Liderazgo en la nueva cultura humanista

Anuncio
III ENCUENTRO DE HUMANIDADES
"HACIA LA FORMACIÓN DE LÍDERES DOCENTES"
Conferencia Magistral a cargo de la Dra. Beatriz Cipriani Thorne
Liderazgo en la nueva cultura humanista
Toda época tiene sus frases célebres, sus personajes famosos, sus éxitos siempre celebrados y sus derrotas muchas
veces no reconocidas como tales. Todo tiempo tiene también sus esperanzas y a ellas recurre cuando las
realidades se hacen más difíciles de sobrellevar; pero, debajo de estas expresiones y más que podríamos seguir
trayendo a colación, no hay que olvidar que está la persona humana, centro de gravitación de la historia de los
hombres.
Es a la persona, como centro de las actividades y de las decisiones, de los éxitos y los fracasos, de las esperanzas,
las luchas y las claudicaciones, las alegrías y tristezas, a la que hay que volver, una y otra vez, pues de la persona
misma hay que sacar los recursos necesarios para enfrentar el reto que significa vivir. A ella volvemos una y otra
vez la mirada para aprender lecciones que nos sean útiles en nuestro vivir cotidiano; nunca cesamos de aprender,
la persona humana es un mar profundo e interesantísimo en el que vale la pena meterse.
Hoy se oye mucho hablar de liderazgo, pero curiosamente según me contaron acerca de una de las tantas
encuestas de opinión que se realizan, parecía haber un consenso mundial generalizado: casi nadie reconoce hoy a
un solo personaje en el que depositar ese calificativo; resultaría preocupante si de verdad es cierto, pues el
hombre requiere de modelos que imitar o -como dice un filósofo- el hombre es el único ser existente que requiere
saber quién es para poder serlo efectivamente. Con otras palabras, podemos afirmar que la carencia sentida o
reflexionada -siendo en ambos caso patética- de auténticos líderes probablemente se deba a que nuestra época
carece de un modelo de persona humana que convenza y atraiga, que arrastre y proponga metas valederas y no
sólo impulsos momentáneos o ilusiones de un solo día.
Con la única excepción de Juan Pablo II, quien últimamente reunió bajo su sola presencia a más de 2 millones de
jóvenes en el Campo de Torre Fagatta de Roma -hecho por cierto silenciado por los medios- la mayoría de los
jóvenes se mueven alrededor de otro tipo de reuniones, me refiero a espectáculos sean de Ricky Nelson, Shakira y
similares, convertidos momentáneamente en "líderes" para, a los pocos meses, ser destronados para mantener
altas las ventas con nuevas figuras. A estas alturas, sin embargo, y tras el silenciamiento de esas jornadas
romanas, no podemos estar ciertos acerca de dónde está el sentir de los jóvenes o ni siquiera de si existe "un" ideal
de personas a quienes los jóvenes más admiran. Hago la comparación entre un fenómeno masivo de tipo religioso
y otros más o menos artísticos sólo para no dejarnos sorprender ante los datos que maneja la llamada "opinión
pública" que aún no se sabe opinión de quiénes y cuántos es y cuál es el público de quien dice ser voz autorizada.
No estamos obviamente equiparando a las citadas estrellas del espectáculo con el Papa, sino hablando de
movimientos masivos de jóvenes. Y resalta el hecho, hondamente sentido por esos 2 y pico millones reunidos en
Roma, de estar reunidos alrededor de un personaje que ya cumplió los 80 años; ha ocurrido un fenómeno que es la
antítesis de lo anunciado por los mercaderes de todos los tiempos: que un anciano "venda" más a los jóvenes que
muchas estrellas lanzadas con meditadas y experimentadas técnicas de marketing. Ello nos da una idea de algo
que está pasando y es que los jóvenes necesitan creer en alguien y creer en algo. Pero todavía está difusa esa meta
que conviene al hombre en su propia naturaleza, pues la apertura a bienes y verdades más fundamentales y menos
ilusorias es algo que es inherente a un ser racional, libre y con una inmensa capacidad de amar. Esa meta -la de
una sociedad con personas más firmes, más convencidas en lo que creen y por qué lo creen, más abiertas a
proyectos que favorezcan el bien común y no sólo los intereses individuales- seguirá siendo algo lejano, en tanto
en cuanto aún sigamos anclados en las ideas que ya van siendo viejas referidas al propio hombre larvadas a través
de los siglos y que se ha venido a llamar la cultura moderna.
