COMPARANDO EL 15-M: MOVILIZACIÓN Y PERFORMANCE EN EL ESPACIO PÚBLICO

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COMPARANDO EL 15-M: MOVILIZACIÓN Y PERFORMANCE EN EL ESPACIO
PÚBLICO
José Mª Pérez-Agote
[email protected]
Departamento de sociología, Universidad Pública de Navarra
RESUMEN
Esta comunicación presenta un análisis de las movilizaciones surgidas en 2010 y 2011
desde la perspectiva de la sociología cultural comparando el 15-m con algunas de las
movilizaciones que surgieron en dicho período.
Mientras que las movilizaciones en lugares como el norte de África adquirieron en su
mayor parte una dinámica revolucionaria orientada a la instauración de regímenes
democráticos, en Europa y Estados Unidos expresan una crisis de legitimidad de este
mismo sistema que motiva la ocupación del espacio público en demanda de cauces más
efectivos de participación política. Con la excepción de los disturbios acaecidos en el
Reino Unido, se puede decir, en términos de Hannah Arendt, que en el 15m español y
en Wall Street lo “nuevo” ha surgido para reconfigurar el “espacio público” por medios
pacíficos. Por tanto, para comprender en profundidad estas movilizaciones es preciso ir
más allá de su significado político inmediato, que en general expresa una intensa
voluntad política democrática, y explorar sus dimensiones culturales y simbólicas desde
la sociología cultural. Desde este punto de vista tales movilizaciones constituyen
experiencias de fusión, cuyo carácter puede o no ser ritual, en las que se genera un gran
poder carismático capaz de inducir cambios sociales y políticos. Por otra parte, el
espacio público puede ser ocupado con finalidades muy diferentes recurriendo a
similares representaciones y mecanismos sociales, como fue el caso de las Jornadas
Mundiales de la Juventud celebradas en Madrid.
Este trabajo compara algunos de los diferentes tipos de movilización surgidos en el
bienio 2011-2012, -15-m, Revolución egipcia, Occupy Wall Street, Jornadas Mundiales
de la Juventud y los disturbios londinenses-, con la finalidad de avanzar en el
conocimiento de la naturaleza de las experiencias de fusión en las sociedades
diferenciadas y complejas mediante un análisis de las similitudes y diferencias
perceptibles en el modo en que estos significativos casos concretos fueron descritos y
narrados por políticos y otros agentes sociales en los medios de comunicación.
PALABRAS CLAVE
Performance, movilización, ritual, 15-m, cambio social, cultura.
1. Cambio social, movilización y performance.
Este trabajo parte de la premisa siguiente: los procesos de cambio social en el mundo
del presente no pueden ser entendidos sin tener en cuenta el papel de las revueltas y
movilizaciones sociales de los indignados ocurridas a partir de la primavera árabe. No
se trata solamente de apreciar su significado y sus consecuencias políticas inmediatas en
las sociedades donde han emergido, por muy evidentes, profundas o necesarias que
éstas puedan ser consideradas. Se trata también de examinar los nuevos mecanismos y
recursos que despliegan en su acción con el fin de actualizar nuestra comprensión del
modo en que se producen los procesos de cambio social en el hipermoderno y
globalizado mundo de hoy en día.
En efecto, está emergiendo un mundo en el que ya no cabe aplicar un modelo único de
modernización a la realidad social global, en el que los procesos maestros de la
modernización, -tales como los de racionalización, diferenciación y secularización-,
devienen problemáticos (Joas) y en el que la evidencia empírica desmiente teorías
largamente asentadas en el corpus sociológico, como la que sostenía que en toda
sociedad moderna el proceso de industrialización suponía necesariamente un proceso de
secularización (Berger).
Desde una perspectiva macrosociológica el papel de los procesos de diferenciación y
des-diferenciación es especialmente sugerente Si la diferenciación de esferas de valor
señalada por Weber entre la política, la cultura y la religión es el fundamento del que
partía la teoría de la secularización de las sociedades modernas, los procesos de desdiferenciación indican las direcciones que puede tomar el cambio social en estas
sociedades actualmente. Éstas no se limitan a la postmodernización, como en su día
parecían sugerir autores como Scott Lash (1997). Los procesos de diferenciación – ya
en el modo funcional (Durkheim, 1987, 1982) ya en el modo de valor (Weber, 1984,
1980)-, como el operado en las sociedades europeas entre la religión y la política, han
sido considerados como motores del desarrollo de las sociedades modernas. La quiebra
del modelo universalista, evolutivo y dirigido por el progreso de la modernidad, así
como la emergencia de fenómenos sociales y contextos de experiencia crecientemente
transitorios, fragmentarios y fluidos en las propias sociedades occidentales, atrae los
procesos de des-diferenciación, antaño relegados a los márgenes de la teoría social,
hacia el centro de la teoría del cambio social (Pérez-Agote, 2010).
