Num133 022

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El fracaso de
Florentino
INGENIERÍA
FERNANDO
SÁENZ RIDRUEJO
F
lorentino es, evidentemente, Florentino Pérez,
presidente
del
Real
Madrid y de otras cosas
de menos resonancia, como, por
ejemplo, la mayor constructora de
España. A nadie debe extrañar
que se trate de fútbol en una
revista de pensamiento porque el
fútbol es un fenómeno social de
primer orden. Más raro puede
resultar que se haga en la sección
dedicada a la ingeniería; pero
Florentino es, sin duda, el
ingeniero más conocido de la
actualidad. En el fútbol y en los
negocios ha triunfado mediante
métodos típicamente ingenieriles
y el reciente fracaso de su
proyecto deportivo hemos de
achacarlo a un lamentable olvido
de algo que se enseña en los
primeros cursos de todas las
carreras de ingeniería: las leyes
que rigen la composición y la
resistencia de los materiales
constructivos.
Florentino Pérez, vaya esto por
delante, ha traído algo que parecía
olvidado en el mundo del fútbol:
la amabilidad y las buenas
maneras. Florentino ha mostrado
que las razones expuestas
pausadamente,
con
palabras
suaves y ademanes medidos, son
más convincentes que los gritos y
las descalificaciones. La razón
puede imponerse incluso en un
ambiente tan crispado como el del
fútbol, en que, a menudo, los
jugadores se expresan con golpes,
los aficionados con insultos y los
directivos mediante simples interjecciones. Su estilo se ha
contagiado a otros dirigentes
deportivos y, aunque sólo fuera
por eso, debemos gratitud al
presidente del Real Madrid.
La ingeniería es, ante todo, el arte
de aglutinar equipos humanos,
con
diversos
conocimientos
técnicos, para un fin determinado.
La obra de ingeniería es siempre
una obra de equipo y por eso es
frecuente
que
la
palabra
ingeniería se trasponga a otros
ámbitos que también necesitan de
la conjunción de múltiples
saberes. Así, hablamos de la
“ingeniería
genética”,
la
“ingeniería financiera”, etc. No
hay, por lo tanto, demasiada
diferencia entre dirigir una constructora
u
organizar
la
explotación de una mina y
producir una película, montar una
obra de teatro o dirigir un equipo
de fútbol. En todos los casos
habrá que recabar recursos
financieros, lidiar los problemas
administrativos, tratar con los medios de comunicación y promocionar un producto. Para eso
habrá que seleccionar personas
cualificadas y lo más importante
será, siempre, conseguir que esas
personas se sientan a gusto y
trabajen coordinadamente a favor
del proyecto común. Tratar con
una prima donna requiere mayor
sutileza que hacerlo con un dirigente sindical, con un futbolista o
con un estibador portuario; pero
estos últimos también necesitan
una atención personal. A veces se
olvida que las personas menos
cultivadas y externamente más
rudas son también las más
vulnerables cuando se encuentran
en un medio adverso.
El fracaso deportivo de Florentino
consiste en que, después de haber
hecho todo bien en los aspectos
empresariales,
incluida
la
recalificación de terrenos —
fórmula que, desde Mendizábal
hasta nuestros días, es la clave de
la mayoría de los proyectos
financieros
españoles—,
ha
fallado en dos cuestiones
elementales, que conocen todos
los ingenieros civiles. Ha
olvidado la dosificación del
hormigón y la fatiga del acero. En
la Escuela de Caminos, en que
Pérez se formó, se estudia hasta la
saciedad la granulometría que
deben tener los morteros y los
hormigones. Se aprende que la
graduación de los elementos es
fundamental para una buena
trabazón del conjunto.
Esa fórmula disparatada de
“zidanes y pavones”, que tanto
éxito mediático alcanzó, no se le
pasaría por la cabeza a ningún
estudiante de primer curso. Hace
ya casi un siglo, cuando se sabía
poco sobre el asunto, se usó durante breve espacio de tiempo un
hormigón
denominado
“ciclópeo”, en que unos bloques
de gran tamaño flotaban en medio
de una masa de elementos
menudos; pero enseguida se vio
que aquello no daba consistencia
al conjunto. Florentino, más pendiente del marketing que de otra
cosa, se ha olvidado de la clase
media futbolística. Ha querido
componer un hormigón con grava
y arena, prescindiendo de la
gravilla que aporta la necesaria
compacidad.
