Ronald Wilians

Anuncio
Ronald
Wilians
Juan Carlos Paniagua Perea 3ºE
25 de octubre de 1923:
Hijo del alemán Jim Wilians y la judía Dina Helifed, Ronald Wilians era todo lo que un
alemán podría desear; era alto, apuesto, esbelto, rubio, de ojos azules... Nacido en una
familia acomodada, se le profetizaba un futuro largo y feliz.
31 de enero de 1924:
Un chirrido, seguido de un derrape; un grito de sorpresa ahogado por el sordo ruido de
una colisión, un estremecimiento, un quejido lastimero. La somnolencia impidió a
Ronald vislumbrar los acontecimientos, otro ruido, una explosión... y silencio; solo
oscuridad y silencio.
Se habló de ello por mucho tiempo: La tragedia de la familia Helifed, de la que solo
escaparon el pequeño Ronald y su madre Elena.
Años después:
Ronald Wilians; nazi violador, nació el 31 de octubre de 1919 en Hannover, vivió toda
su vida en Alemania, mas no siempre fue un sicario sin conciencia, de pequeño
regentaba junto a su madre divorciada un pastelería en Hannover. Esta feliz y tierna
infancia albergó a Ronald hasta los 13 años, edad en la que de acuerdo con la costumbre
familiar, su padre (el cual volvió de la nada) lo ingresó en una academia militar. Allí, en
aquel sucio estercolero disfrazado de academia militar, Ronald abandonó
definitivamente su tierna inocencia infantil, para conocer los extremos más obscenos
del ser humano. Con nada menos que 15 años, en 1934 presenció el comienzo de la
limpieza del país de todo aquel que no perteneciese a la “raza superior”, esto para
suerte de Ronald no afectó en absoluto a su persona ya que su padre se había asegurado
de limpiar todo detalle que los uniese a la familia Helifed, quedando a Ronald como el
bastardo del resultado de un simple desliz del viejo Wilians con una de las muchas
mujeres que residían en los burdeles de Hannover.
En la violenta, cruel y extredmadamente pobre academia militar donde creció Ronald
Wilians, conoció el hambre y la desesperación, así como a sobrevivir y a matar.
Uno de los escasos días que la difusa y confundida memoria de Ronald llegó a recordar
fue el 7 de julio de 1940, en el que su padre lo sacó de la academia con 19 años; Ronald,
que en su joven vida habría visto a su padre apenas diez horas, tras el divorcio de sus
padres, en las que Jim únicamente se dedicaba a asegurarse de que su descendencia
seguía viva; se asombró enormemente cuando lo vio aquel día. Mas aun fue mayor su
asombro cuando vio a su madre en el calabozo de la gendarmería a la que le había
llevado su padre, aún así ninguno de estos acontecimientos significaron nada en
comparación a lo que aconteció instantes después:
Ronald Wilians sintió en la mano el frío tacto del metal de la pistola que le entregaba su
padre, y con ella los ladridos del cruel Jim:
–Ronald, ¡mátala!-
Otro bramido siguió a este:
-Ronald, ¡MÁTALA! ¡YA!Wilians no reaccionó, su mente trabajaba a toda potencia, mas no pudo asimilar los
acontecimientos que estaban sucediendo, únicamente se quedó quieto observando;
escuchando el sonido que produce la fría y afilada hoja de la guadaña de la parca al
cortar el aire; viendo como del cuerpo de lirios blanco labrados por la oscuridad que
pertenecía a su madre florecía una rosa roja en el tramo de la frente; vio como su cuerpo
carente de vida se desplomaba sobre el duro suelo conteniendo aun una la expresión de
sorpresa por ver a su añorado hijo.
Así fue como Ronald Wilians perdió todo rastro de conciencia, humildad y bondad.
Ante la fría sonrisa de la muerte, todos sus sentimientos desertaron de él como lo hace
un soldado hastiado de la guerra.
Ronald jamás odió a su padre por lo que había hecho, ni aun cuando dos años más tarde
reunió motivos suficientes para matarlo, jamás lo odió, como tampoco odió a ninguna
de sus otras innumerables víctimas. No estaba en su mano el elegir odiar, pues tiempo
antes se le había obligado a renunciar a todo tipo de sentimiento.
