TÍTULO: ACCIÓN COLECTIVA Y CAMBIO SOCIAL: HACIA MODELOS ALTERNATIVOS DE EVALUACIÓN DE INICIATIVAS SOCIALMENTE INNOVADORAS AUTORAS: Begoña Abad Miguélez y Oihane García Santiago DATOS PERSONALES: Begoña Abad Miguélez (autora de contacto) Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación/Gizarte Zientzien Fakultatea Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea C/Barrio Sarriena s/n 48940 Leioa-Bizkaia [email protected] Oihane García Santiago Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación/Gizarte Zientzien Fakultatea Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea C/Barrio Sarriena s/n 48940 Leioa-Bizkaia [email protected] RESUMEN: La crisis del momento, y los problemas sociales que conlleva, clama por un cambio de paradigma en el que las miradas dejen de centrarse en la innovación tecnológica -que hasta el momento se presentaba como la quinta esencia de la innovación y condición sine qua non para el cambio y el desarrollo social-, para centrarse en la innovación social. Esta, entendida como transformación de culturas, comportamientos y prácticas dominantes, comienza a verse como la única solución a los nuevos problemas sociales y, por tanto, como garante del cambio y desarrollo social. Desde ese momento el concepto va adquiriendo predicamento en el ámbito académico y, sobre todo, en el de las políticas públicas constituyéndose también como reto insalvable para todos los sectores, desde las empresas hasta las administraciones públicas, pasando por el sector no lucrativo. Las asociaciones, organizaciones e iniciativas sociales que se desenvuelven en este último sector van a verse crecientemente abocadas a innovar ante la presión competitiva por desarrollar nuevos productos y servicios al menor coste posible de modo que los resultados obtenidos ha pasado a ser un criterio importante para captar y/o retener tanto recursos humanos como materiales. Ante esta situación, con esta comunicación pretendemos plantear un debate en torno a dos aspectos controvertidos: 1) los criterios de análisis y definición de las iniciativas socialmente innovadoras y 2) los criterios de evaluación de los logros y resultados de las mismas. El objetivo último será argumentar la necesaria vinculación entre estos dos extremos siendo así que la propia definición operativa de la innovación social conlleva un replanteamiento de los modelos de evaluación: desde los modelos actuales de carácter tecno-burocrático en los que el enfoque socio-económico prevalece, hacia modelos centrados en la evaluación de los efectos desde perspectivas cualitativas en las que predomine un enfoque centrado en los sujetos. Sólo así podremos visibilizar buenas prácticas y obtener conocimientos para la acción. Palabras clave: acción colectiva, cambio social, modelos de evaluación, innovación social 1.- Introducción En los últimos tiempos, crece el interés por la evaluación y seguimiento de las actividades de las asociaciones e iniciativas del Tercer Sector hasta el punto de convertirse en un elemento constitutivo de la cultura organizativa de las propias asociaciones y entidades. Este es un dato novedoso indicativo de que algo está cambiando, ya que tradicionalmente la mayoría de las organizaciones sociales no se han preocupado en exceso por el seguimiento y evaluación de sus resultados. Podemos señalar, siguiendo a Carreras et al. (2011: 50 y ss.), tres factores que explicarían esta ausencia de interés por la evaluación. En primer lugar, la existencia de una cultura propia, basada en el activismo y la acción directa, incompatible con el esfuerzo de reflexión que conlleva cualquier proceso de seguimiento y evaluación. No menos importante ha sido la cultura del esfuerzo que, a falta de mejores indicadores, ha convertido el esfuerzo y la buena voluntad en unidades de medida del valor de las acciones. Por último, la atención a la gestión eficiente de los recursos, descuidando la necesaria reflexión sobre los resultados y los logros. En la misma dirección, Cordobés et al. (2009:72-74) aportan otras claves que explican la falta de una cultura evaluativa. Podemos agruparlas en dos dimensiones principales: por una parte, las intervenciones y proyectos concretos de cada ONGD hacen que las evaluaciones que se puedan sacar de las mismas no se consideren extrapolables a otras organizaciones, limitando la transferibilidad tanto de las iniciativas de carácter innovador como su evaluación. En este sentido, también cabe mencionar la falta de colaboración y la desconfianza mutua entre ONGDs que compiten por los mismos recursos económicos, lo que conlleva la no difusión de los resultados de las evaluaciones. Por otra parte, en