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Las humanidades
en un mundo técnico
JOSÉ LUIS PINILLOS
(Es ist die Eigenschaft des Geistes,
dass er den Geist ewig anregt. Goethe)
ERA verdad que con el paso del tiempo las viejas
'humanidades se han quedado anticuadas? ¿Tendrán
razón acaso los que creen que la historia, los estudios clásicos,
la filosofía, no son sino reliquias de un pasado que está de
sobra en el mundo en que vivimos? ¿Acertarán tal vez las
gentes que no ven en las humanidades sino piezas de museo,
ornamentos inútiles, lujos que tan sólo pueden permitirse los
países ricos? Y, en definitiva, ¿no ocurrirá que a las humanidades clásicas les ha llegado por fin la hora del relevo, el
momento de ser sustituidas por unas humanidades modernas,
donde el latín habrá de ceder el paso al fortrán, el griego al
cobol y donde, en última instancia, las nuevas ciencias del
hombre —la antropología, la psicología, la sociología— terminarán haciéndose cargo del cometido que desempeñaron
hasta ahora por los saberes humanísticos?
ARRINCONAR
EL HUMANISMO
Yo creo que no. La parte de razón que, sin duda, hay en
los intentos renovadores de la enseñanza jamás justificaría la
marginación de la antigua paideia. Arrinconar el humanismo
para reemplazarlo por disciplinas de mayor empaque experimental, o por tecnologías a la última, supondría resbalar por
una vergonzosa pendiente de ignorancia, equivaldría a rechazar el más depurado intento de la cultura humana por reflejar
y perfeccionar la plenitud de lo humano, lo cual bien pronto
acabaría por herir de muerte el propio desarrollo científico y
tecnológico que se quiere promover: si es que en realidad se
quiere. Pues en verdad señales no faltan de que las intenciones
a que responde la jubilación de las humanidades, que al parecer se traen algunos entre manos, van por otro camino; esto
es, apuntan a un blanco muy concreto, al que me referiré en
seguida, con independencia de que cosas así ya las hubiese
dicho allá por 1951, en unos Apuntes en torno a las humanidades y la ciencia, que luego tuvieron mejor fortuna en otras
lenguas que en la mía.
Casi cuarenta años después, veo con cierto asombro que en España seguimos deslumhrados por una ciencia y unas
tecnologías que, quizá, no entendemos del todo, pero en las
que muchos «enseñantes» —que no educadores— han decidido depositar sus mejores esperanzas. Ciertamente, las
humanidades no sirven para calcular estructuras, ni son tan
prácticas como una hormigonera. Sin duda, los estudios
humanísticos no valen para desvelar la naturaleza del átomo,
tampoco están pensados para hacer descubrimientos biológicos, ni pueden competir con la tecnología en el empeño de
transformar la naturaleza, ni nada parecido. Las humanidades, si se me permite recurrir a Dilthey, no son saberes explicativos: tratan a la postre de comprender al hombre, pretenden describirlo con tino y, eventualmente, mejorar su
condición, cultivando su sensibilidad, proponiendo metas
ejemplares, proyectos sugestivos de vida en común con los
que enriquecer las biografías y afinar la ciencia. Pero, a pesar
de ello, desempeñan una función decisiva, única, que la tecnología y la ciencia son incapaces de cumplir.
Dicho en muy pocas palabras, los saberes empíricomatemáticos, las ciencias de la naturaleza, o como queramos
llamarlas, no tienen previsto en su epistemología el uso de una
serie de categorías y figuras lógicas, tales como la causalidad
final o los juicios de valor, ni pueden atribuir tampoco intenciones subjetivas a los procesos que estudian y manejan, por
no hablar del carácter necesario de sus leyes, ni de la condición inmanente, de tejas abajo, que distingue a los acontecimientos sobre los cuales las ciencias empíricas poseen jurisdicción. De nada de lo cual, sin embargo, es posible prescindir
en la educación de un ser humano que, precisamente, está
dotado de conciencia, que ordena su conducta por móviles y
propósitos personales, capaz siempre a última hora de violar
las normas que rigen moralmente su conducta reglada, dispuesto con frecuencia a soñar con otras vidas posibles más
allá de ésta, y, en último extremo, capacitado para autodeterminarse y darse a sí mismo destino en libertad.
Es claro, en suma, que la actividad con que el hombre
existe y se conduce en su mundo es intencional, propositiva y
consciente en buena medida, aunque por supuesto no siempre, a la par que asimismo pertenece a un sujeto dueño de sus
actos. O sea, resulta obvio que la conducta con que los hombres manejan la tecnología y elaboran la ciencia, no constituye una simple actividad impersonal, no consiste en un puro
proceso susceptible de ser controlado sin más desde el mundo
exterior. Muy por el contrario, la conducta humana dista de
ser una mera sucesión mostrenca de concatenaciones causales
sin sujeto propio, dista de ser un mero proceso. A decir verdad, la conducta es propiamente praxis, un movimiento personal de realización, una actividad subjetiva que, a diferencia
de la que desarrollan las máquinas y ejercen los animales,
responde a su situación con respuestas responsables, esto es,
propias de seres conscientes, advertidos de sí, aptos también
para anticipar intencionalmente el futuro, para imaginar proyectos vitales maravillosos u horrendos, y qué sé yo más.
