NARRATIVAS SOBRE EL AMOR EN LA JUVENTUD RURAL Ana Vicente Olmo, Abstract/resumen:

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NARRATIVAS SOBRE EL AMOR EN LA JUVENTUD RURAL
Ana Vicente Olmo, [email protected]
Abstract/resumen: En esta comunicación se defiende el interés y la pertinencia de
acercarse a “lo narrativo” desde y para la sociología y se hace una propuesta de cómo
se puede llevar a cabo este cometido a través de una distinción conceptual que
diferencia lo que he llamado “Narrativas con mayúscula” y “narrativas con minúscula”
y la narratividad como práctica por la que imputamos sentido a las experiencias vividas.
A continuación, se aplica este acercamiento teórico al análisis de las narrativas
generadas en 7 entrevistas llevadas a cabo en el medio rural a jóvenes de 25 a 28 años
sobre las relaciones de pareja y el amor.
Palabras claves :narrativa, narratividad, sentido, amor y relación de pareja
1. UNA APROXIMACIÓN SOCIOLÓGICA A “LO NARRATIVO”
Antes de adentrarme en el análisis del material cualitativo que compone el corpus de
esta comunicación resulta conveniente señalar a qué me estoy refiriendo cuando hablo
de “lo narrativo” y qué incluyo en esta amplia etiqueta; y es que pese a que narración
es un término conocido,
comúnmente utilizado en el lenguaje ordinario,
conceptualmente nos resulta algo esquiva (White, 1992: 29). Por tanto, trataré de
explicar qué son las narraciones, en qué se diferencian de otras formas de discurso y
otros modos de organizar la experiencia, qué funciones pueden desempeñar y el por qué
de su poder de atracción sobre la imaginación humana (Bruner, 1991: 55).
1.1.El amplio campo de “lo narrativo”: la práctica de la narratividad, “Narrativas
con mayúscula” y “narrativas con minúscula”
Es preciso aclarar antes de empezar que existe una forma de utilizar los conceptos
relacionados con lo narrativo muy heterodoxa: narrativa, narración, narrar, narratividad
o palabras como relato o trama son utilizados por los autores no siempre de la misma
manera, lo que dificulta en determinados momentos entender con precisión las
diferencias entre unos planteamientos y otros o la propia distinción conceptual. Lo que
pretendo en este trabajo es avanzar una propuesta terminológica que contribuya a
esclarecer o al menos a hacer operativo este baile de términos en el caso de las
narrativas amorosas de jóvenes en el entorno rural como muestra y reivindicación de la
pertinencia de abordar lo narrativo desde un acercamiento sociológico.
Comenzaremos por la cuestión de la narratividad. Hay formas de representación que no
son narrativas, pero en numerosas ocasiones tratamos de imponer la forma de un relato
a los acontecimientos y esta acción es precisamente narrativizar (White, 1992:18). La
producción de un discurso en el que los acontecimientos parecen hablar por sí mismos,
especialmente cuando se trata de episodios que se identifican explícitamente como
reales en vez de imaginarios (como en el caso de los relatos biográficos amorosos que
aquí abordaremos), tiene una serie de implicaciones que no debemos pasar por alto.
Sergio Visacovsky lo resume así: “la identidad y secuencialidad de los eventos pasados,
¿reside en la naturaleza de los eventos mismos, o es la tarea activa de un sujeto o
conjunto de sujetos los que los convierte en secuenciales, por tanto, en eventos
narrados?” (2004:152).
A través de una síntesis de los elementos heterogéneos de la experiencia la narrativa
juega un lugar clave en la imputación de sentido a la práctica humana (McNay,
2000:86), y esta interpretación narrativa de la experiencia muestra la naturaleza
inherentemente simbólica de la acción. Por todo ello el impulso a narrar ha sido
señalado por distintos autores como una propiedad humana universal (Jameson, 1989;
Bruner, 1991; White, 1992; McNay, 2000), que surge a partir de nuestra experiencia en
el mundo y nuestros esfuerzos por hacerla inteligible (White, 1992: 17).
Un requisito estructural del hacer humano ligado a este papel de la narrativa en la
organización de la experiencia es que nos orienta, nos identifica y nos ubica, de forma
que esa “búsqueda” que marca el entendimiento de la experiencia y la vida toma la
forma inevitable de narrativa (Taylor,1996: 68); es, en otras palabras, la comprensión
que tengo de mi vida como una historia que se va desplegando (Taylor, 1996: 64). Las
historias se relacionan necesariamente con lo que es socialmente valorado, apropiado. A
través de las narraciones cabe por tanto indagar los límites de la legitimidad social
(Bruner, 1991: 62) sin desconsiderar su potencia creativa.
Cabe aquí enumerar otra de las características que Bruner atribuye a las narraciones.
Según este autor la narración está especializada, entre otras cosas, en la elaboración de
vínculos entre lo excepcional y lo corriente. La viabilidad de una cultura radica en su
capacidad para resolver conflictos y negociar los significados comunitarios, y ahí es
donde la narración juega un papel fundamental porque estos son posibles gracias al
aparato narrativo del que disponemos para hacer frente simultáneamente a la
canonicidad y la excepcionalidad. Nuestro sentido de lo normativo se alimenta de la
narración pero sucede lo mismo con nuestra concepción de la ruptura y lo excepcional,
pues las historias contribuyen a atenuar la realidad (Bruner, 1991: 99).