El segundo fallo del presidente
del Real Madrid ha sido olvidar
una asignatura que estudió en
segundo curso, la Resistencia de
Materiales. Ha olvidado que los
materiales —también los materiales humanos— se fatigan cuando
trabajan
repetidamente
bajo
tensión elevada. Hay una fase,
que llamamos elástica, en que los
materiales se recuperan de sus
deformaciones; pero hay otra en
que la recuperación no es total e
incluso, si se sobrepasa cierto
límite, esas deformaciones se
hacen irreversibles y pueden
llegar a la rotura. Cuando el can-
sancio de los jugadores se ha
hecho evidente, Pérez y sus
directivos lo han explicado
diciendo que era un “cansancio
mental”, como si en el ser humano lo mental fuera separable de
lo físico y de menos importancia.
Ahora parece que por fin
Florentino ha recordado las
lecciones que aprendió en la
Escuela de Caminos. Ha traído
material de tamaño medio para
incorporar a su equipo humano y
ha
prometido
ser
menos
ambicioso para no fatigar tanto a
sus componentes. Además, ha
aplicado una solución de urgencia
típicamente ingenieril: ha echado
la culpa al entrenador y lo ha
expulsado del equipo. Cuando
una obra va mal todo constructor
recurre a la sustitución del jefe de
obra, cuyo principal pecado suele
consistir en haber denunciado los
problemas a tiempo y en haber reclamado inútilmente más medios.
En este caso reclamaba más
medios y, sobre todo, más
defensas.
Compás de espera
El cambio sobrevenido en la
política española a raíz de las
elecciones de marzo va a
representar, como no podía ser de
otro modo, un cambio en la orientación de la política de
infraestructuras. El nuevo equipo
ha anunciado ya la rectificación
de algunos aspectos en los que
mantenía mayores diferencias con
el equipo anterior, como pueden
ser el Plan Hidrológico Nacional
o la Ley del Sector Ferroviario,
cuya entrada en vigor ha sido
retrasada mediante Real DecretoLey.
Pero al historiador de la técnica
no se le oculta que, a pesar de
esas diferencias y de esas
rectificaciones, las obras públicas
son de una inercia tan brutal que
no resulta fácil modificar
radicalmente su curso. Las formas
de abordar los problemas pueden
tener matices distintos; pero los
problemas, que están ahí y piden
soluciones, son sustancialmente
los mismos. Y como ningún político puede empezar de cero, como
todos están condicionados por lo
que ya han hecho los anteriores,
esas soluciones no difieren
radicalmente de las precedentes.
No en vano la política ha sido
definida como el arte de lo
posible.
INGENIERÍA
El hundimiento de la terminal
parisina de Roissy representa un
golpe muy duro para el prestigio
de la técnica francesa y, en
general, para el buen nombre de
Francia. Se ha cobrado un
reducido número de vidas humanas, pero su repercusión ha sido
inmensa. No es lo mismo un accidente en un escondido paraje del
interior que éste, ocurrido en el
aeropuerto Charles de Gaulle, que
es, con el Louvre o con la torre
Eiffel, uno de los escaparates de
Francia. Ahora que París compite
para obtener la concesión de los
Juegos Olímpicos de 2012, nadie
puede asegurar que no se vaya a
hundir la tribuna de este estadio o
la cúpula de aquel pabellón. Al
menos sus rivales están legitimados para plantear esa duda.
Durante la dictadura de Primo de
Rivera, el conde de Guadalhorce
continuó, con algunos cambios, la
política hidráulica de Rafael
Gasset. La II República procesó a
Guadalhorce, pero se apoyó
en sus c olaboradores para desarrollar sus programas. Franco no
alteró el esquema del ministerio
republicano de Obras Públicas y
continuó muchos de los planes
anteriores. Cuando, a finales de
1982, Julián Campo tomó posesión de esta cartera, dentro del
primer
ministerio
socialista,
declaró que las obras a las que él
pusiera la primera piedra serían
inauguradas por otros que, muy
probablemente, tendrían una
filiación política distinta. Y, a su
vez, no sólo terminó obras, como
la presa de La Serena, que su
partido había criticado desde la
oposición, sino que apuntó en su
haber, con buena lógica, la
inauguración.
La nueva ministra de Fomento ha
lamentado que a estas alturas esté
ya comprometido un porcentaje
muy alto de su presupuesto anual.