el mismo estudio se mencionan una serie de razones de tipo metodológico asociadas a la dificultad de implantar sistemas de seguimiento y de evaluación de las actuaciones de la ONGD. En ocasiones no se realiza previamente un diagnóstico sobre el que realizar posteriormente las evaluaciones o se tiende a la autocomplacencia, no aceptando los propios errores o el espíritu autocritico, prevaleciendo un discurso de “éxito necesario”. Otras veces las ONGDs no disponen de profesionales especializados que realicen las evaluaciones útiles a un precio asequible. Finalmente, cabe mencionar la dificultad añadida de medir un intangible como el cambio social, al que se dirigen de un modo más o menos explícito este tipo de organizaciones, dada la dificultad para definir los indicadores pertinentes a tal fin Con todo, el interés por la evaluación está cambiando junto con los desafíos que han de afrontar estas organizaciones en un contexto de crisis, recortes y competencia creciente: cambiar, transformarse para mantenerse. Innovar, en definitiva, para generar productos y servicios al menor coste posible y para captar o retener recursos humanos y materiales1. Hasta este momento, y durante un dilatado período de tiempo que se remonta hasta los años 80, -década de bonanza y auge del sector-, el gen de la innovación permanecía dormido ante la ausencia de presiones externas hacia el cambio y la transformación. Pero el nuevo contexto social, económico y político introduce cambios, modificando el que hasta ahora era un entorno de seguridad y obligando a estas organizaciones a hacer ejercicios de reflexión, tanto hacia el exterior como hacia el interior, para poder legitimar su actuación: Hacia el interior, el ritmo vertiginoso de los cambios sociales pone fecha de caducidad a los paradigmas de intervención vigentes de modo que las organizaciones se ven obligadas “a estar replanteándose permanentemente el sentido de sus acciones, sus estrategias y programas” (Carreras et al., 2011: 17). La flexibilidad, la capacidad de adaptación, la creatividad y la innovación en la planificación se convierten en cualidades cruciales en un contexto de incertidumbre en el que las previsiones a largo plazo resultan una quimera. 1 En 2012 el Instituto de Innovación Social publicaba los resultados obtenidos en una encuesta centrada en la innovación y realizada entre miembros de diferentes ONG y otras entidades no lucrativas. Las respuestas de esta encuesta muestran que el propio sector no se percibe como innovador ya que solo un 8% de las personas encuestadas (267) caracterizan a las ONG como innovadoras, mientras que un 40% las califica como conservadoras. No obstante, se preguntaba a las asociaciones si dedicaban espacio a la innovación y si habían trabajado este tema. Entre las opciones de respuesta destaca que mientras un 6% afirmaba no haber hablado nunca internamente sobre innovación, el 27 % lo consideraba un tema clave para la entidad. Para más información ver Elena Rodríguez Blanco, Ignasi Carreras y María Sureda (2012). Innovar para el cambio social. De la idea a la acción. Programa ESADE-PwC de Liderazgo Social 2011-12. Instituto de Innovación social-ESADE. Hacia el exterior, la emergencia de nuevos actores o nuevas formas de movilización social y la consecuente pérdida de la exclusividad en espacios de intervención que tradicionalmente les eran propios obliga a las entidades “a replantearse no sólo su rol, sino, muchas veces, su forma de organización y sus mecanismos de intervención” (Carreras et al., 2011:16). Cuando la legitimidad ya no puede reivindicarse en términos de exclusividad, ni el rol de las organizaciones adquiere significatividad social por la simple afirmación de una misión social, surgen preguntas nuevas para sentar las bases de nuevas formas de legitimidad (Ibídem, 2011:16): ¿es pertinente lo que hacen cuando también existen otros actores que están dando respuesta a las mismas problemáticas?; ¿es eficiente y eficaz su forma de actuación?; ¿tienen impacto?; ¿qué valor diferencial aportan a la sociedad? Responder a este doble desafío interno y externo exige un ejercicio de reflexión. En el fondo se trata de una introspección, un autodiagnóstico en tres dimensiones: Misión (¿Cuál es nuestro objetivo?); Estrategia (¿Cómo lo vamos a conseguir?); Seguimiento de resultados (¿Lo estamos haciendo bien?). Nos interesa detenernos en este momento en este último aspecto porque “los buenos resultados constituyen el primer eslabón en la cadena de la legitimidad de las organizaciones” (Cordobés et al., 2009: 46). Ahora bien, la clave aquí está en el término resultados. Es precisamente en su conceptualización