Pero como se habrá podido leer en el título de este apartado, en mi propuesta distingo,
además de la narratividad como ese impulso inherentemente humano por el que
dotamos de sentido a la experiencia, las “Narrativas con mayúsculas” de las “narrativas
con minúsculas”, y es preciso decir algo más sobre esta distinción. Lo que he
denominado “Narrativas con mayúsculas” (que a partir de ahora en ocasiones llamaré
sólo Narrativas), es una forma de nombrar lo que otros autores llaman meta-narrativas
(McNay, 2000) y haría referencia a un concepto de Narrativa cercano a lo que en
ocasiones se suele conocer como “narrativas culturales”: esas narrativas en sentido
amplio que en no pocos casos se podría equiparar a lo comúnmente conocido como
“discursos sociales”. Se trata de meta-narrativas culturalmente sancionadas que forman
los parámetros de la autocomprensión y que influyen y limitan las identidades y
autonarrativas (McNay, 2000:93), es decir, lo que yo he llamado
“narrativas con
minúsculas” (me referiré a ello en ocasiones sólo como narrativas). Es precisamente
esta conexión entre unas Narrativas y otras lo que yo quiero resaltar en mi propuesta y
por ello quizás este juego terminológico resulte más sugerente que un concepto de
discurso social en el que la mediación entre lo macro y lo micro queda más desdibujada.
1.2.La pertinencia de una aproximación sociológica a “lo narrativo”
La historia, los estudios culturales y la literatura se han acercado en mucha mayor
medida a las narrativas que la sociología (McNay, 2000: 81), pero tal y como ya se ha
ido dejando a entrever, desde aquí defiendo la propuesta de que la sociología y la teoría
social deben y pueden acercarse a las mismas, si bien no de cualquier forma. Si
entendemos la narratividad como actos de significado y construcciones de sentido
inherentemente humanas, y si la acción es inteligible en la medida que reconstruimos su
sentido, por mucho que esto sólo se pueda hacer de una forma parcial (Casado,
2002:91), es bastante evidente y sensato afirmar que será tarea de la sociología
reconstruir los sentidos y relaciones entretejidos en las narrativas, máxime si se hace
sociología desde un prisma más comprensivo que descriptivo.
McNay recupera el trabajo de Ricoeur sobre la narrativa porque éste permite una
consideración de los procesos de subjetivación en términos de una concepción dialógica
de la temporalidad, lo que en última instancia evoca un papel más activo de la agencia
(2000:27) al incorporar una explicación del por qué y cómo una noción de coherencia
de la individualidad es necesaria y está mantenida en la formación del sujeto (2000:74).
Por otro lado, al señalar el carácter ontológico de la narrativa se hace hincapié en la idea
de que la acción social es inherentemente simbólica. Todas las acciones y experiencias
son susceptibles de ser interpretadas, y es aquí, en este proceso de interpretación, donde
las narrativas adquieren su centralidad al permitirnos replantear la relación entre
ideología y prácticas, una relación que ha sido frecuentemente conceptualizada en
términos de distorsión (McNay, 2000:94), de ahí los recelos hacia las narrativas por
parte de las Ciencias Sociales. En la vida no hay una división sencilla entre los relatos y
la historia biográfica sobre los que versan los mismos porque todas las historias se
narrativizan al resumir y seleccionar una serie de eventos y sentidos más amplios
(Stanley, 2008: 444). La estructura narrativa de la identidad del yo no es ni auténtica ni
ideológica sino que es el fruto de una inestable mezcla de hecho y fabulación (McNay,
2000:94).
El proceso de interpretación del sentido del yo es una parte esencial del sujeto y su
subjetividad. Esta interpretación activa y constante de su propia experiencia que llevan a
cabo los agentes sociales permite ver que los individuos no absorben de una forma
pasiva las determinaciones externas (McNay, 2000:76); la coherencia del yo no es
mero resultado o efecto de imposiciones sino fruto de un proceso activo de
configuración por el cual los sujetos intentan hacer sentido de la temporalidad de su
existencia, siendo la narrativa el medio privilegiado de este proceso (McNay, 2000:27),
tal y como trataré de ejemplificar a través del análisis de la relación entre las Narrativas
con mayúsculas y las narrativas con minúscula sobre al amor que desarrollan los
jóvenes entrevistados.
Terminaré este apartado haciendo una última puntualización para acercarse desde
planteamientos sociológicos a la narratividad y las narrativas. Es preciso poner en
primer plano la importancia de analizar lo narrativo de una forma dinámica e
íntimamente ligada al contexto social y las prácticas donde aflora (De Lauretis, 1992) ,
pues de lo contrario se corre el riesgo de hacer una interpretación literaria o lingüística
del texto donde el contexto se congela y las funciones narrativas y retóricas se extreman
(Alonso, 1998: 205). Tal y como explica Vicouvsky (2004) en su interpretación de
Bakhtin , las narrativas deben ser vistas como prácticas sociales que siempre tienen una
fuente productiva dialógica y contextual y no sólo textual, que sería el aspecto en el que
más se centraría la narratología.
2. NARRATIVAS AMOROSAS DE LA JUVENTUD EN EL ÁMBITO RURAL1
2.1.Aclaraciones metodológicas y contextuales preliminares
El análisis que se presenta en esta comunicación está basado en 7 entrevistas, 4 a chicas
y 3 a chicos, llevadas a cabo en un pueblo capital de comarca en la provincia de
Guadalajara con una población inferior a 5.000 habitantes. Las características de los y
las entrevistadas son las siguientes: todos/as tienen entre 25 y 28 años y la mayoría ha
nacido en el propio pueblo o algún otro de alrededor, donde han vivido toda su infancia
y juventud hasta el momento en el que comienzan los estudios universitarios , habiendo
regresado al entorno rural tras la finalización de los mismos. En cuanto a su perfil
socioeconómico, la mayoría son hijos/as de personas con estudios primarios o
secundarios que son pequeños propietarios o trabajadores del sector primario.
