Num089 005

Anuncio
España, nación de naciones
Cataluña en el contexto
español actual
s muy probable que la situación de tensión a que hemos
llegado en relación con el papel que le corresponde a
Cataluña en el conjunto de la política y la sociedad
españolas exija remitirse a los principios. En efecto,
en los últimos tiempos se ha engendrado un mutuo
proceso de desconfianzas que ha convertido en crispada una convivencia que hasta ahora, sin estar libre de problemas, se había
desarrollado en unas condiciones que se pueden considerar en
términos generales como satisfactorias. El grupo catalanista ha
sido presentado no sólo como el apoyo fundamental de un gobierno
que habría perdido su base popular, sino también como dispuesto a
sostenerlo cuanto tiempo sea preciso por motivos mercenarios al
mismo tiempo que de manera solapada practicaría una política de
transformación de la realidad social de su región destinada a hacerla
heterogénea con respecto al resto de las españolas. Por otra parte
se piensa que Cataluña no ha sido nunca comprendida en su
integridad y que la concesión de la autonomía ha estado sometida a
todo tipo de trabas prácticas; como consecuencia, habría que pensar
—como imaginan incluso algunos militantes del partido de Pujol—
que es necesario establecer un nuevo contrato político entre
Cataluña y el resto de España. Ante el espectáculo de tales
diferencias de criterio ha nacido en los últimos tiempos un cierto
ensayismo acerca del ser de España que nos remite a los años
cincuenta o incluso al cambio de siglo con el regeneracionismo
rampante que le caracterizó y que ahora reverdece.
En una situación como esa resulta, en efecto, imprescindible remitirse
a los principios. Quizá quien mejor ha dado cuenta de lo que es la
realidad histórica pasada española y también la presente ha sido
Carlos Seco Serrano. Según el España es una "nación de naciones"
E
JAVIER
TUSELL
«Ha nacido en los últimos
tiempos
un
cierto
ensayismo acerca del ser
de España que nos remite
a los años cincuenta o
incluso al cambio de siglo
con el regeneracionismo
rampante
que
le
caracterizó y que ahora
reverdece.»
como en cierta manera lo fue también entre los siglos XVI y XVII.
Eso excluye la concepción de España como un mero Estado que
cobijaría, con una especie de estructura artificial, a varias naciones o
su visión como un agregado plural de naciones como en otro tiempo
pudo ser el Imperio Austrohúngaro. La tesis de la "nación de
naciones" parte de la consideración de que en España en realidad
se dan situaciones muy diversas con respecto a la conciencia
nacional. Hay sentimientos regionales, mera voluntad descentralizadora y también un grado superior de aquellos, el cobijado en la
denominación, quizá bárbara pero constitucional, de "nacionalidades". Una situación como ésta es rigurosamente original al menos
en la Europa actual. La Alemania federal que ha llegado a tener
dos Estados hasta hace cinco años es mucho más homogénea que
España. Italia, que ha formado una unidad política tardíamente,
ahora cuestionada, lo es también. Incluso podría decirse que el caso de
Bélgica es muy distinto porque se trata de dos comunidades
semejantes en peso, cosa que en cambio no vale para España. Esta,
por otro lado, tiene una conciencia de unidad que puede cambiar en
intensidad pero que es evidente por su trayectoria pasada y también
por su presente actual, revelado por las encuestas.
Ahora bien, aceptada esta constatación, podríamos pasar en un
segundo lugar a enfrentarnos también con otro punto de partida. En
todos los problemas de índole nacional la forma inicial de
manifestarse la voluntad de resolverlo juega un papel decisivo.
Israel fue posible porque un grupo reducido de personas —los
sionistas— decidieron lanzarse a una empresa en apariencia demente,
aparte de imposible. Suele haber, en estas materias, sucesos que
crean una indudable irreversibilidad: la guerra civil en Yugoslavia
ha hecho que en el futuro ésta sea imposible cuando alguna forma de
unidad política podía existir en 1989. Pues bien, en el caso de
España desde 1977 se partió de un gran acierto inicial que fue
acompañado de un error casi inmediato y otro diferido en el tiempo.
