Doctor Ingeniero de Caminos. A Marías, que madura en los primeros años cuarenta, es poco, y poco ilusionante, lo que la técnica española de esos años le puede ofrecer. Esta diferencia hace que en el hogar del maestro la técnica tenga un prestigio que nunca tuvo en el del discípulo. Recuerda Julián en sus memorias cierta ocasión en que, rebuscando por los puestos de libros viejos de la cuesta de Claudio Moyano, afirma Lolita: “No se cómo encuentras cosas interesantes, yo sólo encuentro colecciones de la Revista de Obras Públicas”. Esto se refleja en un hecho que creo significativo. En el caso de Ortega, su hijo homónimo se encamina hacia la ingeniería, aunque sea una ingeniería atípica, como es la agronómica. No me consta, en cambio, que ninguno de los hijos de Marías sintiera en ningún momento la tentación de encaminar su vida en ese sentido. Es sintomática la postura de Marías ante el cine, un arte que es deudor, en mayor medida que ninguna otra de las bellas artes, de la técnica y al que, gracias a sus recursos técnicos, considera el arte del siglo XX. Pero nunca concede a esa técnica más que un papel auxiliar. Nunca aprecia las películas en que los alardes técnicos ofuscan o sustituyen a lo que realmente le interesa: el argumento, la vida de los personajes y el rostro humano de los protagonistas. En una crónica titulada “El porvenir del cine” afirma: “El cine está ligado a una técnica y nada hay más vertiginoso que la técnica… La técnica primera del cine ha sido ya muy ampliada y superada: sonido, color, relieve, cinerama… Se le puede agregar en el futuro el olor, sensaciones táctiles concomitantes, qué sé yo; pero pensamos si al avanzar la técnica no nos encontramos un día fuera del cine”. No intentaremos rastrear en la extensa obra de Julián Marías las numerosas referencias a la técnica y su influencia en la transformación del mundo, pero sí tomaremos algunos botones de muestra. Quizás sea su encuentro con la sociedad norteamericana lo que le abrió los ojos hacia esa realidad que allí se mostraba poderosa, en contraste con la España de posguerra. En Los Estados Unidos en escorzo, libro gestado a raíz de su primer viaje, que data de 1951, no dejan de aparecer, aunque sea incidentalmente, referencias a los recursos técnicos de ese dinámico país. El autor se asombra ante la abundancia de objetos que inundan la vida norteamericana, descubre la civilización de consumo, la fabricación en serie y, en definitiva, la industria y la técnica. Especialmente lúcido es su análisis del tremendo impacto de la televisión en la sociedad americana. Observa cómo, a pesar de los pocos años transcurridos desde su implantación, la pequeña pantalla está cambiando los hábitos de la gente e, incluso, el estilo oratorio de la clase política. Sus observaciones podrían ser de aplicación para algunos de nuestros políticos que todavía parecen ignorar los recursos, las exigencias y las servidumbres de este poderosísimo medio. Tal vez las meditaciones más interesantes de Marías sobre la técnica estén en “La energía y la realidad del mundo”, un ensayo que data de 1960 y que se incluyó luego en El tiempo que ni vuelve ni tropieza. Si no estoy equivocado, la génesis de este estudio está en una conferencia que se le encargó con motivo de la Conferencia Mundial de la Energía, que tuvo lugar en Madrid ese mismo año. Mi hermano Clemente tuvo algo que ver en el encargo y en la acepción por parte de Julián, tan reacio siempre a implicarse en actividades que pudieran interpretarse como un reconocimiento de la España oficial. La tesis de este ensayo es que el abaratamiento de la energía y la generalización de su uso, al ampliar nuestras posibilidades de viajar y conocer el mundo, no sólo han cambiado cualitativamente nuestra percepción del mundo sino su misma realidad. Pone allí el ejemplo de las docenas de personas con las que se ha encontrado, dentro de un mismo año, a ambos lados del Atlántico. Es algo que, hasta la segunda mitad del siglo XX, hubiera resultado impensable y que ha ensanchado nuestros horizontes. A América algunos emigraban y unos pocos, al final de su vida, volvían; pero no existía la posibilidad de que muchas personas contemplaran, casi simultáneamente, la realidad del mundo desde las dos orillas. Y no es de extrañar que a Marías le atraiga esta posibilidad. Enfocar la realidad desde perspectivas diferentes, rodeándola y aprehendiéndola en su totalidad, es una característica de su metodología filosófica. Sobre la eclosión de la energía en el mundo volvería a tratar bastantes años más tarde, hacia 1975, en una conferencia dada en el entonces llamado Instituto de Ingenieros Civiles. Siempre fue Marías contrario a la publicación de sus conferencias —improvisaciones bien preparadas, las llamaba— y no se ha conservado el texto de aquella, que recuerdo espléndida. En otras ocasiones las conferencias han versado sobre asuntos que tenía en el telar; en esa ocasión rescató y actualizó el tema a petición de, y creo yo que como apoyo a, Ramiro Cercós, un ingeniero soriano que acaba de ser nombrado, por sufragio universal de todos los ingenieros españoles, presidente del Instituto y que en aquellos momentos de ilusionada apertura, estaba sufriendo el acoso de los sectores más conservadores del régimen, agrupados en lo que, con terminología de la época, se denominaba “el bunker”. También relacionada con su querida Soria es otra batalla técnica en la que quiso implicarse. En 1978, participó, aportando las necesarias dosis de cordura, en la campaña suscitada a causa de la Variante Sur de Soria, una carretera de circunvalación que pretendía profanar