Por el tema que nos ocupa es pertinente indicar que en el momento de realización de las
entrevistas 2 de las chicas y 2 de los chicos tienen pareja estable desde hace un tiempo
largo, una de las chicas está empezando una relación y las últimas dos personas, una
chica y un chico, no tienen pareja, mantienen relaciones sexuales de forma esporádica y
ambos han tenido una experiencia de pareja larga que terminó hace algún tiempo. En
casi todos los casos sus parejas son del mismo pueblo o alrededores, pero varias viven
fuera por estar estudiando o trabajando en la ciudad. Ninguna de las personas
1
Reservo para la exposición oral que se realizará en el congreso el análisis de los
elementos . que vinculan las narrativas y prácticas de estos jóvenes al contexto rural por
las limitaciones de espacio existentes. No obstante, no quiero dejar de señalar que
considero que el estudio de las narrativas amorosas en el ámbito rural puede resultar
especialmente interesante para testar las tensiones que a día de hoy se reconocen en las
prácticas amorosas y de pareja por tratarse de un contexto social en el que el
tradicionalismo y el peso de la norma social es más explícito, resultando por ello
quizás estas tensiones más visibles o reconocibles.
entrevistadas convive con su pareja de forma regular y en el caso de los que la pareja
vive en el ámbito urbano los encuentros se reservan al fin de semana y vacaciones.
En el siguiente subepígrafe analizo el material empírico producido diferenciando varias
Narrativas con mayúscula que conforman el imaginario
colectivo y el universo
simbólico que envuelve al amor y las relaciones de pareja en la juventud.
2.2.La relación entre Narrativas con mayúsculas y narrativas con minúsculas
En las entrevistas analizadas se aprecian cuestiones interesantes sobre las relaciones
establecidas por los sujetos con las Narrativas amorosas con mayúscula y cómo esa
negociación genera distintas narrativas con minúscula. En conexión a los autores que
afirman que el amor romántico detenta una posición importante como marco de
referencia de las relaciones erótico-afectivas de pareja de la modernidad occidental
(Stacey and Pearce, 1995; Beck y Beck-Gersheim, 1998; Redman, 2002; Roca, 2008;
Herrera, 2010; García Selgas y Casado Aparicio, 2010), una de las líneas de utilizadas
en el análisis de las Narrativas amorosas de la juventud es la trazada alrededor del amor
romántico y las tensiones que lo atraviesan. No puedo extenderme en una definición
más precisa de lo que se entiende por amor romántico; bastará con trazar de forma muy
resumida algunas de las características del ideal romántico y de los mitos asociados a
este modelo sociocultural que ofrece pautas sociales y psicológicas para la interacción
afectiva. Algunos de sus rasgos son: pruebas de amor y sacrificio por el otro/a, inicio
marcado por un enamoramiento y fusión intensas, expectativas mágicas (por ejemplo
la idea de la media naranja o de la pasión eterna y que el amor todo lo puede), fidelidad
como resultado de que el amor es algo exclusivo entre dos personas etc. (Yela, 2003;
Sanpedro, 2009). Pero también es posible advertir, tal y como nos recuerda Illouz, que
además de la concepción más pasional del amor el imaginario romántico se caracteriza
precisamente por el intento de fusión de este amor más pasional e idealista con otro
marcado por ideas como la estabilidad y el compañerismo. Las estructuras narrativas
idealista y realista se insertarían en dos metáforas o arquetipos que se entremezclan en
el amor romántico: el del amor como una fuerza intensa que todo lo consume y el del
amor como una ardua labor o trabajo (2009: 256).
En las narrativas de las y los entrevistados se atisban rasgos de este amor romántico
pero también las dudas y distancias que éste genera, las formas dispares en las que se
apropian del mismo,
a veces abrazándolo, a veces distanciándose o incluso
rechazándolo en ocasiones. Esta cuestión ha sido constatada por otros investigadores.
Stacey y Pearce afirman que los discursos sobre el amor están compuestos por
diferentes fuentes textuales y culturales que pueden competir entre sí, lo que da como
resultado en un buen número de casos un discurso plural (1995: 27). Efectivamente, los
sentidos articulados por estos jóvenes procedentes del medio rural alrededor del vínculo
amoroso no son uniformes o unívocos, pues recurren a diferentes esquemas culturales y
narrativas para explicar, elaborar y orientar sus prácticas de pareja, quedando fácilmente
visibles ciertas contradicciones o la adhesión irregular y plural a distintos repertorios de
sentido (Swidler, 2001; Illouz, 2009), desde algunos más románticos a otros más
cercanos a lo que Giddens (1995) asocia al nuevo ideal amoroso del amor confluente.
Una de las cuestiones que aparecieron de manera recurrente en las entrevistas es la
referente a la pasión, sobre todo por parte de las chicas. Para casi todas ellas el tema de
que este componente se pueda terminar o se haya reducido en sus relaciones es algo que
les preocupa y que les ha llevado a desarrollar estrategias y prácticas de evitación de la
rutina y la monotonía, desde hacer viajes a lugares que escapen al espectro de lo
cotidiano a poner en prácticas ciertos juegos en relación sexual:
“A mí la pasión me parece importante, me parece muy importante porque es lo que
mueve también la relación, tienes pasión, tienes ganas de hacer cosas , tienes ese
sentimiento, entonces sí que, cuando empieza a bajar la pasión, al final todo se
vuelve muy gris. Entonces es más bonito que haya pasión, intentar recuperar la..,
jo, yo he hecho un montón de cosas para intentar, me he vestido de, de cosas…He
hecho cosas de, “en mi vida yo haría esto” o sea “yo no le voy a hacer un striptease
a un muchacho”, pues yo al final he hecho striptease a mi novio para ver si volvía
la pasión o si…” (Mujer, 28 años).