Demasiados profetas de desgracias ha habido ya y prefiero enfilarme entre quienes ven el futuro con optimismo,
pero no será un optimismo fundado si no está acompañado de razones "fuertes" para estar esperanzados y mirar
adelante luchando por mejorar las cosas. Hace falta echar una mirada al pasado para detectar las ideologías que se
nos impusieron desde determinadas posturas filosóficas, y que han lastrado con su peso -y en gran medida, aún lo
están haciendo- la vida del hombre, quien, repito, requiere de un modelo para poder proponérselo a sí mismo
como meta de su vivir.
1
Antes, diré que no dudo que llegados a este punto, ya algunos estarán pensando que este discurso va a ser
demasiado teórico, demasiado filosófico y poco práctico; que, en plena era del Internet y los medios de la
telemática, las ideas han quedado desfasadas y hay que ponerse al día y no pensar tanto. Con sus más y sus
menos, así han pensado los románticos de todas las épocas: es Romanticismo pensar que la naturalidad con que
se vivan los fenómenos humanos, especialmente los resultantes de los avances en el conocimiento humano, unido
a un manejo de ellos con una completa asepsia, es decir, sin ideas previas, sin prejuicios, va a traer consigo un
nuevo estado general de cosas. Así pensaba Juan Jacobo Rousseau, a comienzos del siglo XIX y otros románticos
como el propio Marx. Y aún estamos esperando que sus ilusiones de que aparezcan un nuevo hombre y una
nueva sociedad libres del egoísmo, la prepotencia y abusos, las injusticias de todo tipo, se hagan realidad. Y es
que no podemos soslayar la condición humana de la que partimos a costa de que las ideas acerca del hombre
sacadas a patadas por la puerta aparezcan por la ventana, pues, insisto que es el hombre el protagonista de la
historia, no los medios, no la técnica, no las ciencias en sí mismas consideradas. No es nuevo el tema traído aquí
a colación, a propósito de las nuevas tecnologías y la alergia hacia todo lo que huela a teoría. Así como en siglos
pasados se pensó que la era abierta por la Revolución Industrial con sus adelantos - la mayor productividad
lograda con la división del trabajo y la mecanización- iba a vencer la pobreza y todo tipo de males -desde la
curación de enfermedades y plagas, hasta la injusta distribución de la riqueza-; así como se habló del ideal de la
cultura ilustrada como la única manera de sacar al género humano del atraso milenario en el que la religión y otras
fantasías lo tenían sumido; así se habla hoy de ciertos medios "mágicos" mediante los cuales la Humanidad va a
encontrar -!al fin! - su liberación, su auténtico progreso, el de una vida moderna sin problemas ni preocupaciones,
y, valga la ingenuidad, sin sufrimientos ni dolores. Es decir, los defensores de los medios técnicos como si fueran
en sí mismos una panacea que cura todos los males, repiten lo que dijeron hace ya dos siglos los Ilustrados
ingleses y franceses. Todos conocemos algo acerca de las inmensas posibilidades de comunicación que los
actuales medios nos proveen; pero eso es otro asunto..
Las ideologías del Progreso y la cultura del Siglo de las Luces han tenido larga duración y no estoy tan segura
que han cedido al paso del tiempo, ni siquiera a la luz de los medios técnicos a los que me he referido. Sus
epígonos más ilustres, en el siglo pasado, han sido: Darwin, Freud y Marx. Del último me voy a ocupar poco, por
lo extenso que resultaría bosquejar su influencia actual, sobre todo cuando es menos aparente tras la caída del
comunismo como sistema político.
Respecto a los otros dos -junto con sus divulgadores más que discípulos- sí habría que decir que nos han llevado a
dos grandes ideologías reductivas o reduccionistas de lo que es ser hombre. Es reduccionismo decir que el ser
humano no es MAS QUE un mono evolucionado, cuyo comportamiento está escrito en los genes y al cual, por lo
tanto, sólo cabe MODELAR para que sepa dar respuestas adecuadas a lo que se espera de él en cada momento.
Es reduccionista y por eso degradante decir que la pulsión que va en busca del placer es la única realidad
sustantiva del ser humano y por eso hay que aceptar todo tipo de conducta orientada en exclusiva -o casi- hacia la
búsqueda de la satisfacción y los placeres, y entre estos, a los más burdos o toscos, cual es la satisfacción
inmediata y sin tapujos del placer sexual.