No podría ser de otro modo
cuando las obras se programan
para ser ejecutadas en cuatro,
cinco o más años. Todo lo cual
viene a decirnos que, en esta
materia, el margen de maniobra
de los rectores de la cosa pública
es limitado. Un político prudente
se piensa dos veces antes de
rescindir contratos millonarios
pues, de que no se pare la
Arquitecturas efímeras
máquina de la construcción,
dependen muchos miles de
empleos, de los que viven otras
tantas familias. En definitiva,
cabe pronosticar un compás de
espera en las decisiones, un
relevo de los cargos de confianza,
un cierto cambio en las actitudes
y un mayor protagonismo del
sector público, en detrimento del
privado; pero no es previsible que
en los próximos años se produzca
un giro copernicano en la política
de infraestructuras en España.
Este asunto se inscribe en una
situación
que
desde
hace
bastantes
años
venimos
denunciando y que se produce en
toda Europa. Es la trivialización de
ciertos divos de la ingeniería y la
arquitectura, que han pasado de
construir
obras
sólidas
y
funcionales a hacer productos de
diseño, cuya primera finalidad
consiste en llamar la atención. Su
campo de actuación ideal son los
pabellones de las Exposiciones
Universales, que deben ser ante
todo llamativos, sin que el precio
ni la funcionalidad tengan excesiva importancia. Incluso la
resistencia pasa a ser un defecto
si se contrapone a la necesaria ligereza. En términos de alta
costura, diríamos que hemos
pasado del reinado de Balenciaga
al de Jean Paul Gaultier.
Afortunadamente, la construcción
general
experimenta
una
innegable progreso, fruto de los
enormes avances conseguidos en
los métodos de cálculo, en el
conocimiento de los nuevos
materiales y en los sistemas
constructivos; pero hay obras
emblemáticas, que tienen la
obligación de ser originales a
ultranza y que están sometidas a
presiones de todo tipo, con
enorme atención mediática y plazos muy exiguos. Se encomiendan
a proyectistas exquisitos, cuyos
nombres son garantía de notoriedad; pero que, de hecho, no tienen
tiempo más que para viajar por el
mundo en busca de nuevos encargos, mientras los ya conseguidos
quedan en manos de subalternos.
La pasarela sobre el Támesis, de
cuyos vaivenes ya hemos tratado
aquí, podría ser un ejemplo de la
transposición
de
esas
arquitecturas efímeras al campo
de la ingeniería civil, en el que las
obras, aparte de ser admiradas,
tienen que servir, de forma
segura, a muchos miles de
usuarios durante muchos años.
Parece como si aquella máxima
—Pontem perpetui mansurum in
saecula— que campeaba sobre el
puente de Alcántara y que fue
durante siglos una pauta para
todos los constructores del
mundo, hubiera sido sustituida
por otra: “Mírame y no me
toques” o, para los peor pensados,
“Tente mientras cobro”.
Resulta
muy llamativo el
tratamiento que la prensa
americana
ha
dado
al
hundimiento de la terminal de
París. Estados Unidos mantiene
una curiosa actitud hacia Francia,
mezcla de recelo, admiración y
desdén, que se trasluce, por
ejemplo, en el cine y que es muy
distinta de la que mantiene hacia
otros
países
a
los que,
simplemente, ignora. El New
York Times ha dedicado al tema
una crónica en que califica la
terminal de “futurística”. Especula sobre si los fallos han sido de
proyecto o de construcción e
insiste en que el arquitecto, Paul
Andreu, estaba en este momento
proyectando el aeropuerto de
Pekín. Es un aviso subliminal de
los riesgos que afronta el gobierno chino al ponerse en manos
de un arquitecto francés. China es
un mercado potencial tan grande
que toda ocasión es buena para
intentar el descrédito de la
competencia.
El Picadero de Moscú
Los acontecimientos del pasado
mes de marzo han hecho que
pasara prácticamente inadvertido
un grave suceso ocurrido el día 14
de ese mes, de innegable
trascendencia para los técnicos
españoles: el incendio del salón
de ejercicios ecuestres de Moscú.
Aparte
de
alguna
foto
espectacular del edificio en
llamas,
pocos
fueron
los
periódicos que se hicieron eco de
la importancia del monumento y
menos los que lo relacionaron con
la ingeniería española. Por
ejemplo, Le Monde no dudó en
otorgar su autoría al “arquitecto
francés Mr. Betancourt”. Y, como
el edificio es comúnmente
conocido por su nombre francés,
Manège, un veterano diario
madrileño se apresuró a dar la noticia de que, en el momento del
incendio, se exhibía en la sala
“una exposición de Manege”,
suponiendo, sin duda, que se
trataba
de
algún
pintor
impresionista.