En la vida marginal de Ronald Wilians nunca hubo conciencia, y como consecuencia
tampoco hubo odio ni amor, este era para él hasta el momento un terreno totalmente
desconocido.
Finalmente, con 22 años, Ronald Wilians acabó con un puesto de guardia en el campo
de concentración femenino de Birkenau. Allí, el 4 de Abril de 1943, en una de sus
muchas vistitas a los calabozos en compañía de todo tipo de escoria, que como él
buscaban diversión, conoció a Elena Vilenier (nombre otorgado por los sucios papeles
de los archivos de Birkenau), judía de 23 años de edad que tenía el “privilegio” de
residir en la apacible fábrica de cadáveres humanos de Birkenau. Como muchas de las
otras presas fue violada por Wilians innumerables veces, con la extraordinaria
diferencia de que esta consiguió despertar en Wilians un sentimiento que llevaba ya
demasiado tiempo dormido. En su ignorancia sentimental, Ronald confundió esta nueva
emoción con lujuria. En consecuencia, para desgracia de Elena, Ronald aumentó
considerablemente sus vistas a la celda compartida de Elena Vilenier. Durante varias
semanas de continuo hostigando, preso de una conciencia hasta ahora extraviada y
desconocida que le acusaba de aprovecharse lasciva y e injustamente de Elena, Ronald.
terminó alejándose de los calabozos durante una larga temporada. Tras llevar una vida
fría y carente de cariño, la desequilibrada mente de Wilians terminó por desbaratarse
completamente ante el amor que sentía hacia Elena Vilenier.
Tras conseguir ordenar sus recientemente descubiertas emociones y sentimientos,
Ronald volvió a visitar a Elena Aunque ahora la trataba con cariño y ternura, ella se
entregaba a él dudosa, con miedo y temor debido a las palizas recibidas con anterioridad
como respuesta a la desobediencia.
Pasaba el tiempo y Ronald se volvía cada vez más sobreprotector con Elena, llegó
incluso a recibir una considerable paliza por parte de sus camaradas, los cuales no
comprendieron o no quisieron entender la sobreprotección que extendía Ronald sobre
Elena; aun así este intento de heroicidad no cambió en absoluto la opinión de Elena
sobre Ronald, pues tomó esta sangrienta trifulca por una pelea por la mercancía.
Pasaron meses y meses, con ellos las estaciones y con ellas aumentó la crueldad hacía
las presas de Birkenau.
Ronald no fue nunca capaz de expresar lo que sentía por Elena, y aunque lo hubiese
conseguido el miedo que ella sentía hacia él le habría impedido corresponderle. Aunque
ahora, la escoria entre la escoria, los sicarios que deambulaban Birkenau ya no la
molestaban, Elena nunca sería capaz de amar a un nazi.
Elena empezó a servir como cobaya para los experimentos nazis el 7 de Enero de 1944.
Ronald, preocupado, pidió amablemente que no se experimentase con ella, mas tarde lo
suplicó y finalmente amenazó a varios científicos, con lo que se le obsequió con varias
semanas en los calabozos. Tras estos frustrados intentos de salvar el futuro nefasto de
Elena Vilenier, Ronald empezó a tramar un alocado plan con el objetivo de salvarla de
la cercana parca que visitaba diariamente los laboratorios de Birkenau.
El 23 de Febrero de 1994, en una de sus visitas diarias a la celda de Elena, Ronald fue
recibido por la ausencia de su amada, entre gritos y amenazas consiguió sonsacar a las
confusas compañeras de Elena las suficientes palabras para encaminarse a los
laboratorios. Allí, tras abrir bruscamente la puerta, encontró entre otros muchos el
cadáver de Elena Vilenier, frente a la fría y burlona sonrisa de la muerte; en un arrebato
de ira y desequilibrio mental y sentimental, Ronald dio muerte en la fabrica de
cadáveres de Birkenau a dos guardias, tres científicos y tres cobayas judías antes de ser
destrozado por una metralleta, todos escogidos al azar, todos escogidos por un demente.
Así murió Ronald Wilians, nazi resentido y sentimental, murió en la flor de la vida, con
el corazón roto y sonriendo a la muerte.
Descargar