Todos conocemos hasta que punto las ideologías del "el hombre no es nada más que..." han penetrado en la
conciencia de las mujeres y hombres de nuestra época, el cual muchas veces se ha encontrado indefenso para salir
al paso cuando se le increpaba acerca de su propia identidad, cuando no acerca de sus valores y sus creencias. No
escapamos los profesores a esta demanda de respuestas a interrogantes profundas que se hacen nuestros
contemporáneos: por qué vivir? ¿en qué creo? ¿dónde coloco mis intereses y para qué luchar por algo o alguien?
En tanto yo no sea "nada más que" materia evolucionada que está adaptada al ambiente o pulsión libidinosa
buscando su autorealización en el placer, se me escapa el sentido de la vida y antes, la esencia de la persona
humana que no atina a moverse más allá de las circunstancias dadas.
Está, a mi parecer claro, que estas posturas reduccionistas acondicionan al hombre para volverlo un ser dócil, un
animal amaestrado, un perfecto conformista. Resulta, por tanto evidente decir que los fenómenos de masas
organizados alrededor de los grandes intereses comerciales han sabido cultivar y abonar muy bien el terreno para
cosechar, a partir de ese ser humano amaestrado, opíparas ganancias.
¿Qué decir frente a un panorama cultural mundial guiado por estas y parecidas ideologías que parecen haber
hecho presa de sus intereses a las grandes transnacionales del cine y la televisión? Si éste es, más o menos, el
mundo en el que nos movemos, añadiéndole la necesidad de triunfar, de tener éxito social y económico (pues no
funcionan uno sin lo otro), y esto a cualquier costo -serruchar el piso, sobornos...- bien podríamos pensar que el
profesor que aún piensa que el ser humano es algo más que intereses, deseos de placer y afanes de éxito, es algo
así como el Don Quijote de la sociedad del consumo y lo mejor sería no quedar en ridículo ante los alumnos; ser
discreta/o con sus ideas o creencias y dedicarse a "su" curso, sin complicarse la vida.
2
Pienso que todos los que han venido a participar en este Coloquio tienen deseos de saber si es posible el liderazgo
del profesor y en qué consiste ese liderazgo. Pues bien, esta larga introducción es para decirles que la
masificación y la mediocridad en la que han contribuido a meternos algunas de las ideologías mencionadas, han
tenido ya suficiente tiempo en la escena como para poder tomárseles cuentas. Por masificación me refiero al
anonimato del espectador frente a la pantalla tanto como a la despersonalización de las relaciones humanas en una
sociedad de la velocidad y la competencia; no menos que al trato que recibe como mero consumidor de todo tipo
de productos desde una pasta de dientes hasta los mencionados medios de comunicación. Por mediocridad, a la
falta de vuelos en la imaginación, en los deseos, en los planes y proyecciones para atreverse a ser diferentes, a
tener un pensamiento crítico-constructivo y a no ser conformistas; pero no menos mediocre es esa ausencia de
profundidad que se percibe en asuntos tan importantes en la vida del hombre como son el amor y la amistad.
No puedo despejar todas las incógnitas que seguramente se alzarán sintetizadas en la siguiente pregunta: ¿y qué
compete hacer desde la escuela? Es evidente, me parece, que los profesores que admitan las ideas brevemente
expuestas -o alguna parte de este diagnóstico- pueden tener muchas y mejores iniciativas al respecto; sin olvidar
que son ellos mismos en sus propias vidas los que encarnan algún modelo que sin duda los alumnos perciben. No
puedo entrar a proponer líneas concretas de acción, he dicho, pero sí se pueden aprovechar algunas ideas que hoy
están empezando a surgir con más fuerza en la nueva cultura que poco a poco va a ir desplazando a la otra de la
que hablaba; se trata de una cultura más humanista que exclusivamente tecnológica; más participativa que
administrativa; más orientada a pequeños grupos que a las masas; más orientada a las personas y sus necesidades
concretas que las ideas abstractas. Me voy a referir a dos conceptos que están comprendidos dentro de esa nueva
cultura y que pueden ayudar a enfocar todas las actividades, y quizá de modo especial la tarea educativa,
proyectándose al futuro. Esas nociones son : el multiculturalismo y la solidaridad.