donde puede ubicarse la transformación de la cultura organizativa hacia una orientación evaluadora. Porque si atendemos el término “buenos resultados” como “eficiencia de gestión” (número de proyectos realizados, áreas de intervención, la población atendida, en definitiva, dónde y cómo se han empleado los recursos) puede alegarse que no hay nada nuevo que fundamentar. Este tipo de evaluación y seguimiento que responde a un objetivo claro (la obtención de información para la rendición de cuentas ante terceros) viene desarrollándose desde hace tiempo. Lo novedoso está en considerar que este tipo de evaluación, con ser importante, no es suficiente. Lo realmente importante es demostrar el valor añadido generado por dichas actividades, y la adecuación de ese resultado a la misión y objetivos de la iniciativa y de los intereses y necesidades de la población o poblaciones a las que se dirigen. En definitiva, se trata de presentar buenos resultados en términos del cambio social producido. Sólo un seguimiento y evaluación de este tipo permite corregir, mejorar, transformar… y seguir innovando. Así, en esta comunicación pretendemos plantear un debate en torno a los criterios de análisis y la definición de las iniciativas socialmente innovadoras y, por otra parte, reflexionar sobre los criterios de evaluación de los logros y resultados de las mismas. El caso de la Asociación de Desarrollo Comunitario Gazteleku nos acompañará en la elaboración de un modelo de seguimiento y evaluación de resultados. 2.-Tendencias en la cultura de evaluación Nos hemos referido más arriba al surgimiento de un renovado interés por la evaluación y seguimiento de las actividades de las organizaciones y entidades del Tercer Sector. Un interés renovado que implica el desarrollo de nuevas formas de entender la evaluación y sus fines y que pasamos a resumir en el siguiente cuadro 1. Cuadro 1. Modelos de seguimiento y evaluación Evaluación Primera generación Segunda generación Tercera generación Cuarta generación Objetivos Medir productos y resultados de programas y proyectos Evaluar es sinónimo de medir Demostrar el impacto de los proyectos y programas ejecutados Se contemplan resultados y procesos aunque todavía desde una perspectiva descriptiva Realizar un análisis conjunto de resultados, del impacto, los procesos y la utilidad aplicables a la mejora de los programas y de la propia organización. Junto a la función descriptiva (describir lo que es), una función normativa (enjuiciar lo que es y establecer cómo debería ser el programa o política). Construir sistemas de seguimiento y evaluación que contribuyan al aprendizaje organizativo implicando a los distintos stakeholders en las fases clave del proceso. La negociación y el consenso como objetivos Métodos Aproximación cuantitativa y técnica que logre datos contrastados y objetivos para verificar los resultados Consecución de elementos cuantitativos y objetivos que posibiliten describir procesos y comprobar impactos Sustitución de métodos experimentales por nuevas metodologías centradas en conceptos como utilidad y relevancia mientras se enfatizan los procedimientos y la ejecución Aproximación participativa-dialógica (círculos dialógico-hermenéuticos) para consensuar las preguntas/ítems de seguimiento y evaluación, el diseño de los mecanismos de recopilación de la información y la discusión de las conclusiones y recomendaciones Fuente: elaboración propia a partir de Cordobés et al. (2009: 113) y Vélez (2007: 147-149) Repasando los tipos de evaluación y seguimiento principales se vislumbra la necesidad de fomentar una cultura de aprendizaje en el interior de las organizaciones. La idea central es que una organización que aprende se relaciona con el entorno y se transforma atendiendo a sus necesidades y exigencias, bien gestionando e implementando recursos materiales y humanos, bien desplegando habilidades ocultas. Esto implica superar la cultura activista y el éxito necesario, favorecer la autocrítica con fines constructivos y gestionar disensos que abren puertas a alternativas correctoras. Pero también requiere de mecanismos que generen conocimiento respecto a los procesos de evaluación y seguimiento. Un buen modo de fomentar el aprendizaje organizativo y la escucha de las diferentes agencias y agentes que participan en el proceso puede ser mediante sencillas preguntas e ítems: ¿Hemos sido capaces de colaborar con otros sujetos, agentes o agencias?; ¿A quiénes no hemos llegado (todavía)?; ¿Cuáles son los puntos conflictivos?; ¿Cómo solventamos las tensiones?; ¿Al final del proceso, logramos seguir teniendo autonomía suficiente?; ¿Caminamos hacia una sociedad