“En la parte final yo sobre todo me di bastante cuenta de que no…no sentía lo
mismo por esa persona, no…mm…no me despertaba, digamos, ese…el fuego ese
interior” (Varón, 25 años).
Los cambios percibidos con respecto a los comienzos de la relación y el percatarse de
que ésta se va enfriando genera dudas e influye en las prácticas y decisiones sobre la
relación de estos jóvenes, en los “cuentos” que se cuentan para entender y encajar lo que
les va pasando. Son narrativas con minúscula en las que se negocian algunos rasgos de
esa Narrativa mayúscula romántica sobre un amor vivo y constante:
“Yo, a veces, no sé si son paranoias mías o…es normal, digo: ¿esto es normal, le
pasa a todo el mundo? Cuando llevas muchos años, pues…la relación cambia
o…me lo cuestiono mucho. Es una duda que tengo yo” (Mujer, 26 años).
En algunos casos estas dudas se mantienen largo tiempo, pero en esta conversación con
los modelos e imaginarios, en esta forma de negociarlos, los mismos contribuyen a
tensar algunas cuestiones y a sembrar efectivamente inseguridades:
“La verdad que mi relación ha cambiado mucho de cuando empecé a ahora,
porque cuando empiezas, pues estás en la tontería esta de…más ilusionada, hay
más romanticismo, más pasión, más…luego caes en la rutina, que es el punto
donde estoy yo ahora. Entonces bueno, con la rutina, a veces dudas…del amor,
dudas si…si está el amor vivo ahí” (Mujer, 26 años).
Otras veces las distancias con este amor romántico son mayores y más rotundas y se
generan unas narrativas con minúsculas marcadas por el escepticismo. En consonancia
con lo apuntado por Illouz (2009), no es extraño encontrar entre determinados grupos
cierto cuestionamiento irónico del carácter absoluto de la retórica romántica:
“Pero yo es que lo veo todo como tan… surrealista, porque luego realmente
ese…ese amor, en la realidad creo que no existe, o sea que…que al principio,
como todas las relaciones, sí, pero una vez que ya llega tu estabilidad, o
empiezas a tener hijos, yo creo que todo eso se va apagando” (Mujer, 26 años).
“No es real porque el amor es rudo, el amor es algo que…que no es flores. El
amor es vivir, el amor es estar, el amor es…compartir, incluso discutir…[…]
para mí el amor sí que es dar…por otra persona lo que sea…” (Varón, 27 años).
En esta última cita vemos como este chico se aleja y no hace suyas algunas de las
características asociadas a lo romántico, quizás las más idealistas; pero en cambio recrea
esa noción de amor como sacrificio sin límites o miramientos por el otro/a, al igual que
en el relato de esta chica:
“El amor creo que es el dar… el dar sin condición y sin mirar […] querer de
una forma sincera, de no mirar.. nada, solamente lo que yo siento y como yo
siento esto, voy a hacer esto y no me importa que tú no lo hagas, que tú no lo
veas, que tú nunca te enteres porque yo lo tengo que hacer; yo creo que es
algo… es un sentimiento.., es el sentimiento más bonito y que más dolor te
causa.. y el más triste, muchas veces pero cuando.. todo va bien es, es uno de los
que mueve el mundo” (Mujer, 28 años).
Pese a que algunas personas entrevistadas al reflexionar sobre las fuentes de las
representaciones del romance y del amor se distancian de ellas y las califican de irreales
o fantasiosas acercándose así a un ideal de amor más realista (Illouz, 2009), en otro
momento de las entrevista donde se preguntaba por películas que les hubiesen gustado o
conmovido especialmente y las razones para ello, de una forma menos reflexiva algunos
de estos jóvenes escogían largometrajes en los que la trama estaba articulada conforme
al imaginario romántico, desde historias de un amor todopoderoso capaz de superar
obstáculos e impedimentos a otras asociadas a la emoción, la aventura y el éxtasis más
cercanas al modelo de amor idealista (Illouz, 2009).
Relacionado con ese otro modelo de amor que Illouz (2009) denomina realista podemos
recomponer otra trama de las Narrativas amorosas presentes en los relatos de estos
jóvenes: la Narrativa del amor de compañeros, del estar ahí de forma incondicional para
lo bueno y para lo malo, ese apoyo clave y fundamental que brinda la pareja y que
ayuda a sostener y estructurar la vida. Es posible captar en las pinceladas trazadas en
sus narrativas con minúscula por todas las personas entrevistadas esta Narrativa que nos
habla de la importancia de la pareja y de la ayuda que otorga un compañero/a de vida.
Para estos jóvenes la pareja aporta estabilidad, cariño, reconocimiento, la seguridad de
tener a una persona dispuesta siempre a ayudarte, contar con un mejor amigo/a o
confidente que te acompaña a lo largo del tiempo etc.; en definitiva, una Narrativa que
proyecta un principio moral y referente cultural de apoyo y ayuda incondicionales:
“El tenerle a él, esa seguridad de tener a alguien que..que cuando necesitas
algo está ahí , que si tienes un problema sabes que le puedes llamar a cualquier
hora” (Mujer, 28 años).
“Es…es el pilar. Es el pilar. Todo lo demás…ayuda, pero es el pilar.
Son…quizás haya tabiques…maestros, ¿no? Algún…algún arco que sujete
mucho peso pero…pero es…más que el pilar el cimiento, diría. Más que el pilar,
el cimiento” (Varón, 27 años).