Bien entendido que aquí no nos referimos a situaciones de la vida pública ni a sus instituciones orientadas al bien
común -hospitales, por ejemplo- ni a actividades solidarias como son las famosas ollas comunes y comedores
populares, ejemplos de solidaridad entre los más menesterosos, sí podemos sacar provecho de algunas ideas
ligadas tanto a la ayuda mutua y el trabajo en equipo, como a la de cultura de grupo.
Empecemos por esto último. Por cultura de grupo se entiende la base común de valoraciones, conocimiento
mutuo y fortalecimiento de las relaciones humanas en el seno de pequeñas organizaciones, sean económicas o no.
De hecho donde más esfuerzos se han realizado para adaptarse a ese concepto ha sido en las empresas
económicas, para hacerlas más competentes. Pero la idea da más de sí. Frente a un mundo menos habitable por
cuanto se ha vuelto más y más masificado, hay una tendencia innata en las personas a buscar maneras de colmar
ese vacío de identidad y de trato humano cuya carencia percibe como una auténtica pobreza más de orden moral
que material. Hay cada vez más necesidad de crear ese entorno que convoca, que acoge y acepta a cada uno como
es a la vez que le permite expresarse y ganar en conocimiento de los demás. Dar y recibir, hablar y escuchar,
aprender de otros y saber reflexionar por cuenta propia; qué pobre es la capacidad de expresión de tantos y tantas,
pero no es sólo por la pérdida de riqueza en el vocabulario, sino porque ésta va antecedida de una progresiva
pauperización en los conceptos y una reducción en las experiencias vitales de las que se nutren las
conversaciones. Por eso, es necesario que, junto a la capacidad participativa y la expresión en grupos pequeños, se
abunde más en el inmenso legado de tantas obras que no por ser clásicas tienen por qué mostrarse aburridas. No
se trata, por eso, sólo de una superficial llamada a "formar grupos" para tal o cual actividad, sino de tocar las
fibras más íntimas de las personas para enseñarles a pensar, a comparar actitudes y gestos, conductas honrosas o
deplorables, a mantener sus propios puntos de vista pero escuchando el parecer de los demás. Junto a algunos
valores humanos de todos los tiempos se pretende huir del anonimato, de las ideas sin relieve, de las opiniones
generalizadas como si cada uno no tuviera su propia personalidad. Lo que se persigue con esto, además, es
fortalecer la idea de "pertenencia" pues la persona que quiere rebelarse ante un estado de cosas netamente
conformista como el descrito, requiere identificarse con otros que tengan los mismos fines y fortalecer su propia
búsqueda de identidad, siempre tan problemática en el adolescente.
La solidaridad es otra gran necesidad de nuestros días, pues el encerramiento en el propio yo es la gran tentación
de nuestra época: cada uno vive inmerso en sus problemas de lo que intenta justificarse una y otra vez, aludiendo
a que "antes la vida no era tan complicada". Pero esto, que puede ser cierto a nivel de la sociedad en su conjunto,
es más sencillo de resolver mirando una a una las cosas y las actividades, individuando los casos y poniendo
manos a la obra. Sin embargo, si prevalece la actitud pasiva y todos dicen: allá los demás que cada uno tiene sus
propios problemas y con esto le basta y le sobra, se ha sentado el precedente que hace el ambiente de toda una
sociedad. El joven observa esto por todos lados y se encasqueta él también su walkman y vive su vida, como si
los demás no existieran. Antes de haberse encerrado así cada cual en su propio mundo, sin embargo, ha
acontecido otro fenómeno mucho más sencillo: nos hemos atiborrado de productos y de artefactos que se nos han
impuesto como necesidades y estamos rodeados de todo el barullo que arman a nuestro alrededor y dentro de
3
nosotros mismos, sin que se pueda uno zafar de ellos: la mente y la voluntad están como pegadas a las cosas y así
no queda tiempo para nada, ni para pensar ni para percibir siquiera a los demás en su concreta realidad, incluso ni
siquiera para organizar mejor el propio tiempo y sacarle el máximo provecho. Así, la sobriedad en el uso de los
medios a nuestro alcance se presenta como una medida previa en la propia autoeducación. Es verdad que esta
virtud se aprende más en el hogar, pero no hace falta decir que el ambiente en el que transcurren unas 8 horas
diarias los jóvenes, tampoco pasa como agua sobre las piedras.