abierta, dialogante, equitativa?,… Guba y Lincoln (1989) llaman a los nuevos modos de evaluar evaluaciones de cuarta generación, un cambio de modelo que responde a un cambio de paradigma similar al habido en las ciencias sociales, el cambio del positivismo al constructivismo. Este cambio de paradigma plantea nuevas cuestiones epistemológicas (para qué y para quién se evalúa) y nuevas cuestiones metodológicas y técnicas (cómo se evalúa; nuevas herramientas dialógicas y creativas), las cuales pasamos a detallar a continuación: 2.1. Para qué y para quién se evalúa El cambio de paradigma al que nos hemos referido supone pasar de evaluar, en tanto que rendición de cuentas, a evaluar los resultados y logros. A este respecto, hemos visto que el primer enfoque se centra en la gestión eficiente de recursos y procesos, donde el objetivo de la evaluación es el logro de conocimiento basado en la obtención de datos objetivos con el fin de medir la idoneidad de la ejecución de los programas y/o proyectos desarrollados. Evidentemente, este tipo de evaluación no facilita un conocimiento reflexivo que revierta directamente sobre la acción. Precisamente por este motivo este tipo de evaluación, con ser necesaria, ha dejado de considerarse suficiente. La excesiva o exclusiva atención prestada a la ejecución puede resultar en una desatención hacia lo verdaderamente importante para cualquier organización o iniciativa social: la eficacia. Atender a esta segunda dimensión de la evaluación implica prestar atención a logros y resultados: “¿qué conseguimos con lo que hacemos?”. También entre las propias organizaciones, en un primer momento, se da la tentación de identificar evaluación de resultados con la evaluación de impacto social. Al fin y al cabo el objetivo último de las iniciativas y programas desarrollados por este tipo de organizaciones es generar un valor añadido de carácter intangible: lograr un cambio social al menos perceptible en las vidas de las personas a las que se dirigen. Pero la evaluación de resultados debe ir un poco más allá. Tratar de fijar en una foto el resultado de las acciones emprendidas vuelve a colocarnos en el camino de generar un conocimiento a posteriori no reflexivo pues no revierte sobre la práctica. Por esto, el verdadero cambio de paradigma se asocia con la evaluación de resultados y logros entendida como un ejercicio reflexivo, de autodiagnóstico, que permita un aprendizaje continuo orientado a la práctica y la acción (Estrella y Gaventa, 1998). El aprendizaje es clave. De hecho, podemos afirmar que “el uso efectivo del aprendizaje ha sido una de las características asociadas al éxito de la mayoría de las organizaciones líderes, tanto del sector no lucrativo como privado, concebido el aprendizaje como el proceso por el cual se liga la generación de conocimiento con la acción” (Cordobés et al, 2009:191). Asociado con este cambio de objetivo se produce un cambio epistemológico de mayor calado desde nuestro punto de vista: la transformación del sujeto de la evaluación. Para que una iniciativa u organización se convierta en organización que aprende, en definitiva, para que el aprendizaje sea un eje central de la acción, no cabe otra opción más que la apertura democrática y participativa. Siguiendo a Francés y Carrillo (2008: 215), en su dimensión organizativa el proceso de evaluación y seguimiento deberá atender a ciertos mecanismos democratizadores: la comunicación, asegurando que la información sobre distintas propuestas circule y sea accesible; la interacción, generando espacios con presencia de los agentes implicados; la formación, a fin de que la ejecución de propuestas sea comprensible para los y las participantes; la trasparencia, para que cualquier agente implicado pueda comprobar cuál es el proceso y, finalmente, la difusión, con el fin de que grado de cumplimiento de los acuerdos sea conocido por la ciudadanía en general. Esto significa que el centro del proceso son los participantes (stakeholders) que toman un rol activo en las diferentes partes del proceso (decisión, ejecución y difusión de resultados). En base a las consideraciones de Carmen Vélez (2007: 154) para el buen desarrollo del proceso resultará necesario, entre otras cosas, reconocer “la pluralidad de valores e intereses coexistentes en la sociedad y su relevancia en la determinación de los propósitos de la evaluación, donde los parámetros de referencia para la emisión de juicios de valor deben ser determinados a través de un procedimiento de diálogo con todos los implicados en un programa o política”. 