los paisajes machadianos de las orillas del Duero en San Saturio. Era un debate técnico, pero no sólo técnico y Julián Marías procuró enterarse bien de que había soluciones alternativas a aquella variante. Cuando estuvo convencido, escribió en El País del 10 de agosto un excelente artículo titulado “Entre San Polo y San Saturio” en que pedía que, si Soria necesitaba un puente para sustituir al largo puente “de los ocho tajamares”, se construyese, pero en otro lugar. Aunque poco amigo de descender a las polémicas periodísticas, ante la larga réplica del alcalde, que suponía que Marías había escrito “de oído, en un paseo con viejos amigos”, el 26 de agosto, en vísperas de partir para Estados Unidos, contestó con otro titulado “Destrucción y creación”, en que reivindicaba su conocimiento del asunto. Afirmaba haber visto con minuciosidad un inmenso plano en que se detallaba el proyecto y concluía con una frase que hizo fortuna: “Soria necesita un puente, pero no un error”. Ese “inmenso plano” había sido dibujado por Clemente y fui testigo de la minuciosidad con que Julián lo examinó, en el jardín de mi casa, mirando, preguntando, intentando hacer lo que había hecho siempre: entender y formarse una idea precisa, para darse razón a sí mismo y dar razón a los demás. La postura de Marías, que obtuvo el apoyo de instituciones como la Real Academia Española, sirvió para movilizar muchas opiniones solventes y contribuyó a que aquella obra no se hiciera. Inmediatamente posterior a esta intervención es un libro titulado La justicia social y otras justicias (Colección Austral, 1979), en el que se recogen varios ensayos sobre los medios de comunicación social, la función de la técnica, la energía nuclear y los computadores. No tengo a mano este libro, pero sí otro con el que está directamente relacionado. Cara y cruz de la electrónica es un pequeño libro, fruto de las meditaciones que Marías dedicó a este asunto, entre 1981 y 1982, cuando, para su sorpresa, el ministro Ignacio Bayón, que conocía el anterior, le rogó que se integrase en una Comisión dedicada al análisis de un Plan Nacional de Electrónica e Informática. Visto con veinticinco años de perspectiva, asombra la claridad con que detecta las posibilidades y avisa de los problemas que se han suscitado más tarde y que él plantea en un momento en que los ordenadores, rudimentarios, estaban poco generalizados y ni internet ni el teléfono móvil habían hecho su aparición. Tras analizar la evidente ampliación de posibilidades que la electrónica nos aporta, en almacenamiento de la información, en comunicación personal y en ahorro de esfuerzos, señala los riesgos de automatización del saber, de cuantificación de los problemas y de simplificación de las cosas complejas, con la consiguiente disminución del espíritu de investigación, al difundir la falsa idea de que “todo está en el ordenador” (Ahora diríamos “todo está en la red”). Señala también Marías como negativos los elementos de juego y la infantilización que los ordenadores acarrean, pero esto, con ser cierto, merece una apostilla. Muchos de los avances técnicos a lo largo de la historia se han debido a la curiosidad y al carácter “infantil” de genios como Leonardo, Pascal, Franklin o nuestro La Cierva. Quienes conocen las facultades americanas de matemáticas saben bien que la mayoría de los progresos teóricos, que luego se han traducido en progresos prácticos impensables, han partido del espíritu lúdico de algunos estudiantes, no necesariamente conceptuados como los más brillantes. Entre tantos aciertos y anticipaciones, hay un vaticinio de Julián Marías sobre la capacidad transformadora de la técnica que, al menos de momento, no se ha cumplido. Me refiero al rápido desarrollo de nuevos sistemas de abastecimiento energético que liberen al planeta de la servidumbre del petróleo y demás energías fósiles. Podemos encontrarlo dentro de La España real, un libro que ejerció en su día una enorme influencia, ayudando a la recuperación de España por los españoles, en los meses inmediatamente anteriores y posteriores a la muerte de Franco. En ese libro, dentro de un capitulillo llamado “la otra alternativa”, se inserta un artículo que lleva por título “El Sputnik de la energía”. Recuerda allí el reto que para la técnica occidental supuso el lanzamiento, en 1957, del primer satélite artificial soviético y cómo doce años más tarde aterrizaba en la luna una nave tripulada. Del mismo modo, creía Marías que la crisis del petróleo de 1973 representaría un reto que haría posible la obtención, en un plazo de tiempo similar, de una fuente de energía barata e inagotable. Se refería, sin duda, a la fusión nuclear que hoy, seis lustros después —no estoy seguro de si por sus enormes dificultades técnicas o por interferencia de los, también enormes, intereses creados— sigue siendo una asignatura pendiente. En cualquier caso, el escrito revela una enorme fe en la capacidad de la técnica y una fe, tal vez excesiva, en la racionalidad del mundo occidental, cuyo progreso manifiesta, cada vez más, los mismos meandros y rodeos que él supo ver tan sagazmente al estudiar la evolución histórica de España. Los que estamos contagiados del optimismo existencial de Julián Marías hemos de pensar que el tiempo, como decía Quevedo, “ni vuelve ni tropieza” y que, en este y en tantos otros asuntos, la humanidad progresa —dando rodeos, pero progresa—. La técnica que, según afirmaba Albert Dou, es inocente, servirá de apoyo a ese progreso, siempre que sepa mantenerse en el nivel subalterno que Marías la asignaba, sin pretender un protagonismo que no le corresponde.