Aunque estos procesos son rastreables en muchas de las facetas de la vida social, son
especialmente significativos en aquellas donde cultura, religión y la política se
relacionan. Por ejemplo, la fuerza de la religión civil en Estados Unidos demuestra la
versatilidad de los modelos de secularización en las sociedades occidentales modernas,
ya que no cabe hablar de una diferenciación funcional plena entre la religión y la
política. Pero las sociedades europeas donde tal diferenciación se ha producido asisten a
diferentes propuestas de colonización religiosa de la esfera política que no son ajenas al
choque cultural producido por el asentamiento de voluminosos contingentes de
población inmigrante. Es el caso de la vuelta a la religión de ciertos jóvenes
musulmanes de tercera y cuarta generación, que sin haber sido educados en el Islam lo
adoptan en clave política e identitaria (el caso es documentado en Francia y Alemania
por Tietze, 2002). Cabe aludir también a la actitud de ciertos sectores cristianos
políticamente conservadores que combaten la incertidumbre -por no hablar del miedoque sienten ante la profunda transformación de su entorno mediante una reacción
fundamentalista dirigida contra el pluralismo o el politeísmo de los valores, el declive
institucional o la presencia del Otro (Berger y Luckmann, 1997; Beriáin, 2000; Dubet,
2002; Giddens, 2000).
Por otra parte, la democracia representativa practicada en las sociedades modernas
avanzadas supone una diferenciación progresiva entre las vías acción y representación
política tenidas por legítimas o por ilegítimas. Tras el apaciguamiento del conflicto de
clases que supuso el desarrollo del Estado del Bienestar se acentúa esta diferenciación,
quedando restringidas los cauces de acción y representación a instituciones claramente
delimitadas como el sistema parlamentario, los partido , etc. La calle es pacifícada y la
política controlada institucionalmente de manera que el Estado de derecho garantiza el
orden social. La recuperación de la democracia directa pretendida por los movimientos
de indignados que ocupan la plaza pública desafía la lógica de la diferenciación y, en la
medida en que se amplía la visibilidad social de las propuestas y procedimientos de
estos movimientos, se consolida una lógica alternativa, la des-diferenciación entre la
política de la plaza y la de la institución, que es permanente deslegitimada desde las
instituciones que asumen el monopolio de la legitimidad.
Los procesos de des-diferenciación pueden –y frecuentemente lo hacen- aparecer
acompañados por experiencia de fusión colectiva en los que se desvelan dimensiones
microsociológicas del cambio social. Movilizaciones sociales como el 15-m no solo
muestra rituales de fusión en el todo con momentos de autotrascendencia, sino la
emergencia de mensajes y líderes carismáticos y la creatividad de los nuevos modos de
acción y movilización social con sus puestas en escena performativas. Como siempre
que el cambio social modifica los valores sociales y las creencias religiosas, la juventud
se erige en protagonista del proceso. Como tan apasionadamente sostuvieron Hannah
Arendt y Walter Benjamin, siempre son las nuevas generaciones aquéllas en las que se
manifiesta la emergencia de lo nuevo en su total radicalidad y, por lo tanto, es en ellas
donde antes ha de ser observado empíricamente un hipotético cambio en los valores, las
creencias religiosas o las prácticas sociales y culturales. Ciertamente, el ámbito juvenil
de estos tipos de experiencia ritual excede los límites de la política, como muestran
fenómenos tan dispares como la práctica del botellón, festivales musicales veraniegos
como Sónar o FIB, la puesta en escena “rave” maratones de aficionados a video juegos.
Por otra, parte las manifestaciones convocadas por la Conferencia Episcopal contra el
aborto y en defensa de la familia hace unos años y el encuentro de la juventud con el
Papa celebrado en Madrid en 2011 ofrecen puestas en escena donde estas dimensiones
culturales y simbólicas de la acción social son extraordinariamente evidentes. Por
supuesto, su relación con el cambio social se opone a la exhibida por las movilizaciones
de indignados y forma parte de la tentativa por invertir el proceso de diferenciación
entre religión y política.