2.2. Cómo se evalúa En primer lugar cabe subrayar que desde el constructivismo no se parte de una teoría preestablecida, ni de unas hipótesis de partida o preguntas predeterminadas. Además de analizar el contexto concreto que influye y es influenciado por las personas implicadas en el proceso, el proceso se lleva a cabo contando con las personas implicadas en el programa, plasmando en un informe de caso los resultados de evaluación, las conclusiones y recomendaciones que emergen tanto de los propios agentes como de las personas evaluadoras (Vélez, 2007: 155). Todo esto implica el uso de planteamientos metodológicos abiertos y flexibles, adaptados a cada caso, donde no existe una determinación previa de los indicadores a tener en cuenta sino que estos surgen en el propio proceso de análisis. Y esto frente a planteamientos cerrados y estandarizados basados en indicadores prefijados que no dan lugar al análisis de las peculiaridades individuales, sociales, contextuales e institucionales. En la medida en que en se da importancia a lo que los participantes en un programa o iniciativa consideran relevante, y al intercambio entre opiniones, valores y experiencias, cobran peso las técnicas participativas y dialógicas propias de una perspectiva constructivista y dialógica. La panoplia de técnicas a aplicar también es amplia: desde técnicas visuales centradas en la elaboración de cartografías sociales (mapas, paseos y derivas, cronologías y líneas temporales), hasta dinámicas de grupo, pasando por las entrevistas. Todas ellas tienen algunos rasgos en común: garantizar la participación de los implicados en la iniciativa, programa u organización dando lugar a la expresión de sus necesidades, debilidades y oportunidades con el fin de garantizar el proceso de análisis y aprendizaje colectivo. De las dos cuestiones planteadas, metodológica y epistemológica, la segunda plantea algunas dificultades de resolución desde el punto de vista de la elaboración de informes de caso. Hay que recordar que, desde una perspectiva epistemológica, la evaluación de resultados y logros es entendida como un ejercicio reflexivo, de autodiagnóstico, que permita un aprendizaje continuo orientado a la práctica y la acción que se plasma en un informe de caso específico para cada situación. Consideramos que este planteamiento lleva implícito un vacío de indefinición y una dificultad operativa. La primera cuestión se refiere al hecho de que la afirmación de la necesidad de reflexión no resuelve el interrogante del qué o sobre qué se ha de reflexionar para evaluar logros y resultados. La segunda supone que, en la medida en que cada caso es específico, no es posible la acumulación, comparación y transferencia del conocimiento adquirido de modo que la evaluación se convierte en un ejercicio instrumental (pragmático) para cada iniciativa u organización pero no permite procesos de colaboración, de comunicación abierta y permanente en la que lo aprendido –éxitos y fracasos- revierta en un esfuerzo colectivo. Desde nuestro punto de vista, resolver estas dificultades resulta clave pues de otro modo el creciente interés por la evaluación y seguimiento de resultados podría quedar en una simple moda pasajera sin trascendencia social y académica. Evidentemente, los avances en este sentido han de generar un mayor debate académico y social en torno a propuestas concretas, tanto teóricas como analíticas. Desde este supuesto ha de entenderse la propuesta que planteamos y recogemos en el siguiente apartado. Se trata de un estudio de caso en el que las dificultades planteadas más arriba se resuelven a través de la utilización de un modelo analítico centrado en el concepto de innovación social. 3. Conclusiones generales y propuestas concretas a la luz de un estudio de caso El estudio que presentamos es el resultado de un contrato de colaboración entre GAZTELEKU (Asociación de Desarrollo Comunitario con una larga tradición de trabajo en el Distrito 7 de Bilbao) y KOHESLAN (Grupo de Estudios para la Cohesión Social con sede en el Departamento de Sociología 2 de la UPV/EHU). El origen de esta colaboración se centra en el interés compartido, - desde la intervención directa por parte de GAZTELEKU, desde la reflexión académica por parte de KOHESLAN-, por el estudio y la comprensión de fenómenos de desarrollo comunitario y cohesión social. Este interés compartido nos ha llevado a lo largo de estos años a coincidir en espacios -muchas veces simbólicos- de encuentro y reflexión en los que reiteradamente se ha puesto de manifiesto el interés de la Asociación por abordar una reflexión crítica sobre ella misma que, a la vez, se significara como punto de inflexión para la adecuación de su intervención social al contexto actual de crisis económica y problemas