El ideal de pareja estable que esta Narrativa encierra bien puede afirmarse que es
todavía dominante (Gross, 2005; Roca, 2008; Habas, 2010). El vínculo de pareja no ha
perdido su aura mítica y su carácter depositario de nuestro proyecto del yo al estar
repleto de deseos y expectativas (García Selgas y Casado Aparicio, 2010: 194). Para
estos jóvenes, hablar hoy de pareja sigue significando pensar en un tipo de unión
pública, monogámica, estable, que asume compromisos de futuro en común y presume
fidelidad y responsabilidades (Sanpedro, 2009: 124). Y es que aunque esta unión haya
sufrido importantes transformaciones sigue siendo un vínculo clave y de ella penden y
dependen tanto proyectos personales como la organización social (Casado, en prensa).
En esta Narrativa se aprecia de forma clara como en nuestra cultura tener una pareja es
cualitativamente superior y deseable y por tanto es un propósito que guiará algunas de
las “búsquedas” de las que hablara Taylor (1996) y que se reflejan en la forma en la que
organizamos los relatos de nuestra vida:
“Me veo viviendo con mi pareja, eso sí. Ya te digo: en plan tranquilo, teniendo
hijos […]y poco más, tampoco me planteo mucho más el futuro, porque la vida
da tantas vueltas que…que nunca se sabe dónde vas a acabar, ni qué vas a
hacer ni nada” (Mujer, 26 años).
“Muchas veces le he dicho que me gustaría envejecer con él, ¿sabes? Que no sé
si pasará o no pasará pero…pues se lo digo” (Mujer, 26 años).
En estas narrativas con minúscula vemos los ecos de esa Narrativa protagonizada por la
pareja estable; pero también se aprecia cómo estas chicas se apropian de ella de una
manera más contingente que vislumbra por ejemplo las posibilidades dispares del futuro
e incluso dejan a entrever que la recitación de estas Narrativas amorosas tiene más que
ver con el intento de amortiguar y calmar parcial y temporalmente la mayor conciencia
de la posibilidad de finitud de la relación que existe hoy en día (Casado, en prensa) que
con una creencia férrea en ellas. Los sujetos interpretan sus vidas en los parámetros
sugeridos y sancionados culturalmente por las Narrativas, pero de ello no se deduce que
las narrativas minúsculas son la impronta de estas fuerzas. Quizás estas Narrativas
amorosas sigan siendo importantes porque el amor romántico, aun siendo reconocido
como mito, se busca y se imita y así se reconstruye como referente en nuestras
relaciones afectivas (García Selgas y Casado Aparicio: 192).
Muy sugerente es el planteamiento que hace McNay a este respecto. Según esta autora
en el terreno de la intimidad siguen operando Narrativas amorosas como las ligadas a
nodos románticos pese a que se hayan pluralizado las prácticas (por ejemplo aumento de
divorcios, monogamias sucesivas, consolidación y rupturas de parejas más numerosas y
fluidas etc.). Estas Narrativas siguen siendo poderosas a pesar de que quizás no se
corresponden con las circunstancias imperantes porque poseen una naturaleza
fundacional en la expresión de una identidad coherente al funcionar como accesorio del
sentido de estabilidad que imparten. Su obstinación pese a las transformaciones del
contexto es indicativo de su arraigo en prácticas institucionales y disposiciones
individuales. Y es que las Narrativas y las disposiciones que inculcan pueden
convertirse en recetas para estructurar la propia experiencia (McNay, 2000:93 y 94).
En relación a esta Narrativa hegemónica de una vida más plena asociada a la tenencia
de pareja, aparece la Narrativa de la incompletud y la soledad que recuerdan que “el
arroz se pasa”:
“Me hace feliz [la pareja]. Y ahora te digo el por qué. Yo creo que a nadie le
gusta estar solo, y quien diga que sí yo creo que miente. (…) Y al final pues
anhelas a otra personas y buscas esa compañía, ese apoyo mutuo” (Varón, 27
años).
“Luego empiezas a ver que ya , claro…yo, todas mis amigas tienen pareja,
entonces empiezas a ver, jó, llegan los domingos y todas quedan con sus parejas
o un día se van a cenar todas con sus parejas
y te quedas tú ahí
descolgada”(Mujer, 28 años).
Aunque no se ha realizado el trabajo de campo suficiente creo poder afirmar que estas
narrativas sobre la falta de pareja son más comunes en chicas que en chicos por distintos
motivos: desde la mayor fluidez narrativa que suelen tener las chicas en el terreno
íntimo a su mayor predisposición a reflexionar sobre el amor por el lugar más
importante que ocupa el mismo en sus vidas (Giddens, 1995; Herrera 2010), lo que en
parte hace que sean menos ciegas a sus dependencias afectivas (García Selgas y Casado
Aparicio, 2010). En esta misma línea podemos situar las conclusiones de Lorenzo
Mariano Juárez: el modelo exitoso para las mujeres que este investigador entrevista es
el de la pareja estable, y aunque la fragilidad del amor esté siempre presente ello no
cambia lo que se anhela, de forma que sus narrativas muestran sentido de incompletitud
y descontento (2010).
Debemos recordar en este punto que los repertorios culturales (Swidler, 2001) en torno
a los que la juventud organiza sus prácticas y representaciones amorosas son plurales,
de forma que existen distintas opciones interpretativas implícita o explícitamente en
conflicto (Jameson, 1989: 14). Coral Herrera argumenta que un factor contradictorio de
las formas de amar posmodernas es el que se ha generado por el collage de ideologías
amorosas vigentes en esta época:“en la cultura de la fragmentación y el pastiche, ha
surgido una fusión entre la mitología del amor cortés y el amor romántico por un lado,
y el individualismo por otro (Herrera, 2010: 370).