Un análisis cultural comparativo entre algunas movilizaciones como la Revolución
egipcia, Occupy Wall Street, 15-m y la Jornada Mundial de la Juventud será útil para
conocer algunos de los nuevos parámetros del cambio social en la actualidad.
El punto de partida ha de ser la documentación etnográfica de situaciones sociales en las
que tienen lugar este tipo de fenómenos, en lo cual seguiré la pauta de autores como
Collins y, especialmente, Alexander, que ya ha estudiado casos como el 11 de
septiembre (Alexander, 2004), las campaña electoral de Obama (Alexander, 2010) y la
revuelta de los jóvenes en Egipto (Alexander, 2011b).
2. Movilización ritual y performance
Si, como sostiene Jeffrey Alexander, en las sociedades menos diferenciadas y complejas
el ritual entendido como repetición periódica de interacciones simbólicas en las que los
participantes se funden en el todo regenera la cohesión social, en sociedades complejas
contemporáneas, más complejas y diferenciadas, el ritual no es capaz de mantener la
fusión por sí mismo, siendo la performance social el tipo de experiencia que puede
lograr la re-fusión de los elementos sociales que han perdido su cohesión. La
performance social en el teatro político requiere establecer diferencias binarias entre un
nosotros puro, sagrado y cívico y su opuesto, un ellos contaminado, profano y
anticívico, así como la emergencia de figuras heroicas capaces de hacer sentir la
autenticidad de estas diferencias binarias a las audiencias hasta alcanzar la re-fusión.
Los rituales, dice Alexander, constituyen episodios de comuniación cultural simple y
repetida (Alexander, 2006) en los que tanto los participantes directos en una interacción
social como aquellos que la observan comparten una mutua creencia en la validez
descriptiva y prescriptiva de los contenidos simbólicos de la comunicación y aceptan la
autenticidad de las intenciones recíprocas. La efectividad del ritual, que depende de tal
creencia mutua en la validez de las intenciones y los contenidos, energiza a los
participantes vinculándolos entre sí.
En las sociedades complejas los procesos simbólicos cuasirituales mantienen su
importancia en lo individual y en lo colectivo. Pero no son rituales en el sentido
tradicional del término. Aunque produzcan integración y no carezcan de autenticidad ni
de validez, su efervescencia no es duradera. “Si logran la simplicidad es improbable que
se repitan. Si se repiten, es improbable que la comunicación simbólica pueda ser
simplificada del mismo modo de nuevo” (Alexander, 2006: 31). En consecuencia, no se
produce energía suficiente para recuperar la cohesión de los elementos sociales. Solo
mediante la performance social o cultural se podrá lograr este objetivo, pues se trata de
un tipo de proceso mediante el cual unos actores individuales o colectivos exponen a
otros el significado de su situación social. No importa si los actores se adhieren
subjetivamente a este significado o no, sino de si se trata de un significado en el que,
consciente o inconscientemente, se pretende que los otros crean. El éxito de una
performance dependerá de la capacidad para convencer a otros de que nuestra
performance es auténtica. Desde un punto de vista analítico, la performance puede ser
descompuesta en una serie de elementos: los sistemas de representaciones colectivas,
los actores, la audiencia, los medios de representación simbólica, la puesta en escena y
el poder social (Alexander, 2006). Veamos cómo se presentan estos elementos en dos
movilizaciones sociales que confluyeron en España el verano de 2011, el 15-m y la
Jornada Mundial de la Juventud.
Cuadro 1
PERFORMANCE
15-M
JMJ
CULTURAL
Representaciones colectivas
Ideales revolucionarios,
Mitos y creencias católicas…
la polis y el ágora,…
Actores
Audiencia/
observadores
Medios
de
Los jóvenes e indignados en
general
Sacerdotes
Sociedad global
Jóvenes (activos)
Jóvenes (pasivos)
Sociedad global
producción
simbólica
Pancartas, carteles,
discursos
Imágenes religiosas, ropaje
talar, altares, confesionarios,
Puesta en escena
Asamblea permanente,
Misas masivas televisadas
Escenificación más o menos
improvisada en y desde
redes sociales
Confesiones,
Tolerancia limitada
Tolerancia ilimitada
Poder social
Escenificación estudiada y
televisada
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