sociales consiguientes. Resolvimos la encrucijada recurriendo al concepto de innovación social. Se trata de un concepto que está adquiriendo predicamento en el ámbito de las políticas públicas, como puede observarse en la estrategia de desarrollo europea para el 2020 (BEPA, 2009)-, y en el ámbito académico, luego del mayo del 68 y las revoluciones de la década de los 70. En su obra Les Innovations Sociales Chambon relaciona la innovación social con los cambios sociales, interesándose especialmente en los mecanismos por los que se acelera la innovación social en época de crisis, viéndose satisfechas las necesidades específicas de las comunidades gracias a iniciativas colectivas asentadas en procesos conscientes de crecimiento, movilización y aprendizaje. A partir de los años 80 se produce un interés creciente por las ideologías, formas organizativas y estrategias de los movimientos sociales (Staggenborg, 1989; McCarthy, 1996). Ya en los años 90, numerosos trabajos dirigen su mirada a las innovaciones en los servicios destinados a las personas y al propio sistema de bienestar (Baldock y Evers, 1992; Esping-Anderson, 1996; Vaillancourt, 2002). Todo ello ha generado una vasta literatura sobre innovaciones acompañada de la proliferación de centros y plataformas creadas con el fin de potenciar la investigación y el intercambio de conocimiento. No obstante, el creciente debate e interés por el concepto no ha resuelto la ambigüedad intrínseca a la definición del mismo. Tampoco es objeto de esta comunicación profundizar en los debates al respecto. Baste señalar aquí que se pueden distinguir dos grandes bloques en los trabajos sobre innovación social: por un lado, aquellos que centran su análisis en la innovación social como respuesta a problemas y condiciones sociales (Mulgan, 2006 y 2007); por otro, los que analizan la innovación social en el contexto de la gobernanza y el desarrollo democrático tanto territorial como organizacional (Healey 2004; Moulaert et al., 2010; MacCallum et. al., 2009; Moulaert y Nussbaumer, 2008). Más allá de estos debates, lo que nos interesa resaltar aquí es el potencial analítico del concepto. La aplicación operativa del mismo nos la ofrece el modelo utilizado por Moulaert y otros, el modelo ALMOLIN (Alternative Model of Local Innovation), respondiendo a tres preguntas básicas: ¿por qué?, ¿cómo? y ¿qué? Para el estudio de GAZTELEKU nos hemos servido de este modelo como plantilla para el acercamiento al campo y la gestión de la información. De este modo, hemos convertido las preguntas claves del modelo ALMOLIN en criterios de diagnóstico y auto-reflexión. Así, el diagnóstico de GAZTELEKU desde la perspectiva de la innovación social se ha basado en tres criterios: El primero de ellos responde a la originalidad de la idea, al motivo impulsor o al por qué desencadenante del surgimiento de la iniciativa (en este caso la propia Asociación Gazteleku) y, al mismo tiempo, a los objetivos y el propósito de la asociación y/o de la iniciativa. En definitiva, de la misión y de sus señas de identidad frente a la exclusión social y privación en un contexto o medio social concreto. En este punto las fortalezas se identifican como la capacidad de mantener vivos los objetivos y valores de la asociación, mientras las debilidades se entienden como lagunas y/o conflictos, sobre todo intergeneracionales, en la transmisión de las señas de identidad de la asociación. El segundo criterio responde a la creatividad en el proceso o al cómo. La creatividad y capacidad innovadora en el proceso refleja la existencia de una “organización que aprende”, una organización que sin dejar de ser lo que la define, se adapta al entorno y se visualiza en relación con él cambiando y adaptándose a sus exigencias movilizando recursos humanos, financieros, etc. Las fortalezas y debilidades innovadoras se relacionan, en este punto, con la capacidad no sólo de gestionar e implementar de una forma más o menos novedosa recursos materiales y humanos, sino también con la capacidad para desplegar las habilidades que están detrás de esa capacidad de gestión, entre ellas, el despliegue de un pensamiento asociativo, la actitud receptiva y abierta hacia el entorno, el establecimiento de redes, la capacidad de experimentar y repetir y la capacidad de aprender de los errores (Rodríguez et al., 2012: 43-442). El tercer y último criterio responde al resultado innovador o al qué. La capacidad innovadora se traduce en este caso en la creación de valor añadido en contenidos (la satisfacción de las necesidades individuales y colectivas), en procesos (generar nuevas oportunidades y contextos de relación social, especialmente en