El imaginario que conforma el terreno amoroso contiene como hemos visto cuantiosas
referencias a las ventajas que nos brinda el amor y tener una vida acompañada. Pero
conviven a la vez otras Narrativas contemporáneas que avalan y ensalzan la
independencia, la libertad y el no “engancharse”. Algunas chicas desarrollan narrativas
con minúscula en relación a esta cuestión como reacción al dolor vivido en experiencias
amorosas pasadas en las que se aprecia cierta “represión sentimental”, concepto con el
que Coral Herrera hace referencia al proceso por el cual reprimimos ciertas expectativas
o prácticas en el terreno amoroso por miedo a sufrir, ya sea por el temor a un abandono,
a no ser correspondido/a o a vivir dolores que se han dado en anteriores relaciones
sentimentales etc. (2010:367):
”Yo creo que sí, que eso puede ser un punto…en contra, a la hora de tener una
pareja, el estar todo el día enganchao a esa pareja. Creo que tienes que tener
más libertad, más independencia, porque si no llega un punto en el que te
agobias. Yo también tuve una relación así. De estar…bueno, prácticamente
viviendo, en el mismo piso. Y, al final, pues…” (Mujer, 26 años).
“Sí, soy romántica. Pero el hecho de haber esto con personas que me han hecho
crearme inseguridades…, me he vuelto más…como arisca, entre comillas,
de…:”no te enganches porque luego te vas a llevar un palo como los que has
llevao…” (Mujer, 26 años).
Otro nodo importante de las Narrativas amorosas actuales se articula alrededor de la
noción de comunicación. La idea de una comunicación constante y transparente se
repite en las entrevistas; se recrea una noción de comunicación sincera como receta
infalible
para que la relación funcione y para que haya entendimiento mutuo,
condición implícita del carácter consensual o asociativo de las parejas actuales (Casado,
en prensa). La comunicación aparece como antídoto ante todos los problemas, que
pareciesen desaparecer sólo por el hecho de compartirlos:
“Es que sé que no pasa nada porque hay confianza para contar las cosas y
para hablar y para todo, hablamos de todo” (Mujer, 28 años).
Algo parecido ocurre con la Narrativa que aflora en torno al modelo ideal de pareja
igualitaria. La imagen de la pareja igualitaria basada en el apoyo mutuo y el respeto
funciona en la práctica como un fuerte discurso normativo al que las parejas jóvenes se
adscriben mayoritariamente. Esto no debe de extrañarnos si tenemos en cuenta que el
sentido de igualdad actúa como norma y compone la definición e identidad de gran
parte de las parejas contemporáneas al irse asentando en las últimas décadas una
ideología casi hegemónica a este respecto entre amplios sectores sociales (García
García, 2009).
Efectivamente, las entrevistas sugieren que las expectativas de estos jóvenes encierran
ideas de apoyo mutuo e igualdad; pero es preciso ser cauto porque esto dice poco de
cómo la gente se comporta entre sí. De hecho, a lo largo de las entrevistas las cuatro
chicas reconocen en algún momento que en sus relaciones íntimas existe desigualdad en
cuanto al cuidado y atención proporcionado y ello las frustra o ha frustrado
frecuentemente. En sus quejas2 reconocen la existencia de problemas en su relación
derivados de las desigualdades que se dan en las prácticas e invocan estereotipos de
género que vienen a explicar la raíz de esta desigualdad, y es que pese al calado de la
ideología igualitarista los agentes sociales movilizamos con frecuencia un sentido de las
identidades genéricas en las que se preserva la diferencia entre varones y mujeres como
2
No quería dejar de hacer mención a este tema, pero no puedo efectuar aquí un análisis
de la minuciosidad que requeriría. Postergo para futuros trabajos una consideración
mayor del género en mi objeto de estudio que la que aquí efectúo.
algo natural quedando así las identidades definidas e interpretadas como sustancias
(García Garcia, 2009: 298):
“Es que para mí…, a lo mejor dices: “mira, eres un poco feminista (risas)”. Yo
que sé, pero los hombres son hombres, y los hombres son un poco limitados y les
falta, les falta iniciativa para estas cosas, o lo que hablaba antes: que es que no
son tan detallistas como nosotras. Y, y bueno los primeros años de estar con él
es que no me regalaba nada, ni para mi cumpleaños, ni para navidad, nada,
nada. Y ya a puro de: “oye, oye”, de decirle, pues ahora sí, ahora tiene
detalles.” (Mujer, 26 años).
Por último en la mayoría de las entrevistas se pone en evidencia la importancia que
se da en las relaciones a la Narrativa de la fidelidad, pues lo contrario es casi
inconcebible, por mucho que algunos autores (Giddens, 1995) atisben cambios
profundos a este respecto. Pero sin embargo en las prácticas que se relatan en el
transcurso de la entrevista al contar su vida y trayectoria casi todos estos jóvenes,
chicos y chicas, han sido infieles a sus parejas o viceversa, si bien estas historias
casi siempre afloran cuando se habla de las parejas pasadas, quizás porque aún en el
caso de que hubiesen tenido episodios de infidelidad en su relación actual, ya sea
por su parte o por la de su pareja, no se hubiese manifestado en la entrevista por la
censura estructural (Martín Criado, 1997). Podemos hallar aquí el mismo desacople
entre la vigencia de las Narrativas y las prácticas efectivas que McNay reconoce
(2000). Las chicas y chicos que hablan de los episodios de infidelidad en sus
anteriores relaciones siempre los tachan de inmorales y el arrepentimiento es una
constante en sus relatos; pero la realidad es atenuada (Bruner, 1991) a través de la
narración al tratar de justificarlos de alguna forma, como por ejemplo ser entonces
demasiado joven y alocado. Y con este impulso de narrativizar lo excepcional para
que encaje en el relato de una vida coherente y lineal llegamos a la propia acción de
narrativizar la experiencia
2.3. Narrativizando las experiencias amorosas
Uno de los aspectos de “lo narrativo” que interesa más a la sociología es el impulso a
narrar y a tejer el sentido de nuestras vidas. Intentaré mostrar ahora algunas de las
características señalas en las primeras páginas que suelen aparecer en el acto de narrar a
través de ejemplos concretos de las entrevistas analizadas.