Sí puede sonar utópico decir que las instituciones educativas pueden favorecer la aparición de actitudes y de
actividades más solidarias, sobre todo si se piensa en solucionar grandes problemas. Pero en realidad, la
formación en la solidaridad empieza por estar abiertos a los demás, como ya dije, algo que considero de suma
importancia si el hombre en el siglo XXI quiere ir desprendiéndose de ese materialismo que además de pegajoso
lo lleva a la peor de todas las soledades: la del que no sabe amar porque nunca se ha sacrificado por la persona
que ama y termina escéptico ante la vida, sintiéndose quizá frustrado por no alcanzar en la madurez lo que
imaginó en la juventud que era el ideal de la vida. Quienes han visto la película El Profesor Holland recordarán
una de las escenas más sencillamente relatadas pero que contienen parte del mensaje de ese film: me refiero a
aquella en la que aparece este profesor de música en sus horas libres enseñando a una de las alumnas torpes, que
no logra sacarle las notas adecuadas a su flauta. Algo ya en sí extraordinario -dedicarse a ensayar fuera de hora- se
torna solidaridad con ella, pues llega a la fibra íntima de esa chica hasta dar con la motivación adecuada para
hacer de ella una flautista más del conjunto. Pero hacerlo supone paciencia y generosidad y, sobre todo
compromiso con la persona concreta que trae dentro su propio mundo, sus ilusiones y deseos íntimos. La
solidaridad, como otras virtudes, empieza por casa y qué duda cabe, cuando uno ha sido sujeto pasivo de ella no
olvida esa lección y está mejor dispuesto para percibir las necesidades ajenas y acercarse sin ese deseo casi
obsesivo que está tan metido en nuestro mundo, que es el ¿qué me vas a dar a cambio? Cambiar esa actitud
mercantilista no es cuestión de palabras sino de un conjunto de actitudes y de hechos que demuestran que
realmente se aprecia a cada persona. Me viene ahora otro ejemplo, y con esto voy acabando ya, también de una
película. Esta vez es una institutriz enfrentada a una pupila verdaderamente terca y cerrada a quien no interesa
nada más que el cariño y los mimos del papá, pues es huérfana de madre. El método empleado por esa institutriz,
después de recibir insulto tras insulto de la niña en cuestión no es el de las anteriores damas -se habría acabado la
película, claro-; el compromiso con la niña se lo ha tomado en serio tanto que hace un trato con ella: todos los
métodos de castigo que ella emplee con la niña, serán, a su vez, adoptados por la propia profesora. Un día será
echarle a la cara el agua coloreada por los pinceles pues los dibujos son malogrados por su mal carácter; otra vez
ambas se quedarán sin probar bocado todo el día por motivos similares... y así, al fin logrará convencerla de que
de verdad quiere enseñarle a leer porque ella le interesa. Es el interés lo que mueve a ese personaje imaginario
tomado seguramente de una novela pero cuyos rasgos pertenecen a cualquier discípulo de cualquier época.
Lo que he tratado de decir aquí no puedo resumirlo en pocas frases: método que sería el más adecuado
pedagógicamente. Pero hay una sola idea que me gustaría remachar: pienso que es totalmente falso lo que
auguraron los pesimistas, los conformistas y no pocos estudiosos de la llamada sociedad de consumo, hoy más
conocida como sociedad informatizada. Venían a decirnos, más o menos, que la familia y el colegio eran
instituciones marginales en la formación de los hijos y de los jóvenes, que nada se puede hacer ante el influjo
creciente de la televisión y de los ambientes que ven en la calle. Sin dejar de darles el peso que tienen, hoy ya hay
bastantes experiencias como para saber que hay mucha gente cansada de tanta superficialidad, de no poder hacer
otra cosa que cruzarse de brazos y dejar que otros decidan por ellas que tipo de vida quieren vivir; hoy hay una
renacimiento de la sociabilidad entendida en su mejor sentido de estrechar lazos más permanentes y más
comprometidos con quienes se comparten afanes, del tipo que sean. Hay que saber canalizar estas
"megatendencias", como alguien las ha llamado, hacia objetivos valiosos, que nos hagan mejores personas con
una vida más rica en contenidos que es una vida llena de sentido. Muchas gracias.
4
Descargar