Marginalidad urbana y xenofobia C uando nos paramos a observar cómo determinados individuos se congregan con el fin exclusivo de machacar y aporrear cuanto encuentran a su paso, el sentido común queda en entredicho y uno se pregunta si no estará fallando algo en nuestra sociedad. Esta impresión aumenta la angustia que sienten los alemanes ante los violentos ataques de furia que se suceden en la actualidad. La constatación de que la camorra organizada existe también en otros países no sirve de excusa ni es motivo de consuelo, pero nos ayuda a delimitar este fenómeno, a discernir mejor lo que ocurre en Alemania y las razones que siembran similar confusión y perplejidad en otros países europeos. Ralf Dahrendorf sostenía recientemente que los repetidos actos de violencia que estallan en Inglaterra se caracterizan por un desenfreno desmedido, difícilmente asimilable desde la óptica de la tolerancia y la fairness británicas. ¿Resulta tan fuerte —se preguntaba— la presión que impone la sociedad inglesa con su obsesivo perfeccionamiento de los usos y costumbres, que estas descargas de ira representarían en cierto modo el lado oscuro de este país? También Francia padece los actos violentos de bandas urbanas que traen de cabeza a sociólogos, psicólogos sociales y policías. Los desórdenes provocados por aquéllas suelen desencadenarse en las banlieues de las grandes ciudades como París, Lyon, Marsella. STEPHAN WEHOWSKY «En el marco del antiguo orden, las provocativas tropelías juveniles apenas suscitaban problemas.» «Los integrantes de los grupos de extrema derecha se cuentan entre los perdedores del fenómeno de la modernización: no han aprendido a desenvolverse en la compleja maraña de las reglas sociales.» glaterra o los skins neofascistas en Hungría, todo el mundo sabe que se trata de una minoría muy específica que no afecta al meollo de la nación. En Alemania la situación es mucho más enervante. Cuanto testigos internos y espectadores externos, alarmados por los excesos de la extrema derecha, se preguntan si brota de nuevo la semilla cuyo germen se creía esterilizado, la respuesta surge ipso facto: «Hay peligro. Con Hi-tler comenzó del mismo modo: primero fueron pequeños grupos, casi ridículos, luego se multiplicaron; al final todo ello acabo teniendo consecuencias catastróficas». Este tipo de reflejos contribuye a reforzar la identidad de los grupos de extrema derecha: cuanto más miedo y espanto inspiren sus cruces garuadas, sus emblemas SS y saludos hitlerianos, tanto mayor será su reafirmación. Los medios de comunicación contribuyen a todo ello de manera inconsciente. Así lo formulaba en 1989 el neonazi Michael Kühnen, recientemente fallecido a consecuencia del virus del Sida: «El secreto de nuestro éxito político estriba en la acción sobre los massme-dia. Basta con despertar un tabú, y los periodistas se descuelgan rápidamente con titulares de impacto. No faltan los tabúes en Alemania: el problema judío, la patraña de la contaminación, el cuento de la culpa de guerra, la grandeza histórica de Hitler, la ilegalidad del NSDAP». En su megalomanía los grupos radicales han llegado incluso a cobrar sus fotos en la prensa. Y es que si se destaca tan sólo el provocativo contenido de sus símbolos externos, cabe el riesgo de menospreciar el alcance de la amenaza de estas bandas de extrema derecha. No se trata de que el pasado renazca en ellas, ni de que una vieja semilla vuelva a brotar: estos jóvenes ultras no miran hacia atrás con nostalgia como rumiantes de las viejas estampas del NPD. Son mucho más peligrosos. Cuando uno compara la violencia de los hooligans o de las pandillas suburbanas francesas con la de los neonazis alemanes, salta a la vista la fuerza destructiva de estas extrañas configuraciones. Los signos, símbolos y ritos del nacionalsocialismo son el mínimo común denominador de todas las tendencias de signo ul-traderechista: la ideología nacionalista con sus cruces gamadas, el culto al Führer del saludo hitleriano o los emblemas SS de un supuesto glorioso pasado alemán, apelan a un sentimiento de grupo que se nutre más de la autodefinición agresiva que de la determinación de unos ideales internos. La psicoanalista de Munich Thea Bauriedl describe en su última publicación «Vías para salir de la violencia», el profundo sentido que esta imaginería encierra para todos aquellos a quienes domina la debilidad y la inseguridad interior. Son efectivamente débiles e inseguros. Los integrantes de los grupos de extrema derecha se cuentan entre los perdedores del fenómeno de la modernización: no han aprendido a desenvolverse en la compleja maraña de las reglas sociales. De ahí que les impresionen tanto los símbolos que invocan al instinto y no a la razón. Las complicadas reglas de la sociedad carecen de sentido para estos grupos, que ni las entienden ni logran desentrañar en las mismas ninguna opción de futuro. Un observador calificado de la escena neo-nazi, Burchard Schróder, en su libro «Los tipos de la derecha», afirma: «Uno puede sustraerse a un mundo exterior complicado y represivo en tanto en cuanto se creen en el grupo nuevas reglas cuya simplicidad favorezca el ser obedecidas por cualquiera». El hecho mismo de que la parafernalia nazi haya sido adoptada en otros países europeos radica en su falta de complejidad simbólica, y sin embargo, el papel tan llamativo que los grupos neonazis desempeñan ante la opinión pública se genera por sensibilidad ante los fantasmas del pasado. Si las cabezas rapadas y las botas altas suscitaran tan sólo burlas y risas, la identidad de sus portadores quedaría por los suelos. Pero, ¿quién se atreve a sonreír al encuentro de esta gente cuya sola presencia nos retrotrae inconscientemente al pasado?