En primer lugar debo destacar que es muy frecuente que aflore la necesidad de clasificar
los acontecimientos amorosos de acuerdo a un sentido culturalmente inteligible para su
grupo social de referencia, particularmente otros jóvenes, lo que efectivamente
configura una representación narrativa de los acontecimientos, que quedan recubiertos
de una coherencia formal construida activamente por el sujeto que se asemeja a la
coherencia imputada a la historia (White, 1992: 35). Así, por ejemplo una chica dota de
significado a los hechos que sucedieron y las decisiones que tomó en torno a una
relación que acababa de dejar y que le provocaba mucho malestar; la realidad que narra
parece que llevase la máscara de un significado cuya integridad y plenitud imagina
ahora tras el tiempo pasado, indiferentemente a cómo fuese experimentado (White,
1992: 35):
“Ya llegó un punto que…tuve que dejar el curro, que tenía…trabajo de
educadora social en un instituto, o sea, un proyecto de puta madre y…era para
largo. Pero esto ya…era como: “bueno, vale, me cambio de piso pero es que
aunque me cambie de piso…va a estar en mente, en mente, en mente….
Entonces decidí hacer las maletas e irme a Sudamérica, y…y se lo voy a
agradecer toda la vida, porque ha sido lo mejor que he hecho (…) que luego al
final de todos los errores aprendes, y al final mira: mi vida se encauzó y estuve
siete meses por Sudamérica con la mochila a mi bola (Mujer, 26 años).
Los y las jóvenes entrevistados ven su evolución en términos narrativos, lo que muestra
que la forma narrativa como rasgo ineludible de la vida humana (Taylor, 1996) posee
una gran capacidad de estructuración y cumple una función codificadora en la
atribución de significado (De Lauretis, 1992: 200). En el siguiente ejemplo una chica
que mantenía una relación informal decide irse al extranjero y dejar la relación. Por un
imprevisto de salud regresa y acaba volviendo con este chico y decide tras su
recuperación quedarse en el pueblo y no volver a marcharse. En su relato se aprecia
cómo “dar sentido a mi vida actual (…) requiere una comprensión narrativa de mi vida,
una comprensión de lo que he llegado a ser que sólo puede dar una narración” (Taylor,
1996: 65):
“Pues… sí. Yo lo noté mucho cuando me fui (…) me di cuenta realmente de que
lo necesitaba más de lo que pensaba ¿sabes? que era más importante para mí
que….y [cortamos] pues yo qué sé. Porque yo me iba y no sabía ni lo que quería
ni…estaba tampoco muy bien con él (…) y lo dejé. [Y me hizo volver con él]
pues no sé, porque yo creo que nunca he dejado de quererlo. Yo es que creo que
me piré pero que no sabía ni lo que quería. Entonces luego pues te das cuenta
de las cosas” (Mujer, 26 años).
También las siguientes citas muestran la interpretación de la vida en clave narrativa y
cómo a través del acto reflexivo que acompaña a las narrativas que afloran en las
entrevistas los agentes (re)elaboran un sentido del pasado que incorpora sus intenciones
y los contextos pasados y presentes (García Selgas, 1994:525):
“Y cambias más de, más de actitud; yo creo que antes, cuando era más pequeña,
era más firme a mis, a mis ideas, y yo creo que con la edad me he vuelto más
mol..,moldeable a la hora de.., a lo mejor por miedo a decir “no quiero
quedarme sola y voy a aguantar más cosas”, cambias de, de actitud pero sí, las
tres veces que he estado enamorada, las tres veces han sido totalmente distintas,
en la forma de, de cuando ocurren, cómo llevarlo y cómo llevar el cuándo
pasa“(Mujer, 28 años).
La vida es presentada con una aparente linealidad de la que emana coherencia y la
experiencia, siempre más fragmentada, pareciese hablar por sí misma para los
entrevistados que tras el paso del tiempo la interpretan como portadora de un
significado unívoco, proceso por el que recrean un sentido de sí mismos coherente
(McNay, 2000). En el siguiente ejemplo el chico relata cómo fue el comienzo de su
relación actual. Durante el primer año no tenían una relación formal y él mantenía
relaciones con otras chicas de forma simultánea:
“Y luego pues otro año y pico…entonces, claro, ahí también picamos de flor en
flor, claro (…). Pero vamos, era secundario, a mi realmente me interesaba…”
(Mujer, 27 años).