Actividades, en suma, configuradas no sólo por respuestas,
sino asimismo por propuestas creadoras de futuro, por iniciativas liberadas de la tiranía de los estímulos inmediatos, pero
sometidas asimismo a la presión irracional de los instintos, a
las pasiones y a otras muchas formas de afectividad que, en un
momento dado, pueden imprimir un sesgo destructivo a las
todopoderosas tecnologías que manejen.
VALOR DE LAS
HUMANIDADES
En otras palabras, si bien es cierto que las humanidades no
son saberes de aplicación práctica inmediata, su cultivo, sin
embargo, puede enriquecer y equilibrar el espíritu de los
hombres que han de decidir las aplicaciones de la ciencia y los
usos de la tecnología. Esta posibilidad habría sido importante
en cualquier período de la historia humana, pero hoy resulta
decisiva desde el punto y hora que la técnica ha puesto en las
manos del hombre inmensos poderes de destrucción: poderes
de que antes no se disponía, pero que ahora que existen
requieren ser contrarrestados por una profunda formación
humanizadora.
El problema consiste, claro, en que todas las ciencias,
incluidas las sociales y las llamadas ciencias del hombre, carecen de palabra autorizada en el terreno del humanismo. Los
científicos pueden tenerla, por supuesto, a título personal,
pero no en cuanto científicos, no en cuanto físicos, químicos,
etcétera. Por su parte, es innegable que las humanidades no
poseen la eficacia de la tecnología y de la ciencia, pero en
cambio, humanizan a los hombres que han de manejarlas,
ayudan a saber qué ocurre, facilitan claves para lidiar esas
poderosas reses tecnológicas y científicas que plantean problemas que ellas mismas no pueden resolver. En cualquier
caso, el recto uso de la ciencia es un problema humano que
excede de las competencias científicas ordinarias. Ya Pascal
dejó bien sentado, de una vez por todas, que para el verdadero
conocimiento y perfección del hombre no sirven las ciencias
que operan con espíritu geométrico:
«Yo había pasado —escribe Pascal en un pasaje más bello
aún que conocido—, yo había pasado mucho tiempo en el
estudio de las ciencias abstractas, y la escasa comunicación
con los hombres que de ello se saca me había hastiado.
Cuando comencé el estudio del hombre, vi que semejantes
ciencias no son propias para este fin, y que yo me descarriaba
más de mi condición penetrando en ellas que ignorándolas.»
En definitiva, para el conocimiento del hombre en su
médula moral, ya vio Pascal que no le servía la raison, sino
una excelsa y depurada forma de la sensibilidad —coeur,
esprit de finesse, sentiment—, que justamente culmina en la
sagesse, en esa sabiduría que también Nietzsche contrapuso a
la ciencia. Pascal anticipó genialmente las limitaciones epistemológicas de la ciencia positiva para abordar los problemas
morales, psicológicos y humanos del mismo ser humano que
finalmente habrá de utilizar la ciencia, humanamente o de
forma deshumanizada. Lo cual, tratándose de seres humanos
que poseen armas poderosas, es sumamente peligroso, pues
así como el tigre no puede destigrarse, que hubiera dicho
Ortega, el hombre sí que puede deshumanizarse y hacer un
uso perverso de la ciencia. De ahí que la ciencia y la tecnología, e incluso las propias ciencias humanas, en lo que tienen de
propiamente científicas, sean incapaces por principio de dar
respuesta cabal a muchos problemas humanos que ellas mismas generan.
Es cierto. La ciencia y la tecnología originan problemas
humanos que ellas mismas son incapaces de resolver. De
hecho, los han planteado de muchas formas, por lo general
involuntarias, pero no por ello menos graves. Tal es lo que,
por ejemplo, ha ocurrido con la aceleración de la vida en la
gran ciudad, y también con la imagen mecanicista, reactiva,
que algunas ciencias humanas, como, por ejemplo, el conductismo radical, han dado del hombre, reduciendo su conducta
a una variable dependiente de la estimulación ambiental. De
ahí el importantísimo papel de las humanidades en el cultivo
del espíritu humano, que es quien, a la postre, tiene a su cargo
las tecnologías y la ciencia. Y de ahí también el inmenso despropósito, el increíble disparate que supondría reducir exclusivamente a sus claves científicas la formación del hombre. La
ciencia ha sabido penetrar en las entrañas de la Naturaleza,
pero es incapaz de ordenar el corazón humano. La simpatía,
el amor, el gozo y el dolor, el entusiasmo y el abatimiento, la
nobleza y la dignidad, son sentimientos y virtudes que la ciencia positiva, en cuanto tal, no puede conocer, no está preparada para recibir. El ser humano no se encara en igual situación de ánimo con una ecuación, o un cristal, que con la vida
de Alejandro. Pertenece a la esencia del espíritu, gustaba de
repetir Goethe, estimular siempre al espíritu. Pues bien, salvadas las distancias, algo parecido tendríamos que decir nosotros a propósito de las humanidades. Pertenece a su esencia
humanizar al ser humano, rehumanizar a quienes tal vez estén
deshumanizando la sociedad técnica. En cualquier caso, no
dudo de que aquellos que se nieguen a entender una verdad
tan sencilla, no buscan la emancipación del hombre.
CIENCIA Y
TECNOLOGÍA
ORIGINAN
PROBLEMAS QUE
SON INCAPACES
DE RESOLVER
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