El acierto consistió en la voluntad de convivencia. Adviértase que
fue sobre todo eso, voluntad, porque no resultó posible llegar a más,
y de ahí que el título VIH de la constitución remitiera a la
concreción que de él se hiciera en el futuro del contenido políticoinstitucional y organizativo de esta "nación de naciones". El error
inmediato consistió en considerar que se podía considerar como
idéntico el caso de regiones de creación ficticia, el de aquellas que
merecerían este nombre y el de aquellas otras en que el sentimiento
de pertenencia a una comunidad propia tiene ese carácter
reduplicativo. Con la perspectiva del tiempo podemos ya emitir un
juicio acerca de las razones que llevaron a esta solución. Fue la propia
clase política la que creó una especie de carrera de reivindicaciones
por el afán de evitar el agravio comparativo; muy a menudo la
actitud de los partidos políticos —de todos ellos— fue bastante
«La tesis de la "nación de
naciones" parte de la
consideración de que en
España en realidad se
dan situaciones muy
diversas con respecto a la
conciencia nacional.»
irresponsable en el más estricto sentido del término, sin prever las
consecuencias de lo que vendría a continuación. Lo que ahora
interesa de forma especial es renovar esa voluntad de convivencia (o
de "conllevancia") y no sustituirla por otras fórmulas, de
apariencia radical, pero que acabarían por concluir en empeorar
el punto de partida. En un libro reciente, titulado "La amenaza
separatista", Miguel Platón ha presentado la fórmula constitucional
como producto de una casualidad o una traición, ha ligado
nacionalismo periférico y subde-sarrollo y ha recalcado el supuesto
papel decisivo que ETA ha jugado en la ampliación de las demandas
nacionalistas. En la práctica esta fórmula cuestiona la voluntad
inicial de convivencia, como también lo hace la reclamación de
independencia, a más largo o más breve plazo. Algo idéntico cabe
decir de esa supuesta solución consistente en llegar al federalismo.
La verdad es que con este término se alude a realidades tan diversas
que es absurdo pretender que sea una solución: por lo menos se
trata de tantas soluciones como modelos federales existen en el
mundo (que, en no pocas ocasiones, resultan mucho más modestas
como fórmula de distribución del poder que la propia Constitución
española). Un federalismo radical, como el de la Constitución de
1873, resultaría inviable en España pero sobre todo correspondería
muy poco con la realidad del país. No hay que pensar en empezar de
nuevo sino en insistir en el rumbo marcado un día. Sucede, sin
embargo, que, tras ese error inicial que consistió en pretender la
igualdad absoluta, se ha cometido otro consistente en no encontrar el
modo adecuado de integrar en la política española la aportación
catalana. La afirmación de Alcalá Zamora de que Cambó siempre
dudaba entre ser Bolivar de Cataluña o Bismarck en España
adquiere de esta manera una resonancia actual de la que conviene
recordar que no basta señalar su dependencia del propio catalanismo
sino también de la manera en que sea recibida su aportación por el
resto de España. El intento de Roca de configurar una alternativa
política concluyó en el más estrepitoso fracaso que se ha conocido
en la política española y sin duda ha contribuido de manera muy
evidente a la situación en que nos encontramos en el momento
actual. Por un lado el catalanismo no ha querido intervenir de
manera directa en la gobernación de España, como si estuviera
escaldado por los anteriores intentos. Por otro, ese tipo de actitud ha
contribuido a multiplicar la prevención con respecto de él
acusándole, como mínimo, de ambigüedad. Y eso no hace otra cosa
que hacer patente la sensación de incomodidad catalanista puesto
que da la sensación de que en cada momento se le está exigiendo un
plus de definición que, en cambio, no se les pide al resto de los
partidos. Llega un momento en que los dirigentes catalanistas se
niegan a aceptar responder, una vez más, a la pregunta de si están
«Un federalismo radical,
como el de la Constitución
de 1873, resultaría inviable
en España pero sobre todo
correspondería muy poco
con la realidad del país.»
luchando por una España grande, al modo de Cambó, o por tan
sólo una Cataluña independiente.
Es muy posible que la dirección del catalanismo pensara que el
simple apoyo parlamentario al gobierno socialista le iba a permitir una
situación más confortable pero ha sido exactamente al contrario. Una
razón principal ha consistido en el extremado tacticismo de la
oposición que no ha dudado en plantear la política contra el gobierno
socialista mediante el procedimiento de utilizar un latente
anticatalanismo, ahora incentivado por supuestos casos de
obtención de beneficios materiales a cambio del apoyo político. Lo
pésimo es que este tipo de acusación de comportamiento "fenicio" no
tiene en cuenta el mal que puede causar a medio plazo principalmente porque los catalanes son, ante todo, sentimentales. Día a día
se ha ido alejando la posibilidad de que el catalanismo apoyara una
solución política de recambio. No debiera ni siquiera ser necesario
desmentir esas acusaciones pero han sido tantas las que han
aparecido en la prensa que conviene recordar que no se ha podido
demostrar ni un solo caso en que las inversiones públicas se hayan
sesgado a favor de Cataluña como consecuencia del apoyo político de
Pujol. En obras de infraestructura la provincia de Barcelona ha
estado siempre por debajo de Madrid mientras que se le acercaba
Sevilla. Por cada peseta que el Ministerio de Cultura emplea en
Barcelona gasta más de 80 en Madrid. En lo que los críticos del
catalanismo tienen toda la razón es en cuanto se refiere a la
ambigüedad con la que se expresa en temas que parecen esenciales.