Realmente, el Picadero fue
construido en 1818 por el
ingeniero, arquitecto e inventor
canario Agustín de Betancourt,
fundador de dos de los más
grandes centros europeos de enseñanza técnica, la Escuela de
Caminos y Canales de Madrid y el
Instituto de Vías y Comunicaciones
de San Petersburgo. Le Monde ha
publicado la oportuna rectificación
a solicitud del profesor de
Barcelona Jaume Sabater, aunque
haciendo hincapié, eso sí, en las
vinculaciones
francesas
de
Betancourt.
Agustín de Betancourt (17581828) es una de los máximos
representantes de la ingeniería
europea de la Ilustración y, desde
luego, una de las figuras que más
ha servido de vínculo entre las
dos naciones que ocupan los
extremos de Europa: Rusia y
España. Así se ha reconocido en
todas
las
visitas
oficiales
realizadas por los dirigentes de
ambos países, que, tanto en
Madrid como en San Petersburgo
y en Moscú, han rendido
homenaje al genial inventor
canario. Así se puso también de
relieve durante la visita efectuada
por S. M. el Rey a la Escuela de
Caminos, con motivo del 200
aniversario de su fundación.
El Picadero de Moscú era una
inmensa nave de 166 x 45m. cuyo
recinto exterior había trazado un
subordinado de Betancourt. Su
principal mérito radicaba en la
cubierta: una estructura de
madera sin apoyos intermedios
proyectada por el sabio español,
que no tuvo durante muchos años
parangón en Europa y que seguía
siendo una muestra notable de la
arquitectura de su tiempo. Era
también uno de los mejores
ejemplares de la obra de
Betancourt en Rusia, que había
sobrevivido a dos siglos de
guerras y revoluciones.
Parece ser que el ayuntamiento de
Moscú, que tenía intención de
construir un aparcamiento bajo el
edificio,
está
dispuesto
a
reconstruir éste. Más dudoso
resulta que se vaya a respetar el
INGENIERÍA
diseño de la cubierta original,
pero sería importante que, al
menos en parte, así se hiciera y
que esa parte sirviera de recuerdo
y homenaje a su autor.
En la muerte de Luis
Ramírez
Ninguna edad es buena para
morir, pero quizás menos que
ninguna la comprendida entre los
treinta y los cuarenta años.
Actualmente los jóvenes no
llegan a la madurez profesional
hasta cerca de los treinta. Durante
ese
tiempo
su
formación
representa un gran sacrificio
personal y una carga para la
sociedad y resulta desalentador
que las esperanzas que habían
suscitado se corten de raíz cuando
estaban empezando a devolver
todo lo que la sociedad esperaba
de ellos.
Luis Ramírez fue un joven
ingeniero constructor que muy
pronto halló su verdadera vocación en la promoción de
espectáculos teatrales. En un
mundillo acostumbrado a vivir de
las
subvenciones
oficiales,
asumió riesgos financieros importantes y aportó su experiencia
como organizador para montar
espectáculos de estilo americano
que, al menos en un primer momento, tuvieron enorme éxito. El
hombre de la Mancha, el musical
en que hizo trabajar a dos
personalidades tan distintas como
Paloma San Basilio y José
Sacristán, le dio popularidad y
prestigio. Luego arrastró en sus
proyectos a otros artistas de fama,
como Raphael, y llegó a concebir
planes ambiciosos como la
construcción, junto con Plácido
Domingo, de un gran centro de
actividades escénicas en la
antigua estación del Norte.
Una enfermedad fulminante ha
dado al traste con todos esos
proyectos, aunque ya antes habían
quedado en cuarentena, frenados
por algún fracaso económico. Las
alabanzas y los halagos de las
gentes del espectáculo se
convirtieron enseguida en unas
críticas, que sin duda han
amargado sus últimos años. En su
funeral vimos caras conocidas;
pero faltaron las de muchos a los
que en sus buenos tiempos había
favorecido. No puede decirse que
la gratitud sea la virtud más
destacada del mundo de la farándula. Descanse en paz el ingeniero
que
quiso
construir
ilusiones.
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