Otra de las características de la narrativa que ya enumeramos en el primer apartado es
que está íntimamente relacionada con el impulso moralizante, es decir, a identificarla
con el sistema social que está en la base de cualquier moralidad imaginable (White,
1992: 29). Al narrar, afirma Bruner, la interpretación que ofrecemos siempre es
normativa en la medida que se adopta una postura moral y una actitud retórica (1991:
70). En el siguiente ejemplo se ve perfectamente cómo la entrevistada no se limita al
narrar a contar una historia sino que además la justifica (Bruner, 1991: 119). En este
caso se trata de una chica de 28 años que explica cómo y por qué fue infiel a un novio,
aunque lo considere moralmente inaceptable. Queda patente por tanto dónde se sitúa
ella en relación a la cuestión de la infidelidad y aunque justifica por qué cometió ese
error, el compromiso que establece (Taylor, 1996:68) con las Narrativas de la fidelidad
proyectan un camino futuro y marca su posición a este respecto:
“Sí, bueno sí, a uno sí, a uno, con uno tuve una relación paralela… que luego
me creo úlcera de duodeno y todo o sea que.. mal lo pasé, ¿eh? No, pero
tampoco estaba muy, muy enamorada.., entonces estaba más enamorada del
chico con el que le ponía los cuernos y entonces.., fue, me porté fatal (…) y
desde entonces no, no he vuelto a poner los cuernos a nadie y vamos a mí, me
gustaría que no me los pusieran nunca pero como esas cosas …no sabes cómo
van a venir…” (Mujer, 28 años).
En este verbatim se atisba otro rasgo de las narrativas: en muchos casos se despliegan
para explicar las desviaciones de lo habitual de forma comprensible al proporcionar la
“lógica imposible” (Bruner, 1991: 59). Cuando afirma que estaba más enamorada del
chico con el que le era infiel a su novio, se aprecia la función de la historia en este punto
al encontrar un estado intencional que mitiga o hace comprensible la desviación
respecto al patrón cultural canónico, el de la fidelidad en las relaciones de pareja
(Bruner, 1991: 61); la historia consiste en la descripción de un mundo posible en el que
se hace que de algún modo la excepción que se ha encontrado tenga sentido o
“significado” (Bruner, 1991: 60). A través de las narrativas negociamos esas situaciones
excepcionales y nuestras desviaciones respecto a la norma o el sentido común
imperante. Especialmente interesante resulta el siguiente ejemplo en el que una chica
reconoce que tuvo una relación muy problemática en la que se dieron episodios de
violencia. Por un lado, se ve cómo se posiciona ante la cuestión de la violencia de
género participando de la interpretación social hegemónica de que
este hecho es
inaceptable. Pero al mismo tiempo se aprecia que al narrar los sujetos negociamos las
Narrativas mayúsculas y nos enfrentamos activamente a la contradicción. Las historias
son instrumentos especialmente indicados para la negociación social (Bruner, 1991:65):
pese a su firme convicción moral de la inaceptabilidad de la violencia de género, esta
chica cuenta cómo se vio envuelta en una situación semejante; su relato conecta una
versión atenuada de su historia con la versión canónica (Bruner, 1991:90) sobre la
violencia en la pareja:
“Pues yo es que he llegao a esa conclusión:…yo creo que cuanto peor me
trataba más me enganchaba. O sea, no puedo entender ahora mismo a una
mujer maltratada, ni mucho menos, porque a mí es que me…a lo mejor algún
insulto o algún me levantó la mano…perooo…¡Hostias!, me pongo en la
situación y te enganchan esas relaciones…(…) O sea, yo…no me puedo poner
en la situación porque…ni de coña, pero te enganchan, esas relaciones te
enganchan” (Mujer, 26 años).
CONCLUSIONES
A través de una pequeña revisión bibliográfica he propuesto y defendido un
acercamiento sociológico al campo de lo “narrativo” resaltando el potencial de
instrumento óptico que tiene la narratividad y las narrativas para dar cuenta de los
procesos en torno a los cueles se genera y negocia el sentido. En la medida que la
acción de narrar o su resultado, la narrativa, son un suelo ontológico para la acción
(McNay, 2000),
se
puede entender y justificar fácilmente por qué resulta tan
interesante y casi indispensable para la sociología abordar lo narrativo: a través de las
narrativas podemos entender y hacer sentido del mundo social y sus procesos
interconectados de subjetivación. También he expuesto algunas de las ventajas que
pueden suponer la reconsideración de las narrativas desde una mirada sociológica,
llegando a afirmar incluso que el concepto de narrativa puede ser de utilidad para
mediar con la tensión existente entre determinismos simbólicos y materiales y una
concepción hermenéutica de agencia (McNay, 2000).
Con los conceptos de “Narrativa con mayúscula” y “narrativa con minúscula” he
pretendido generar una herramienta analítica que facilite captar los procesos de
negociación y mediación que los agentes sociales llevamos a cabo constantemente y de
una forma activa en los procesos de producción e interpretación de sentido. He tratado
de mostrar cómo son (re)significadas y elaboradas las Narrativas con mayúscula que
colman el universo simbólico del ámbito amoroso.
Las Narrativas amorosas que he podido reconstruir a través de las entrevistas muestran
distintas elementos en torno a las cuales estos jóvenes imputan sentido a sus
experiencias
sentimentales;
pasión,
romanticismo,
fidelidad,
apoyo
mutuo,
compañerismo, soledad etc. son algunas de las tramas en las que se basas estas
Narrativas. Los repertorios culturales amorosos disponibles (Swidler, 2001) son por
tanto dispares , pues existen diferentes circuitos de significado circulando en la cultura
superponiéndose en las formaciones discursivas que dibujan los jóvenes para crear
significado (Hall, 1997) de sus vivencias amorosas.
También he atendido a la narratividad como práctica por la que imputamos coherencia a
las experiencias vividas y he tratado de dar cuenta de algunas de las características de
las narraciones y de la acción de narrar a través de ejemplos de las entrevistas.
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