Esta ambigüedad resulta mayor que la del nacionalismo vasco por
fragmentación de éste, por la existencia de la violencia que crea una
frontera mucho más divisoria y, sobre todo, por la concesión a este
caso de la condición de excepcionalidad que en cambio se admite
menos para el caso catalán por la "moderación" que se suele atribuir
a sus dirigentes. La verdad es que éstos no se han embarcado en
polémicas acerca de cuestiones como la "autodeterminación", un
debate estéril donde los haya porque cada vez que hay unas
elecciones se está autodeterminando toda una nación y sus
regiones. Cuando ha podido parecer que Pujol hacía
declaraciones muy estridentes (por ejemplo sobre la independencia
de Lituania) muy pronto las ha contrapesado con otras (por
ejemplo, al decir que España no es Yugoslavia o la antigua URSS). El
problema consiste en que el catalanismo parte de unos supuestos que
hacen inevitable la ambigüedad. En primer lugar es un movimiento
político que cubre un ancho espectro ideológico e incluso de
grados de catalanidad, y eso mismo le condena a tratar de satisfacer una amplia pluralidad de actitudes. La diferencia de votos que
obtiene de unas elecciones generales a otras de carácter regional
testimonia una situación como la descrita. Pero más que nada, la
ambigüedad del catalanismo deriva de la idea de nación en que se
«En
obras
de
infraestructura
la
provincia de Barcelona ha
estado
siempre
por
debajo
de
Madrid
mientras que se le
acercaba Sevilla.»
fundamenta. Se trata de una idea esencialista y romántica,
fundamentada en una visión de la Historia de acuerdo con la cual
Cataluña se habría formado en tiempos medievales y luego
habría sufrido durante toda la modernidad una opresión exterior.
Partiendo de esa base es muy difícil no acabar practicando la
reivindicación permanente, en especial cuando se parte de un marco
tan flexible como el que proporciona el título VIII de la Constitución.
A la hora de tratar de imaginar un futuro menos conflictivo bueno
será empezar por advertir la necesidad de concluir el edificio
constitucional de manera definitiva. De cuanto antecede se podrá
deducir que el autor de este artículo considera que sería bueno dar
tratamiento diferente, no privilegiado, a lo que es objetivamente
diferente. Concluir de definir los límites del "Estado de las
autonomías" es ya imprescindible. Pero a ello habría que añadir la
constatación de dos realidades más. En primer lugar no cabe la
menor duda de que en el rumbo que se ha seguido ha habido muchos
éxitos y, en general, puede decirse que si el problema más grave que
tiene la democracia española es éste bien nos podemos dar por
satisfechos porque nadie parece dispuesto a tensar la cuerda hasta
que se rompa. Pero, además, es mucho lo que se ha hecho en un
plazo reducido de tiempo y de manera satisfactoria para todos.
Hacer esta afirmación es una condición necesaria para resolver los
problemas que, sin duda, existen.
A estas alturas nadie tratará de ponerlo en duda pero conviene
advertir que la entidad de los mismos no es tan grande para el
abismo que parece existir entre quienes se enfrentan acerca de
ellos. Llama la atención, por ejemplo, que el contenido de la carta
de la Real Academia al Presidente del Gobierno señala motivos de
rectificación de una importancia muy relativa. Lo cierto es, sin
embargo, que ni siquiera los académicos catalanoparlantes están de
acuerdo en ella y menos aún la Generalitat para quien la discriminación afecta en forma negativa al catalán. En cierta manera el
problema es insoluble: dándose en Cataluña unas condiciones buenas para el bilingüismo lo cierto es que la radical identidad de
situaciones para ambas lenguas es imposible.
Cabe, por tanto, pedir que el debate prosiga acotado por el
respeto al marco constitucional y estatutario y por el fundamental
acuerdo en tratar de resolverlo mediante una solución satisfactoria
para todos. Es esencial la tolerancia y para practicarla empieza por
ser imprescindible descubrir que no se da de forma espontánea. Hay
que preguntarse hasta qué punto la totalidad de los españoles se han
dado cuenta de que el catalán merece idéntico tratamiento que la
lengua que habla el resto de los españoles. Hace falta preguntarse
también si el catalanismo es consciente de que para ese fin no son
buenos todos los medios. Cabría añadir, en efecto, una conveniencia
más, la relativa a la desconfianza que hay que tener en el papel del
«A la hora de tratar de
imaginar un futuro menos
conflictivo bueno será
empezar por advertir la
necesidad de concluir el
edificio constitucional de
manera definitiva.»
Estado. En el fondo la Generalitat al practicar la "inmersión" le
atribuye un papel de compensación que es idéntico al que la Real
Academia pide al Presidente. Sería mucho mejor pactar que esperar
a compensar cada uno por su cuenta los supuestos entuertos
producidos por el otro.
Descargar