lo que se refiere a la gobernanza) y en capacitación o empoderamiento (incrementar la capacidad socio-política y el acceso a recursos necesarios realzando los derechos a la satisfacción de las necesidades humanas y a la participación, en especial en el caso de grupos sociales en situación de vulnerabilidad). Las debilidades, por su parte, vienen asociadas a la dificultad de definir y gestionar con claridad las metas y objetivos a corto y medio-largo plazo, así como con la dificultad para concretar el éxito o alcance de estos logros. Una vez propuestos los tres criterios generales para la elaboración de nuevos modelos de seguimiento y evaluación de resultados de iniciativas socialmente innovadoras, 2 Hay que recordar que en la fuente citada estos atributos se aplican a individuos innovadores, líderes o no. En nuestro caso, entendemos que en tanto en cuanto la innovación está ligada a la “capacidad de agencia”, la naturaleza o entidad de esta es relativamente secundaria de modo que los atributos mencionados pueden representar también el carácter o la propensión a la innovación de una organización. queremos traer a consideración la virtualidad de esta plantilla de análisis: por un lado, posibilita la reflexión por parte de los actores desde sus propias prácticas y experiencias; por otro lado, sienta las bases para un proceso de colaboración, comunicación y cooperación en el proceso de generación de conocimiento. Así, partiendo del concepto guía de innovación social y desde una perspectiva dialógica en evaluación, realizamos una serie de ejercicios destinados a dar voz a las personas participantes3. La finalidad de este ejercicio ha consistido en confrontar a los propios agentes activos de la asociación –a su experiencia y a sus prácticas- con las bases conceptuales y premisas de definición de una iniciativa como socialmente innovadora, ordenándolas en los tres ámbitos de preocupación recogidos en el modelo. A continuación, hemos abordado un ejercicio de diálogo intersubjetivo entendido como un inicio de reflexión sobre algunas cuestiones significativas verbalizadas en el ejercicio anterior. Lo fundamental reside en el hecho de que miembros de los diferentes estamentos de la asociación han puesto en común y dialogado acerca de algunas de sus preocupaciones desde diferentes perspectivas. A tal objeto se han reunido en grupo las personas intervinientes en las entrevistas (entrevistadas y entrevistadoras), desarrollándose la reunión en tres momentos. En el primero, una miembro de KOHESLAN ha expuesto tres citas literales entresacadas de las entrevistas que expresan originalidad, creatividad y resultado positivo de la iniciativa GAZTELEKU y sobre las que existe un acuerdo unánime. En un segundo momento, los participantes se han reunido en sub-grupos de cuatro personas (todos ellos con representación de GAZTELEKU y KOHESLAN) y, siguiendo el mismo procedimiento, han dialogado en torno a ideas que no han alcanzado el mismo nivel de unanimidad. En el tercer momento, los participantes han vuelto a reunirse y han puesto en común sus reflexiones sin ánimo de agotar sus posibilidades. 3 En el estudio de caso de GAZTELEKU se ha entrevistado a diez personas atendiendo a características diversas (estamentales y de intervención) que pudieran representar el universo humano interno de la asociación, en concreto: 1. Antiguo militante, antiguo miembro del Consejo Asociativo; 2. Voluntaria, extrabajadora, miembro del Consejo Asociativo; 3. Trabajador del Área de Dirección-Gestión (Coordinador); 4. Trabajadora del Área Animación sociocultural; 5. Voluntario, socio del Área de Animación sociocultural; 6 y 7. Un trabajador y un ex trabajador del Área Desventaja social; 8 y 9. Una trabajadora y una voluntaria de Participación comunitaria y 10. Una antigua ‘chavala’, colaboradora. Concluyendo, éste ha sido un ejercicio experimental que pretende inaugurar un proceso evaluador en la propia asociación, constituyéndose como buena base para la generación de nuevas iniciativas socialmente innovadoras. Dicho de otra forma, esta experiencia no ha buscado concluir sino constituirse en punto de partida de una práctica innovadora habitual, propia de una organización que aprende. 4. Bibliografía Baldock, J. and Evers A. (1992) “Innovations in care for the elderly: The cutting-edge of change for social welfare systems. Examples from Sweden, the Netherlands and the United Kingdom” en Ageing and Society 12 (3), pp. 289-312. BEPA (Bureau of European Policy Advisers-European Commission) (2009) Social innovation as part of the Europe 2020 strategy, Executive Summary, Brussels. 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